LOS SENTIDOS CLÍNICOS DE GILLES DELEUZE
Hace poco más de diez años se fue Gilles Deleuze (1925-1995), uno de los pensadores fundamentales de nuestro tiempo, filósofo inclasificable e iconoclasta, crítico heterodoxo y magnífico orador, profesor de la Sorbona, Vincennes y Lyon, investigador del Centre National de Recherche Scientifique (NRS) y estudioso de los ámbitos de la pre-subjetividad, el inconsciente y su relación con los procesos políticos y la historia. Con su partida se cerró aquel fatídico destino que acechó siempre a la que con justicia podríamos llamar la escuela de París: la generación que surgió de la turbulencia social y política que rodeó a las revueltas de mayo del 68, y significó un quiebre definitivo en la historia del pensamiento y las formas de ver la sociedad. Aquí una invitación al retorno a sus textos fundamentales.
La historia del pensamiento contemporáneo está marcada por episodios trágicos, por síntomas de desesperación o acción desenfrenada, de una eclosión y vértigo de las diferencias que también se plasman en la vida social, en esa idea de multiplicidad y convivencia.
La filosofía consiste en la invención de conceptos, en una disposición creativa más que comunicativa, insiste Gilles Deleuze, y hay presencias de este tipo en su despliegue filosófico en pos de pensar lo no pensado: el pensamiento en cambio constante. En Diferencia y repetición (1968) – luego vendrá Lógica del sentido (1969)-, Deleuze sustenta su edificio conceptual en la diferencia como núcleo de su pensamiento. El ser es presentado como diferencia encubierta bajo las falsas nociones de sujeto. Donde no hay un centro ni un corazón, sino una distribución de puntos relevantes y descentramientos planteados como “des-jerarquización” u “horizontalidad” de protagonismos, en una suerte de -para usar un término de Derrida- diseminación de valores en un espacio de acontecimientos múltiples.
El sujeto deleuziano es visto como una entidad heterogénea, como inestabilidad de las diferencias que acaba con la idea de identidad que sustenta la noción clásica de sujeto representacional. Donde la diferencia conceptual o intrínseca, se reconoce cuando los objetos no se definen con un mismo significado, y la diferencia no conceptual o extrínseca, se ve en objetos representados bajo un mismo concepto pero que ocupan una locación o espacio diferente, concebida ésta como repetición vista como universalidad de lo singular que se opone a todas las formas de generalidad, es decir que cada acción o acontecimiento es visto como un hecho nuevo y único. “La repetición como conducta y punto de vista concierne a una singularidad incambiable e insustituible”, ha escrito.
Deleuze nació en Paris, en 1925. Estudió filosofía en la Sorbona, donde tuvo como profesores a personajes de la talla de Ferdinand Aliquié, Merleau-Ponty, Georges Canguilhem y Jean Hyppolite. Tras conseguir su agrégatión en filosofía, en 1948, ejerció la docencia en varios liceos y universidades de Paris y Lyon. Siendo uno de los principales animadores de la cohorte posestructuralista, corriente en la que también se encontraban Jacques Derrida, Michel Foucault y Emmanuel Levinas. Pensadores cuya obra, inscrita dentro de las filosofías de la muerte del sujeto, plantea la disolución del dualismo sujeto-objeto hacia un descentramiento múltiple.
La idea de ver la filosofía como un género literario más, también había calado en él –como antes en Derrida- Deleuze creía que en un libro de filosofía sucedía lo mismo que en una novela, la diferencia es que en filosofía los personajes son conceptos, y la acción sucede en el espacio-tiempo.
Hay una diversidad manifiesta que se desprende de toda su producción, que va desde sus relecturas de la historia de la filosofía -de Lucrecio a Bergson, pasando por Leibniz, Hume y Kant, cuyos puntos comunes lo remitieron finalmente a la identidad Spinoza-Nietzsche-; sus textos filosóficos personales y sus escritos con Félix Guattari; hasta sus ensayos críticos sobre pintura, literatura y cine –estudios de Sacher-Masoch, Kafka o Bacon-. Interés múltiple que se explica en el hecho de que Deleuze veía en los literatos, pintores y cineastas estudiados, a grandes sintomatologistas cuyos diagnósticos eran reformulaciones de los síntomas y anomalías sociales, como en Proust y los signos de 1964 o en la selección que integra Crítica y clínica de 1993. No obstante el amplio espectro de su pensamiento, mucho en su obra nos dice que él albergó una empresa más ambiciosa aún.
Whitehead pensaba que “toda la filosofía de occidente no es más que notas a pie de Página de la obra de Platón”. Foucault en un texto dedicado a parte de la obra de Deleuze ha escrito: “Todas las filosofías, ¿pertenecientes al género <<antiplatónico>> ¿Empezaría cada una articulando en ella el gran rechazo? ¿Se dispondrían alrededor de este centro deseado-detestable? Digamos más bien, que la filosofía de un discurso es su diferencial platónico”. Encontramos en la filosofía de Deleuze ese diferencial, esa pretensión de enfrentarse e invertir el platonismo. Y hace esto a partir de la cancelación de la representación y los principios de identidad, para intentar así demoler el dualismo de Platón y su mundo de arquetipos puros y copias impuras, de las esencias y apariencias generales, con una valoración de las singularidades libres, como lo único real a partir de esa fluctuación de diferencias y repeticiones, Pero su crítica no solo está dirigida a Platón, sino que se extiende a toda la línea de pensamiento que va desde él hasta Hegel, pasando por el cristianismo, Descartes y demás dualistas entre materia y espíritu. Contra los cuales opone una concepción de lo real entendida como una multiplicidad de planos en la que no hay cabida para el dualismo ni para el privilegio del sujeto como polo de referencia.
En el Anti-Edipo (1972) y Mil mesetas (1980), tomos I y II de Capitalismo y esquizofrenia, escrita en sociedad con Guattari –obra que significó una ruptura con el psicoanálisis y con los intentos freudo-marxistas-, estudia otro ámbito de la pre-subjetividad: el inconsciente. Ve el inconsciente no como un teatro de representación edípica, sino como una factoría de producción relacionada con la política y la historia, rechazando el principio paterno que reduce sus efectos al espacio familiar y olvida los campos sociales más amplios. En tanto el psicoanálisis es visto como instrumento de represión reduccionista que malinterpreta los signos y síntomas.
Pero qué fascinación tienen esas ventanas. Tal vez por él podríamos repetir unos versos de Reinaldo Arenas escribiera poco antes de morir: “Y cuando ya se bamboleaba surgía una ventana / por la cual se lanzaba al infinito”. Gilles Deleuze se fue luego de que afectado por una insuficiencia respiratoria se lanzara por la ventana de su departamento en la rue Nice, Paris, el 4 de noviembre de 1995. Esta vez no fueron ansias de infinito sino de cenestesia desenfrenada. Y con él se cierra el sino trágico que acechara a los mayores pensadores de su generación: Michel Foucault, muerto víctima del sida en 1984, Louis Althusser, muerto en 1990 tras ser encarcelado luego estrangular a su esposa, y Guy Debord, que se quitó la vida de un tiro en el corazón en 1994.
No obstante las dimensiones de su aparato filosófico, sus escritos han merecido poca atención en París, siendo escasos los estudios críticos dedicados a su obra. En tanto, en países de habla inglesa ha pasado a ser un pensador referencial, debido al matiz antiautoritario y democrático de sus presupuestos, sus entradas rizomáticas que enarbolas una heterogeneidad no admiten una totalización ni ninguna jerarquía estable y rígida. Pero hay una dificultad evidente en sus ideas que pueden arrastrar a tergiversaciones y malentendidos. Tal vez por ello, durante la última década, el pensamiento político posmoderno experimenta una moda “deleuzianista”, que ha llevado a Slavoj Žižek a indicar malintencionadamente que hay suficientes indicios para considerar a Deleuze –aunque a él no le hubiese gustado nada esta distinción por ser un confeso anticapitalista- como el ideólogo de lo que Mandel ha llamado “capitalismo tardío”, debido a que muchas de sus tesis, debilitadas y descarriadas por sus seguidores pueden justificar procesos de violencia y micro-fascismo.
Michel Foucault refiriéndose a dos de los textos capitales de Gilles Deleuze ha escrito: “Durante mucho tiempo creo que esta obra girará por encima de nuestras cabezas, en resonancia enigmática (…) Pero tal vez un día el siglo será deleuziano”. Y tal vez, a pesar de los indicios, debamos esperar un poco para que esto se cumpla.
(C) RAFAEL OJEDA