Alejandra Correa: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Alejandra Correa
nació el 12 de abril de 1965 en Minas, capital de Lavalleja,
República Oriental del Uruguay, y reside en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires,
Argentina.
Estudió Periodismo. Es Comunicadora Social egresada en
1986 del Instituto Grafotécnico. Efectuó en 2005 el posgrado de
Políticas Internacionales en Comunicación y Gestión Cultural en
la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Entre
2002 y 2004 se desempeñó en el Área de Arte y Comunicación de la
Comisión por la Memoria, en la ciudad de La Plata, integrada por
organismos de Derechos Humanos. Participó en mesas de lectura,
festivales de poesía, seminarios y foros internacionales de
Gestión Cultural y Poesía en Paraguay, Bolivia, México, Ecuador,
Uruguay, España y en varias localidades de la Argentina. Ejerció
el periodismo gráfico en diarios
y revistas. Un ensayo de su autoría integra el volumen colectivo
“Historia de las mujeres
en la Argentina”. En co-autoría con Marisa Negri se
socializaron otros dos volúmenes: uno, de didáctica y trasmisión
de experiencias: “Poesía
en la escuela. Cómo leer y escribir poesía en el aula” y
otro, una compilación de poemas escritos por niños y
adolescentes: “Pie firme
sobre cálido cielo. El libro de las chicas y los chicos de
Poesía en la Escuela”.
Fue incluida en las antologías
“Ruptura y desafíos de la poesía
argentina y ecuatoriana”,
“Infancias”,
“Color pastel” y
“Atlas de la poesía
argentina”. Desde 1998 publicó los libros de poesía
“Río partido”,
“El grito”,
“Donde olvido mi nombre”,
“Cuadernos de caligrafía”
(1ª edición, 2009; 2ª edición, 2014),
“Los niños de Japón”,
“Maneras de ver morir a
un pájaro”,
“Extranjerías” (con dibujos de Florencia Fernández Frank,
edición artesanal numerada) y
“Si tuviera que
escribirte” (1ª edición como libro-objeto y con
ilustraciones propias, en Madrid, España, 2015; 2ª edición con
ilustraciones de Cecilia Afonso Esteves, en 2017).
Alejandra Correa en 2010 - Foto de Marina Petit
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Alejandra Correa en 2015
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1 — Estuve en
numerosas localidades uruguayas y en varias oportunidades. Pero
no en Minas. El gran Buscador me orientó.
AC —
Nací en esa
ciudad en 1965, en el sitio y el mes en los que, si se
diera el caso, Dios elegiría bajar a la tierra. Al menos, eso
dice una canción del lugar:
“…si Dios baja a la
tierra / por el altar de la sierra / baja en Minas, y en abril”.
Y nada la ha desmentido aún. Minas queda en el departamento de
Lavalleja, una suerte de provincia de Córdoba a escala uruguaya.
Hasta los tres años anduve cruzando el cerro desde la
casa de mis abuelos a la que mis padres construían. El recuerdo
es de una profunda noche perfumada por mentas y salvias, ranas
lloronas y una atmósfera suspendida donde flotan las palabras.
(1)Alejandra Correa en 1972
y (2) en 1971
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Alejandra Correa con Marina, su hija, en 1997
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2 — El cerro
cruzabas hasta los tres años. Y qué más cruzabas.
AC — Eran
épocas muy complejas, en Uruguay comenzaba un proceso político
que terminó con el “exilio económico”. Mi padre tenía el oficio
de electricista, mi madre había hecho un curso de corte y
confección. Eso era todo. Cuando nació mi hermano yo tenía menos
de tres años y ya se avecinaba el éxodo. Mi padre vino a Buenos
Aires buscando oportunidades, consiguió un trabajo y alquiló una
habitación en un hotel familiar del barrio de Almagro. Y nos fue
a buscar. Mi madre vendió las pocas pertenencias, entre ellas su
máquina de coser, y estuvimos un tiempo en un conventillo de la
ciudad de Montevideo, del que tengo imágenes muy fragmentarias,
hasta que mi padre nos vino a buscar.
De la nueva vida se destaca en mi memoria mi primera
escuela, la 22 de Almagro y un mundo superpoblado de imágenes e
impresiones en el cuerpo. Y las salvadoras visitas a un campo en
General Rodríguez, donde recuperaba algo de aquellos cerros que
habían quedado atrás.
Así fueron las cosas hasta que cuando tenía ocho años y
mi hermano cinco, mi padre falleció en un accidente de trabajo,
electrocutado. Mi padre
“era la risa, la libertad, el verano” —diría, parafraseando
a Héctor Viel Temperley—: era el campo, la fuerza de la
naturaleza, el misterio, la mirada sensible. La muerte se lo
llevó y en su lugar me dejó un ojo nuevo con el que ver lo que
al unísono llamamos “la realidad”, pero que como sabemos no es
una sino infinitas.
Mi madre no quiso volver a Minas. Allá la esperaba un
padre demasiado autoritario del que se había librado para
siempre. Salió a la gran ciudad, ella, una muchachita de pueblo,
y consiguió un trabajo de muchas horas y paga escasa. Desde los
ocho años, tuve la misión de “cuidar” a mi hermano todo el día.
El objetivo principal era que el muchachito llegara sano y salvo
a cada noche, cuando mamá volvía. Y no era nada fácil porque,
como descubrí a poco andar, el mundo estaba lleno de peligros.
En el hotel familiar
nos quedamos una eternidad. Recién cuando yo tenía diecinueve
años nos mudamos a un departamento. Viví toda la infancia y la
adolescencia allí. La habitación vuelve en sueños como encierro,
oscuridad, pasadizo secreto. Al hotel se sumó la dictadura.
Doble candado, pura claustrofobia.
Sin embargo, la niña que fui anduvo por aquí y por allá
inventando sus mundos de aire. La lectura fue una de sus
aliadas. Hubo también cierto diálogo con la luz de los días, con
el resplandor, con mi padre ausente, con el pasado, con los
fantasmas, con el deseo. Y puede ser que de ese diálogo haya
nacido la poesía.
Cuando pude elegir, elegí proyectarme al mundo. Por eso,
apenas concluido el colegio secundario salí a trabajar y estudié
Periodismo en el Instituto Grafotécnico, que era privado, porque
entonces —1983— no había carrera de Comunicación Social en la
Universidad de Buenos Aires. Había vuelto la democracia y todo
era efervescencia, se recuperaba la calle, el espacio público,
las ideas, la historia reciente hablaba en mí por primera vez.
Había estado hibernando en la adolescencia en dictadura. Iba a
todas las marchas, quería gritar y no parar de gritar nunca más.
Alejandra Correa en 2008
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Alejandra Correa en Quito, Ecuador, 2010
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Alejandra Correa con Alejandro Méndez y Diana Bellessi en
2014
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Alejandra Correa con Franco Rivero y Ana Lafferranderie en
2015
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3 — Y no habrás
parado.
AC
— No, es
cierto. Con el tiempo descubrí que había otras formas de gritar
(de hecho, mi segundo libro de poesía se titula
“El grito”). Pero
volviendo al 83, por aquella época me enamoré algunas veces.
Cuando terminé de estudiar, conocía un poco más del
mundo. Y hacia él salí a buscar aventuras. Conseguir un trabajo
como periodista fue la primera de ellas. Enamorarme y decidir
compartir la vida con alguien, la segunda. Ser mamá, la tercera.
El escritor Javier Petit de Meurville es el hombre que me
acompaña desde entonces y Marina, nuestra primera hija que nació
en 1993, encarna lo increíblemente poderosa que es la vida.
Viví cada cosa, cosas simples para otros mortales o al
menos al alcance de la mano, como si se tratara de una hazaña
como subir una montaña y plantar una bandera en la cumbre. Puse
en ello mucha tenacidad. También rebeldía: el mundo no iba a
lograr hacerme hablar en su idioma.
El periodismo me permitió asomarme a todas las realidades
imaginables. El lunes hablaba con un fabricante de sombreros, el
martes con un piloto de la Fuerza Aérea que se había eyectado de
su avión en llamas, el jueves entrevistaba a una bailarina
clásica de fama internacional, y el viernes degustaba platos en
un encuentro de chefs. Esa riqueza aleatoria que era la vida,
fue lo que más me interesó del periodismo. Entender que, para
otras personas, las cosas tenían otro orden y tener permiso para
entrar y salir de él, era fascinante: podía ser otra aunque
fuera por un rato. Después escribía y les contaba a los demás
mis “descubrimientos” y me pagaban por ello.
Así fue por quince años. Trabajé en “Clarín” y luego en
“Viva”, la revista dominical de ese diario, desde su número 0.
Después fui a trabajar
a la revista
“Trespuntos” y colaboré con muchos medios (“Noticias”,
“Todo es Historia”, entre otros). La poesía iba como telón de
fondo de los días. O no: era el cristal por el que veía el
mundo, pero aún no lo sabía. Cuando empecé a saberlo, la
escritura de notas me empezó a parecer banal. Sentía que no iba
a poder escribir con las mismas palabras una nota y un poema. Y
preferí elegir el poema.
En 1998 decidí
publicar mi primer libro, con muchísimo miedo, por cierto. ¿Qué
dirían los demás de mi poesía? Esa parecía ser la pregunta más
angustiante, pero había otras: ¿por qué mi palabra sería tan
importante como para dejarla impresa? ¿A quién iba a interesarle
mi forma de ver las cosas? Y así. Hasta que simplemente quedamos
mis poemas y yo a la intemperie. Y ya no hubo preguntas. Conocí
al poeta Roberto Raschella, quien me pareció la persona más
indicada para pedirle que presentara mi libro en sociedad. Gané
un amigo enorme que tengo el honor de que me haya acompañado
estos últimos veinte años. Desde ese primer libro,
“Río partido”, la
vida comenzó a trenzar su trama a la poesía. La poesía adelante,
empujando el hilo y todo lo demás, detrás.
En 1999, con Javier y Marina, le dimos la bienvenida a
Francisco y Nicolás, que quisieron llegar juntos al mundo. Una
sinfonía se despertó de su modorra. Dos niños juntos que
vinieron a mostrarme aquello de que el corazón —y la paciencia—
son muy elásticos. La crianza fue un trabajo enorme, ni qué
decirlo. Nuestra hija menor tenía seis años, así que eran tres
los niños y dos los padres a repartir. Durante años el
movimiento fue permanente y frenético. También divertido,
agotador, energía en estado puro, frenesí. La poesía sucedía
mientras preparaba una mamadera, cambiaba un pañal, cocinaba o
me tomaba un té antes de dormirme a las tres de la mañana.
Alejandra Correa con sus hijos Francisco y Nicolás en 1999
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Alejandra Correa con su esposo, Javier Petit de Meurville y
sus hijos, Marina, Francisco y Nicolás, en 2012
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Alejandra Correa con Clara Vasco - en 2010
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Alejandra Correa con Marina, su hija
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Alejandra Correa en 2009
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4 — ¿Y en 2000?
AC — En 2000
empecé a trabajar en la Comisión por la Memoria de la ciudad de
La Plata. Esto me permitió conocer más sobre el movimiento de
Derechos Humanos. Era la editora de una revista sobre memoria
colectiva, llamada “Puentes”. Y también participé activamente de
la creación del Museo de Arte y Memoria de La Plata. Tal vez fue
esto lo que me llevó a pensar en el quehacer de la Gestión
Cultural como posible horizonte. Publiqué libros en 2002 y 2005
(“El grito” y
“Donde olvido mi nombre”),
en la Editorial Alción, de Córdoba. Por esa época, mi relación
con el mundo literario tenía que ver con los movimientos de esa
editorial en Buenos Aires.
En 2004, ya tenía pensado qué quería hacer: un archivo
audiovisual con entrevistas, audios y videos de escritores,
donde se indagara sobre el proceso creativo de la escritura. Es
decir, el proyecto utilizaba herramientas de la Comunicación,
pero gestionarlo ya era un terreno diferente. Así, tras mucho
andar, nació la Audiovideoteca de Escritores, dentro del
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Entre 2004 y 2011, la
codirigí. Fue un equipo multidisciplinario que estaba integrado
por doce personas, en su mejor momento. Mientras estuve allí, se
relevaron y compilaron unas cinco mil horas de audios y videos
sobre escritores, se editaron setenta programas de tv, varios de
radio, un sitio web con fragmentos de las entrevistas, y se
realizaron más de doscientas entrevistas a escritores
argentinos.
En 2008 fue un momento importante para mí en lo personal
con relación a la poesía. Fue como si me dijera: ¿vas a seguir
este camino o lo vas a abandonar? Y la respuesta fue, lo voy a
seguir. Hoy, diez años más tarde, ya no hay dudas al respecto.
En 2010 conocí a
Marisa Negri, poeta y docente, y a su proyecto incipiente:
Festival de Poesía en la Escuela. Me enamoré de esa poesía
leyéndose en la inquietud de un patio con trescientos jóvenes.
Le propuse acompañarla en el desafío y sumarme desde lo que
sabía como gestora cultural. Trabajamos mucho y logramos un
montón. Casi todo ha sido trabajo voluntario, un enorme
aprendizaje. En 2018 realizamos el X Festival. Calculamos que en
estos años unos 50.000 chicos y docentes han participado de las
actividades (lecturas, talleres de arte y poesía, música, entre
otras) y unos 300 poetas y artistas.
En 2014 integré con Marisa Negri, María Julia Magistratti
e Inés Kreplak, la coordinación de la Red Federal de Poesía, un
proyecto hermoso que quedó interrumpido con el cambio de
gobierno. En marzo de 2015 hicimos el Primer Festival Federal de
Poesía, con la presencia de más de cien poetas de todo el país.
Hubo una bifurcación de mi camino en 2012, cuando comencé
a conocer el collage como posibilidad expresiva, a través de un
taller de la artista Claudia Contreras. Se abrió un mundo para
mí. Mucho de lo que pensaba que podía expresar, comenzó a
hacerse cuerpo de papel en el espacio. Desde entonces trabajo
con el papel con procedimientos textiles de bordado, cosido,
plegado. En 2013, con total audacia, me presenté con una obra
integrada por tres vestidos de papel en el Salón Nacional de
Artes Visuales, y obtuve el Tercer Premio.
Insisto: un nuevo universo se abrió: participé de
muestras en diferentes lugares. Hoy esa pasión me acompaña.
Desde 2008
aproximadamente, también me dedico a fotografiar buscando con mi
cámara de aquí para allá, escribiendo con la luz y las sombras.
Alejandra Correa con Marisa Negri y Franco Rivero
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Alejandra Correa con Marisa Negri
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Alejandra Correa con María Teresa Andruetto, Marina
Colasanti y Gastón Sironi en 2012
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Con Valeria Cervero, Ana C. Adjiman
Gache, Inés Abeledo, Yamila Barraza, Marisa Negri, Gabriela
Elasche, Analía Gómez Camacho, etc., en 2012
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Alejandra Correa con Florencia Fernández Frank en 2017
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5 — ¿Y tu
relación con “la vecina orilla”?...
AC — Mi
relación con
Uruguay es otro de mis “temas”. Cuando cumplí los
veintiún años decidí adoptar la nacionalidad argentina. El
decir, el gentilicio que mejor me define sería el de
rioplatense. Siempre pensé que mi nacionalidad se reúne en un
punto impreciso del Río de la
Plata. Desde
1987, también soy ciudadana argentina, sabiendo que para la ley
de Uruguay (y para mí) siempre seguiré siendo uruguaya. En mi
poesía estuvo el Río de la Plata. Se han cumplido dos
décadas de la edición de mi primer libro de poemas. Allí, pero
también en “El grito”
y “Cuadernos de
caligrafía” retomé la infancia y los mitos que fue
construyendo. Son tres momentos diferentes de esa mirada sobre
el pasado. En “Cuadernos
de caligrafía” se trata de dialogar con mi padre, yo adulta,
él detenido en sus 33 años. Soy más vieja que él. Hablamos de la
vida, del pasado, de los hijos, de la escritura.
A través de los años volví a Uruguay a visitar a
familiares, sobre todo a mi abuelo Juan Pablo. Cuando él murió,
Minas dejó de ser un destino. Con los chicos pequeños pasamos
muchas vacaciones en Cuchilla Alta y Solanas. Era conectar con
ese espacio desde un lugar nuevo, menos doloroso. Y en los
últimos seis años, empecé a ir a leer poesía, a participar de
ciclos, a construir una nueva red, esta vez con otros poetas y
artistas. En 2013, uno de mis libros obtuvo la mención Mariposa
de Plata en la primera edición del Concurso Internacional de
Poesía Premio Marosa Di Giorgio y ese mismo año, expuse una obra
en Salto, en una bienal de Arte, en la tierra de Marosa (la obra
era un homenaje a ella).
En 2014, presenté dos obras al concurso que realiza
anualmente el Ministerio de Cultura y Educación: Premio Nacional
de Literatura de Uruguay. Y las dos obras merecieron premios:
“Si tuviera que
escribirte”, el Primer Premio de Literatura Infantil y
Juvenil, y “Maneras de
ver morir a un pájaro”, el Segundo Premio de Poesía Inédita.
Viajé a recibir estas distinciones y fue para mí, en lo
personal, algo así como un cierre de capítulo. Volvía al país
que había expulsado a mis padres, y volvía de la mano de la
poesía. Se
cumplía un “plan” que había sido bastante impensable.
Alejandra Correa en Nueva York, Estados Unidos, 2011
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Alejandra Correa con María Julia Magistratti, Claudia Masin
y Tununa Mercado
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Con Marina,
su hija, y Javier Petit de Meurville, su esposo, en 2018 y en la
marcha a favor del aborto legal
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Alejandra Correa en 2018
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6
— Mientras, claro, tus hijos han ido creciendo…
AC — Los
hijos han crecido. Mi misión es acompañarlos de la mejor forma
en las elecciones que hagan. Ahora, lo que puedo decir es que
todo está activado: la poesía, el arte en papel, el trabajo en
cultura, los afectos, el amor de los hijos y el compañero de
camino. Todo indica que estoy preparándome para envejecer, si
ese fuera mi destino. Tengo cincuenta y tres años y no soy de
las personas que quieren trabajar y dedicar mucho tiempo para
que los años no se noten. Estoy sentada debajo de un viejo olmo,
escucho el viento, veo lo que hace con las hojas y la luz, y
aquí me quedaría escribiendo y respirando. Si supiera rezar, mi
plegaria solo pediría morir antes que mis hijos y si fuera
posible de una manera plácida.
Alejandra Correa en México
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Alejandra Correa con Silvia Dabul y Florencia Walfisch en
2012
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Alejandra Correa con Marina, su hija
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Alejandra Correa con Franco Rivero y Eloy Manchento
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7 — La segunda
edición de “Si tuviera
que escribirte” fue premiada por la Asociación de Literatura
Infantil y Juvenil Argentina.
AC —
Sí, la
Asociación ALIJA, que pertenece a la
International Board on Books for
Young People (IBBY), cada año tiene una edición de
“Destacados” que se realiza en el marco de la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires, en base a todo lo
editado en Argentina para chicos y jóvenes el año anterior. Y en
2017, “Si tuviera que
escribirte”, en la edición del libro que publicó Ediciones
de la Terraza de la ciudad de Córdoba, recibió dos de estas
menciones: Mejor ilustración (por la obra de Cecilia Afonso
Estéves) y mejor edición (valorando al libro en su totalidad).
¡Fue una enorme alegría para un trabajo en equipo, muy
artesanal, laborioso y cuidado que nos llevó dos años!
Alejandra Correa en 2017
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Alejandra Correa con su esposo, Javier Petit de Meurville
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Alejandra Correa con Arnaldo Calveyra y su esposa, Monique
Tur, en París, Francia, 2012
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Alejandra Correa con Ezequiel Nacusse en 2018
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8 — “Si tuvieras
que escribirle” a Marosa di Giorgio, ¿qué le dirías, contarías,
preguntarías, dibujarías, escribirías?...
AC
— Sería un diálogo en un Jardín de las Delicias, pero ambientado
en el Río de la Plata. Hablaríamos de amores imposibles, de
animales que se comportan como seres humanos, de plantas que
tienen capacidades intuitivas. Yo ilustraría para ella alguno de
sus versos, así como bordé para una muestra sus palabras sobre
mi vestido de Comunión:
“Yo parecía una pastora guiando, en cambio de una oveja, a un
lobo”. Pero… todo eso lo hicimos, a pesar de que ella esté
muerta. Porque ¿qué es “leer” sino la posibilidad de
encontrarnos con alguien en un mismo universo de maravillas? Te
puedo asegurar que, más de una vez, Marosa ha respondido a mis
cartas.
Alejandra Correa en México, 2009
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Alejandra Correa con alumnas de una escuela
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Alejandra Correa con Gabriela Borrelli Azara
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Alejandra Correa con Gabriela Messuti en 2017
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9 — Entre 1986 y
1988 incursionaste en televisión en la esfera de la producción
periodística. Y en 1989 participaste nada menos que en el
programa de mi admirado Jesús Quintero: “El Perro Verde”.
AC —
Sí. Uno de mis
primeros trabajos fue como investigadora periodística en
“Historias de la Argentina Secreta”, un célebre programa
documental que transmitía ATC, Canal 7. Eran colaboraciones,
nada estable, pero aprendí muchísimo de la mano de Otelo Borroni
y Roberto Vacca, grandes maestros. A mí me encantaba “El perro
verde”. Veía la versión española. Y cuando supe que Jesús
Quintero venía a producir una versión argentina de su programa,
me presenté con una carta a pedirle trabajo. Él me atendió y me
ofreció ser una suerte de asistente personal. Yo tenía
veinticuatro años y fue una aventura de tres meses en los que me
peleaba constantemente con él; lo recuerdo como una persona muy
caprichosa y difícil. Conocí a su novia Maribel (gran artífice
de las preguntas que hacía Jesús, por cierto), su entorno… lo
acompañaba a probarse sacos de cuero y le decía cuál le iba
mejor con el pantalón que llevaba y después iba con él, el
realizador y alguien de Prensa del Luna Park, a Mar del Plata
para que se entrevistara con Carlos Monzón en la Cárcel de Batán
(yo no ví a Monzón, te aclaro y Monzón pedía mucho dinero por
dar una entrevista, así que nunca se hizo). Entre lo que
rememoro como hazañas: le puse el micrófono a Isabel Sarli sobre
su mítico escote y charlé con ella sobre vestidos y sobre lo que
la ponía nerviosa de la entrevista; me paré al lado de Charly
García y comprobé que era altísimo; me reí con Batato Barea, y
otras pequeñísimas anécdotas que hoy son solo pinceladas de
color. Lo cierto es que nunca vi a la gente llamada “famosa” más
que como personas con talento y eso se ve que me convertía en
alguien con quien compartir un momento relajado. Evoco esa época
de mi vida y rescato con ternura a esa joven ávida por conocer
el mundo y las personas. Y en ese punto, no he cambiado.
Alejandra Correa con María Julia Magistratti
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Alejandra Correa con su esposo y sus hijos en 2000
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Alejandra Correa con Jorge Boccanera, Gabriela Borrelli
Azara y Alejandra Méndez Bujonok en 2015
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Alejandra Correa con María Julia Magistratti y Marisa Negri
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10 — Coordinaste
talleres de poesía y collage. Y no sólo expusiste tus obras en
muestras colectivas sino que también en individuales.
AC —
Así es.
Los talleres de poesía y collage fueron una idea compartida con
Claudia Contreras, quien fue mi maestra de collage. Hicimos dos
o tres temporadas de talleres en la Casa Nacional del
Bicentenario. Yo proponía la obra de algún poeta y ella
las claves del trabajo
visual. Fue realmente valiosa la experiencia. Como mi ingreso a
este universo del arte visual fue a los cuarenta y cinco años de
edad y de forma casi autodidacta, conservo una relación de juego
muy intensa con este espacio. Y en ese sentido, me dejo
sorprender por lo que va sucediendo con estas pequeñas obras de
papel que realizo. Si me invitan a participar de algo, me sumo
con alegría. En 2015, hice mi primera muestra individual en la
Casa Castelví de Asunción (Paraguay) y en 2016, en la Casa de la
Cultura de Coronel Dorrego, en la provincia de Buenos Aires.
Esta muestra se llamó “Un movimiento Hansel y Gretel” y fue
impulsada por dos mujeres hermosas que la propusieron: la poeta
Laura Forchetti y Eliset Nomdedeu. Tenía una acción
participativa donde invitaba a la gente a dejarle un mensaje a
la niña o niño que habían sido. Los mensajes se iban atando a
piedras que atravesaban toda la sala. Y también participé de
varias muestras grupales. Lo colectivo es un espacio rico cuando
se trata de compartir experiencias artísticas. Trabajo con
papeles antiguos, imágenes, investigo sobre las posibilidades
que tiene el papel de ser cosido. Hago vestidos con diferentes
tipos de papel, cruzo el papel y la tela en algunas obras. A
veces con objetos como cajas, zapatos, juguetes, vestidos de
tela, guantes, etc. La infancia, el tiempo y la palabra, siempre
están presentes en las obras.
Alejandra Correa en 2012
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Alejandra Correa con Marisa Do Brito Barrote, Bárbara Alí,
Celina Feuerstein, Alicia Genovese, etc., en 2018
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Alejandra Correa con Osvaldo Aguirre y Edgardo Zotto
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11 —
“Extranjerías”. ¿Por
qué ese título? Hablemos de esa edición artesanal, de tu
asociación con Florencia Fernández Frank, de si prevés una
segunda edición.
AC
— Conocí a Florencia porque fui a Obrador, el taller que
coordina junto a Gaby Messuti y donde proponen la
experimentación visual como un camino amplio y novedoso, de
contacto con otros artistas. Nos hicimos amigas las tres.
Florencia, que es una persona muy intuitiva, me dijo: tengo unas
ilustraciones y me acordé de tus poemas de
“Los niños de Japón”.
Así surgió porque, efectivamente, sus ilustraciones estaban en
consonancia con eso “extranjero” que tiene el libro, lo extraño,
el otro que viene a nombrar algunos misterios. Así que decidimos
editarlo artesanalmente. Contiene poemas de ese libro, pero
vistos con la nueva luz que proponen sus ilustraciones. Hicimos
50 ejemplares que encuadernamos nosotras mismas con costura
japonesa. Y siempre estamos pensando en otra experiencia de
trabajo juntas.
Alejandra Correa con Javier Galarza, Miguel Gaya y Javier
Cófreces
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Con Ana
Cacopardo, María Julia Magistratti, Teresa Parodi, Ángela
Signes, Inés Kreplak, etc., en 2015
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Alejandra Correa con Miguel Gaya - en 2018
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Alejandra Correa con Mercedes Calvo Astiazarán
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12 —
“…(¿y por qué no agregar
que la poesía / es una abreviada forma personal de la
ansiedad?)…”, leo en un poema del entrerriano Alfredo
Veiravé (1928-1991). Alejandra, ¿la poesía es una abreviada
forma personal de la ansiedad?
AC —
No, no para mí
al menos. De ansiedad, nada. De por sí, no soy una persona
ansiosa. Por supuesto que a veces me pongo ansiosa con algunas
situaciones, pero no me considero ansiosa y menos aun cuando
escribo poesía. Más bien todo lo contrario. La poesía requiere
de una tranquilidad específica, de una suspensión de lo que va a
suceder o está sucediendo que anularía toda forma de ansiedad.
Tampoco soy ansiosa al momento de editar. Confío en que siempre
se alinearán los planetas y que las opciones que se presenten,
serán las indicadas. Tal vez es que no tengo un “a priori” en
todo esto. Me gusta pensar que el camino se va armando y solo
requiere de mí un acompañamiento, estar dispuesta. No hay un
sitio al que quiera llegar. Confío en que donde estoy —sea cual
sea ese lugar— es el sitio en donde debía estar.
Alejandra Correa con Iris Rivera
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Alejandra Correa con Florencia Fernández Frank, Violeta
Cincioni, Melina Scumburdis y Ana Griott
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Alejandra Correa con Matías Beltrán, Ana Castiglione y
Ángela Pradelli en 2018
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Alejandra Correa en Central Park, Nueva York, Estados
Unidos, 2011
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Alejandra Correa en París, Francia, 2012
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13 — ¿Luchás con las palabras? ¿O es otra cosa lo que te
ocurre con ellas? ¿Cómo definirías lo que con ellas hacés?
AC
— No, no lucho. En el principio lo que hice fue luchar conmigo
para que ellas pudieran hacer lo suyo. Pero a las palabras con
las que voy a escribir tengo que amarlas. Y tanto como para
poder crearles una casa, escenografía o escenario... Me gusta
pensar un libro de poesía como un hábitat con sus propias
dinámicas. Y me parece que lo que hago es construir ese hábitat
primero y después escribir allí. Universos, digamos. Uno es el
universo de “Cuadernos de
caligrafía” con un padre que practica letras al llegar de su
trabajo y una hija que le habla a través de los años y la
muerte, proponiendo un diálogo imposible. Otro universo es el de
“Maneras de ver morir a
un pájaro”, una suerte de distopía donde los pájaros caen
como bombas sobre las cosas del mundo. Otro universo es en el
que vive la voz que habla en
“Si tuviera que
escribirte”. Por supuesto que a veces escribo porque tengo
que ponerle palabras a algo que me ha conmovido en un momento
determinado. Pero tal vez esos poemas no van a los libros. Tengo
muchos poemas sueltos. El libro para mí sigue siendo una apuesta
hacia esos universos posibles. De todos modos, ampliando la
respuesta: creo que hay una relación primigenia de una persona
que escribe (que respira o habla, incluso) con la palabra. Algo
así como un temperamento que está en el ADN de la lengua, como
si en ese cuerpo que es el lenguaje hubieran quedado marcas
relacionadas con la fuente que las dio a luz. Y en mi caso, mi
palabra siempre estuvo relacionada con la necesidad de alzarse
sobre el mundo que parecía querer aplastarla debajo del zapato
del poder y sus prácticas. En mi palabra poética está la pobreza
y la rabia, está el éxodo y el destierro, están la oscuridad y
la necesidad de buscar nombres a todo lo que no se dijo para
poder olvidar. Está el enfrentarse a la muerte —una lucha que sé
perdida de antemano, pero que sigo creyendo que vale la pena
dar—. Hay una rebeldía allí, hay crudeza, hay pelea no “con” la
palabra, sino “desde” la palabra como posible “arma” de
resistencia, de testimonio y denuncia. En muchas oportunidades,
comprobé que esta cuestión aparentemente sutil, prescindible y
que suele promocionarse como algo inútil y menor, y que anida en
el terreno de la fragilidad del mundo, va dejando su voz entre
las voces. Y se hace escuchar aun en su aparente pequeño
registro. Qué sería de nosotros sin las palabras y los universos
poéticos. Sería una completa pesadilla. En la poesía hay
refugio, hay palabra que contrasta con los discursos alienantes,
hay posibilidad de subversión del orden simbólico que se nos
propone desde los poderes que nos dominan y moldean nuestras
humanidades. En la poesía aún hay espacio para respirar.
Alejandra Correa con Diana Bellessi en 2014
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Alejandra Correa con Romina Freschi y Mónica Rosenblum en
2016
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Alejandra Correa con Nancy Toselli, Mercedes Araujo, Ana
Lafferranderie, María Julia Magistratti y Silvia Castro
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Alejandra Correa con Ángela Pradelli
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14 — ¿Con la piel
de gallina, poner ojos de carnero, ver en alguien a una dulce
palomita, esperar que las vacas vuelen o que a cada chancho le
llegue su San Martín?
AC
— Más bien escuchando la canción infinita con la piel que habito
y los ojos atentos de una lechuza, viendo a ese alguien en sus
posibilidades y contradicciones, creando estrategias para que
vuele todo lo que —aun terrestre— pudiera echar vuelo, sin apuro
ni venganza.
Alejandra Correa con Tom Lupo y Marisa Negri en 2013
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Alejandra Correa con Tamara Domenech, Silvia Castro,
Florencia Fernández Frank y Soledad Castresana
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Alejandra Correa en 2009
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Alejandra Correa en 2001 - Foto de Marina Petit
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15 —
¿Cuál es tu opinión de
la poesía argentina de este siglo XXI —hasta donde vos sepas,
claro— respecto de la que se escribe en otros países de
Latinoamérica, e incluso, España?
AC
— Este es el tipo de preguntas que es imposible responder siendo
justo. Porque —a no ser que fuera académica y me dedicara a
estudiar particularmente el tema— cada quien elige qué leer y es
en base a esa elección que puede balbucear una respuesta más o
menos interesante. Y cuando se responde a algo tan general, se
responde desde esa pequeña visión en la que se habita. A mí me
supera la pregunta, porque la verdad es que tengo una visión
relativa sobre lo que sucede. Puedo intentarlo y decir que hay
una poesía muy valiosa en la Argentina y que hay muchas voces
que han logrado una convivencia interesante. Y me refiero
específicamente a poetas que hoy tienen más de treinta y cinco
años. Es decir, una poesía del siglo XXI que —en una gran
cantidad de casos— comenzó a escribirse o se ha escrito en buena
parte, en el siglo XX, poetas que han vivido y pueden escribir
desde una búsqueda vital, madura. Hay infinidad de paisajes
posibles en esta poesía. Y muchísima riqueza de sentidos y
búsquedas estéticas. Y una presencia muy grande de las mujeres
que estuvieron manteniendo espacios con una insistencia
sostenida a través de estas últimas décadas. Lo que he conocido
de la poesía latinoamericana a través de libros o lecturas
compartidas con poetas más o menos de mi generación en estos
años, tiene diferentes paletas de colores, por decirlo de alguna
manera. Hay una poesía que se sigue haciendo en muchos lugares
que rescata la tradición estilística y un lenguaje que parece
haber quedado cristalizado, y esa poesía a mí no me conmueve y
para los poetas argentinos eso es algo superado hace tiempo. Y
luego leo voces que están discutiendo con eso… y que son más
interesantes. Pero creo que, en el caso argentino, se ha
trabajado con intensidad en estos años. Incluso hay jóvenes
escribiendo con una relación diferente con sus “mayores”, con
menos diálogo y menos enfrentamiento también, es como si no se
preocuparan por lo que estuvo antes que ellos. Considero que hay
gente que está trabajando a conciencia en esa búsqueda de
novedad y renovación para escribirle a un mundo de permanente
cambio. También veo que alguno de ellos y ellas no piensan que
es importante o recomendable dedicar tiempo a leer lo que se
hizo hasta ahora en el terreno de la poesía. O que no creen que
sea importante la lectura de poesía para escribir poesía, como
hemos pensado las y los poetas de mi generación y generaciones
anteriores. Veo apuro, ansiedad, búsqueda de inmediatez, también
favorecida por las nuevas formas de circulación que me parece
que apuntan más a una disputa por el espacio en la vida de las
otras personas y que muchas veces —y sin ánimo de generalizar—
va en contra de la calidad y de lo que se dice. Hay afán de
publicar y figurar, más que de escribir y que esa escritura
entrañe una búsqueda de sentidos y profundidades. Pero, claro,
sabemos que la época no valora ninguna de esas dos cualidades:
ni sentido, ni profundidad. Tal vez somos dinosaurios no
extintos que cohabitan con la nueva era. Pero me es muy complejo
poder sacar conclusiones sin caer en un estrechamiento que no me
representa en absoluto. Me gusta lo que fluye y cambia. Me
gustaría ver en qué deriva todo esto y evitar ese discurso de
desconfianza hacia los más jóvenes que tanto me disgusta en los
demás. Hay que darles tiempo. En cuanto a la poesía española, me
quedé en Antonio Gamoneda. No tengo mucho contacto con ella, y
lo que me llega en la actualidad (ojo, que esto habla más de mis
limitaciones que de un conocimiento) no ha logrado
entusiasmarme.
Alejandra Correa con Stella Maris Ponce y Patricio Torne
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Alejandra Correa con Stella Maris Ponce y Lucas Soares
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Alejandra Correa con Miguel Fernández, Juan José Decuzzi y
Judith Cabral
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Alejandra Correa en 2010 - Foto de Marina Petit
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16 —
Octavio Paz: “Cada poema
es único, en cada obra late, con mayor o menor grado, toda la
poesía. Cada lector busca algo en el poema, y no es insólito que
lo encuentre: ya lo llevaba dentro.” Paul Auster:
“El ojo mira el mundo en estado de flujo. La palabra es un
intento de detener el flujo, de estabilizarlo. Y, sin embargo,
nos empeñamos en el intento de traducir la experiencia en
lenguaje. De ahí la poesía, de ahí las vocalizaciones de la vida
cotidiana. Ésta es la fe que previene la desesperación
universal... y también la provoca.” Julio Cortázar:
“En los grandes poetas, las palabras no llevan consigo el
pensamiento; son el pensamiento. Que, claro, ya no es
pensamiento sino verbo” Paz, Auster, Cortázar: ¿qué cita te
convoca más honda o abarcativamente?
AC
— En este caso, me veo más cercana a Auster. Me gustan: “ojo”,
“intento”, “flujo”, “traducir la experiencia del lenguaje”, “la
vida cotidiana”, “la fe”, “la desesperación universal”.
Me gustan así, extraídas
de contexto, en orden flotante. Ahí me encuentro. Ese es mi
espacio de escritura.
Alejandra Correa con Valeria Pariso, Mili Losa, Celeste Diéguez,
Gabriela Franco, Eduardo Mileo, etc.
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Con Verónica Jattah, Carolina
Giollo, Alicia Genovese, Corina Maruzza, Gabriela Borrelli
Azara, Virginia Janza, Gabriela Larralde, Ana Lafferranderie,
etc.
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Alejandra Correa coordinando un taller de poesía y collage
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Alejandra Correa en 2013
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17 — Advierto —y
no en primera ni segunda lectura— en tu detalle curricular:
“En 2013 realizó la
memoria escrita del Grupo Teatral Catalinas Sur”. Hablemos,
por favor, de ese grupo de teatro fundado en 1983.
AC
— Bueno, ellos pueden dar cátedra de la creación comunitaria en
torno a un proyecto artístico. En 2013, cuando se cumplían los
treinta años del grupo, fui invitada por su director, Adhemar
Bianchi, a “ordenar” esa memoria. El libro que finalmente salió
editado, no fue exactamente mi versión del asunto. Pero lo que
puedo decir es que recorrer treinta años del trabajo que
realizaron me produjo una enorme alegría y admiración. En lo
personal, me sirvió para comprender cómo una idea pequeña,
puesta en el lugar adecuado y regada pacientemente, puede hacer
la diferencia. El Grupo de Teatro Catalinas Sur es un ejemplo de
espacio construido entre muchos, habla sobre el rol del arte en
la sociedad, del trabajo con las personas, de los espacios que
se pueden crear fuera de los grandes discursos del poder sobre
lo que somos y podemos hacer. Los aplaudo de pie.
Alejandra Correa con una alumna en un encuentro de Poesía en la
Escuela, en 2012
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Alejandra correa con un alumno en un encuentro de Poesía en la
Escuela
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Alejandra Correa con Tom Lupo y Marisa Negri en 2013
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Alejandra Correa en México, 2009
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18 — Además de
poemas sueltos,
¿qué abordan, o rodean, o atraviesan tus —ya nos dirás si
existen— libros inéditos? ¿Qué abordarían o rodearían o
atravesarían eventuales libros con los que pudieras
fantasear?...
AC —
Estoy trabajando en un libro que tiene a la nieve y a la
comunicación como protagonistas. Y otro donde el tema central es
el viaje y donde quiero retomar la voz que “habla” en
“Si tuviera que
escribirte”. Me resulta imposible imaginarme lo que vendrá
después porque será la propia vida la que vaya señalando el
camino de lo que me sea imprescindible escribir.
Alejandra Correa en 2018
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Alejandra Correa en 2013
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*
Alejandra Correa
selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Sostiene mi mano derecha
en su mano derecha
la contiene en el hueco
y aprieta mi puño en su puño
pulgar e índice apuntalan esta pluma
Dibujamos unos signos antiguos
Me lleva desde fuera de mi trazo
él es mi trazo
él se aventura, yo lo sigo
pero ya no es a él
es al movimiento y su música
su mano apretando la mía
su movimiento en el mío
Mojamos juntos la pluma en el tintero mínimo
(el olor agrio de la tinta negra
en mi pequeña nariz)
Volvemos el trazo interrumpido
se elevan nuestras manos
se acortan
se ciñen
se controlan
Dibujamos el idioma
Respira tan cerca
su profunda voz emite algún sonido
como dictando:
más corto, más largo, más reunido
Y entonces me dice:
—Ahora, vos sola
y me abre en un abismo
(de “Cuadernos de caligrafía”)
*
Tumba que te tumba
Tuve miedo de tu frío
de
que tu frío se adueñara de mí
como un bloque de hielo
atado a mi espalda
en las noches
llorabas en mí de frío
y
pensé en abrigarte
con
una frazada de ribetes azules
supe mucho más tarde
(demasiado tarde)
que
Anaïs quiso hacer lo mismo
con
su muerto
(¿una solución literaria?)
en que entonces
el
frío
vos
y yo
éramos los únicos
en
este mundo de locos
(de “Cuadernos de caligrafía”)
*
II
En japón
los niños fingimos infancia
un largo acto escolar
para quienes nos piden
que juguemos en la ladera
de la montaña nevada
donde los perros nos acechan
con sus ojos de muerto
¡jueguen! — ordenan
¡canten sus canciones!
quieren que soñemos
una ciudad de huesos
entre los cuerpos podridos
de una enorme fosa
(de “Los niños de Japón”)
*
II
Yo no sé
si habrá belleza
en un mundo que olvida
su cuerpo de aire
(de “Maneras de ver morir a un pájaro”)
*
III
Somos tres sobre la tierra
vos
yo
y la muerte de todos los pájaros
(de “Maneras de ver morir a un pájaro”)
*
Alejandra Correa - Obra textil
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Alejandra Correa - Obra Miró Kusama
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Alejandra Correa - Obra La Canción del Bosque
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Alejandra Correa - Obra de 2018
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Alejandra Correa - Collage sobre papel - Frida y yo
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Alejandra Correa en 2014
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Alejandra Correa en 2013
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Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Alejandra Correa y Rolando Revagliatti,
diciembre 2018.
http://www.ale-correa.com/
http://losniniosdejapon.blogspot.com/
www.revagliatti.com
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