FRANCISCO HERNANDEZ
(San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946)
EXTRAÑO TU SEXO…
Extraño tu sexo. Piso flores rosadas al caminar y extraño
tu sexo.
En mis labios tu sexo se abre como fruta viva, como voraz
molusco agonizante.
Piso flores negras al caminar y recuerdo el olor de tu sexo,
sus violentas marejadas de aroma, su coralina humedad
entre los carnosos crepúsculos del estío.
Piso flores translúcidas caídas de árboles sin corteza
y extraño tu sexo ciñéndose a mi lengua.
FANTASMA
Amo las líneas nebulosas de tu cara,
tu voz que no recuerdo,
tu racimo de aromas olvidados.
Amo tus pasos que a nadie te conducen
y el sótano que pueblas con mi ausencia.
Amo entrañablemente tu carne de fantasma.
LA PRIMERA MUJER QUE RECORRIÓ MI CUERPO…
La primera mujer que recorrió mi cuerpo
tenía labios de maga: labios verdes y azules,
con sabor a fruto silvestre,
con señales indescifrables como la miel o el aire.
Muchas veces incendió mis cabellos con siete granos y
siete aguas, con ensalmos que sonaban a campanillas
de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión
que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.
Toda la noche ardía la pócima bajo mi cama.
Al día siguiente, un niño nacido después de mellizos
la arrojaba al río, de espaldas, para no ver el sitio
donde caía ni el vuelo repentino de los zopilotes.
Entre tanto, mi madre me contaba
lo que Colmillo Blanco no sabía de la nieve
y el recuerdo del mar era un espejismo bajo las sábanas.
(DE CÓMO ROBERT SCHUMANN FUE VENCIDO POR LOS DEMONIOS)
Hoy converso contigo, Robert Schumann,
te cuento de tu sombra en la pared rugosa
y hago que mis hijos te oigan en sus sueños
como quien escucha pasar un trineo
tirado por caballos enfermos.
Estoy harto de todo, Robert Schumann,
de esta urbe pesarosa de torrentes plomizos,
de este bello país de pordioseros y ladrones
donde el amor es mierda de perros policías
y la piedad un tiro en parietal de niño.
Pero tu música, que se desprende
de los socavones de la demencia,
impulsa por mis venas sus alcoholes benéficos
y lleva hasta mis ligamentos y mis huesos
la quietud de los puertos cuando el ciclón se acerca,
la faz del otro que en mí se desespera
y el poderoso canto de un guerrero vencido.
XI
Ovillada sobre la piel de tigre, la gata sueña que persigue a
un tigre bajo los cortinajes del obispado y por los corredores
de la sacristía.
Desgarran sotanas, vuelcan la pila bautismal, suben al
púlpito, ruedan sus peldaños, rompen monaguillos de yeso y
derriban una larga hilera de cirios hasta quedar mirándose
dentro de la tristeza del confesionario.
Ella lo ve con obediencia, se acomoda bajo su vientre y hace
que la monte una y otra vez hasta que la fiera es sólo ardores
y cansancio.
Reposan un segundo que dura siglos: el tigre huye
nuevamente.
Sube a lo alto de la torre, destroza la yugular del campanero
y se arroja al vacío para internarse en otro sueño…
SÉPTIMO
Sabes que no miras lo que ves, porque tus ojos son
únicamente lo sombrío dejado por el vendaval en el
mantel polvoso, en lo que tiene de abandono aquello
que nos observa desde la visión.
Lo que no ves resulta el combate nocturno que inicia la
cigarra contra el girasol bajo el degüello de las granadas.
Lo que sin ver te mira corre por la tersura del durazno
acodándose en el pensamiento redondo de tu imagen.
El ramo que te vigila desde su vaso sabe que has
olvidado tu primer recuerdo entre los párpados
translúcidos de la oscuridad completa.
Tus manos están llenas de élitros para el silencio: giran
sin recorrer los pétalos caídos y se detienen sobre el
pequeño resplandor del fruto donde el cristal se astilla
sin saberlo.
¿Miras así porque tu reflejo se aproxima a la hoja en
blanco que es un sediento témpano de hielo?
Callas así porque cuando se cierren los ojos de las
cosas, no podrás contemplar tu repentina desaparición.
MUJER TRAS UN CRISTAL
Con ojos de otro tiempo
mira el paso
del otoño en el parque.
No hay cordillera
frente a su pensamiento.
La rodea un resplandor
de luz extinta.
Su aliento dibuja
en el cristal
puertos de bruma.
Escucha la respiración
de los árboles.
PARA MATAR UN PÁJARO
Para matar un pájaro
toma unas tijeras tan grandes
como su envergadura.
No se las claves en el pecho
ni tajes su garganta.
Corta sus alas.
La nostalgia del vuelo
hará que se arroje
por el desfiladero.
XXI
-Dios está podrido en dinero
dice en voz baja un comerciante del pueblo.
En sus eternos ratos libres, se entretiene devorando
la imaginación de quienes no tienen para comer.
¿Quiere retratar al Todopoderoso?
Meta su cámara en la boca de un pobre.
II
Los labios de Sonia tocan la flauta de la luz
y de las notas altas bajan claridades.
Esta flauta viene de un mundo donde la culpa
hace del vino su saliva, donde los genitales de los
ciervos descansan sobre abetos escarchados.
Al entrar en contacto con tus labios,
la flauta de la luz traza dos puentes.
Uno va de los latidos impalpables a la base del cráneo,
otro viene de cunas con almohadones negros al hospital
donde el cuchillo viaja desnudo.
Pero la flauta de la luz es también la flauta de la muerte.
El silencio recurre a la ceguera
para poder anticiparnos su presencia.
Por donde el aire pasa, emigran los sonidos.
La música, entonces, es un placer ambiguo;
no puede el viento dejar en paz al caramillo derribado.
¿en la flauta de la muerte se concentran
los gemidos más graves, las oraciones del descenso
y el vaho que deja intacto los cristales?
Llega la oscuridad, sin permitirle sitio a las preguntas.
De la garganta de Sonia hasta sus dedos
fluye un hilo delgado y luminoso.
El grito del nonato resulta muy cortante.
Oh la flauta de la luz, oh la flauta de la muerte.
LA GARGANTA DEL ÁNGEL
I
Me tiendo a descansar. El ángel canta. En el aire invernal
flota la muerte que ciegos pordioseros representan
colgados de arbotantes sin fijeza.
La garganta del ángel me contiene. El canto se adelgaza
en el sonido de nuestro amor en calma: es el conjuro que
repite la boca que se inflama.
¿Pierde belleza el ángel si enmudece? ¿Es terrible su voz
cuando se aleja?
las respuestas provienen de los sueños que, con sus ecos
de cristal cortado, perfeccionan la música vertida en la
canción que alumbra mi reposo.
II
Me tiendo a descansar. El ángel calla. No se percibe nada
de su aliento humeante, de su timbre perfecto donde rojos
vitrales se astillaban.
Siento su lejanía en la garganta como el agua que falta en
el desierto. Busco su libertad entre la hierba, miro su
esclavitud en las estrellas, por los frescos del templo lo
confirmo: el ángel canta si te sueña mudo y en estatua de
nadie te convierte al ver sobre la curva de tu espalda su
esbelta sombra de árbol derribado.
PALABRA FUNERARIA
Cuando no escribe,
acude a una funeraria llamada
El cielo abierto.
Allí se encarga de pulir los féretros,
de acomodarlos,
de establecer identificaciones
con letras de plástico
en el pizarrón de la entrada.
Por su vivienda se le ve
con aspecto de zombi.
En cambio, en el trabajo
conversa con los difuntos,
da color a la paz de sus facciones
y si no le contestan, los escupe.
Al tratar con mujeres
desliza endecasílabos procaces
a lo largo de sus muslos helados,
sin dejar de medir
la curvatura de sus caderas.
Traza versos con uñas de tres dedos,
corrige con abejas africanas,
borra con margaritas derretidas.
Cuando el entierro parte por fin
al cementerio, coge una hoja de papel,
saca la pluma fuente y deja este recado:
“Vida, te esperaré hasta el último instante.
Me voy volando a la casa. Estoy muerto.”
GRITAR ES COSA DE MUDOS
Carajo, esto es el acabose.
Aunque ignoro si sea el momento exacto
-uno nunca sabe
cuándo cerrar la boca o cuándo unas palabras graves
nacerán en la frente- pero a dar curso vengo
a todo lo que se está ahogando dentro y fuera de mí:
las escamas infantiles,
el sabor de miseria,
la impasible visión de los espejos.
Bajo el viento abro el tercer postigo.
Veo cómo las hojas se espuman y se esfuman;
veo caballos del alba pasar a tumbos
sobre el lomo del río;
niños sin frazadas; árboles huecos
que cayeron del cielo;
gritos hundidos dentro de sí mismos: los veo ser
descubiertos
por luciérnagas y alertados por un perro de aguas
que conoce años ha la suerte de los náufragos.
¿Y?
Ahora yo, oteando tu cadáver a última hora
vestido con ropa limpia, oigo el triste silbato
que me obliga a bajar apresuradamente de la cubierta
para oler el aceite que te untaron en las orejas.
En tu garganta hay címbalos,
peces que no conocían la superficie del mar.
Y ahora yo el desterrado lluevo sobre los cirios,
doy vueltas y vueltas a tu cuerpo sin sangre
y me detengo.
Como si entrara a una librería desconocida
hojeo tus párpados en busca de la última palabra
cuyo significado te dolía.
¿Quién se cortó la lengua ante el espejo?
Mis huesos, sin otra cosa que calor,
se van agazapando en las esquinas.
Mis cabellos cuelgan de la levadura
de los árboles, mis duelos se nutren en el plato
del vagabundo y llego ante él sin vísceras.
Con el pellejo temblando como gelatina
me empotra en la pared: lo escucho.
Sólo su nombre retuerce mi ocio y me reanima.
Pero yo, siempre yo por debajo de todo,
sigo pensando que gritar es cosa de mudos
y que escuchar es intercambiar ecos
con barcos fantasmas o con muertos
que han perdido la esperanza de vengarse.
Fotografía Pascual Borzelli
Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946) Es una de las voces más representativas de su generación. Ha publicado, entre otros libros: Gritar es cosa de mudos (1974); Portarretratos (1976); Textos criminales (1980); Mar de fondo (1982); Poesía reunida (1996), que da cuenta de los primeros veinte años de su trabajo; Mascarón de prosa (1997); Antojo de trampa (1999); Soledad al cubo (2001); Óptica la ilusión (2002); Diario invento (2003) y La isla de las breves ausencias (2009). En 1982 obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, en 1993 el Premio Carlos Pellicer para Obra publicada, en 1994 el Premio Xavier Villaurrutia, y en el premio iberoamericano de poesía Ramón López Velarde. Actualmente es becario del sistema nacional de Creadores de Arte del FONCA. Por su trayectoria ha sido invitado como jurado del premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el más importante del país, durante los últimos tres años. Su columna Diario invento, se publica semanalmente en el periódico capitalino Milenio. Parte de su obra ha sido traducido a diversos idiomas.