De Nagasaki a
Fukushima: el legado nuclear de Japón
Amy Goodman (DEMOCRACY
NOW!)
Los niveles de radiación
en los reactores nucleares de Fukushima, en Japón, aumentaron en las
últimas semanas, alcanzando niveles registrados de hasta 10.000
milisieverts (mSv) por hora en un mismo lugar. Este fue el nivel máximo
informado por la Compañía Eléctrica de Tokio, o TEPCO, la desprestigiada
empresa propietaria de la central nuclear, aunque cabe aclarar que ese
número es tan alto como permite medir el Contador Geiger. En otras
palabras, los niveles de radiación literalmente sobrepasan todas las
mediciones.
La exposición a 10.000
milisieverts durante un corto período de tiempo tiene consecuencias
fatales: provocaría la muerte en apenas semanas. (A modo de comparación,
la radiación total de una radiografía dental es de 0,005 mSv y la de una
tomografía computada de cerebro es de 5). El New York Times informó que,
tras el desastre, funcionarios del gobierno japonés ocultaron los
pronósticos oficiales de hacia dónde se dirigiría la lluvia radiactiva a
causa del viento y el clima, para evitar la costosa reubicación de
cientos de miles de habitantes.
“El secreto, una vez
aceptado, se convierte en adicción”. Si bien esas palabras podrían
describir el manejo realizado por el gobierno japonés de la catástrofe
nuclear, fueron pronunciadas por el científico atómico Edward Teller,
uno de los principales responsables de la creación de las dos primeras
bombas atómicas. La bomba de uranio denominada “Little Boy” fue lanzada
el 6 de agosto de 1945 sobre la ciudad de Hiroshima, Japón.
Tres días más tarde se
lanzó la segunda bomba, esta vez de plutonio y denominada “Fat Man”,
sobre la ciudad de Nagasaki. Alrededor de 250.000 personas murieron a
causa de las explosiones y los efectos inmediatos. Nadie sabe con
exactitud la cantidad de personas que murieron o padecieron enfermedades
en los años subsiguientes a causa de las explosiones, desde las
dolorosas quemaduras que sufrieron miles de sobrevivientes hasta los
efectos tardíos como enfermedades provocadas por la radiación y cáncer.
La historia de los
bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki es en sí misma la historia de la
censura y la propaganda militar estadounidense. Además de las
filmaciones que fueron ocultadas, las fuerzas armadas impidieron el
acceso de periodistas a las zonas de las explosiones. Cuando el
periodista ganador del Premio Pulitzer George Weller logró ingresar a
Nagasaki, su artículo fue personalmente censurado por el General Douglas
MacArthur. El periodista australiano Wildred Burchett logró ingresar a
Hiroshima poco después de las explosiones y desde allí escribió su
famosa “advertencia al mundo”, en la que describió la propagación masiva
de enfermedades como una “plaga atómica”. Pero las fuerzas armadas
estadounidenses desplegaron su propia plaga. Resulta que William
Laurence, periodista del New York Times, también era empleado del
Departamento de Guerra. Laurence informó fielmente la posición del
gobierno estadounidense, insistiendo en que los “japoneses describían
'síntomas' que no parecían verdaderos”. Lamentablemente, ganó el Premio
Pulitzer por su propaganda.
Greg Mitchell ha escrito
sobre la historia y las secuelas de Hiroshima y Nagasaki durante
décadas. En este nuevo aniversario del bombardeo a Nagasaki, le pregunté
a Mitchell acerca de su más reciente libro “Encubrimiento atómico: Dos
soldados estadounidenses, Hiroshima y Nagasaki, y la mejor película
jamás realizada”.
“Parece que todo lo que es
tocado por las armas nucleares o la energía nuclear provoca ocultamiento
y peligro para el público”. Mitchell dijo que durante años buscó las
imágenes filmadas por las fuerzas armadas estadounidenses en los meses
posteriores al lanzamiento de las bombas; rastreó a los envejecidos
realizadores cinematográficos y, a pesar de décadas de clasificación de
documentos por parte del gobierno, fue uno de los periodistas que
publicitó los increíbles archivos cinematográficos a color. Como parte
del Informe sobre Bombardeos Estratégicos de Estados Unidos, los equipos
de filmación documentaron no solo la devastación de las ciudades, sino
que también realizaron una documentación clínica con tomas de cerca de
las graves quemaduras y las heridas desfigurativas sufridas por civiles,
entre ellos niños.
En una escena, se ve a un
hombre joven con heridas en carne viva en toda su espalda, mientras
recibe tratamiento. A pesar de las graves quemaduras y de haber sido
tratado meses más tarde, el hombre sobrevivió.
Sumiteru Taniguchi, que
ahora tiene 82 años de edad, es director del Consejo de Personas
Afectadas por la Bomba Atómica de Nagasaki. Mitchell halló comentarios
recientes de Taniguchi en un periódico japonés que vinculan a la bomba
atómica con el actual desastre de Fukushima:
Taguchi fue citado
diciendo: “La energía nuclear y el ser humano no pueden coexistir.
Nosotros, los sobrevivientes de la bomba atómica, siempre lo hemos
dicho. Y, sin embargo, el uso de la energía nuclear fue disfrazado de
'pacífico' y continuó avanzando. Nunca se sabe cuando habrá un desastre
natural. No es posible decir que nunca habrá un accidente nuclear”.
En esta dolorosa fusión de
nuevos y viejos desastres, deberíamos escuchar a las víctimas
sobrevivientes de ambas catástrofes.
Denis Moynihan
colaboró en la producción periodística de esta columna.
http://www.argenpress.info/2011/08/de-nagasaki-fukushima-el-legado-nuclear.html
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