Sumario
e indagación de Peter Weiss.
Estética
de la denuncia, la resistencia y la acción
Rafael Ojeda
Peter Weiss,
escritor, artista plástico y cineasta alemán, nacionalizado
sueco, ha sido uno de los más celebres innovadores del teatro
contemporáneo. Autor
sobre todo de Persecución y asesinato de Jean Paul Marat
representado por el grupo teatral del hospicio de Charenton bajo
la dirección del Marqués de Sade, obra más conocida como
Marat/Sade, cuyo apoteósico éxito terminará por
eclipsar toda su labor anterior y posterior. Escritor
comprometido y asociado al Tribunal Internacional contra los
Crímenes de Guerra, en Viet Nam del Norte, más conocido como
Tribunal Russell, cuyo activismo dará origen a su Discurso
sobre el Vietnam, representante conspicuo del
“teatro-documento”, que terminará siendo uno de los dramaturgos
más importantes de los últimos tiempos. La
historia está plagada de episodios espeluznantes. Eventos que,
al ser llevados o trasladados a la literatura, han hecho de la
verdad un peligro para las pretensiones totalitarias de Estados
infames y criminales; lo que ha dado lugar a una veta de
creación liberadora y luminosa, como estéticas de la denuncia y
la acción, que, en épocas de terror,
terminaron por transformar el desocultamiento de la verdad, en
conspiración en contra de un status quo opresor. Sobre
todo, porque la realidad es exacerbada en la acción artística,
en la representación dramático-literaria que lleva a contemplar
el texto y su escenificación, como documento para un sumario,
como revelación histórica que puede alegar a la reparación y la
justicia. Un
autor paradigmático, en este sentido, ha sido Bertolt Brecht,
poeta y dramaturgo alemán, teórico e iniciador de lo que a
partir de él se llamó “teatro épico”, corriente teatral en la
que ―rechazando el modelo catártico de Aristóteles (o catarsis
aristotélica) imperante, método por el cual se lograba la
purificación vía el estímulo de las pasiones (piedad, terror,
etc.), a través de la identificación irracional del espectador
con las emociones y sentimientos de los personajes de la obra―,
se buscó el "distanciamiento" racional de lo representado,
distanciamiento alcanzado a través de la no-identificación con
lo representado, al proponer que el teatro se dirija, no a los
sentimientos sino a la razón del espectador, a partir de una
prerrogativa política y social que agudizaba el sentido crítico
y analítico en la lectura y puesta en escena de una obra. En
esa línea poética, sustentada en el recurso histórico, Brecht
produjo textos trascendentales, entre los que se encuentran
Galileo Galilei, pieza en la que,
sin abandonar la retórica y recreación conceptual, vía el
pretexto historicista,
denuncia los excesos, la
intolerancia y la persecución política ocurrida durante el
inefable período nazi, pero
recurriendo o
tomando como pretexto, por analogía, la figura histórica de
Galileo Galilei y sus problemas con la inquisición; además de
El resistible ascenso de Arturo Ui, que puede leerse
o verse como una parodia de Adolf Hitler –Arturo Ui– y su
ascenso al poder,
en la que el autor representa a importantes personajes del
entorno nazi, pero encarnados en el convulsionado ambiente de
Chicago de los años treinta, con los nombres cambiados, para
desvelar metafóricamente las patrañas del nazismo, ridiculizando
así la figura de Hitler, que es comparada a la de un gángster. 1.
La historia como documento y denuncia Los
fundamentos de la historia, no obstante su posibilidad de ser
productos textuales, veraces, subjetivos y funcionales, que
suelen ser utilizados para encubrir la realidad o desvelarla, en
términos de resistencia a una tendencia generalizada, emergen
desde una superstición básica: la creencia en su condición de
ser la plasmación o reconstrucción cronológica de
acontecimientos reales. De ahí que, cuando hablamos de
dramaturgia teatral, a partir de su utilidad como principio
estético y como principio ético, al momento de buscar crear
conciencia, educar, denunciar o simplemente arrancar el velo que
cubre los ojos del espectador, encontramos que esta abre un
campo importante para la denuncia y la disertación crítica.
Así, el teatro épico de
Brecht, fundador del Berliner Ensemble,
cumplió un rol importantísimo en torno al tema de la acción
dramática como denuncia, pese a que continuaba anclado aún en la
metáfora, en la analogía con el significante histórico, desde
una percepción más estética que documentaria, como principio de
creación. Por lo que
Peter Weiss,
continuador
del camino iniciado por Brecht,
irá aún más allá, en su
intención dramática y acusatoria;
llevando a extremos inusitados el uso de elementos históricos en
la creación artístico-literaria, sobrepasando incluso los
principios del teatro épico brechtiano, para alcanzar, en la
noción “teatro-documento”, el terreno más propicio para la
denuncia. Esto debido a que la
denuncia textual y escénica
de Weiss era directa y sin alegorías, además de que sus obras
dramáticas estaban nutridas de importantes cuotas de imaginación
visual, heredadas de su primera vocación: la pintura.
Es por ello, que a diferencia de obras de Brecht, como
Galileo Galilei o El resistible ascenso de Arturo Ui,
un tanto ancladas en la analogía histórica o en paralelismo
metafórico, las obras de Weiss son más claras y directas en su
sentido y pretensiones críticas, en su condición de piezas
acusatorias, evidentes y libres de metáforas historicistas; por
lo que, debido al contexto histórico-representacional en la que
muchas de sus obras dramáticas fueron escritas, estas se elevan
―en sus dimensiones éticas y estéticas― al status de
denuncia directa, sin ambages o maquillajes referencialistas;
pues los personajes, en la tendencia “teatro-documento”
desarrollada sobre todo por Peter Weiss, conservan sus nombres y
roles originales, sus ideologías y direcciones políticas reales,
e incluso son (re)presentados en el momento mismo en el que los
hechos históricos se están sucediendo.
Tal vez por ello Peter Weiss es considerado como uno de
los mayores innovadores del
teatro de los últimos cincuenta años, y, sin duda,
el más importante representante de la corriente de
“teatro-documento”, estilo caracterizado por el uso de
información real producto de investigaciones en expedientes de
detenidos, en actas de procesos, testimonios de personas
implicadas, notas y crónicas periodísticas, declaraciones
oficiales, además de todo aquello que pueda ayudar a reconstruir
los sucesos históricos a representarse, sin variar los
contenidos y renunciando, por lo general, a todo elemento de
ficción.
En el interior del teatro-documento, además de Peter Weiss, hubo
otros escritores y obras que la integraron, entre los que se
encontraban Frances Goodrich y Albert Hackett, autores del El
diario de Ana Frank; Rolf Hochhuth, autor de El vicario;
o Heinar Kipphardt, autor de El caso de J.R. Openheimer,
además de otros escritores de mucho menor notoriedad. De todos
ellos, en nuestros días, casi nadie se acuerda, salvo de Weiss,
quien le dio el mayor impulso y coherencia ideológica a dicha
corriente, que no se constituyó como una escuela dramática, en
sentido estricto, pero que sí alcanzó a delimitarse como un
paradigma metodológico y dramático de escritura teatral. Tipo de
teatro que, quizá debido a su finalidad enjuiciadora y de
movilización, tuvo cierta repercusión durante las agitadas
décadas ideológicas y políticas de los años sesenta y setenta,
período marcado por los eventos que rodearon a las revueltas de
Mayo del 68, y a la incursión norteamericana en la Guerra de
Vietnam. Debido
a ello, el teatro-documento pasó a ubicarse más allá de lo
eminentemente crítico, para establecerse en el terreno de la
denuncia. Posibilidad que ha hecho que sea el teatro, el lugar
en el que la denuncia adquiere nuevas y mayores dimensiones,
como el espacio de la síntesis entre lo oral y lo visual, como
el lugar de la nueva comunión entre la palabra y la acción, ya
sea como desarrollo dialéctico (tesis, antítesis y síntesis) o
como método de inducción vía el análisis y la síntesis; es
decir, un proceso en el que las evoluciones y rigores críticos
del montaje, integran tres momentos: 1) El de los hechos
históricos (realidad como evento fenoménico), 2) El de la
literatura escrita sobre esos hechos (abstracción escriturada:
historia o documento, y el texto dramático), y 3) la
representación escénica del texto literario (nueva realidad como
acontecimiento artístico). De ahí que se puede resumir la obra de Peter Weiss, como una búsqueda permanente en pos de un re-confrontarse con la realidad, una reconfrontación o enfrentamiento nuevo con el acontecimiento y el dato histórico, como un intento de quitar el velo historiográfico en asuntos trascendentales de vigencia política y social, en pos de iluminar lo ideológicamente obscurecido, lo convenientemente manipulado, para que estos sucesos sean percibidos descarnadamente, y los hechos desfilen como sumarios de la manipulación, del abuso del poder, de las violaciones de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad; como un prontuario de la crueldad de los sistemas infames, imperialistas y totalitarios, encubiertos bajo el pretexto liberal-democrático de la paz y el progreso, o como el historial de todos los delirios de los que se consideran propietarios de la verdad, de la vida, del mundo, y de sus víctimas.
2. El escritor y su
sombra, travesía de un autor en la encrucijada
Peter
Ulrich Weiss, escritor, pintor y director cinematográfico
descendiente de padre húngaro, nació el 8 de noviembre del 1916,
en Nowawes, un suburbio alemán cerca de Berlín,
lugar del que los padres de
Weiss,
debido a su condición judía, tuvieron que
huir en 1934,
año en el que los nazis asumieron el poder en Alemania, para
refugiarse primero en Gran Bretaña, y pasar luego a
Checoslovaquia lugar en el que se dedicará a su primera
vocación, la pintura,
disciplina que estudió en la Academia de Arte de Praga, ciudad
en la que permanecerá hasta 1938 ―se dice que en 1977 se
exhibieron unas doscientas obras suyas, entre pinturas, dibujos
y collages, en diversas ciudades europeas―, para después, en
1939, instalarse definitivamente en Suecia, país cuya
nacionalidad adquiere en 1948. No
fue un escritor precoz, por el contrario, su carrera literaria
se inicia un poco tarde; no obstante, aquello le fue suficiente
para ubicarse como uno de los mayores innovadores del teatro de
los últimos tiempos. Sus primeros textos se remontan a fines de
los años cuarenta, cuando, ya distanciado de la pintura, escribe
sus primeros poemas, en libros como
De isla en isla,
de 1946 y Los vencidos, de 1947; además de sus
primeros esbozos dramáticos para la radio, en el idioma de la
patria que lo había acogido: el sueco. Solo, más tarde, durante
la década de los sesentas, retornará a su lengua materna: el
alemán, idioma en el que terminará por escribir lo más
importante de su obra.
Como escritor, activista y militante contra todo tipo de
autoritarismo, algunos ensayos suyos dejan translucir sus más
caras obsesiones humanistas. Tal es el caso de Laocoonte o
sobre los límites del lenguaje, de 1965; Informes, de
1968, o Escritos políticos, de 1971, textos cuyos
contenidos son más o menos asonantes a lo más comprometido de
sus obras de teatro. En tanto, escritos autobiográficos suyos,
como Adiós a los padres (1961) y Punto de fuga
(1962), además de su narrativa sobresaliente, como La Sombra
del cuerpo del cochero (1960) y Conversación de los tres
caminantes (1963), serán el preámbulo perfecto o entorno
necesario para su primer texto dramático: Marat/Sade,
obra escrita en 1963, con la cual, Peter Weiss, meteóricamente
alcanzará fama internacional como dramaturgo. Texto
cuyo fulminante éxito
terminará por eclipsar toda su labor anterior y posterior,
incluyendo su activa militancia contra la violenta ocupación de
los Estados Unidos en Vietnam, y su labor en el interior del
Tribunal Russell Internacional. A 1963 también corresponde
el premio Charles Veillon;
el premio Gerog Büchner le será adjudicado póstumamente.
3. El drama de la
revolución y la tragedia de la muerte
Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representado por el
grupo teatral del hospicio de Charenton bajo la dirección del
Señor de Sade,
título completo de su drama en dos actos más conocido como
Marat/Sade, fue un texto insólito para su tiempo, una obra
cuyo génesis tal vez pueda explicarse en el hecho de que Weiss
haya conocido el “Discurso” que el marqués de Sade pronunciara
en la honras fúnebres de Marat, en el que el marqués se
preguntaba: "¿Qué motivo de interés personal te alejó del
comercio de los hombres, te privó de las dulzuras de la vida y
te relegó vivo en una especie de tumba?"; al no poder entender
por qué un hombre puede entregarse a la causa de la revolución,
privándose del placer, por el simple llamado de la libertad. Tal
vez por ello, Weiss le hace decir irónicamente al marqués de
Sade, en uno de sus parlamentos: “Marat, hoy te necesitan:
tienes que sufrir por ellos. Y pondrán en el Panteón la urna de
tus cenizas. Mañana llegarán y la destrozarán, y luego
preguntarán ¿Marat, quién fue Marat?”.
Según algunos biógrafos de Sade, como Walter Lennig, en abril de
1803, Sade había sido conducido escoltado por policías desde
Bicêtre hacia el hospicio de Charenton; y al tiempo había
formado un grupo de teatro en dicho manicomio, con la idea de
hacer teatro con enfermos mentales. Durante sus trece años de
presidio (desde los treinta y tres hasta los cuarenta y seis),
además de sus grandes obras en prosa, Sade había escrito
diecisiete dramas. Weiss ha acotado en sus “observaciones acerca
del fondo histórico de nuestra pieza”, publicado a manera de
colofón de su libro, que “ya antes de su prisión en el castillo
de Vincennes y en la Bastilla de París, Sade había dirigido
representaciones teatrales en su palacio de La Coste”, lugar en
el que Sade contaba con un castillo, además hectáreas de tierra.
En Charenton, institución destinada a albergar también a
personas cuyo comportamiento en sociedad fuera inadmisible,
aunque no se tratara solo de locos, Sade montó y dirigió obras
que pronto se convertirían en la sensación de una parte
importante de la sociedad parisiense, que consideraba un
privilegio asistir a sus representaciones. Montajes a los que
acudían en masa, como espectadores, damas de la corte,
banqueros, personajes principales y, sobre todo, altas
personalidades del teatro, entre las que se encontraban las
actrices más consideradas del Paris de aquellos años; hasta que,
debido al “peligro” que representaba la figura y obras del
marqués, estas representaciones fueron prohibidas. Luego de 1813
no se supo más de las obras teatrales de Charenton.
En Marat/Sade,
Peter Weiss, recurriendo a
lo que se ha llamado metateatro o “teatro dentro del teatro” o
“escena dentro de la escena”, se vale de esta parte de la
historia del marqués, para construir una obra que tiene como
corolario la representación cruenta de la tragedia del hombre
enfrentado a las tensiones y excesos del contexto revolucionario
francés.
El resultado de esto es la radical representación
histórico-teatral-política del drama del
jacobino Marat visto desde la mirada del libertino Sade. Obra
en la que dos principios antagónicos se contraponen: el
individualismo sensualista que apuesta por el placer, del
disoluto Sade; y el altruismo militante en la lucha por alcanzar
los ideales colectivos, del revolucionario Jean-Paul Marat.
Donde Marat, que encarna la acción revolucionaria, justifica el
uso de la fuerza y la violencia en pos de la transformación
social; en tanto Sade,
desde su individualismo
crítico e intelectualizante extremo, que
no cree en la posibilidad de un cambio histórico, considera que
la naturaleza del hombre no es proclive a la igualdad.
La trama de la obra
tiene lugar en tiempos de Napoleón, el 13 de julio de 1808 ―solo
quince años después del asesinato de Marat. En ella, ante un
supuesto público asistente, que encarnan a personajes
distinguidos que habrían sido especialmente invitados para la
función en Charenton, el marqués de Sade ―interno también del
lugar― dirige una obra teatral ubicada temporalmente hacia 1793,
durante el difícil período de la Revolución francesa, teniendo
como actores a los otros internos del hospital psiquiátrico. La
obra, en líneas generales, aborda los últimos momentos de vida
de Marat, y culmina con el asesinato de este a manos de
Charlotte Corday. El personaje principal es Sade, quien, en
varios momentos del texto, sostiene diálogos filosóficos y
políticos con Marat, haciendo gala de sus criterios
individualistas, escépticos y nihilistas, en tanto que el
sufrimiento y las ansias populares son encarnadas por la
orquesta y el coro de enfermos mentales. Diálogos de los que se
desprende la naturaleza contradictoria del hombre, alcanzando a
tocar los aspectos más instintivos y destructivos del mismo,
además del hecho de que ciertas escenas protagonizadas por Sade,
contienen, con total crudeza, las acciones de perversión sexual
y violencia erógena que, a partir de él, serán denominadas con
un derivado de su nombre: el sadismo.
Tal vez por ello Weiss
en sus “Observaciones acerca del fondo histórico de nuestra
pieza” dirá que la figura de Marat, es la que más espantosa y
sangrientamente ha sido pintada por “la historiografía burguesa
del siglo XIX”, lo cual no debería resultar extraño, pues esta
“lleva en línea directa al marxismo –aunque también a las
proximidades de una peligrosa dictadura”. Por lo que Weiss
escribió: “En nuestra actual retrospección debemos tener
presente que Marat es uno de los que empezaron a acuñar el
concepto socialismo, y que en sus violentas teorías subversivas
había aún mucho elemento irrelevante y desorientado”. Mientras
que Sade, que se veía obligado a llevar un doble juego dentro de
la Revolución, pues, mientras que por un lado “apoyaba la
argumentación radical de Marat, veía por otro, los peligros de
un sistema totalitario”, negándose a aceptar del todo la justa
distribución de los bienes, como su palacio y sus tierras; en
tanto que pensaba que, lo que había causado su desgracia ―que no
eran atribuidas a razones políticas sino de excesos sexuales― no
era su manera de pensar, sino la manera de pensar de los demás.
Se suele decir que en
Marat/Sade, Peter Weiss alcanza a conciliar elementos
dramáticos para muchos inconciliables, articulando caracteres
del teatro épico de Brecht, del teatro de la crueldad de Artaud,
y del teatro del absurdo de Ionesco, Beckett o Adamov; elementos
que, hasta entonces, a decir de algunos, parecían excluyentes.
Algo que se hizo evidente, sobre todo cuando en 1964, poco
después de su estreno en Alemania ―la obra se estrenó el 29 de
abril de 1964, en el Teatro Schiller de Berlín, bajo la
dirección de Konrad Swinarski―, el genial teórico y director
británico Peter Brook ―que consideraba que Marat/Sade no
hubiese podido ser escrita antes de Brecht, y que por aquellos
años se encontraba en una etapa de experimentación en las
teorías y técnicas del teatro de la crueldad artaudiano―
realizó, en Londres, el espléndido montaje de esta obra, cuyo
éxito terminó por lanzar a la fama el nombre de Weiss.
En su ensayo El
espacio vacío, de 1968, Peter Brook ha afirmado que lo que
más le impactó, luego de leer por primera vez Marat/Sade,
es que “Peter Weiss concibió la obra basándola en muchos planos
alienadores. Los acontecimientos de la Revolución francesa no
pueden aceptarse literalmente, ya que son interpretados por
locos y, a su vez, sus actos se abren a una posterior
problemática, puesto que su director es el marqués de Sade y,
más aún, los acontecimientos de 1780 están vistos con ojos del
año 1808 y de 1966”. Esto porque la exitosa versión
cinematográfica que hiciera el propio Brook, con la
participación de actores profesionales actuando al lado de
sicóticos reales, corresponde a 1966. No obstante ello, cuando
todo esto ocurría y la fama acechaba definitivamente a Peter
Weiss, este ya había decidido la dirección que tomaría su
trabajo posterior, radicalizando más aún sus preocupaciones
éticas, estéticas, políticas y sociales.
4. Indagación en
Auschwitz o el museo del horror Al
éxito de Marat/Sade, apoteósico tras su estreno, pronto
se sumaron obras como La indagación, de 1965; El canto
del fantoche lusitano, de 1967 ―en el que se pronuncia
contra la política colonial portuguesa en Angola―; Discurso
sobre el Vietnam de 1968; además
de obras que abordaban asuntos biográficos de importantes
personajes históricos, como
Trotski en el exilio,
de
1970; Hölderlin, de 1971, o El nuevo proceso, de
1975 ―pieza de tres actos dedicada a Franz Kafka―;
libros que no hicieron otra
cosa que ratificar su gran jerarquía como escritor y dramaturgo.
En 1964, Weiss había visitado Auschwitz, y eso había revivido en
él, todo el horror visto durante la guerra. Había encontrado un
mundo en ruinas, en el que reinaba el más extremo silencio...
Solo por un tiempo, pues luego “comprendió que no todo ha
terminado", que el totalitarismo seguía reinventándose alrededor
de los hombres libres del mundo, adquiriendo diferentes nombres
y rostros. Por lo que tomó partido contra todo de tipo
totalitarismo, pronunciándose acerbamente contra la infame
intromisión norteamericana en Vietnam, y contra la explotación y
el abuso que las potencias del orbe suelen hacer con los países
pobres y “débiles” del mundo. Sin
embargo, Auschwitz es el nombre de la ciudad polaca en la que
estuvieron ubicados los mayores campos de exterminio nazi. Un
lugar donde la tortura y el asesinato habían sido elevados a
niveles industriales, cumpliendo incluso los principios básicos
de administración científica y de la división del trabajo
sustentados por Taylor y el sistema de producción fordista.
Experiencia que
debió determinar la dirección que tomaría su versión teatral
sobre los juicios
de Auschwitz: La Indagación, un oratorio de once cantos o
poema fúnebre con música de Luigi Nono, publicado en 1965;
basado en el proceso de Frankfurt ocurrido entre los años 1963 y
1965, y dedicado a las víctimas del campo de concentración y
exterminio de Auschwitz.
Aquellos años, nacer
en un seno judío significaba quedar estigmatizado de por vida.
Por ello el nombre de Weiss estuvo inscrito en las listas de los
que debían ser atrapados, recluidos y quizá exterminados en
dichos campos. Pero, por cosas del destino, él escapó de aquella
fatalidad experimentada por muchos, y llegó "veinte años
después", impuntual o felizmente tarde, y solo de visita; cuando
Auschwitz ya era solamente un gran vestigio de la barbarie
humana, cuando Auschwitz había sido convertido en un museo del
horror, para recordar a las víctimas anónimas allí ejecutadas
―por oposición a sus verdugos que allí confluyeron. Un lugar en
el que, según él, aún se podía tener la sensación de percibir
los gritos y el hedor de la muerte por todos lados; no pudiendo
evitar que algo en el pecho se le desgarrara; por lo que
escribió, para todos los que aún no lo habían entendido: "Solo
cuando a él lo arranquen de su mesa, lo aten y le den latigazos,
sabrá lo que es esto. Solo cuando ocurra que a su lado a las
personas se las junte, se las aplaste, se las cargue en vagones,
sabrá lo que es esto".
5. Vietnam y la historia
del discurso contra
el totalitarismo
Una de
las características más saltantes de la obra de Weiss, eran los
títulos
extremadamente
largos que solía ponerle
a sus textos dramáticos.
Marat/Sade es la contracción de un título más largo,
igual que Discurso sobre el Vietnam, que es la
contracción de Discurso sobre los antecedentes y desarrollo
de la interminable guerra de liberación del Vietnam como ejemplo
de la necesidad de la lucha armada de los oprimidos contra sus
opresores, así como de los intentos de los Estados Unidos de
América para destruir las bases de la revolución,
frase de casi un párrafo que viene a ser el título original. Un
caso paradigmático y
de particular importancia,
sobre todo
si queremos valorar su actitud conspiradora y acusadora en su
real dimensión, es Discurso sobre el Vietnam. Texto
escrito entre 1966 y 1967,
con la colaboración
científica de Jürgen Horlemann,
cuando el conflicto atravesaba su período más álgido y crítico,
y cuando Peter Weiss se pronunciaba como un activo militante
contra la intervención de los Estados Unidos en Vietnam,
seis años antes de que, en
1973, al Secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger,
se le obsequiara el Premio Nóbel de la Paz, como premio debido a
su intensa “labor” en el acuerdo de paz firmado, durante ese
mismo año, entre los Estados Unidos de Norteamérica y la
agredida Vietnam. Oriana Fallaci dirá refiriéndose a este
incidente: "Pobre Nóbel", y no es difícil darle la razón, sobre
todo si consideramos desastres de igual magnitud, de la Academia
Sueca, para con presidentes norteamericanos[1].
A diferencia de
obras de referencia histórica anteriores ―los casos antes
citados de Brecht, por ejemplo―, en
Discurso sobre el Vietnam
la denuncia es directa y los personajes históricos mantienen sus
nombres originales. En tanto, la trama se desarrolla casi en el
momento mismo en el que se realizan los hechos representados.
Esto debido a que la intervención militar y los ataques de los
Estados Unidos a Vietnam del Norte, ocurrido en 1964, había
significado que los norteamericanos pasaran a ocupar el lugar
dejado por Francia ―que había capitulado antes en Ginebra―,
violando los acuerdos de la Conferencia de Ginebra, firmada el
21 de julio de 1954, acuerdo que establecía el alto al fuego y
la celebración de elecciones generales en julio de 1956;
elecciones que unificarían a Vietnam del Norte y Vietnam del
Sur, bajo un solo gobierno. Algo que, de haberse realizado,
hubiera evitado dos décadas de violencia, destrucción y pérdidas
humanas innecesarias en Vietnam, alcanzando la paz y unidad
vietnamita. Paz y unidad que llegará recién hacia 1973, cuando
Estados Unidos, derrotado y con el rabo entre las piernas,
decide salir de Vietnam, país que alcanzará la unidad dos años
después de dicho suceso. En
Discurso sobre el Vietnam,
Weiss aborda las constantes luchas históricas del pueblo
vietnamita en pos de su independencia, remontándose al siglo IV
antes de Cristo, cuando los pueblos Viet emigran hacia el sur
ante la invasión China; llegando hasta agosto de 1964, cuando el
presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson, recibe la
aprobación del Congreso para la posterior intervención militar
en Vietnam. Allí Weiss comprende perfectamente la eterna lógica
de los cambios sociales. Pues en el poder, sea monarquía o
democracia, los personajes siempre son los mismos ―como en su
obra, en la que los actores solo cambian los colores de la ropa,
además de otros utensilios para diferenciarse―, desvelando así
las mudanzas y reacomodos de los hombres en los múltiples
sistemas de gobierno y contextos históricos; donde mandarines y
caudillos militares se parecen, y donde los pseudo
libertadores se transforman al instante en los nuevos opresores. En
esta obra, el coro, a diferencia del teatro griego, ha perdido
su cualidad conductora de la historia, y funciona solo para
resaltar las reivindicaciones políticas y la exaltación
ideológica de sus protagonistas. Los actores representan a
personajes históricamente reconocibles, además de seres
anónimos, de ambos bandos, siempre relacionados con lo popular;
además de las vivencias individuales y colectivas de dicho
pueblo, a partir de una lógica de dominación que se extiende
hacia otros y se hace permanente. Por lo que, al ver la lucha
popular como interminable, tras enterarse de los acontecimientos
de 1973, no fue motivado a cambiar nada en dicho texto, por lo
que escribe en uno de estos parlamentos: "nosotros solo hemos
señalado el comienzo...".
6. Estética de la
resistencia y la pervivencia del horror
Discurso sobre el Vietnam
es un libro poco difundido en la bibliografía de Peter Weiss,
tal vez debido a su condición de ser un pronunciamiento contra
el abuso del poder, contra la invasión y explotación que las
naciones poderosas ejercen sobre los países pobres del mundo.
Ocurriendo lo mismo con el que fuera su última e
imprescindible obra,
Estética de la resistencia, una
monumental trilogía novelesca publicada sucesivamente en 1975,
1978 y 1981, y en la que su autor, a manera de fresco o mural de
su tiempo, reelabora desde una base autobiográfica los temas de
desarraigo, angustia y el exilio exterior e interior
que le tocó vivir,
dando un ilustrativo
testimonio
político y cultural
de la convulsionada época en la que gestó lo más importante de
su obra.
Cuando el 11 de mayo
de 1982, en Estocolmo, Suecia, lo alcanzó la muerte, Peter Weiss
tenía 65 años, y aún mucho por escribir. Ahora sabemos que el
fantasma de la oscuridad, la arbitrariedad y el totalitarismo,
como en sus dramas, suele actualizarse constantemente, pues la
rapacidad vuelve a cernirse, una y otra vez, con diferente
máscara, sobre los pueblos despreciados
y apestados por los poderosos del mundo. Y no queda otra
cosa que darle la razón, y comprender que no todo ha terminado.
Pues el horror, el atropello, los crímenes y el sadismo
totalitarista del imperialismo aún persiste, y continúa
reinventándose.
Su vida estuvo marcada
por una búsqueda constante entre dos lenguajes: el sueco y el
alemán; la pintura y la literatura. Al final todos sabemos cuál
predominó. Pero, aunque solo hubiese
escrito uno de los libros aquí comentados, ello sería suficiente
para decir de él lo mismo que él escribiera refiriéndose al
genial dramaturgo sueco August Strindberg: "En un mundo que
estaba enfermo, aterrado y pervertido, él se conservaba por su
parte vivo, sano, con los sentidos bien abiertos”.
[1]
El premio Nóbel de la Paz del 2009, recayó en el
presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, luego de
que ordenara bombardeos masivos a distintos países de
Medio Oriente.
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