Leonor Mauvecin responde
En cuestión: un cuestionario
de Rolando Revagliatti
Leonor Mauvecin
nació el 8 de diciembre de 1950 en Córdoba (donde reside),
capital de la provincia homónima, la Argentina. Es Licenciada en
Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba (1972).
Ha sido Profesora en nivel medio de Lengua y Literatura durante
el lapso 1975-2003. Ha coordinado talleres literarios, cursos de
perfeccionamiento docente, ciclos de poesía, etc. Dictó
seminarios y conferencias en numerosas instituciones públicas y
privadas. Ensayos de su autoría fueron incorporados a libros y
cuadernos y es la responsable de compilaciones de cuentos y
poemas. Fue incluida, entre otras, en las siguientes antologías
y libros colectivos:
“Poesía de Córdoba siglo XX”,
“Café de los sueños”,
“La tierra del conjuro”,
“Heptagonal”,
“Mujeres poetas en el
país de las nubes”,
“Escrituras de mujer”,
“Palabras de poeta”,
“Antología de la
Fundación Argentina para la Poesía”,
“Palabras descalzas”
y “Luna de pájaros”.
Publicó el libro de cuentos
“La casa del aire” y
los poemarios “La huella
de la tarde”, “La
piel de la serpiente”,
“La caja de madera”,
“La casa del amor y de la
muerte”, “El libro de
Elena” y “Almanaque”.
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1:
¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se
trataba?
LM: Empecé
a escribir a los ocho años, estimulada, seguramente, por mi
padre, un amante de la poesía. Había en casa una gran biblioteca
donde se podía encontrar un universo diverso y apasionante. Mi
padre era ingeniero, pero tal vez su verdadera vocación era el
arte en la arquitectura y la política. Los grandes poetas de su
generación inundaban la casa cuando él los recitaba con su
hermosa voz y su prodigiosa memoria. Así Almafuerte [Pedro B.
Palacios], Leopoldo Lugones, Gabriela Mistral, Arturo Capdevila,
Rubén Darío, Joaquín Castellanos, Amado Nervo y su admirada
poeta Delmira Agustini era el sabroso alimento que desde muy
pequeña recibí a diario.
La biblioteca para
mí era el refugio privilegiado de la casa en la montaña en Rio
Ceballos, una localidad de nuestra provincia de Córdoba: de allí
extraía los libros que leía a horcajadas en uno de los árboles
del jardín donde acomodaba unos almohadones marrones del
escritorio de mi padre. Mi madre, hija de padre irlandés y madre
vasca, aportaba su dosis de fantasía contando historias de
duendes y fantasmas.
En fin, mis
primeros poemas versaban en especial sobre la naturaleza; el
primero, a los ocho años, fue éste:
Pajarillo que cantas
que cantas en la ventana.
Pajarillo que cantas al amanecer.
Pajarillo que cantas cuando sale la luna.
Pajarillo que cantas al atardecer.
Pajarillo que tu canto se oye
como brisa alegre al nacer el sol
tu canto es precioso
tu canto es la vida en mi corazón.
Pero el poema que,
creo, fue el primero en acercarme a una poesía algo más profunda
fue a los nueve años; lo escribí con motivo de la muerte de mi
abuelo, Pedro Mauvecin:
Agonía
Se abre una puerta con un fondo negro.
A lo lejos, se ven otras puertas
se van abriendo una tras otra.
Al fin
se ve una gran puerta
que vacila en abrirse.
En ese instante, un pájaro blanco llega.
¡Es el símbolo de la vida!
Cuando se abre la puerta
desvanecido por un profundo sueño cayó.
Y ahora… yo no tengo abuelo.
Leonor Mauvecin con Rafael Velasco, Alfredo Lemon, Lilia Levin,
Sonia Rabinovich, Leandro Calle, Julio Castellanos, etc.
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Leonor Mauvecin en París, Francia
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2:
¿Cómo te llevás con la
lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la
velocidad, con las contrariedades?
LM: La
lluvia es una bendición del cielo; amo los árboles y en tiempo
de sequía sufro por ellos. Córdoba es una provincia con largos
períodos secos, por eso la lluvia es una fiesta.
Las tormentas me
hacen sentir parte del gran misterio del universo, el sonido de
la naturaleza, azotada por los vientos, me parece una melodía
que no sabemos interpretar, pero conmueve. En mi casa de
infancia, a la que llamé
“Casa del Aire”, así se titula mi libro de cuentos, había un
enorme cedro que movido por el viento raspaba las paredes y
convertía las habitaciones en una caja de música.
La sangre no me
asusta, para mi es el símbolo de la estirpe, del origen. Es esa
línea invisible que nos une a aquellos seres que nos engendraron
a través del tiempo. Pero también es esa línea invisible que nos
une a los seres vivos y nos dice: somos todos iguales, todos
merecemos el mismo respeto, porque la sangre
“siempre ha sido
colorada”.
La velocidad no me
gusta; si bien soy una persona de movimientos rápidos y trato de
hacer las cosas lo más ligero que puedo, la velocidad me asusta,
la relaciono con el accidente en la ruta, la inconsciencia y la
falta de consideración.
¿Las
contrariedades? Bueno, la vida es una sucesión de
circunstancias, ya lo dijo José Ortega y Gasset: en ellas hay de
todo, momentos de felicidad y momentos de tristeza. Pero puedo
agradecer a la vida que muy pocas, y no graves, contrariedades
he sufrido. Debo a mis padres el optimismo y la alegría de
vivir. Mi padre recitaba esos versos de Amado Nervo:
“¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!”
Leonor Mauvecin con Rafael Velasco, Leandro Calle, Julio
Castellanos, Lilia Levin, Sonia Rabinovich y Alfredo Lemon
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Leonor Mauvecin en el Chateau Mauvecin,
siglo 12, en los Pirineos Franceses
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3:
“En este rincón” el
romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”,
por ejemplo, William Faulkner y su
“He oído hablar de ella,
pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
LM: La
inspiración. Seguro que como dice Faulkner no la he visto, pero
la he sentido. Si bien William Faulkner tiene seis libros de
poesía, él era fundamentalmente un narrador y ese tema de la
inspiración, como una construcción espiritual, responde más al
poeta.
Yo también escribo
cuentos y estoy trabajando en una novela, pero me siento más
poeta que narradora, y creo que la inspiración llega cuando las
palabras me buscan insistentemente y me obligan a atraparlas y
volcarlas en la página. Es un acto que surge de las entrañas,
que responde a las fibras más íntimas, donde la realidad me
atraviesa como un relámpago y arrasa como una tormenta. El
pensamiento racional se esconde para dejar libre al
subconsciente. Así entiendo yo la escritura poética, es la
conmoción extraña y a veces dolorosa de la inspiración.
En cambio, cuando
escribo un cuento o trabajo en mi novela, busco datos, sopeso y
dejo que mi pensamiento reflexivo actúe con más detalle.
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Leonor Mauvecin con Raquel Graciela Fernández y Sonia Rabinovich
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Leonor Mauvecin con Raquel Graciela Fernández, Piero De Vicari,
Jorge Rivelli, Claudio F. Portiglia, etc.
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4:
¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
LM:
Poco me fijo en
las biografías de los autores, me interesan las obras. Es allí
donde ellos están verdaderamente. Cuando busco sus datos
biográficos es para ubicarlos en la época y poder valorizar
aspectos de sus trabajos literarios. Me indignaron siempre los
profesores que se ocupaban más de los chismes de la vida de los
escritores que de sus obras. Sin embargo, considero importante
la fecha de nacimiento, es un dato fundamental para reconocer
las circunstancias, como diría Ortega y Gasset, en que ese autor
vivió y que seguramente dejaron marcas en sus producciones.
Solía decir a mis alumnas que la literatura es como una máquina
en el tiempo, que nos permite resucitar las auténticas voces del
pasado y del presente, sin intermediarios.
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Leonor Mauvecin con Ricardo Rubio y César Vargas
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Leonor Mauvecin con Sabela de Tezanos, María del Rosario Sola y
Marcela Saracho
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5:
¿Lemas, chascarrillos,
refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
LM: Lo que
siempre repito, o repite mi esposo, quien memoriza ajustadamente
algunos versos que recitaba su suegro:
“Nunca hieras, el hombre cuando hiere,
tortuoso intento de matar delata.”
(de “Melpómene”, de
Arturo Capdevila)
“Lágrima blanca honor del ser humano/ que
se desborda de nuestra alma llena”
“La sangre roja mana del presente/ Y es
sólo corporal; la sangre blanca/ De allá del fondo de la vida
arranca,/ Y el fondo de la vida es inmortal.”
(de
“El temulento”,
de Joaquín Castellanos)
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Leonor Mauvecin con Salazae Reyna, Emilio Fuegos, etc., en
México
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Leonor Mauvecin con Sonia Rabinovich
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6:
¿Qué obras artísticas
te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has
quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
LM:
Entre otras, “Las meninas”, de Diego
de Velásquez, esa idea magnífica que constituye una verdadera
metalepsis, la obra dentro de la obra. Velásquez se retrata
pintando la misma obra que vemos (1656), lo que curiosamente se
repite en “Don Quijote de
la Mancha”, de Miguel de Cervantes, cuando en el bosque,
cerca del Ebro, los duques de Tibaldi reconocen a Quijote y
Sancho Panza porque han leído la novela (1615), y en
“Hamlet”, de William
Shakespeare, se representa la misma pieza teatral dentro de la
pieza teatral (1603), autores que no se conocían y crearon en
épocas cercanas.
“El jardín de las
delicias”, de Jheronimus Bosch (el Bosco), del 1500-1505,
pintura que sigue sorprendiendo por la gran creatividad que
despliega, por los diferentes significados que muestra, por lo
avanzada de esa imaginación. Francisco de Goya, en especial sus
Caprichos. René Magritte con su pipa, que no es una pipa; y
también su obra “La isla del tesoro”. “La persistencia de la
memoria”, de Salvador Dalí. En Arquitectura, la antigua Grecia:
el Partenón me emociona hasta las lágrimas. Las antiguas
construcciones precolombinas me han dejado perpleja hasta ahora.
Leonor Mauvecin - Sus cuatro hijos
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Leonor Mauvecin con Sonia Rabinovich y sus esposos
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Leonor Mauvecin en Nueva York, Estados Unidos
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7:
¿Tendrás por allí alguna
situación irrisoria de la que hayas sido más o menos
protagonista y que nos quieras contar?
LM: Nos
suceden, por suerte, situaciones irrisorias y graciosas que
forman parte del bagaje de la memoria y nos dejan enseñanzas. Te
cuento una, algo incómoda, pero que me ha servido para
reflexionar. Era septiembre del 2003, formaba parte, junto a
otros poetas y narradores, de El Caldero de los Cuenteros, grupo
literario que nació en los noventa. En septiembre sucede en
nuestra ciudad La Feria del Libro, y decidimos invitar a Héctor
Yánover, poeta cordobés, nacido en Alta Gracia, que se radicaba
en Buenos Aires. Yo, poeta joven, me sentía emocionada por la
visita de tan prestigioso poeta, y me tocó, junto al poeta César
Vargas, coordinar su mesa de lectura. Los amigos me dijeron:
“Leonor, hazte cargo del
invitado.”
Cuando terminó la
lectura, que se realizó en una de las salas del Cabildo
histórico, decidimos acompañarlo a cenar. Yo, nerviosa, le
hablaba sin parar, tal vez fastidiándolo con preguntas y
relatándole anécdotas insulsas. Tengo fama de conversadora.
En el trayecto al
restaurante me pregunta Yánover:
“¿Usted
siempre habla así?” Me quedé muda, sin saber qué responder,
y él me dice: “Si es así,
en la cena me siento en otro lado.” Imaginate el apuro que
pasé; pero, por supuesto, él, todo un caballero, sonrió y en la
cena se sentó a mi lado. Se reía de mi expresión mientras me
servía un exquisito vino Syráh. Evoco aquello con mucho cariño.
Desde entonces he logrado no abrumar a las personas con mi
charla. Como ya dije,
lo que narré sucedió en septiembre del 2003, y en octubre de ese
año, el localmente famoso librero y poeta Héctor Yánover
falleció. Esa lectura en el Cabildo de Córdoba fue una hermosa
despedida.
Leonor Mauvecin con Sonia Rabinovich, Alfredo Lemon, Leandro
Calle, Lilia Levin y Julio Castellanos
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Leonor Mauvecin con Sonia Rabinovich, Julio Castellanos, César
Vargas, Susana Cabuchi, María Teresa Andruetto, etc.
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Leonor Mauvecin con su esposo y con Cristina Pizarro, Sonia
Rabinovich y Rubén Epstein
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8:
¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
LM:
He sido profesora de literatura durante tres décadas, me jubilé
hace mucho, pero seguí dando cursos y coordinando talleres
literarios. Cada vez que abro un libro de un poeta muerto lo
siento renacer en mis manos. Eso solía decirles a mis alumnos,
ellos están acá en sus palabras. Esa sensación de eternidad me
da la escritura y de allí este poema mío:
MEMORIA O DESMEMORIA
Detrás del
tiempo
seré tan
sólo
las palabras
escritas al
azar
en algún libro.
Ellas serán
memoria o desmemoria
tal vez
una voz, que
no será la mía
una imagen,
que negará mi espejo.
Seré tan
solo
el reflejo
de las letras
buscando la
metáfora en otro tiempo.
Ellas
perdurarán seguramente
y recogerán
la fama o el olvido.
Leonor Mauvecin - su casa de la infancia, La Casa del Aire, Ñu
Porá, Sierras de Córdoba, la Argentina
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Leonor Mauvecin en 2019
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Leonor Mauvecin con su esposo y sus hijos
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9:
“¿La rutina te aplasta?”
¿Qué rutinas te aplastan?
LM:
La rutina no me aplasta, siempre encuentro alguna cosa, alguna
palabra, alguna persona que me comunica la alegría de estar
viva. Si algo aprecio de mi personalidad es esa capacidad de
disfrute. Ese encontrar entre las paredes de la casa mi lugar en
el mundo. La rutina está hecha de retazos de lo que somos,
siempre trato de tener proyectos, un libro a mano o una bella
copa donde servir un buen vino. La rutina es una construcción
que nosotros mismos elaboramos y de ella somos los únicos
responsables.
Leonor Mauvecin con su esposo, Alfredo de Loredo, y con Gustavo
Tisocco y Rafael Felipe Oteriño
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Leonor Mauvecin con su esposo, Alfredo de Loredo
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10:
¿Para vos, “Un estilo
perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el
escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió:
“…un estilo es una manera
y un amaneramiento”.
LM:
Borges dijo algo así como
que encontrar un
estilo es encontrar un destino.
No estoy segura de ello, es un tema que no a todos nos
resulta igual. El estilo, como todo en la vida, es una forma de
expresarse que va cambiando según pasa el tiempo o las
circunstancias. Seguramente si alguien me lee, descubrirá
ciertos tópicos, palabras que se repiten, el tiempo y sus
avatares como una especie de leitmotiv, un ritmo particular, un
algo musical en el tono.
Tengo claro que la poesía es la música de las palabras y no por
la amanerada rima que no me agrada, sino por el ritmo que
generan las palabras del poema que se construye con sonidos y
silencios. Mi formación literaria deviene de la oralidad, de
escuchar desde la niñez a mi padre recitar, y hoy al leer
aquellos poemas que él decía, escucho todavía su voz.
Todos mis libros son diferentes, tienen una temática que
caracteriza a cada uno; no me complacen los libros que se
repiten, como si siempre escribiéramos el mismo texto con alguna
variante. El tema impone el estilo del decir. Cuando siento la
necesidad de escribir es porque un tema me ha motivado y escribo
casi de un tirón un libro completo que después reviso hasta el
cansancio.
Leonor Mauvecin con su familia
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Leonor Mauvecin con Susana Cordisco, Fredy Yessed, etc.
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11:
¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te
despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan
instantáneamente?
LM:
La injusticia, la falta de generosidad, el maltrato, la ceguera
sobre la realidad y los fanáticos. Me molestan aquellos dueños
de la verdad que no tienen dudas. La
duda, hermosa palabra que aprendí en mis lecturas y que me
ayudó a descubrir un mundo diferente, alejado de supersticiones
y de intrigas infundadas.
¿Violencia? Bueno, no soy una persona violenta, sí enojosa, me
enojo y levanto la voz, pero suelo pedir disculpas y trato de
llevarme bien con la gente.
Me hartan y no soporto a los fascistas, ni a los que usan al
pobre y desvalido como una forma de generar poder mientras que
lo mantienen bajo el yugo. No soporto al que discrimina, al
racista: he abandonado amistades por ese motivo. Provengo de una
familia comprometida socialmente. Mi padre fue un dirigente del
Partido Radical, muy amigo de nuestro expresidente, don Arturo
Illia, y mi madre, una mujer de una generosidad extraordinaria,
dispuesta a ayudar siempre a su prójimo. En mi casa vivieron y
fueron atendidos con cariño todos los viejos de la familia, y
allí se alojaron personas que necesitaron amor y contención,
además de ser el lugar donde acudían a comer muchos necesitados
que mi madre alimentaba y cuidaba.
Leonor Mauvecin con Susana Giraudo y Sonia Rabinovich
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Leonor Mauvecin con Teresa Ternavasio
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Leonor Mauvecin en México
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12:
¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia
compartirías con nosotros?
LM:
Qué pregunta, ya en unas respuestas he contado algo de mi
infancia. Apareciéndome Borges recurrentemente, enunciaría que
nunca salí de aquel jardín ni de aquella biblioteca. Tuve una
infancia feliz y comprometida con lo social y puedo reiterar lo
que dije en una publicación:
“Cuando miro hacia
atrás, buscando la génesis de este oficio transgresor que es la
escritura, oficio que no acepta las leyes de la física, ni del
propio lenguaje, que nos mantiene, como diría Olga Orozco,
“suspendidos entre
enigmas”, que valora las palabras más que al oro; cuando
miro hacia atrás, vuelvo a una casa y un amplio jardín donde se
descolgaban las montañas con los espinillos nativos, los aromos
y los umbrosos pinos bajo cuya sombra brotaban los hongos
después de la lluvia.
Cuando miro hacia
atrás advierto los libros de la biblioteca de mi padre y oigo su
voz recitando, del poemario
“El rosario de Eros”,
de la uruguaya Delmira Agustini:
“Yo tenía dos alas que del azur vivían como
dos siderales raíces/ dos alas, con todos los milagros de la
vida, la muerte y la ilusión.”
Escribí un libro
que se llama “La casa del
aire”; en él
cuento las anécdotas más novelescas y hermosas de mi casa y de
los vecinos que la rodeaban. La casa estaba en la montaña, allí
disfruté de una libertad maravillosa. Teníamos tres caballos con
los que salíamos a cabalgar por los sinuosos caminos de montaña.
Mi yegua se llamaba Calandria y a veces tomaba la leche montada
en su grupa. Leía sentada a horcajadas arriba de los árboles. La
escuelita de Ñu Porá la había fundado mi madre, mi padre hizo la
construcción y quedaba a unas pocas cuadras de mi casa. La
portera era Elena Oroná, que yo de niña apodé Bubo, una
extraordinaria mujer que vivió siempre con mi familia, que vino
como “criada” a los 13 años a la casa de los abuelos y desde que
mi madre se casó, vivió con nosotros ayudando en mi casa. A
ella, que ahora tiene 98 años, y está a mi cargo, le debo, entre
muchas cosas, quizás uno de mis mejores poemarios,
“El Libro de Elena”,
donde relato en poesía su vida y la de su madre, viejita que
también vivió en mi casa y fue amada por todos, hacía quesos,
tejía al telar, teñía con plantas y raíces e hilaba lana de
oveja que envolvía en un
uso que maravillosamente hacía bailar en el suelo hasta que
surgía el ovillo.
La adolescencia
también fue grata, fui scout hasta los 23 años, alternando
campamentos con labor comunitaria. En 1974 me casé con Alfredo,
mi actual marido, hombre bueno y hermoso. Me puse de novia a los
15 años, mi suegro tenía la confitería bailable más famosa de
Rio Ceballos, pueblo turístico. Mi juventud fue alegre y
divertida, disfruté la escuela y fui maestra del tercer grado en
el Colegio de monjas a los 16 años, cargo que tuve que abandonar
para seguir la carrera de Letras Modernas en la Universidad
Nacional de Córdoba, porque la distancia a la capital me hacía
imposible su cursado.”
Leonor Mauvecin con Víctor Redondo, etc.
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Leonor Mauvecin en compañía
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13:
¿En
los universos de qué artistas te agradaría perderte (o
encontrarte)? O bien, ¿a
qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran
en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
LM:
Me gustaría ser la Ulrica de Jorge Luis Borges; acompañar a
Fernando Pessoa, pero cuando era Bernardo Soares y escribía
“Libro del desasosiego”,
sentarme con él en un café de la Rua dos Douradores y conversar.
Subir a Machu Pichu con Pablo Neruda, dejarme pintar por
Salvador Dalí en una ventana de su pueblito Cadaqués, que mira
al mediterráneo. Acompañar a Antonio Machado en sus campos de
Castilla, hallarme en una mesa del
“bar de la esquina”
con Joaquín Sabina, mientras canta. Estar en esa terraza en
Manhattan cuando Los Beatles tocaron por última vez. Compartir
un whisky en un bar de Dublín con Oscar Wilde y John Keats.
Escuchar nuevamente en el bar El Amadeus de la ciudad de Villa
Dolores, en el valle de Traslasierra Córdoba, a Alejandro
Nicotra recitar poemas de su
“El anillo de plata”.
Leonor Mauvecin en compañía
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Leonor Mauvecin en compañía
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Leonor Mauvecin en compañía
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14:
El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las
sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te
resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún
criterio, orientación o sentido?
LM: El
silencio, tanto como la música, dan paz. Los gestos hablan y me
dicen cosas que trato de interpretar. La oscuridad es a veces
una buena compañía, en especial en el campo, con el cielo
cuajado de estrellas. Las sorpresas me agradan si son lindas,
como a todos. El fervor es parte de mi vida y mi personalidad.
La intemperancia no es la mejor compañera, cae en el exceso o en
el abuso. ¿Cómo me recompondría?: no sé, eso depende de cada
caso, pero creo tener capacidad de resiliencia.
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Leonor Mauvecin en Cartagena de Indias, Colombia
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Leonor Mauvecin en la Mezquita Azul, Estambul,Turquía
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15:
¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad,
el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
LM:
En muchos autores, pero recuerdo especialmente —y vuelvo a
citar— el “Libro del
desasosiego”, de Fernando Pessoa. Algunos textos de José
Saramago, “Las flores del
mal”, de Charles Baudelaire, sonetos de Francisco de
Quevedo. En poemas de Almafuerte, de Alejandro Schmidt, de
Oliverio Girondo, de Horacio Castillo, de Juan Gelman, de Hugo
Rivella. En las obras de teatro de George Bernard Schaw.
Leonor Mauvecin en Machu Pichu, Perú
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Leonor Mauvecin en compañía y en Lima, Perú
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Leonor Mauvecín, hace muchos años, con su sobrina Andrea
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16:
¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...
LM: No
aprecio los comentarios forzados, dichos por conveniencia o por
“quedar bien”. Me molestan los aduladores seriales. Prefiero
aquellas opiniones que responden a una mirada más realista y
menos hipócrita. Me disgustan los que desvirtúan el sentido de
las palabras, como la desconocida que te dice “mi amor”.
Prefiero la sinceridad, aunque tenga imprecisiones, no me
importan las mentiras siempre que sean blancas y formuladas para
evitar que otros sufran.
Leonor Mauvecin con Luis Benítez y Javier Naranjo
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Leonor Mauvecin con María Kodama
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17:
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora
o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no
quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
LM:
No me ha sucedido, aprecio y valoro a las personas que quiero.
Cuando uno quiere a alguien, ya sea cercano o lejano, es porque
algo en su personalidad merece nuestra admiración o respeto. No
necesariamente uno valora “todo” del otro, pero siempre hay algo
positivo que nos encariña.
Leonor Mauvecin en México
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Leonor Mauvecin con Luis Benítez y Norberto Barleand
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Leonor Mauvecin con María Lanese, Jorge Rivelli, Raquel
Graciela Fernández,Fredy Yessed y Ernesto Rojas
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18:
¿El
mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo
afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
LM: El
mundo siempre fue una porquería, salvo la naturaleza, que es
maravillosa. Aquello de que
“Cualquier tiempo pasado/ fue mejor”, versos del célebre
poema de Jorge Manrique, es una tremenda falacia. La humanidad
ha avanzado, hemos mejorado, ya no se juntan orejas de vencidos
en una bolsa, como los bárbaros de Atila, ni la gente disfruta
viendo cómo un león destroza una persona. Algo hemos avanzado,
en algunos lugares, pero falta mucho.
Leonor Mauvecin con María Marta Donnet, Claudia Tejeda,
Lola Massetti, Jorge Paolantonio, Norberto Barleand, Antonio
Requeni, etc.
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Leonor Mauvecin con Esteban Moore y Leandro Calle
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Leonor Mauvecin con Rafael Felipe Oteriño y Lilia Ramirez
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19:
Por la fidelidad y
entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los
tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
LM: Mahatma
Gandhi, René Favaloro, los médicos de frontera, Nelson Mandela y
todos los que se abocan a un ideal y son consecuentes en ello.
Leonor Mauvecin con Mariel Monente, Norberto Barleand, Antonio
Requeni, Jorge Paolantonio, etc.
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Leonor Mauvecin en México
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Leonor Mauvecin con Rafael Felipe Oteriño y Ernesto Costa Perazo
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20:
¿Qué te hace “reír a
mandíbula batiente”?
LM: Los
sucesos reales que resultan graciosos. El chiste, en sí mismo,
no me causa risa, y menos si es vulgar, pero a la picardía y al
ingenio los valoro, y los cordobeses son, en nuestro país,
famosos por ello, y como cordobesa los valoro.
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Leonor Mauvecin con Marta Miranda, Omar Lara, Graciela Aráoz,
Fernando Noy, Víctor Redondo, Javier Naranjo, Gisela Galimi,
Liliana Díaz Mindurry, etc.
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Leonor Mauvecin con Mercedes Roffé
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21:
¿Cómo afrontás lo que
sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos
o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
LM: Con
resignación. Sé que en esta vida no todo se puede. Aunque
procuro que mis ideales se cumplan en lo humanamente posible,
cuestiono mi pereza, que es la madre de los fracasos.
Leonor Mauvecin con Milo de Angelis, Liliana Díaz Mindurry, etc.
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Leonor Mauvecin en San Sebastián, País Vasco, España
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Leonor Mauvecin con mixtecas en Oaxaca, México
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22:
El amor, la
contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has
ido relacionando con esos tópicos?
LM: En el
amor, soy una mujer plena, por mi pareja, mis cuatro hijos y mis
ocho nietos. Suelo lograr la contemplación frente a la
naturaleza que disfruto verdaderamente y siempre me provoca
admiración. Del dinero, sin ser rica, siempre tuve lo suficiente
y en los momentos que hubo problemas, los superé sin tristezas
confiando en que todo pasa.
La religión es un
tema que fue cambiando: en mi juventud fui catequista, respeté a
Cristo como un ser de luz, leí el Corán, el libro de los
mormones, la Biblia, por supuesto leo el Evangelio, que me
parece muy valioso, pero ahora soy agnóstica. Respeto todas las
creencias, pienso que están sujetas a un pensamiento mágico; a
pesar de ello, creo en la vida después de la muerte, tal vez por
haber tenido una madre cuasi espiritista, que tiraba las cartas,
adivinaba cosas asombrosas y respetaba a los finados, que
siempre, según ella, nos acompañaban con cariño. Pero también
por experiencias sobrenaturales que he vivido.
Leonor Mauvecin con Norberto Barleand, Antonio Requeni, Jorge
Paolantonio, María Laura Coppié, Diego Bennett, Alicia Márquez,
etc.
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Leonor Mauvecin con Osvaldo Guevara, Marta Braier, etc.
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Leonor Mauvecin en París, Francia
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23:
¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films,
esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o
arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
LM:
Esculturas e instalaciones que me parecieron una falta de
respeto al arte y al público. Algunos películas y piezas
teatrales, consideradas artísticas, plagadas de lugares comunes
y aburridas.
Leonor Mauvecin en la Casa Azul de Frida Kalo, México
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Leonor Mauvecin con Jorge Mario Lewit, Jorge Boccanera, Marta
Braier, Mario Trecek, etc.
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Leonor Mauvecin en Madrid, España
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24:
¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada
en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia
o cariño, y por qué?...
LM: El
camino de montaña que lleva al Parque del Cristo Redentor en Ñu
Porá. Camino y parque de altura que construyó mi padre y que he
transitado innumerables veces a pie y a caballo. En ese camino y
en esos senderos he jugado y soñado.
Leonor Mauvecin con Elena Eyheremendy en México
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Leonor Mauvecin en Villa Carlos Paz, Sierras de Córdoba, la
Argentina
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Leonor Mauvecin con Gaspar Pío del Corro
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25:
¿Cómo reordenarías esta
serie?: “La visión, el
bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el
sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la
autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que
un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo,
una microficción.
LM: El
desajuste campea en
una ciudad donde el
sufrimiento y
la visión de
la muerte están
sujetos al azar.
Allí el sacrificio
es la danza de
las miniaturas como
una ceremonia
cotidiana. El bosque,
sinónimo de naturaleza, surge entonces como el
auténtico
pensamiento. Una
lengua salvaje que
nos habla de la vida.
Leonor Mauvecin con Graciela Bucci, Sonia Rabinovich y Cristina
Pizarro
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Leonor Mauvecin en Irlanda - Estatua de James Joyce
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Leonor Mauvecin con Graciela Carreto y Claudio F. Portiglia
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26:
“Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946,
dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño.
¿Dónde mueren las palabras?...
LM: Las
palabras mueren en la boca muda, no en el silencio que es
enriquecedor y nos habla con otros signos. Las palabras mueren
en el “eco” que repite un sinsentido.
Leonor Mauvecin con Graciella Bucci y César Vargas
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Leonor Mauvecin en Santorini , Grecia
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Leonor Mauvecin con Gustavo Tisocco
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27:
¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas
en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
LM:
Siempre pude valorar y disfrutar toda obra de arte sin fijarme
en la ideología de su autor, salvo que su obra sea el reflejo de
un pensamiento discriminador y cruel.
Leonor Mauvecin con Gustavo Tissoco, Inés Manzano y Jorge
Paolantonio
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Leonor Mauvecin en Lima, Perú
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Leonor Mauvecin con Cristina Bajo
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Leonor Mauvecin con César Vargas en 2007
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28:
¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda)
que te infiere la persona que te promete algo que a vos te
interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y
luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
LM:
Aprendí desde chica a no esperar demasiado de las personas; esa
es una política saludable para vivir en paz. Trato de reconocer
las limitaciones ajenas y respetarlas. Claro que no recibir lo
prometido es doloroso, pero nunca me ha sucedido. No he
recibido, tal vez, algo que hubiera deseado, pero, por suerte,
pude superarlo.
Leonor Mauvecin con Anamaría Mayol, Estela Porta y Piero De
Vicari
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Leonor Mauvecin con María Lanese, Raquel Graciela Fernández,
Jorge Rivelli, Ernesto Rojas, Claudio F. Portiglia, etc.
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Leonor Mauvecin con P. De Vicari, A. Requeni, M. L. Coppié, M.
Scaldaferro, D. T. Quintana, R. Silber, J. Paolantonio, etc.
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29:
No
concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
LM: Admiro
a las personas que se entregan a vocaciones donde el dolor es
moneda corriente: yo no sería capaz. Admiré a figuras como
Arturo Umberto Illia, al que conocí. Admiré a ese otro
expresidente, Raúl Ricardo Alfonsín. Admiro a mis hijos y a mi
esposo por ser buenas personas y comprometidas. Admiro a Bubo
(Elena Oroná), de quien vuelvo a referirme, que fue mi nana y a
pesar de una vida llena de privaciones, a sus 98 años es feliz,
optimista y alegre. Solo tuvo oportunidad de asistir a la
escuela, en el campo, hasta segundo grado y hoy devora las
novelas con placer a pesar de haber perdido la visión de un ojo.
Admiré a mis padres porque fueron seres de luz.
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Leonor Mauvecin con Jorge Boccanera
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30:
¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones?
Pasiones
y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general,
distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
LM:
Soy apasionada, no sabría decir hasta qué punto puedo gobernar
las pasiones, a veces me resulta difícil poner límites. Cuando
algo me entusiasma soy consecuente y desafío obstáculos, pero
reconozco que he sido favorecida por mi entorno, tanto de
familia como de amigos.
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Leonor Mauvecin con Jorge Paolantonio
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Leonor Mauvecin con Juany Rojas, Eda Nicola, Liliana Chavez,
etc.
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31:
¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
LM:
No sé, la fama es una construcción social que depende mucho de
lo que llamamos marketing. Siempre pensé que, por ejemplo,
muchos grandes escritores morirán con sus manuscritos bajo el
brazo sin llegar a trascender. Los elogios tienen algo de
verdadero y también de exagerado.
Leonor Mauvecin con Leandro Calle, Mercedes Roffé, Alfredo Luna
y Gustavo Tisocco
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Leonor Mauvecin con Leonardo Martínez, Norberto Barleand, Jorge
Paolantonio, Alejandrina Devescovi, Lidia Vinciguerra, etc.
Leonor Mauvecin en La Sebastiana, Casa de Pablo Neruda, Santiago
de Chile
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32:
¿Acordarías, o algo así,
con que es, efectivamente,
“El amor, asimétrico por
naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de
Luisa Futoransky?
LM: Todo en
la vida es asimétrico, no existe nada exactamente igual. Leí el
poema de Luisa y creo que intenta atrapar la realidad con las
palabras. La asimetría en el amor es parte del encanto, es
hermoso reconocerse en el otro, pero es más hermoso el
contraste, lo que nos hace diferentes y al mismo tiempo nos
completa.
Leonor Mauvecin con Liliana Chavez y Silvina Anguinetti
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Leonor Mauvecin con Lucía Carmona y
Estela Porta
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Leonor Mauvecin cocinando mole en Oaxaca, México
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33:
¿El amanecer, la franca
mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo
vespertino, la noche plena o la madrugada?
LM:
Cada momento del día tiene su atractivo. Saber apreciarlo
depende de nuestro estado de ánimo o la capacidad que tenemos
para valorar las cosas que nos ofrece la vida y la maravilla de
la naturaleza. Me gusta mucho la noche, soy noctámbula, deambulo
hasta altas horas, leyendo y escribiendo, y las noches de verano
al aire libre, bajo la luz de la luna. Me gusta la naturaleza,
el disfrute del campo, las caminatas a la mañana, los árboles
que nos otorgan su frescura y su belleza. Las siestas también
son acogedoras, en invierno con la calidez del sol y en verano
regocijándonos con el agua. En mi libro
“Almanaque” no sólo
he escrito un poema por cada mes, por cada día de la semana,
sino también he registrado un poema por cada hora del día.
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Leonor Mauvecin con Alejandro Nicotra
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Leonor Mauvecin con alumnos de su Taller del Escriba
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34:
¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por
artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos
propondrías?
LM: Borges,
Dalí, Jheronimus Bosch, Franz Kafka, James Joyce, Federico
García Lorca y Pablo Neruda, todos reunidos en Isla Negra.
Los poetas Alejandro
Nicotra y Osvaldo Guevara en el bar “El Amadeus”, en la ciudad
de Villa Dolores, Córdoba, como en aquella noche inolvidable,
cuando los escuché hasta el amanecer, mientras tomaban gin
tonic.
La reunión del grupo
Heptagonal que yo integraba con Julio Castellanos, Sonia
Rabinovich, Leandro Calle, Lili Levin, Alfredo Lemon y Rafael
Velasco en la casa de los curas, cuando leíamos poesía sobre una
mesa de cocina del siglo XVII y terminábamos la velada brindando
con champagne.
Leonor Mauvecin con Alejandro Roemmers
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Leonor Mauvecin en el Chateau Mauvecin, Pirineos Franceses
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35:
Seas o no ajedrecista:
¿qué partida estás jugando ahora?...
LM:
La última, siempre
se juega la última, por eso hay que jugarla con pasión.
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Leonor Mauvecin en Grecia
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Leonor Mauvecin con Antonio Requeni
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*
Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las
ciudades de Córdoba y Buenos Aires, distantes entre sí unos 700
kilómetros, Leonor Mauvecin y Rolando Revagliatti, enero 2020.
www.revagliatti.com
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