ANTONIO DELTORO
(Ciudad de México, 1947)
NIEBLA
Los sueños de los pájaros
deben anidar por siempre en una nube
como las ramas que acunas tú esta mañana.
Esta intimidad en la que estoy me envuelve.
Un día, tan sólo un día más, lo necesito
para saber quién soy, qué escondes.
No escampes, no abras tu ser,
no dejes ver detrás de ti lo que no eres.
Este sopor, este pudor tan míos están en ti;
un día, tan sólo un día más en tu interior.
No hay paz parecida a ti sobre la tierra,
niebla rasante que tocas mi ventana.
A UN EUCALIPTO
Hablan mal del eucalipto
porque se chupa la humedad,
tiene raíces extendidas,
es alto,
peligroso,
y con su madera
no se pueden hacer vigas
ni muebles
confiables,
su corteza tiene el tono solemne
de la piel del camello
y la tristeza de alguien ventoso y longevo.
Aún hecho pedazos
qué respeto le tengo,
cuánta añoranza
y seriedad
y reverencia
me produce ahora que ya no está.
Sus rodajas dispersas por el pasto
llevan dibujos:
una bahía, un círculo, una gaviota, un escudo
(arderán en la chimenea
con la misma violencia
que en Australia),
sus olores, frutos del hacha y de la sierra,
difieren del olor del eucalipto erguido,
son más dulces e intensos
pero se irán diluyendo.
En cambio, donde todo era
penumbra y cochinillas
un hachazo de luz definitiva
ha cortado de tajo
la luz de ayer,
la luz al sesgo
colada por las ramas.
ORACIÓN
Todos los días riegas las plantas,
haces los espacios del sol,
exterminas las plagas
que pintan las hojas con sus larvas,
conduces la enredadera,
hierves el agua para el té,
eres la ordenadora de la luz
y la que ordena
y desordena
mis horas nocturnas:
la noche nos desborda y nos agarra:
tú le das medida y desmedida,
tú eres ancha y aprietas.
GIROS
Para Eugenio Montejo
Mientras dormimos obscuros o por el sueño habitados
hay ojos abiertos a la luz más allá de los mares.
No nos despierta su atención,
la tierra es redonda, su redondez protege nuestro sueño
y gira para otorgar a todos luz y obscuridad;
y si alguien vive con los párpados cerrados o abiertos a deshora,
en contrapunto con el canto de los pájaros y el sol,
como quien viaja en un tren en un asiento contrario al recorrido,
la tierra sin apiadarse seguirá girando,
porque sus giros son tiránicamente equitativos
y nadie puede escapar a su rigor, que distribuye las horas.
Barre la tierra con sus giros los colores
y con sus giros barre la noche
y giran las tumbas y giran los recién nacidos.
SIN NARDOS
Mi madre
guardó la cortesía
y el amor a los nardos
hasta los últimos momentos:
al entrar, la enfermera
nos dijo en voz muy baja
que no le convenían esas flores;
nosotros, a un gesto de mi madre,
que era adivina,
sin chistar las retiramos,
como lo hacíamos
cuando llegaba a la casa un amigo
al que le producían los nardos
desazón y tristeza.
Los nardos eran las flores de mi madre
por su olor y su blancura,
por su forma y sus tallos;
también por sus recuerdos.
En sus fiestas sabíamos
que nardos y pasteles,
el humo del tabaco
y el sabor del café
se mezclarían,
siempre que no llegara
ese amigo
que asociaba,
como la enfermera,
los nardos con la muerte,
como si a la muerte la guiaran
ciertos olores
y la extraviaran otros
más sutiles,
como si la muerte no supiera,
como nadie,
el camino y la hora.
NOMBRES
No hay lunes para las montañas
ni para los huracanes.
No hay sábados para las nubes
ni días laborales.
Ni el zopilote planea,
ni el alacrán se esconde,
ni el agua hierve o corre
de manera distinta
un viernes de un domingo.
Bajo los nombres de los días
nos sentimos al abrigo
de los meteoros mayores,
los años y las décadas,
cuyos nombres son números,
cantidades enormes.
Algún día diremos
“hasta el lunes”
y no viviremos para entonces.
Si yo te llamo “Pedro”
y tú te llamas “Pedro”,
tú respondes.
Si yo le llamo “Lunes”,
el tiempo no me oye.
CAMA
Esta cama es un árbol en estado de coma:
cuando quiere ponerse de pie
la inundan la abulia y la melancolía
y entonces adopta la forma resignada que se deja llevar.
Otras veces, harta de permanecer,
no se adhiere a su destino a la deriva
y hunde sus deseos en el suelo:
quiere definitivamente despertar o morir,
dar fin a las tareas que la ligan
al firmamento y los hombres,
perder para siempre las patas
que la separan de la tierra:
la cana esta cruzada por rayas
de día y noche, de tigre y cebra.
¿Cómo entrar al sueño
al que nos invita la cama,
aliada de la noche y de la tumba,
mestiza de sueños y de pesadillas?
¿De nuestros sueños, de nuestros amores y desamores,
de nuestras pepeas y reconciliaciones sabe esta cama?
Siento que me dicta los sueños:
su madera tiene pesadillas de fuego
yo, afiebrado, sueño con agua.
FÁBULA
Nos dio el gato y la liebre
para que supiéramos
la distancia
entre lo que se puede tocar
y lo intocable.
Quizás los conejos,
para que no confundiéramos
gato con liebre.
Al leopardo le debemos
la belleza de la caza
solitaria,
y los lobos fueron el don
para que aprendiéramos
a cazar en jauría.
La red de la araña,
dicen los chinos,
nos la dio
para que aprendiéramos
a viajar por hilos de seda
y hacer sopa de nidos de golondrina.
Sin los animales
seguiríamos en la planicie de la especie.
¿Por qué nos hizo nacer?
¿Por qué nos devora?
Hay que darle las gracias,
sin preguntarse demasiado,
y bendecir a las presas
que pasan,
como pasaremos nosotros,
por su vientre.
RAYAS
Para Eduardo Lizalde
No conocen los tigres el sueño absoluto del oso,
los tigres no duermen por entero
y en su vigilia acechante
hay una capa de luna y de silencio.
En el sueño más profundo de un tigre,
un tigre está despierto;
para él los días y las noches
son franjas de un eterno retorno,
de un nirvana amarillo y obscuro.
El tigre es más tigre en las horas nocturnas,
en ellas todo el tigre se despliega:
inaudible, invisible, obscuro, ensangrentado.
Cuando busca sus presas, cuando las embosca,
cuando salta abatiéndolas, el tigre es un sonámbulo.
El tigre sueña con la caza cuando sueña y cuando caza,
y devora a sus presas con ojos traslúcidos de sueño:
todo tigre tiene una capa de luna y de silencio
para cazar dormido con los ojos abiertos.
Antonio Deltoro (Ciudad de México, 1947). Fue jefe de redacción de la revista Iztapalapa (1979-1983), miembro del consejo de colaboradores de la revista Vuelta y coordinador cultural de la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Ha escrito ensayos sobre autores contemporáneos y publicado los libros de poesía: Algarabía Inorgánica (1979), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), Los días descalzos (1992), Balanza de sombras (Premio nacional de poesía Aguascalientes, 1996), Poesía reunida (1999) y El quieto (2008).