Exilios y sortilegios. Anotaciones interpretativas

a la poética de Amaro Nay

 

 

 

Lejos de una lectura de pretensiones sociológicas, debemos asumir la poesía como un rudimento a ser evaluado desde las emociones o sensaciones que puede transmitir, o tal vez desde aquella noción “sinestésica” que podría permitirnos identificar el lugar de su enunciación, como eje o ambiente de un Yo poético derivado de una subjetividad descripta a manera de prontuario o bitácora confesional, o desde variadas sesiones de autoanálisis que van determinando los márgenes de una veta psicologista afectada no solo por la realidad geográfica en la que se ubica el autor, sino también por la dimensión mental de la que la obra se deriva.

Podemos apuntar también a los efectos de la percepción del hecho poético, y especular en torno a la conciencia y a la especificidad de la subjetividad de un migrante, y ver si esta está afectada por el enrarecimiento que brinda el sentirse extranjero en un espacio o territorio que se asume como propio, o en uno que no le corresponde; y en el que el lenguaje, al no haber un referente geográfico que emocionalmente le pertenezca, pasa a transformarse en el país, patria o en el punto fijo simbólico que servirá de eje de apoyo para enfrentar o configurar lo desconocido.

            Ya antes Christine Brooke-Rose, postulaba que la manera distintiva de todo exilio, y en particular el de un escritor, era el rechazo a ser integrado… y yo agregaría imposibilidad de integrarse, además del deseo de edificar un espacio físico propio, distinto de aquel en el que los otros están establecidos. Por lo que “¿acaso todo poeta o novelista no es una especie de exiliado, que mira desde afuera una deseable imagen del pequeño mundo creado para el espacio de la escritura (...)?”, se preguntaba.

            En este sentido, otro elemento de análisis es la soledad, soledad que se presenta como la clave crucial para captar retóricas como la de los desplazados, exiliados o autoexiliados. Soledad que encarna un elemento moderno de la convivencia. Planteada como inexistente en estadios primitivos, según Karl Vossler; la soledad tiende a revelarse solo ante la complejidad de la vida social. Intensificándose ante la agudización de las diferencias, diferencias exacerbadas por la carencia de emociones colectivas en las sociedades contemporáneas.

Quizá en esta clave se pueda entender los libros del poeta peruano Amaro Nay, nacido en Lima en 1937 y fallecido en la ciudad de Córdoba en diciembre del 2020, radicado desde 1959 en Argentina. Autor de libros como Dalterius (1993), Nubedil (1996), Al pie del hombre con palabras de papel (1996), Todos los océanos, tu cuerpo (1999), Riquil-dá (2003) y Sortilegio para la casa rota (2009), volúmenes desconocidos en nuestro medio, pero que debido a su reciente partida, tal vez debería intentar recuperarse. Un “hombre de peruana geografía exterior y vocación de temporalidad”, como ha escrito sobre él Rafael Súcari,

Se sabe que Amaro se hizo poeta en Argentina, y que le tocó compartir su destino literario con una generación de poetas argentinos sobrevivientes a aquella feroz y criminal dictadura de Videla. Poetas a su manera brillantes y trágicos como Alejandro Schmidt (1955-2021), muerto este 3 de febrero último, supuestamente de coronavirus ―como también se dice que murió Amaro Nay― y que hizo un trabajo notable con sus gestiones en editorial Radamanto, además de Eduardo Dalter (1947) y Francisco Chiroleu (1950), este último importante poeta y difusor cultural a través del portal de literatura Lexia.

Y tal vez sea también en ese sentido trágico en el que terminará de refrendar su afecto especial por aquella patria que terminó por adoptarlo antropológica y literariamente, por lo que escribió: “Los argentinos me han enseñado a querer a mi patria”, en tanto sus palabras fueron trascendiendo ese voseo platense y gaucho que terminó por estacionar en alguno de sus libros, para ratificar así la idea marxista de que el ser social condiciona el estado de conciencia.

Francisco Chiroleu, interesante poeta rosarino y gran amigo de Amaro Nay, además de contertulio ―durante sus estancias en Buenos Aires― de Roberto Santoro, Haroldo Conti y algunos otros, en los años previos al establecimiento de criminal dictadura militar que se extendió entre 1976 y 1983, recuerda ese período marcado por violencia, allanamientos, secuestros, desapariciones forzadas y asesinatos. Tiempos en el que llegó a editar una revista denominada El Vidente Ciego, que tuvo un corresponsal secuestrado y desaparecido por los militares. Por lo que ha recordado que durante esos años no se podía saber quién era el enemigo ni se podía hablar de ciertos asuntos: “Mi sensación de esos años era como un largo campo minado que se tuvo que cruzar de noche... para encontrarse de repente en el otro lado, mientras a tu alrededor explotaban las minas”.

Chiroleu ha mencionado que, durante los años posteriores a esta gesta, años en los que Amaro y él sobrevivieron y continuaron viéndose, por un tiempo siguieron preguntándose por qué continuaban vivos, no obstante los episodios duros que le siguieron a dicha catástrofe. Contexto trágico que pudo marcar los sentidos versos de libros como Al pie del hombre con palabras de papel, volumen publicado en la ciudad de Córdoba por Ediciones Argos, y que contienen poemas breves que sintomatizan ese entorno de terror: “Estas aguas escarchadas / espejos ritos que se quiebran / esta presencia fraccionada / partículas sin mañanas / este afán de salir de la vida / reír y no poder llorar” (p. 41); “Hijo quiero que te quedes / que te quedes para siempre / que no salgas de mi vientre (p. 43);  o “He nacido sin ganas esta noche / con los números de ojos cotidianos / ha nacido hoy y ya me duele el mundo” (p. 45).   

En tanto Riquil-dá, libro que podría ser el emblemático de Amaro Nay, contiene versos que describen cierta predilección cósmica por una naturaleza y un entorno mítico, derivado del desarraigo temporal y geográfico que se plasma en aquellas invocaciones interculturales e interétnicas que describen, a manera de un poema narrativo, la particular mitología de Nay, desprendida de una genealogía en la que seres fabulosos conviven con los cotidianos, para darse una suerte de sincretismo de mitos occidentales y afroamericanos; a partir de una invocación que se extiende desde la madre hacia la tierra: Riquil-dá hija de Aioka / madre de las aguas / Janaiana la nombran los viejos pescadores / cautivos de los mares / cubierta de armas vegetales / partió llevando / el fuego de los siglos entre las manos” (p. 23).

Quizá podemos decir, en líneas generales, que la poesía de Nay podría funcionar como una crónica del autoexilio, como la crónica de una deslocalización vivencial y mental constante, sobre todo porque en la literatura, el estado mental o las emociones pueden percibirse, en este caso, desde versos que se presentan como una suerte de canto a esas dos patrias por la que su voz transita, como un poeta de frontera o fronterizo de referentes casi desterritorializados ―si tomamos un concepto caro a Gilles Deleuze―, pese a las referencias puntuales de versos instalados en una geografía eternamente fronteriza, que delimita espacios ausentes e inexorables lugares en fuga.

En este sentido, libros como Sortilegio para la casa rota pasan a funcionar como una suerte de bitácora de viaje, pero no porque describa puntualmente los lugares recorridos o se sustente en descripciones naturalistas o de espacios urbanos registrados a manera de instantáneas fotográficas, sino porque esos desplazamientos territoriales e identificables según sus cualidades nacionales o metropolitanas, van construyendo, en ese tránsito emocional que parece definir una cartografía evanescente, una identidad del desarraigo en búsqueda de territorialización, a partir de un asentamiento sustentado o registrado en la nostalgia como foco de expresión estética y poemática.

De ahí que vale la pena también leer esos versos como cuando se accede a los espacios reservados a la gran poesía, desde versos que funcionan como una pieza musical que va concretando una suerte de fuga expresionista, ante la idea de una “raza contingente” que parece referir no una condición racial en lo afro, sino a un conflictuado y contradictorio estado de conciencia: el de ser y estar en el mundo. Desde poemas que mientras más leídos son, más gustan, o desde versos que se pueden repetir como canciones, o ser recitados mentalmente mientras se camina u observa un atardecer.

Son estos motivos los que han ido dotándole de una identidad germinal a Sortilegios de la casa rota, a partir de poemas que pueden ser abordados también desde una perspectiva wittgensteiniana, tras aquella idea de “aire de familia”, que puede resumir aquella estructura casi tríptica, unificada en la idea de desplazamiento, un desplazamiento construido a manera de poema sinfónico compuesto de tres estancias. Por lo que quizá podríamos encontrar una clave de lectura en ese “tres, cuatro, cinco” que abre el libro, que podría hablarnos de referencias cinematográficas, pero que pueden también ser leídas como introducción u obertura sinfónica de un concierto que se desplaza desde el Perú a Argentina, y desde allí hasta Alemania; en ritmos ricos en matices nostálgicos que musicalmente nos refieren al vals peruano, o a un final de bandoneón de un tango, para brindarnos como epílogo el espacio concreto y expresionista de aquella Alemania gris y lúgubre de Karlheinz Stockhausen, adornada aún por el muro de Berlín.

De ahí que, más allá de agudas disquisiciones valorativas, creemos que la poética de Amaro Nay nos invita a una experiencia constantemente fronteriza, consciencia de identidades inestables y múltiples ubicadas en un espacio transculturado que parece universalizarse en la decepción y el alejamiento, pero un locus imaginado en el que un peruano o un argentino pueden creer que aún el vals o el tango les pertenece.

Lecturas en las que el deslumbramiento incita a la apropiación, y la nostalgia al retorno a entidades ausentes. Espacios extremos de un proceso que tiende hacia el cosmopolitismo, pero en el que la opción por el exilio o el autoexilio, que en un inmigrante convencional es motivada por anhelos económicos, en un literato termina por concretarse más bien en términos de lo que Pierre Bordieu llamara capital cultural, desde una obra ubicada en una encrucijada marcada de posibilidades e imposibilidades, de inserciones y resistencias.

 PUBLICADO EN EL NUMERO 49 (2021) DE SIETECULEBRAS -REVISTA ANDINA DE CULTURA A QUIEN AGRADECEMOS

(C) RAFAEL OJEDA