JOSE ANTONIO CEDRON- DOSSIER POETICO
Pequeña cosa
Si no tuviera alas como tiene si no hablar y cantara si no fuera de fiesta de velorio si no amara tus piernas como ramas de un niño si no tuviera acaso componentes políticos estaría diciendo que el corazón es sólo el corazón no esta mancha que cambia pasos bodas y viajes no este pájaro huido que carga una maleta pesada como pueblo no esta sombra que emigra en mala hora qué va.
Paisaje
Se la vio desconfiada invadida ocupada. Se la vio con el pulmón izquierdo perforado Sin aire Se la vio sin laurel sin tetas ni balanza Sin peatones y voces y terrazas Sin aire Se la vio glacial Con el traje lustroso del código civil Y los labios resecos guardados en la boca Se la vio con las llaves de las catedrales invisibles Se la vio sordomuda del pájaro frecuente Entre la baba espesa Mirándose en la huella de un pesado zapato En la penumbra sólo se alzaba su silueta Alguna que otra bestia vigilando esa quietud Y ninguna otra cosa. Crónica entre líneas
Sabíamos que había entrado al bosque que su cabeza verde trataba de confundirse donde habita la vida con la naturaleza. Sabíamos también que llevaba un antorcha en la mano derecha. Y también que de día este fuego no viene a iluminar, sino a quemarlo todo y confundir el rastro. Fue entonces que los pájaros dijeron no es sitio de hacer nido de nacer de quedarse y cambiaron de vuelo entre las llamas. Este bárbaro alzado rodeado por su fuego ignora que al igual que las hojas quemadas ya no regresará de aquel fenómeno. Este bárbaro no sabe nada de botánica y tampoco ha leído una línea sobre el metabolismo de la naturaleza, la reproducción las cartas de amor, el filo de una estrella las leyes de la historia. Este bárbaro.
Carta a casa
Ayer pensé o soñé que estaba en casa Y te pensé o soñé como eras hace mucho bajo un cielo que era también como hace mucho esas cosas de hombre de niño que uno tiene. Te soñé como eras cuando yo no era éste y te pensé después, y anduviste girando en mi cabeza durante todo el día. Esta mesa es tan chica acá se desayunan con su ruido de jarros las mínimas tormentas acá llueve seguido y las noches se llenan de tazas negras. A veces alguien canta para desocuparse de las lágrimas y a veces hay un ruido de final que me roba las pocas herramientas que reuní de a poco esa pequeña historia asomada en desorden al reloj de la casa los gajos que juntabas por los alrededores donde ha subido el polvo. Injusto es este otoño oblibando a cubrirnos con las hojas que caen de esta miseria que se pone a crecer como el tiempo en las fotos amarillas como las uñas.
Las palabras
No abandonar lo estrecho de este pozo Le digo al animal que malvive pensando En la arena que escarbas desde el muro Todo es hondo, profundo Escribes en la palma de una mano Que se dio a la tarea de andar sobre los pasos cortos de tu aliento ellos hacen volar palabras en una hoja rayada buscan el aire donde llega la punta de los dedos el olor de la tierra mojado cuando el viento ese poco de suerte filtrado en este otoño para cumplir lo veinte al otro lado y no voy a cantar cuando al fin las porfiadas se abren paso entre la hierba espesa y vienen a dictar bajo esta lámpara. La cuestión
No hablo de aquellos golpes sobre el frente La cal tiza ese polvo en el revoque fino El ladrillo y el hueco sobre el rostro Sino detrás, debajo Hondas bases de adentro. A esta superricie traemos los límites De esa profundidad A estas mismas orillas indescifrables El difícil enigma que nos hace dudar (frente al espejo) que esta mano es una mano que ese ruido es la lluvia y el sospechoso sigue en el fondo.
VI a Daniel Lovecchio Rafael Vásquez Arnold Antonin
El río desafiante sube sucio cuesta tanto nombrar reconocer lugares desdibujados rostros después de habernos dado su costumbre. Si me cuesta el recuerdo de tu voz y tal vez te suceda bajo esta misma lluvia, este granizo. Cara es esta verdad. Danos buena memoria en este exilio, patria danos buena memoria del que vende negocios asociando tu nombre del que remata del ave de rapiña de los intelectuales que tomaron distancia del aceite que emanan los peces muertos en la orilla. Estos son días de aguas no potables de oxígeno manchado. Danos buena memoria en este exilio, patria para tener memoria de todo lo que hicimos y no hicimos posible de todo lo que haremos y no haremos posible. Danos buena memoria de los pasos adviértenos sobre todo armisticio. Danos buena memoria en este exilio, patria reflejos de felino para defendernos de la serpiente danos buena memoria a la conciencia danos buena memoria dependencia concreta, humana de ella y ninguna mejilla.
Poemas del libro Actas
* Me desperté después de las pastillas a las 4 y 50 cuando una voz en off anunciaba buen tiempo. Cielo limpio a un costado de tu rostro recuerdo unos islotes que olvidé para siempre algunas nubes bajas rozándome el zapato un hilo blanco al fondo; el horizonte, creo. Un ruido absurdo adentro de una taza y muchos caramelos que saben a otro idioma. La escalera y el mar, el cerro enorme la humedad y unos pocos borrachos en la calle un túnel y otro túnel y tu mano por único testigo de que llegué hasta aquí en esta madrugada sin diario ni más datos.
Caracas
* En esta casa alguien vivió antes. Dejó clavos de punta en las paredes la forma de sus manos en un viejo jabón olores a tabaco, el lavadero sucio. Huellas poco confiables. Vivió esperando un ruido que lo llame desde el amanecer? Lo imaginó esperando? Lloró también de frente, aquí, contra estas puertas? Qué lloró cómo qué hizo cuando el sol se le secó en el horizonte? Qué sintió de esta lluvia debajo del papel? Humedeció sus miedos el cielo de este techo? Dudó del calendario con las manos cerradas? Del amor? Compró pan en el barrio y fue observado? Vio sonrisas por él y no hacia él? Nombró con el silencio? De qué cielo llegaba? Escribió cartas? En qué idioma dijo, señor no puedo más? Era extranjero acaso?
* Las tinieblas terminan en tinieblas que no terminan. Jorge Guillén (Ley de sucesión)
Las piedras de las torres taparon los volcanes con el insospechado silencio de sus cuerpos los muros no murmuran el asombro al creyente (que después descubrimos entre los saqueadores) este largo silencio que obedece a las ruinas no mira, no cuestiona duerme sobre el hastío de antiguas desconfianzas se deja acariciar como los mármoles.
México, DF. 1984
* Aries en vacaciones
En estas tres semanas apilé mis papeles les di música, tiempo, versión libre a sus faenas. Me senté en el portal con mi café y los libros. Compré unos caramelos para alguien. Por las noches di vueltas alrededor del cuerpo (solamente un insomnio en tres semanas) me levanté y leí, llené mi cenicero, mis vasos, mi casa de palabras. Nadie fue altisonante, repetido, ridículo. Sólo Stevenson dijo algo que no recuerdo o su mal traductor le hizo decir lo demás quedó aquí. Después llegaron voces, intrusos en la luz. Por el mismo cristal donde pasó el amor un día por mi frente, ahora el tiempo. Tomé mi carretera de sal y te pensé. Los pescadores no hablan en el amanecer deciden con su tacto como en el mundo ancho profundo de los ciegos sólo deslumbran con sus cuerpos plateados. Los vi desde la arena con las primeras sombras del sol sobre los muelles. Comí frutas rosadas, amarillas. Vi a la gente besarse, tomarse la cintura, embriagarse ingenuamente. Sin ruido, sin bochorno, cumplí años conmigo. Los mordí sobre el borde de una mesa y recordé mi nombre como el único azar que reconozco. No bebí a esa salud. Un papalote alzaba su paz sobre el absurdo. Caminé unas cinco horas a pie, solo y no lo suficientemente solo, por valles desiertos y no lo suficientemente desiertos. La arena estaba sucia. Leí, seguí leyendo. Abandoné dos libros aburridos en bares y en hoteles, sin reproches. Con otra compañía no hubiera sido fácil. Tampoco contemplar un arco iris que obviamente no voy a describir. Mañana volveré, conversaré con alguien cosas sin importancia. De qué valdría hablar de un tren carguero blanco, en Matamoros, sin nada en la emoción del que pueda creerme. Hace bien y hace un ancla el estar solo.
F.Kafka (Cartas a Felice)
A Eduardo Dalter
Un elefante espera la muerte en su manada. Camina por la tierra. A veces lo acorralan. La piel de un elefante tiene el mismo espesor que el metal de una bala calibre 35. Para dar muerte rápida a la bestia si el matador apunta debe hacerlo con rifles de potencia y mejor precisión. Algunos animales han sido desplazados de los ríos, sin consulta y son muertos por hambre y sed atacados también cuando dormían y hay quienes fueron desaparecidos por las grietas profundas de la tierra en que vivían. Para cazar un rinoceronte hacen falta en tiempos de paz unos diez hombres bien dispuestos conocimiento del terreno infraestructura logística y como en el caso del resto de la especie buenos tiradores. Un rinoceronte puede resistir tanto plomo como un toro, si no se le acierta en las partes vitales. Un toro es capaz de no morir de espada sino de cansancio. Un desterrado espera morir en su manada. Camina por la tierra. La piel de un desterrado tiene el mismo espesor que la piel de sus perseguidores. Sólo una diferencia lo separa de aquellos animales no se puede acabar con esa especie engendra al que lo acosa despierta tanto ruido.
Mis muertos no son dioses cambian con el peso de los años me levantan de noche a caminar con ellos me hablan del futuro, entre cenizas piden un vaso de agua a mitad del camino alzan la voz las manos la mirada furiosamente discuten con la vida no son dioses. Mis muertos se llevaron la cordura apretada en el pecho y la respiración empedernida su rostro lentamente de la mesa una impotencia extraña entre los dedos. Mis muertos no son dioses no cargan con mi vida ahora ni nunca pero viajan en todo mi equipaje son una certidumbre, no una carga. Mis muertos no son dioses.
a Mauricio Ciechanower
Nueve años después sobre iguales cabezas la luz cambió de pasos ampliando el mismo círculo. De su centro partieron ojos que vieron juegos, calles, octubres, humo, referencias. El forastero duerme sitiado por escombros sabe que hubo pasado trabaja, besa, duda del país que lastima como el filo de un sueño entre los dientes.
Cómo haría aquel hombre sin idioma ni monedas de cambio/ ni mar/ ni luz de aldea ni el oro de los pobres soñado en la taberna ni una mancha salada de lluvia en el sombrero ni el tabaco mascado en el umbral ni el aliento del frío/ ni el trébol del abuelo enterrado en el fondo del bolsillo.
Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba, en Puebla
Usted salta, señora, y yo pongo la primera palabra en este verso. Pero usted ya saltaba cuando yo era aprendiz de un país de maravillas. Una vez y otra vez y otra vez más usted salta, señora pero yo no la veo, ¿o es que usted no aparece? Poca virtud en el aire de mis ojos, señora. Y aquella mano sola en la platea, cómplice, levantada. Nada más que esa mano en estos ojos. Ahora cuesta mucho recobrar la emoción variando la costumbre, porque soy de un país de maravillas. Se lo dije, señora. De una generación que sólo usó las flores para decir adiós. Y me voy del teatro con una nube verde dormida entre los brazos y usted sigue saltando, sin atender la lluvia. Recuerde que llovía. No quiero oír a nadie comentar la función no quiero distraerme de que usted es de este mundo, y yo estoy en la tierra, y usted salta, señora aunque hoy no baile usted sigue saltando, salta, salta. Usted me debe un poema, créamelo.
Deshoras
Haces mal en llegar improvisadamente. Tus ojos son inquietos, dibujan geografías y hace un tiempo difícil, y abunda la maleza. Juguemos a las cartas, no hay nada que apostar. Los monumentos lloran de vergüenza se quieren despedir firmarían sin más trámite su olvido. Podríamos armar un mundo de papel tamaño oficio donde entraran tus peces de colores y mi resignación, pero no tengo planes. Mi pecado es sincero no deberías confiar en un oso polar lo dije en otro libro tienen cuentas pendientes todo el tiempo duermen del lado opuesto al corazón para que el aire silbe y sobre el frágil hilo de la noche pronuncian algún nombre de canción o país. Esta casa es pequeña, la gente se incomoda las palabras me roban muchas horas y me extravío en ellas como un borracho ciego arrojado en un bosque. Si vivieras aquí no tendrías teléfono, sol, canario flauta. Los golpes de reloj sobre la pobre suerte dan pavor. Tus ojos son inquietos, seamos francos la realidad ha crecido de peso como un muerto si me pasara algo ni testamento dejo libros, perro, macetas no interesan a nadie. Podría cerrar tus planes con un beso de miedo y oscurecer también. Podrían suceder muchas más cosas qué pasaría después. Es un tiempo difícil, te lo digo se iría el presupuesto en aspirinas.
No hay nada que contarte que no sea la lluvia golpeteando sus dedos en mis doce cristales. Abril es un mes largo, querida, no sé nada. Desde el infierno escriben estos poemas dicen que volveré, construiremos la casa aunque lejos del mar, ellos confían presionan el cerebro las arterias los músculos se obstinan, pero después lo niegan. Nunca se acaba con ellos el margen de sorpresas usos palabras tuyas, los conoces maldicen, se maldicen, incomprensiblemente contra los muchos cargos. El peso de la historia les hace arder los ojos tener apocalípticas visiones. Pretextan se arrepienten se contradicen tanto. Impresiona lo raro de sus cuerpos, como de tuba. El brillo de su voz, extraña y grave. Sus pecados me agobian, indefendibles son. Difícil predecir qué pasará con ellos. En estas condiciones no creas una línea más que gitanos mienten.
Ley de residencia
Ojerosos y turbios como ladrones frescos, luminosos de perdición, los ellos viven, extrañan, piensan en llegar. El tiempo, a veces, pasa cuando cierran la luz, como otro día, un libro que se reescribe solo por las noches.
Y la busqué en derrumbes, por lugares ociosos en zonas de calor, en otros rostros. Los meridianos registraron su paso por labios desolados. Los últimos informes precisaron su estancia en la costa oriental. Frente al golfo de Ninja los navegantes hablan de sus cabellos negros cuando el rumbo dudoso de los vientos se dirige hacia el sur. Pocos libros me dan noticias suyas cuando amanece vuelvo sobre ellos verifico las rutas y corrijo la brújula de punto. Las nubes se contraen hay que seguir las olas me dijo Byrnes –un geógrafo noruego– pero hacía tres días que estaba en la taberna. Con mis lentes oscuros presioné a unos espías de la segunda guerra en una calle céntrica de Dallas que me vieron confusos, desconfiaron, esgrimieron familia estar fuera de forma la pensión. Di el alerta en lugares extraños a mis mapas: el país de Talía, el macizo del Harz. A veces me emociono al leer su nombre en la madera vieja de los muelles (cuando hay sol el tallado se refleja en las playas). Para su aparición organicé los peces más plateados, aguas marinas, panes, calabazas. Por si fuera de noche en mis terrenos: antorchas suficientes. Le daré una gran fiesta. Para mayor sorpresa verá su corazón que aún flota en este cuerpo.
Los amantes del pueblo
Se dice que llegaron hasta aquí en un tren nocturno, con las lluvias de agosto que cubren las sequías. Su amor dio que fumar que beber que decir. Fue la cosa más grande después de la mujer araña en los años cincuenta. Eran irreverentes aquellos alaridos incesantes se oían a la sombra del sol y las vecinas como una cosa oscura que espiar, murmurar y hubo anuncios de prensa y apagones en las horas jadeantes. Los jóvenes del pueblo imaginaban manos acariciando labios, senos, caderas, brazos como la furia de los dioses esbeltos. Interminables fueron esos días que hasta la misma furia acabó maldiciendo los brazos del ejemplo, las bocas, las caricias pero ellos continuaron amándose en sus potros atáronse uno al otro los cuerpos y los sueños y las hierbas volvieron otra vez doradas las sequías. Partieron como nubes llamadas por montañas. Pájaros de cristal volteaban para verlos.
Teníamos la tierra, la raíz de las plantas, los metales, la piedra. Yo te amaba. Teníamos ciudades, gobiernos, sacrificios, líderes, predicciones, guerreros, bandoleros. Teníamos rebeldes teníamos las clases, la explotación, la lucha de las clases, la barbarie, las leyes. Pero yo igual te amaba. Sabíamos rezar, combatir, cosechar. Sabíamos cazar, torturar y matar. Sabíamos reír, llorar, besarnos. Teníamos dioses, semidioses, reyes, armas, madera. Teníamos pirámides y chozas y enemigos, hambrunas, desnudeces. Pagábamos tributo. Teníamos idiomas, dialectos, oraciones, maíz, pueblos vecinos, rutas. Sabías que te amaba. Teníamos envidias, celos, muertes absurdas, casamientos, suicidios, crueldades, sacerdotes. Teníamos canoas, sectas, enfermedades, pestes. Teníamos artistas, cementerios, hijos, mejillas, putas, ceremonias. Teníamos calendarios, promesas, medicinas. Teníamos hermosos nombres, ternuras, incendios. Solíamos tener sueños para volar, plumas para volar. Sabíamos danzar, embriagarnos, tallar, darnos la mano. Conocimos el paso de los tiempos y de los vientos. Teníamos pasado, presente y porvenir. Adoramos al sol, entre otras cosas, al escribir lo hicimos del lado del poniente le dimos a la piedra nuestras vidas no teníamos ruinas sabíamos quiénes éramos. Después del desembarco de esos hombres que fueron descubiertos llegaron otros, y otros, y otros. Aquí tuvimos barro, fuego, pájaros, peces. De esto hace mucho tiempo. Nada ha podido hacer que no te amara.
Entre los jeroglíficos hallados en tu almohada enfrentarás la mueca de los días. La distancia idealiza. El sueño solamente demora esa costumbre. Las miradas de entonces no quieren saber nada. La mano que aún extrañas acostumbró su piel al paso de tu ausencia.
Dejemos los anillos en su sitio la gotera del baño, el esforzado sueño. Escondamos la escoba, por favor los trapos de cocina. La borrachera diurna del vecino la borro. Tapo los viejos diarios con nuestro desarreglo el tiempo del reloj y de los trenes. Cerremos las cortinas, las ventanas permitamos que llegue la penumbra que nada entorpezca el volumen de los cuerpos las líneas de la boca. Ahora la puerta. Por último el buen ojo abrazado a tus vientos y empezar a volar, aunque sea un momento: no estamos para nadie
No hubo lucha de clases cuando dimos batalla sólo daños menores en la mampostería cuyos antecedentes no pueden atribuirnos fallas de construcción en el armado del cielo incontrolables nubes y neblina constante durante el acarreo de la luz. Rasguños en la piel también menores cansancio en la energía de los astros que dieron de morder. Sí algo de lava y polvo que escaparon por las escaleras de emergencia que no sería honesto negar aquí. Caricias que acabaron despertando combate. El roce de la carne con los filos del tiempo. Me deslicé en tu cuerpo como por esos pueblos que después de sus calles el desierto. No te besé la espalda ni las piernas para que la tormenta no entrara en tu equipaje. Ahora, con más calma, mirando por los ojos de huellas y testigos ¿qué margen le darías a este temblor en la escala de Richter?
Antes de nuestro amor, que llevaba sus años, el mundo conocido era pequeño. Tolomeo trazó las coordenadas, pero no aparecemos en sus mapas. Copérnico no supo de nosotros, Galileo tampoco. La Edad Media, después, oscuramente, nos dejó a la intemperie. Ni la electricidad, la radio, dieron noticia alguna de este descubrimiento. Navegamos bastante desde entonces nos amamos en nombre de todos estos siglos pero eso los arquéologos ignoran si antiguas redondeces, las antediluvianas, eran nuestras. Y no quedó piedra sobre piedra no quedó ni el recuerdo salvado de esas ruinas. Fueron tiempos difíciles aquellos. Es la resurrección esto que escribo.
Ahora o nunca
Antes que sea tarde y en las torres se instalen los francotiradores antes que pase el tiempo sobre la única piel y que los estrategas de la razón nos juzguen los troyanos nos culpen los tirios nos condenen la historia nos devore antes que la cordura terrible nos dé alcance.
Porque llegás de proa, banderas desplegadas sogas de grueso nudo, como los marineros historias en bodega palabras que desnudan hasta apagar la luz. Los marineros llegan con sus redes tendidas hilos perdidos llevan en sus cabellos rojos pipas para que el humo los distraiga del mar. Amarran la cintura de su amante en los puertos. Yo no tengo palabras importantes en mis velas mayores, ni un barco de pirata dentro de una botella, ni un beso de perfil con el ojo tapado. En este desembarco hasta tus costas el día dio la vuelta alrededor del mundo en tu cuerpo navegan semihundidos mis besos acaso me soñaste en la cubierta pero esto es otra cosa yo nunca subí a un barco no podría siquiera dedicarte un tatuaje.
Desconfía del que ama: tiene hambre, no quiere más que devorar. Busca la compañía de los hartos. Ésos son los que dan. Rosario Castellanos
Amaré a esa mujer por la impureza que descubren sus pájaros salvajes por los desordenados colores que ella trae a este mundo, blanco y negro. Su poesía corrige mis lugares comunes me pone en evidencia a cada línea apenas la conozco después de tantos siglos de lavarnos la frente y de juntar las manos: aquel rigor de látigo obediente que penetró la sangre y dio nombre al pecado y a la culpa. Los custodios que nombro son piedras de los templos, la quiebra de los justos. Ella enseña otra historia, intraducible aún, a esa mitad que un día creyó saberla entera. Y no hay resurrección ni costumbre que pueda una vez que vio el fondo de las sombras opuestas. La salvación no quiero, ese chantaje, quiero sólo la vida de esa mujer que parte las mitades que faltan del silencio. La amaré con justeza de asombro milenario de misterio reciente, poco a poco, su libertad y la mía descubiertas para que sea ella, y yo sea yo.
* Asaltaré las casas para borrar las huellas de tus besos mis besos. Hurgaré en sus creencias, robaré. Habrán perdido todo, notarán el vacío de sus vidas. Por esa perdición seré buscado, perseguido, lo sé. Mi pecado será la culpa de los hombres. Nunca darán conmigo, acaso con mi sombra. Seré un ladrón perfecto, inalcanzable. Un rumor, como dios.
Los amantes dejaron la forma de sus cuerpos en los bancos de arena, sus ojos de fiereza en el último instante rodeados por las aguas desnudos atravesaron lo tibio y lo salobre encontraron islotes y frutas submarinas que comieron a la hora del auxilio en el último instante sabrán que aquel naufragio fue sus propios cuerpos comiéndose uno al otro. Si lograran volver de aquella pesadilla las heridas del mundo entrarían en su espejo.
La poesía es la poesía, más el hombre, más el mundo, más el poeta. Raúl González Tuñón
Te siento cuando llegás sospechosamente cuando te inclinás sobre el fuego que prendemos juntos cuando cáes, caemos como amantes secretos y me hacés confesar y confesás. Te acaricio de nuevo y te beso en la boca y nos arden los ojos por el humo me apretás las muñecas me agarrás por el cuello te escribo y me escribís y a veces, cuántas veces me dejás solo y pienso cuándo vas a cantar nuevos días que sean el de hoy cuándo me harás cantar otros recuerdos nuevos otra vida con ésta.
Y si fueras irreal ¿cuál sería la realidad (y lo que me poesía)?
No amo mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente... José Emilio Pacheco (Alta traición)
Bajo tiempos difíciles y noches cerradas te he soñado. Fui un impostor de luz para esa claridad que no toleras. Tu anuncio es invisible como el amor que llevas y que traes de mi piel. Y no te reconozco más que en viejas traiciones. Lo digo sin pedirte perdón, sin pedir nada. Y sin embargo duele. No podría desear la salvación sin vida. Ese poder. Y también, sin embargo, no oculto lo invisible del cómplice que traigo. Fantasmas que nos diste para estrechar tu vieja geografía de mártires y sombras. El gesto recorrido con la misma mirada acorralada vacila hoy como un ciego, en el cordón de un país desconocido.
Ahora vendrá la luna, con su lengua de luz en las cortinas (la buenaluna a veces esperaba con la mesa tendida y el café a medio hacer) vendrá como siempre y sólo entenderás que jugaba al vacío girando en la cuchara para endulzar sin nombre ni apellido la noche. Ella vendrá sin más, a la hora acostumbrada para anunciar de nuevo que mañana amanece un cielo limpio bajo el que poco o nada te queda por decir.
Y le pido de nuevo que no me deje solo que todavía siento miedo a la oscuridad a las voces que indagan el pasado que no me deje solo que otros duendes resuelven lo que cuesta subir desarmado, las alas, / que anuncia el gallo nuevo que no me deje solo con el eco, que me acompañe siempre, que respire y respire nubes bajas se internan al agua donde bebo que no me deje solo repitiendo esa luz que despierta viviendo a contracielo atrás de los retratos donde una vez soñé con otro rostro que no me deje solo en esta huella que siga respirando por los remos que siga respirando, que respire que no diga hasta aquí.
Poemas del libro : Vidario
Cuando el cuerpo no podía quedaba horizontal y la carga ignorada. Aún pasado el invierno no había cómo quitar las manchas de alcanfor que marcaron el pecho buscaban adelante, hacia atrás, en los lados y el cuerpo estaba adentro. Fue cuando me trataron de la respiración y era cosa del aire.
En la puerta cancel del antiguo vestíbulo brilla un vitral que sirve para tapar el gris con sus colores, hoy ya desatendidos, y sus vidrios rajados por donde pasa el viento trepidando como un viejo y ruinoso caballo de lechero. Este es el escenario de una ciudad con muros carcomidos, reflotada del agua y puesta a navegar otra vez con nosotros entre descalzas voces que recuestan sus hijos o baldean las piezas a lo largo del patio mientras mamá desviste la muñeca que sienta al centro de la cama varios días después del primer fin del mundo.
Abuelos I
Es plateada y violenta, suele apagar las luces detrás de los que salen de las piezas. La silla que se inclina y la dama de noche conversan de presagios una voz de comadre sentenciosa sabe darle esa aureola de autoridad doméstica llegar al corazón de las carnes más tiernas recoger los oficios para hacerlos cantar y rezar y besar, tiesos libros de nácar medallas que pendieron de los pechos visibles de sus antepasados o pequeños recuerdos que alguien llevará atados en la piel que recubre la emboscada.
Abuelos II
No parece que haya vivido en la oscuridad. Tal vez vivió en las sombras. Las sombras guardan más temor que la oscuridad. Misterian.
Abuelos IV
A veces la pensaba como recostada en un nido salvaje, llevándonos a todos en tiempos en que el agua era limpia y corría por las alcantarillas hasta llegar al río. Fue la última vez que entró a la casa que le vi las arrugas en reposo tan cerca como nunca estiradas y quietas para siempre. Pero ella siguió siendo un deseo inconcluso y sus peinetas blancas un camino lejano a todas las caricias que empezaron al borde la frente hasta que a su cabello le cortaron las manos.
Abuelos V
Envolvieron su cuerpo en la mantilla blanca manchada con el vino de la frente. Pronto será de noche sobre esa cruz de viento. Nadie sabrá qué hacer con tanto polvo.
Amantes I
La sombra de las torres suele verlos correr en otra piel, ensuciarse la boca con el viento esa mancha que busca empeñada en el aire de una mujer y un hombre volteados al pasado abraza soledades de cuando ellos soñaban el año de Dragón en su equinoccio. Inesperados, previsibles se obligan uno al otro recuerdos de ceguera que la memoria olvida, pero intuye que tuvo. El país que fueron duda de sus vidas. Y nunca sabrán cómo siempre acaban perdidos abajo de esas piedras de la noche.
Amantes II
Anochecen y tiemblan, balbucean, se entumen y allí son Dios, porque han dado su cuerpo. Amanecen desnudos, clavan otros maderos.
Amantes IV
Al cerrar el botón del monedero esa mujer hablando de los otros tropieza con los nombres que apretaron el brillo de su vestido rojo. La interrumpen reproches en voz baja golpes de la otra vida papas apio cebollas que guarda el mosquitero una mano que cuenta las pastillas disueltas en el sueño entre muecas mordidas por extraños y el crujir de un elástico que cede después de haber tendido la cobija en la pieza para cubrir al náufrago y la luna.
Carmencita
En el gancho escondido que pende de la noche deja secar los trapos. Gotas de sangre dulce le roban las muñecas. Ella pone su mano de disculpa, obediente a la regla que baja como una guillotina y el poco de dolor le cuenta un cuento que nadie le ha contado en esta vida.
La adivina del barrio
La que leyó la vida de vecinos y amigos la que predijo novios con fortuna cartas de amor y bodas en futuro esa adivina nunca tuvo tiempo para alejar los dedos de la mesa y viajó por las líneas de las manos ajenas. La que llenó la vida de los otros entre cuatro deseos de baraja hizo soñar muchachas en mi barrio que tejieron ajuares sobre el cuarto menguante de sus lunas. Con secretos guardados en cojines rotos la que escondió su piel del sol y de los ojos entre tazas de té fotos y flores confió su amor de siempre a aquellos astros y eran sólo figuras con espadas y bastos. La que nunca salió de su vestido un día vio el deseo volarse del espejo. La que le puso alas al murmullo que se sacó las medias siempre sola un día como ayer se perdió entre los colores de un mazo de barajas.
Memorias de inmigrantes
Esa mujer tenía ojos azules cuando entró lastimando con su carga el revoque. Valijas de cartón, jaulas de alambre. Si no fuera que un día le dejara pintarse los labios a sus hijas, sería un pestañeo la melodía fácil que le cambió el acento, aquel olor a sal que se fue con las lluvias y la costumbre húmeda del tiempo. Los gallos no dijeron hasta cuándo. Los años que pasaron descubrieron las marcas ovaladas de retratos vacíos la cruz de albahaca atrás de los postigos y los ojos azules que esa mujer perdió de mirar este cielo. El mar quedaba lejos. Su pañuelo ocultaba el oleaje vencido de un pueblo en sus cabellos.
El otro III
Doblado entre sus ramas los miedos se deshojan unos a otros. El oscuro silencio le humedece los huesos. Y pedirá perdón, si regresan de nuevo a revisar la cama con un golpe mojado por la noche. El sueño sueña un bosque para evadir la culpa. Perdón, pide perdón. Quién pedirá perdón por ese niño muerto, ahogado de orinarse entre mis piernas.
Retrato de familia
Domingo y Juana al frente del “vapor” Asimina. Faustino y su tabaco y el mismo delantal de su trabajo. Doña María y Carmen con sus cabellos jóvenes (que cuesta recordar) tomadas de la mano. Mi abuelo en sus botines y todo el desarreglo de aquel saco de lana con el que lo encontraron (suerte que se bañó, dijeron en la casa el día de su muerte en el mercado). Yo con el sobretodo de mi primo mayor (que duró casi toda la primaria) y las manos de Nina arriba de mis hombros. Anónimos parientes en el margen izquierdo con gorras y bufandas, marineros y amigos del fotógrafo. Dársena 4, atrás, en letra de mi padre que nunca pudo con él para estas cosas, ni tuvo tiempo nunca y apenas me abrazó la última vez. Fueron sueños pequeños: “Buena salud y trabajo” como una casa vista desde el aire y era toda la vida.
La mujer de los pájaros
Ella le daba alpiste a su pasión más fiel le daba agua en el pico le daba de su almohada los algodones blancos mientras los “pobrecitos” esperaban silbando que vuelva hablando sola. Poco a poco no pudo sostenerlos y ellos se debatían de pico en los alambres entonces dio sus manos por la fruta golpeada los grises de su frente hurgando en las verduras y ellos se debatían de pico en los alambres se negaban criar y cantar y bailar alegrarle la vida las visitas. Ella daba los ojos de cuando fue mirada sus palabras de leche azucarada ella lo daba todo y se negaban. El domingo dejó salir a uno que ganó la ventana y se voló hasta nunca después abrió las jaulas con gran desesperanza se inclinó lentamente y sentada más cerca de la mesita chica apoyó la cabeza en el respaldo. Fue la primera vez que su abanico en el ruido del aire siguió y siguió dictando cuando ya hubo cerrado fuertemente los puños.
Abuelos VII
No quiero que lo traigan –nunca quise. Era lindo escucharlo conversar y reírse con el vino, pero ahora no, no quiero que lo traigan que paren el reloj, que amarren en los techos a los perros amantes que dormían a sus pies. Déjenlo como él quiso contar que era cuando estuvo en sus anchos botines marineros y sólo su cigarro le alejaba el cansancio con el humo. Pero ahora no, no quiero oír que viene que lo traen que ya está aquí, neblinas más arriba al final de una historia que no fue completada mientras el sol anuda entre raíces que abrazarán su cuerpo, sol que pondrá noviembre a media asta su nombre en el murmullo de las habitaciones. Déjenlo que se duerma con la frente tranquila de parientes, que se vaya a besar con sus piernas huesudas a otra parte. Nunca quise que vuelva que lo traigan lo vistan le apaguen su cigarro, le salpiquen el cuerpo con agua bendecida, que le echen cal inútil en su espalda. Nunca quise mezclarlo con gladiolos morados con los muebles queriendo retornar a sus antiguas marcas sobre el piso. No quiero que lo traigan. Déjenlo que la tierra lo espere hasta las lluvias la vida de la tierra para avanzar.
Mujer con murmullo
Ese buen amor de manos transparentes y ese gusto tan especial que tenía ese buen amor por robar vino blanco en los supermercados si una planta escapada de la reja o un trofeo de losas cascadas atrás del vidrio deshacía los nudos de corbatas con labios apoyados alrededor del cuello y la audición vibrosa de Nat Cole en castellano perpetuaba los besos en la piel. Buen amor tumultuoso por épocas suicida desordenado y tibio. Buen amor como viene debajo de julio y el agua con el vestido pegado al cuerpo prolongando las venas del otoño en el rostro los hábitos, las flores, el tiempo en los jarrones. Buen amor cuando llega con su voz para el perro (y la cartera a cuadros detenida un instante para alzar los zapatos) pone berro en el agua enciende fuego y de costumbre entra en las cajas de las guitarras como en los muelles para los marineros que nunca más volvieron por sus medias de nailon.
En una vieja foto está escrita una fecha y por detrás los nombres de nosotros (sobrenombres y apodos en paréntesis). Los que pudimos ser de haber nacido antes o después de esta historia si los hijos que fuimos jugaran de este lado no en aquella niñez que siempre entorpecía la música de fondo.
Quién sabe cuál sería la solución buscada o si fue algún atajo una salida huyendo de los perros del tiempo que no entienden dialectos ni gestos de esos hombres que un buen día llegaron en un barco o encallaron de tercos perdieron el sombrero en esta costa blanda cielo limpio agua dulce tierra para sembrar la semilla no dio como esperaban el arado y la furia no estaban en sus cartas de navegación sólo encontraron paz cabeceando entre sueños al filo de la mesa no se reconocieron en la virgen criaron el ganado atrás del muro bautizaron por miedo desearon y desearon no preguntaron nada o casi nada. Apenas si alcanzamos a saber quiénes somos.
Eres el inquilino del que fuiste la presencia indudable de la ausencia. Han cambiado la mesa de lugar las llaves de la casa, platos, algunos vasos (cosas pequeñas que advierte la memoria). Encuentras las costumbres el vaivén de una lámpara en el mismo rincón y también las cortinas que sobrevivirán a los que conservaron todo. Y misteriosamente buscas en los cajones o sobre los fragmentos, alguna identidad posible.
Después de mucho tiempo nos cuesta acostumbrarnos. Ese extraño nosotros dejó huellas, y vuelve. Al cuarto día, al quinto ya se hacen familiares el acento que traes, la camisa, zapatos, tu encendedor, la pluma. Pero un poco incomodas. Y de alguna manera, absurda, eres el muerto regresando despacio sobre el húmedo polvo que dejó tu vacío: el lomo de algún libro, los bordes de los cuadros, la dudosa manija del ventanal que, entonces, abría hacia otros vientos.
Cuerpo
Te hicieron enemigo del que llevas. Dos siglos de enseñanzas contra tu voluntad la mía. Dos mil años. Ese extraño, mi cuerpo, era la sombra intrusa que castigan los dioses del cielo y de la tierra. El otro, oculto. Nos ha llevado tiempo conocernos separar del silencio la voluntad que niega para darnos palabras de un idioma en constante peligro de extinción. En esta independencia inseparable seamos vos y yo. El día que oscurezca no haremos despedida me dices, compañero nos rendiremos juntos.
Sueños
El gran sol se escondía temprano y anduve con la luz del tacto. Apuntalé paredes con maderos hallados por derrumbes ajenos. Nunca enterramos vírgenes los túneles que abrimos a la tierra pero hace tanto ya, que nadie lo creería. Iba atado a tus ojos como a un grito y Bob Marley cantaba, el extranjero, fui negro de los blancos. No lo olvido. Y siempre el límite, uno. Te amé con la amenaza de un minero atrapado que ha perdido su lámpara en tus huecos tal vez con la primera mirada del incienso cuando los españoles. Sin embargo en tus ojos extrañé las visitas que traían las fiebres de la infancia. Recordé que el futuro era un niño debajo de la mesa, empujado por el viento de las correas. Su nombre era una escena en algún paredón junto a aquellos que sacrifican el silencio de los prisioneros, y lo hacen doler. Sobre antiguos poderes del pasado invencible encontramos mensajes de amor empitonado hundidos en el vientre de un cuchillo. Nunca supe qué hacían tus caballos troyando adentro de mi cuerpo.
También hay una euforia un hábito de río en sudestada que acomete y anuda. Y después esta sombra de uno mismo como un gris aturdido de memorias.
Tiempo pronosticado: Nubosidad variable, frío, inestable por la tarde. Vientos leves del sur. Mínima 5° Buenos Aires, septiembre 19, sábado
Sin embargo ella es única capaz de arrear caballos de detener el tiempo, el invencible. Cuando tantas palabras y dinero de ahorro se agotaron, su verdad era imposible de meditar al margen de la carne. Su luz nos convocaba como un reino desnudo de sus labios partían insurrecciones varias. De haberla conocido antes de las sagradas escrituras (sin preceptos ni guías) sería su fenicio recorriéndole el cuerpo bebiendo de sus aguas. De haber leído entonces las líneas de la mano no escribiría su olvido, los temblores antiguos que arrojaba en mis días. Esta ciudad me sabe como si fuera suyo desde siempre (pestañeaba en sus vinos hasta el amanecer) y los saxos de un día, que pudo ser de noche y de guitarras, nos golpeaban las puertas del crescendo. Tal vez en otros tiempos esos jabones duros de los hoteles baratos (hostiles como piedra para sacarle espuma) cantarían en su espalda llevados por mis manos. Su amor impredecible juglaba entre nosotros. Como a tantos amantes, me dejará partir. Mucho antes que la muerte nos humille la piel me besará la frente con sus labios quemados por el frío (miradas de entreguerras perdonando a los dos). Ella seguirá hermosa eternamente como Zsa Zsa Gabor, después de Hungría.
De mirarla y mirarla hasta encontrar sus ojos pasaron cientos de años. La ciudad llegó al campo las comunicaciones la rueda barcos hombres. De sus ojos que llevo es la nostalgia antigua reclinada en los parques donde igual de imposible aparece el otoño. Así escribió en mi vida los últimos capítulos de las obras completas del ángel de la muerte.
Abro la puerta cierro las cortinas enciendo aire de mar invento un ruido. La noche es un anzuelo fatigado de bajar por comida.
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JOSE ANTONIO CEDRON-BUENOS AIRES -ARGENTINA- · Publicó los poemarios Viaje hacia todos (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1971) La tierra sin segundos (Libros para el Tercer Mundo, Buenos Aires, 1974) De este lado y del otro (Ed. Penélope, México 1981. Universidad Autónoma de Puebla, México 1983. Coedición Univ. Londres-Keal, México 2001) Actas (Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1986) Cuaderno de tránsito (La Tinta de Alcatraz, UAEM, Toluca, México, 1994)
El reportaje novelado: El Negocio de la Fe –Seguimiento de una secta metafísica venezolana; cómo hace pie en México el Grupo La Edad Dorada– (Editorial GAMA, México, 1995) · Obtuvo el II Premio Concurso Cincuentenario del Periódico Alberdi, Buenos Aires, Argentina, 1973 · Primera Mención Honorífica Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, Nicaragua, 1981 · Mención Premio Carlos Pellicer para Obra Publicada en México, 1982 · Premio Nacional de Poesía de México Sinaloa 1985. · Integró la Mesa Directiva de la Agrupación Gremial de Escritores Argentinos desde 1972 hasta su disolución en 1975. · Parte de su trabajo poético ha sido traducido al francés y al inglés. Incluido en diversas antologías poéticas; entre ellas: Joven Poesía Argentina (Sociedad Argentina de Escritores, Bs. As., 1971) Poemario ‘72 (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1972) Del amor en la ciudad (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1972) Poesía Argentina Contemporánea (Ediciones Taranto, Madrid, España, 1977) Poesía Argentina (Hora de Poesía, Lentini Editor, Barcelona, España, 1978) La Novísima Poesía Latinoamericana (Editores Mexicanos Unidos, México, 1ª. Ed. 1978, 2ª.Ed. 1979) Voces y Fragmentos -Poesía Argentina de Hoy- (Univ. Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán, Méx., 1981) Arbol de Paroles –edición bilingüe (Bruselas, Bélgica, 1978) Poetas argentinos –compilación y selección de Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 1985) Poetas -La generación del 70- (Buenos Aires, 1996) La Nueva Poesía Latinoamericana (Editores Mexicanos Unidos, México, 1999) 25 años de nuevas voces -Poesía Hispanoamericana (en prensa, Buenos Aires) |