Irma Verolín: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Irma Verolín nació el 8 de
diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Estudió
Letras en la
Facultad
de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires y en grupos de
estudio particulares. Entre otros, obtuvo el Primer Premio
Municipal “Eduardo Mallea” (por su novela inédita
“La mujer invisible”),
el Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, el
Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés
Matos. Ha sido traducida al inglés y al alemán. Es autora de
ensayos literarios y de artículos concernientes a su condición
de Maestra de Magnified Healing y de Reiki. Ha publicado los
libros de cuentos “Hay una
nena que gira” (Premio Fondo Nacional de las Artes 1987),
“La escalera en el patio
gris” (Primer Premio de Encuentro de Escritores
Patagónicos), “Una luz que encandila” (Premio Ciudad de El Colorado, provincia de
Formosa, 2010) y “Una foto
de Einstein tocando el violín” (Primer Premio IX Concurso
Nacional “Macedonio Fernández”); las novelas
“El puño del tiempo”
(Premio Emecé 1993-1994) y
“El camino de los viajeros” (Primer Premio Internacional de
Novela Mercosur, Ediciones UNL, 2012); el poemario
“De madrugada”
(Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014). Es también autora de
literatura infanto-juvenil:
“La gata sobre el teclado”,
“La lluvia sobre el mundo”,
“La fantástica familia
Fursatti”, “El
misterio del loro”,
“El ferretero del tornillo perdido”, etc. Por su libro
“Los días” (inédito en proceso de
edición ) obtuvo
el
Primer Premio de Poesía de la Fundación Victoria
Ocampo
“Horacio Armani”
2014). Su quehacer ha sido incluido en antologías
nacionales (citamos “Mi madre sobre todo”, compilada por Marta Ortiz y Gloria Lenardón,
Editorial Fundación Ross, 2010) y extranjeras. Administra
http://www.suryalotoreiki.blogspot.com/
y
http://espiraldesaraswati.blogspot.com/
1 — ¿Marcamos un perfil?
IV — Con respecto a mi vida yo diría que
está caracterizada por cambios
abruptos. Y en esos cambios están los viajes, los traslados.
Apenas nazco mi padre me lleva a Rosario
donde reside la familia paterna
con la excusa de bautizarme. A partir de entonces volveré muchas
veces a Rosario. Cuando se produce
la epidemia de poliomielitis mi madre me deja con mi abuela y
ahí aprendo a caminar. Luego mi padre, que era militar, es
castigado por Perón. Cosa curiosa, mi padre no era para nada
antiperonista, ni siquiera quería ser militar, pero siguió el
mandato de mi abuelo y creo que eso lo mató a los 38 años, el
sometimiento. Él decía que un militar no tenía que estar al
servicio de la política y los políticos,
se declaraba en contra de los
golpes de estado; lo que ocurrió
durante el peronismo fue que se opuso a
que los soldados cantaran
la marcha peronista en vez del himno nacional. El
castigo terminó siendo lo mejor
que le sucedió, porque
en su exilio interno
en Tartagal, provincia de
Salta, trabajó con los indios
chiriguanos y allí logró aplicar su sentido del servicio.
Mi padre no tenía una visión
muy vanguardista de la política,
simplemente pertenecía a la vieja escuela
sanmartiniana, privilegiaba la
decencia, y veía que los oficiales hacían negociados, que vivían
por encima de su sueldo y eso no lo podía admitir. De entre los
chicos, éramos los más sencillamente vestidos. Tampoco él
provenía de una
familia patricia; pudo estudiar en el Colegio Militar porque fue
becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era
ridículo que pensara que los militares no hicieran golpes de
estado porque en realidad siempre estuvieron al servicio
de la clase dominante. Eso mi padre no lo veía, pero sí la
corrupción, por lo que decidió irse del ejército. Y se compró
una camioneta para traer mercadería desde la provincia de
Mendoza. Pero se enfermó y murió. Recuerdo que nos
llevaba a mi hermano menor y a mí
a las villas a jugar con los chicos los domingos,
creo que esto le quedó de su
trabajo con los indios. Algo había en él porque quería que
tuviéramos una conciencia distinta a la del medio que nos
rodeaba. Se opuso a que asistiéramos
a una escuela religiosa, no era creyente, así que mi
hermano y yo fuimos a la escuela pública. Siendo muy niña estuve
en Tartagal con los indios. Lo sé porque hay fotos. Mi padre no
tenía conciencia política pero sí sensibilidad social, no podía
durar en el ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte
del grupo opositor al llamado Proceso de Reorganización
Nacional. Murió cuando yo tenía ocho años, en 1962.
Tres años antes había muerto mi
madre. Me crié con tres hermanos más, dos de ellos adolescentes,
hijos del primer matrimonio de mi madre viuda. Cuando mi madre
enferma de cáncer, nos reparten a todos los hermanos. Yo voy con
mis abuelos paternos y con mi tío, hermano de mi padre, entonces
soltero, que luego fue actor [Leopoldo Verona, 1931-2014], un
actor conocido del elenco estable del Teatro Municipal General
San Martín, y que durante el Proceso
fue secretario en
la Asociación Argentina
de Actores, estuvo en la lista negra, sufrió persecuciones,
militó
de joven en el partido
comunista y después adhirió a
la propuesta de Raúl Alfonsín. Allí con mis abuelos
empiezo el preescolar y vivo de espaldas a lo que sucede. Cuando
vuelvo a la casa, mi madre ya
no está, mis hermanos mayores tampoco. Se recompone la familia
con mi padre, mi hermanito menor, y vienen mis abuelos y mi tío
a vivir en la casa. No vuelvo a
tener verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta
pasados mis veinte años. Nos habían informado que estaban
muertos. A escondidas vi a mi hermana a los trece años. Y a los
quince. Lo que marcó un hecho importante es el contacto con mi
tío actor, quien se pone de novio con la actriz Dora Prince
[1930-2015] y ellos me llevan al teatro, son amigos de María
Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo Alcón, y entonces en ese
barrio, que no era un barrio elegante sino un barrio de tango,
yo descubro la literatura pero a través de sus voces. Vienen a
ensayar algunos actores que luego conformarían el grupo Stivel,
entre ellos recuerdo a Alicia
Berdaxagar con el negro Carlos Carela. Un mundo se abre para mí,
mi tía me pide que le tome la letra que está estudiando para una
obra que va a estrenar. Así, sin querer, comienzo a leer a los
ocho años a Ibsen, Chejov, García Lorca. Vivo en un barrio
modesto con sentido de pertenencia, con vecinos que son como
parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos al teatro
San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros donde
ellos trabajaban. Fallecieron hace muy poco: fue muy duro para
mí.
Lo otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas
donde hice el secundario por
iniciativa de mi
abuela para ir a Filosofía y Letras a principios de los setenta,
ese viaje como en la película argentina “Mirta, de
Liniers a Estambul” [dirigida por Jorge Coscia y Guillermo
Saura], en el colectivo 109. Transité los setenta a pleno,
política y culturalmente. Después, ya sabemos. Vivo sola y ya me
perfilo como una mujer sola, pero a los 29 años conozco en
Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de frontera” que
vive en la provincia de Misiones, en el límite con el Brasil y
me voy con él. Ése ha sido para mí el gran viaje. Escribí
después en los noventa la novela
“El camino de los
viajeros”, que relata
una parte de esa experiencia y que me hizo ganar
quince mil dólares con un premio que me ayudó a mudarme de casa.
Ahí me conecto con los indios guaraníes.
No me voy a olvidar nunca lo
que sentí la primera vez que fuimos desde el pueblito perdido en
el que vivíamos a la aldea guaraní (un proyecto subvencionado
por los alemanes). Oscar, mi pareja,
se convirtió en el médico que debió aprender a hacer
medicina alopática escuchando su tradición en sanación. Podía
prescribir un antibiótico según
el caso pero respetaba su práctica de
medicina
ancestral. Ahora
debo decir que
en secreto le daba las pastillas anticonceptivas a la
esposa del Paí. Participé a la mañana y al atardecer en el
saludo al sol. Pocas veces la energía fue tan intensa en su
manera de transmutarse. Bueno, lo fue con Sai Baba y en ciertas
ceremonias en las que participé. Pero aquí se le sumaba la
energía medioambiental de la naturaleza en aquel
espacio no contaminado por la
civilización. Como se dieron cuenta de que yo los quería mucho
me bautizaron con un nombre en su
lengua: Pará Reté Mirí. Oscar obtiene una beca para estudiar
sanitarismo y viajamos a la ciudad de Córdoba. Allí residimos un
año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y me convertí en
narradora, participé en el Grupo Homero Manzi, que
intentaba entroncar la llamada alta cultura con la cultura
popular. Hice un taller de narrativa todo el año en la Sociedad
Argentina de Escritores. Me separo de Oscar y vuelvo a Buenos
Aires. Mi contacto con Misiones continúa. Viajo también a
Corrientes y a Santa Fe, provincias que me mantuvieron ligada
con el litoral. Cuando publico mi primer libro viajo a
presentarlo a Santa Fe. Como en Buenos Aires, es Libertad
Demitrópulos la que se ocupa de eso, así que viajamos ella,
Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo. Después viene mi
quiebre a los treinta y cinco años, debo recuperarme y así llega
casi milagrosamente el viaje a la India. Me hice vegetariana
primero y fue tan natural, desde chica había rechazado comer
carne. Desde 1990 que no como carne y eso ayuda mucho en la
meditación. Todo es antes y después de ese viaje a la India.
Irma Verolín con sus abuelos, con la actriz Dora Prince y
con el actor Leopoldo Verona
2 — Otro mundo.
IV — Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando
con lo literario hasta cierto punto, pero que de algún
modo siguió un camino paralelo
sin ensartarse completamente.
Debido a que desarrollo
una práctica privada, personal, fuera de mis artículos sobre
calidad de vida, no hay material visible. Justamente hace un
momento, hablando con el poeta Luis Bacigalupo, decíamos de lo
intransferible de estas experiencias interiores. Qué otra cosa
más que fotos, mis diplomas de maestra en Reiki o Magnified
Healing o de todos los otros cursos que hice
puedo dar como testimonio palpable.
Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí, escribir
siempre crea espejos que nos resultan útiles.
Me acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta
Susana Villalba para el diario “La Prensa”, yo le hablé de esta
búsqueda y ella me dijo: “En tu literatura no se ve lo espiritual.” Y es cierto, en la
narrativa yo no lo expreso ni siquiera como un ángulo de mirada.
Sospecho que debe estar
subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué
bastante y en editoriales importantes e incluso gané dinero,
pensé que la literatura infantil me iba a permitir transmitir el
sistema de valores humanos del hinduismo. Algo hice,
en la actualidad publico poco y
nada para chicos. Obtuve una primera
mención en un concurso de ensayo en ALIJA (Asociación de
Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) sobre
literatura infantil, basado en este esquema. No sé si ahora con
la poesía lograré que estos mundos se enlacen más. En realidad,
estos dos mundos son por un lado la
literatura, la palabra escrita en sus distintas variantes, por
supuesto, y por otro la búsqueda de comprensión sobre la vida
que se podría llamar “espiritual”, pero ese es ya un término
antiguo, mejor es llamarlo “autoconocimiento”, incluye los
últimos hallazgos
científicos, roza la filosofía pero abarca otras zonas, como las
de la autosanación. Situarlo
en la frontera de lo espiritual, o sea arrinconarlo fuera del
espacio del mundo, es también
una antigüedad, porque los avances en física nos demuestran que
aquello que las religiones
tradicionales codificaron con el objeto de darle
elementos a la gente para vivir más allá de lo rudimentario,
tiene hoy su explicación en la
ciencia, por lo que la humanidad va
hacia la unificación de las
religiones, en tanto sistemas operativos de las distintas
culturas, para comprender eso no tan visible pero existente.
Ahora, que ciertas religiones hayan
utilizado su saber para dominar a la gente y obtener poder
mundano es otra cuestión que no invalida la verdad de lo que
sostenían. Este camino que yo emprendí no es precisamente un
camino religioso, aunque “religión” significa “religar”,
unir lo que está separado. En Occidente,
la manera de entender el mundo siempre se ha basado en la
división, la separación, la lucha. Yo encontré una mirada nueva
desde la visión hinduista que no es una religión sino una
cosmovisión, de allí que Gandhi pudiera aplicar todo ese
conocimiento para vencer al imperio más grande de su tiempo:
el inglés; por eso asocio a
Gandhi con el Che Guevara, la fuerza de la propia convicción por
encima del poder económico demuestra que hay algo más fuerte que
lo material. Estando en La Habana, en el Museo de la Revolución,
en el año 2000, me sorprendí escuchando un discurso que en
primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi; pensé:
“Tradujeron a Gandhi”. Luego
miré: salía de un televisor. Era el Che. Su concepto del hombre
nuevo no está nada distante del pensamiento de Gandhi.
Fui hilando y trabajando este pensamiento integrador
entre Oriente y Occidente y aplicándolo a mi necesidad de
comprender lo que me ocurría como persona. El siglo XXI, como ya
lo estamos percibiendo, es el de integración de lo diverso, de
lo diferente, las nuevas leyes en nuestro país dan cuenta de
eso. Ya no se trata de escoger esto en vez de aquello, sino de
combinar cosas que parecían insolubles, ¿no? Cuando en los
ochenta Nacha Guevara regresó del exilio planteando algo
parecido, fui una de las primeras que
equivocadamente la acusó
de burguesa. Claro, yo basaba mi esquema en la visión marxista y
en el psicoanálisis, pertenezco a la llamada generación
psicobolche. Pero
luego la vida me planteó una gran escisión, y de estar abocada a
la literatura empecé a interesarme en todo esto.
Llegué incluso a pensar en
abandonar la literatura, cosa que finalmente hice entre los años
2001 y 2009; fueron años de lectura,
profundización, y de servicio. Me llevó un tiempo
comprender que trabajar el camino interior no está reñido con
una visión política. Se ve claro, por ejemplo, en la cuestión
del eco sistema y la actitud de Estados Unidos, que siempre es
perversa. Pequeños grupos de personas
que estaban en un camino de búsqueda interior en Estados Unidos
comenzaron a no trabajar tanto, con lo que dejó de responder al
modelo requerido de ser un consumidor, romperse el alma como un
burro y enfermarse para comprar cosas con el objeto de que el
sistema se perpetúe. La suma de conductas como éstas redunda en
un cuestionamiento social. Lo individual es social,
afecta la totalidad. No es fácil compartir esta
experiencia. Comencé con la meditación que es una práctica muy
común en la India y que consiste en superar la dualidad de la
mente; cuando se la efectúa con constancia se aprende a detectar
interiormente aquello que está oculto. El trabajo sobre la mente
es el gran aporte de la India al mundo, lo vienen estudiando
desde hace milenios. Una mente escindida es una mente manejable
desde afuera. Me contaron amigos que fueron presos políticos,
que era común en la cárcel que viniera un guardia y
les diera una orden, y luego
pasaba otro o el mismo y les daba
la orden contraria. Es la táctica del policía bueno y el policía
malo: eso debilita a la persona porque la aleja de su sentido de
unidad, así
se convierte en manipulable. Lo que Gandhi hacía con los
ayunos y las meditaciones era
conectarse con la voluntad colectiva desde adentro. Los
guaraníes que conocí en Misiones tienen sus rituales y lo hacen
a través del sonido. Por eso no atentan contra la naturaleza,
porque su sentido de unidad viene de una práctica profunda y
cotidiana. En una época aprendí calendario maya y
ese aprendizaje fue revelador
para mí. Los mayas consideraban que el tiempo es arte y no
dinero, como dicen los yanquis, su concepto del tiempo estaba
ligado al de la autotranformación como personas. Conectarse con
el ser interno es una tarea como cualquier otra. Requiere
trabajo diario, ejercitación, voluntad, soportar perderse en el
error y volver a intentarlo.
Como ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo
tenía treinta y cinco años, tuve un quiebre muy profundo a nivel
de salud y debí encarar un nuevo
programa de vida. Lo que más me costaba era la idea de Dios.
Pero claro, no era el Dios patriarcal y represor sino un
poder superior; convivir con esa idea del poder superior fue un
trabajo arduo, un poder superior, por ejemplo, es la
climatología, la influencia de los astros o el tránsito de la
ciudad. Es curioso, porque mi madre murió cuando tenía treinta y
cinco años, y desde una visión freudiana se puede opinar mucho
al respecto. Siempre estamos
haciendo espejo con las figuras paterna y materna. De algún modo
yo morí —o una parte mía— y cambié, como se dice comúnmente
ahora, el paradigma o sistema de valores. Pero esto no implica
dejar de pensar políticamente el mundo, se puede ser
antimperialista y hacer prácticas de
meditación u otras de armonización interna. Esa división entre
lo espiritual y lo material ya es arcaica, porque lo cuántico
nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se convierte en
partícula (materia) y viceversa, de manera que lo menos tangible
o espiritual es una continuidad de este mundo cotidiano. Para la
visión hindú, Dios es materia y energía a la vez. La idea de la
divinidad no está separada de la creación, en este sentido la
naturaleza es divina, y en eso tiene puntos en común con la
visión de los pueblos originarios de América. El escritor Adolfo
Colombres antes de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear
con que yo era medio guaranítica. Y con respecto a este “antes”,
podría decir que desde chica había vivido experiencias que no
tenían explicación y que fueron sepultadas por la visión de la
ideología. Lo cierto es que luego de una serie de sueños
anticipatorios voy a la India y allí estoy tres meses en un
ashram. La experiencia fue absolutamente transformadora. Dejé el
psicoanálisis y comencé a ahondar en esta línea a través
de lecturas y prácticas. En el ashram en el que
estuve se abordan los procesos
interiores tomando al mundo circundante como una expresión de la
propia conciencia, como una materialización o plasmación de
nuestro mundo. En realidad los humanos seguimos la ley de los
planetas y estrellas del cosmos, tenemos nuestra propia fuerza
de gravedad y atraemos o repelemos según nuestro estado
vibracional. La vibración afecta a los átomos y altera la forma
en que los electrones giran alrededor del núcleo. Todo está
hecho de átomos y cambia constantemente. Es el estado de nuestra
mente la que modifica la amplitud de onda de las vibraciones.
Así que trabajar la mente es decisivo. Volviendo al ashram de
la India, se puede afirmar que el
trabajo en el ashram no era muy diferente a una sesión con el
psicólogo. Se comprende que es así su forma de funcionamiento.
En vez de la palabra del psicólogo como interpretación que
permite contrastar, se toma la respuesta del afuera a modo de
interpretación. Lo sorprendente era ver lo que le ocurría a los
otros también.
Cuando volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos
Sierra, en nuestra provincia de Córdoba, donde hay un centro
energético de la tierra muy importante. Y en
cada viaje advertí transformaciones
interiores. Luego comienzo a practicar Reiki, que es una técnica
de armonización energética de origen japonés. Fui haciendo los
distintos niveles; lo significativo es que entre nivel y nivel
estuve siete años trabajando. Actualmente soy maestra de Reiki y
he iniciado a varias personas. Pero no me dedico a eso. Mediante
esta técnica de sanación, que parte de una visión chamánica en
Japón que también se entronca
con la cosmovisión de nuestros pueblos originarios,
es posible desatar nudos, abrir
caminos, dispersar sombras. Durante veinte años hice sanaciones
a través del Reiki que me modificaron muchísimo. Pero ahora
suspendí, tengo la sensación de que esa etapa
se ha cumplido. Trabajando con
la energía de otras personas, incluidos mis abuelos que murieron
tan ancianos, se comprende al otro sin
palabras, se capta a la otra persona en lo profundo; esta
experiencia es, por supuesto, intransferible. Suele suceder
frecuentemente que luego de una sesión de Reiki se descubra que
tanto el receptor de Reiki como el canal, en este caso yo, han
visualizado las mismas imágenes. Así
se puede
experimentar que
no existe separación
entre una persona y otra, como no hay
separación entre nosotros y la naturaleza. En las sesiones de
Reiki se siente profundamente la compasión que es una clave para
cambiar el mundo.
A lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por
distintas etapas. Lo último que comencé a practicar fue el canto
védico en idioma sánscrito. Se entonan grupalmente
plegarias que tienen miles de años de ser transmitidas
oralmente, la vibración del sonido, como ya dije, modifica
la onda vibratoria que describen los
electrones que giran dentro de cada átomo y que componen las
células. Es impresionante lo que puede aprenderse
trabajando con el sonido. También está el conocimiento teórico.
En realidad este camino se divide en cinco partes o cinco
opciones posibles, es el llamado
Sanatana Dharma: una es el Hatha Yoga, que es la más
conocida en Occidente, el Karma
Yoga, el
Raja Yoga y
Jñana Yoga, además del Bhakti
Yoga. El más difundido en Occidente es el Hatha Yoga, que emplea
el cuerpo como vehículo para el conocimiento. El
Karma Yoga es el de la Madre
Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo para
transformar el mundo transformándose
internamente como procesos simultáneos, y tampoco es inocuo
aunque lo haya practicado una monja flaquita que apenas
podía sostener una vela. El Jñana Yoga
es un camino a través de lectura de los textos sagrados,
el Raja Yoga está ligado a la meditación y el Bhakti a la
adoración de esa perspectiva superior y trabaja con imágenes
representativas y con sonidos. Es
sencillo corroborar la correspondencia entre el hinduismo y los
pueblos originarios de América en la
manera en que utilizan las imágenes de animales como
representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado
explicar de qué forma las palabras son puertas de conexión con
otros planos, con otras dimensiones según esta cosmovisión.
El Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso
en veinte años. Ni siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho,
y no lo hice por
una cuestión personal. Una sesión de
Reiki me lleva dos horas como mínimo, incluyo piedras o gemas,
se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una limpieza
energética de la habitación también. Esto sólo se puede
comprender a través de la vivencia. Esa es la cuestión de este
camino de aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de nada.
Actualmente estoy trabajando con una línea terapéutica creada
por Bert Hellinger llamado “Constelaciones Familiares”, que se
vincula por un lado con la memoria celular y por otro con los
aportes del biólogo Rupert Sheldrake. Para continuar hablando de
estos temas reconozco que hay tantas aristas y ramificaciones en
esto que no sé qué escoger. Quizá habría que hablar del ego y de
los valores humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco
elementos, del cual derivan un montón de valores subsidiarios de
estos. Son Verdad, Rectitud, Paz, Amor y No Violencia. En
sánscrito, Sathya, Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Este
último fue de lo que partió Gandhi para crear el sistema que le
permitió alcanzar la independencia de la India:
el Satyagraha. Parece
anecdótico, pero cuando se profundiza es tan clarificador. De la
verdad se desprende el valor de la coherencia y de ahí lo
fundamental: no mentir, no transgredir la ley social, tener
unidad como persona. El tema del ego es
muy vasto. En realidad en
Occidente se asocia la persona con la personalidad y se ha hecho
un culto de eso desde el Renacimiento. Para mí cambió el
concepto de persona, la persona importa por sus valores, por su
capacidad de autosuperación y de
ayudar al otro a mejorar el mundo. La conciencia del
mundo resulta de la suma de conciencias individuales. La idea es
trabajar desde adentro hacia fuera. Reconocerse como persona
para reconocer al otro. Y el servicio es fundamental.
Actualmente prevalece la
identificación de la persona con su rol social, con aquello que
hace para ganarse el sustento, pero eso no es la persona,
en la era moderna la estirpe o
prosapia fue reemplazada por el dinero, ahora existen también
formas equivalentes a la prosapia y el dinero como el prestigio,
pero también es una falsa identidad.
Competir es una tontería; Gandhi decía:
“Competencia es violencia”, todo
el sistema gandhiano se basaba en la no violencia, que ha
sido mal traducido en Occidente como “resistencia pasiva”. No
hay nada pasivo en este modo de operar, lo que pasa es que para
Occidente la acción está asociada con
el cuerpo. Cuando volví de la India dije que tuve que
irme a la India porque en América masacraron a los pueblos
originarios, este saber estaba aquí
cuando llegaron los españoles. Y todavía sigue estando.
Afortunadamente en Latinoamérica estamos siendo testigos de una
revalorización de los chamanes que se integran a esta
búsqueda. Cuando algo tiene verdad se expresa en otro paradigma
o en otra cultura de la misma forma.
3 — ¿Así que solés
“hacer apuntes cuando leo un libro de ficción, generalmente con lápiz en
la primera página en blanco”?, descubro recorriendo tu blog
literario. ¿Solés hacer apuntes cuando leés libros de otros
géneros? ¿Qué te llevó a elegir “Espiral de Saraswati” para
nombrar ese blog?
IV — Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar
testimonio, en realidad lo escribo todo, me escribo
constantemente. La falta de memoria o mi natural dispersión me
inducen también a eso. Pero fundamentalmente busco darle forma a
lo que se me escapa. Antes llenaba fichas, de esas de cartón con
letra manuscrita (tengo una sobre el
“Curso General de
Lingüística” de Ferdinand de Saussure guardada) y todavía lo
hago, aunque prefiero abrir words en la PC. Para
preparar una reseña o ensayo,
esas anotaciones en lápiz realizadas con apuro en las páginas de
los libros que leo, cercanas a la experiencia de lectura, son la
base de lo que resultará después. Leo siempre desde el lugar del
escritor, del creador, traduciendo el impacto primario de la
lectura en mí, a partir de esa impronta surge la mirada y de la
mirada la reflexión. El camino es siempre desde lo sensitivo. En
cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que
me representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del
Dios Brahma, el creador en la trilogía
hindú y simboliza la fuerza, el empuje de lo que
comienza, Vishnú es el conservador y Shiva el destructor, sus
respectivas consortes expresan energías equivalentes (para
marcar una coincidencia en la trilogía maya aparecen
representaciones que indican inicio, punto medio de
mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales).
Ninguna cosa que hacemos o hace la naturaleza escapa al
movimiento de estas energías representadas, según las culturas,
por imágenes diferentes. Saraswati es la protectora de las
artes. Es posible que mucha gente crea que esta
denominación responde a la línea propia de la
postmodernidad que escoge nombres que parecen no significar,
como esos graffitis sin sentido en las paredes de la ciudad, que
intentan ocupar el lugar de las consignas políticas. Puede ser
considerado de las dos maneras, pero para mí
Saraswati tiene un profundo
significado, como se puede inferir de todo lo que dije antes.
Tuve que agregarle “espiral” porque ya existía el nombre, y
elegí la palabra “espiral” porque es
la tendencia del movimiento propio de la energía, desde un
cuerpo vivo hasta las galaxias, el movimiento es siempre
espiralado.
Irma Verolín con Libertad Demitrópulos y María Rosa del Coto
en 1988
4 — Integrás con otras veinticinco autoras argentinas la
antología de cuentos
“Mujeres con pelotas” (Ediciones del Dragón, 2010),
impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de María
Rosa Lojo. ¿Cómo ha sido y es tu vínculo con el fútbol (y por
extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has practicado?
IV — Has hecho una pregunta que me da vergüenza
responder. No soy buena haciendo deportes ni tampoco bailando.
Salvo la chacarera, nada me sale bien. Durante algunos años me
esforcé con el Hatha Yoga, pero no fue el camino que elegí. Ando
en bicicleta y camino mucho, pero los deportes no son mi fuerte
y me aburre soberanamente verlos por televisión. Mi pobre abuelo
insistió en que me hiciera
socia de un club en mi adolescencia. Y al final lo único que
hice en el dichoso club fue un curso de danzas folklóricas
argentinas. El fútbol para mí es un lenguaje extranjero. No me
gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda comprender,
salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una
pasión, el encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo.
Por ese motivo, cuando Mabel Pagano me convocó para participar
en la antología, recurrí como los actores a la memoria emotiva.
Mi abuelo paterno, que fue mi papá por
adopción, jugó al fútbol en los años veinte, en Rosario;
nos contaba anécdotas muy divertidas y me basé en el discurso de
mi abuela para construir el cuento, que terminó siendo un relato
bastante jocoso.
Irma Verolín con Libertad Demitrópulos, Graciela Geller y
Marta Rodil en 1988
5 — Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía
bastante antes de volcarte a la narrativa.
IV — Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a
fines de los setenta a través de un grupo de teatro. Me acuerdo
muy bien la noche en que fuimos a una
cena en la casa de una señora que era amiga de su mujer,
la mamá de Ramiro Silber, psicóloga. En esa cena estaban también
el pintor Michi Aparicio y su mujer, Irene Saderman, la hija del
famoso fotógrafo Anatole Saderman,
quienes además eran amigos de mis tíos, pero yo no los había
conocido personalmente hasta aquel día. Más tarde trabé amistad
con ellos y participé de su escuela en San Isidro: “El Taller de
la Ribera”, coordinando talleres literarios. En ese grupo estaba
también el cineasta Gerardo Vallejo —vecino de Irene y Michi—:
su esposa coordinaba el taller de teatro. Le di mis poemas a
Marcos y él fue muy generoso. Luego participé en su taller en
“La Casona”. Poco después integré los grupos coordinados por
Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue una experiencia valiosísima
porque estábamos en el momento más duro de la dictadura, y poder
reunirnos y trabajar significó un refugio. Luego continué en el
Teatro IFT: allí estaban también Marcelo Di Marco, con quien
hice un curso, y Gustavo Geirola, que dio dos años taller. Por
aquella época hice muchos cursos: con Santiago Kovadloff,
Nicolás Rosa, Jorge Panesi, por citar
algunos. Antes y después de irme a vivir a Misiones, fui
tallerista de los grupos de
Liliana Lukin, a quien considero mi maestra
referencial por varias razones, entre
ellas porque trabajé con ella muchos años; si bien yo me
definí por la narrativa, en su taller,
donde el concepto amplio
de escritura lograba que se
abordaran varios géneros
sin entrar en conflicto, pude
involucrarme con la poesía paralelamente. Recuerdo que desde
Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme:
“Ahí tenés una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en
novela, como ella propuso.
Irma Verolín con María Angélica Scotti, M. R. Lojo, C.
Antognazzi, J. Paolantonio, E. Solinas, Esther Cross, etc
6 — Durante 2014 coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo
de Encuentros de Narrativa en una institución: APA Artistas
Premiados Argentinos “Alfonsina Storni”. ¿Cómo se generó la
propuesta? ¿Qué autores participaron?
IV — Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer
algo juntas. La idea era reunir textos nuestros y leerlos en
público. Pero terminamos concretando los encuentros de
narrativa. El ciclo no concluyó en realidad. Este año retomamos,
pero a partir de la segunda parte del año, porque quedamos un
tanto extenuadas las dos. Nos exigimos demasiado. Debido a la
falta de experiencia realizamos a principios de año un
cronograma y comprometimos a los autores. Claro, somos serias,
entonces nos leíamos durante ese mes la obra completa de los dos
invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación nos superó y,
como no queríamos hacer diferencias, seguimos con el mismo
nivel de exigencia y el mismo
rigor para que los próximos
escritores y escritoras no se sintieran menos considerados que
los otros. El material está grabado y tenemos la intención de
hacer un libro con él. Comenzamos con María Granata, un
verdadero lujo. Luego continuamos con Liliana Díaz Mindurry y
Carlos Antognazzi, Jorge Paolantonio y Luisa Peluffo. Invitamos
a Hernán Ronsino junto con
Esther Cross, pero ese mes Esther no pudo venir por razones de
fuerza mayor (vamos a entrevistarla en
el futuro). El mes siguiente les
correspondió la entrevista a Marta Ortiz y Beatriz Isoldi.
Intentamos que no todos los convocados residieran en Buenos
Aires, así es que en varias ocasiones los escritores se
costearon el viaje desde sus provincias, no todas cercanas, por
cierto. El último fue Ricardo Mariño, que debía hacer dupla con
Germán Cáceres, que lamentablemente no pudo venir, por eso
Mariño fue entrevistado solo. Y cerramos con una lectura muy
jugosa en la que estuvieron Enrique Solinas, Laura Nicastro,
Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens, Liliana Allami,
Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la creación
de este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas
Premiados Argentinos, que es una institución estupenda que
nuclea a escritores, pintores, músicos y actores que han
obtenido el Primer Premio Municipal y que defiende nuestros
derechos, en especial lucha para que estos premios continúen
convocándose y de esta forma haya más beneficiados. La Comisión
Directiva es sumamente transparente y merece todo nuestro apoyo.
Ahora que Inés Legarreta y yo estamos escribiendo poesía, creo
que vamos a rebautizar al ciclo “Literatura en APA”, para
incluir la poesía.
Irma Verolín con Silvia Miguens y Liliana Díaz Mindurry
en 1999
7 — Tenés abierto
un canal en YouTube.
IV — El canal surgió simplemente por agrupación de
material. No existe planificación desde mí, van surgiendo
eventos a los que voy, en parte, por solidaridad, otro poco por
interés en difundir, subo algo.
También he subido poemas míos o entrevistas que me han hecho.
Supongo que seguiré sumando más material siguiendo el mismo
carácter aleatorio. Eso sí, me he comprado una nueva máquina y
espero filmar, mi idea es registrar en video los encuentros de
APA. Veremos cómo resulta. Esto es nuevo para mí, soy un poco
atrevida, no tengo demasiados conocimientos, voy avanzando a
medida que voy aprendiendo.
Irma Verolín con María Esther Vázquez y Ana Zemborain en
2015
8 — Complementando un reportaje que te hicieran para el
diario “El Litoral”, quedó allí esta reflexión tuya:
“¿Qué narrador hay en mis
relatos?: Una mirada infantil con cierta agudeza adulta.” ¿A
toda tu narrativa? ¿Qué, de tu obra, quedaría excluida de esa
aseveración?
IV —
Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de las
novelas que escribí. ¿Por qué? Pues porque al ir escribiendo las
novelas, he tenido una actitud deliberada, quise desarrollar
distintas líneas desde la perspectiva del narrador
específicamente, hubo un planteo y una intención previos. En los
cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en
función no digo de la historia o el asunto sino de la atmósfera
o las distintas maneras de abordar el género que me
plantea un desafío en tanto debe responder a ciertos
requerimientos pero necesita que se los transgreda. Si bien no
podemos eludir a Poe, tampoco es legítimo hoy por hoy seguir un
esquema tan rígido. Para mí esa búsqueda típica de
transformación estética que buscamos los escritores de libro en
libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo
contrario, no es la temática lo que marca una evolución sino el
empleo de los procedimientos, en este caso narrativos.
Implícitamente la ley del mercado editorial parece decirnos que
repitamos el esquema narrativo que es el de la novela
decimonónica o realista y que
en esa misma caja cambiemos los temas. Yo he hecho exactamente
lo contrario: profundicé en ciertos temas recurrentes e intenté
cambiar la manera de abordarlos.
En la novela primera que se publicó bajo el
título “El puño del
tiempo”, me propuse trabajar un narrador que combinaba lo
grotesco, lo absurdo con el lirismo. Fue como un gran
contrapunto y no sé si fue comprendida por mucha gente esa
propuesta. En esta novela el discurso es metonímico, hay
detallismo y mucho humor, humor negro, ácido, como quiera
llamárselo, pero humor al fin. En la segunda novela, que se
publicó con el título de “El camino de los viajeros”, escogí un
narrador que ya se hacía cargo de la historia, que no
buceaba, que no merodeaba, es un narrador abarcador, la novela
tiene algo de operístico y el humor está prácticamente ausente.
Tiene el sello de la tragedia griega. Y el discurso es
metafórico. Se nota en la voz de ese narrador el intento por
sintetizar, en “El puño
del tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi
tercera novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo
Mallea”, “La mujer
invisible”, surgió en
realidad de un requerimiento: me dieron la beca del Fondo
Nacional de las Artes a la producción artística y la tuve que
escribir dentro de un plazo. En esa novela busqué vincularme más
a la tradición y, si bien me interesé en la
construcción de una atmósfera, lo que me importó más fue
elaborar la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es más
bien convencional. Ha salido finalista ya en dos concursos:
“Honorarte”, que nunca se expidió y “Clarín”, el año pasado.
Pero aún espera un editor. La novela siguiente que escribí es
muy rara aún para mí, primero porque el personaje central, el
que cuenta la historia es un hombre y mayor que yo;
intenté desarrollar una historia en
más de doscientas páginas, reduciendo el concepto de
lenguaje, simplificándolo, lo que para mí es arduo porque soy
más bien frondosa a la hora de narrar, tiendo a expandir. Ahora
me doy cuenta de que esa novela me expulsó de la narrativa, que
un germen de huida de la narración ya estaba en mí porque escogí
lo extenso pero introduje una limitación muy grande. Y en ese
tironeo me moví. El eje de tensión en este caso está dado entre
esos dos polos: lenguaje acotado en
una prolongada extensión. No sé si la novela es eficaz, sigo en
la nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a
escribir poesía. Lo que sí creo que hay en todos mis relatos, e
incluso en ciertos giros del sujeto de la enunciación de mis
poemas, es una voz empapada de dosis de jocosidad, que juega con
una relativa mirada irónica combinada
a su vez con lo trágico del sentido de la vida. Para mí
esa tensión entre lo dual del enfoque
está presente de manera constante. Y también descubro que
hay un rasgo infantil en la manera de mirar, quizá de asombro.
Ricardo Piglia me dijo que mi primer libro está caracterizado
por la perplejidad del narrador. Álvaro Abós, después de leer
“El puño del tiempo”
me habló del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí,
creo suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me
comentó que en mis textos encontraba la ingenuidad patética de
Felisberto Hernández. Siento que mi poesía arrastra esa mirada,
el mismo doblez entre lo ingenuo y lo agudo o ingenioso.
Con María Neder y Gloria Pampillo
9 — Por el diario “El Territorio” de la provincia de
Misiones, me entero que alguna vez se produjo un Encuentro de
Escultores y Escritores, y que vos participaste. ¿Cómo se
desarrolló y qué produjo ese encuentro?
IV — Fue muy divertido. Se realizó en una localidad
cercana a Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y
Argentina. Escribí un conjunto de cuentos que compone un libro
inédito, que terminé hace poco, donde
incluyo un relato que a mí me parece bastante desopilante
basado en esa experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en
avión pero volví en micro, lo que constituyó una ventaja: ese
viaje de regreso me permitió escribir las primeras páginas de mi
segunda novela, al conectarme nuevamente con el paisaje
misionero encontré la forma de plantear esa novela que venía
rondándome sin que hubiese podido
expresarla. El paisaje fue el disparador primordial. Yo
sabía que para contar la historia era preciso resolver
primero el punto de vista del narrador
con respecto al paisaje del monte, que es tan particular y que
no podía ser tratado
convencionalmente.
Puedo decir que ese encuentro de escultores y escritores
fue enriquecedor. Cuando dos artes se cruzan, como en este caso
la escultura y la literatura, la estimulación se torna poderosa.
Lo que más tengo presente es lo divertido que resultó
todo aquello. Me reencontré con escritoras y escritores
conocidos, como Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes
sobre polacos que nos hicieron reír muchísimo. Por otra parte,
la propuesta oficial surgida desde el sector cultural de la
provincia pretendía ser protocolar, de hecho lo fue; sin embargo
nos devoraban los mosquitos porque escribíamos “in situ”, los
escultores hacían mucho ruido y eso no nos ayudaba a
concentrarnos, vinieron los alumnos de la escuela y hasta el
intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó con un acto
fervoroso donde se plantaron árboles con el fin de sustituir los
que fueron hachados para convertirse en esculturas. Creo que
mezclar tan íntimamente naturaleza y
cultura significó un gran desafío. No había hotel en esa
zona, parábamos en la casa de gente del lugar. Fue intenso e
inusual.
Irma Verolín con la actriz Alicia Berdaxagar y los poetas
Dolores Etchecopar y Enrique Solinas
10 — Alicia Genovese concluye su comentario crítico a
“El puño del tiempo”
(Cultura y Nación, “Clarín”, 17.1.94) con estas dos frases:
“El de Verolín es un humor
filoso, cruel incluso, pero que no llega al cinismo, como si no
necesitase demoler la realidad sino simplemente entrar en ella,
en todo caso descalabrándola desde un costado ridículo. Una
forma de usar el humor que recuerda a otras narradoras
argentinas, como Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o Alicia
Steimberg.” Y en el
reportaje que te hiciera Susana Villalba para el diario “La
Prensa”, en 1994, declaraste que solías releer a Libertad
Demitropoulos, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué
otras narradoras (y narradores) te atraen?
IV — Me gusta la prosa de
escritores más jóvenes, como Patricia Suárez y Hernán Ronzino.
Leo frecuentemente a escritoras con las que comparto momentos de
vida; no puedo dejar de citar a Liliana Allami, que es una
excelente cuentista, y a Inés Legarreta, que viene escribiendo
una prosa muy cercana a la lírica; las nada convencionales
novelas de María Teresa Andruetto también son insoslayables, o
los relatos de la rosarina Marta Ortiz. Hay escritores, como las
dos últimas escritoras nombradas, que tampoco residen en Buenos
Aires y son estupendos: el correntino José Gabriel Ceballos, que
ha ganado varios premios en España, finalista del premio
Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis últimos
descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y
Lorrie Moore, y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de
Irène Nemirovsky para comenzar a leer. En estos años descubrí a
Jean Rhys, la autora de
“El ancho mar de los sargazos”,
me leí todos los libros que conseguí de ella. Incluso me
interesa la prosa más llana de una escritora italiana como
Susana Tamaro, valoro su
sencillez. Ahora debo confesar que en los años en que me retiré
de la literatura no leí absolutamente nada de ficción literaria:
leí textos de Stephen Hawking, de Fritjof Capra, sobre
hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al regresar
procuré ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo
sigo intentando. En este momento estoy abocada a la lectura de
poesía.
Irma Verolín con Joaquín Giannuzzi y Jorge Ariel
Madrazo
11 — Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994
del diario “La Nación” y no en la Red, ¿nos brindarías un
relevamiento de las variantes de título que fue teniendo tu
novela “El
puño del tiempo”? ¿Por qué no lograbas que cabalmente los
que fueron surgiendo abarcaran el núcleo, la esencia de la
historia? (Transcribo de un reciente mail privado:
“Tardo tanto en publicar
que los libros van cambiando de títulos.”)
IV — Esa
novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que me
sugiriera, estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título
de “Celeste gris” una primera vez que no ganó; aludía al color
de la bandera nacional envejecida. Salió finalista de Planeta un
año más tarde con un título horrendo: “La casa del patio con
baldosas grises”.
Cuando pensaba en el título, daba vueltas
alrededor de la idea de casa, ya que en mis relatos el espacio
es fundamental, sea la casa, el barrio, el monte, tengo la
impresión de que el espacio no sólo ordena el mundo de los
personajes sino que decide el punto de vista del relato. Me
acuerdo que se la mandé por encomienda a Patricia Severín a
Reconquista, en la
provincia de Santa Fe, donde ella vivía entonces (un borrador de
la novela cuando ésta estaba en proceso de edición, con el
título de “La casa grande”). Patricia me dijo que ese título no
encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le puso el
título final con la que llegó al público. Por lo general los
títulos o me surgen de entrada o me dan un trabajo inmenso, como
en este caso. Es algo misterioso, se trata de bautizar a la
criatura, nada menos, de darle una identidad. El nombre en
esencial para la persona y para el libro. En una experiencia de
interiorización y autoconocimiento que hice hace unos cuantos
años llamada Rebirthing, me conecté, a través de una técnica en
respiración, con el momento de mi nacimiento, y cuando deciden
qué nombre ponerme sentí una alegría difícil de explicar, más
que alegría fue felicidad. Sospecho que el título de un libro
surge de la relación emocional que entablamos con el texto. Por
ejemplo, en poesía no se me está planteando ninguna dificultad,
no tengo dudas; aunque me lo cuestionen al título, yo siento que
es el apropiado. Casi todos mis títulos en poesía
—porque hay editado un libro pero otro viene en camino, y
tengo nuevos proyectos e incluso otro poemario más ya terminado—
están asociados a la noción de tiempo:
“De
madrugada”,
“Los días”,
“Invierno”.
Irma Verolín con Hebe Uhart
-------------------------
12 —
¿Hay algo que te
haya costado muchísimo “quitarte de la cabeza”?
IV — Yo diría
que no es exactamente la experiencia de la muerte que viví en mi
infancia sino la disolución de una familia de seis miembros que,
en un abrir y cerrar de ojos, quedó reducida a dos personas, mi
hermano menor y yo. Eso produjo un quiebre interno en mí que ha
afectado mi manera de sentir la vida y de darle contornos
definidos a mi presente.
Irma Verolín con Griselda Gambaro, Gloria Pampillo y Cecilia
Absatz en 2000
13 — ¿Cuál era el
ambiente literario en Misiones en el momento en que te radicaste
en esa provincia?
IV —
Esta
pregunta me causa gracia porque yo no me relacioné con nadie del
ambiente cultural en Misiones, ya que vivía aislada en una
casita rodeada de otras pocas casitas de madera, prácticamente
en el borde del monte misionero. Lo único que veía eran
hacheros, camiones con madera, araucarias, coatíes, tierra
colorada, hombres con los dedos cortados que trabajaban en el
aserradero y gente muy, muy pobre. Mis grandes aventuras se
reducían a ir en la camioneta destartalada
de Salud Rural a los puestos
sanitarios en lo más profundo de la selva subtropical. En aquel
momento, en esa zona, según un estudio que había hecho mi
pareja, era de un sesenta por ciento de desnutrición infantil.
Fue al instalarnos en Córdoba cuando establecí un verdadero
intercambio intelectual. Posteriormente, con mi primer libro
publicado, aproximadamente cinco años después de haber
abandonado la provincia, a instancias de un movimiento de
mujeres escritoras presidido por Libertad Demitrópulos, inicié
una relación
literaria con los escritores y escritoras misioneros, entre
ellos con Olga Zamboni, profesora universitaria, poeta,
traductora y narradora. Lo enriquecedor de la experiencia de
haber vivido en el monte misionero fue principalmente para mi
vida personal. Me parece que el primer gran impacto en mi
conciencia fue conocer a aquella gente e
involucrarme con su cotidianeidad.
Durante las siestas misioneras, que eran largas,
agobiantes y pesadas, se escuchaban las palmadas en la puerta de
la casa, y no siempre eran enfermos que venían a buscar al
doctor, eran por lo general los chicos de la zona que venían a
pedir salame y pan. Y hielo, también querían hielo. Me llamaban
“patroncita”, lo que, por supuesto, me producía una gran
incomodidad.
Irma Verolín con el actor Leopoldo Verona
---------------------------
Con Fernando Savater y otros escritores en 2011
14 — ¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas?
¿Qué leés infructuosamente o sin convicción?
IV —
Maravillosa tu pregunta. Yo leo mucho la vida, no sólo los
libros. Siendo una niña me interesaban los tonos de las
conversaciones además de las palabras, la forma en la que la
gente contaba sus anécdotas. Tuve la dicha de que mi abuela
fuera dueña de una peluquería en el barrio de Caballito cuando
yo tenía cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las
grandes historias; las mujeres iban allí a confesarse, no sólo a
cortarse y teñirse el pelo. Estoy casi segura de que escuchando
aprendí a leer entre líneas y claro está, en mi barrio,
Floresta, se contaban historias sabrosas sobre la gente que
vivía allí o sobre los que se habían ido del barrio como si el
barrio fuera una patria o un reino. Irse del barrio era poco
menos que una traición a la propia identidad o un abandono de la
familia. Y por supuesto, las voces teatrales de mis tíos
recitando a los autores clásicos. Así
que a leer entre líneas lo aprendí de la vida, porque se leían
también los rostros, no sólo la voz desnuda. Volviendo a
lo literario, he leído con aprensión literatura, libros muchas
veces escritos por hombres que quieren seguir la moda, las
últimas tendencias del mercado editorial, las exigencias que
surgen desde las universidades como canon, textos en los que, a
pesar de lo cultivado, se nota el esfuerzo por agradar y
posicionarse. Lo que leo sin convicción es la narrativa
excesivamente llana que está sólo en función de la historia; por
más bien articulada que esté, me aburre, y en esta imposición
con respecto al género contribuyó considerablemente el menemismo
y la llegada al país de las megaeditoriales que se devoraron a
las más pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de razón,
con la publicación de autores genuinos, han propiciado el
sostenimiento de la tradición
literaria nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de
la entronización de la novela del siglo XIX como modelo
universalizado. El realismo finisecular
expresaba una determinada visión del
mundo, sabemos que las formas artísticas encuentran
correspondencias con los procesos históricos en algún sentido,
aunque más no sea tangencialmente, pero hoy vivimos y sentimos
diferente. Es posible que esa cuestión de escribir “para que la
megaeditorial me publique” haya causado impacto entre nosotros,
los escritores. Hoy por hoy buscar una manera de expresar, “de
decir” el mundo, supone también una manera de
relacionarse con los grandes poderes. La narrativa ha sido muy
cascoteada. No sé si es por ese motivo que me siento tan
impulsada a seguir profundizando en la poesía. Supongo que sí.
Irma Verolín con Angélica Gorodischer, su esposo, y
Marta Ortiz en 2015
15 —
Ezra Pound
sentenció: “La piedra de
toque de un arte es su precisión. Y ‘escribir bien’ es tener un
control perfecto”. Y opinó:
“En cuanto a la poesía del
siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre de babosa
emoción.” Te invito a derivar desde este Pound hacia donde
te lleve.
IV —
Hay algo en
esta cita que me lleva a pensar en “dar en el blanco”, trabajar
la palabra desde el centro de una misma en tanto persona.
Entiendo, desde ya, que esa afirmación de Pound se refiere a su
propuesta poética con respecto a su propia tradición literaria y
a la necesidad de crear postulados a seguir; aquí se trata de
que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy a intentar: La palabra
escrita es una cosa seria, es un objeto denso que no soporta
fácilmente el intercambio, y yo me enfrento a él con respeto y
con absoluta reverencia. Pero a veces me distraigo y entonces,
como diría mi abuela, “piso el palito” y la palabra me
traiciona; por lo general pago muy caro el precio de mi
distracción. Para llegar a esa perfección de la que habla Pound
es necesario un compromiso muy grande con la labor de escribir
textos que adquieran la forma que sea, relatos o poemas, pero
que fulguran en la dimensión más lejana a lo pedestre. Mis años
de trabajo en este oficio me llevan a pensar que la relación que
establecemos con las palabras, como nuestro objeto primordial de
trabajo, es la que determina el resultado. Y el peculiar vínculo
que establecemos con las palabras tiene que ver con el que
forjamos con respecto a la vida en general y con una parte
interna de nosotros mismos en tanto personas. Reverenciar, tomar
con respeto lo que está vivo, no manipularlo desconsideradamente
es la premisa y eso nace de una cosmovisión. A la clásica
disyuntiva que enfrenta la vida y el arte, creo haberle
encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos
paralelos. Puliéndonos interiormente como personas vamos
encontrando los recursos para pulir nuestros textos. En caso de
aprender a pulir los textos solamente, se puede alcanzar una
obra relativamente perfecta, pero fría, alejada de la intensidad
que, al menos, yo busco; aspiro a acercarme lo más posible a que
el texto sea una revelación de los sentidos de la existencia.
Obviamente se trata de ser fiel al trazado de ese camino; yo lo
hago y, como no podía ser de otra manera, de tanto en tanto me
equivoco, a veces me salgo de la línea, pero si se tiene claro
el itinerario, no hay error que sea demasiado irreparable. En el
arte lo mismo que en la vida la clave está en encontrar la
sintonización precisa, algo parecido a afinar una guitarra,
afinar las propias emociones, lograr que las palabras encarnen
esa misma resonancia.
*
Irma Verolín selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
DOMINGO
Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un
libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites,
idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este
asunto,
un movimiento de
naipes
como letras clavadas en la tabla de
madera,
otro rango en el parafraseo de los
golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus
fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas
azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.
(de “Los días”, en proceso de edición)
*
Un atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero
y pomposas letras doradas en filoso
altorrelieve
contorneando el planeta,
dentro del círculo del mundo
debajo del título puede leerse:
1950 - año del Libertador General San
Martín.
Papá abre el atlas:
sonidos de manoplas avanzando por una
playa mojada
en el ir y venir de las hojas
zarandeados perfiles de mares y
territorios,
el dedo de papá
decidido
robusto
indica un derrotero que se burla de las
dimensiones del mundo
y avanza.
Mi hermanito rubio y mi hermano mayor
se acercan
miran
se están asomando a un pozo ciego
y lo que hay para ver los cautiva
irremediablemente.
Los tres contemplan la mentira de las
proporciones
el mundo entero al alcance de la mano,
a papá sólo le interesa mostrarles la
cordillera de los Andes
su dedo
es el general San Martín atravesándola.
Los héroes hacen esa clase de cosas,
explica papá
los ojos de mis hermanos se deslumbran
un héroe desplegado sobre la mesa del
comedor
en nuestra propia casa
a media mañana
así como así
y nosotros en camiseta y sin escarapela.
(De “De madrugada”)
*
Un despliegue de cartas españolas
sobre la superficie tambaleante de la
colcha
que cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente movedizo dentro de su
enfermedad,
ese vasto sitio donde todo confluye:
nuestras conversaciones
el miedo
las manos de los médicos
las de mi madre que dicen ay.
Montones de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y quieren abrigarlo
mamá las ha echado alzando su brazo con
brusquedad
—revoltijo en el aire cara y ceca sin
pronunciación—
para dar un salto hacia el futuro,
ese otro lugar que no existirá para ella
aunque las cartas vaticinen fabulados
prodigios
lunas fosforescentes en la ventana
quieta
luces para repartir como caramelitos en
un cumpleaños.
Todos aquí
nos asomamos al futuro de mamá
estirando el cuello hacia la colcha
que ya no soporta el colorido de las
barajas
ni el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está hecho de nácar su cuerpo
deshecho su cuerpo
lábil entre las sábanas
que apenas recuerdan sus perfiles
las líneas
las rugosidades,
ese cuerpo que se adelgaza en una
precipitación
que no conoce límites.
Grande es el sitio que la espera apenas
su cuerpo logre olvidar
cada una de las cosas que hoy la
alimentan y cobijan,
nácar como piedra o interior de caracola
nácar los diminutos botones de su
camisón.
(De “De madrugada”)
*
SUS OJOS
No había nada detrás de sus ojos
sólo un mar sin movimiento,
un mar
de aguas oscuras
con peces nadando en cámara lenta
y sirenas desmenuzadas
en un fondo sin fondo
entre montañas hundidas
que alguna vez fueron
remotamente
animales que el tiempo extinguió.
Sus ojos
a pesar de todo
buscan
en mí
otro mar
parecido y distante
para acariciarlo con su mirada.
(de “Los
días”, en proceso de edición)
*
DESPEDIDA
pusiste mi mano sobre tu pecho
y cerraste los ojos:
mi mano quedó dentro de tu pecho.
Del otro lado de tus ojos
mi mano acarició tu memoria
parsimoniosamente,
mi mano se ahogó en tu lisa memoria,
después
alguien silbó en el pasillo.
La tarde pulió sus aristas,
despedirse es fácil
cuando el silencio envuelve a la vida
sin límites,
el silencio es un pequeño dios
que convierte nuestra despedida en sitio
de llegada.
Puedo mirar ahora
mi propia muerte en tus ojos,
la veo trepándose sobre el borde de mi
nombre
y nos cobija a los dos
(de “Invierno”, inédito)
*
POLLERAS
Con sus polleras largas iba mi bisabuela
a través
del campo,
un campo muy grande
tan grande como este país
que una mañana la atrajo igual que un
imán
desde el otro lado del océano
hasta estos espacios fronterizos,
un campo que se mira
y se huele
y se transita arrastrando esas polleras
que terminan con el ruedo embarrado.
Anchas las polleras,
inmenso el país
hecho y deshecho entre un rumor de
ranitas y bicheríos
escoltando esa caminata
que dura toda la vida
y que roza la mía hoy
a estas alturas de las penurias
del
nuevo milenio,
un siglo después casi exactamente.
Veo el cielo abierto dado vuelta y al
campo
por el que mi bisabuela va
como una taza que cayó de boca
y perdió el contenido,
el cielo de pronto
le robó el campo al país
sus moneditas tristes
sus pálidas pertenencias y ella,
mi bisabuela
lo camina sin escuchar
sin ver
sin que exista sobre esta tierra para
nadie
otro lugar, el cielo
se cayó de bruces
ya no acompaña al paisaje
ni a los pasos de mi bisabuela
que ha perdido su voz
su propia voz muy ajena
en ese trajinar de lavar ropa y pisos y
fregar
lo ensuciado por la vida una y otra vez
una y otra vez
y otra vez ella piensa en el ruedo
embarrado de su pollera
en las cacerolas sucias
en el fuentón donde se cansarán sus
brazos
mientras pasan las horas
de refilón
y rasguñan las paredes de una casa que
se viene abajo.
Mi bisabuela camina sobre mis propias
huellas
en este terraplén
rústico
desiluminado
en este escenario de mampostería, cielo
revuelto
donde se resbalan las pisadas
una mujer camina
y el campo
sin un cielo que lo cobije
lo desconoce todo:
el nombre de mi bisabuela
sus polleras con el ruedo embarrado
y
nuestra interminable caminata.
(Inédito
de un libro en preparación titulado “Árbol de mis ancestros”)
*
Irma Verolín con Susana Aguad, Enrique Solinas y Laura
Nicastro
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Irma Verolín y Rolando
Revagliatti, 2015.
*
www.about.me/rrevagliatti
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