Alberto a. Arias: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Alberto a. Arias
nació el 23 de febrero de 1954 en la ciudad de 9 de Julio,
provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la ciudad
de Florida, en la misma provincia. Entre 1972 y 1977 participó
en grupos teatrales y literarios. Fue director de la revista
“Poddema”. Integró entre 1979 y 1987 el Grupo Surrealista Signo
Ascendente. Es parte del Colectivo Signos del Topo, que
administra
www.signosdeltopo.blogspot.com
y dirige la revista homónima, además de libros, plaquetas y
afiches. Desde 2007 ha difundido por las redes artículos, poemas
y pronunciamientos artísticos, culturales y políticos. En la
edición de las “Obras
(1923-69)” se va materializando su labor de recopilación y
ordenamiento de los textos del poeta Jacobo Fijman. Desde 2010
está abocado a la recopilación y difusión de la obra y la acción
política de la revolucionaria socialista e internacionalista
Rosa Luxemburg. Para ello ha fundado, junto con Danara Borge, el
Espacio Rosa Luxemburg:
www.espaciorosaluxemburg.blogspot.com.
Poemas, notas y artículos de su autoría se han divulgado, entre
otros, en los siguientes medios: revistas “Cultura”, “Show”,
“Poddema”, “Signo Ascendente”, “Crisis” (2da. época),
“Clepsidra”, “Hojas del Caminador”, “En Defensa del Marxismo” y
“Signos del Topo”, así como en los diarios “La Voz”, “La Razón”,
“El Tiempo” (de la ciudad de Azul), “El Tiempo” (de la provincia
de Tucumán), “Río Negro” (de la provincia de Río Negro), en los
periódicos “Madres de Plaza de Mayo”, “Nueva Presencia”, “Prensa
Obrera”, “La Estación”, “Redes Norte”, “Cuentos y Poemas” y en
los boletines “Arte y Revolución”, “Garabatos” y “Lucharte”.
Además de en los cuadernillos “Contra el Imperio de la Guerra”,
“Los ríos”, “Arco voltaico y Sitio de cuatro vientos”,
“Equívocos frente al arte”, su quehacer se difundió en
“Los sueños” (con el
artista Luis Morado; edición artesanal, firmada y numerada,
formato caja), en el volumen de relatos
“Las muertes” y en
los poemarios “Himnosis,
1” (antología), “Lo
(19 poemas)”, “Actas
del Hoambre”,
“Primeros poemas (1974-79)”,
“Poemas de Lo” y
“Gretel, un día un año”
(Libro 1 de “Las
Soleónicas”, en 2019).
Alberto a. Arias en 2020
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Alberto a. Arias con Carlos Eduardo Gallegos y Alberto Luis
Ponzo en 2002
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Alberto a. Arias en 2020
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1 —
¿Empezamos a conocerte, Alberto?...
AA — Antes de remitirme al pasado comentaré sobre
el “presente”. Durante los últimos años hubo una cantidad de
sucesos en mi vida que me impidieron dedicarle todos los tiempos
y esfuerzos a mis pasiones: la poesía —entendida como
actividad del “qué-hacer-soñar-desear”— y el arte, la
cultura y la política —entendidos como ámbitos de la lucha
emancipadora de las clases explotadas y oprimidas bajo el
capital, en pos de la revolución proletaria, el socialismo y la
libertad.
Desde este presente, desde donde me juzgo sin
autocomplacencia, al revisar el conjunto de lo hecho y escrito
noto que no es poco lo concretado desde mis veinte años, a pesar
de algunos extensos lapsos de silencio, a veces “natural” y
elegido, a veces forzado por el carácter social de nuestras
vidas. También veo que, desde mi adolescencia hasta la
actualidad, tanto los temas, preferencias y obsesiones como, por
así decir, el “rumbo” que tomaron mis escritos y composiciones,
desenvolvieron su marcha por esta trifásica banda de Moebius
elegida a gusto: el amor, la poesía, la libertad (aunque con
desvíos, tropiezos, enredos y a veces patéticos extravíos en el
bosque sombrío que, según la temporada y sus meteoros de
inclemencia, algún árbol supuestamente “maravilloso” me
ocultaba).
Amor, poesía, libertad, es decir: lo que el
surrealismo eligió como “objeto y causa” del deseo; ese norte
que a todos sin excepción nos excede (a los individuos, al
surrealismo y a la revolución proletaria socialista incluidos),
en el sentido en que debe entenderse, como bien lo dice André
Breton refiriéndose a la libertad, más como una “fuerza” que
como un “estado” —y, agrego, más como un multiverso en expansión
que como una burbuja cerrada y “autosuficiente”.
Alberto a. Arias en 1976
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Alberto a. Arias en El Argentinazo de la crisis de 2001
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2 — ¿Y el pasado?...
AA
—
El
“pasado”... Veamos, Rolando, algunos números y ciertas
determinaciones. Nací en la ciudad de 9 de Julio, en la
provincia de Buenos Aires, el 23 de febrero de 1954. Pero no
tengo patria, soy internacionalista. Mi matria/patria deseada,
que debería concretarse en este siglo 21, es la Internacional
proletaria y socialista, que debería ser fundada, expandida e
instalada en el mundo entero si queremos que sea auténtica y
triunfante; es decir, si deseamos que la humanidad (a la fecha,
más de 7 mil millones de habitantes) tenga alguna esperanza de
salir de su “prehistoria”. Mientras no exista, me sentiré
inevitablemente ‘apátrida’ y ‘amátrida’. Vale aclarar: esta
Internacional jamás debiera ser un “aparato” sino la asociación
más masiva, ágil, igualitarista y efectiva posible, en función
de la humanidad deseable.
Soy el tercer hijo de una pareja que tuvo cinco; los tres
primeros, varones, luego, dos mujeres. Mi padre tuvo otros dos
hijos varones con su segunda esposa, Isabel. El mayor de mis
hermanos, Alejandro, se suicidó a los veinte años (cuando yo
tenía quince). Una de mis hermanas, Laura, falleció en junio de
2019. Con mi hermana y hermanos sigo en contacto —la relación
con ellos es a veces asidua e intensa, a veces esporádica. Ellos
son Aníbal, Felicitas, Pedro y Nicolás.
El amor fundamental brindado por mi madre, Dora, es lo
que me ha permitido llegar a la sexta década de vida; su
fragilidad y situaciones personales fueron compensadas por
virtudes que dejaron huella en mí: a su sensibilidad sumaba su
interés por la lengua y la buena literatura; de hecho, fue ella
uno de mis primeros lectores y se mostraba interesada en lo que
hacía poéticamente. De mi padre, Hipólito, conservo el recuerdo
de numerosos viajes felices y experiencias campestres y sociales
(en relación con su ocupación como ingeniero agrónomo), así como
políticas, positivas y optimistas. Otras personas de mi familia
(especialmente una tía y un tío paternos) también han jugado un
rol decisivo en mi desarrollo, aunque no pude agradecérselos a
tiempo.
En mi infancia, pubertad y adolescencia hay muchos
momentos memorables: temporadas en el campo y en los aires
libres; los juegos y los deportes y sus peripecias; las novias y
los abrazos y los aromas de la eternidad; los
“amigos-para-siempre” que luego hemos de perder; las pequeñas
travesuras vividas como enormes aventuras; los cielos
absorbentes donde nacen las nubes; los mares y los campos
infinitos donde el ser se agiganta; los primeros versos leídos;
mis primeros escritos; luego el teatro y el arte... y ¡tanto
más!
Pero en este periodo temprano (sobre todo en la niñez) ha
sido quizá demasiado importante la presencia del pesado
conflicto intrafamiliar y mi deseo y modo y esfuerzos por salir
de allí, cosa que queda patente en mi poema “La fortaleza” (“–Fue
entonces que construí acá mi primera fortaleza”). También lo
maravilloso, los variopintos conflictos, el descalabro, la
fantasía y la intensidad amorosa de mis primeros años aparecen
patentes, a veces de soslayo, en muchos de mis poemas y
narraciones. Pero sobre todo aparecen casi concentrados
en “Gretel, un día un
año” —aunque el propósito consciente de esta obra no haya
sido en absoluto autobiográfico.
¡Ay, la adolescencia! Es en este periodo donde todo hace
eclosión “rimbaudiana”. Mis primeras e intensas lecturas
poéticas tempranas que me dejaron su huella fueron: Gustavo
Adolfo Bécquer, Antonio Machado, León Felipe y Walt Whitman en
la pubertad y primera adolescencia; luego, César Vallejo,
Oliverio Girondo, Dylan Thomas, Jacobo Fijman, William Blake,
Novalis, Friedrich Hölderlin, Gérard de Nerval, Antonin Artaud,
Conde de Lautréamont, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud,
Guillaume Apollinaire: Con semejante dosis en poco tiempo, ¿cómo
no sentirse impulsado a bailar al borde del abismo como un
galápago enamorado de las ánades que prometen llevarte por
los cielos con la condición imposible de cumplir: no abrir la
boca? (me refiero a la fábula de las ánades y el galápago, del
libro “Calila y Dimna”).
A continuación: William Shakespeare, Alfred Jarry,
Bertolt Brecht, Marcel Schowb, Pierre Reverdy, Georg Büchner...
Luego: André Breton y los surrealistas, Karl Marx y los
marxistas, Sigmund Freud y algunos freudianos, sin olvidarme de
unos prematuros Charles Fourier y Georg Ch. Lichtenberg... Pero
todo ello leído a menudo abarrotadamente y no siempre en
profundidad, sin darme mucho tiempo para la mejor asimilación de
tantas cuestiones teóricas y prácticas de las que de algún modo
me sentía partícipe pleno y que me proponía encarar y quizá
—aunque sea para mí mismo— en buena medida resolver.
Hay también algunos narradores leídos en esa época que me
dejaron “qué desear”: Ray Bradbury, Horacio Quiroga, José
Revueltas, y algunos “clásicos”, entre muchos otros.
En fin: un multiverso al que se ingresa “iniciáticamente”
para tratar de pisar, volar y nadar a placer por este mundo que
nos toca y nos golpea y nos subleva y nos hace morir de vida
“supervivida” –Ah, sí, el exceso de sensaciones que buscan su
centro, el cúmulo de interrogantes que buscan sus respuestas y
verdades, el acopio de experiencias que quieren construir
realidades nada fáciles de conciliar y concertar con este mundo
“donde reinan Eros y Tánatos y sus ejércitos de Bienmalos y
Malbuenos metiéndosenos hasta en los tuétanos —que nos tornan
seres casi incomprensibles e intolerables—, que nos atraviesan
hasta bienmatarnos mientras nos malviven en su ‘otredad’…”
(palabras de un poema inconcluso).
Solamente años después pude ya desear y concertar
lecturas más variadas y de autores no “inevitables” sino más a
tono con nuevas búsquedas y una saludable apertura en abanico:
los poetas Miguel Hernández, Juan L. Ortiz, Agustín García
Calvo, Ángel Crespo, Mario Satz, Julio Huasi, por nombrar
solamente algunos poetas disímiles y en castellano a quienes aún
leo con placer (élan singulares, confluencias pasionales,
afinidades electivas). Estoy hablando exclusivamente de
preferencias y atracciones, entre múltiples y variadas lecturas.
Buenos poetas y buenos poemas, de hoy y de ayer, abundan.
Definiendo entonces ese periodo tan complejo cuan
pletórico que es la primera juventud, digo: aquí hay como una
ruptura y a la vez continuidad con algo que apareció en
mi adolescencia: la vocación poética. Sin entrar a
discernir de qué se trata ese algo, afirmo que desde ese
momento quise y supe que mi vida estaría atravesada por la
poesía —al menos como la empezaba a entender: inseparable del
amor y la libertad. “Idealizaciones” incluidas y jamás
renegadas, más bien “materializadas” de facto, esa ha
sido mi “guía práctica”.
Empecé un periplo de búsquedas grupales en torno del
teatro y la poesía. Y fue entonces que me dirigí un poco ciego a
la búsqueda de algún “remedio” para lo que entonces creía que me
aquejaba: una insatisfacción profunda ante el mundo personal,
familiar y social; es decir: el mundo entero. La cruel sociedad
de privilegios, posesiones y explotación en la que vivimos nos
da razones de sobra para colocar afuera toda la ira que algunos
cargamos desde la edad en que “no se sabe que no se sabe”.
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Alberto a. Arias con Pablo De Cruz, Osvaldo Cucagna y Cecilia
Heredia
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Alberto a. Arias en 2001
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3 — Así que el teatro y la poesía.
AA — Sí, yo diría la etapa pre-surrealista. Hacia
1972, mi primigenia búsqueda poético-teatral, pseudo artaudiana,
me había conectado con Alberto Muñoz, con quien establecimos,
durante un par de años —que parecieron décadas, como suele
suceder a esa edad—, una fuerte amistad creativa.
Como pequeñas grandes aventuras previas a mi periodo (o
pasaje) pleno en el surrealismo debo mencionar también —corría
1974— mi ingreso a una experiencia colectiva teatral que se
llamó Centro Cultural Alternativo, heredero de la Comuna Baires.
Tenía yo veinte años. Publicábamos la revista “Cultura”, que
salíamos a vender cada noche en la puerta de los teatros y
cines. Prácticas dramático-teatrales y buenas lecturas (Jerzy
Grotowski y otros) son lo rescatable de esa experiencia. Además,
compartimos momentos inolvidables con Graciela Masetti y Luis
Morado, amigos con quienes aún hoy, habiendo sorteado todas las
difíciles peripecias de estas décadas, seguimos encontrándonos
y, en lo posible, interviniendo creativamente en los ámbitos en
que coincidimos. Salvando esto tan importante, una atmósfera
recalcitrante de secta autocomplaciente y psicológicamente
desequilibrada casi nos asfixia a todos los que pasamos por esta
distorsionada “comuna”.
En ese momento concertamos un “matrimonio” legal con mi
pareja de entonces (juntos integrábamos la susodicha “comuna”),
con la sola intención de ayudarme a escapar a la obligación de
hacer el servicio militar, de donde sin duda (de eso estaba
seguro) no saldría con vida, dada la situación política del
momento (transcurría 1974) y mi incapacidad para tolerar órdenes
de ese estilo. (Dicho sea: ¡no hay palabras suficientes, ahora
lo sé, para agradecerle a mi compañera de entonces, Claudia, ese
gesto que también “me salvó la vida”!)
Tanta crisis sin resolver, más una situación familiar muy
dolorosa, hicieron que me escapara al campo. Ya separado de mi
pareja, en 1975 me fui a Pergamino. Allí viví con mi padre, su
esposa y mis dos hermanos menores, e hice trabajos en una quinta
productiva que ellos sostenían. Comencé a trabajar en la
imprenta de la ciudad y a participar en el Grupo Literario
Pergamino, para el que redacté un Manifiesto, que fue publicado
en la principal revista de la ciudad. Conocí a militantes del
Partido Socialista de los Trabajadores (“morenista” —por Nahuel
Moreno) y me interesé por primera vez en el marxismo, en el
trotskismo y en la “revolución permanente” (aunque las primeras
lecturas surrealistas y vallejianas ya me habían aproximado
sumariamente a un básico socialismo revolucionario).
Alberto a. Arias en 1975 o 1976
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Alberto a. Arias en 2016
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4 — Y después del ’75, al año siguiente, ya sabemos,
el golpe cívico-militar.
AA — Fue a pocos días del golpe (a mediados de
abril, creo) que viajé a Buenos Aires, abandonando Pergamino. El
partido me había dado como tarea traer al local central (con mis
veintidós años, recién incorporado, militante nada preparado, y
a solo días, como dije, del golpe criminal), en el barrio de
Once, una buena cantidad de materiales políticos. Ahí tenemos
una muestra de la frágil concepción política y de la errónea
caracterización del golpe del general genocida Jorge Rafael
Videla por parte de dicha corriente política. Llegado a las
puertas del local, esperando que abriesen (había blindaje y
hombres armados custodiando desde adentro el local) se acerca un
coche con cuatro tipos adentro; me llaman, y con total
inconsciencia me estaba acercando a ellos. Al tiempo que estos
sátrapas me preguntaban “¿Se hace la Escuela de Cuadros, no?”,
desde el local dieron un grito que me salvó la vida, ordenándome
que volviera inmediatamente. Hoy probablemente estaría en la
lista de las decenas de miles de secuestrados-desaparecidos.
Fue entonces que conocí a Marcelo Gelman, con quien
comencé una tan intensa como frustrada amistad, truncada
salvajemente por la dictadura cívico-militar genocida, que lo
secuestró, torturó y asesinó, junto con su compañera Claudia
(María Claudia García Iruretagoyena), de 19 años y embarazada de
seis meses.
Como verás, estos hechos que vienen insistentemente a mi
memoria y nos “marcan”, funcionan como determinantes que nos
hacen hacer una cosa u otra, elegir esto o aquello. Se trata,
sí, de estados de “excepción” medularmente vividos que al fin
constituyen la “norma” y la “savia” misma (sean las
circunstancias tristes y terribles, o sean esperanzantes y
propiciadoras de grandes luchas) de los días que vendrán.
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Alberto a. Arias en 2015
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5 — Tuviste tu etapa surrealista.
AA — Surrealista: califico así este periodo, a
sabiendas de que mi vínculo militante con el surrealismo como
movimiento abarcó, estrictamente hablando, “apenas” unos
ocho años de mi vida y de mi actividad poética, cultural y
política. ¡Y qué años tan intensos!: de 1979 a 1987. Cabe esta
aclaración: “vínculo militante” significa que establezco una
distinción, que me parece corresponde, entre la actividad
práctico-teórica, es decir: la praxis del surrealismo en la
forma de una militancia concreta en el movimiento internacional
surrealista (en este caso en la forma de un grupo activo en la
Argentina) y mi interés profundo, que aún perdura, por el
surrealismo y todo aquello que éste representa ante mi deseo (a
propósito no digo “ante todos nosotros”): la lucha irrenunciable
por la libertad, el amor, la poesía, la revolución emancipadora,
la superación de la prehistoria humana y de la “civilización
bárbara”.
Por lo tanto, y para no extenderme, puedo concentrar
algunos datos, sirviéndome de testimonios valiosos sobre este
periodo vivido por los jóvenes artistas que constituimos
entonces el grupo surrealista Signo Ascendente y que levantamos
sin dudar, y bien altas (así en “las habitaciones poéticas,
en los grandes espacios abiertos del amor, la desesperación, el
placer, la esperanza, el olvido, la acción y el sueño” {de
«En la noche ciclotrónica», en la edición final de
“Primeros poemas
(1974-79)”}…
como en las
calles, plazas y barricadas) las banderas del surrealismo y la
revolución, el lema “amor
poesía libertad” y la esplendente consigna
“transformar el mundo,
cambiar la vida”.
En 1979 tomé la iniciativa de editar “Poddema –
Publicación periódica para la actividad poética independiente”.
Apareció con fecha julio-agosto de ese año terrible. La “función
surrealista de Poddema” (si cabe decirlo así) en ese momento
histórico es muy bien descrita por Silvia Guiard en un magnífico
y sucinto testimonio (“Buenos Aires: El surrealismo en la lucha
contra la dictadura”, 2006), con estas palabras:
“Es en 1979 cuando un núcleo —ya muy reducido con
respecto al grupo original— cruza la línea que separa el hecho
de estudiar el surrealismo de la decisión de asumirlo como
aventura propia. Dos hechos jalonan esa transformación. En
agosto, la aparición de “Poddema” 1: editada por
iniciativa de Alberto Valdivia, esta primera revista —cuyo
nombre proviene de un libro de Henri Michaux— cuenta con la
colaboración de otros miembros y amigos del grupo (Silvia
Grénier y Luis Yara) y es adoptada por todos. En septiembre, la
primera intervención pública colectiva: la lectura de textos
propios, precedidos por palabras de André Breton, en un festival
de la Comisión por la Reconstrucción del Centro de Estudiantes
de Filosofía y Letras (Crecefyl) en el Club Villa Malcolm, del
barrio de Villa Crespo”.
Cabe aclarar que, dada la época que atravesábamos, Silvia
Grénier y Luis Yara eran los necesarios seudónimos de la poeta
Silvia Guiard y del artista Luis Morado; yo firmaba Alberto
Valdivia.
Así que es justo referirse a “Poddema” (donde incluso en
1979 reivindicaba públicamente el manifiesto Por un Arte
Revolucionario Independiente, al que citaba como “de
Breton-Rivera”, eludiendo el nombre de Trotsky por razones de
seguridad), como una publicación poética-artística señera y de
vanguardia, aparecida en pleno periodo dictatorial, capaz de
canalizar un valioso esfuerzo por quebrar la losa del silencio…
Inmediatamente, este esfuerzo se manifiesta concretamente en la
formación de Signo Ascendente, un grupo surrealista militante
que surgió influido “en vivo y directo” por dos vertientes
revolucionarias: la del surrealismo propiamente dicho, y la del
marxismo (algunos éramos simpatizantes y otros militantes del
Partido Obrero).
El valioso testimonio recién citado es una fuente
privilegiada para conocer este periodo y las luchas emprendidas
por el grupo que conformamos.
Otro testimonio elocuente del valor de nuestro compromiso
surrealista lo encontramos en estos fragmentos de sendas cartas
enviadas desde París en 1981 y 1985 al grupo surrealista Signo
Ascendente aquí en Buenos Aires (cartas que quizá algún día se
las pueda dar a conocer; ahora no corresponde –es una cuestión
de respeto– que revele quiénes las firman porque, hasta donde
conozco, nunca tomaron estado público; se trata de dos miembros
del grupo surrealista de París):
“París, 29 de mayo de 1981 (…):
A la hora en que el surrealismo debe, a través del mundo,
enfrentarse con numerosas dificultades, es reconfortante ver
reanimarse su llama en un rincón del mundo donde ninguno de
nosotros podía razonablemente esperar verla rebrotar. El tenor y
el tono de su carta nos llevan solamente a deplorar que nuestras
relaciones no hayan podido entablarse más temprano… (…) No hay,
fuera de Praga y París, actividad colectiva propiamente
surrealista. (…) En el momento de cerrar esta carta recibo
‘Signo ascendente’…
(…) Espero que nada grave interrumpa la publicación de los
números siguientes…”
“París, 13/12/85 (…):
Compartimos enteramente vuestra convicción de que el
surrealismo no podrá nunca ser reducido a una pieza de museo en
una vitrina, ni a un insecto multicolor en una colección
entomológica, y menos aún a una momia egipcia en excelente
estado de conservación. Está vivo y lo seguirá estando mientras
en Buenos Aires, en París o en cualquiera otra parte existan
algunos espíritus lo bastante obstinados como para rechazar el
‘principio de realidad’ y creer en la afinidad electiva entre la
poesía y la revolución (…) … Ahora que han reorganizado el grupo
¿piensan retomar Signo Ascendente? Pese a sus límites, era la
única publicación surrealista del mundo entero…”.
Palabras tan contundentes provenientes de dos miembros
notorios del movimiento surrealista en París, testimonian la
importancia que tuvo, en plena época de la dictadura y la
transición “democrática”, el grupo que iniciamos al calor de las
necesidades surrealistas en la Argentina, es decir: necesidades
antidictatoriales y anticapitalistas, poéticas y liberadoras.
No sólo asistíamos e interveníamos en forma grupal en las
marchas, protestas y reuniones políticas, también colaborábamos
con los organismos de lucha por los derechos humanos y la
aparición con vida, especialmente con los Familiares de
detenidos-desaparecidos. En esos años, y durante bastante
tiempo, en algunas paredes del centro de Buenos Aires se pudo
leer la incitante consigna: “¡Fuera la dictadura! Movimiento
surrealista”.
Además del grupo original que conformamos durante varios
años con Alejandro Mael, Silvia Guiard, Julio del Mar y, luego,
con Josefina Quesada y Carmen Bruna, quiero mencionar a algunos
de los compañeros que compartieron, de un modo u otro y en
diferentes periodos (no necesariamente considerándose
surrealistas), tantas horas de lucha y actividad creativa: Luis
Mihovilcevic (quien en aquellos años se asociaba a nuestras
acciones y discusiones con su publicación expresionista “El
grito”), Cecilia Heredia, Juan Andralis, Sonia Rodríguez, Carlos
Marcaida, Gloria Villa, Juan Perelman, entre otros.
Alberto a. Arias y otros escritores en 1982
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Alberto a. Arias con Araceli V. Gómez, Daniel Mecca, Eugenia
Cabral, Silvia Castro, Eduardo Mileo, Javier Cófreces, etc., en
2016
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Alberto a. Arias en 2020
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6 — De tu labor al frente de una editorial, y hasta donde
la fui conociendo a lo largo de los últimos lustros, destacaría
la correspondiente a los poetas Jacobo Fijman y Alberto Luis
Ponzo.
AA — Al unir vos estos dos nombres, Fijman y
Ponzo, debo hacer una especie de pausa.
Mi búsqueda de Jacobo Fijman nace allí por los años
“iniciáticos” mencionados (1972), época en la que asistí al
Hospital Neuropsiquiátrico Borda, durante unas pocas semanas,
para participar con otros jóvenes de actividades solidarias y
creativas junto con los internados. Fijman había muerto dos años
antes. Como casi todos por esa época, tuve noticias de la
existencia de Fijman gracias a la revista “Talismán”, editada
por Vicente Zito Lema, cuyo primer número está dedicado
íntegramente a su amigo poeta. Mi “búsqueda” se va concretando
—a partir de entonces y a través de diversos hitos o
“hallazgos”— en un verdadero “encuentro” a través de las décadas
siguientes. Es largo y engorroso relatar todo lo sucedido en
dicho periplo. Basta decir que este largo periodo llega a
concluir provisoriamente al concretar el primer tomo de
las “Obras (1923-69)” de Fijman (que incluye todos los
poemas suyos que pude hallar). La primera edición de este libro
(la única por ahora) es de diciembre de 2006. Ya en 1998 había
publicado yo sus narraciones: “San Julián el Pobre
(relatos)”. En este momento está muy avanzada la preparación
del segundo tomo de la Obra (1923-69), que reunirá
relatos, ensayos y otras prosas y testimonios de Fijman.
Conocí a Alberto Luis Ponzo, si mal no recuerdo, en
1989. Fui hasta su casa en Castelar para consultarlo en relación
con la publicación que él había hecho de poemas de Fijman. Desde
entonces, y durante casi tres décadas, continuó nuestra profunda
amistad que dio múltiples frutos, sobre todo en la edición de
sus poemas. Falleció el 2 de mayo de 2017. Estaba por cumplir
101 años. Entre todos sus libros y plaquetas, y son muchos,
quiero destacar la antología que hicimos de buena parte de su
obra en 1996, intitulada “80 vueltas al mundo de todos los
días” (ese año cumplía sus 80). Se cuidaba mucho y bien de
la “estridencia literaria” y del embeleso de la
autocontemplación. Se entregaba a los demás y a los poemas
auténticamente, en un “hacer” poético a la vez íntimo y social
que le proporcionaba gran placer. Tiene, además, gran cantidad
de poemas realmente conmovedores, por su capacidad de
contemplación de los “pliegues” de la realidad interior-exterior
circundante, sea individual o colectiva. Todavía me espera, para
los próximos años (¡espero lograrlo!), la realización de una
edición que muestre con justeza su vasta obra y que sea fuente
de inspiración para otros poetas con búsquedas semejantes a la
suya. Con su compañera de toda la vida, Alba Correa Escandell,
ocupan en mí un lugar muy importante, porque fueron además una
ininterrumpida fuente de afecto, respeto, solidaridad y amistad,
de esas que son inolvidables.
Alberto a. Arias con Alberto Luis Ponzo y Cecilia Heredia en
2011
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Alberto a. Arias - Obras (1923-69), de Jacobo Fijman - Con
estudio introductorio de Alberto a. Arias
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Alberto a. Arias - Editor de San Julián el Pobre, de Jacobo
Fijman
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7 — Te propongo, digamos, un paréntesis “familiar”.
AA — En 1976 conocí a Cecilia Heredia y un año
después ya estábamos conviviendo. Ella modificaría mi vida para
siempre; es sin duda la persona más decisiva. Atravesamos juntos
estas décadas, y faltan palabras para contar las peripecias e
intensidad de lo vivido. Quiero resumirlo con las de un poema
escrito hace mucho: “… mujer, nave amorosa que guía el vuelo
errante de éste que soy, / de éste que fui siendo y que siéndolo
seré a tu lado…”. Hoy tenemos dos hijos, Julián y Emilio,
con quienes nos acompañamos permanentemente. Y ahora, también,
somos orgullosos abuelos de Lautaro y Tomás.
Cecilia apoyó y compartió muchas de mis actividades
artísticas, poéticas y políticas anteriores. Estos últimos años
integró también el colectivo Signos del Topo. A la fecha,
estamos comenzando a preparar una muestra del fruto creativo de
estas décadas juntos. La denominamos “amor poesía libertad” y
estará constituida por un libro y una muestra o exposición de
carácter –así lo esperamos– más o menos itinerante. Ahora mismo
está ocupándose en la preparación de un par de pequeños libros
con cuentos para niños que escribimos y que ella ilustró. La
obra plástica y el mundo de Cecilia deberían revelarse aún más
ampliamente que lo que lo han hecho hasta ahora. En nuestra
juvenjez, en nuestra vejentud, esperamos juntos seguir poniendo
leños ardientes a la creación y la actividad poéticas, que son
siempre inevitablemente crítica social y humana para la
transformación del mundo.
Alberto a. Arias con su familia en 2019
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Alberto a. Arias en el Gran Transparente de Duchamp (2008)
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Alberto a. Arias en 2020
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8 — Toda una
militancia.
AA — “Transformación del mundo”, acabo de decir.
Claro está: la histórica consigna surrealista “Transformar el
mundo, cambiar la vida”. Siempre se ha tratado de lo mismo,
diferente cada vez: estar a la altura concreta, ni
idealizante ni utópica, de esta enseña.
A partir de mi salida del grupo surrealista pasé a formar
parte, en 1988, del equipo de periodistas del periódico de las
Madres de Plaza de Mayo. Allí viví una enriquecedora experiencia
junto a compañeras y compañeros como María del Rosario Cerruti,
Raquel Ángel y Alberto Guilis, entre otros. Ahora considero que
ese pasaje de un año por el periódico de las Madres me sirvió
también para procesar sin mayor crisis mi alejamiento de aquella
intensa actividad grupal surrealista que había ocupado casi una
década de mi vida.
¿Y cómo sigue todo esto? Con mi incorporación plena, en
1989, al Partido Obrero (del que era simpatizante desde 1980), a
un círculo de “intelectuales y profesionales” cuyo responsable
era Pablo Rieznik, un gran compañero. Lejos de ser “enviado a la
célula del gas”, como cuentan los surrealistas franceses que les
ocurrió en el Partido Comunista, los compañeros me invitaron a
impulsar y formar parte del círculo de artistas. Por la sencilla
razón de que el Partido Obrero, enemigo radical del stalinismo,
tenía en ese momento, en lo fundamental, una línea opuesta al
anti-intelectualismo insustancial de algunas organizaciones de
izquierda y al pro-intelectualismo oportunista de otras. Allí
escribimos manifiestos y notas y editamos algunos números del
boletín “Arte y Revolución”, de breve vida, pero muy
interesante. Logramos cierta influencia en medios culturales,
educativos y artísticos. Años después, hacia el 2000 y 2001,
formé parte de la agrupación Lucharte y viví en forma intensa y
militante el periodo del Argentinazo, incluidas sus asambleas
populares.
Así, en vuelo rápido, podemos llegar al relato de apenas
algo del presente, ya que, como no nos cansaremos de anotar, las
palabras suelen constituir una gigantesca poquedad (si lo
sabremos los escritores y poetas, ¿no?) a la hora de pretender
describir y abarcar la totalidad de una experiencia de vida,
cualquiera sea, sobre todo sus vicisitudes históricas,
pasionales, intelectuales y psicológicas.
Mis últimos años están “tocados” profundamente por la
actividad poética en torno a ‘Margen meridiano’ (que es el
título que doy al conjunto en marcha de la que considero mi
obra), al Colectivo Signos del Topo y al Espacio Rosa Luxemburg.
De Signos del Topo quiero decir que ha sido una
experiencia muy rica y profunda en lo que hace a su contribución
(en su justa medida) creativa y crítica en el campo de la
cultura. Quienes consolidamos durante algunos años esta peculiar
experiencia grupal fuimos: Osvaldo Cucagna, Luis Mihovilcevic,
Pablo De Cruz, Cecilia Heredia y yo. No podría mencionar aquí a
los artistas, intelectuales y militantes con quienes nos
vinculamos, de un modo u otro, a partir de esta actividad
(aunque entre todos ellos, que son muchos, sí quiero mencionar a
nuestra compañera y amiga Liliana Dulbecco). Ahora mismo estamos
debatiendo cómo continuamos nuestra acción.
En cuanto al Espacio Rosa Luxemburg, se puede decir que,
a pesar de tanto hecho (recopilación, lecturas, ordenamiento,
debates, etc.)… está casi todo por hacer. Su inicio se remonta a
un momento (hacia 2009) en que mi vida personal se vio marcada
por una serie de acontecimientos a los que tuve que dedicarle
toda la atención. Es mucho y fundamental lo que se puede hacer
para seguir reivindicando y situando correctamente la obra, vida
y lucha de Rosa Luxemburg, esta extraordinaria socialista
revolucionaria e internacionalista, en el presente. Su vigencia
es poderosa y me ocupará, así lo deseo, una buena parte del
resto de mi vida.
Alberto a. Arias con Norberto Covarrubias, María Dolores Lucero,
María Rosa Maldonado, Rolando Revagliatti, Rita Kratsman y
Jhonny Rossi en 2001
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Alberto a. Arias con Luis Mihovilcevic en 2015
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9 — Hablemos de tu obra. O, manos a la obra.
AA — Como
dije, bajo el título ‘Margen meridiano’ voy reuniendo mi obra.
Siempre me pareció fundamental tener una perspectiva general de
la misma, incluso temporalmente hablando. Por eso hace ya mucho
decidí incluir al pie de cada texto, formando parte inseparable,
el año de composición. El registro histórico hace al movimiento
y a la participación social y cultural. La ‘intemporalidad’ en
devenir se juega en la temporalidad y en la historia, fuera de
la cual no se concibe la vida humana. Pero es justamente por
esto que a menudo cobra valor lo supuestamente “perimido” o
“pasado” (incluidas las “formas”) así como lo que puede haber de
prospectiva en la obra de arte. Me gusta jugar con las vueltas
al pasado y con el devenir. En los poemas, en el arte,
encontramos las posibilidades de manifestación no consciente de
la “concurrencia y concatenación” históricas efectivamente
vividas… y de ese modo se hace “de hecho” la crítica del
instante temporal/intemporal en el que nos desarrollamos como
seres vivientes. Sincretismo (estoy usando esta palabra un poco
a piacere), multivalencia, contradicciones vitales en
varios planos de la manifestación poética, son el “medio
ambiente” en que busco y, a veces, me parece “encontrarme a mí
mismo”. Ese es el “magma” y he ahí la “zona” de lo
posible/imposible: el deseo mismo en acción.
Durante muchos años me consideré un “poeta del
(en)sueño”. Luego comprendí que la realidad y materialidad del
sueño, la fantasía, lo simbólico y la imaginación, tanto como
tutti quanti que hay sobre el planeta Tierra y más allá aun
hasta el multiverso aún no “visto” ni “conocido” ni “fundado”,
son los que nos determinan en forma integral. En esta
sobredeterminación “natural y total” actuamos, transformando y
transformándonos. Un pequeño poema de pocas líneas, tanto como
una obra artística vasta y complejísima, puede y debe alimentar,
para bien (subrayo eso), un instante de la vida de un ser
humano o de muchos y esto proyectarse a través de los tiempos.
¿No constituye así lo que llamamos “el milagro poético”? Podemos
denominarlo “iluminación”, así como las artes plásticas llaman
“iluminar” al acto de darles colores y perspectivas nuevos a las
imágenes “grises” o blanquinegras, para que cobren vida y
nuestra realidad se alimente de este cambio, de esta
transformación.
Parafraseando a André Breton cuando habla del carácter de
la imagen analógica, del “signo ascendente”, podemos afirmar que
la tarea del poeta (del artista) debe ser “edificante” en el
único sentido en que esta palabra tiene razón de ser en estas
landas: una “exigencia que, en última instancia, bien podría
ser de orden ético” (…), “no reversible” entre unas y
otras realidades convocadas, “volcada en lo posible hacia la
salud, el placer…”, y teniendo por “enemigos mortales lo
despreciativo y lo depresivo”.
Trabajo
simultáneamente en obras diversas. Los poemas invariablemente
los manuscribo. Otros textos puedo hacerlos a teclado, pero los
poemas no. Son hojas y cuadernos y carpetas y archivos con
materiales que luego van construyendo sus pequeños edificios,
separados por “géneros”, y estas secciones toman sus títulos.
Voy reuniendo todos mis poemas en “Alturas del poema”; mis
relatos, cuentos y narraciones en “Narrativario”; mis artículos,
notas, manifiestos y ensayos en “Mensajes meridianos”, y así en
adelante. Otras “series” de “obras en marcha” y, quizá, de largo
aliento, llevan por nombre “Las Soleónicas”, “Himnosis de
Humanía”, “El Hoambre”, “Versiones son amores”, y algunas más.
Mis últimos libros publicados, de gran importancia para
mí, son “Poemas de Lo” y “Gretel, un día un año” (que es el
primer libro de “Las Soleónicas”).
Actualmente, lo que puedo lo difundo por las redes (por
supuesto con mis límites), sea en un blog propio
(margenmeridiano.blogspot.com) o en los espacios a mi alcance.
En este momento también estoy muy entusiasmado con la lectura a
viva voz (para su difusión pública) de mis poemas, una práctica
que siempre acompañó, en la intimidad, la concreción de mis
poemas (ingrediente indispensable en la “escritura-composición”,
“el oído que canta, que danza sobre las olas de su ceguera…”).
No quiero dejar sin mencionar una actividad propia que
avanza íntimamente, sin pausa ni prisa, desde hace ya por lo
menos una década: la actividad artística-escultórica. Trabajar
manualmente, con materiales de modelado y moldeo, y ligarlos a
un universo poético propio, me está dando, por ahora de puertas
adentro, una satisfacción que quizá alguna vez pueda mostrar sus
frutos. ¿Su origen? Allí hacia mis doce años de edad, cuando
pusieron en mis manos esos mágicos materiales que se llaman
arcilla y plastilina.
Hoy siento que, a esta edad, le faltan días al
calendario, y horas al día, para realizar todo lo que quiero y
pretendo hacer. Pero, ¿no es esto lo que sana y necesariamente
habrá de ocurrirle a cualquiera que vislumbre, delante de sí,
aunque sea una mínima porción de eso que llamamos “actividad
poética”?
Pero, como bien se dice: la cantidad de lo hecho
no cuenta, sino la calidad (salvo cuando la primera
transforma a- y se transforma en- la segunda). Siempre pensé que
un artista —mediante un distanciamiento posible— debería
estar en condiciones de reconocer la cualidad de su
propia obra, es decir, sus características, propiedades y
perspectivas. La crítica siempre es autocrítica —nada ni nadie
puede escapar a esto— y la autocrítica es siempre una acción
teórico-práctica colectiva, aunque no lo parezca, y
aunque tal o cual colectividad, o individuo, no tenga conciencia
inicial de su condición. La crítica es el núcleo
“corrector” de la praxis. La crítica-autocrítica:
he ahí la posibilidad incesante, no sólo para las obras
sino para la propia vida individual/social.
Es más: la elaboración misma de una obra suele suceder en
un “no se sabe dónde” de esa zona imaginaria a la que se regresa
una y otra vez para el impulso inicial o ‘iniciático’, zona en
la que se irá desenvolviendo la puesta en juego física,
material, afectiva, emocional, intelectual, política y social de
esa “cualidad” (como dije antes: las características y
propiedades singulares de la cosa de que se trata) capaz
de concretar el impulso vital que ha marcado desde
siempre el “qué-hacer-soñar-desear” poético, que es
individual-colectivo. Impulso vital que Arthur Rimbaud
describió con justeza y parece que (casi) de una vez y “para
siempre” (al menos para este periodo histórico): “Si lo que
trae de allí abajo tiene forma, da la forma —si es informe, da
lo informe”.
El hacer poético (que, repito, es un
qué-hacer-soñar-desear) consiste en una pura/impura “sujetividad”
objetiva (‘sujetobjeto’: concatenación indisoluble), donde no es
“uno” el que importa sino lo hecho que se mueve (o se
detiene, o lo que sea) en una posibilidad colectiva y mundana
por así decir finita-infinita. De ahí que: “Seres pasan,
obras quedan”. “Cuando quedan” —hay que agregar.
A propósito de todo esto: si en alguna coordenada de
los tiempos alguien se atreviese a intentar una definición de mi
actividad poética, yo vería bien que usara conceptos similares a
los que subrayé en un párrafo que Dylan Thomas dedica a Wilfred
Owen (en su selección “De pronto, al amanecer”). Salvando
las diferencias, me identifico plenamente —hasta casi poder
constituir una especie de nudo gordiano o mini Manifiesto
propio— con estas palabras:
“No se puede hacer generalizaciones sobre la edad y la
poesía. Los poemas de un hombre, si son buenos poemas, son
siempre muy mayores que él mismo; y a veces no tienen edad.
Sabemos que la forma y la estructura de sus poemas sufrirían
continuos e infatigables cambios; aunque el propósito que los
sostenía hubiera permanecido inalterable, habría experimentado
sin cesar sobre su técnica, conduciéndola cada vez más adentro,
hacia la intensidad final del lenguaje: las palabras detrás
de las palabras. La poesía, por naturaleza, es
experimental. Todo impulso poético se dirige hacia la
creación de una aventura. Y la aventura es movimiento. Y el
final de toda aventura es un nuevo impulso que otra vez se
resuelve en creación. (…) Los sucesos dictan el curso de la
poesía.”
Con las últimas palabras de esta cita puede quedar clara
mi adscripción a una concepción por así decir
‘monista-dialéctica’ de, también, el quehacer poético, que en
alguna página redefiní así: “una concepción monista
dialéctica del poema”, ya que individual y colectivamente
hablando “somos seres histórico-naturales y
meta-psico-físico-sociales”.
Sin duda de este modo aparecen condensadas la mayoría de
las cuestiones poéticas que me interesan y a las que considero
haberme entregado, “así como se arroja uno a la corriente del
río”.
Alberto a. Arias con Alberto Luis Ponzo, María Montserrat
Bertran y Ciela Asad
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Alberto a. Arias con Luis Morado, Alberto Luis Ponzo y
Cecilia Heredia en 2010
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Alberto a. Arias en 2020
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*
Alberto a. Arias selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
Escrito sobre el papel
Al poeta sin oficio, al
sin profesión de ojos penetrantes,
al artífice de la
pluma-que-fue-de-un-pájaro,
l
a s
v i
s i
o n
e s
bajo su mirar heredero
de Leonardo, del Oscuro o de Redon
–que veían en la noche–,
las apariciones, las
escenas, los ritos de imaginación
(imprescindibles)
no podrían velarle
demasiado tiempo otras visiones, figuras:
ahí en el papel / blanco
/ alisado / con filigrana / o apenas sucio
donde traza sus signos
para un nuevo tiempo,
como otra filigrana
sensible a faros de contra-viento-y-marea
están los ecos del caer
vencidas unas plantas y papiros derruidos,
el chirriar de sierras,
los motores, del torniquete la urgencia,
otros árboles, mecanos y
sustancias que no sé,
la tensión de unos
músculos absolutamente imprescindibles
(aunque chefs de
SinAlbúmina se jactan y dicen: ‘sólo por ahora, sólo por poco
tiempo más’)–
Y están ahí las horas
sin paga real alguna, aplastamiento de triunfos fugaces,
e
n o
r m
e s
v i
c t
o r
i a
s
t r
a i
c i
o n
a d
a s
–
Ahí, todo a lo largo y
exhaustivo de las vidas en obrajes malparidos
están los kilolitros de
semen sangre y sesos –pensamientos vivos–
que hombres, mujeres y
niños de vida dura
escupen a la cara del
pulcrífero
que en un muy decente
periódico de moda
nos pregunta–
y se ríe–
: ‘pero
qué es un obrero?’
(1990)
*
Para que arda Roma
(gratis doy)
Toco instantes en la
Torre del Blabladar —
¡y creen que me tienen
en cerrado! —
Cada hablar es una
senda, cada letra es una piedra,
pero este camino
empiedrado no conduce a
«Roma La Eterna» —
Desando, y desanudo,
esos lazos entre pasos,
objetos, historias, huéspedes,
galaxias de amor y
muerte —
"vida" y "sentido",
"sensación" y "deseo" —
Y en ello vivo gratis,
pues gratis doy —
hasta el aniquilar mismo —
revolución mediante — de
todo valor de cambio —
¡Hasta el cambio de todo
valor! —
Cada instante gratis que
toco y pongo
es mi camino arduo,
lento y persistente de regreso a nos —
¡Lejos quedaron ya
« Hogar – Patria –
Familia – Propiedad » ! —
¡Ahora la galaxia es mía
y no me pertenece!
Para seguir nuestro
viaje al infinito acá
hasta que ya no ardan
romas y tramoyas,
trampas, trínculos,
tronos y truhanes
( — Ese sí
no será
un día olvidable )
— Y por nunca fin
seguiremos viaje juntos
hasta la última inalcanzable Luna
donde seremos siendo
sólo vos, él, yo, ellos, nosotros, ustedes —
Y nadie más —
ni menos
(1993-94)
*
La divisa en la frente
Pase lo que pasare
—
como bola de fuego a
través del hielo
o pedazo de locura a
través de la ciudad —
nada de patria jamás
Pase lo que pasare
—
si a contraluz escribo
con la pluma anclada
en mi alta noche
encallada en el fablar —
nada de patria jamás
Pase lo que pasare
—
con cada para-sí... sin
ton, ni son, ni ser...
en el mero hacer y
deshacer de sociedad —
nada de patria jamás
Pase lo que pasare
—
mientras late doble el
corazón en cada puño
atrapado en la masiva
ola inmensidad —
nada de patria jamás
Pase lo que pasare
—
al poder todo el poder y
después del poder
contra dineros, guerras,
señor y propiedad —
nada de patria jamás
Pase lo que pasare
—
cuando la dulce lengua
indígena forme el mundo
y más y más se haga
amor, poesía y libertad —
nada de patria jamás
(1993-2001)
*
El nombre
A este ser que un cierto
día fue
podrán hundirlo en las
brumas gélidas de Auschwitz y Treblinka.
Podrán fundirlo en los
campos de exterminio de la argentina Patria
o sepultarlo bajo los
escombros de la heroica, altiva Gaza.
Tal vez busquen ahogarlo
en las aguas de las tierras de los pilagá
masacrados y casi olvidados —
Eso: podrán intentar que
lo olviden, y olvidarlo.
Les place sin duda
desangrarlo, desgarrarlo, desmembrarlo.
Más aún: gozan con
arrojarlo en la fosa común, incinerarlo,
arrojar cal viva y
madera muerta sobre los despreciados despojos —
Eso: intentarán que lo
desprecien, y despreciarlo.
Podrán levantar un muro,
una montaña, multiversos de silencio.
Podrán sumir el mundo
todo en la parálisis, el terror y el espanto. —
Podrán eso y esto y
aquello — y mucho, mucho más.
Pero jamás podrán
—jamás—
hacerlo
d e s a p a r e c e r.
Porque este ser que un
cierto día fue,
tuvo un nombre y fue
n o m b r a d o.
(24 marzo 2016)
(A 40 años del genocida
golpe cívico-militar en la Argentina.)
*
El sol oculto de Monelle y Marcel
De la mano de Marcel,
emergió Monelle de las
penumbras del mar que me tenía cautivado
en la hora previa al
crepúsculo.
Apenas recordaba yo sus
palabras antiguas,
nuevas en boca de
Marcel,
pero el viento ululante
y helado como una medusa abisal
volcó en mis oídos el
alfabeto primigenio de Monelle:
«No ames tu dolor,
puesto que no ha de durar».
Marcel la abrazó
entonces
para que el congelante
mar no les impidiese hablar y ser felices
en el «momento fulgurante»:
«Agota en cada momento
la totalidad positiva y negativa
de las cosas».
Y Monelle redobló ese
abrazo fundente
para no sucumbir ambos
en el vórtice azaroso de una torpe nada
sino en el fluir de la
vida muerta y la muerte viva:
eterno río fugaz,
constelación esplendente,
fulguración del universo
inaccesible.
Delante de mí, en el
ocaso de la luz,
los cuerpos enlazados de
Marcel y de Monelle
se iluminaron poco a
poco
hasta alcanzar una
apariencia de roca arenisca
tocada por la baba de un
sol oculto.
Recordé entonces lo que
Monelle — ¿o acaso fue Marcel? —
sentenciaba, en el
remolino de pasadas penumbras:
«No te preocupes por tu
libertad: olvídate de ti mismo.
Sé el alba mezclada
con el crepúsculo».
(octubre 2017)
*
Pedido de un cadáver
Recuerden que fui un
animal pletórico
de impulsos y destrezas—
un árbol frondoso de
saberes y deseos—
un surco vivo, una
pendiente al acaso—
el ocaso de un breve
sol.
Si me guardan en una
caja
pronto seré carne triste
y peor aliento.
Sólo la materia del sol
nos libera
de las lindes del espacio —
y también del tiempo.
(29 abril 2019)
*
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Libros de Alberto a. Arias
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Entrevista realizada a
través del correo electrónico: entre las ciudades de Florida y
Buenos Aires, distantes entre sí unos 16 kilómetros, Alberto a.
Arias y Rolando Revagliatti, mayo 2020.
http://www.revagliatti.com/011010.html
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