Adrián Sánchez: sus respuestas y
poemas
Entrevista realizada
por Rolando Revagliatti
Adrián Sánchez nació
el 22 de enero de 1970 en Buenos Aires, ciudad donde reside, la
Argentina. Egresó en 1994 de la carrera de Periodismo General en
TEA (Taller Escuela Agencia). Obtuvo, entre otras distinciones,
el Primer Premio del Concurso de Poesía “Valle del Elqui”,
organizado por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral” en
2004. Publicó los poemarios
“La condena del mudo”
(Primera Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes,
edición 1998; Ediciones Botella al Mar, 2000) y
“Mi padre cavaba un pozo”
(Tercer Premio del FNA, edición 2012; Ediciones del Dock, 2013).
Adrián Sánchez en Uruguay en 2012
1 — Nacés en el
mes en la que también “nace” nuestra
cargadísima década
del setenta.
AS —
A las 02.40 del veintidós de enero de 1970 en la ciudad por
entonces denominada Capital Federal. Único varón entre los once
o doce nacimientos: algo así como una noche récord para el
Hospital Rivadavia. Ante la abundancia de parturientas y escasez
de médicos y enfermeras,
mi madre hizo sola el trabajo de parto. Además de las
dificultades propias de la situación, yo trataba de subir dentro
de su cuerpo en lugar de bajar. Recién cuando caí de la camilla
y ella gritó, llegó la ayuda.
Fui sólo un día al jardín de infantes. Se llamaba "Los
Enanitos" y quedaba a una cuadra de mi casa. Conservo la imagen
de estar sentado sobre una mesa mientras los otros niños hacían
cola para jugar con un payaso articulado de cartón. Me resultó
tan aburrido que cuando volví a casa le aseguré a mi madre que
no quería volver porque "los enanitos" me habían robado mis
galletitas. Por lo que sea, la triquiñuela funcionó.
A los seis años empecé el primer grado, y ahí no tuve
reparos. Me sentía cómodo, me divertía y las maestras me
adoraban. Recuerdo a dos
de ellas
peleándose por colocarme la pechera del General San Martín,
antes de subir al escenario durante el acto celebratorio del 17
de agosto. La primaria transcurrió en calma. Quería a mis
compañeros y era querido. En tercer grado fui elegido mejor
compañero, y recibí como regalo
"David Copperfield"
de Charles Dickens. Y gracias a eso empezó mi amor por los
libros, por las historias. Y por Dickens. De todas maneras, las
"malas notas" por conducta eran semanales. Como en mi casa la
comprensión no era lo que reinaba, trataba de zafar como podía.
Llegué al extremo de agujerear el cuaderno de comunicaciones
donde correspondía que firmara mi madre; después recorté su
firma de otro lado, la pegué sobre el papel agujereado y declaré
a la maestra que mi mamá se había equivocado al firmar, que al
borrar había agujereado el papel y que entonces firmó en otro
lado y pegó la firma al pie de la mala nota. Una vez más, la
triquiñuela funcionó.
Experiencia aterradora: en 1979 (cuarto grado), a la
escuela se le ocurrió trasladarnos en excursión a la Comisaría
de Olivos, en nuestro barrio. Armas, calabozos, detenidos
esposados (dios mío, quién sabe por qué), y la sana amenaza de
que eso nos esperaba si llegábamos a meternos en "cosas raras".
Y otra más: simulacros de bombardeo, por la eventualidad de
algún conflicto, acaso con Chile: escondernos debajo de los
bancos a una señal de la maestra.
Adrián Sánchez con su padre, su madre y su hermana
Sandra///Adrián Sánchez con su gata Nina
2 — Y ya por ahí
estabas en los ochenta.
AS —
Finalizando la escuela primaria: suavizada por mis primeros
besos con una dama un año mayor. Muchos besos.
Después hubo otros por supuesto, pero supongo
que nunca son como los primeros. Posteriormente, ya en el
secundario, recreaba exactamente el gusto y el olor de la boca
de la piba, exhalando mi aliento, aproximado al banco de madera,
y haciendo una
cerca con mis
manos para que no se diluyera. El secundario fue más hostil.
Chico de escasos recursos económicos, becado en un colegio
privado en La Lucila. En segundo año me quitaron la beca por mal
comportamiento. No me portaba peor que el resto de mis
compañeros, pero por ser pobre y becado debía demostrar mi
agradecimiento mediante la obediencia y la sumisión. Esa beca me
la había ofrecido la directora de la escuela primaria, cuando
estaba por terminar séptimo grado. No sé por qué no lo habló con
mi madre sino conmigo. Me dijo que lo pensara, y que en una
semana le respondiera. Yo quería ir al Nacional de San Isidro,
pero en vez de rechazar la propuesta, cometí el error de
comentarlo con mi madre y mi hermana, y terminé en el privado.
Cuando me sacaron la beca, hubo que hacer malabares para pagar
la cuota de un colegio de mediocre para abajo. Pero algo
esencial para mi futuro aconteció por haber concurrido allí. Dos
cosas, en realidad. Conocer a mi profesor de Literatura,
Daniel Arias,
que fue quien definitivamente me llevó a escribir. Y un libro
que me recomendó leer y que se transformó en mi favorito. Tenía
catorce años: lo leí cada dos hasta ahora, que tengo cuarenta y
seis. Se llama "Cuentos
de hadas en Nueva York" y es de James Patrick Donleavy. Cada
vez que termino de leerlo me digo:
"Un día voy a regalar
todos mis libros y me voy a quedar sólo con éste". Ese mismo
año murió mi padre. No fue especialmente duro para mí (a un
nivel consciente, en ese momento, quiero decir). Nunca había
estado mucho en nuestra vida. No digo simbólicamente. De hecho
no estaba, porque estaba en otro lado, nunca supe dónde. No fui
a su entierro. Ni siquiera sé si lo velaron. Lo que sí fue
significativo para mí de todo eso (tanto que treinta años
después dio vida a mi segundo libro,
"Mi padre cavaba un pozo"),
fueron los largos meses que pasó muriéndose en mi habitación, en
mi cama, mientras yo fui desplazado a dormir al comedor. Su
última frase para mí (la única en todo ese período, si no
recuerdo mal) fue: "Te
voy a matar".
Por suerte, tuve amigos durante la secundaria, que
hicieron mi adolescencia entre niños ricos un poco más amable.
Uno de ellos muy importante, con el que descubrimos mucha
música, que me acompañó y me acompaña todavía. La mayoría de
esos amigos perduraron lo que duró la escuela, pero dejaron
huella en algunos aspectos. Y afianzaron el apodo que había
empezado en la primaria más tímidamente:
mono. Para mi
profesor de literatura, que todavía veo, y para uno o dos más
que sobreviven a aquella época, todavía soy el mono. El apodo
viene de que desde chiquito, donde podía me trepaba. Y donde no
podía, también. Las costuras en la cabeza y los moretones en
partes diversas de mi cuerpo eran los trofeos. Como extras no
vinculados a las "monerías" pero sí a mi culo inquieto, fui
atropellado cuatro veces (quizá la última no cuente porque fue a
mis treinta y cinco años), una de ellas en bicicleta.
Terminando el quinto año, fue el sorteo para el Servicio Militar
Obligatorio, en una de sus últimas ediciones. Entré de cabeza
con el número 938. Decidido a no hacerlo, me dispuse a bajar de
peso. Con mi altura,
debajo de cincuenta kilos quedaba fuera del Ejército. Al momento
del sorteo, en octubre del 87, pesaba sesenta y dos kilos. Un
año después, llegué a la revisación médica en el Distrito
Militar de San Martín pesando cuarenta y ocho. Un éxito. Eso sí,
apenas logré recuperar la mitad de los kilos perdidos. Recién
hace dos años, a mis 44, volví a mi peso original.
El verano previo, en el
sur, había conocido a quien sería me primera
compañera
formal. Ya trabajaba. Eso, junto con la decisión de evitar la
colimba, y dejar el hogar familiar, marcaron el comienzo de lo
que llamo "mi vida". Para mí, significa algo así como el límite
a partir del cuál uno (yo) deja de culpar a otros por sus
padecimientos, resultados, limitaciones, etc.
De paso: el albergue transitorio que frecuentaba con este
primer amor, ubicado para más datos frente al hospital donde
nací, es ahora un hogar de ancianos. Espero que se trate de uno
de esos casos en los que
un cigarro es sólo un
cigarro.
Adrián
Sánchez con su madre
3
— Pisando los noventa, entonces, te vas a vivir solo.
AS —
Fui el primero de
mi grupo de amigos en llevarlo a cabo, con lo cual mi casa era
la de todos. Y más de los que tenían chicas. Casi todos mis
amigos contaban con un juego de llaves. La única condición era
la de no ir sin avisar. Pero años después, no muchos, pasé de
generoso anfitrión a no abrir la puerta a quienes venían de
visita sin antes haberlo concertado. Y de eso, a no recibir
visitas, directamente.
Por la época de mi
emancipación se acrecentó la intención de encarar con rigor la
escritura. Empecé a asistir al taller de quien había sido mi
profesor de literatura. Duré un par de años. En un momento él me
echó, quizá con razón, por no cumplir las consignas, plazos y
demás. Por trabajar poco, básicamente. Pero ese taller, el único
al que concurrí, me enseñó lo primordial: darle hacha a todo lo
que no sea esencial. No siempre se logra, pero hay que
intentarlo. Y muchos de los textos laburados en ese taller,
fueron el esqueleto de mi primer libro,
"La condena del mudo".
Poco después, en viaje
por Bolivia, el colectivo en el que iba efectuó una parada
saliendo de Sucre, en una especie de almacén que había junto a
la ruta. Cuando me asomé por la ventanilla, observé a una chica,
adolescente supongo. Jamás había visto a alguien tan sucio. Era
como si hubiera pasado un lustro revolcándose en el barro y la
basura, hasta que el barro y la basura parecían crecer de ella.
Pero tampoco había visto nunca a alguien tan hermoso. Aun a
través de esa coraza de barro y mugre, las formas de su cuerpo y
los rasgos de su cara impactaban. De repente se inclinó hacia la
derecha, levantó apenas su vestido, y se rascó el muslo. Esa
experiencia fue la confirmación física de algo que ya intuía: no
procurar extraer poesía de mundos inexistentes. La poesía se me
mostraba a mano y a la vista, de mí y de quien la quisiera
advertir. Considero que la realidad es lo suficientemente
poética para quien sabe capturarla y transmitirlo con palabras
justas (sencillas) y de manera reconocible. En todo caso, el
oficio está en saber captarla y describirla.
Intercalo cuatro frases
que tengo pegadas junto a mi mesa de trabajo:
"Yo veo algo y lo
describo tal como lo veo. Al hacerlo, me abstengo de
comentarlo. Si he hecho algo que me conmueve —si he retratado
bien ese objeto—, alguien más se conmoverá, aunque también habrá
otro que diga: ‘qué carajos es esto?’ Y tal vez ambos tengan
razón."
(Charles Reznikoff)
"Si quieres expresar con
exactitud esta circunstancia: ‘desde el río soplaba un viento
frío’, no hay en lengua
humana más palabras que las apuntadas para expresarla."
(Horacio Quiroga)
"Admiro a quienes hacen poesía
sin necesidad de crear un mundo que los demás no puedan tocar."
(Sean Penn)
"Escribir es mágico. Es, en la
misma medida que cualquier otra arte de la creación, el agua de
la vida. Y el agua es
gratis. Así que bebe. Bebe y sacia tu sed."
(Stephen King)
Me interesa lograr
(trabajar en lograr) ese equilibrio, ese camino bien finito que
existe entre la poesía y la narrativa.
Llegar a lo básico, pero a la vez no tener miedo de narrar.
Relatos,
pero con un ritmo y sonido e imágenes que como narraciones
plenas no tendrían. Mi ritmo creativo es lento. Entre la
publicación de mi primer libro y el segundo pasaron trece años.
En el medio sólo escribí el que dentro de poco estaré publicando
como tercero. Espero que esos plazos se vayan achicando. Tiene
que ver con la confianza, supongo. En estar seguro de lo que uno
hace, pero no en el sentido de que es maravilloso, sino de que
uno se esmera para hacer siempre lo mejor. En mi caso, y
seguramente para muchos otros sea así también, aunque obtuve
algunos premios y reconocimientos, nunca me percibí más
orgulloso que al saber que había hecho lo mejor que estaba a mi
alcance elaborando un poema, un libro entero,
sobre todo con el ordenamiento, o
lo que sea. Por
otra parte, en ese sentido, a veces pienso que ésa puede ser la
diferencia entre un oficiante de poeta y un gran poeta: uno
llega hasta sus máximas posibilidades, y el otro también, pero
una vez que llega ahí, se pregunta cómo lo puede mejorar.
Adrián Sánchez en Potosí
4 — Nos ubicamos
en el 2000. Desde el 2000.
AS —
Mi primer libro. Frecuentaba los
ciclos literarios, en parte por las invitaciones que recibía, y
en parte porque, bueno, era lo que correspondía. Incluso llegué
a co-coordinar
alguno, “La Dama de Bollini”, con el poeta Daniel Grad. No duró
mucho la faena: apenas la segunda mitad del 2004. Pero tanto de
un lado como del otro, esas ceremonias fueron perdiendo interés.
Que quede
claro, no las critico, sólo que no me dan placer.
En 2004 fui invitado a
Chile al Primer Encuentro de Poesía “Voces para el Desierto”,
realizado en Copiapó, capital de la Región de Atacama. Por
nuestro país participó también Diego Muzzio, y por Chile Eugenia
Brito, Gonzalo Millán, Nadia Prado, Juan Cameron y Mauricio
Redolés. Quien organizó todo no era de allí. Había llegado de
Santiago apenas meses antes. Formó un mínimo equipo, de gente
que casi tampoco conocía, y obtuvo un festival de tres días en
distintas sedes, incluida la plaza, al que asistió tanta gente
como no se había visto jamás reunida en Copiapó. Y aunque lo
monetario nunca es lo esencial, consiguió también hospedaje,
comida y pasajes de avión para los poetas invitados del resto de
Chile y Argentina. Todos para escuchar poesía. Y gracias a una
persona que ama la poesía (en todas sus formas) y no consideró
que hubiera ningún impedimento válido para mostrar a otros eso
que amaba. Repito, en una ciudad que no conocía. Hoy me
enorgullece decir que es una de mis amigas más
queridas. Se llama Aída Inés Osses Herrera, y por si fuera poco,
es Jueza.
Adrián Sánchez en Central Park, New York, 1996
5 — ¿Y el
periodismo?
AS —
Después de dos
años en la carrera de Ciencias de la Comunicación Social de la
Universidad de Buenos Aires, me cambié a TEA, en procura de
conocimientos más prácticos que teóricos sobre Periodismo. Se me
daba bien la confección de artísticas radiales, sobre todo por
cierto toque humorístico. En algunas de las materias que
concernían con la escritura en sí, con el estilo sobre todo, mis
intenciones poéticas se hicieron notar. En algunos casos en mi
contra, con profesores que aseveraban que esa tendencia poética
me jugaría en contra; otros a favor, en la creencia de que
justamente eso marcaría la diferencia sobre lo establecido.
Egresé, habiendo perdido poco antes (por no estar al tanto de
una noticia) un trabajo ofrecido por uno de los directores de la
Escuela. Al margen de haberme desempeñado en el área de prensa
de algunas empresas, la labor intrínsecamente periodística que
realicé, fue durante varios años en una ONG de defensa de la
libertad de expresión:
PERIODISTAS Asociación para la Defensa del Periodismo
Independiente, mediante la detección, denuncia, seguimiento e
intento de
solución de los conflictos. Nunca laborales o gremiales, sino
puramente de libertad de expresión. Fue una gratificante
incursión. Pero después de eso, me volví librero. Nunca registré
el interés y la pasión que imagino que se debe sentir para el
ejercicio del periodismo (cierto tipo, al menos), en cualquiera
de sus formas. Pasión no sólo para realizarlo meritoriamente,
sino también, para obtener la fortaleza para no ser consumido.
Durante muchos años
fantaseé con no hablar más, y que no me hablaran, por supuesto.
Comunicar apenas con lo que el cuerpo lograra transmitir. Quizá
por eso me atrajo siempre también el lenguaje de manos.
Adrián Sánchez con Susana Villalba, Magalí Garcea, Graciela
Varela, etc.
6 — En la solapa
de “Mi padre cavaba un
pozo” consta que mantenés inéditos al menos dos libros:
“El ángulo” y
“Nunca supe bailar”.
¿Son poemarios? ¿Y en narrativa?...
AS — Sí, se
trata de dos poemarios. “El ángulo” ya está
terminado. Sólo queda definir su publicación. En este
caso, a diferencia de los dos volúmenes anteriores, que se
publicaron gracias a menciones o premios en concursos, decidí
gestionar su impresión por mi cuenta. Supongo que posteriormente
me ocuparé también de la distribución. En realidad, éste es un
libro de composición anterior a
“Mi padre cavaba un pozo”.
Pero algo pasó en su momento, algo personal, que me marcó que
era mejor dar cabida antes a
“Mi padre…”. Y la
verdad es que a partir de la publicación de este título, me fue
mucho más fácil pulir y terminar
“El ángulo”.
En el caso de
“Nunca supe bailar”, no está cerrado, pero sí lo
suficientemente encaminado. No hay dudas sobre su “sentido”, su
hilo conductor. Tener claro eso, para mí, es tan importante como
la labor de escritura misma. Más todavía: sin eso, difícilmente
pueda componer los poemas.
La narrativa me ha esquivado siempre. Es decir, aunque se
trata del género que más leo, nunca logré apresarla en cuanto a
su confección.
Al final de “La condena
del mudo”, hay una especie de narración para niños, un tanto
siniestra según opinaron algunos amigos con hijos. Sí,
por lo que decía antes sobre mi estilo, logré incorporarla a mi
manera de “contar” mis poemas. Cuando elaboro uno, necesito
saber que estoy contando algo. Si no, ese texto va a quedar
irremediablemente descartado.
Adrián Sánchez en casa de Truman Capote, New York, 1996
7 —
¿Nos
referirías alguna “curiosidad” literaria personal que te haya
ocurrido?
AS —
No se si
esto califique como respuesta a tu pregunta, pero es lo más
cercano que se me ocurre. En el 2004 o 2005 fui invitado por el
poeta Eduardo Dalter a un ciclo de lectura en el Hospital Borda
[Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial “José Tiburcio
Borda”], no recuerdo si organizado por la radio “La Colifata”.
Sólo acepté una vez que supe que una amiga
muy querida
me acompañaría. Al entrar al enorme Hospital nos
perdimos. Recorrimos patios y jardines sin encontrar a Dalter o
a la gente de la Radio. En un momento, advertimos una ventana en
un paredón. La golpeamos, y cuando nos atendieron supimos que
era parte de un edificio del Servicio Penitenciario. Esto fue
demasiado para mí, porque mis dos temores históricos, diría que
desde pibe, son volverme loco, o quedar preso. Creo que de
ninguna de las dos cosas nadie está a salvo. Finalmente dimos
con los organizadores, la mesa de lectura, el micrófono y demás.
Pero yo fui débil. No pude soportar la visión de algunos
internos que participaban, y tuve que irme sin concretar mi
lectura.
Foto tomada por Adrián Sánchez
8 — ¿El mundo fue, es y será una porquería, como
aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su
tango “Cambalache”?
AS —
No
comparto por completo el parecer de don Discépolo. El mundo, y
toda cosa que en él existe, desde que ya no hubo un solo humano
sino dos, es porquería sólo una mitad, pudiéndose decir de la
otra mitad,
que el mundo fue y será
una maravilla.
Adrián Sánchez con Gonzalo Millán en 2004
9 — Un artículo de David Torres aparecido en el nº 70,
febrero 2016, de “Agitadoras”, de España, nos recuerda que
“Quevedo pisó la cárcel
por irse de la lengua, San Juan de la Cruz por diferencias de
opinión con la orden de los carmelitas, Fray Luis de León por
traducir el “Cantar de los Cantares” sin permiso oficial y
Cervantes fue acusado de malversación por una irregularidad en
las cuentas”. ¿Qué añadirías?
AS —
Añadiría
que si alguna vez se diga de mí que fui preso en tanto poeta,
sumándome a estos casos ilustres, seguramente será por atacar
con violencia a algún colega de los que suelen leer o publicar
en sus libros epígrafes en otros idiomas sin traducirlos,
asumiendo que todos los lectores dominan, por ejemplo, el turco.
Adrián Sánchez con poetas Jorge Pizarro y Mariela Perpetua
10 — ¿Gacela, ardilla, puma, albatros o jirafa?
AS —
Puma,
sin duda. Nada más admirable para mí que un felino. Si en la
lista figurara también “caballo”, ahí estaría en problemas para
elegir.
Adrián Sánchez con Aída Inés Osses Herrera
11 — ¿A qué personajes de la historia universal te
hubiera gustado parecerte?
AS —
Supongo
que tu pregunta apunta a personajes políticos,
religiosos,militares, científicos, etc. (no artistas, quiero
decir). La verdad es que no estoy familiarizado con la Historia
Universal y sus figuras. Como en otros casos en los que sé que
no sé de qué
se habla, prefiero no dar un ejemplo sin saber, forzado.
Adrián Sánchez con Gonzalo Millán, Eugenia Brito y
Sebastián Villalobos
12 — ¿Tus planes a corto y medio plazo?
AS —
A corto
plazo, publicar “El
ángulo”. Después, abocarme a continuar
“Nunca supe bailar”.
Me agrada mucho sacar fotos, sobre todo que involucren personas
en situaciones, una vez más, narrativas, en las que cualquiera
pueda ver una historia, y leerla. Yendo un poco más lejos,
imagino que el libro posterior a
“Nunca…”, será un
poemario basado en algunas de esas fotos.
Adrián
Sánchez con Pablo Montanaro, Daniela Bogado, Juan García Gayo,
Laura Yasan y Javier Cófreces
13 —
Manuel García Verdecia le formuló en cierta ocasión un
interrogante a la poeta Paulina Vinderman. Citada la fuente, te
la formulo: A diferencia de los asuntos de sangre, en la poesía,
todo poeta es responsable de su genealogía literaria. ¿Cuál es
el linaje del que te sentís heredero?
AS —
Ésa es para mí una de las preguntas más difíciles de responder,
porque uno va modificando el linaje. Justamente porque ese mismo
linaje lo va modificando a uno. Por supuesto, con el paso del
tiempo, con el aprendizaje, se incorporan autores. Pero por lo
mismo, también se van.
Obviamente sin pretender ponerme a su altura, por dios,
hablamos básicamente de influencias, hoy diría que me siento
heredero del linaje poético de Cesare Pavese, de Emily
Dickinson, de Jorge Teillier, de Charles Bukowski, de Raymond
Carver, de Jaime Sabines. También de Charles Dickens, mi primera
lectura, que no escribió poesía, pero sí fue poeta. Y también
entonces, cantautores como Gabo Ferro, cineastas como Charles
Chaplin, fotógrafos cómo Elliott Erwitt, pintores como Edward
Hopper. En fin, a todos los que me enseñaron lo que es la
poesía, aun sin escribir poesía, los considero mi linaje
poético. Y les agradezco, porque son los que realmente me
educaron.
Adrián Sánchez con Gonzalo Millán, Aída Inés Osses
Herrera, Luis Albornoz, Nadia Prado, Juan Cameron, Eugenia
Brito, etc.
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Adrián Sánchez con los poetas chilenos Eugenia Brito y Sebastián
Villalobos
14 — Imagino que
además de Elliott Erwitt tendrás tus otros fotógrafos famosos
preferidos.
AS —
No son muchos. Más bien pocos, en realidad. El húngaro Robert
Capa (1913-1954) y el francés Henri Cartier-Bresson (1908-2004),
por ejemplo, ambos reporteros de guerra y fundadores en 1947 de
la Agencia Magnum. Magnum fue una
iniciativa que dio control a los
autores miembros sobre la elección de los temas a documentar, su
edición y su publicación, procesos que en el caso de fotógrafos
contratados por diarios y revistas quedaba en poder de los
medios de prensa.
También el suizo Robert Frank y el francés Robert Doisneau
(1912-1994). Lo que me atrae de ellos es justamente eso que
mencionaba al hablar de mis fotos. En sus trabajos siempre hay,
o siempre veo, al menos, una historia. Y sea un desembarco de
soldados, un beso en una calle de París o el salto de un perro.
Para Cartier-Bresson lo esencial era la oportunidad:
“Para
mí lo importante es el tiempo, todo es inestable, nada
permanece para siempre, todo cambia en todo
momento”. Y para
Capa: “Si una foto no es
suficientemente buena es porque no estabas suficientemente
cerca”.
Esta idea tiene una
interpretación física, más obvia, pero también moral, en el
sentido de que uno debe comulgar con lo que está fotografiando.
Para eso hay que estar presente, aunque ese momento dure una
milésima de segundo, como dice Cartier-Bresson. Por su parte,
Erwitt sostiene que no se puede enseñar el talento visual, y
coincido. Ningún virtuosismo técnico superará jamás a una
sensible manera de mirar, y de elegir lo que es digno de mirar y
de mostrar. En una foto suya, tomada en Cuba en 1964, Ernesto
“Che” Guevara mira a su izquierda, y sonríe. Seguramente también
hizo tomas de frente, mirando a cámara. Pero la elección de
mostrarlo mirando fuera de campo, cuenta una historia más
interesante.
Adrián Sánchez en Potosí, 1997
15 — ¿Hasta dónde te dejarías llevar por vocablos como éstos:
“panacea”, “cofrade”, “dulcificar”, “implosión”, “deletéreo”?
AS —
Me dejaría llevar hasta quedar ciego para dejar de leerlas, o
sordo para dejar de escucharlas.
Foto tomada por Adrián Sánchez
16 —
¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente,
“El amor, asimétrico por
naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de
Luisa Futoransky?
AS —
Uno
acuerda o no con algo según su propia lectura, ¿no? Y una vez
que entra, esa
lectura propia distorsiona eso con lo que se acuerda o no, lo
modifica. Dicho esto, en base a mi lectura de
“El amor, asimétrico por
naturaleza”, diría que no acuerdo. Asimétricos (que
no puede ser cortado por un eje cualquiera de tal manera que las
dos mitades resultantes sean idénticas entre sí)
son los
vínculos. Las
personas, ya que estamos. El amor, no. Tampoco es que sea
simétrico, pudiendo
cortárselo por un eje de tal forma que sus dos mitades sí
resulten idénticas entre sí. Sea lo que sea, es una unidad
indivisible.
Foto
tomada por Adrián Sánchez
17 —
¿Qué libros que te hayan fascinado, al paso del tiempo se te han
vuelto insoportables?
AS —
Me ha ocurrido una sola vez. Apenas terminada la escuela
secundaria leí “Sobre
héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato. Por circunstancias
personales de entonces quizás, me pareció maravilloso. Pasé un
par de años recomendando ese libro a quien fuera que se me
cruzara. Con posterioridad, intenté releerlo un par de veces. En
ambos casos me resultó, tomando el adjetivo mismo de la
pregunta, insoportable. Sólo como referencia,
“El túnel”, obra
supuestamente “menor” del mismo autor, que había leído incluso
antes, en la escuela, me sigue fascinando hasta
hoy.
Foto tomada por Adrián Sánchez
18 — Dos años antes de que falleciera tuviste ocasión
durante tres días de tratar personalmente al poeta y artista
plástico Gonzalo Millán (1947-2006). ¿Conversaste con él? ¿Cómo
lo recordás?
AS —
Uno no va a conocer a alguien en tres días, pero me dio la
sensación de ser una persona sincera, y eso implica a veces
cierta parquedad o introspección que también lo acompañaban. Por
mí está bien, me gusta eso. Nunca iba a buscar charla, pero si
yo le preguntaba o comentaba algo, era muy amable. Uno de los
días me “retó” en público. Durante el encuentro en Atacama
compartí la mesa de lectura con él. Cuando al concluir se
habilitó un espacio para las preguntas del público, alguien
soltó el clásico y temible “qué es para usted la poesía”, y yo
trasmití la misma situación que mencioné sobre esa señorita que
observé desde el micro en Bolivia. Cuando le tocó a Millán,
afirmó algo así como:
“Esa pregunta no tiene sentido. Y éste (refiriéndose a mí),
que dice que vio a una vieja sucia desde el ómnibus y que eso es
la poesía, tampoco sabe”. Pero al decirlo, no enojaba, sino
que hacía reír.
Me apenó cuando supe de su muerte. Muchas veces vuelvo al
comienzo de su gran poema “La ciudad”:
“Amanece.
/ Se abre el poema. / Las aves abren las alas. / Las aves abren
el pico. / Cantan los gallos. / Se abren las flores. / Se abren
los ojos. / Los oídos se abren. / La ciudad despierta. / La
ciudad se levanta. / Se abren llaves. / El agua corre. / Se
abren navajas tijeras. / Corren pestillos cortinas. / Se abren
puertas cartas. / Se abren diarios. / La herida se abre.”
*
Adrián Sánchez selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
Algunos apuñalan su corazón
hasta tres veces.
Otros abren sus venas
para vaciarse
se arrojan ante un tren
o saltan desde un puente.
Hay quienes se ahorcan
para morir bailando.
Dicen que el método elegido
surge de los motivos
que llevan a tomar la decisión.
Mi padre se metió en la cama.
(de “Mi padre
cavaba un pozo”)
*
Mi madre me miraba incrédula
correr por el jardín
mientras de mi cabeza agujereada
escapaba la sangre de su sangre.
Eras como un globo
me contó después.
No podías parar
porque tu sangre era como el aire
y al escapar
te impulsaba hacia delante.
Me imaginé en una plaza dijo
mirando para arriba
llorando con otras nenas.
(de “Mi padre
cavaba un pozo”)
*
Espero
acostado
que Laura se duerma
y entonces bajo a nadar.
Ella no puede mojarse.
Algo dentro de su cuerpo
necesita estar seco
por cinco días.
Nado despacio para no despertarla.
Pero también
para que el fondo no se agite
y el agua se enturbie.
A veces dejo de bracear
y flotando en la oscuridad
me pregunto qué sería de mí.
Si tantas cosas.
Qué sería de mí.
(de “El ángulo”,
inédito)
*
Una tarde corrí
entre gallinas espantadas
con mi primer amor
desnuda sobre mis hombros.
Ella reía nerviosa
porque nos habían descubierto
y pronto sentí su pis
cayendo por mi espalda.
Cuando ya no pudimos escapar
me puse en cuatro patas
para que pudiera desmontarme.
Recuerdo la presión
de sus muslos en mi cuello
como una despedida.
Después los talones
blanquísimos en el barro.
El vaivén del pelo y los brazos
mientras seguía a la abuela.
Se iba.
(de
“El ángulo”, inédito)
*
Aunque es otoño
el calor no se va.
Al borde de la pileta
miro el fondo
cubrirse de verde.
Podría limpiar el agua.
Nadar unos días más.
Hojeo un libro de Carver.
Una foto suya junto a un río
mirando la corriente.
El agua que yo veo no fluye.
No enriquece otro caudal.
No desemboca nunca.
Chinches rondan los escalones
donde apoyo mis pies.
El verano pasó.
Corresponde que este agua se pudra.
(de “El ángulo”,
inédito)
*
Todos
llevamos algo.
Cosas anónimas
que tanto pueden ser
de unos como de otros.
Una cartera.
Un manojo de llaves.
Un paraguas.
O cosas que los identifican.
Ésas
sólo pueden ser nuestras.
Una bandera.
Un estante de madera.
Un globo.
No importa sólo qué se lleva.
También cómo
y por qué.
En mi caso
un reloj de arena.
(de “Nunca supe
bailar”, inédito)
Foto tomada por Adrián Sánchez
Foto tomada por Adrián Sánchez
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Adrián Sánchez y Rolando
Revagliatti, 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/010815.html
http://www.revagliatti.com.ar/020600.html
http://www.revagliatti.com.ar/act0509/Huasi_sanchez.htm
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