La cárcel es el segundo hogar de muchos brasileños criados
en la pobreza.
(Foto: blogs.iadb.org)
Terror,
narconovela
y
sicaresca
Latinoamericana
Rafael Ojeda* * Escritor, periodista, investigador y crítico literario, licenciado en Comunicación Social por la UNMSM, con estudios en Ciencias Sociales.
CIUDADES
VIOLENTAS
C Podemos suponer también que hay muchas Ciudades de Dios en el resto de América Latina, pudiendo mencionarse Ciudad Juárez o Tijuana, en México, algunas ciudades colombianas, pero tam- bién alguna que otra villa miseria en Sao Paulo. En ese mismo Brasil turbulento, en el que germinaron también movimientos sociales de resistencia a las inequidades políticas y sociales, como el MovimientodeTrabajadoresRuralesSinTierra(MST), uno de los más organizados de América Latina, que surgió en 1984, según se dice, como continuadores de una larga tradi- ción de luchas que se remonta a los canu- dos de fines del siglo XIX, al Movimiento de los Agricultores Sin Tierra de la década del sesenta y a la Comisión Pastoral de la Tierra en los setenta, pero que desde 1996 pasó a transformarse en un movimiento político social que rompía con el marco de lo estrictamente “rural” para poner en marcha proyectos urbanos en las favelas de ciudades brasileñas agobiadas por la criminalidad y la miseria, como Sao Paulo o Río de Janeiro
Posmiseria:
villas
miseria
y
espacios
de
criminalidad
Las
actuales
asimetrías
económicas
y
sociales
del
sistema
han
determinado
escenarios nuevos para la violencia y el
crimen,
espacios
críticos
regidos
tam- bién
por
la
misma
lógica
del
capitalismo
global
que
—sobre
todo
en
nuestras
sociedades, en las que suele amparar a pocos y segregar a
muchos— está pro- duciendo una noción casi terminal que
viene
agravando
la
sensación
de
crisis y las fracturas sociales. Desperfectos del
sistema
que
suelen
ser
atribuidos
al
cen-
tralismo, la
hiperpoblación,
la
pobreza, los
conflictos sociales y culturales, las infranqueables
brechas
económicas,
los
crecientes
procesos
de
insalubridad e
inseguridad
ciudadana,
pero,
sobre
esto,
la
violencia
y
criminalidad
que
ha
tendido a
agudizarse
en
las
principales
ciudades latinoamericanas,
reforzando
teorías de
un
tufillo
segregacionista
si
consideramos
las
instancias
geográficas
a
las
que
suele
abarcar
el
concepto,como
la
de
losEstados
colapsados
o
fallidos.
Espacios
en
los
que
la
miseria
y
la
desprotección
política no solo producen movimientos sociales y
agrupaciones subversivas, sino también ejércitos de
criminales. Desde donde, en algunas
ocasiones,
surgen
personajes
in-
teresantes
como
aterradores.
Uno
de
ellos es
Marcos
Williams
Herbas
Camacho, alias Marcola (n. 1968). Calificado por algunos
como
“el
filósofo
de
la
violencia urbana”,2
es el jefe del Primer Comando de
la
Capital
(PPC)
de
Sao
Paulo,
ejército
de
criminales que
desde hace
varias
dé- cadas
viene diseminado el terror en esta conocida metrópoli
brasileña. Marcola, como
la
mayoría
de
personajes
de
Ciudad de
Dios,
se
inició
en
el
crimen
a
los
nueve
años. La leyenda urbana cuenta que ha leído
más
de
tres
mil
libros
y
que
debido a
su
inteligencia
inusual
es
muy
respetado hasta por sus enemigos.El
citado
filósofo
Miguel
Giusti
analiza
de manera formidable las palabras de Marcola,
extraídas
de
una
entrevista
que este
concediera
en
2007
al
diario
brasileño O Globo desde una prisión de máxima seguridad en
Sao Paulo en la que viene cumpliendo
una
pena
de
cuarenta
años,
y desde
donde,
al
parecer,
continúa
mante-
niendo
el
control
sobre
su
ejército
de
crimi-
nales,
que
maniobra
sembrando
el
terror en
distintas
barriadas
de
dicha
ciudad.
Cuando
se
le
pregunta
sobre
su
rol
en
ese
comando
criminal,
su
respuesta,
debido
a
la agudeza casi profética de su discurso, resulta
sobrecogedora: “Yo soy la señal de estos tiempos. Yo era
pobre e invisi- ble. Durante décadas, ustedes nunca me
miraron
y
creyeron
que
era
fácil
resolver el
problema
de
la
miseria.
Su
diagnóstico era
simple: migración
rural,
desnivel de renta, pocas favelas, periferias discretas. La
solución
nunca
aparecía...
Nosotros solo éramos noticia en los derrumbes en las
montañas
o en
la
música
romántica... Ahora somos ricos con la multinacional
de
la
droga,
y
ustedes
se
están
muriendo de
miedo.
Nosotros
somos
el
inicio
tardío
de
vuestra conciencia social” (35).3 Marcola, cuya fortuna obtenida gracias al negocio de las drogas y el comercio de armas ha adquirido dimensiones incalculables, fundamenta su discurso en las contradicciones legalistas de la sociedad, apuntando a los intersticios psicomorales de la civilidad, donde las posibilidades de sobrevivencia son desiguales si consideramos los índices de criminalidad y los alcances parametrados de la legalidad, que ha producido una suerte de nueva generación “cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles”;porloqueenadelantetendríamos “una especie de posmiseria. La posmiseria generaunanuevaculturaasesina,ayudada por la tecnología, satélites, celulares, internet, armas modernas (...)
Ciudades armadas hasta los dientes.
(Foto: diariodigital.gt) Ustedes son los que tienen miedo a morir, yo no. Mejor dicho, aqui en la cárcel ustedes no pueden entrarymatarme;peroyopuedomandarlos matar a ustedes allá afuera” (35-36).En la entrevista, Marcola explica al periodista con sorprendente crudeza que esa nueva “especie” —producto de la mutación de la especie actual— es muy superior, y su organización es superior a la del Estado: “una empresa mucho más moderna, mucho mejor armada, tecnológicamente mejor equipada, hoy incluso más globalizada y que, sobre todo, vive de la muerte y no tiene los reparos morales de la sociedad que la cobija sin posibilidades ya de reacción” (36). Y ante la tímida pregunta del periodista de si ¿habrá alguna solución para este problema?
Él
responde:
“No
la
hay.
Y
no
la
hay
sencillamente porque ya es demasiado tarde
(...)
el
caos
social
en
el
que
germina la
posmiseria
es
de
dimensiones
tales
que
no es imaginable siquiera una solución. A
menos...
que
hubiese
un
gobernante
de
alto
nivel,
una
inmensa
voluntad
política, crecimiento
económico,
revolución
en
la educación, urbanización generalizada
y todo
bajo
la
batuta
de
una
tiranía
ilustra-
da
que
pasase
por
encima
de
la
parálisis burocrática secular... todo lo cual costa-
ría
billones
de
dólares
e
implicaría una transformación psicosocial profunda en la
estructura
política del
país.
O
sea,
es
imposible. No hay solución” (36).
Giusti analiza sus palabras, y escribe: “Él
se
siente
parte
de
una
nueva
‘especie’, como
él
mismo
la
llama,
diferente
de
los
‘proletarios’
o
los
‘explotados’,
categorías
que
aún
designan
movimientos
o
grupos de
algún
modo
pertenecientes
al
sistema o recuperables por él” (35). Y sustentán- dose en
Hegel, asume que el delito y la violencia, en
estos casos,
pueden
tener
significados
morales,
que
pueden
ser
la
“expresión
de
una
protesta
contra
la
experiencia
normativa
incumplida”
(37).
Una posibilidad reivindicativa, de este tipo de violencia,
provocada por el incumplimiento oficial de las “normas
sociales” que ellos mismos crearon; lo que
nos
permitiría
ver
las
vías
más
impor- tantes
del
desfogue
social
ante
la
corrup- ción, la asfixia moral y la pauperización
económica
que
ha
tenido
que
soportar
el
sector
más
desfavorecido
de
la
población latinoamericana.
Sociedades
caracterizadas
por
las
inequidades
históricas
de
un
sistema
político-económico-social
que
los
ex-
cluye,
permitiéndonos
rastrear,
desde
sus
realidades miserables, procesos de
subversión
—de
connotación
política
y
antisistémica—
y
de
criminalización
—de
carga
amoral
y
conservadora—
que grafican
este
“inicio
tardío de
nuestra conciencia social”; caracterizada, según
Marcola, por el escenario casi extrate- rritorial de la
posmiseria. Por lo que no resulta
gratuito
que
este
criminal,
a
todas luces
un
ilustrado,
parezca
citar
a
Mandel
en
esa
analogía
socio-comercial
que
hace del
“capitalismo
tardío”4
bajo
la
opuesta institucionalización
de
la
“multinacional de
las
drogas”
y
el
crimen
como
extensión de
la
lógica
interna
de
la
competitividad
capitalista,
su
discurso
sobre
la
excelencia,
además
de
la
logística de
un
marketing
armado
como
imposición
narcocapitalista
que
ha
creado una
nueva
subjetividad criminal, un sujeto histórico contrahecho
interactuando para imponerse en el mercado global. Y pese a que esta entrevista ha sido tachada de fraude hecho pasar como real por el cineasta y periodista brasile- ño Arnaldo Jabor,5 los diagnósticos de este último, atribuidos a Marcola, son verosímiles y ponen el dedo en la llaga, identificando realidades monstruosas de países latinoamericanos con proble- máticas compartidas. Es por eso por lo que mapear una geografía del narcotrá- fico y la criminalidad en América Latina expande geométricamente el círculo vicioso de la violencia y el narcotráfico; en un continente subsumido también en esa lógica tardía del capitalismo, pero de efectos más notorios e interseccionales en países como México, Colombia6 y Brasil, donde la violencia y el narcoterrorismo son mucho más visibles y han instaurado ya una exitosa cultura de la violencia, el narcotráfico y el sicariato, ante la lucha contra esta plaga, la posibilidad de lucrar con los beneficios que una interminable guerra brindaría. Una cultura que al parecer comienza a ser exportada hacia otros países.7
El primer gol de Neymar salva de estar entre las cuerdas a
Dilma Rousseff.
(Foto: Manuela Tapia)
Cartografías
de
la
violencia y
el
comercio
del
Terror
Hay
en
la
literatura
latinoamericana
de
los
últimos
lustros
una
propensión
temática
quebrindaalgunaspautasparaentenderel
viraje
de
motivos
y
regodeos
retóricos
que
están
afectandoa
la
narrativa
de
principios
Santiago
Roncagliolo es
uno de
los
escritores
peruanos que
ha tratado
el tema
de la
violencia
política.
(Foto: nyc-arts.org)
comorequisitodepublicación,exportación
y éxito.
En un escenario como
este, nuestra
dolorosa
historia
reciente,
convertida
ahora
en“histeriacolectiva”,
haempezado
a rendir sus frutos más saltantes. Ya no mostrándonos al
mundo como exóticos aborígenes
latinoamericanos
que
suelen
confundir
los
límites entre
lo
real
y
lo
maravilloso,
como
ocurrió
durante
el
auge
editorial
del
boom
latinoamericano,
por
ejemplo
—boom
superado
luego
por la
bizarra otredad de las literaturas orientales y medio
orientales, y luego por el desencubrimiento de la literatura
de
Europa
del
Este
y
sus
testimonios
de
la
gran
guerra—;
sino
a
partir
de
estereotipos
menos
nativistas,
pero
igual
deesencialistas,dondelosnuevos“buenos
salvajes
latinoamericanos”
—que
durante
algún tiempo, sobre todo sustentándose en
la
imagen
del
Che,
fueron
los
“buenos
guerrilleros
latinoamericanos”—
son
ahora
representados,
en
el
mercado literario
multinacional de las editoras,
como
exóticos
terroristas,
asesinos
y
narcotraficantes
violentos,
para
los
cuales
el
secuestro,
la
muerte y
el
asesinato
corresponden
al
deleite
ya
la
proactividad
gerencial cotidiana, como desfogue de sociedades
disfuncionales
y
Estados
que tienden a colapsar. Aquí la literatura, siguiendo un con- cepto de Pierre Bourdieu,8 ha empezado a exhibir los síntomas de la incidencia del campo político y social en el campo artístico,instrumentalizando estas experiencias para favorecer esa suerte de “nueva” esté- tica o poética latinoamericana, en la que los escritores han empezado a exteriorizar los traumáticos fenómenos de violencia que les ha tocado vivir, o, como ha ocurrido mayormente, los han tomado prestados convenientemente de otros connaciona- les, para empezar a describir, en un tono espectacular, eseentornodeviolencia, des- trucción y pesadilla, naturalizada para los que la experimentan, que ha deformado, o tal vez solo trastornado, sobre todo la historia última de América Latina
Tal
vez
por
ello,
si
nos
ubicamos
en
el Perú,
veremos que
los
procesos
de
vio- lencia
ocasionados
por
el
narcotráfico,
el sicariato y la producción de drogas son
notorios,
pero
tal
vez
no
lo
suficiente
como
para
haber producido una narcocultura o
una
cultura
asociada
a
los
crímenes
del
narcotráfico,
como
en
Colombia,
Brasil o
México. Pues el espacio de la representación de la violencia
peruana está copado aún por historias derivadas
del
reciente
conflicto
armado
interno.
Lo que ha producido un
conjunto de novelas
que
podrían
marcar
la
línea
de
la
nueva
narrativa
peruana,
territorializada en
el
espacio
textual
de
la
literatura
de la
violencia
política, desde
obras
como Historia
de
Mayta
(1984)
y
Lituma
en
los
Andes
(1993),9
del
nobel
peruano
Mario
Vargas
Llosa;
hasta
Adiós
Ayacucho
(1986),
de
Julio
Ortega,
y
Rosa
Cuchillo
(1997), de
Óscar
Colchado
Lucio,
solo
por
nom-
brar las novelas más representativas del fenómeno y sus
contrapuestos flancos discursivos,
además
de
textos
posteriores a la presentación del
Informe Final de la
Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) (2003) y
probablemente
influidos
por
este,
con
premios
internacionales incluidos,
como
La
hora
azul
(Premio Herralde
2005),
de
Alonso
Cueto;
o
Abril rojo
(Premio
Alfaguara
2006),
de
Santiago
Roncagliolo,
escritor
peruano
que
desde
hace mucho radica en
España —autor también de
La Cuarta Espada,
libro que
aborda
la
vida
de
Abimael
Guzmán,
líder
de
Sendero
Luminoso—;
aparte
de la
casi
hemorrágica
efusión
de
novelas
y
relatos
que
abordan
con
desigual
talento el mismo tema.10
Resulta interesante precisar también que
este
auge
de
novelas
que
abordan la
violencia
política en
el
Perú
—como
elemento
traumático
nacional,
pues
según
la
CVR
el
conflicto
armado
interno ocurrido entre 1980 y el 2000 ha sido el más
sangriento de la historia peruana porque ha dejado muchos
más muertos y
desaparecidos
que
la
guerra
de
la
Independencia e
incluso la Guerra con Chile— y
toda la retórica producida en torno al fenómeno
obedecen también
a cierta moda posmoderna, producto de un ambiente que
adolece de la herencia de
cierta
jerga
conceptual
filosófica
en
la
que
el
relato
se
presenta
como
fundamento
ordenador
de
la
realidad.
Incluso
el
volumen
que
resume
el
Informe
Final
de
la
CVR
terminó
llamándose
Hatun
Willakuy
(2004),
palabra
quechua
que
en español
significa
‘Gran
relato’,
algo
que
podría
traducirse
—si
lo
decimos
a
la
manera
de
Jean-François
Lyotard—
en
un
metarrelato
histórico
finalmente
superado por
el
Informe
Final.
Un
documento
cuya
influencia,
de
alguna
manera,
ha
ido
determinando
los
alcances
de
la
nueva ficción
referida a
dicho
tema
que
se
está
produciendo
en
el
Perú
de
los
últimos
años.
Sicaresca
y Narcoliteratura
Quizá
quede
recalcar
que
los
alcances de la impostura representacional de las
novelas de la violencia latinoamericana obedecen también a
las exotizantes exi- gencias “primermundistas” que marcan
las
líneas
de
consumo
del
mercado
global, donde el nuevo estereotipo de consumo nativista de estas
tierras es la del latino- americano
narcotraficante
y
violento.
Lo que
está dando las pautas de los nuevos referentes
explotables
y
explorables,
para llenar
los
vacíos
epocales
dejados
por
la
antropología estructuralista
y
funciona- lista, en auge durante los años sesenta y setenta.
Ausencias cubiertas ahora por estereotipos
eurocéntricos
justificados
en
una
ficción
pretendidamente
realista,
que,
englobando a las representaciones artís- ticas
contemporáneas de toda América Latina, viene a ser la nueva
vitrina para la
exhibición
del
“buen
salvaje
latinoamericano”,
ahora
convertido
en
un
maligno narcotraficante y terrorista.
Por
ello,
tal
vez
sean
las
represen-
taciones
cinematográficas
foráneas
las
que
mejor
enmarquen
esta
paródica
o
autoparódica
interseccionalidad
vivencial
latinoamericana,
espectacularizada
y
sus- tentada en
un horror, a veces entendido en sus desfases y confusiones
histórico- geográficas, si tomamos, por ejemplo, películas
“gringas”
como
Tráfico
(2001),
deSteven
Soderbergh,
ambientada
exclu-
sivamente en México, pero que muchos colombianos
identificaron como que en realidad
se
refería
a
Colombia;
Senderos de
sangre
(2003),
de
John
Malkovich,
pro-
tagonizada
por
Javier
Bardem,
en
la
que se
aborda el tema del cerco y captura de Abimael Guzmán, con un
final casi con- vertido en una novela rosa, y que toma como
base
la
novela
El
bailarín
del
piso
de arriba
(1995),
de
Nicholas
Shakespeare;
o quizá el film Paradise lost, de Andrea di
Stefano, rodado en Panamá y que debe salir
pronto
a
las
salas
de
cine,
película
en la
que
el
papel
de
Pablo
Escobar,
excapo
del
Cartel
de
Medellín
muerto
en
1993,
es encarnado por Benicio del Toro..La nueva narrativa colombiana, en la que la literatura
referida al narcotráfico, llamada
sicaresca,
está
alcanzando
nive- les altos de popularidad, cimentando la
emoción
de
una
narcocultura
colombiana
cada
vez
más
en
boga,
es
el
caso
paradig- mático
de
lo
hasta
aquí
dicho.
Se
dice
que fue
Héctor
Abad
Faciolince
el
primero
en
utilizar
el
término
sicaresca
“en
un
artículo
de
1995
titulado
‘Estética
y
narcotráfico’. Según
el
autor
antioqueño,
existiría un paso del sicariato a la sicaresca, es
decir del
fenómeno
social
a
la
literatura”.11
Algo
evidente
sobre
todo
debido
al
éxito
obte- nido
por
La
virgen
de
los
sicarios
(1994),
de
Fernando Vallejo, novela llevada al cine en
1999
por
Barbet
Schroeder,
obra
que
La desaforada
literatura
de
Fernando Vallejo
nace en
las
ardientes calles
de
Medellín.
(Foto:
alfilo.mx)
—no
obstante
no
ser
la
inauguradora
del
género,
pues
la
primera
novela
sicaresca en ser publicada ha sido
El sicario
(1990)
de
Mario
Bahamón
Dussán—,
según
Margarita
Jácome, autora del estudio La novela sicaresca:
testimonio,
sensacionalis- mo
y
ficción
(2009),12
sería
la
que
vendría a
darle
una
carta
de
legitimidad
ante
el
mundo
al
“género”.
En
opinión
de
Jácome,
debido a “la profundidad de los perso- najes, la complejidad
de la temática y la sólida construcción de la novela [la más
importante] es La virgen de los sicarios”.
Novelas
a
las
que
hay
que
agregar
otras
de
relativo
éxito,
como
Morir
con
Papá
(1997)
de
Óscar
Collazos;
RosarioTijeras
(1999)
de
JorgeFranco;
Sangre
ajena
(2000)
de
Arturo
Alape;
Sin
tetas
no
hay
paraíso
(2005)13
de Gustavo
Bolívar, además
de
la
novela ganadora
del
Premio
Alfaguara
2011,
El ruido
de
las
cosas
al
caer
de
Juan
Gabriel Salazar,
autor
nacido
en
Bogotá
(1973) y
quedesde1999resideenBarcelona.Novela
presentada
por
Alfaguara
como
la
“radio-
grafía
de
una
generación
atrapada
en
el miedo,
y
también
una
investigación
llena de suspenso en el pasado de un hombre y el de un
país”.14
Esta eclosión de la literatura referida al
narcotráfico
y
los
crímenes
del
sicariato
se
está
dando
de
manera
similar
en
México, donde
las narconovelas están capturando en sus historias las
aristas más
representativas
de
una
bullente
narcocultura
mexicana,
algo
visible
en
la
existencia
de
los
llamados
narcocorridos,15
subgénero musical del norte de México
que
combina
el
tradicional
corrido
con
la
exaltación
de
las
vivencias,
la conmemoración
de
eventos,
personajes y
proezas
de
quienes
conforman
las
redes del
narcotráfico, presentando la
imagen
idealizada
de
“unos
narcos
muy
machos,
valientes y
cumplidores,
[lo]
que
ha
contribuido a
que
el
narcotráfico sea
admitido,
por
muchos
jóvenes,
como
alternativaala
pobrezaymarginalización”
(74).16
Así,
en
la
narcoliteratura
mexicana desfilan
títulos
sugerentes
como
Tierra Blanca
(1996)
de
Leonidas
Alfaro
Bedolla; Juan Justino Judicial
(1996) de
Gerardo Cornejo Murrieta; La lejanía del desierto
(1999)
de
Julián
Andrade
Jardí;
Mi nombre es
Casablanca (2005) de Juan José
Rodríguez;
La
maldición
de
Malverde
(2005) de
Leónidas
Alfaro
Bedolla;
Sicario.
Diario
del
diablo
(2009)
de Víctor
Ronquillo; además
de las narconovelas de Élmer Mendoza, nacido en
Sinaloa (1949), uno de
los
focos
más
críticos y
violentos
del
narcocrimen
mexicano,
y
quizá
el
escritor más
representativo
del
género
en
México, autor de obras como
Las balas de plata,
ganadora
del
Premio
Tusquets
2007,
además
de
otras
que
abordan
también
el tema
del
narcotráfico
mexicano
como
Un
asesino
solitario
(1999)
y
El
amante
de
Janis Joplin
(2001).
La
lógica
colonial
del
capitalismo
tardío
No
obstante
toda
la
violencia
fáctica
o
ficcional
que
nos
corresponde
o
nos ha
correspondido, cabe decir que, para
todos
los
países
latinoamericanos,
la historia
continúa
presentándose
como
un
elemento
a
todas
luces
traumático;
y
que hay
en
esta
“nueva
narrativa
latinoameri- cana”
que
podríamos
denominar
ya
—no obstante
el
entrecruce
generacional—
pos
Mc-Ondo,
un
proceso
de
normalización
de la
violencia
latinoamericana
que
hasta
podría
estar
“glamourizándola”,
al
enfren- tarse
y
asumir
una
noción
del
pasado
en
la
medida
en
que
este
sustenta
al
presente,
o
un
presente
que
se
autosustenta
en
la
(re)presentación
de
los
dramas
nacionales.
Una narrativa enfrentada a la tragedia real
de
las
comunidades
arrasadas
por
la violencia,
de
las
poblaciones
masacradas por
las
guerrillas,
aniquiladas
por
los
paramilitares
y
por
el
Estado
que
debería
de protegerlos;
además
de
los
miles
de
individuos
secuestrados
y
asesinados
al
paso
por sicarios al servicio del narcotráfico. Evidentemente un artista debería estar muy ciego como para que este entorno
vivencial y generacional no termine fil- trándose en su obra
hasta representarlo,
optando
por
el
realismo,desde
una
opción cuasi
testimonial que lo lleva a intentar retratarlo todo, asumiendo
las intersec-
ciones
políticas,
sociales,
culturales
y deportivas de la violencia, del terror y del
narcotráfico.
No
obstante
ello,
vemos
también
que
estas
representaciones
“rea- listas” van recubriéndose cada vez más
de
regodeos
folclóricos y
predecibles,
recreando,
muchas
veces
con
ánimo
casi
turístico,
la
postal
actual
y
reduccionista de los habitantes de los distintos países
latinoamericanos,
frente a
la
imagen
cada
vez
más
androcéntrica
y
ruda
de
la
sociedad.
Ante
la
versión
del
nuevo
sujeto
latinoamericano,
en
la
imagen
del
narco,
del
sicario,
del
terrorista
o
del
drogo
vio- lento,
que
desde
la
misma
lógica
colonialista
del
que
siempre
busca
colocarle
las
plumas
de
la
indigenización
al
otro
para saberse
diferente está
rearmando
el
ya desgastado exotismo de nuestras nacio- nes,
bajo
los
gustos
y
miradas
casi
antro- pológicas
y
coloniales
del
primer
mundo.
Desdedonde
empieza
adesprenderse
una nueva
particularidadlatinoamericana,un
nuevo sujeto
violento,
macho,
terrorista y narcotraficante que está en camino de convertirse
en
el
actor
protagónico
de
un nuevo boom
latinoamericano.
La
cuestión
es
tan
compleja
que
su sola
proliferación
conlleva a
postular
tal vez
no
una
tradición
sino
un
subgénero específico
llamado
novela
de
la
violencia,
narcoliteratura
o
sicaresca,
pero
como
un nicho
de
creación
importante,
en
el
que
antes
pudieron
estar
las
novelas
de
vaque-
ros
o
las
de
detectives,
con
una
estética
de novela
negra,
plagada
en
muchos
casos
de elementos
costumbristas
y
picarescos
que van
determinando
un
regodeo
temático
a
partirdefórmulasestereotipadasqueestán
anulando,
ante
las
recreaciones
del
horror,
las
contradicciones
surgidas
entre
la
persis-
tencia
de
la
memoria
y
las
distensiones
del olvido.
Repitiendo
los
procesos
coloniales
de
construcciónyreconstrucción
de
la
otredad,debidoaunaausenciacrítica,sumidos
en
la
manía
soporífera
de
la
repetición,
la
normalización
y
la
idealización
progresiva
de
espeluznantes
personajes
que,
para
lectores
descomprometidos,
hasta
pueden
resultan
glamorosos. Autores que representan en muchos casos el drama y el acoso de la muerte desde afuera, apropiándose y explo- tando experiencias y realidades ajenas, ligadas solo a una noción nacional de origen compartido, y marchando bajo una pulsión subalterna y colonial en la que muchos escritores tienden a obedecer las antiguas lógicas de construcción de la otredad, muchas veces impuestas sobre sí mismos bajo el pretexto autobiográfico y/o confesional, para acatar las deman- das de exotismo de un mercado editorial mundializado en el que la industria de la muerte y sus representaciones textuales se están convirtiendo en un artículo preciado de consumo. Llevándonos esto a parafrasear el título de un libro de Baudrillard y decir que el espejismo de la sociedad de consumo se diluye en el de la sociedad de la consumación.
2
Véase
Giusti,
Miguel,
“Violencia
social
y
ciuda-
danía”, Quehacer
184.
Lima:
desco,
octubre- diciembre 2011, pp. 34-45.
3
Las cursivas
son mías.
4
De alguna
manera, el libro El capitalismo tardío
de
Ernest
Mandel
había
terminado
de
definir una
teoría sistemática
de
la
historia
del
capital
después de las guerras mundiales, marcando con su influencia
conceptual al libro de Fredric Jamenson,
Posmodernismo, o
la lógica cultural del capitalismo tardío.
5
Véase
<http://www.grupotortuga.com/
Escalofriante-entrevista-con#forum21276>.
6
A estas
alturas, resulta evidente para muchos colombianos
que
la
guerra
contra
el
narcotráfico y las guerrillas no va a acabar, porque
esta es conveniente tanto para narcotraficantes y gru- pos
alzados
en
armas
como
para
el
Estado
y
los
paramilitares,
que
se
benefician
económicamente de
las
subvenciones,
sobre
todo
estadounidenses,
para la lucha contra este flagelo; además del dinero
inyectado
por
las
multinacionales
de
las
drogas
para
impulsar
esta
actividad.Algo
similar ocurre en México.
7
En
Lima
ya
hemos
tenido
algunas
noticias
sobre acciones criminales del Cartel
de Sinaloa y
de crímenes realizados
por
sicarios
colombianos en nuestro país.
8
Bourdieu, Pierre, Razones prácticas. Barcelona:
Anagrama, 1997.
9
Novela
ganadora
el
Premio
Planeta
1993,
además
de
otros galardones. 10 Para los que deseen acercarse a la narrativa corta referida a la violencia, existen libros que anto- logan múltiples relatos como El cuento peruano en los años de la violencia, de Mark Cox (2000); y Toda la sangre. Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política, de Gustavo Faverón (2006 )
11
Gaitán Bayona,
Jorge Ladino, “El ruido de las
cosas
al
caer
de
Juan
Gabriel
Vásquez
o‘Laciudad
de Sueño’ de Aurelio Arturo”,
Sieteculebras
30. Cusco, 2011, p. 74.
12
Medellín:
Fondo Editorial Universidad EAFIT.
13
Este
apogeo
de
la
narcocultura
también
es
visible en
telenovelas latinoamericanas, como La reina del sur,
exitosa telenovela mexicana grabada
en Colombia, Estados Unidos, México y España, basada
en
el
libro
del
mismo
nombre,
de
Arturo Pérez Reverte, publicado en 2002; además de
narcotelenovelas
colombianas,
también
exitosas,
como
Escobar,
el
Patrón
del
mal;
o
Sin
tetas
no
hay paraíso, arriba citada.
14
Véase
la
contratapa
de
El
ruido
de
las
cosas
al
caer.
México: Alfaguara, 2011. 15 El narcocorrido, subgénero cuya difusión ha sido prohibida por la ley en las radiodifusoras mexica- nas, es bastante popular en Sinaloa, Chihuahua, Durango, Tamaulipas Nayarit, Baja California y Michoacán, los estados más afectados por el narcotráfico. Desde su aparición en México tuvo aceptación en algunas regiones de Colombia, donde fueron apareciendo agrupaciones simila- res a las mexicanas, que en sus letras relataban historias desecuestros,decorrupción, guerrillas, paramilitares y narcotráfico..
16
Gewecke,
Frauke,
“El
poder
y
el
narco
caminan
de
manera
paralela,
se
buscan,
se
atraen”,Humboldt
54,
año
51.
Bonn:
Goethe-Institut,
2010,
pp.
74-77.
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