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El pombero de Fernando
-Es
horrible, espantoso – continuó Fernando -¿Pero como
era?¿ Lo viste?¿Qué que te hacía? - pregunté ansiosa No
respondió pero movía la cabeza de un lado a otro. Miré por la ventana
mientras recalenté el agua para el mate: el atardecer se presentaba
nublado, gris, con una tenue llovizna fría que cubría el cielo.
La reunión convocada por mí, atraída por los
dichos de Antonio, el hermano de Fernando, quien aseguraba que su
hermano menor, estuvo mucho tiempo, desde niño muy asustado por algo que
lo perturbaba, hasta llegaba a descomponerse y llorar a grito pelado. -Desde los
11 años que empezó con esto. Por suerte se lo sacó un pastor-comentó
-Antonio. Mi madre le creía, pero mi padre, no, como tampoco mis otros
hermanos. -Y el
pastor que te hizo? –indagué a Fernando -Me habló
de Dios y de Jesús, tenía la iglesia cerca de mi casa, allá en Paso de
la Patria. -Pero que
cosas malas te hacía?- insistí -De todo,
me chiflaba en el oído, cuando caminaba de noche con otros muchachos, me
hacia zancadillas para que me cayera al suelo. -A los
otros los ignoraba? -Si,
ni se daban cuenta. Lo peor, a la noche cuando estaba por dormirme me
destapaba con unos soplidos terribles,
yo
llamaba a mi mamá, a veces venia. Me consolaba, ya que a su hermano le
pasó lo mismo pero diferente, el pombero lo protegía pero para hacer
daño. -Sí, el tío
Gervasio Matienzo – dijo Antonio – era malo muy malo, mi tío era
peleador, iba a un baile, si se le antojaba bailar con una mujer que
estaba acompañada y ella no salía, empezaba a las piñas, claro que
siempre llevaba un cuchillo. -Sí,
además el pombero lo acompañaba sobre el hombro derecho. Y nunca lo
agarraban. La policía nunca pudo hacer nada, hasta
mató a una persona y se escapó, claro
que con la ayuda de, de, eso, bueno, era su amigo- explicó Fernando,
algo tranquilo pero con chispas en los ojos oscuros. - La visita
a tu mamá? -No, ahora
se fue al Paraguay- aclaró Antonio – además, ella no lo quiere. Es muy
malvado, es capaz de hacer cualquier cosa con tal de salirse con la
suya. No entendía
demasiado, a Gervasio lo amparaba, y a Fernando le hacía la vida
imposible. Y al tío era malo, lo ayudaba. Me sentía confundida. Sería
verdad lo que contaban, o era, no sé. Pero quedé intrigada y seguí
preguntando, entre la segunda o tercera pava de mate, que paseaba de
mano en mano.. -Muy bueno
el mate, nosotros en verano tomamos tereré con limón, allá en Paso, hace
mucho calor- argumentó Antonio.
No contesté, seguía interesada en Fernando,
quien en esos momentos sus ojos se perdían por la ventana hacia el gris
misterioso de la tarde, moviendo el rostro como buscando ser mas claro. -Cuándo lo
viste, que aspecto tenía? - pregunté fantaseando con un diablo de ropa
negra, capa y ojos rojos. -Es
imposible describirlo, es feo, muy feo, aterrador, repetía. -Pero
decime algo- continué cada vez más ansiosa. -No
sé, con plumas, grandote, bah, no sé.
Me llegaba a la cintura. Me volvía
loco, me llevaban al médico, y decía que yo estaba sano, que no tenía
nada. Pero no podía salir, hasta cuando salía de la escuela: tenía que
cruzar un bosquecito y ahí estaba para reventarme los oídos, y me hacia
sentir escalofrío por la espalda. Dios mío. Menos mal que encontré el
pastor sino capaz que no sé lo que hubiera pasado.
Se generó un silencio lleno de preguntas,
mientras afuera ya no llovía; una capa semi oscura mostraba un
plenilunio que intentaba su plenitud. -Se dice
que en luna llena pasan cosas - dije. -No,
bah no sé, me molestaba siempre, con luna llena o cualquier luna. Una
noche, yo tendría unos trece años; acostado en mi cama me destapaba, me
chiflaba, y sentí mucho frío - se animó Fernando -
salí
corriendo de mi casa sin saber que hacer, corría y corría. -Me acuerdo
- acotó Antonio - te fuimos a buscar y te encontramos bajo un árbol
llorando, sudado, y gritando decías: “dejame tranquilo desgraciado”.
-Fueron muchos años, ahora tengo dieciocho, y gracias a Dios,
nunca
más, claro gracias al pastor que me salvó. En cambio mi tío sigue
contento, según mi mamá que cada tanto se escriben. Ahora roba autos,
pero claro él siempre lo ayuda. -Dios,
hicieron un pacto con el diablo – murmuré sin convicción. A lo que
Fernando agregó - No, no es el diablo, es él. -Igual
Fernando no entra en una habitación oscura, solo - aclaró Antonio. -Era peor
cuando iba a bailar con los chicos de allá, ellos se drogaban y bueno,
él se la agarraba conmigo. -¿Vos
también? - pregunté. -¿Yo
también qué? -¿Te
drogabas? -No, yo,
no. Bueno cuando salíamos del baile, se ponía loco, me apartaba de mis
amigos, y empezaba a soplarme, varias veces lo vi, tenía como un pico
horrible. -Nos
tenemos que ir- dijo Antonio parándose de la silla. -Pero, no,
un rato más - afirmé con voz algo autoritaria - quiero saber. De pronto
tomé conciencia que mi razón estaba ávida de un razonamiento mas
concreto, terrenal. Y Fernando no podía explicar más de los que había
contado. -Sí, vamos,
antes que se haga más de noche. -Dijiste
que ya no te molesta. -Sí, oro
mucho, pero por las dudas. Igual esto fue en Paso de la Patria, acá
nunca pasó nada. Pero fue terrible, muy espantoso. Creían que estaba
enloqueciendo.
Al quedar sola, una fluir de pensamientos
razonables acapararon mi mente, hasta que de pronto comprendí.
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CARMELA ISABELLA