Alicia
Salinas: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Alicia Salinas
nació el 21 de septiembre de 1976 en Rosario (ciudad en la que
reside), provincia de Santa Fe, República Argentina. Es
Licenciada en Comunicación Social por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones
Internacionales de
la Universidad Nacional de Rosario. Se
desempeña en el área de Comunicación del Ministerio de Justicia
y Derechos Humanos de Santa Fe, en el Instituto de Periodismo
Rosario (ex TEA Taller Escuela Agencia de Periodismo), donde
está a cargo de la cátedra de Taller de Redacción II, y colabora
con el suplemento Cultura y Libros del diario “La Capital” de Rosario. Se ha
formado en dramaturgia y actuación. Es autora de obras de
teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron
representadas. Ha sido incluida, entre otras, en las antologías
“Los que siguen”, “Dodecaedro”, “Pulpa”,
“Las 40. Poetas santafesinas 1922-1981”, “Diecinueve de
fondo”, “Poetas del tercer mundo”, “Fin zona
urbana”, “Veinte años del Festival Internacional de
Poesía de Rosario”, “Abat jour”, “Corte al bies”,
“Chazals on a bay trail” y “Somos centelleantes”
(fanzine de artistas por el aborto legal). Poemas suyos fueron
traducidos al inglés por el poeta John Oliver Simon. Participó
en el volumen colectivo “Crisis
social, medios y violencia: A diez años de los saqueos en
Rosario”. Poemarios publicados: “La sumergida”
(2003; 2ª edición —en formato electrónico—: 2016), “Gallina
ciega” (2009) y “Tierra” (2017).
Alicia Salinas - Foto de Maximiliano
Conforti
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1 — Así que
nacida el día de la primavera y en un año…
AS — En
un parto en avalancha, nací el día de la primavera de 1976 bajo
el signo chino del dragón de fuego y el halo de la dictadura
argentina más sangrienta. En la víspera del 21 de septiembre,
mis padres avanzaron raudos desde el sur rosarino rumbo a una
clínica que ya no existe, ubicada al lado de una biblioteca
(Argentina) y frente a una plaza (Pringles). Llegué a este mundo
de madrugada y antes del plazo “científicamente” estipulado, con
cierto apresuramiento. Fui primera hija, nieta y sobrina de una
joven pareja —25 años ella y 30 años él—; cuatro abuelos de
ascendencia española, italiana y croata; y una tía materna y un
tío paterno solteros que se convirtieron en mis padrinos. Me
bautizaron en la histórica parroquia San Francisquito, centro
neurálgico de una barriada del sudoeste donde estaban afincadas
dos generaciones anteriores a mi papá.
La primera
infancia transcurrió en Tablada, barrio de estirpe obrera, a la
vuelta de la biblioteca Constancio C. Vigil. Recuerdo
nítidamente los grandes árboles de la calle Necochea, el
empedrado de adoquines, los vecinos de al lado a los que llamaba
“nonos”, el repartidor de vino en damajuana a bordo de un
camioncito, una enredadera de tulipas violetas sobre el muro de
calle Ayacucho, la calesita de la avenida San Martín.
Mis padres
quisieron llamarme Alinés, un nombre que aseguran haber
escuchado por allí, pero que en el Registro Civil rechazaron con
el argumento de su irrealidad. Mi historia personal despuntó
arraigada a una entelequia, a una fantasía sin sustrato legal, a
un deseo familiar que quedó trunco y por el que no se dio pelea
en un contexto de terrorismo de Estado. Improvisación mediante,
el documento reza “Alicia Inés”. Identidad partida, inventada en
el momento, siempre presente: recién a los nueve años, cuando me
cambiaron de escuela, adopté el nombre Alicia. El apodo sin
embargo aún me acompaña y no he conocido persona que lo porte.
Alicia Salinas en 2013
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Alicia Salinas con Alejandro Méndez Casariego y Yanina Audisio -
Foto de Alexander Zunini
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Alicia Salinas con César Bisso en 2018
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2 —
¿Hermanos?...
AS — A
los tres años y medio, ya nacido mi hermano, atravesé un período
que sólo registro por relatos de terceros. ¿Habrá impreso en mí
aquella experiencia alguna faceta melancólica o dramática? Mi
padre sufrió un accidente doméstico y lo trajeron de vuelta en
el momento justo, cuando ya caminaba hacia una fulgurante luz a
través de un túnel. Al parecer, este contacto tan cercano con la
muerte lo puso en otra perspectiva; después de varios meses
(¿años?) se recuperó y nos mudamos a una casa propia en el
barrio España y Hospitales, frente a un club, sobre un pasaje.
Eso me permitió jugar en la calle con otros chicos y chicas de
la cuadra, andar en bicicleta, subir a los árboles, saltar a la
soga y al elástico. Fue una infancia llena de aire libre, a la
que a los ocho años se sumó mi hermana menor. A los vecinos se
les decía don y doña, en el verano casi todos salían a la puerta
a tomar fresco, no existían las computadoras personales y había
que esperar horarios para ver dibujitos. Me interesaba ir a la
escuela y estudiar —era muy aplicada; leer literatura infantil y
juvenil y armar colecciones (de insectos, de monedas, de
billetes, de plumas) representaba un entretenimiento
privilegiado. También escribía un diario íntimo.
En el árbol
genealógico —el cual trepé lo más que pude— no figuran artistas
sino hombres y mujeres que trabajaban en el campo y, más acá,
otros que desempeñaban oficios como sastre, camionero, modista,
ama de casa. Todos sabían leer y escribir pero recién mis
padres, nacidos a mitad del siglo XX, serían los primeros de sus
respectivas proles en acceder a la educación secundaria y
superior (ella maestra y bibliotecaria, él ingeniero químico).
La familia, demostración concreta de ciertos hitos de la trama
colectiva de la historia argentina: ola inmigratoria, pasaje del
campo a la ciudad, movilidad social a través de la escuela
pública. Lo cierto es que de niña tuve espontánea inclinación
frente a las manifestaciones artísticas y exploré la lectura, la
escritura, la danza clásica, el teatro, la cerámica. No desde la
formalidad o la competencia sino más bien en términos de
práctica y juego, como una manera placentera de expresarme y
transcurrir el tiempo (no pasaba lo mismo con los deportes,
nunca llamaron mi atención). De todos modos, el “ser” o
“trabajar” en el arte cuando fuera adulta no estaba realmente
habilitado y por eso hubo que dar rodeos. Quiero decir que
devenir escritora o actriz aparecía como opción impugnada de
antemano. En el imaginario familiar, quienes hacían eso “morían
de hambre”.
Alicia Salinas con Clara Rebotaro, Nora Pellegrini, Laura
Pérez Suárez y Silvana Chávez en 2018
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Alicia Salinas con Germán Germinale y Adriana Felicia
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Alicia Salinas en 2012
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Alicia Salinas con Ana Lafferranderie
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3 —
Escritora o actriz.
AS —
Había asistido a talleres de teatro desde cuarto grado y cursé
el primer año de la carrera de actriz en la Escuela Provincial de Teatro y Títeres, mas recién
volví a las tablas dos décadas después, desde la dramaturgia, e
incluso a los cuarenta subí de nuevo al escenario. Siempre que
pude escribí, antes casi de saber hacerlo. En principio, cuentos
—a los seis años armé una “colección” propia inspirada en “Los
cuentos del Chiribitil”, que mi madre ha conservado—, después
fui anidando en la poesía o ella me tomó. Como desde los
dieciocho años trabajaba y estudiaba Comunicación Social, la
poesía iba quedando a un lado. Si en un momento la relegué, al
final abracé y asumí la experiencia poética como identidad y
modo de estar en el mundo, más allá de cualquier mandato,
designio o (auto) boicot. Es oficio elegido, no pasatiempo.
Mi acercamiento a la
materia poética antes que académico y reglado fue autodidacta y
vivencial, a partir de la lectura y el intercambio directo con
poetas en bares, encuentros, lecturas, viajes, amistades. No he
asistido a talleres, sí a dos espacios que podrían llamarse de
clínica, con las admiradas poetas rosarinas Concepción Bertone y
Sonia Scarabelli. En rigor, la formación hunde sus raíces en un
tiempo del que no tengo recuerdo consciente: en aquel entorno
tecnológico sin pantallas de finales de los 70 y principios de
los 80, me contaron muchas historias, me leyeron en voz alta, me
llevaron al teatro. Más tarde o más temprano desarrollé un
extraordinario apego por las palabras, sus combinaciones, su
musicalidad. Me interesa el lenguaje, como forma, herramienta,
vehículo y puente. Seguramente por eso trabajé como periodista,
pasando por todos los rubros. Donde me sentí más cómoda fue en
el medio gráfico: empecé en un diario en 1998, a los veintiún
años, antes de graduarme en 2002 en
la UNR. Seguí las dos orientaciones de la
carrera, en ese momento denominadas Masiva e Institucional, pero
no cursé ninguna materia relacionada con el derecho. Y sin
embargo pronto me inicié como “corresponsal” en los Tribunales
provinciales, desandando los pasillos del periodismo judicial.
Escribí en especial para las secciones Ciudad y Policiales del
diario “El Ciudadano”, casi todos los días durante diez años.
Amén de otros empleos, en 2008 comencé en el área de
Comunicación Social del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la provincia, donde aún permanezco. ¡En suma, ya
cumplí dos décadas rodeada de abogadas y abogados! Parafraseando
a Claudia Piñeiro, “he tenido la suerte de hacer una carrera
que me llevó a los lugares donde quería estar, incluso a lugares
que no había imaginado”.
De mi madre
heredé la claustrofobia, a finales de los veinte llegué al
psicoanálisis y a principios de los treinta a la docencia.
Participé como profesora de materias y seminarios, aunque lo
central son las clases de Redacción que brindo desde 2007 en el
instituto de periodismo IPR, ex TEA. Esta actividad me permite
irradiar la experiencia cosechada en las redacciones, no sólo
desde el punto de vista técnico sino de los dilemas de la
profesión; ahondar en los géneros periodísticos (de eso trata el
taller, que se dicta en segundo año); y conectarme con jóvenes,
muchos de los cuales tienen la ilusión, la frescura y la energía
para comunicar, investigar y pelear por la construcción de una
verdad que no nos aliene, más allá del sistema mediático. Sobre
todo me relaciono con el oficio desde otro lugar, con la materia
prima maravillosa que es la lengua y debemos conocer para decir
con justeza y precisión. A mis alumnos y alumnas les recomiendo
que lean de todo sin desdeñar la poesía, porque si bien ésta no
asume una vocación “utilitaria” puede transmitir mucho con poco
(función también de los periodistas, en especial cuando
titulamos). No es una idea propia, ya lo decía el maestro
Ryszard Kapuściński, quien conjugó su labor como trabajador de
prensa con la de poeta. El rol de docente me sirve para seguir
aprendiendo junto a los estudiantes cómo habilitar el hacer del
otro en lugar de inocular un saber, y para desplegar mi obsesión
por la edición y la ortografía. En otras palabras, el ojo atento
a la mácula sin esfuerzo, en mi carácter de empedernida
perfeccionista nacida bajo el influjo de Virgo.
Taller de poesía en el Instituto de
Recuperación del Adolescente, de Rosario, Santa Fe, Argentina,
2018
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Alicia Salinas con Marcelo Cuello, Mariano Santinelli, Marta B.
Rivero, Gisela Seimandi, Soledad Savica, etc.
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Alicia Salinas con Daniel Carballido, Cecilia Gallino,
Gastón Legaristi y Silvina Santos en 2016
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Alicia Salinas con Alfredo Luna
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4 —
Obsesión, entonces, y perfeccionismo.
AS — Fui
una niña curiosa que de a poco y por intuición se interesó en la
poesía —le dicté el primer poema a mi maestra de tercer grado, a
los ocho años—, una adolescente melancólica que estudió por
imposición en una escuela comercial pero nunca le dio corte a la
contabilidad, y una joven que entró rápido al mercado de trabajo
para preguntar y contar historias, muchas acontecidas en los
márgenes de la ciudad, de la sociedad, de la ley. Traté de
seguir la premisa de otro maestro de la literatura y el
periodismo, Rodolfo Walsh, quien dijo: “Escribir es escuchar”.
Cuando dejé el diario pude darle forma a una novela corta, se ve
que antes me obturaba la práctica cotidiana de la prosa y el
coro de voces ajenas. Este texto en particular quiso en
principio ser un cuento y se fue ampliando tanto que resultó en
una novela de cien páginas. Obtuvo un premio en un concurso
literario de una editorial porteña, pero nunca se publicó; ojalá
algún día vea la luz. En los años en que estuve escribiéndola,
ya se habían editado en Rosario mis primeros libros de poemas —“La
sumergida” (2003) y “Gallina ciega” (2009). Por
alguna razón necesitaba expresarme artísticamente también por
fuera de la poesía; de hecho, en ese período —a pesar de estar
muy exigida en lo laboral— comencé a estudiar dramaturgia. Entre
2012 y 2017 se pusieron en escena piezas de mi autoría y algunas
fueron seleccionadas para participar en ciclos de teatro.
Finalmente volví a las fuentes y pudo entregarse al mundo el
tercer libro de poesía, “Tierra”, editado en Buenos Aires
el año pasado, y con el cual aún resueno.
Estuve muy en
contacto con la esfera pública, con lo grupal y el afuera, en la
secundaria y en la facultad participé de los centros de
estudiantes y luego en el Sindicato de Prensa, entre otros
espacios. Por el contrario lo doméstico nunca me interesó y en
general me pesó, aunque debí arreglármelas porque dejé la casa
natal temprano, apenas tuve soberanía económica. Soy muy mental,
no tengo habilidades manuales ni me doy maña con los quehaceres
patriarcalmente asignados a mi género. Con los años también
aprendí a valorar las tareas de cuidado, intramuros e
invisibles; a entender al alimento y su preparación como la
principal medicina frente a los productos de la industria que en
realidad nos enferman. Tengo muchos poemas sobre la relación
mujer-hogar, donde ese vínculo aparece asociado a la alienación
antes que al disfrute. Por ejemplo “Ama de casa”, de “Gallina
ciega”, refleja una atmósfera de dualidad entre lo siniestro
que puede implicar el encierro, todo eso que pasa “dentro”, y
cómo se muestra esta mujer a la hora del té, cuando ha hecho u
organizado ya casi todas las tareas/cargas de la jornada.
Alicia Salinas con integrantes de una
comparsa en el Carnaval de 2013 en Montevideo, Uruguay
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Alicia Salinas con Mirko y Mariana
Buchin
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Alicia Salinas con Daniel H. Grad,
Andrea Fontán y Mónica Fazzini
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Alicia Salinas en
2012
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5 — ¿Con
quiénes vivís, Alicia?
AS — Con
mi gata Janis, ser mágico con quien compartimos fecha de
nacimiento, y mi adorada hija Isabel, milagro de la vida que me
hizo conocer la espesura del amor y de la entrega. Por ella
crucé muchos umbrales… ¡hasta he sido capaz de cocinar! En rigor
se tornó necesario mejorar mi/nuestra alimentación, sobre todo
durante la gestación y la lactancia, que se extendió tres años y
nueve meses y medio con lo que ello implicó a nivel de esfuerzo
psicofísico y negociaciones familiares y laborales. A pesar de
lo perturbador que puede suponer una maternidad intensiva como
la que voy eligiendo a cada paso, esta experiencia vital me
afirmó en el feminismo, me permitió empoderarme y emanciparme,
volar y enraizar —aunque parezca contradictorio. Semejante
transformación también impactó en la poesía, sobre todo en el
tono del libro “Tierra”, parido a tres años de devenir
mujer-madre. Esta es una categoría que he adoptado para
definirme y visibilizarla, por sus implicancias sociales y
políticas.
Hoy trato de
integrar lo aprendido a lo largo de mi vida, incluso la sombra,
el dolor, el destrato, las distintas formas de violencia. Y de
superarlas, muchas veces en un esfuerzo de la voluntad. Me veo
en lo sucesivo dedicada a la crianza y el acompañamiento de mi
hija, a la lectura y la escritura, al arte y a la vida, a dar y
a recibir, intentando siempre transformar el mundo —desde mi
lugar y junto a otros— en un paraje menos mezquino, más bello y
humano. Menudas tareas, mientras me sea dado el aliento.
Alicia Salinas en 2016
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Alicia Salinas con Isabel, su hija
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Alicia Salinas con Isabel, su hija
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6 — Por
rosarina y participante de “Crisis social, medios y
violencia. A diez años de los saqueos en Rosario”, te invito
a que rememores aquella crisis y nos cuentes cómo se estructuró
el volumen, quiénes han sido los otros autores incluidos y a qué
apuntaba tu crónica.
AS
— Cuando ocurrieron los
saqueos de mayo de 1989 yo tenía doce años, estaba en séptimo
grado. Recuerdo que se nos interrumpió la cotidianeidad porque
fueron días en los que había revueltas e irrupción en locales en
casi todos los barrios, se suspendieron las clases, no
circulaban los colectivos ni atendían los bancos, se declaró
estado de sitio. Mi familia vivía a pocas cuadras de un
supermercado grande, en zona sur casi sobre bulevar Oroño,
arteria de doble mano que al salir de la ciudad se transforma en
la autopista a Buenos Aires. Por allí veo llegar camiones verdes
de Gendarmería y agentes apostados con armas largas; las calles
desiertas y el aire tenso; el vecino de al lado —atendía una
granja en su garaje— subido a una banqueta para destornillar el
cartel metálico que revelaba la existencia de provisiones
adentro de la casa. Conozco personas que participaron de
aquellos saqueos y otras cuyos comercios fueron saqueados. Creo
que la inquietud de los adultos a mi alrededor en aquellos días
pasaba por cómo conseguir los alimentos, cuyos precios eran
permanentemente remarcados y luego se cerraron los canales de
abastecimiento, por la inflación desmedida, por la crisis social
y económica a la que sobrevino la salida del presidente Raúl
Alfonsín del gobierno. Hubo casi una decena de muertos y la
evidencia inocultable en la escena pública —a mi salida de la
infancia— de la desigualdad y de la pobreza.
Cuando ya trabajando en
el diario faltaba un mes para el décimo aniversario de los
hechos, propuse un ejercicio de memoria para reconstruirlos. Mis
jefes aceptaron aunque implicaba salir de la rutina asignada y
sostuvieron que acudiera a la hemeroteca municipal a rastrear
las noticias aparecidas en el 89 (hacíamos periodismo sin Google
ni redes sociales; “El Ciudadano” no tenía archivo de la época
porque era recién nacido) y a tomar testimonios de vecinos,
supermercadistas, historiadores y periodistas vinculados
directamente a los saqueos, hasta entonces los únicos de la
historia reciente. La nota ocupó dos o tres páginas y se llamó
“Crónica de una ciudad tomada”. En paralelo desde
la UNR
se preparaba uno de los primeros trabajos que abordó estos
sucesos desde la mirada antropológica, histórica, periodística.
Mi artículo —ampliado con nuevos datos y otros que no habían
entrado en el original— fue incluido en un volumen colectivo que
se editó luego de un foro de análisis sobre el tema, celebrado
en agosto de 1999 en el Complejo Cultural de la Cooperación.
El libro figura en
muchas bibliotecas institucionales y ha sido citado en numerosas
investigaciones. Lo publicaron el CECYT (Centro de Estudios en
Cultura y Tecnología), el CEHO (Centro de Estudios de Historia
Obrera) y el CEA-CU (Centro de Estudios Antropológicos en
Contextos Urbanos) de la UNR. Recoge artículos
de periodistas, antropólogos, historiadores y comunicadores
sociales: Osvaldo Aguirre, Gabriela Águila, Cristina Viano,
Gloria Rodríguez, Nora Arias, Edith Cámpora, Silvina De Zorzi,
Pablo Francescutti, Santiago Arias, Gabriela Czarny, Claudio
Rizzo, Horacio Sívori, Luis Baggiolini, Sandra Valdettaro y el
militante social y de derechos humanos Rubén Naranjo.
Alicia Salinas con María Soledad Delgado
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Alicia Salinas con Romina G. Ávila Tosi
y otras compañeras, listas para marchar
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Con Marisa Canut
Guevara en el ex-centro clandestino de detención, tortura y
exterminio Virrey Cevallos, en 2018
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Alicia Salinas con Isabel, su hija en
2015
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7 — “Educación sexual para decidir. Anticonceptivos
para no abortar. Aborto legal para no morir”, leo en la
contratapa de “Somos centelleantes”, fanzine (impreso
con carácter de urgencia) de artistas por el aborto legal,
seguro y gratuito (disponible en Internet). Casi treinta
escritoras incluidas, con prosas y poemas.
AS — Este libro
surgió de una convocatoria por redes sociales que hizo en junio
un grupo de poetas y en el que se incluyó un texto publicado en
“Gallina ciega” (“Niño de invierno”). “Somos
centelleantes” nació como fanzine urgente poco antes del
tratamiento del proyecto de ley sobre el derecho al aborto en la Cámara de Diputados y se
distribuyó durante la extensa vigilia frente al Congreso de la Nación. Recoge
textos de veintiocho escritoras argentinas, incluida la poeta y
militante ya fallecida Hilda Rais [1951-2016]. Además dio lugar
a la formación de un colectivo literario, mujeres artistas que
estamos a favor de la legalización del aborto y tenemos la
convicción de que el arte tiene el poder de transformar la
realidad. Por eso no nos callamos, no nos resignamos a que
decidan por nuestros cuerpos, tomamos las calles y las palabras.
Así nos definimos.
La antología se presentó en agosto en Buenos Aires, a sólo tres
días del debate en
la Cámara
de Senadores. De distribución gratuita, ha sido leída en voz
alta aquí y allá, al calor de las movilizaciones y actividades
que impulsa el movimiento de mujeres en torno al derecho al
aborto seguro y gratuito. Hemos promovido su impresión y
circulación, por eso puede descargarse en forma sencilla desde
la web*. Compilada por Romina Ávila Tosi, Fernanda López,
Gaby Mena y María Raquel Resta, “Somos centelleantes”
lleva una ilustración de tapa de Sukermercado (Paula Suke), con
diseño de León Pereyra. Las autoras somos, además de Rais y
quien suscribe, Gabriela Pignataro, Claudia Almada, Flor
Codagnone, Aldana Antoni, Clara Suárez, Gaby Mena, Gladis López
Riquert, Liliana Garulli, Natalia López, Natalia Bericat, Romina
Ávila Tosi, Fernanda López, Vera Grimmer, Silvina Gruppo, Lila
Magrotti Messa, Carolina Bruck, María Raquel Resta, Macarena
Moraña, Patricia Maidana, Analía Medina, Alicia Benítez, Malena
Saito, Patricia González López, Andi Nachon, Julieta Troielli y
Fernanda García Lao.
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Alicia Salinas con Marcela Alemandi y Clarisa Vitantonio
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Alicia Salinas con Isabel Sarli - Foto de Gregorio Juan Basualdo
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Alicia Salinas con Isabel, su hija, en marcha por el Día
Internacional contra la Violencia hacia la Mujer
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8 —
Dirijámonos a esa novela corta, por vos escrita y aun inédita.
Y, además, ¿tenés otros textos narrativos?
AS
— Tengo
algunos cuentos, me gusta leer y escribir prosa, sucede que en
el lugar en el que más me reconozco dentro del terreno de la
literatura es la poesía. Sobre la novela, que transcurre en
escenarios rosarinos, no abundo públicamente por si alguna vez
encuentro la disposición, el tiempo, la voluntad y la energía
para retomarla y sobre todo presentarla en un concurso o a una
editorial. Terminé de escribirla en 2012 y al año siguiente ya
estaba embarazada, lo cual me alteró el orden de prioridades.
Luego incursioné en el teatro mientras que me di y llegó la
posibilidad de cerrar “Tierra”; ahora estoy con los
últimos trazos del próximo libro de poesía. Entonces pareciera
no ser el momento de activar por este material (a menos que
caiga una propuesta del cielo), algo paradójico si consideramos
que la realidad social semeja la de aquella época en la que
transcurre. Es una
historia de corte realista, de descubrimiento no sólo de la
ciudad, sino de los desafíos y las decisiones necesarias para
sostener las amistades, los amores, los destinos, en el medio de
un país al borde del estallido. Se la podría catalogar como una
novela de iniciación, aunque eso deberían precisarlo los
especialistas.
No recuerdo con exactitud cuándo se me ocurrió el
proto-argumento, sí que paseaba por el Parque Independencia y de
regreso lo registré en la computadora. Al tiempo, acaso animada
por la lectura del gran Cesare Pavese, lo retomé y me volqué a
escribir. Los personajes adquirieron entidad y relevancia —no
sólo en el escrito sino también en mi vida—, se incorporaron a
mis sueños, pensamientos y conversaciones. Trabajé esta ficción
hundiendo las patas en las fuentes de la realidad, por
intuición, con entusiasmo. Viví el proceso como un espacio de
libertad, como si tejiera una trama de evocaciones, iluminando y
haciendo foco en algunos detalles, restituyéndolos, volviendo a
buscarlos.
Una curiosidad relacionada con el texto es que en un momento la
protagonista festeja su cumpleaños, y sin mencionarlo en forma
explícita yo le asigno una fecha de nacimiento. Ese mismo día,
años después, comenzaría mi trabajo de parto, el cual fue tan
extenso que la niña de carne y hueso llegó al mundo recién al
día siguiente. De esta manera la hija literaria y la de sangre
tienen cada una su exclusividad, a pesar de que a ambas les he
insuflado mucho de mí. ¡Pero sus vidas y caminos son propios!
Alicia Salinas con Daniela Sánchez y Vanina Israel en 2017
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Alicia Salinas con Celia Fontán, Alicia Acquaviva, Graciela
Mitre, Silvia Pavía, Marta Ortiz, Gladis Chiozzi, Pablo Racca y
Amancay Campos en 2015
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Alicia Salinas con su hija, en el Monumento
a la Bandera en Rosario, Santa Fe, Argentina
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Alicia Salinas en una escuela, con talleristas y asistentes
a cursos de capacitación en artesanías, en 2018
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9 — Giremos ahora, si te parece, a tu dramaturgia.
AS
— En 2010 comencé a
escribir textos breves en primera persona, no estaba segura del
género al que pertenecían aunque sospechaba que eran dramáticos.
En el intento por averiguarlo terminé metiéndome en las aguas
del teatro: recibí becas para estudiar en la escuela Arjé de
Buenos Aires y en Argentores [Sociedad General de Autores de
la Argentina] con Ricardo Halac; además tomé
otros cursos de dramaturgia así como seminarios de dirección y
de actuación, y hasta actué en una obra. El germen lo
constituyeron aquellos primeros monólogos cómicos, se había
abierto una especie de grieta que permitió el alumbramiento de
unos veinte textos con idéntico estilo, dichos por una voz
femenina. Esta mujer que peroraba, las más de las veces
formulaba planteos extremistas en su esfuerzo por aceptarse y
relacionarse con el mundo, generalmente incorporando un
microrrelato donde ardía el dilema existencial. Lo extraño y
maravilloso fue que me permití el humor, un recurso que en la
poesía nunca incorporé porque el tono de los poemas se mantiene
a lo largo del tiempo grave y solemne.
En 2012 subió a escena el primer monólogo en el marco de un
concurso organizado con aval de Argentores. Referida a las
tribulaciones de una mujer soltera,
“La teoría del huesito”
se vio en el bar cultural de Rosario “Bienvenida Casandra”. De
otro concurso surgió “Un
regalo para Miriam” en 2014, que participó en el ciclo
“Nuevos dramaturgos” del teatro La Nave. Esta obra fue la
que más rotó, la llevamos incluso a la localidad santafesina Los
Quirquinchos para el cierre de
la Semana
de la Mujer,
organizada por
la Secretaría de Cultura de la comuna. Hicimos
una función de teatro debate porque todos los personajes son
mujeres y además trata sobre la maternidad, los mandatos, los
estereotipos. En versión extendida, en coautoría con la
directora y nuevo elenco del que formé parte, hicimos con
“Un regalo…”
temporada en 2016 en el Cultural de Abajo. Ese mismo año fue
seleccionada “La
cuidadora” para el ciclo “Historias mínimas” de La Nave y al año siguiente
“Ímpetu”, donde salgo
del registro de la clase media y tomo como base una historia
real ocurrida en una villa de la provincia de Buenos Aires.
Estas dos últimas piezas breves son dramas, y si bien se
incorporan personajes masculinos, se mantiene el protagonismo y
el peso de las mujeres.
En estos años he visto y leído mucho teatro, aunque siempre hay
ganas de que sea más, hasta dicté clases de dramaturgia. Los
desafíos se relacionan ahora con mostrar los monólogos y alguna
de las obras más extensas que tengo escritas, esperando su
momento.
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Alicia Salinas con Marta Ortiz, Griselda Riottini y Néstor
Fenoglio
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10 — El
escritor mexicano Federico Campbell (1941-2014) afirmó: “Lo
importante no es escribir cuando se tiene algo que decir, sino
cuando se tiene deseos de decirlo”. ¿Algún comentario…?
AS
— Ojalá el deseo rigiera
siempre nuestras vidas, no sólo nuestra escritura. Creo que al
empezar a escribir —y también cuando continuamos— lo hacemos
porque sentimos ganas, necesidad, placer o alivio al
expresarnos. Es un momento del proceso creativo que —siguiendo a
Nietzsche— podríamos definir como dionisíaco, por caótico y
libre. Pero también es parte de ese proceso el llamado al orden,
es decir, la corrección y la autocorrección, la apertura a lo
estilístico y al oficio, según el filósofo, “lo apolíneo”.
Si sólo contemplamos el deseo, lo que algunos llaman “el amor al
arte”, dejamos de lado la dimensión de trabajo que también
suponen las tareas artísticas, y las investimos de cierto halo
místico. Escribir es siempre re-escribir.
Me interesa tomar
conciencia de que no estamos solos en el mundo sino que nos
sumamos a un coro de voces: enraizados, los poetas dialogamos
entre nosotros, con los maestros, con la tradición y con otras
disciplinas. Entonces, producir un objeto artístico en general y
poético en particular implica insertarse siempre en una trama
colectiva, ofrecer mi palabra a esa red. En verdad no quisiera
establecer generalidades o conceptos cerrados, se trata más bien
de puntos de vista que van decantando a partir de la
experiencia, la reflexión, las búsquedas.
Mi propia producción ha
sido permanente desde la adolescencia y bastante profusa. Tengo
escritos cientos de poemas aunque en los últimos quince años
concreté el armado y la publicación de tres libros, que a lo
sumo incluyen sólo cien. “La sumergida” apareció
en el marco de un proyecto
cooperativo en el que un grupo de poetas jóvenes de Rosario nos
reunimos bajo el paraguas del sello “Los Lanzallamas”. Casi
todos editamos en la denominada “Colección Camalote” nuestros
primeros poemarios. El libro había surgido en 2002, año
especialmente crítico en
la Argentina, y recoge tres voces: una
militante desaparecida hablando desde el fondo del Río de
la Plata, quien la acusa y quien la
perdona/comprende/redime. Ya no quedan más ejemplares de papel
pero se puede leer on line porque en 2016, al cumplirse
cuatro décadas del golpe de Estado, fue editado en el País Vasco
por Xabier Susperregui con portada de la artista plástica
mexicana Guadalupe Montemayor. En 2009 publiqué “Gallina
ciega” a través de la editorial rosarina Ciudad Gótica; hay
un cambio en el matiz de la voz y aparecen tres escenarios que
de alguna manera también están presentes en el libro posterior:
lo doméstico, delimitado por la casa y que determina la
vivencia de la intimidad; lo silvestre y natural como apertura
que pone en relación con la exterioridad; y la ciudad como
escenario donde emerge la cuestión social.
“Tierra”, que salió por el sello porteño
La Mariposa
y la Iguana,
es a pesar de sus zonas oscuras, más luminoso. Los poemas
maduraron con los años, se depuraron, adoptaron por fin una
forma. Los esperé con paciencia. Parece que debí estar bajo el
agua y luego a los tumbos como la gallina antes de conectarme
con los ciclos de la naturaleza, de echar raíces. La tierra es
la superficie firme sobre la que caminamos, pero también tiene
la capacidad de descomponerse en polvo… Lo duro contiene lo
blando. La novedad es que esa blandura se manifestó en mí y en
mi poesía.
Alicia Salinas con Yanina Audisio - Foto de Alexander
Zunini
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Alicia Salinas con Concepción Bertone, María Paula
Alzugaray y Carlos Piccioni
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Alicia Salinas con Maia Morosano y Lisandro González en
2017
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Alicia Salinas con Daniel Olivera
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11 — ¿A qué escritores no debiera uno morirse sin haberlos
leído, y porqué?
AS —
Ay, suena muy fuerte dicho de esa manera… A pesar de haber
transitado por la academia con toda su estructura y prescriptiva
creo en el autoconocimiento, en los caminos propios. Claro que los
poetas en tanto nos asumimos artesanos del lenguaje deberemos
conocer la materia con la que trabajamos, además de saber
quiénes son nuestros predecesores y pares, con quiénes
dialogamos, a quiénes vamos a desafiar o subvertir. En ese
sentido, yo me nutro de diversas voces y hay algunas con las que
me identifico más, que me han marcado y abrazo, pero no porque
vaya a escribir en su línea. Son los maestros y las maestras
elegidas de un camino con vericuetos, más exploratorio que
sistemático.
Más joven he leído mucho —casi todo en poesía y teatro— de
Alejandra Pizarnik, Federico García Lorca, Alfonsina Storni;
siempre vuelvo a Roberto Juarroz, Joaquín Giannuzzi, Paco Urondo
y Juan L. Ortiz. Me inclino ante los poetas italianos,
especialmente Eugenio Montale y Cesare Pavese (adoro también su
narrativa); y ante algunas potentes voces norteamericanas: desde
E.E. Cummings y Emily Dickinson a Anne Sexton. Rescato las obras
de las argentinas Celia Fontán y Claudia Masin, a quienes
admiro. Me resuena y convoca Octavio Paz.
¡Pero estaría dejando
afuera a tantos! Una rápida enumeración de lecturas que he
disfrutado y me aportaron tantísimo: en poesía, Arthur Rimbaud,
Charles Baudelaire, Rainer Maria Rilke, Walt Whitman y los
argentinos Olga Orozco, Juan Gelman y Jorge Boccanera; en teatro
Sófocles, Shakespeare, Chejov, Beckett; en narrativa, William
Faulkner, Albert Camus, Roberto Arlt y, por supuesto, Franz
Kafka, León Tolstoi. Como se decía antes en la radio:
“Ampliaremos”. ¡Que así sea!
Alicia Salinas con Vanina Israel
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Alicia Salinas con Mate Sullivan, Dante Taparelli y
Patricio Raffo en 2018 - Foto de María Paula Alzugaray
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Alicia Salinas con Raquel Jaduszliwer, Patricia Díaz
Bialet, María Rosa Maldonado, Alfredo Luna, Ana Guillot, Alicia
Pastore, Beatriz Arias, Gustavo Tisocco, Daniel Arias, etc.
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Alicia Salinas con Antonio Cisneros en 2012
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12 — ¿Pocas pulgas, Grandes dotes, Numerosos cargos, Notable
versatilidad o Altos ideales?
AS
— Ojalá sean altos mis
ideales y en las prácticas se traduzcan. Que no tenga miedo de
sacudirme las pulgas, porque eso significará que no resulto
condescendiente frente a lo que me daña o disgusta, que le puedo
poner un límite (probablemente el gran aprendizaje a transitar).
Es posible que lo versátil me caracterice o haya caracterizado,
de hecho desde niña tengo hiperlaxitud, léase facilidad para
estirarme y rotar las articulaciones. El cuerpo da una pauta,
hay que ver que no le ganen la estructura, el enfoque excesivo,
la rigidez de la mente. Como decía más arriba, debí dar rodeos y
tomar desvíos para anidar y afirmarme en casi todos los frentes,
en especial en el camino hacia lo artístico. De allí puede
provenir la configuración de un escenario de abundantes tramas,
algunas superpuestas, lo que ahora se llama multitasking.
Pero hay un denominador común en esta ecuación: la palabra, la
comunicación, el ir hacia los otros para buscar, encontrar,
completar, crear un sentido. El resto son los movimientos que se
despliegan en distintas direcciones, los intentos, las
exploraciones, los estrépitos… Si en algún lugar residen las
dotes es en la intención de emprender un vaivén, de pulsar un
ritmo.
Lo que quisiera más allá de estas pruebas y errores propios del
arte y de la vida, es seguir habitando la casa de la poesía. Que
desde allí pueda parar la olla, tomando una expresión popular,
se presenta más complicado. En consecuencia, me vislumbro en el
ejercicio de otras actividades, además de la lectura y la
escritura, a las que el mercado les asigne un valor; quiera el
universo que tales tareas estén siempre pespunteadas por el hilo
de la palabra. También me encantaría que hiciéramos del poético
un oficio sustentable —en lo colectivo, más allá de las
individualidades—, porque no sólo nos situaría como trabajadores
sino que sumaría una gran potencia en términos sociales,
culturales.
Alicia Salinas con Rodolfo Alonso, Eduardo D'Anna, Héctor
Berenguer, etc.
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Alicia Salinas con Soledad Savica y Mariano Santinelli
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Alicia Salinas con Vanina Israel y Ana Lafferranderie
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13 — ¿Qué hábitos ajenos te resultan detestables y cuáles de
los propios deplorás?
AS
— La neutralidad me resulta
tan detestable como peligrosa; más que antes me irritan los
vectores pusilánimes, el abuso del poder y la confianza. Por
supuesto, reniego de la violencia en todas sus formas, cual sea
el rostro o la máscara que asume o la apaña. De mí me disgusta
cuando me vuelvo demasiado severa o demasiado insegura, dos
polos que parecen opuestos pero conviven, incluso a veces frente
a la misma situación. Dicen los que saben que se trata de
integrar la sombra, de aceptar… ¡Ay, si se pudiera aceptar sin
resignarse y encima operar un cambio verdadero, qué lección tan
luminosa atesoraría(mos)!
Tuve un hábito que
llegué a deplorar porque hacia el final me dominaba y no lograba
librarme de él ni queriendo desde el fondo de mi corazón: fumar
tabaco. Por suerte a los treinta y seis años, luego de veintidós
de consumir cigarrillos casi a diario, apagué la última colilla.
Fue un esfuerzo de la voluntad y agradezco sostener esta
decisión. Hoy miro el celular más de la cuenta y me preocupa que
roce lo adictivo estar tan pendiente de él. No obstante valoro
que se haya transformado en una puerta de acceso a materiales
que de otra manera no leería, sobre todo en las noches de
insomnio, cuando la casa por fin reposa. Debo pedirle una cita a la Justa Medida, pero al
menos para mí es una señora bastante escurridiza. Quizás con los
años nos veamos más seguido.
Alicia Salinas con Mauricio Kartum
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Alicia Salinas con Maximiliano Conforti en 2017
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Alicia Salinas con Paulina Aliaga y Javier Magistris
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14 — El poeta y
periodista bonaerense Osvaldo Aguirre una vez le preguntó al
poeta santafesino Hugo Gola (1927-2015) en un diálogo que, como
éste, se realizó a través del correo electrónico: “¿Cómo
se propone el trabajo sobre el espacio del poema, sobre el
blanco de la página?”
Y vos, ¿cómo te proponés el trabajo sobre el espacio del poema,
sobre el blanco de la página?...
AS
— Para
mí es importante el blanco a la hora de leer un poema. Por eso
me perturba la pantalla del celular en tanto pierdo la
disposición gráfica; la dimensión del poema, los versos y las
palabras insertos en un espacio, en un plano. Al momento de
escribir no puedo considerar todo esto en forma plena, como está
aflorando el texto se juegan otras cosas además. Pero en la
reescritura sí le voy a prestar más atención, aclarando que
practico la escritura definitiva en la computadora o en un papel
impreso. No tomo decisiones finales sobre poemas que figuran en
cuadernos, papeles, agendas, aunque antes de pasarlos a formato
digital los haya editado. En el último tiempo prefiero tipiar
los manuscritos y dejarlos agrupados en archivos de Word
por períodos, para más tarde leerlos, releerlos o corregirlos.
Esta es una modalidad adquirida con los años: en cambio, con los
materiales que desde la adolescencia surgían a borbotones llené
varias carpetas. Entonces no tenía una PC a mano para
digitalizarlos ni cabal conciencia de aspectos técnicos que
luego incorporé, en términos de recursos pero también de
preocupaciones y posicionamientos.
En suma, la última versión del poema —aunque sea
provisoria— reside siempre en la computadora. No escribo en el
celular, y debe estar relacionado con la posibilidad de apreciar
la forma que ocupa el poema en el espacio, en el blanco.
Alicia Salinas con Pablo Bilsky en 2017
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Con Marisa
Canut Guevara en el Espacio de Memoria y Promoción de los
Derechos Humanos Virrey Cevallos(2018)
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Alicia Salinas en una escuela, con talleristas y asistentes
a cursos de capacitación en artesanías, en 2018
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15 — A menos de una década de tu participación —quizá la
única fuera de nuestro país, no sé— en el Encuentro de
Escrituras de Maldonado, Uruguay, ¿qué nos podrías trasmitir
respecto de su desarrollo, sus características, los otros
participantes…?
AS
— Asistí
al cuarto Encuentro de Escrituras por invitación del poeta
uruguayo Luis Pereira Severo, que en ese momento estaba en
la Dirección de Cultura del Municipio de
Maldonado. Nos habíamos visto por primera vez dos años antes en
el Festival Internacional de Poesía de Rosario, del que ambos
participamos, y desde entonces somos amigos. Además de la
intendencia, actuaba como entidad organizadora el CERP (Centro
Regional de Profesores) del Este.
Todo lo vivido durante aquellas jornadas de septiembre de
2009 en Punta del Este y Maldonado fue una hermosura. Tomé
contacto con muchos escritores con quienes a lo largo de los
años nos hemos seguido encontrando y compartiendo experiencias
literarias y de vida: los uruguayos Alfredo Fressia (vive en
Brasil), Inés Trabal, Alejandro Michelena, Elder Silva, Mali
Guzmán, Ignacio Fernández de Palleja, Damián González Bertolino
y Gabriel Di Leone; los argentinos Mónica Sifrim, Horacio
Fiebelkorn y Jorge Montesino (nacido en Entre Ríos, residió
durante unos cuantos años en Paraguay y ahora en Tucumán). Tuve
la oportunidad de conocer al poeta peruano Antonio Cisneros,
quien fallecería en 2012, y a la hija del poeta español Rafael
Alberti, Aitana, quien había llegado desde Cuba.
Fueron días movidos y fructíferos, junto al mar y rodeada
de poetas, narradores, dramaturgos —éramos treinta y tres en
total, provenientes de seis países— tejiendo afinidades desde la
fraternidad que generan este tipo de encuentros. Leímos en
distintos ámbitos, escuelas, liceos, bibliotecas, en
la Casa
de la Cultura;
departimos hasta largas horas al borde de la noche y seguramente
de alguna bebida espirituosa. También hubo mesas redondas,
conferencias y presentaciones de libros, siempre bajo un
temporal que se cernía sobre nosotros, valga decir “contra
viento y marea”. La literatura nos abrazó tanto como las
pequeñas manos de la lluvia, aunque las haya más pequeñas (“Nobody,
not even the rain, has such small hands”, susurra Cummings).
Alicia Salinas con María Kodama
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Alicia Salinas con Isabel, su hija, y con Daniel Molero
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Con su hija, y con un
integrante de una comparsa en el carnaval de Montevideo,
Uruguay, 2013
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16 — De aquí y de allá transcribiré unas citas. Mi invitación
es a que nos cuentes cuál más te estimula:
Federico Jeanmaire (de su
novela “Papá”,
Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 2003):
“...se me hace que la escritura, al igual que la vida,
resulta perfectamente incapaz de responder a ninguna otra
cuestión que no sea su propia posibilidad de existir. La
escritura, esa cosa tan perfectamente incapaz, al igual que la
vida, de responder a ninguna otra cuestión que sea su precaria y
angustiosa necesidad de ser.”
Antonio Machado:
“El
poeta es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos;
entendámonos, de peces que puedan vivir después de pescados.”
Julio Cortázar: “Lo literario resulta de combinar
heterogeneidades en potencia con heterogeneidades en acto.”
AS
— Me identifico
más con la frase de Machado, por varios motivos. Además de que
brilla en su brevedad, destaco la figura del pescador como
alguien que trabaja, que desarrolla una tarea, la cual puede ser
accesible a cualquiera (no hablamos de ejercer como astronautas
en una nave despresurizada ni de emprender algo exótico). Solo
hay que tener para el hallazgo cierta habilidad, maña o arte que
trascienden incluso lo que llaman talento.
Si bien no me gustan
demasiado las definiciones tipo “la poesía es…”, “el poeta es…”,
veo que aquí se traduce esa esencia en una búsqueda, en el orden
del movimiento, del hacer, del discernimiento. Porque puedo
pescar un pez común y corriente pero, mal que me pese el trabajo
o el tiempo que me ha llevado encontrarlo, deberé devolverlo a
las aguas. En cambio, el objeto artístico es en realidad un
organismo vivo, y sobre todo capaz de vivir, cuya vitalidad no
se apaga en la instancia del encuentro sino que sigue resonando
en los otros después y quizás siempre. Yo también resueno: la
poesía, de todos y para todos; la poesía, el pescador, el río y
la red…
Alicia Salinas - Foto de Carlos
Aprea
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Alicia Salinas con Isabel, su hija en 2017
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*
Alicia
Salinas selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
16.
duelen las
uñas de mirarme a los ojos y me callo anclada en los lodos
malos de la patria
sin plata ni río todas las horas
que en vano te esperé país
sin
que te quedaras ¿dónde más voy a ir?
me duelen las
lenguas no doy más no me dan pido pan pido paz me
caigo de las nubes no llego nunca al cielo hundida en esta
desaparición en esta tierra que me olvida.
(de “La sumergida”)
*
Ama de casa
Cocer la masa, excusa
para golpearla antes,
retorcerla
como al cuello de la
gallina sacrificada,
a la trenza de una hija
pequeña.
Cocer la masa, epílogo
de mazazos que derraman
harina
en toda la alacena.
Marcas dejan,
como las caricias del
hombre de la casa.
Cocerla y ver su forma
henchiéndose caliente,
torturada
por perder su condición
de cosa cruda.
Por la tarde, servirla
en un plato con flores
pintadas en la losa
blanca. El té
hirviente sobre el
mantel de lino.
Y que admiren mis
serenos modos
de revolver
con la cuchara el
azúcar.
(de “Gallina ciega”)
*
El color
de las luces
Tan
fácil nombrar las cosas sin nombre,
¿pero qué palabra del aire o de la tierra
dar
al cuenco de tus manos?
Pasa algo sin existencia en el lenguaje.
Lo
verdadero se revela.
Me
inclino.
Llovizna sobre las mieles
del
verano. Y no aparece
esa
palabra.
Para qué explicar
el
color de las luces
si
por fin relumbran.
Bajo su halo, en silencio,
esperaré
a
que termine la lluvia.
(de “Tierra”)
*
Níspero
Del
jardín algo cesa.
Al
camino de grava
percude el césped
en
su conquista del espacio.
Quizá convenga
el
próximo desbarajuste.
A
veces las apuestas fracasan
y
se impone comenzar de nuevo.
Como la efigie de un níspero,
pequeño y áspero, tras una verja
ajena. Fuente de los alquimistas
que
desata los nudos.
(de “Tierra”)
*
Con ojos
de niña
La
cofradía verde de los árboles
vuelve a enamorarme. Esas copas
acompañándose como al compás
de
una mazurca de Chopin
son
las del barrio obrero de la niñez.
Toda la familia estaba viva
y
dispuesta.
Hablo de las ramas
cuando se entrelazan
como la sangre.
De
las cosas que uno se olvida
o
ni siquiera conoce.
Y
aun así sostienen el nido,
entibian un gorjeo.
(Inédito)
*
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Alicia Salinas en 2013
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Alicia Salinas - Foto de Maximiliano Conforti
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300
kilómetros, Alicia Salinas y Rolando Revagliatti, diciembre
2018.
www.revagliatti.com
Además
de los mil ejemplares impresos de “Somos centellantes”,
el material se puede descargar gratuitamente desde el siguiente
link:
https://issuu.com/fanzinesyplaquetas/docs/somos_centelleantes_dispositivos
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