Carlos Barbarito: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Carlos Barbarito nació
el 6 de febrero de 1955 en la ciudad de Pergamino, provincia de
Buenos Aires, la Argentina, y reside en Muñiz, también localidad
bonaerense. Por su obra poética obtuvo primeros premios y otras
distinciones, y ha sido incluido en antologías, en su país y en
el extranjero. Fue traducido al holandés, italiano, inglés,
catalán, francés, griego, persa, filipino, turco y portugués.
Entre 1984 y 2014 ha publicado, entre otros, los siguientes
poemarios (en la Argentina y otros países de América y Europa):
“Poesía quebrada”,
“Teatro de lirios”,
“Éxodos y trenes”,
“Páginas del poeta flaco”,
“Parte de entrañas”,
“Bestiario de amor”,
“Viga bajo el agua”,
“La luz y alguna cosa”,
“Desnuda materia”,
“Puntos de fuga”, “La orilla
desierta”, “Piedra
encerrada en piedra”,
“Figuras de ojo y sombras”,
“Música humana y de
paramecio”, “Un fuego
bajo un cielo que huye”,
“Cenizas del mediodía”,
“Feu sous un ciel en
fuite” (traducción de Patrick Cintas),
“Paracelso”. En el
campo de las artes plásticas publicó dos volúmenes:
“Acerca de las vanguardias. Arte argentino siglo XX” (Comisión de
Homenaje a Jorge Feinsilber, Buenos Aires, 1990) y
“Roberto Aizenberg. Diálogos con Carlos Barbarito” (Fundación
Federico Jorge Klemm Editora, Buenos Aires, 2001).
1 — Pergamino ha
sido una de las zonas inundadas hace no tanto. Te habrá
retrotraído a las lluvias en tu infancia, a las aguas aquellas.
CB —
El agua, asunto que se repite en mis poemas. En todas sus
manifestaciones, siempre presente en cuanto escribo. Desde
chico, desde que recuerdo, la lluvia, las tormentas con sus
relámpagos y truenos, me fascinaron e inquietaron. Tal vez, la
primera historia que me atrajo fue la del Diluvio, con el arca
moviéndose sobre las aguas. Pero no sólo se trató de lecturas,
también, y sobre todo, de experiencias personales: vivía yo con
mis padres y hermana en una casa muy frágil, que mi cabeza de
niño vinculó de inmediato con el arca, una casa que parecía
venirse abajo con cada tormenta, sobre todo en aquellas largas
noches en las que, inevitablemente, se cortaba la electricidad y
debíamos encender velas. Casi ninguna tormenta posterior tuvo la
intensidad de las que viví en mi niñez, no sólo por que yo era
un niño sino, también, porque aquellas tormentas eran intensas y
porque la casa parecía no poder resistirlas. Pero hay más: los
relatos de mis abuelos y mis padres, de mi madre más que nadie,
de las periódicas inundaciones, de los desbordes de los dos
arroyos que atraviesan Pergamino. En efecto, la ciudad donde
nací y viví treinta años padeció una nueva inundación, una más
que se suma al más de un centenar de acontecimientos semejantes
desde fines del siglo XIX. Pocos días después de la peor de las
inundaciones que sufrió Pergamino, en 1995, recorrí la ciudad.
No sólo se trata de daños en las casas —de por sí terribles—, se
trata de lo que produce en las personas, heridas que tardan
mucho en cicatrizar. Aun hoy, luego de veinte años y algunos
meses, en las conversaciones con amigos pergaminenses, aparece
ese recuerdo.
2 — En entrevistas
que te fueron realizando tuviste ocasión de referirte al “Teatro
de los Actorcitos de Madera” cuando eras un niño; y a que
aspirabas a destacarte, ya más de pibe, como músico o como
futbolista. Espacios públicos: escenarios y campos deportivos;
plateas y tribunas.
CB —
Lo veo todavía a mi padre en la cocina de la casa de mis abuelos
hablarme de los “títeres de Podrecca” y, de inmediato, decirme
que me preparara porque en un rato actuaban “en el Monumental”.
No me acuerdo nada del trayecto hasta la sala pero, sí, me viene
a la memoria un momento, apenas un momento: el escenario
iluminado y en él, las marionetas. Yo tendría tres años. Es uno
de mis primeros recuerdos. En el fútbol, soy simpatizante de
Independiente, un jugador discreto, que jamás salió del potrero
para ingresar en algún equipo local. Mi abuelo me llevaba, cada
domingo, a la cancha del club Compañía —pasábamos bajo el puente
cercano a la casa de mis bisabuelos—. El nombre del club, como
tantos otros, tiene relación con el del ferrocarril —Compañía
General Buenos Aires, actual Belgrano—. De la cancha evoco los
tablones de madera, las torres de iluminación y los vestuarios
con su olor a “aceite verde”. Un amigo de mi abuelo, siempre
presente en aquella tribuna, era capaz de repetir la formación
de cualquier equipo local y de Buenos Aires, de cualquier año.
Yo, fascinado. En cuanto a músico, ni hablemos: lo intenté sin
ningún éxito.
3 — ¿Y recuerdos bien del pasado que nunca hayas
divulgado?
CB —
Por alguna razón, oculta, misteriosa, creo que nunca
conté un hecho en mi niñez que registra una fotografía que debe
estar en casa de mi hermana —tal vez. Mi abuelo, Francisco, era
amigo de un pintor rosarino, Mario Guaragna. Guaragna era el
encargado, cada año, de pintar un mural en cada baile de
carnaval en el Club Compañía. Esos bailes de carnaval eran
famosos: allí estuvieron Oscar Alemán, Pugliese, Alberto Morán,
Estela Raval antes de Los Cinco Latinos —creo que con Jazz Santa
Marta, o algo así—, Alberto Castillo, etc. Mi padre,
bandoneonista, era músico en la orquesta de Tito Comitte, allí
tocaron muchas veces. Guaragna, supongo que en 1956, se decidió
por pintar un puerto con barcos. Por sugerencia de mi abuelo,
uno de los barcos se llamó "Carlos Osvaldo", mis dos nombres. En
la foto se ve a mi abuelo sosteniéndome en sus brazos, detrás el
mural.
Otro recuerdo son las visitas que le hice a mi padre en
su trabajo. Él era telegrafista y la sala de transmisión,
enorme, llena de aparatos, era una caja de ruidos. Subiendo la
escalera, en una antesala un busto de Samuel Morse. El correo
entonces funcionaba en un edificio señorial, que todavía existe,
bellísimo, que pertenece a la Sociedad Española. En el edificio
había consultorios, uno médico y otro odontológico. Me llevaron
varias veces. Yo amaba ir al dentista (una rareza) porque el
doctor Armas López, me hablaba de muchos temas, desde pintura
hasta platillos voladores. Cosa que se repetía en la peluquería
del barrio, con el Sr. Doublas —nunca supe bien cómo se escribía
su apellido—. ¿Por qué no los nombro al hablar de mis primeras
influencias? No lo sé.
4 — Algo para contar habrá, supongo, de tu paso por la
conducción de programas radiales, durante tu adolescencia y
juventud.
CB —
¡Y de mi fugaz paso por la actuación!
La única como actor de
teatro fue en Pergamino, allá por los ‘70. Yo integraba un
grupo... que lanzaba cohetes modelo, incluso con una rata de
laboratorio en una cápsula —regresó sana y salva... con el
corazón algo acelerado—. No recuerdo qué obra, pero fue en una
salita de teatro de la Iglesia Metodista local, donde tenía
algunos amigos. Yo interpretaba el papel de un anciano, con el
cabello y la cara empolvados, que hablaba con una vela en la
mano. Estaba tan nervioso que me temblaba la voz. Claro, de modo
no buscado, con ese temblor en la voz, y la cara pálida, logré
una buena performance.
Tuve programas de radio en una emisora de circuito
cerrado que se llamaba MAS, por el dueño, Masagué. Y colaboré en
algunos de la otra radio, ahora AM, MON, por su dueño,
Montardit. Recuerdo un reportaje que le hicimos Ricardo Wolter y
yo a Roque Narvaja, en un bar frente a radio MON. Organizábamos
recitales en... la sala de las Hermanas Adoratrices. Allí
estuvieron Juan Carlos Baglietto y su sexteto Irreal, desde
Rosario. En el grupo organizador, el viejo amigo, Sergio Bonzón.
Sí, Rolando, ¡hay tanto para contar!
Una curiosidad:
fui locutor en un pesebre en el Barrio Acevedo,
en Pergamino. Como el guión era —digamos— escaso, yo repetí una
y otra vez, para llenar los espacios, hasta que me cansé y dije
cosas de mi propia cosecha. ¿Qué habré dicho? Los vecinos, al
parecer, felices.
5 — ¿Cuándo comenzaste a desempeñarte como bibliotecario?
CB —
A mediados de los ochenta. Eso fue ya en Muñiz. En mi ciudad
natal, entre 1972 y 1986,
entre los muchos trabajos que realicé antes de ingresar como
empleado en mesa de entradas en el Juzgado en lo Civil y
Comercial, trabajé en una escribanía, en un negocio de ramos
generales, cobrando entradas en los corsos locales. Intenté
estudiar letras, abandoné. Intenté estudiar artes visuales,
abandoné.
6 — Es en el “Expreso Imaginario” donde fueron difundidos
tus primeros poemas, después de los que se dieran a conocer en
medios gráficos de Pergamino y alrededores.
CB —
Sandra Russo, a sus quince años, fue la primera persona que
eligió uno de mis primeros poemas para “Expreso Imaginario”. Y
en un número posterior me publicaron otro. Imposible recordar
todas las revistas, sobre todo subterráneas, en las que
colaboré. Son decenas.
(junto
a Enrique Butti y Olga Orozco)
7 — Prensa alternativa subterránea a partir de los ’70. Y
allí vos fundando “Resonancias”. ¿Hubo otras revistas que hayas
dirigido?
CB —
“Resonancias”, por el tema de Pink Floyd, la hice con Ricardo
Wolter. Luego, “Futuro”, con Rafael Restaino. No mucho después,
“Papeles y Razones”, una modestísima publicación que no
sobrepasó el número inaugural. No me olvido de “Siesta”, con
Sergio y Viviana Bonzón. Difundíamos sobre todo poesía, algún
ensayito sobre ecología, música… En alguna parte digo al
respecto:
“A
partir de 1974 o 1975 nos reunimos un grupo de amigos, en
Pergamino, en la oficina de mi padre, tesorero del sindicato de
los trabajadores de correo. Era en la planta alta de una galería
ya desaparecida. Llevábamos los esténciles con poemas, relatos,
pensamientos, críticas de música, apuntes y aportes de las más
diversas extracciones. Con grandes dificultades los reuníamos y
editábamos para, luego, distribuirlos de mano en mano o por
correo. Por alguna razón, nos convertimos en parte importante de
un entramado que, en su clímax, abarcó gran parte del país. Pero
esos papeles no eran un fin sino un medio. ¿Qué quiero decir con
esto? Que ellos fueron un
punto de partida.
Porque nos permitieron la relación, el encuentro, la
comunicación y el intercambio. En días en que los medios
masivos, con su habitual carga de toxicidad —mezcla de
distorsión, conformismo y vileza— se presentan como estación
final, como único destino, hasta hacernos creer que no hay más
realidad o mundo que el que muestran, recuerdo aquellas páginas
abrochadas, con llamativos títulos, que procuraban ser
mediadoras, herramientas, llaves. Es decir, nada de acercar algo
digerido sino un nutriente a ser digerido, nada de algo acabado
sino algunos elementos para ser discutidos, puestos en tela de
juicio, nada de repeticiones sino un intento por ver las cosas
de otro modo, situando la mira en otros lugares, en fisuras,
sótanos y orillas. Sabíamos lo que pensaban los hombres y
mujeres promedio
de nosotros, los bienpensantes de
aquellos que leíamos a Artaud, escuchábamos a King Crimson y
escribíamos poemas. Éramos jóvenes, los jóvenes desde siempre
son sospechosos,
y, encima, traíamos un equipaje poco y nada habitual y a ese
equipaje, como querían los surrealistas en sus momentos más
vitales, pretendíamos que fuese una concepción del mundo. Una
—léase— y no la única. Nunca logramos, por falta de medios y
tiempo, conocernos todos —todavía hoy encuentro a personas que
hicieron algo semejante en aquellas jornadas y de las que, en su
momento, no tuvimos ni noticias—. Fuimos más de lo que
sospechábamos los movidos por el espíritu de una época,
tumultuosa, veloz, compleja.”
(junto a Luis Scafati)
8 — Sos
uno de los escritores argentinos más difundidos en la Red. En
PDF, por ejemplo, es hallable tu poemario
“Oscura verdad bajo el
cieno”.
CB —
Siempre trabajé, con gran fervor. Lo que aparece en ese formato,
el pdf, es simplemente un esbozo. Yo considero que lo definitivo
(no me gusta esta palabra) es cuando se reproduce en papel. Vivo
todavía en la Era de Gutenberg, aunque utilizo en gran medida
Internet. Sí, colaboro con revistas electrónicas, sobre todo del
exterior. En cuanto al alcance de lo que uno publica en la red
de redes, para alguien como yo, nacido y criado entre vinilos y
cintas magnéticas, resulta algo maravilloso.
Carlos Barbarito con el escritor Guillermo Eduardo Pilía
9 — Selecciono un tramo de lo que el escritor cubano
Carlos M. Luis (1932-2013) opinó sobre la direccionalidad que
impone al lector tu poética:
“…a otras regiones donde
los días son de vinagre, las aguas se quedan sin substancia, el
paraíso es algo frágil que se disipa, o que alguien mañana se
quedará ciego. La apertura del lenguaje de este poeta hacia los
sentimientos y la imaginación, pone en evidencia la liberación
de lo reprimido en el lugar de las apariciones.” ¿Advertís
que algo haya quedado fuera en lo aquí descrito?... Y además,
¿cuál ha sido el comentario sobre tu obra que más te
sorprendiera y te dejara pensando?
CB —
Siempre queda algo afuera, afortunadamente, para
futuras conversaciones. En cuanto a algún comentario sobre mi
obra que me haya sorprendido, uno del pintor Marcelo Bordese. En
pocas líneas logró sintetizar mi poesía, es más: logró revelar y
revelarme lo que apenas sospechaba:
“Durante mucho tiempo me pregunté qué me
atraía de tu poesía. Las otras noches (qué extraño suena en
plural) creí vislumbrarlo: tengo la sensación que nombrás el
mundo como si no lo conocieras, cantás el mundo como si no lo
entendieras del todo, o mejor aún, como si lo desconocieras. Las
circunstancias, sus móviles, los secretos engranajes de la
existencia (que los reduccionistas con envidiable tranquilidad
llaman azar-destino) te resultan inextricables, y te mueven —por
fortuna— a un perenne estupor. El universo es de naturaleza
tantálica, lo sabés, tal vez por eso la poesía es un milagro
aparentemente próximo, pero siempre inasible, aunque en
ocasiones alcanzable. Carlos Barbarito, tal vez el mundo haya
sido hecho para no ser reconocido (Lc. 8, 10), producto de una
divinidad sabia o sádica; tal vez no toda ignorancia sea oscura;
tal vez —y ya con resplandeciente resignación— sólo sea posible
cantar la duda.”
(Con Miguel Grinberg)
10 — Concluiste de responder la primera pregunta de un
cuestionario definiéndote como “un sapo de otro pozo”. Ahora
para nuestros lectores: ¿por qué? (Y en el mismo cuestionario
aparecen los vocablos “polizón” y “naufragio”.)
CB —
Porque, tal vez, aquel barco pintado en una pared con mis dos
nombres me marcó para siempre.
Con Vìctor Chab- (foto Alejandro
Chab)
11 — Has dialogado largamente con uno de los pintores y
escultores más importantes de nuestro país, lo cual se socializó
en un libro.
CB —
Fue producto de conversaciones con Roberto Aizenberg
[1928-1996], cada domingo de 1990, en su casa. Fue publicado
recién en 2001, gracias a Federico Klemm, a Laura Feinsilber y
Charlie Espartaco, pero Aizenberg no logró verlo impreso. Las
repercusiones, muchas, aquí y en exterior, y no se han agotado.
Es mi libro más difundido, fuente para trabajos que se hicieron
después.
12 — ¿Cómo te fuiste formando en relación a escribir
sobre las artes plásticas?
CB —
Fruto del trabajo. Pero soy esencialmente (¿qué significa
esencialmente? —se preguntó alguna vez Borges) un poeta. O
alguien que escribe poemas.
con Zigo Rayopineal y
Marcelo Saltal ( Foto
de Mad Moiselle)
13 — ¿Qué discurrirías a propósito de algún largometraje
que hayas visto recientemente?
CB —
Ayer vi “Wittgenstein”,
de Derek Jarman. El vienés y Kierkegaard son, entre
otras pocas, mis mayores influencias, digamos librescas. No, no
sólo librescas. Son, entre otros pocos, mis compañeros de viaje
aunque, a menudo, no logre entender cabalmente sus escritos, sus
ideas. Sobre todo, Wittgenstein. Pero ayer vi esa película y,
entre otras cuestiones, los numerosos intentos por huir de la
filosofía (estudios de ingeniería aeronáutica, maestro en
provincia, jardinero, aislamiento en Irlanda, trámites para ser
peón en la Unión Soviética...), todos rotundos fracasos. En la
entrevista para un futuro libro colectivo, digo: “Ahora,
¿soy yo un poeta surrealista? No me atrevo a responder a la
pregunta. Lo que sí puedo decir es que en ocasiones me acerco al
surrealismo —en el sentido de no tener ideas previas, de eludir
en lo posible todo control racional— para, en otras, alejarme
—recurriendo a lo preconcebido y a la razón— para, luego, en el
camino, volver a encontrarme con él. Encuentro y desencuentro
que me llevan a un reencuentro, mecanismo complejo,
contradictorio, del que apenas puedo dar cuenta. De lo único que
estoy seguro es de la inseguridad humana ante el cosmos. Los Evangelios, desde el fondo
de los tiempos, lo dicen mejor que yo:
vemos en espejo.” Ahora pienso que esa huida y
posterior, fatal, reencuentro, podría extenderse a la poesía.
¿Por qué poesía y no prosa? ¿Por qué escribo poemas? ¿Por qué
hago lo que a menudo me trae dolor? Digo también, a modo de
explicación: “Borges
dijo alguna vez que desde siempre supo que tendría un
destino literario.
Yo no. Debió pasar mucho tiempo para que yo adquiriera
conciencia de que iba a ser escritor. Me pregunto si lo soy, si
realmente soy un escritor. Intenté ser músico, pintor, profesor
de literatura. Fracasé. Intenté aprender algún idioma. Fracasé.
Apenas si logro balbucear alguna cosa en inglés. Incluso, alguna
vez pensé en que moriría joven sin haber podido encontrar un
modo de expresión.”
Carlos Barbarito con el poeta Néstor Mux
14 — ¿Qué tipo de comportamientos sociales te resultan
más difíciles de tolerar?
CB —
La envidia y la hipocresía.
(con Juan Carlos Romero)
15 — Antenoche terminé de releer la novela
“Adolphe”, del suizo
Benjamin Constant (1767-1830). Y en el mismo ejemplar, en un
texto autobiográfico “se me incrustó” lo siguiente:
“…no me creo más valiente
que otro cualquiera, pero una de las características con que me
ha dotado la naturaleza es un gran desprecio por la vida, e
incluso unas ganas ocultas de dejarla para evitar toda clase de
fastidios que puedan acaecerme.” Me identifiqué con su
última afirmación.
CB —
No siento desprecio por la vida. Ni tampoco por la muerte —que,
dice Wittgenstein, “le da sentido a la vida”—. La
afirmación de Constant, nítidamente, habla del suicidio. No me
agrada la idea del suicidio porque si me matara ya no podría ver
escribir a mi mujer y regar las plantas, ver estudiar a mi hija,
ver a los gatos treparse a los árboles, ni oír música, la voz
del duendecito que, cuando menos lo espero, me dicta el primer
verso y huye, dejándome con la tarea de completar el poema.
Foto Ileana Gómez Gavinoser
16 —
¿Hay
pintores que te hayan dejado perplejo?
CB —
Mejor,
hablaré de los que fueron capaces de maravillarme. Y, claro, esa
maravilla trae perplejidad, una bella perplejidad. Las imágenes
reproducidas en un diccionario enciclopédico que me compró mi
padre, sobre todo dos, una de Rubens y otra de Picasso; los
dibujos de un artista plástico de mi ciudad, Rubén Albarracín, a
quien pedí que me ilustrara la portada de una modesta edición
con mis primeros poemas, en los setenta; los “humeantes” de
Roberto Aizenberg, hallados de pronto y sin aviso en una revista
de las tantas que leí en el quiosco contiguo a mi casa de la
calle Zeballos… Hablo de aquellos lejanos días del “artista
cachorro”.
17 — ¿Hay poéticas que rechaces o no valores?
CB —
No
rechazo, amigo Rolando. Ni valoro por encima o por debajo de
esto o aquello. Sí, soy afín a cierta poética, pero con el paso
de los años —creo— elaboré un estilo, un modo de decir, una
arquitectura que me resulta propia. Claro, las influencias son
muchas y variadas, desde el Génesis hasta Wallace Stevens.
Incluso, lecturas y experiencias que están en lo profundo de mí
mismo y no alcanzo a definir. Algunas de las cuales ni sospecho.
Foto Ileana Gómez Gavinoser
18 — ¿Cuál es la opinión que hoy te provocan tus primeros
cuatro o cinco poemarios?
CB —
Son,
digamos, una preparación a lo que, años después, conseguí. Y lo
que conseguí es preparación a un Libro Futuro, que
—convengamos—, perfecto de toda perfección, jamás escribiré.
Pero, claro, insisto. De otro modo, ¿qué sería de mí?
19 — Si fueras traductor, ¿de qué poetas crearías tus
propias versiones?
CB —
Sin
duda, Wallace Stevens. Y, también, Dylan Thomas.
*
Carlos
Barbarito selecciona poemas inéditos de su autoría para
acompañar esta entrevista:
¿Dónde se sitúa, entonces, la muerte?...
¿Dónde se sitúa, entonces, la muerte?
¿En recodo, pliegue? Lejos,
donde no alcanzo, el viento desvaría
y el curso del agua se tuerce
en dirección al salitre. Y el lenguaje,
éste, reduce su dignidad a una tos,
súbita y profunda. Enferma
de una enfermedad antigua,
ante la que el más poderoso remedio
es apenas un placebo.
¿Dónde? ¿En andén,
lágrima, coda, mineral, nudo?
*
Y de mí qué se embarca, qué ruta
emprende…
…It looked as if a night of dark intent
Was coming, and not only a night, an age…
Robert Frost,
Once by the Pacific
Y de mí qué se embarca, qué ruta
emprende;
de mi mano, torpe música ciega
y una herida en el aire que exhalo.
Ignoro el pasado y el porvenir de la
estrella,
qué se oculta bajo la tierra que piso,
por qué lo que se busca queda siempre
del otro lado.
Estoy solo. Estás sola.
El perro acude y nos lame las manos.
¿Acude o se trata de un sueño?
Dejo una marca en la madera.
Ésta, con la punta del cuchillo.
¿Dejo una marca o lo sueño?
Sí, hablábamos de remotas
constelaciones,
de súbitos prodigios, de lluvias
extrañas;
pero sobrevino el silencio y fue espeso,
se hizo la tiniebla en pleno día
y ya no hubo razón para rarezas y
milagros.
Y no pudimos vestirnos.
Y no pudimos desnudarnos.
*
Mi vida fue un error –dijo…
Mi vida fue
un error –dijo. Y se arrojó al vacío.
Ese acto
postrero, definitivo, ¿rompió el cerrojo?
¿Pasó una
esponja húmeda por cada una de las siete heridas?
¿Delineó, con
arte angélico, una vía de salida?
¿Dio paso al
goce, el fruto rojo bajo una luz blanca?
¿Trajo una
espuma duradera, un padre renovado?
¿Detuvo al
arpón en pleno vuelo hacia el pez?
¿Repuso la
médula, la espalda, la espina?
¿Rehízo el
devastado reino del escarabajo y la hormiga?
¿Desafiló el
hacha, dio vista al ciego, recuperó salario y jardín?
¿Qué del
eterno instante del parto, del unísono coral en viaje?
¿Qué del
tributo seminal, del lento masaje en las encías?
¿Qué del vino
bebido a pequeños sorbos, junto al fuego?
¿Y el sonido
que, desde siempre, engendra?
¿Y el
silencio que, desde siempre, acerca el agua a las orillas?
*
A donde va a consistir el invierno…
A donde va a consistir el invierno:
caridad que no salva ni a una flor
y la hora que no señala el mediodía.
Se dice
ave como se dice
adverbio,
con la misma, unánime laxitud;
en los vidrios, el propio reflejo
que la mente supone ajeno.
Desde alguna parte, una voz, sin oyentes
a la vista:
a recoger lo que quedó del místico
desposorio,
del antiguo y perdido arcano
que sabía fusionar el milagro y el
deuterio.
Mas, en blanco el pentagrama.
No hay casa para la tenaz devoción,
la esporádica bandada,
el último coro, su incierta altura, su
menguante iridiscencia.
*
¿Hay,
abajo o arriba, una voluntad…?
¿Hay, abajo o
arriba, una voluntad
capaz de reunir,
en un mismo punto,
denso de toda
densidad, cuerno y cifra?
En el preciso
instante de la hoja seca,
¿dormita el puño
atravesado por la espina
y se nutre el
pecho ciego de azafrán y cábala?
No dura el pez en
la tierra.
No dura el terrón
bajo la lluvia.
No dura la mirada
ante la luz que explota.
No duran. Sólo la
noche es alta
y el día se disipa
en su propia y constante radiación.
En lo oscuro,
regurgita, ofrece
de su boca un bolo
casi místico,
allí se congregan
vestidos y desnudos,
presas de la
fiebre, dando gritos.
*
Música
ciega, en el dominio…
Música ciega, en
el dominio más helado.
En el invierno, ni
la imaginación concibe el verano.
Ni la flor, ni el
fruto,
ni la agilidad del
animal entre charco y charco;
digo
Abisinia
y, de pronto, cruje la madera
y se derrumba,
envuelta en ocre, la inocencia;
digo
yo y, de
inmediato, sal en la herida
y el destino como
filo, gorgojo, ausencia.
A los pies de cada
cama, con su enfermo,
una mujer de
blanco, inmóvil.
Hablaría, el
enfermo, en lenguas, si se lo propusiese.
Profetizaría
pestes y lluvias de sapos,
la mujer de
blanco, si se lo propusiese.
Pero es Abisinia y
ambos callan,
afuera cae la hora
por su propio peso
y un daguerrotipo
fija vulva y colmillo,
y aquello, secreto
y antiguo, que los lubrifica.
Pero digo
yo,
y la sílaba pierde su eje,
se disipa entre
repetidas, monótonas conversaciones
que dan cabida al
vano consuelo
y arrojan, como
agua servida, el nudo, la estrella.
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de Muñiz y Buenos Aires, distantes entre sí unos 33
kilómetros, Carlos Barbarito y Rolando Revagliatti, 2015.
*
www.about.me/rrevagliatti
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