Entro de noche a mi ciudad, yo bajo a mi
ciudad
donde me esperan o me duelen, donde tengo que huir
de
alguna abominable cita, de lo que ya no tiene nombre,
una
cita con dedos, con pedazos de carne en un armario,
con
una ducha que no encuentro, en mi ciudad hay duchas,
hay
un canal que corta por el medio mi ciudad
y
navío enormes sin mástiles pasan en un silencio intolerable
hacia un destino que conozco pero que olvido al regresar,
hacia un destino que niega mi ciudad
donde nadie se embarca, donde se está para quedarse
aunque los barcos pasen y desde el liso puente alguno esté mirando mi
ciudad.
Entro sin saber cómo en mi ciudad, a veces otras noches
salgo a calles o casas y sé que no es mi ciudad,
mi
ciudad la conozco por una expectativa agazapada,
algo que no es el miedo todavía pero tiene su forma y su perro y cuando
es mi ciudad
sé
que primero habrá el mercado con portales y con tiendas de frutas,
los
rieles relucientes de un tranvía que se pierde hacia un rumbo
donde fui joven pero no en mi ciudad, un barrio como el Once en Buenos
Aires, un olor a colegio,
paredones tranquilos y un blanco cenotafio, la calle Veinticuatro de
Noviembre
quizás, donde no hay cenotafios pero está en mi ciudad cuando es su
noche.
Entro por el mercado que condensa el relente de un presagio
indiferente todavía, amenaza benévola, allí me miran las fruteras
y
me emplazan, plantan en mí el deseo, llegar adonde es necesario y
podredumbre,
lo
podrido es la llave secreta en mi ciudad, una fecal industria de
jazmines de cera,
la
calle que serpea, que me lleva al encuentro con eso que no sé,
las
caras de las pescaderas, sus ojos que no miran y es el emplazamiento,
y
entonces el hotel, el de esta noche porque mañana o algún día será otro,
mi
ciudad es hoteles infinitos y siempre el mismo hotel,
verandas tropicales de cañas y persianas y vagos mosquiteros y un olor a
canela y azafrán,
habitaciones que se siguen con sus empapelados claros, sus sillones de
mimbre
y
los ventiladores en un cielo rosa, con puertas que no dan nada,
que
dan a otras habitaciones donde hay ventiladores y más puertas,
eslabones secretos de la cita, y hay que entrar y seguir por el hotel
desierto
y a
veces es un ascensor, en mi ciudad hay tantos ascensores, hay casi
siempre un ascensor
donde el miedo ya empieza a coagularse, pero otras veces estará vacío,
cuando es peor están vacíos y yo debo viajar interminablemente
hasta que cesa de subir y se desliza horizontal, en mi ciudad
los
ascensores como cajas de vidrio que avanzan en zig-zag
cruzan puentes cubiertos entre dos edificios y abajo se abre la ciudad y
crece el vértigo
porque entraré otra vez en el hotel o en las deshabitadas galerías de
algo
que
ya no es el hotel, la mansión infinita a la que llevan
todos los ascensores y las puertas, todas las galerías,
y
hay que salir del ascensor y buscar una ducha o un retrete
porque sí, sinrazones, porque la cita es una ducha o un retrete y no es
la cita,
buscar la dicha en calzoncillos, con un jabón y un peine
pero siempre sin toalla, hay que encontrar la toalla y el retrete,
mi
ciudad es retretes incontables, sucios, con portezuelas de mirillas
sin
cerrojos, apestando a amoníaco, y las duchas
están en una misma enorme cuadra con el piso mugriento
y
una circulación de gentes que no tienen figura pero que están ahí
en
las duchas, llenando los retretes donde también están as duchas,
donde debo bañarme pero no hay toallas y no hay
donde posar el peine y el jabón, donde dejar la ropa, porque a veces
estoy vestido en mi ciudad y después de la ducha iré a la cita,
andaré por la calle de las altas aceras, una calle que existe en mi
ciudad
y
que sale hacia el campo, me aleja del canal y los tranvías
y
por sus torpes aceras de ladrillos gastados y sus setos,
sus
encuentros hostiles, sus caballos fantasmas y su olor de desgracia.
Entonces andaré por mi ciudad y entraré en el hotel
y
del hotel saldré a la zona de los retretes rezumantes de orín y de
excremento,
o
contigo estaré, amor mío, porque contigo yo he bajado alguna vez a mi
ciudad
y
en un tranvía espeso de ajenos pasajeros sin figura he comprendido
que
la abominación se aproximaba, que iba a ocurrir el Perro, y he querido
tenerte contra mí, guardarte del espanto,
pero nos separan tantos cuerpos, y cuando te obligaban a bajar entre un
confuso movimiento
no
he podido seguirte, he luchado con la goma insidiosa de solapas y caras,
con
una guarda impasible y la velocidad y campanillas,
hasta arrancarme en una esquina y saltar y estar solo en una plaza del
crepúsculo
y
saber que gritabas y gritabas perdida en mi ciudad, tan cerca e
inhallable,
pero siempre perdida en mi ciudad, y eso era el Perro era la cita,
inapelablemente era la cita, separados por siempre en mi ciudad donde
no
habría hoteles para ti ni ascensores ni duchas, un horror de estar sola
mientras alguien
se
acercaría sin hablar para apoyarte un dedo pálido en la boca.
O
la variante, estar mirando mi ciudad desde la borda
del
navío sin mástiles que atraviesa el canal, un silencio de arañas
y
un suspendido deslizarse hacia ese rumbo que no alcanzaremos
porque en algún momento ya no hay barco, todo es andén y equivocados
trenes,
las
perdidas maletas, las innúmeras vías
y
los trenes inmóviles que bruscamente se desplazan y ya no es andén,
hay
que cruzar para encontrar el tren y las maletas se han perdido
y
nadie sabe nada, todo es olor a brea y a uniformes de guardas impasibles
hasta trepar a ese vagón que va a salir, y recorrer un tren que no
termina nunca
donde la gente apelmazada duerme en las habitaciones de fatigados
muebles,
con
cortinas oscuras y una respiración de polvo y de cerveza,
y
habrá que andar hasta el final del tren porque en alguna parte hay que
encontrarse,
sin
que se sepa quién, la cita era con alguien que no se sabe y se ha
perdido las maletas
y
tú, de tiempo en tiempo, estás también en la estación pero tu tren
es
otro tren, tu Perro es otro Perro, no nos encontraremos, amor mío,
te
perderé otra vez en el tranvía o en el tren, en calzoncillos correré
por
entre gentes apiñadas y durmiendo en los compartimientos donde una luz
violeta
ciega los polvorientos paños, las cortinas que ocultan mi ciudad.