ALBERTO BLANCO

(Ciudad de México, 1951)

 

 

 

SUEÑO EN UNA ESTACIÓN

DE TRENES AL AMANECER

 

Estoy en una estación

a bordo de un tren

 

Camino de carro en carro

de puerta en puerta

 

Paso gabinetes y fuelles

ventanas encendidas

 

Pero al poco tiempo

ya no hay ventanas

 

No hay fuelles ni carros

no hay tren ni estación

 

Sólo la luna dormida

sólo el cielo y la tierra

 

Y las blancas estrellas

que iluminan este poema

 

                              

 

NOSTALGIA

 

Allí está el cielo: ahora veo.

 

Allí está el cielo abierto

esperando por lo mejor de mí.

 

Atrás quedan los padres

los amigos, los consejos…

 

Los juguetes soñados en la infancia,

el árbol de los deseos,

la noche al fondo de la alberca,

el parque del primer beso.

 

Lo veo todo a la distancia

como un cuerpo que se despierta

al fondo de un paisaje.

Lo veo como si no fuera cierto.

 

Hemos venido a la vida

a despedirnos de todo lo que amamos,

de aquello que nos fue dado,

de todos los que queremos.

 

Pero justamente allí está el cielo.

 

 

 

 

Qué voy a hacer contigo, dime,

a dónde quieres que te deje,

si a donde quiera que voy

tú vas conmigo

y me recuerdas siempre

mi condición de hombre

atado al potro de la sangre

y al agridulce rastro del deseo…

 

Basta mirar

la suave curva del cielo

para sentirte entre mis manos.

 

Sólo tú sabes de cierto

que mucho más que el dolor,

el miedo o el amor

al conocimiento,

me movió la belleza

de un rostro

en su desigual perfección:

la proporción exacta

de un cuerpo real

equilibrado

a la sombra de unos ojos

y al borde de unos labios.

 

Tú lo sabes de cierto

y sin embargo callas…

 

Pero, mírate, pequeña,

y recuerda que en ti

todo lo grande duerme.

 

 

 

AMOR DE TULUM

 

Hermosa es la mujer

que de mis ojos se va caminando al mar.

 

En la arena su falda

dibuja la pausada línea de las aves…

 

Turquesa en el turquesa,

cadena de finas palmas y leves huellas,

 

la siguen, ardientes:

sobre el agua se yergue un templo de sal.

 

 

 

EL FIN DE LAS ETIQUETAS

 

La mosca se levanta de la mesa

y domina los cuartos desde el techo,

atraviesa puntualmente el pasillo

que comunica el mar con el paisaje.

 

Penetrante en la luz es su zumbido

una burbuja más dentro del agua…

navegando descubre entre los botes

el borde iluminado del mantel.

 

El fondo es sucio, lo que mira es claro:

esta vida que flota vacilante

con aire de papel, blanco de luz,

nada recuerda ya de las palabras.

 

 

 

NO PASA NADA

 

La vida es una película en blanco y negro

donde no se alcanzan a leer los subtítulos…

tal parece que la muerte no descansa

ni a sol ni a sombra.

 

Se echan a rodar pequeños mundos

a la orilla del sueño

con el viento del dolor

y la inclinación de los recuerdos.

 

Pero no pasa nada…

allá en el fondo de la pantalla

no hay reproche posible

ni tristeza mortal en la pareja.

 

Sólo una sed de imágenes

apagada dulcemente

en el manantial de la costumbre

donde las palabras toman cuerpo.

 

 

 

MI TRIBU

 

La tierra es la misma

         el cielo es otro.

El cielo es el mismo

         la tierra es otra.

 

De lago en lago,

de bosque en bosque:

¿cuál es mi tribu?

-me pregunto_

¿cuál es mi lugar?

 

Tal vez pertenezco a la tribu

de los que no tienen tribu;

o a la tribu de las ovejas negras;

o a la tribu cuyos ancestros

           vienen del futuro:

una tribu que está por llegar.

 

Pero si he de pertenecer a alguna tribu

-me digo-

que sea a una tribu grande,

que sea a una tribu fuerte,

una tribu donde nadie

quede fuera de la tribu,

donde todos,

todo y siempre

tengan su santo lugar.

 

No hablo de una tribu humana.

No hablo de una tribu planetaria.

No hablo siquiera de una tribu universal.

 

Hablo de una tribu de la que no se puede hablar.

 

Una tribu que ha existido siempre

pero cuya existencia está todavía por ser comprobada.

 

Una tribu que no ha existido nunca

pero cuya existencia

podemos ahora mismo comprobar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alberto Blanco (Ciudad de México, 1951). Poeta, ensayista y traductor. Cursó estudios universitarios de Química y Filosofía en la UIA y en la UNAM, respectivamente, y de maestría en Estudios Orientales, en el área de China, en El Colegio de México. En 2001 recibió la Beca de Poesía “Octavio Paz”. A la fecha ha publicado 25 libros de poesía, entre los que destacan: Giros de faros, 1979; Antes de Nacer, 1983; Tras el rayo, 1985 y El libro de los pájaros, 1990. Su trabajo ha sido traducido a una docena de idiomas e incluido en diversas antologías de literatura hispanoamericana. El Fondo de Cultura Económica publicó en 1998 en su serie mayor de Letras Mexicanas bajo el título de El corazón del instante, una reunión de doce libros de poesía que abarca 25 años de escritura (1968-1993). En 1988 recibió el Premio de Poesía "Carlos Pellicer" por su libro Cromos, y en 1989 el Premio "José Fuentes Mares" por Canto a la sombra de los animales. En 1996 También los insectos son perfectos recibió en Holanda el Diploma "Honor List de IBBY". En 2002 recibió el premio “Alfonso X, El Sabio”, que otorga San Diego State University a la traducción literaria. Entre sus libros más recientes se encuentra su segundo ciclo de doce libros de poesía publicado en el 2005 dentro de la colección de Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica: La hora y la neblina.

 

 

 

                               http://www.fractal.com.mx/F25blanco.html