Yamila Greco: sus
respuestas y poemas
Entrevista realizada
por Rolando Revagliatti
Yamila Greco
nació el 29 de agosto de 1979 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, la Argentina. Sus poemarios
“Sobrevivir es una curvatura” (Casa Litterae Editores) y
“Respirar puede ser un
fracaso” (con prólogo de Daniel Rojas Pachas, Editorial
Cinosargo, 2009) fueron publicados en Chile y en soporte
electrónico. Ha sido incluida en las antologías
“Niños que se tragan la
luna” (selección de José Antonio Castillo Riaño y prólogo de
Benjamín Valdivia, El Cálamo Editorial, México, 2009),
“Cadáver en mano”
(Visceralia Ediciones, Chile) y
“Verso a verso”
(selección y prólogo de César Melis, Editorial Dunken, 2008).
Poemas suyos han sido traducidos al italiano, inglés y catalán.
Para la revista-e mexicana “Círculo de Poesía” efectuó en 2009
la selección de poemas para “Breve muestra de poesía argentina
actual”. Además de haber colaborado en numerosas plataformas de
Internet, lo hizo en diarios y revistas de soporte papel: “La
Gualdra” (suplemento cultural del periódico “La Jornada
Zacatecas”), “Casa del Tiempo” (México); “Fanzine Formidable”,
“El Invisible Anillo”, “Nayagua”, “Pélago” (España); “Avatares”
(Colombia); “Lilith” (Argentina), etc.
Yamila Greco - Foto Juan Duncan
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1 — Van títulos,
Yamila: tu infancia.
YG —
Mi
infancia se encuentra plagada de presentimientos, recuerdos
internos, temblores de lo que habría de ser. Hoy puedo decir, el
encuentro con el futuro, anticipado en cada una de las
sensaciones que por entonces no tenían voz. Fui una niña
emocionalmente desbordante y sumamente intuitiva; podía entrever
más allá de las formas, captaba las sensaciones ajenas como una
certeza. La separación entre el decir y el ser nunca me fue
extraña, afectándome profundamente; lo que vivía allá afuera era
tan real como lo que la apariencia constantemente desmentía.
Hoy, cuando evoco episodios de mi infancia, vuelta en el tiempo
y convertida, me resigno en el vano ejercicio de agudizar la
mirada, con el fin, aunque impuro,
de salvar a la niña, para
salvar a la adulta, para salvarme a mí.
En esos momentos, cuando noto que nada alcanza, porque incluso
ahí, el cansancio ya se sentía, comprendo que mi niñez fue una
preparación, un presagio. Me veo, sola y fría,
callada,
aunque
extrema en lo visible tan pequeña, pero grande, reconociendo
todo en todos. Así era mi mundo, explosivo y no advertido. De
este modo, crecí, de esta forma soy. Pienso en mis padres y en
su angustia por mi silencio. Aunque lo intente,
jamás podría explicar con suficiencia el temblor natural ante mí
misma, el corazón
instaurando en mí su deseo de posesión, esperando por algo que,
ahora sé, nunca llegaría.
Transformaba los espacios en sitios insólitos; intentaba
reflejar todo aquel bullicio interno, no solo quería percibirlo,
sino adaptarle un rostro, palparlo. Esa partición, me empujaba
al borde, a lo excesivo. Era aficionada a disfrazarme. Salía así
a tocar a la puerta de los vecinos. Ellos me recibían y yo,
calcando sus formas, los llamaba por su nombre y les inventaba
historias terribles. Jamás me reía, seguía el relato hasta que
finalmente el hartazgo los obligaba a expulsarme. Imitaba a mis
familiares, de una manera tal vez cruel. Los recreaba para
vengarme de su silencio. En una ocasión, tomé la agenda de mi
madre, llamé uno por uno a todos sus contactos y les dije que
ella había fallecido. Era mi estilo de constatar el más allá, de
acortar las distancias. Esa sensación, existente, pero
invisible, es la fuerza que creó mi vida. Lo que no tiene lugar,
lo que no se dice. Lo que se dice, pero no se entiende, lo
inexistente bajo el techo de este mundo. La voluntad de definir
el otro lado, sin luz que lo atestigüe, y, de acá, las voces que
lo deforman. Encuentro en estas huellas, lo que yo creo es el
alma. Muchas veces descubrirla o percibirla es sinónimo de
aislamiento, de soledad. Lo cierto es que la
esperanza es la consecuencia de esta antigua pureza donde la
infancia representa la lucidez. Observo mi miedo, que es el
suyo, y me recuerdo con la confianza que otorga saber que hay
una persona viva.
Yamila Greco en 1980
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2 — Recuerdos /
Niñez.
YG —
Si
bien tengo dos hermanas, soy hija única de mis padres y me crié
como tal, rodeada de mayores. Me gustaban los libros, los
papeles y, sobre todo, el aroma a tinta. Trazaba garabatos con
el mismo afán que si estuviera escribiendo un poema; yo era
pequeña, pero aquel impulso de mi mano anticipando borrones
quedó grabado para siempre en mi memoria; eran palabras sin
serlas, ése era mi lenguaje: incomprensible para los demás, pero
clarísimo para mí.
Vivía rodeada de juguetes. Una tarde volví de la escuela
y el cuarto estaba vacío. Habían llevado todo a casa de mis
abuelos paternos. Intentaron convencerme de que yo había
crecido. Tenía siete años. Esa pequeña introducción a la pérdida
me marcó: me veo, triste y desamparada, tomando, obligada, una
consciencia cada vez mayor y contemplo a mis padres, ignorando
la fuerza extrema de mi sufrimiento, sonriendo y arrebatando
parte de mi inocencia mientras yo gemía, abatida por la
realidad. Me senté en la cama y no pude llorar, me ahogaba, la
angustia permanecía inmóvil, atascada en la garganta, como si me
quisiera enseñar, como si necesitara que yo sepa que el dolor no
había nacido para ser tragado. Lo que vendría se encargaría de
confirmarlo.
El sótano de mi abuelo era uno de los sitios prohibidos
por mi corazón, sentía pánico cada vez que aquella puerta se
abría y alguien desaparecía, en ese pozo oscuro y,
aparentemente, sin fondo, al que ahora me tenía que enfrentar.
No me di por vencida, el sentimiento me empujaba, estaba
decidida a rescatar aquellos juguetes que para mí, tenían alma y
me llamaban. Los asumía solos, abandonados, la revelación de mis
sentimientos volcados en el plástico. Era la hora de levantar la
mirada. Bajé las escaleras conteniendo la respiración, la retuve
mientras observaba aquellos pedazos de mi infancia extraídos y
habitando en tierra ajena. Era como un retorno, mi cuarto en
otro lugar, el mismo, pero bajo un manto, desterrado. No era mía
la decisión y no lo logré. Me sacaron incompleta, fragmentada.
Yo misma era parte de mi pasado, sin regreso ni reunión
aparente. En ese instante supe que todo aquello era un símbolo,
la coincidencia
entre dos estados cuya incógnita se daba en el cuerpo. No sabría
definirlo, pero en aquel momento, para mí fatal, surgió la
necesidad del lenguaje, por primera vez, como figura
manifestante de ese reencuentro.
Yamila Greco a principios de los años ochenta
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3 — La noche.
YG —
Mis
padres eran nocturnos. Estar levantados hasta pasada la
madrugada era para nosotros particular motivo de alegría.
Salíamos a pasear en coche, ellos se sentaban en algún bar y yo,
en el medio, desbordante de felicidad. Al regresar, comíamos y
luego mirábamos una película. Eran momentos maravillosos, donde
nada podía entristecerme. Por ello, la noche es, para mí,
esperanza y posibilidad, la inclusión de la palabra en todo lo
olvidado, compañía y futuro luminoso, lapso de paz; en sus
sombras habita esa promesa. Ofrece, además, un límite
indestructible, el espacio donde nadie puede entrar ni quebrarme
la voz. Así la recibo, así la padezco. Cuando la luz cae, yo
revivo. Como un pasaje mágico, mi ánimo cambia, los ojos, la
expresión. No logro concentrarme en nada ni en nadie durante el
día, me es imposible mantenerme realmente despierta; mis
almuerzos son caóticos y la cena es, para mí, sagrada, en la que
no hay más que lugar para el gozo. No cierro los ojos hasta
llegada la mañana. Vivo de noche y nunca me alcanza. Este
amparo, el mundo en todos sus ofrecimientos, hacen de esas
horas, el tiempo donde todo es posible.
Es extremadamente difícil vivir así, confuso. Cargo con
una tristeza tan marcada que me invade aún en aquellos momentos
donde debería intentar ser feliz. Descreo de lo que veo y me
aferro a lo que siento, tal cual el alma lo establece, sin
comprobación y sin posibilidad de obtener empatía alguna. El
desamor es el margen que constituye mi vida. Irónicamente,
ofrezco a cambio lo contrario y es tanto el desorden que se
presenta a mi alrededor que nadie puede soportarme. En
consecuencia: el abandono, sincero como una sombra y asimismo,
como un peso superior a mi cuerpo. Con él debo caminar, sin
descanso ni sitio que me reconforte. He tenido que respirar bajo
este aire envenenado tanto tiempo ya, que muchas veces me
encuentro entumecida. Cuando tenía veinte años, quizás, la
amargura se disipaba, porque creí tener toda la vida por
delante. Hoy, indeciblemente más cansada, cambié mi aspecto por
una especie de resignación que ni yo misma tolero.
La sumisión no encaja con mis huesos, pero me demoro
tanto en mi interior que últimamente me encuentro cayendo a los
pies de cualquier derrota. Fui indestructible, creí serlo, sin
notar que en cada batalla, en cada imposición, se resquebrajaba
un poco más mi alma. Carezco de ansias, de soluciones. Rechazo
todo, yo incluida. Es como si yo misma me hubiera enterrado. Si
me preguntaran cuál es mi forma o proyecto, no sabría responder.
Hace algunos, pocos años, hubiera dicho el cine. Hoy tampoco
hallo esperanza en eso. Con respecto a la poesía, intuyo
firmemente que me ha dejado más sola de lo que puedo resistir.
Existe una especie de contradicción, de fatalidad, en cada
página que leo; allí reside el fin de toda incomprensión,
haciéndose carne la esperanza y sin embargo, cuando salgo al
mundo y me encuentro encerrada en un espacio aberrante, habitado
por la premeditación, su figura retorna doble, más dolorosa. Los
años pasan y el fin nunca llega, entonces me miro al espejo y
descubro que tampoco estoy viva; que el tiempo, haga lo que
haga, no coincide. No es más que la fugacidad convertida en
consciencia, una aproximación con anhelo de final que me
inquieta y me consume.
Pienso mucho en la muerte, casi constantemente, la deseo y le
temo. Le tengo terror a la muerte de mi perro, y sé que mientras
él exista, la mía no tiene ninguna posibilidad. Así son mis
días, poco divertidos. No tengo contacto con casi nadie, ni
siquiera por internet. No presento ningún interés por eso ni por
nada. Seguramente muchos profesionales dirían que padezco esto o
aquello, que podría componerse, que tengo solución. Sé que eso
no va a suceder y tampoco quiero aplacarlo.
Yamila Greco - Foto David Cortijo Arellano
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Yamila Greco con su perro Nicanor - Foto
David Cortijo Arellano
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4 — Hogar /
Cine.
YG —
Nuestro hogar estaba repleto de libros y películas. Visitábamos
muchas librerías y sobre todo, ciertos escaparates nocturnos
donde encontrábamos revistas antiguas y libros usados que aún
son mi fascinación. También íbamos muchísimo al cine, costumbre
que perdí, ya que no me gustan las multitudes y me cuesta
muchísimo mirar una película y no fumar. Además de ser buen
lector, mi padre era un cinéfilo apasionado. Teníamos una
videoteca con más de 2000 películas, esa es mi herencia. Mi amor
por el séptimo arte es, tal vez, superior a cualquier otro. Por
un tiempo fui catalogadora de un sitio de cine arte; luego creé
el mío propio, “Antiteatro”, muerto hoy en día. Soy fanática de
Werner Herzog y de John Cassavetes, profeso un amor sobrehumano
hacia Rainer Werner Fassbinder; admiro a Pier Paolo Pasolini, no
solo como cineasta, sino como ser humano, en todas sus
expresiones; a Carl Theodor Dreyer, creador de uno de mis films
preferidos: “Gertrud”, de 1964, figura del amor absoluto;
Ingmar Bergman y, sobre todo, Andréi Tarkovski: poesía hecha
materia.
Diría que la película que más me identifica es “Gone with the
wind”: la revolución nacida de los golpes, del fracaso, elevando
el amor a su grado más alto, el sacrificio. La lucha, abierta y
total contra el rencor, surgida de un mundo que no parece
enterarse del sufrimiento y esconde las manos con un egoísmo
desalentador. Esa debilidad transformada, instalada en el borde
de las heridas que sostienen los cimientos, es el resentimiento
evolucionando hacia una acción superior. La protagonista
resiste, hallando su fuerza en cada latido enterrado en los
escombros, mediante el impulso constante del corazón. La
película es la historia de la voluntad, la voz del alma buscando
su lugar. La esperanza, tantas veces fiel, amarga e incómoda,
puede llegar a enloquecerte cuando no lo estás intentando, pero
es a través de esa pulsión donde la palabra encuentra su verbo:
Dios o nombrar y que suceda. Es una obra maravillosa que jamás
me canso de ver.
Yamila Greco - Foto David Cortijo
Arellano
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Yamila Greco - Foto David Cortijo
Arellano
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5 — Colegio.
YG —
El
colegio nunca me gustó. Iba a doble escolaridad y lo sentía
agotador. Era pésima en Matemática, peor en todo. Presenté
muchísimos problemas de conducta: até a una compañera con una
soga de saltar. Engañándola, la puse de cara contra la pared y
la empujé. En otra ocasión, tiré a otra por las escaleras. Los
niños eran muy crueles, me hacían constantemente a un lado y yo,
dentro de mi inocencia, quería que me expliquen el motivo. Nadie
lo hacía y a mí me generaba una impotencia, una sensación de
injusticia que no podía controlar y reaccionaba salvajemente.
Alteraba entonces situaciones con el fin de incomodarlos:
ocurrió una vez que hacían una ronda y no me permitieron
participar. Fui al baño, me despeiné, desgarré mi ropa, me
presenté en el medio del patio de juegos como una aparición y le
dije a la maestra que los niños me habían lastimado. No era
mentira. Entendía aquello como un abuso. Quería el encuentro
cara a cara con alguien que me diga el motivo por el cual yo no
pertenecía. Jamás lo logré.
Al comenzar el secundario, descubrí la música y no hubo
retorno. Me sentía incluida, respaldada. Hallé en eso la
libertad.
Continué cursando hasta que, finalmente, en segundo año,
abandoné.
Yamila Greco - Detalle - Foto Laura Nachman
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Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
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6 —
Adolescencia / Introducción a la escritura.
YG —
Al
dejar los estudios me dediqué completamente a la tarea de
plasmar mi furia en el papel. Mi padre me había obsequiado una
de sus máquinas de escribir; las tenía a montones, ya que las
coleccionaba. Toda la noche leía y escribía. Podía hacerlo
porque gozaba de total autonomía. En esa etapa me volcaba a los
relatos. El primero que escribí se titulaba “Corte de luz
universal”. Trataba sobre un ciego a quien su esposa, ya
fallecida, le había asegurado que se había cortado la luz en el
mundo, que nadie podía ver nada. Y así vivía, amparado por
aquellas palabras, alejado de todo contacto, preso a la vez de
una pertenencia y universalidad sostenida en la mentira. Hasta
que alguien llama a su puerta, una antigua amiga que intenta
decirle la verdad. Él elige no creerle y le arranca los ojos.
Era un cuento corto, de una página, y en la última oración
exclamaba: ¿era o no cierto que se había cortado la luz en el
universo?
Disfrutaba muchísimo, las horas no tenían su peso y la
vida parecía infinita; aún conservo aquellas hojas, ya
amarillas, cuando lo único que hacía era escribir. Mi mundo
cambió a partir de
“Rayuela”. Un amigo de mis padres me lo regaló. Yo tenía
trece años. Comencé a leerlo y de inmediato quedé fascinada.
Aquel era un lenguaje similar al mío, las palabras que había
ideado de niña y que solo yo comprendía. Y si bien no tenía las
herramientas externas necesarias para entenderlo, creí
comprenderlo en un nivel más allá de lo físico, ahí encontré mi
escudo más íntimo en convivencia con un corazón demasiado real;
todas las referencias eran nada comparadas con el significado
que aquella novela de Cortázar tuvo en la insinuación explícita
de mi alma.
Empecé también a llevar un cuaderno. Toda mi voluntad
estaba puesta en la tarea de escribir. Pasaba las noches en
vela, deslumbrada. La calma de aquellas horas me permitía el
encuentro de lo supremo con lo imperfecto, la búsqueda de la
forma, la esencia que la palabra posee en sí misma, consagrada a
ese nacimiento donde la extensión era el poema; y con ello llegó
el aislamiento, la separación. No tenía a nadie cerca, solamente
mis libros y el peso que los contenía. Creí no necesitar nada
más. Me empeñé en existir únicamente cuando me encontraba en el
mutismo que permitía mi cuarto, comprendida, protegida. Las
personas me irritaban, salir a la calle era un martirio. Cuando
lo hacía, no estaba realmente ahí, moraba en otro lado, en el
borde de los cuadernos, de los poemas.
Me encerré tanto que mi adolescencia fue confusa. Todo lo
demás era escaso, incomprensible. El mundo era atroz y la poesía
me mantenía viva. Por esta razón, cuando el abismo fue superior
a cualquier símbolo, quise alejarme impulsada por el rechazo. Me
obligaba a creer, paralizándome. Me conservaba en este mundo
donde no aparecía un alma viva. Las personas siempre me
decepcionaron y yo hallaba entre mis libros verdaderos amigos.
Mi poeta argentino preferido es Ramponi; y del mundo, siempre,
Arthur Rimbaud: su prosa completa es el único libro que llevo en
mis viajes, ninguno más; casi que lo rezo de memoria, pero
siempre hallo en su voz un nuevo mundo, secreto y reservado.
También encuentro en San Juan de la Cruz lo que jamás pude
transferir a las palabras. Por este motivo, su existencia me
sana y me calma.
Escrito con su sangre en su cuaderno de adolescente
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Antología "Niños que se tragan la luna" -
Pag 93 - El Cálamo Editorial (México)
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7 — “La poesía me mantenía viva.”
YG —
Y sucede una muerte.
El día en que mi padre falleció, amanecí sabiéndolo. Pasé la tarde a su
lado, alternando la lectura con la rotación de su cuerpo,
espantada por la escara que dejaba al descubierto que la vida
ahí ya no era posible. Me miraba y yo notaba sus ojos atascados
entre esto y lo extraño, queriéndome reconocer, pero
desconociéndome. Finalmente, caí rendida entre sus brazos.
Desperté sobresaltada y lo vi intentando ahogarse con su ropa,
hundía la tela, desesperadamente, con el fin de atravesarse la
garganta. Fui incapaz de ayudarlo, en la ferocidad de su fuerza,
mis manos se querían ir con él. Y entonces vi la muerte por
única vez. Mi padre gemía señalando un ángulo vacío de la
habitación. Yo buscaba con mis ojos aquello que no podía ver. No
había nadie, nada, pero su presencia se sentía como algo
inequívoco. Los médicos me sacaron de la sala. Al regresar, no
tuvieron que decirme nada. Mi padre se había ido. Entré, toqué
su rostro y solo sentí la piedra, un cadáver rígido, que
reposaba como un elemento más, igualmente vacío, sin entidad ni
calor.
Ver consumirse a la persona más firme de tu existencia es
el comienzo de la orfandad, en el aspecto más profundo y
absoluto. La desaparición física nos enfrenta con la certidumbre
inexorable de nuestra propia muerte, la voz de la sangre calla
un cuerpo, pero exclama la eternidad a través de otros; en este
caso, yo. Saberlo no deja de hacerlo terrorífico. El día de su
partida, algo se perdió en mí, para siempre. Esto me generó una
dualidad emocional, aunque jamás culpa. Me encontraba
desolada, pero en
el momento en que sucedió me sentí liberada.
De esa época datan algunos poemas de
“Respirar puede ser un
fracaso”. Los meses que lo acompañé en el hospital, lo
cuidada y escribía. Los textos son tan fieles para mí que los
leo y son como un hachazo, un regreso inmediato a ese espacio
donde la vida de mi padre se apagó. Hoy no podría hacerlo. El
dolor traspasó todas mis fronteras. La perseverancia viró hacia
un sitio muy apartado, donde sobrevivir es, acaso, la última
voluntad.
"Respirar puede ser un fracaso" - Edición-e de Cinosargo
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Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
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8 — ¿Y a su
muerte?
YG —
A
su muerte descubrimos que la vivienda familiar se encontraba
hipotecada. Imposibilitadas de abonar la deuda, comenzó un
larguísimo juicio en el que, luego de algunos años, perdimos
nuestro hogar. Mi padre no había dejado nada. Carecíamos de
dinero para comer y pagar los servicios. Vivimos sin luz ni gas
durante meses. Yo tenía veintiún años, y convivía junto a mi
madre y a mi hermana diez años mayor y diagnosticada con
esquizofrenia. Me hice cargo de ambas. Llevé sobre mi espalda
todo lo que conlleva la vida familiar. De repente, era mi padre.
Demasiadas traiciones familiares giraron en el medio. Relaciones
turbias entabladas por mi entorno que yo desconocía. Habitábamos
la casa mientras el proceso seguía su curso.
La situación era terrible, compleja. Luego, cuando mi
madre decidió irse a vivir con su nueva pareja, quedamos, mi
hermana y yo, solas, presas de
una situación extremadamente caótica. Ella enferma, y,
para ser sincera, yo también. Sobreviví escribiendo, a la luz de
la vela, con la tragedia más grande por mí conocida pisándome
los talones, sin otro fundamento que cantar aquel infierno.
Comenzamos a vender las estufas, aprendiendo a
despedirnos de la casa que, lenta e imprecisa, parecía que
quería retenernos. Los días más oscuros pasaban así, presas del
pánico y de ese lugar inhabitable, esperando la muerte como
ninguna otra presencia. Mi hermana vagaba por las habitaciones,
como un fantasma, eso es lo que éramos, gemía y lloraba porque
desconocía dónde iba a vivir. Yo la seguía, pensando si algún
día habría de hacerlo.
Para paliar aquellas horas de desgracia, cantábamos. Eran
canciones inventadas que nos causaban una especie de risa
apagada, y de inmediato el pánico, de nuevo. Hasta que nos
tuvimos que ir. Su tutora se la llevó con ella. La internaron y
la vi una sola vez más desde entonces. Conseguí la dirección del
hospital donde la habían dejado, un sitio espeluznante, caído a
pedazos con internos que esperan un taxi frente a una pared
blanca coronada por alambres de púa: literal. Al verme me abrazó
y lloró; cuando le dije quién era me soltó. Me había confundido
con su hija.
Yamila Greco - Contraluz en Barcelona - Foto David Cortijo
Arellano
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Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
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9 — ¿Y tu casa?
YG —
Cuando, por obligación, abandoné aquella casa donde nací y me
crié, ya sin puertas, rotas las ventanas, poco más tarde, volví.
Estaba deshabitada y no habían cambiado la cerradura. Yo entraba
por las noches, me sentaba, a oscuras, en la habitación que
alguna vez le perteneció a mis padres, encendía una vela y
volvía a plasmar el desastre. Un ejercicio continuo, que me
sacaba del mundo conocido y me metía en uno peor, mucho más
real, pero que tenía la necesidad de enfrentar. Poblaban el
cuarto varias de nuestras pertenencias, las que no pudimos
rescatar. Las veía, por lo tanto, caídas en el suelo de un sitio
destruido; los libros pertenecientes a mi niñez, manchados por
el brutal paso del tiempo, plagados de imágenes que vieron
épocas mejores.
Lo escalofriante nacía de lo idéntico: las mismas letras,
iguales frases que cuando ocupaban un hogar feliz; aquellas
ruinas, la pérdida de toda esperanza en esa estructura,
deformaron algo en mí, para siempre. La identificación entre
esos muros y el presente, en contraposición con mi origen se
encontraba en una cortina deslucida donde aún podía ver la marca
de mis manos, los espejos arrancados, la cocina deteriorada. Y
si bien conocía la verdad, incluso apartándola, me sentía
protegida por aquellas paredes que me vieron crecer. Creía que
esa era mi casa y quizás, con un esfuerzo mayor, con la poca
distancia que anidaba entre el papel y yo, podría escuchar
nuevamente la voz de mi padre.
Nunca más volví. Me alejé confiando verla en llamas.
Yamila Greco - En Barcelona, España - Foto David Cortijo
Arellano
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Yamila Greco - Detalle - Foto David
Cortijo Arellano
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10 — ¿Nos centramos en tu poesía?
YG —
Mis
poemas son lo que fui, tal cual soy. Nacen de la necesidad
genuina de formar mi propia familia, ahí, entre las palabras. La
poesía me salvó, obligándome a la vida, muchas veces a mi pesar.
Es, en consecuencia, la esperanza que jamás busqué. Así y todo,
en esos momentos cuando el abismo es un cuerpo en sí mismo y su
presencia lo cubre todo, yo no escribo, y cuando no lo hago sé
que estoy en peligro. Luego, surge, irrefrenable, la fuerza que
me protege y me acompaña, que logra que me siente en una mesa
adelante de la máquina, aferrada a la hoja para seguir tejiendo
mi supervivencia.
Hoy, con el paso inevitable de los años, el cansancio hace que
me acerque cada vez más al mutismo. El tiempo se torna cada vez
más tenebroso y el trabajo requiere una consciencia que
últimamente no estoy dispuesta a exponer. Temo que pronto llegue
el día en que me encuentre cara a cara con el silencio. Quedar
varada entre esta vida y la otra, sin consentimiento, me
lastima. Esto sucede cuando se acarrea una existencia plagada de
desviaciones y presentimientos. Y eso es lo que interfiere con
mi esfuerzo. Una especie de cautela, de vergüenza amarga ante la
descripción. Si fuera meramente un hecho estético, todo sería
más simple, pero es superior incluso a cualquier auxilio.
De todos modos, hoy me encuentro finalizando mi tercer poemario,
aún sin título. Son textos que maduraron cuando me aparté de
aquel infierno físico, el descubrimiento de que por más que ceda
a las tinieblas, vuelvo, obstinada, a buscar la paz que solo
concibo en la escritura, si bien sé que nunca podré escapar de
estas sombras que construyeron mi corazón desde sus inicios.
Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
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Yamila Greco - Foto Juan Duncan
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11 — Tu mundo
cambió y, según testimonios o declaraciones, el mundo de muchos
cambió en gran medida a partir de esa “contranovela” de Julio
Cortázar, “Rayuela”,
publicada en 1963. ¿Qué otras obras, Yamila, fueron dejando en
vos huellas profundas?
YG —
“Las mil y una noches” marcó mi infancia y me permitió el
acceso a un mundo desconocido, lleno de magia, de peligros y
posibilidades escondidas. La obra de Jorge Luis Borges, genio
absoluto, sobrenatural y maravillosa, otorga la llave que abre
todas las puertas. Fiódor
Dostoievski,
todo. Hermann Hesse, Henrik Ibsen. Juan Carlos Onetti, cuya voz
es para mí un auxilio. Roberto Arlt. Alfred
Döblin,
y su monumental “Berlin
Alexanderplatz”,
adaptada por mi amado Fassbinder, en una serie imperdible de
catorce capítulos para televisión en 1980. Fernando Pessoa,
sobre todo el “Libro del desasosiego”. “La Ilíada”,
“La Eneida”. “Rojo y negro” de Stendhal, “El
extranjero” de Albert Camus, “El maestro y Margarita”
de Mijaíl Bulgákov, “La náusea” de Jean-Paul Sartre,
“Diario de un seductor” de Soren Kierkegaard. Franz Kafka,
Camilo José Cela, Mariano José de Larra, Goethe y mi otro amado,
Ramón del Valle-Inclán, con especial cariño por “Luces de
bohemia”.
Yamila Greco - en Barcelona, España - Foto David Cortijo
Arellano
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Yamila Greco - (Detalle)
Foto David Cortijo Arellano - Casa Museo
Valle-Inclán (Vilanova de Arousa)
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12 — Has destacado a Jorge Enrique Ramponi (1907-1977).
¿Cómo accediste a su obra? ¿Nos trasmitirías tus impresiones
sobre su poética?
YG — Accedí a su obra a través de un
antiguo amigo. Era imposible hallar sus poemarios en los
estantes de las librerías. Me ocupé de rastrearlos y encontré
ejemplares de “Piedra
infinita” y “Los límites y el caos”. Ramponi es la poesía hecha cuerpo. Su frase
“Piedra es piedra”
posee una claridad tan cierta, sencilla y precisa que existe
poco que lo supere. Su poesía es el canto de los despiertos, sus
poemarios son ejemplos manifiestos de lo que es un corazón vivo.
Me siento muy cercana a él.
Yamila Greco - Detalle - Foto David Cortijo Arellano - Casa
Museo Valle-Inclán (Vilanova de Arousa)
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Yamila Greco - En Madrid - Foto David Cortijo Arellano
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Yamila Greco - En Madrid - Foto David Cortijo Arellano
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13 — Tu apellido me traslada naturalmente a ese pintor
nacido en la isla de Creta en 1541: El Greco. Y a
“la musa de los
existencialistas”, la cantante y actriz Juliette Gréco. Y
como tanguero que soy a Vicente Greco (1886 o 1888-1924), uno de
los insoslayables músicos de la Guardia Vieja. Hablemos, te
propongo, sobre tus predilecciones pictóricas y musicales.
YG —
Mis gustos musicales son muy amplios.
Escucho música clásica, tango, bossa nova, jazz, heavy, punk,
rock, según mi ánimo, el cual es caótico, pero en casa suenan,
siempre: Enrico Caruso y su voz que me perfora el alma, lo que
me lleva a esa magnífica, tremenda obra de Herzog,
“Fitzcarraldo”, película que no puedo recordar sin que se me
agite la sangre. Danzig, muchísimo. Ramones, a quienes vi tres o
cuatro veces. Billie Holiday, a veces sueño con ella. David
Bowie, Alice in Chains, Héroes del Silencio. Y Leonard Cohen, al
que tuve la oportunidad de ver en concierto en 2012, en
Barcelona. Viajé para verlo en vivo y para caminar por el
callejón del Gato, en
Madrid. En cuanto a lo pictórico, me impresionan El Bosco y
Francisco de Goya.
Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
14 — Daniel Rojas
Pachas, en el prólogo a tu
“Respirar puede ser un fracaso”, advierte
“vasos comunicantes”
entre esa poética y las de Benn Gottfried y el Conde de
Lautréamont. ¿Coincidís? ¿De qué otras poéticas te sentís
próxima?
YG —
Sin duda, la obra de Isidore Ducasse
me conmovió profundamente. Lo conocí de casualidad. Yo tenía
diecisiete años. Fue en una feria, en un puesto de libros
usados. Me acerqué y el primer libro que vi fue
“Los cantos de Maldoror”,
y el segundo, “Oficio de
tinieblas 5” de Camilo José Cela, una obra potente, con un
manejo de la ironía extraordinario, excelso. Me llevé ambos.
Cuando abrí aquellas páginas de
Maldoror supe que
yo también habitaba ahí, en cada una de las palabras que generan
sus cantos poéticos; un filo que atraviesa, buscando algo más,
casi como un ensayo metafísico. Luego, se sumaron las voces de
Charles Baudelaire, Federico García Lorca, John Milton, Novalis,
Rosalía de Castro, Vladímir Maiakovski, San Juan de la Cruz,
Walt Whitman.
Yamila Greco - Foto David Cortijo Arellano
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15 —
¿Qué poemas tuyos más valorás o más querés?
YG —
Estimo y valoro cada uno de mis poemas. Son la memoria de
mi vida. Cuando los leo inmediatamente recuerdo cada momento,
todos los instantes; dónde los escribí, qué sucedía a mi
alrededor, qué no. Cualquiera de ellos me remite a mí misma en
el pasado y hoy, cuando los leo en el presente, es decir, en el
futuro de aquella que fui; noto que jamás estuve sola, que me
tuve a mí misma. Ése es el motivo por el que aún existo.
Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
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16 — ¿Tamborileo, mugido, cacareo, gañido, rebuzno o
zureo?
YG —
En mis descensos seguramente he asimilado sonidos ajenos.
Mi parte animal se encuentra siempre propensa a despertar; sin
embargo, de escoger, elijo mi propia voz, siempre.
Yamila Greco - En Barcelona, España - Foto David Cortijo
Arellano
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17 — ¿Por cuáles de las siguientes aseveraciones te
percibís “más” alcanzada, y por qué?:
Oliverio Girondo:
“La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta
que lo descubre un verdadero poeta.” Juan Gelman:
“Toda poesía es hostil al
capitalismo.” Liliana Heer:
“Al Poeta se lo distingue por la manera de no decir ciertas cosas, por
la manera de decir otras, por su peculiar hábito de ceder al
vacío central, por deslizarse en caída libre hacia un campo
móvil, por habitar una discordia interminable.” Alberto Luis
Ponzo: “La poesía no es
violenta pero violenta el modelo elaborado para bloquear el
ejercicio pleno de la vida.”
YG —
Con la de
Girondo, sin duda. Rimbaud lo expresa maravillosamente:
"Ver lo invisible, oír lo
inaudible”. La poesía es la acción de devolverle a la vida
sus otras existencias, lo indefinido a la materia. El poeta
capta y revela los entornos escondidos, añadiendo otra realidad
a la expresión. Creo firmemente en la palabra como testimonio y
figura sobresaliente de lo advertido.
Yamila Greco - Foto Juan Duncan
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Yamila Greco - Foto David Cortijo Arellano
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Yamila Greco selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
I
Encontrarme
quizás con personas que crean que les hablo bajo los parámetros
del mundo cuando yo en verdad estoy hablando el mundo
todos tienen miedo pude comprobarlo aun así me arrastro camino
me siento en una mesa donde la única defensa posible son mis
ojos
mis ojos están cansados yo estoy cansada y temo
estar entre ellos nadie me escucha temo estar entre ellos
yo quise
respirar nadie me escucha pero yo quise respirar vi tanto que
ahora no puedo vivir nadie me escucha yo vi tanto que ahora no
puedo seguir viviendo
ni una persona
viva —no estás sola— ésta es mi vergüenza lo que me recuerda
aquellos días de verano cuando creí que todo era posible porque
alguien existía
pero en mi vida ya no hay más veranos en
mi vida ya no hay más vida palabras como amor casita estudiar
yamila sol y amigo representan a partir de ahora mi deseo de
haber nacido muerta.
*
II
La noche compite con la fuerza de la muerte,
transforma con insistencia los rasgos del alma.
Débil y
derrotada como la piedra ante sí misma, revela desiertos la
luz a su figura.
Más allá de estas paredes, el cielo
pertenece a la catástrofe.
*
VI
Jamás el corazón tan apartado de su principio
cierra Dios mis latidos, rodeando los pulmones de verbo oscuro
la luz es una manifestación pendiente
Como un puñal caen los días, manos mediocres,
enloquecidas, cercando la destrucción
Nada es posible, lo sé, desde que me aproximé
al Sol y vi que se había rendido
desconozco ya como
explicarlo, si a mí misma me cuesta asimilar los espejos,
la miseria confesa en la expresión, mi vida agotada en
todos sus extremos
el frío inaudito dentro de este calor
sobrehumano, atormentada por volcar la sangre que me
justifique
la esperanza, porque la muerte me señala y
parece acercarse la paz que no obtengo
finalmente, en
este mundo, alguien en quien creer cuando nadie me ayuda a
calmar la noche
yo ruego, imploro, que la Tierra diga
basta aún hoy, faltando tan poco, basta.
*
XIII
Yo no canto, no grito,
yo escribo
y qué llamado de auxilio puede ser posible en el silencio
Escribir es el silencio y éste es mi llamado de auxilio
Estoy tirada en un pozo,
el silencio, el auxilio.
Yo tiemblo, como si en esa convulsión, las rocas cedieran para
dejarle paso a la vida.
*
XIX
Ni cielo alguno ni tierra.
Por qué sino las sombras protegen el manto de
la vida,
calla su aversión la carne exhausta, el terror
que la conforma.
Sucede la luz si las manos resbalan, su
tejido y blanca certeza alimenta su espalda, multiplica su
yugo. El corazón no refleja más.
Llamar comprende sobras,
polvo de los latidos perdidos,
la esperanza que no persiste ni se contiene.
Luego, vendrá el tiempo, el vacío extendido como un hueso a
su llegada, el día cuando nadie suceda por última vez.
Vendrá la noche, la hora previa al nacimiento, el Padre en
todo oculto, el lenguaje en su error desaparecido.
Otro nombre talla el infierno. La muerte, salvo crearla,
atraviesa el desierto su principio, la cordura
su borde.
*
XXXVI
Contrae la muerte su refugio de sombras
reaparece en los signos el horror contrariado, un devenir
fallado, calcado en la memoria.
De por sí, la noche finge
porque escolta el símbolo de un territorio devastado.
Carencia es la mano negando la reacción del espíritu poblando
la Tierra de formas ásperas, impracticables,
como el corazón.
*
XXXIX
Tenebroso y escondido, rechazado por la luz
mi corazón, colmado, asfixia
Nunca fracaso en la vida
sino en el cuerpo, la
respiración derrochada, su límite agobiante,
separa el cielo de lo ajeno,
porque la indiferencia aterra y
la soledad llama
Caigo, sin embargo, caprichosa y sedienta,
a los pies de un alma que me
obliga
pero por
más que las imágenes se multipliquen
y el mundo parezca habitado, la
existencia, nunca
Dios tampoco, enemigo de todos, también de los muertos
que me esperan para atravesar la
noche.
*
Yamila Greco - Foto David Cortijo Arellano
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Yamila Greco - Foto Lucas Vázquez
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Yamila Greco - Revista La Indiscreta//Antología
Verso a Verso .....
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Antologia "Cadáver en Mano"
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Antología "Niños que se tragan la
luna" - El Cálamo Editorial (México)
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Yamila Greco - Fanzine Objeto - Imbécil Nº 1
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Yamila Greco - Su artículo en el Suplemento Cultural de El
Espectador
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Yamila Greco - Foto David Cortijo Arellano - Casa Museo
Valle-Inclán (Vilanova de Arousa)
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Yamila Greco - Foto David Cortijo Arellano
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Yamila Greco y Rolando
Revagliatti, julio 2017.
www.revagliatti.com
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