Alberto Boco: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Alberto Boco
nació el 5 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la
que reside, en la República Argentina. Poemas, reseñas y
artículos suyos han sido difundidos en revistas literarias
impresas (por ejemplo, “Río Grande Review – A bilingual journal
of Contemporary Literature & Arts – Nº 36, otoño 2010 y “Nagari”
Nº 1, de 2012, ambas de Estados Unidos de América) y en varias
virtuales de Argentina, Colombia, Brasil, Rumania y USA. Obtuvo
el Primer Premio (“Ciudad de Junín”, 2005) en el Primer Concurso
Nacional de Poesía “César Domingo Sioli” y menciones en otros.
Fue miembro del jurado del Certamen de Poesía “Leopoldo
Marechal”, organizado por el Museo Saavedra y la Fundación
Leopoldo Marechal, con motivo del centenario del nacimiento de
dicho escritor, en 2000. Coordinó junto a Alicia Grinbank,
Alfredo Palacio y Rolando Revagliatti, el Café Literario “Mirá
Lo Que Quedó”, en el Centro Cultural “Raíces”, de la ciudad de
Buenos Aires, en 2007. Desde 1986
publicó los poemarios
“Arcas o pequeñas señales”,
“Galería de ecos”,
“Ausentes con aviso”,
“Cartas para Beb”,
“Riachuelo”, “Malena”,
“Estación de nosotros”
y “Visitas inoportunas”.
Inéditos permanecen
“Perro, de Goya”,
“Noticias del tiempo”,
“Redes o ciudad en su siglo”,
“Palomas en el cable de la
luz”, “Para un
programa de disolución”,
“Árbol de oro”,
“Paisaje fronterizo”, “Golpe
de vista de Paraland”,
“Opaca no es la noche”,
“Química orgánica”,
“Cosas que andan sueltas”,
“QO II”,
“Los perros cueteros (y otros abandonos)”,
“Evanescentes, in propios y pequeño” y
“El desierto” (los dos últimos, en preparación).
1 — Tu primer
poemario acabo de leerlo por tercera vez, y el tercero, de 1997,
acabo de leerlo por cuarta vez. Ambos aparecieron a través de
una colección (“Todos bailan”) de un sello (Libros de Tierra
Firme) cuyo responsable ha sido un editor y poeta de extensa
trayectoria: José Luis Mangieri (1924-2008). Y de aquí salto a
aquella noche en la que vos con Alicia Grinbank y Alfredo
Palacio, en uno de los seis encuentros que conformó “Mirá Lo Que
Quedó”, le realizaron una entrevista a Mangieri. ¿Quisieras
referirnos cuál es tu recuerdo de él y en qué aspectos
principalmente lo valorás?
AB
— Rolando, en principio te agradezco, tamaño esfuerzo de lectura
el tuyo. Espero no te hayan resultado muy pesados esos dos
textos. Efectivamente, ambos publicados por el recordado José
Luis. Lo conocí en 1984, a poco de emerger de su largo exilio
interior tras la sombra dictatorial que todos padecimos, en un
encierro que no le debe haber sido fácil a un tipo activo y
andariego como él. Fue en casa de viejos amigos. A partir de
ahí, y desde que le llevé los originales de
“Arcas o pequeñas señales”,
se fue consolidando un vínculo, en su casa de la calle Mercedes,
en largas charlas con mate o café, ginebra, empanadas, asados
que rápidamente inventaba con el fácil expediente de “Albertito,
¿te quedás?..., ponemos un par de churrascos en la parrilla…” …,
y yo…: “Dale, José Luis, cruzo a comprar un vino…”. Valoro su
condición abierta, su generosidad, el sentido del humor, siempre
irónico, su sencillez, su percepción para captar dónde había un
texto poético de calidad entre todo lo que pasaba por sus manos,
su irrenunciable militancia y su honestidad para sostener sus
ideas (no sólo las políticas), su sentido de la hombría… ; y
entre lo más destacado, el apoyo que brindó a la generación de
poetas que emergieron después de la noche ‘76-‘83, cuya
publicación y difusión sostuvo con esfuerzo y convicción, la
misma con la que había lanzado su ya legendaria editorial “La
Rosa Blindada”. Tampoco hay que perder de vista que desde su
militancia poética, política y social irrenunciable, cuando Juan
Gelman, ya en democracia, no podía volver a la Argentina por no
sé qué estúpida cuestión de formalidades legales paridas en
tiempos de indigencia (tenía que pagar una ridícula multa de
miles de dólares para no ir preso, o algo así, no recuerdo bien
los detalles), él fue uno de los que movieron cielo y tierra,
junto con Horacio Verbitsky, para que una de las mayores voces
de la poesía argentina, pudiera ser
dignamente recibido en su país natal. Me pareció entender
que algunos miembros del oficialismo de aquel momento se
hicieron los distraídos.
Supimos en 2008 que José Luis estaba enfermo y que había
decidido quedarse en su casa, acompañado por sus hijos. El
primero de noviembre, estábamos unos cuantos amigos comiendo un
asado en casa de Leopoldo Castilla, “el Teuco”, cuando Marcos
Silber atendió el teléfono y se enteró que había fallecido.
Quedaban unos pedazos de carne en la parrilla, tibias por los
rescoldos que aguantaban… Preveíamos para la nochecita meter más
fuego y mandar carne para seguirla, pero la parca nos hizo
cambiar los planes, fuimos al velatorio de José Luis en la
Biblioteca Nacional. Me veo parado esa tarde, delante de la
parrilla, cuchillo en mano y puteando, llorando al amigo, al
poeta, al editor, todos callados; así es la vida.
Alberto Boco con Alfredo Palacio y Marcos
Silber
2 — No son tantos
los autores que conforman un libro con un único poema. Sos uno
de ellos. Tales el édito
“Riachuelo” (de 2008) y los inéditos
“Para un programa de
disolución”, “Golpe de
vista en Paraland”,
“Opaca no es la noche”,
“Química orgánica” y
“QOII”. (Añado que de
los cinco poemas que constituyen tu tercer libro, el que le da
título, ocupa ocho páginas.) ¿Cómo los elaborás? ¿Hay
“desfallecimientos”, en ocasiones, durante cada proceso? ¿Hay
alguno que hayas previsto y que desecharas o abandonaras
por no satisfacerte la ejecución?
AB
— Es posible que sean pocos, en el ámbito local, los que
escriben poemas extensos, en todo caso yo no conozco, o a lo
sumo a un par. Conmigo creo que tiene que ver con un algo, como
una tendencia, que viene desde el principio. Mi primer poemario
puede ser visto casi como un poema extenso, un solo tema con
diferentes momentos, articulado como un solo poema. En ese caso
fue planeado como un libro, con diferentes momentos y casi un
mismo lenguaje, pero no como un solo poema. Con
“Ausentes con aviso”
ya aparece la visión de un solo poema extenso, que es el que da
título al libro. Ahí, como en los otros casos que mencionás, ya
se trata de un solo poema como proyecto.
En general, cuando aparece la visión que dispara un texto
uno empieza a escribir y en un momento sabe que el poema se está
cerrando; y entonces hay que abandonarlo, como he escuchado que
dicen: los poemas no se terminan, se abandonan. Pero en el caso
de los extensos veo que empieza algo que pide pista y siento que
no se cierra; es ahí donde se impone una especie de trabajo para
organizarlo y que no se vaya de las manos. Desfallecimientos no
hay, porque mientras están en proceso de escritura me campea una
especie de obsesión, una curiosidad por lo que va apareciendo,
por saber a dónde va; lo llevo a cuestas al poema. Ahí aparecen
puntos como de condensación, como remansos de una corriente, que
es por donde algo que parecía abandonado versos atrás, se
precipita y reaparece como más condensado, completándose, o
resignificado, y lo que parecía haber perdido su eje en una
digresión, reaparece y restituye el foco del poema, que sigue
siendo el mismo pero está en otro lugar. En la ejecución es como
si supiera a donde voy pero sin saberlo del todo y el poema va
encontrando el camino pero dando vueltas, haciendo como que se
va por las ramas. El más extenso que he escrito es
“Riachuelo”, que es
una mirada histórica y personal llevada de la mano por ese curso
de agua espesa donde vi flotando las botellas y los bidones en
la capa de aceite, como dice al principio del poema. Esa fue la
imagen que lo disparó. Coincidió con un tiempo en que viajaba a
menudo a la ciudad de La Plata por trabajo, en el 2000; iba en
tren, a la mañana temprano, cruzaba por ese puente de hierro
viejo, bastante más arriba de la desembocadura, en invierno, con
niebla, recién amaneciendo, un par de veces vi unos chicos que
andaban cirujeando, ya a esa hora.
Entre el sueño, el frío, la niebla, el sol que apenas
está asomando, la mirada se me hace muy distorsionada, muy
subjetivizada sobre los seres y las cosas, y uno ahí está como
con la guardia baja y las cosas te entran como más fácil, y más
profundo, y esa creo que es la condición, en mi caso, con la
mirada medio atravesada, para que se disparen visiones que van a
parar a palabras y a veces a poemas, extensos o no.
Nunca deseché un poema extenso, en todo caso algunos los
he retrabajado más que otros.
“Visitas
inoportunas” también
es de poemas extensos; son sólo cuatro poemas, no tan largos
como “Riachuelo” o los otros que están inéditos, que ocupan un solo
libro, pero sí son poemas de varias páginas.
Alberto Boco con Rodrigo Illescas,Gustavo Tissoco, Alicia
Márquez, A. Palacio, N. Barleand, Patricia Díaz Bialet y María
Paula Mones Ruiz
3 — El poeta Rubén
Chihade (1941-2001) afirmó hace más de quince años que vos
detenés y perpetuás las imágenes. ¿Compartís esta afirmación?
¿Lo harías extensivo a todos tus tratamientos, a todos tus
“asuntos”?
AB
— Mirá qué cosa, a pesar de que fuimos muy amigos y nos veíamos
mucho con Rubén en sus últimos años de vida, nunca tuvimos
oportunidad de discutir esa opinión. Me gustaría, ya que traés
el tema, recordarlo y decirte, y decirme, que me gustaría
tenerlo a Rubén cerca; se fue joven, nos dolió mucho su muerte a
todos los que lo queríamos, que no éramos pocos; era un tipazo,
muy buen poeta, gran animador y organizador de ciclos de poesía,
encantador y siempre dispuesto a comunicar a los poetas entre
sí.
No sé si detengo y perpetúo las imágenes, puede que en su
visión de mis textos él observara esa cualidad. En el proceso de
la escritura, que, valga la digresión, considero el más
importante de todos, incluyendo la corrección o el retrabajo, la
lectura pública (hecha por el propio autor o por otros) y la
publicación, con presentación incluida y panegírico a cargo de
los amigos, es donde las imágenes aparecen y uno debe tratar de
sujetarlas para que no pierdan su potencia, porque las imágenes
tienen esa energía en sí misma, esa potencia, que tiende a
dilapidar su fuerza y pueden llegar a desleírse en el texto; no
se jode con las imágenes, hay que respetarlas, casi amarlas y
hacerlas fluir escanciadas en el texto del poema para que su
efecto sea preciso y no una dilapidación verbal, o la temible
caída en un lugar común (que es como una imagen desbarrancada
por un precipicio). Tal vez en ese sentido de querer sujetarlas,
para que doten de máximo sentido y expandan el texto, es lo que
Rubén captó y quiso expresar diciendo esto que plasmó en la
contratapa del libro. Ya no tendremos modo de saberlo. Desde
fines de aquel trágico diciembre de 2001, Rubén integra las
vastas legiones de la nada.
Alberto Boco en 2007 con Rolando Revagliatti, María Julia
De Ruschi, María del Carmen Suárez, Alicia Grinbank y Alfredo
Palacio - Foto Daniel Grad
4 — Tus últimos
libros presentados han sido
“Estación de nosotros”,
a través de la colección Pippa Passes del sello Buenos Aires
Poetry, y “Visitas inoportunas” por Editorial El Jardín de las Delicias.
Contanos sobre esas visitas, esa estación, ese nosotros.
AB
— Sí, acompañado por los poetas y amigos Luis Benítez y Alfredo
Palacio, y al cuidado de Juan Arabia, otro querido y joven amigo
y poeta, como editor, se presentó
“Estación de nosotros”,
que fue escrito durante 2010. Aunque salieron casi juntos,
“Visitas inoportunas”,
publicado por la editorial dirigida por Luis Bacigalupo, fue
escrito mucho antes, entre 2000 y 2002. El azar, que rige cada
instante de nuestra existencia, hizo que su publicación uniera
los ocho a diez años que separan a esos libros.
“Visitas inoportunas”
es donde se condensa la impresión de la mirada puesta sobre
obras de arte, cosa que aparece suelta en varios trabajos míos.
Como te decía, se trata de cuatro poemas basados en una pintura
y tres esculturas. De algún modo fue resultado de los efectos
que me produjo la lectura de
“Autorretrato en un espejo
convexo”, de John Ashbery, sumado a mi admiración por todo
lo que una observación detenida sobre una obra de arte puede
suscitar en la mirada, en mi caso particular, disparando
múltiples reflexiones, imágenes, sentires y pensamientos. Son
visitas y son inoportunas porque un visitante que mira una obra
hasta querer arrancarle sus manifestaciones más escondidas,
aunque sean producto de la imaginación del que mira, mínimamente
es un sujeto poco oportuno, casi como una especie de usurpador.
“Estación de nosotros”
es un poemario cuyo eje es el amor; no es un libro de amor;
suelo decir que es mi libro ‘sobre’ el amor y no ‘de’ amor, un
diálogo entre lo tierno, lo hondo y oscuro que tiene el amor y
el entorno en que suele darse, la vida diaria con su realidad,
sus miserias y sus espantos, las imposibilidades, los recuerdos
y las brutalidades de la vida y de la historia, todo junto y
mezclado en la puta realidad, digamos.
Alberto Boco con Alfredo Palacio, Marcos Silber, Alicia
Grinbank y R. Revagliatti en 2007 - Foto Daniel Grad
5 — ¿Cómo
“sobrellevás”, Alberto, mantener concluidos y sin socializar
trece poemarios? Sobrevuelo los títulos y elijo algunos de los
que me provocan curiosidad:
“Para un programa de
disolución”, “Opaca no
es la noche”, “QO II”,
“Evanescentes, in propios
y pequeño”. ¿Podrías tentar una semblanza de esas
propuestas?
AB
— En principio, no veo la escritura, la mía al menos, como un
desarrollo que haya que socializar. La escritura de poesía la
vivo como un ahondar en una experiencia vital y estética y a la
vez como un proceso de conocimiento, algo que no se puede dar de
otro modo que no sea intentando hacer poesía, y no estando
seguro nunca de lograrlo. Por eso afirmaba antes que el momento
más importante para mí es el de la escritura. Todo lo demás es
suplementario; si se puede publicar, está bien; si el juicio
estético de un determinado jurado lo premia, está bien; si se
publica y muchos lo leen, está bien; si se presenta y uno
disfruta tomando un vino con los amigos, también está bien, pero
insisto, lo más importante ya sucedió.
“Para un programa de disolución”
es donde describo mi conciencia del azar; por ejemplo, mi abuelo
materno, que combatió en la primera guerra mundial 1914-1918,
vio explotar cañonazos y destrozar compañeros a pocos metros de
sus ojos y a él no le tocó morir; otra vez, enfermó de malaria
(muy común en la guerra de las trincheras) y lo internaron: su
regimiento (o como se llamara) de más de tres mil quinientos
hombres, fue aniquilado pocos días después en una avanzada, sus
enemigos no tomaron ni un prisionero. Si hubiera muerto ahí, yo
no existiría. Eso aparece brevemente en ese libro, donde
reforzar ese pensamiento del azar y convertirlo en un sentir se
parece bastante a un proyecto de disolución de ciertas
pretensiones del yo, esa cosa que hace que nos creamos que somos
algo cuando somos menos que una brizna en el viento del
universo. Aclaro que no tengo creencias religiosas, cosa que,
sospecho, facilita estas aventuras del pensar y del sentir en la
trabajosa tarea de integrarlos.
Los otros libros tienen que ver con que la opacidad no es
un fenómeno de la oscuridad ni de la noche, tampoco del llamado
espíritu o como prefieran denominarlo, sino que es un existir
que lo portamos a la luz del día, está siempre presente, en
todos los intersticios que podemos ver en cada instante de la
vida, en nosotros y en los otros, falta nomás agudizar la mirada
para percibirlo: la poesía puede aportar esos espacios de
agudeza. La química orgánica (hay un libro que se llama
“Química Orgánica” y
este otro, al que vos te referís,
“QOII”, cuyas iniciales responden a Química Orgánica II, como si
fuera que al primero le quedaba algo por expresar) es la que
regula este milagro de equilibrio inestable que es la vida,
donde se despliega desde lo más denso de nuestra materialidad,
hasta lo más sutil, eso que nombramos con las palabras alma o
espíritu, “esa parte que no sale en las radiografías”, pero que
forma unidad indisoluble de todo lo que somos y se diluye en la
nada cuando nos llega el momento.
“Evanescentes, in propios y pequeño”
es un libro en preparación sobre el que mucho no sé todavía, son
todos textos breves; los Evanescentes tal vez dan cuenta de lo
que se escapa en palabras por entre los dedos de la escritura;
los Impropios aluden quizá a lo que no nos pertenece (como si de
verdad algo nos perteneciera); y lo Pequeño es acaso la mirada
de la poesía sobre lo ínfimo, lo que desechamos o no percibimos,
como convencidos de su irrelevancia, y sin embargo esas
existencias o entidades nos dan algún testimonio de la
existencia nuestra, como si la reafirmaran, y hablan de nosotros
mucho más de lo que creemos.
Alberto Boco en 2003 con Rolando Revagliatti, Susana
Lamaison, Ignacio Miller y Pedro Mairal - Foto de Daniel Grad
6 — En algunas de
tus respuestas denotás cuánto gravita en vos el sentimiento de
la amistad. Y como resulta que anoche terminé de volver a leer
“Argentino hasta la
muerte” de César Fernández Moreno, arribo a la página que
antecede al índice: “Dedicatoria”; allí, antes de nombrar a los
once varones (Francisco Urondo, Miguel Brascó, Ramiro de
Casasbellas…) a los que dedica cada uno de los once poemas que
conforman el poemario, señala:
“Los amigos son distintas versiones de uno mismo, piedras de toque de
nuestro vivir, que en mi caso es tal vez sólo escribir, ya que
sólo en el escribir he podido tal vez conquistar la plena
libertad de mi vivir.” ¿Qué nos podrías agregar?
AB
—
En alguna etapa de la vida es probable que la amistad
tenga más que ver con esa suerte de apareamiento de los afectos
con un otro, más por lo que se nos parece que por lo que difiere
de nosotros. Me parece razonable que así sea cuando el humano,
en los primeros años de su vida, busca reafirmar su identidad,
siempre frágil, ante la evidente superioridad, tanto de lo
llamado real como de lo imaginario. Después, es discutible si los amigos son o no son otras versiones
de uno mismo, o cuan bueno es que sea de ese modo. Tengo para mí
que si algo me enriquece es lo diferente y no lo semejante, y
que si algo me hace crecer como persona es lo que se me opone y
no lo que me facilita las cosas o me mantiene en zonas de
comodidad. Ya que estamos con esto, recuerdo una frase del
Zaratustra de Nietzsche que dice que el hombre del conocimiento
tiene que aprender a amar al enemigo y a odiar al amigo. Si la
experiencia poética es, como sostengo, una forma azarosa e
inefable de acceder a espacios de conocimiento (y a lo mejor por
puertas no convencionales), además de una experiencia estética,
de un lenguaje para dar testimonio, entonces esa frase se
comprende más fácilmente aunque no sea sencillo digerirla.
7
— ¿A qué cuestiones o iniciativas a las que hayas estado abocado
te provocaron decepción?
AB
— No sabría decirte. He tenido una vida simple, con
sueños y pesadillas a mi escala, creo. Decía, siendo un chico,
que me gustaría ser físico nuclear o piloto de aviones, pero
nunca me lo propuse seriamente, tal vez por pereza o falta de
determinación; cosas de chicos. Y por otra parte parece que he
aprendido a manejarme bastante bien las decepciones como para
dejarlas atrás en el tiempo sin sobredimensionarlas o llevarlas
a cuestas como las famosas heridas abiertas…; también he tenido
la fortuna hasta ahora de no padecer grandes desgracias
personales, y esto debe ayudar bastante.
Alberto Boco con R. Revagliatti, A. Drewes, V. F. Pelle, R. R.
Di Vita, J. Wassouf, A. F. Domínguez, A. Grinbank, A. Palacio,
M. Burgos, D. A. Sorbille y E. Vázquez Rivera
8 — Parece que
Juan Ramón Jiménez opinó que Pablo Neruda era un gran mal poeta.
¿Opinarías así de alguno?
AB —
Creo que hay poetas y también hay escritores que
escriben versos. Los poetas verdaderos han sido, son y serán
pocos. La poesía es un algo muy hondo, una especie de juego
grave y a la vez uno de los más serios que existen, y que se
debe realizar a conciencia sin saber nunca del todo si sirven
las herramientas que tenemos, o ni siquiera cuáles son, y cuál
es el resultado. Especialmente, la gran obra me atrevería a
decir, el gran trabajo, es el de la preparación del poeta, la
construcción de sí mismo como poeta. Esta seriedad no quiere
decir solemnidad, ni que uno de los recursos de la poesía no
pueda ser el humor; hay humoristas que hacen un trabajo poético,
y son poetas. Tampoco quiere decir que no nos riamos de nosotros
mismos, y de nosotros mismos, también, en nuestros intentos con
la poesía. Se trata de un hacer para ser, que debe ser tomado
con responsabilidad, como para que cualquiera de los que
escribimos algunos versos andemos por ahí llamándonos poetas.
Voy a hablar por mí y de mí: escribo versos desde hace casi
cuarenta años y si quienes los lean creen que lo soy, estaría
bueno que, para sí mismos, lo fundamenten, más allá del halago
que pueda significar para mí ser llamado poeta. Esta regla que
me aplico, la uso como norma.
Respecto de lo que dijo Jiménez, pienso que Neruda era un
coloso de la imagen y la palabra, sin embargo tan disímil de
Vallejo, o de Montale, o de su tradicional rival Vicente
Huidobro, por hablar de naves del mismo calado y para hacer
corta la lista; habría que ver con qué comparaba en su interior
y hacia afuera Juan Ramón Jiménez cuando emitió esa opinión. No
obstante me parece un buen juego de palabras, una especie
ingeniosa de oxímoron.
Alberto Boco con los poetas Alfredo Palacio y Marcos Silber
9 — ¿Las
poéticas de qué autores dirías que han logrado
“descolocarte”?
AB
— La primera gran descolocación tuvo que ver con mi
descubrimiento del lenguaje poético y sin duda fue Rilke. Fue
para mí una suerte de dislocación del mundo…; algo de límites y
alcances antes insospechados. Felizmente, la capacidad de
asombro y la mirada inocente sobre el espacio poético (ojo, dije
inocente, no ingenuo) sigue viva y me logro asombrar siempre que
aparece algo que me descoloca. No me engancho con la cosa
sentimental o el juego deliberadamente efectista; sí, lo hago,
con esas relaciones que permite el lenguaje que abren la mente a
ver las cosas de otro modo; ése es el gran trabajo poético, así
se crea un mundo que amplía la mirada sobre lo que nos rodea.
Desde ese lugar nos sorprende Juan Gelman. Desde su talento para
estas cosas nos deslumbran Pound y su hijo Eliot, o Dylan
Thomas, y más aquí cerca, Juanele Ortiz o Francisco “Coco”
Madariaga, o el ingenioso y meticuloso Borges.
No pierdo de vista que hay una muy interesante movida
poética entre los jóvenes, con resultados sorprendentes y
procedimientos absolutamente innovadores de ver el mundo.
Alberto Boco con Alicia Grinbank, José Luis Mangieri y Alfredo
Palacio en 2007
10 — Ante la
eventualidad de que te impongan la multi reencarnación en un
científico, en dos deportistas, en tres árboles, en cuatro aves,
en cinco directores cinematográficos: ¿a quiénes elegirías?
AB
— No creo en la reencarnación pero vamos a jugar un
poco. No tomaría ninguna de esas opciones, elegiría el
innumerable aire (con ese
adjetivo que usó un poeta griego para denominar la brillantez de
mar picado en un mediodía de sol; dijo “la
innumerable risa del mar”). Hace unos días, leyendo una
novela que me prestó un amigo y que me tiene atrapado (“El
reino de los réprobos”, de Anthony Burgess), un personaje,
de los múltiples que pueblan la obra, piensa: “acaso
las palabras no fueran sino formas del aire”. Otro ejemplo
de mirada poética de un escritor que escribe novelas y que bien
puede ser un poeta. Sí, elegiría el aire, sin duda, por ser
metáfora de la libertad, y por esa probabilidad que nos abre la
frase.
11 —
¿Creés que fue modificándose en las últimas décadas la relación de la
poesía con el mercado editorial del libro? ¿Y el panorama de la creación y difusión de la poesía en la actualidad?
AB
— Sí, absolutamente. No
sólo por la irrupción de la web, los blogs, las redes sociales y
todo lo basado en la tecnología, con su sueño de instantaneidad
y omnipresencia. Casualmente, hace una semana, escuché a una
poeta decir que una potencial alumna de sus talleres no podía
enviarle poemas, de los más recientes, porque le habían robado
el celular: la chica escribía sus poemas y los tenía guardados
en la memoria del celular.
En otro orden, Amazon poniendo en jaque a la industria
editorial, es una incógnita en el sentido de no saber a dónde va
a parar la producción y comercialización de libros. Igual creo
que es un tema que no desvela a los poetas, aunque sí, creo, no
debe ser visto con liviandad. No obstante, escritores y poetas
van a seguir habiendo. En el ámbito local, las editoriales
independientes, pequeñas, muchas de ellas muy buenas, van
ampliando el panorama para la publicación de poesía.
12 — ¿Qué te saca de quicio? ¿Te tocó, en
alguna etapa de tu vida, sentirte “un bicho raro”, o sospechar
que los demás pudieran estar percibiéndote de ese modo?
AB
— Me saca de quicio la injusticia, una “cualidad” ampliamente
distribuida, socializada, en este pedazo de tierra y agua, con
aire respirable, que llamamos planeta. Han habido (hay y habrá)
muchos momentos en mi vida en que, por alguna causa, no siempre
del todo clara, o absolutamente oscura, me he sentido
descolocado del mundo, como mirando los seres y las cosas desde
atrás de un cristal y aislado en un universo propio y ajeno a
todo. Pero he aprendido bastante a convivir con estas zonas
opacas de uno mismo, donde pasan cosas que uno nunca sabe porqué
ni para qué ocurren pero están allí, salen de allí, suceden, son
parte nuestra y, eso sí, son nuestro compromiso. No nos hagamos
los pelotudos de decir “ay, no sé..., es que me puse medio
loquito y no sabía qué hacía o qué me pasaba”: …esa historieta
de irresponsables, no.
13 — ¿Dirías que
sos intuitivo o que a veces actuás a base de corazonadas? Y
además encomillo un par de frases de una novela de Haruki
Murakami: “No era un dolor
intenso”: ¿es prosa?
“Era tan sólo el recuerdo de un dolor intenso”: ¿es poesía?
AB
— A esta altura de mi vida no sé bien lo que soy, me resisto a
ese verbo que te congela en un modo fijo “de ser”, prefiero el
verbo hacer, y ser lo que hago mientras el tiempo me dé. Procuro
alguna forma de equilibrio entre esas dos supuestas oposiciones:
lo intuitivo y lo racional. ¿Y si lo intuitivo fuera una
racionalidad no racionalizada todavía porque nadie lo pensó de
ese modo? Me gusta a veces hacerme estas preguntas aunque puedan
parecer absurdas. Recuerdo en algún poema, escrito hace mucho
tiempo, haber puesto algo así como que “el azar es, acaso, una
certeza desconocida”. Y las palabras, la palabra… con su feroz y
hermosa cualidad: poder decir cualquier cosa; debemos tener un
enorme cuidado con la palabra y las palabras.
Hay un algo de poesía flotando en lo de Murakami. Hay
novelistas que son poetas (lo quieran o no). Si no mirá cómo
Thomas Pynchon comienza su famoso libro
“El
arco iris de gravedad”:
“Llega un grito a través del cielo. Ya ha
ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con qué compararlo.”
*
Alberto Boco selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Árbol de oro
Es fàcil ver metal en la copa
brillo de oro con el sol inclinado
primero la mirada con el sol de través
y no hay otra cosa más que simple fresno
una mañana tibia de mayo por la calle del triunvirato
entre el asfalto y las paredes los vidrios
devuelven la escena que pasa
y detrás la mirada rumbo a lo que viene
a cada metro en un día que crece
la calle del triunvirato
donde un árbol que no es de oro
no es más que la mirada
la carga de nuestra ilusión
en un punto de lo azaroso
como ha sido siempre
cuando miramos
detenidamente
algo
(del libro
inédito “Árbol de oro” – Escrito durante 2005 – 2006)
*
ciudad en su siglo
mirado de cierto modo
cualquier alejandría que se hunde
tiene agonistas y mercaderes
verseadores putas y cronistas del tiempo
cabalgan en el azar
pasiones breves e incestos de época
bares pobres y nurseries por si las moscas
levantan artefactos y cosas
para después del derrumbe
(del libro inédito
“Redes” –
Escrito durante 2002 – 2003)
*
Los perros cueteros
“Mientras buscaba la estrella vespertina en una fría ventana
y silbaba cuando Arturo derramaba su luz,
oí reñir a los lobos, y dije: Entonces esto
es el hombre”
Allen
Tate
festejos tradicionales y ellos aparecen
un despertar cuando medra la noche y las explosiones
comienzan
andar solos por ahí hasta el ritual de lo que se pudre
y disimular en el ruido y el olor de la pólvora barata
efectos de la temporada…
sucios de arenas el gesto distraído
pelo encrespado como en un enojo
se van amontonando en el andar cansino hasta que lo avivan
donde se junta la presa casi nadie mira
tal vez algún chico que adivina y alguna mirada
otra porque intuye
gesto veloz de repente contra el estampido
fuego en la boca y otra vez hacia allá
lejos
qué canta en el fuego y el
humo en el chasquido
como rama reseca que se
quiebra cada vez
qué canta en la sangre y en
la carrera de súbito despierta
y vos que los mirás como se
mira el amor
esa química orgánica con
ropa de ternura
mirar que no se nubla en el
farolero simular de la época
quién sabe qué piensa
—decís
detenido ahora en el alto
de la mañana
como sombra contra el
moverse del mar
ahí las nubes coloreando como si vos y yo no supiéramos
que nada de todo eso es intención mientras ellos están
ahí
con esa cosa que raspa como espera debajo de la sangre
cada estallido que apure la caída
del que no mira duerme y se divierte mientras
ellos con la traza del viejo mapa y el ojo que parece
apagado
pero detrás de la mirada esa sombra
que apenas campea
sabe y espera
desde lejos y a su modo
sabe y espera
siempre
desde bien allá
Para
Pugnax (*)
(*) Nombre de un perro que integra la tripulación de un
dirigible en la novela Contraluz, de Thomas Pynchon.
(del libro inédito “Perros
cueteros y otros abandonos” – Escrito durante 2011)
*
Palomas en el cable de la luz
Caminamos junto al paredón del gran cementerio del oeste
sin martingalas con el viejo
trance.
Hay palomas en el cable de la luz.
Peripatéticos de hoy
nada parece falso ni verdadero al sonido de los celulares
el contacto con la palabra todavía produce algunas imágenes
y han evolucionado mucho los medios de transporte.
Los niños geniales gozaron su olimpo y su fidias,
los altos de lycavitto
y el parnaso ahí nomás
ideas de altura al alcance de la mano. Los césares en Roma
obtuvieron sus mil años de humedad cristiana en los huesos...
Las palomas volaron.
Hay cicatrices de caca todavía en las veredas.
Señales en el gran cementerio del oeste.
(del libro inédito “Palomas en el cable de la luz”
– escrito
durante 2003 -2004)
*
Puente Saavedra
Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces,
pero
ahora no hay nada con que compararlo.
Thomas Pynchon
conjurados con algùn bulto que arrastrar
en la zona gris de los apeaderos y los transportes
la opacidad se respira en grandes y pequeños tráficos al paso
se bebe y se come con la niebla de la
desconfianza
los gestos no necesitan de nada más
desde un lado del canal
Pirata Prentice(*) cultiva bananas
y espera la parte que le toca en la ruleta rusa del mundo
algo después dos paredes alambradas y una tierra de nadie
ni la grandeza ni la grandilocuencia de la Gran Muralla
en la escena un borracho y un predicador
alguna prostituta un policìa y una nena
puede haber un río una cordillera y gente de armas
entre las placas del transformador late una diferencia de potencial
como en todo pasaje también una forma de la teatralidad
presentida en el aire la descarga eléctrica dibuja una fotografía
es previsible por otra parte una solución así
una épica de los bordes
tecnología y redes en el gran carrusel
menos y más explícito que un circo romano
camino al “22” con menos y más peligro por la línea divisoria
vamos y venimos atentos al efecto doppler
cambia el sonido de lo que se aleja
lo que se acerca.
(*) Uno de los personajes de la novela “El arco iris de
gravedad”, de Thomas
Pynchon
(del libro inédito “Paisaje
fronterizo” – Escrito durante 2007 – 2008)
*
Tardecitas
te digo que hay cosas que la mirada no sabe
las devela te digo como si las llamara de reojo
por un sendero del parque lo descubro
picotea el pasto el pájaro carpintero y también ahí
en otra parte deshecha contra la pala excavadora
un revoltijo de pluma gris y rojo la paloma
dirían algunos que los dioses la han dejado
sombra sin memoria en el orco dirían pero
yo que trabajé con celo la carne para no caer
en la clausura de allá y elegí lo abierto de aquí
esta cerrazón cerca de las cosas como para volar bajo
apenas veo la piel de la belleza en este reflujo de todo
como cuando tus ojos en vos capturan el matiz
el cuerpo fugaz en los trazos y de golpe pareciera
que toda la pena del mundo le caben
como cuando ves pequeñas tragedias y no se te nota
entonces yo que soy un confidente que no sabe traicionar
te miro hecho un animalito furtivo para llegar en vano
al tacto de lo que ya ni te pertenece de tan tuyo
no llegar nunca —esto es lo digno—
a lo inapresable de vos y lo desconocido de mí.
(del libro “Estación de nosotros”
– Editorial Buenos Aires Poetry – Buenos Aires – 2014)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Alberto Boco y Rolando Revagliatti.
*
http://www.revagliatti.com.ar/070620a.html
http://revagliatti.com.ar/030804_boco.html
www.about.me/rrevagliatti
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