24              El pombero de Fernando

 

-Es horrible, espantoso – continuó Fernando

-¿Pero como era?¿ Lo viste?¿Qué que te hacía? - pregunté ansiosa

No respondió pero movía la cabeza de un lado a otro. Miré por la ventana mientras recalenté el agua para el mate: el atardecer se presentaba nublado, gris, con una tenue llovizna fría que cubría el cielo.

  La reunión convocada por mí, atraída por los dichos de Antonio, el hermano de Fernando, quien aseguraba que su hermano menor, estuvo mucho tiempo, desde niño muy asustado por algo que lo perturbaba, hasta llegaba a descomponerse y llorar a grito pelado.

-Desde los 11 años que empezó con esto. Por suerte se lo sacó un pastor-comentó -Antonio. Mi madre le creía, pero mi padre, no, como tampoco mis otros hermanos.

-Y el pastor que te hizo? –indagué a Fernando

-Me habló de Dios y de Jesús, tenía la iglesia cerca de mi casa, allá en Paso de la Patria.

-Pero que cosas malas te hacía?- insistí

-De todo, me chiflaba en el oído, cuando caminaba de noche con otros muchachos, me hacia zancadillas para que me cayera al suelo.

-A los otros los ignoraba?

-Si, ni se daban cuenta. Lo peor, a la noche cuando estaba por dormirme me destapaba con unos soplidos terribles,  yo llamaba a mi mamá, a veces venia. Me consolaba, ya que a su hermano le pasó lo mismo pero diferente, el pombero lo protegía pero para hacer daño.

-Sí, el tío Gervasio Matienzo – dijo Antonio – era malo muy malo, mi tío era peleador, iba a un baile, si se le antojaba bailar con una mujer que estaba acompañada y ella no salía, empezaba a las piñas, claro que siempre llevaba un cuchillo.

-Sí, además el pombero lo acompañaba sobre el hombro derecho. Y nunca lo agarraban. La policía nunca pudo hacer nada, hasta  mató a una persona y se escapó, claro que con la ayuda de, de, eso, bueno, era su amigo- explicó Fernando, algo tranquilo pero con chispas en los ojos oscuros.

- La visita a tu mamá?

-No, ahora se fue al Paraguay- aclaró Antonio – además, ella no lo quiere. Es muy malvado, es capaz de hacer cualquier cosa con tal de salirse con la suya.

No entendía demasiado, a Gervasio lo amparaba, y a Fernando le hacía la vida imposible. Y al tío era malo, lo ayudaba. Me sentía confundida. Sería verdad lo que contaban, o era, no sé. Pero quedé intrigada y seguí preguntando, entre la segunda o tercera pava de mate, que paseaba de mano en mano..

-Muy bueno el mate, nosotros en verano tomamos tereré con limón, allá en Paso, hace mucho calor- argumentó Antonio.

  No contesté, seguía interesada en Fernando, quien en esos momentos sus ojos se perdían por la ventana hacia el gris misterioso de la tarde, moviendo el rostro como buscando ser mas claro.

-Cuándo lo viste, que aspecto tenía? - pregunté fantaseando con un diablo de ropa negra, capa y ojos rojos.

-Es imposible describirlo, es feo, muy feo, aterrador, repetía.

-Pero decime algo- continué cada vez más ansiosa.

-No sé, con plumas, grandote, bah, no sé.  Me llegaba a la cintura. Me volvía loco, me llevaban al médico, y decía que yo estaba sano, que no tenía nada. Pero no podía salir, hasta cuando salía de la escuela: tenía que cruzar un bosquecito y ahí estaba para reventarme los oídos, y me hacia sentir escalofrío por la espalda. Dios mío. Menos mal que encontré el pastor sino capaz que no sé lo que hubiera pasado.

  Se generó un silencio lleno de preguntas, mientras afuera ya no llovía; una capa semi oscura mostraba un plenilunio que intentaba su plenitud.

-Se dice que en luna llena pasan cosas - dije.

-No, bah no sé, me molestaba siempre, con luna llena o cualquier luna. Una noche, yo tendría unos trece años; acostado en mi cama me destapaba, me chiflaba, y sentí mucho frío - se animó Fernando -  salí corriendo de mi casa sin saber que hacer, corría y corría.

-Me acuerdo - acotó Antonio - te fuimos a buscar y te encontramos bajo un árbol llorando, sudado, y gritando decías: “dejame tranquilo desgraciado”.

-Fueron muchos años, ahora tengo dieciocho, y gracias a Dios,  nunca más, claro gracias al pastor que me salvó. En cambio mi tío sigue contento, según mi mamá que cada tanto se escriben. Ahora roba autos, pero claro él siempre lo ayuda.

-Dios, hicieron un pacto con el diablo – murmuré sin convicción. A lo que Fernando agregó - No, no es el diablo, es él.

-Igual Fernando no entra en una habitación oscura, solo - aclaró Antonio.

-Era peor cuando iba a bailar con los chicos de allá, ellos se drogaban y bueno, él se la agarraba conmigo.

-¿Vos también? - pregunté.

-¿Yo también qué?

-¿Te drogabas?

-No, yo, no. Bueno cuando salíamos del baile, se ponía loco, me apartaba de mis amigos, y empezaba a soplarme, varias veces lo vi, tenía como un pico horrible.

-Nos tenemos que ir- dijo Antonio parándose de la silla.

-Pero, no, un rato más - afirmé con voz algo autoritaria - quiero saber. De pronto tomé conciencia que mi razón estaba ávida de un razonamiento mas concreto, terrenal. Y Fernando no podía explicar más de los que había contado.

-Sí, vamos, antes que se haga más de noche.

-Dijiste que ya no te molesta.

-Sí, oro mucho, pero por las dudas. Igual esto fue en Paso de la Patria, acá nunca pasó nada. Pero fue terrible, muy espantoso. Creían que estaba enloqueciendo.

  Al quedar sola, una fluir de pensamientos razonables acapararon mi mente, hasta que de pronto comprendí.

 

 

 

 

 

 

CARMELA ISABELLA