Carlos Enrique Berbeglia: sus respuestas
y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Carlos Enrique Berbeglia
nació el 11 de marzo de 1944 en la ciudad de Villa Mercedes,
provincia de San Luis, República Argentina, y reside en la
ciudad de Buenos Aires. Es Licenciado en Filosofía (1970;
convalidado en 1977 por
la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense
de Madrid, por la que se recibe de Doctor en Filosofía y Letras
en 1986) y Licenciado en Ciencias Antropológicas (1974) por la Facultad de Filosofía y
Letras de
la Universidad
de Buenos Aires (1970). Ha ejercido la docencia y actuado como
jurado y evaluador, además de cargos directivos en varias
facultades de diversas universidades. Numerosas son las becas y
otras distinciones que le fueran otorgadas por instituciones
nacionales y extranjeras, así como sus participaciones en
Congresos, Jornadas y eventos catedráticos y literarios. De sus
libros de carácter filosófico-antropológico citamos
“Vida, interpretación y sufrimiento” (1981), de los de carácter
socio-filosófico, “La
avenida más ancha del mundo” (2009), y de los que ha sido
coordinador y autor elegimos
“Nosotros, los otros”
(2000), “Comprensión y
tolerancia. Propuestas para una antropología argentina”
(2007). Publicó los volúmenes de cuento
“Decálogo tercero”,
“Margen obligado”, “Anclaje en
los sueños”, “Reflejos
sucesivos”,
“Alternativas de la emancipación”; uno de fábulas:
“Moralinas inhóspitas”;
tres de dramaturgia:
“Muñecos de pelusa y azafrán” (siete obras
“teatrotiriteras”), “Nacido a destiempo”,
“Imperátor”; también las novelas
“Ventanas de acceso” y
“La villanía heroica”.
Sus poemarios socializados entre 1983 y 2015 se titulan
“Ráfagas de luna”, “Tardes en
el paisaje y hombre”,
“Fuego sin dioses”,
“Tarde crepuscular posible”,
“Correspondencia abierta”,
“Continuidad en los modos”,
“Las horas del himno”,
“Revelaciones del tiempo”,
“Los terracota y polen”,
“Pantomima y desierto”,
“Proximidades lejanas”,
“Penumbra sin voz y
luminosa voz de vos”,
“Amaneceres vedados al tiempo” y
“Veladuras y pliegues”.
Carlos Enrique Berbeglia (Foto Daniel Grad)
1 — ¿Cómo nos
presentarías una cierta reseña berbegliana?
CEB — ¿Por qué
motivo interesan las biografías? Pareciera como si la lectura de
cualquier pieza literaria, una novela, un conjunto de cuentos o
poemas, una obra de teatro estuviera incompleta en nuestro
conocimiento si no la acompañáramos con datos del autor, aunque
escasos, que detallaran algunos aspectos de su vida sentimental,
si fuera posible, e, igualmente, los hitos más importantes de su
trayectoria literaria (o musical, o plástica). Por supuesto que
también abundan otro tipo de biografías, como las deportivas o
las políticas, pero importan, a sus lectores, de otra manera,
porque también son distintos los intereses con los que las leen.
Las respuestas son variadas, pero, en mi opinión hablan
de la curiosidad que, usualmente, se siente por quienquiera haya
trascendido, aunque mínimamente, los duros cercos impuestos por
el anonimato cotidiano, y ofrezca la posibilidad de
interiorizarnos de algunos de sus pasos, bien para interpretar
con mayor grado de certeza aspectos de su obra o por un simple
afán que no va más allá del puesto cuando escuchamos a un amigo
contarnos sus desavenencias familiares o de otra índole.
Un capítulo, no aparte, sino paralelo, son las
autobiografías; la diferencia fundamental con las primeras
radica en su dependencia de la voluntad del autor por darse a
conocer. Por ende, los datos que allí vuelque, deben ser
cribados con más detenimiento que en el caso anterior previos a
su aceptación, porque la carga de subjetividad, e
intencionalidad, los empaña necesariamente, forma parte de uno
de los tantos aspectos de la tantas veces aludida “condición
humana”: la tendencia a exagerar aristas consideradas positivas
por el protagonista, hasta desfigurarlas, y menospreciar y aun
negar las restantes, por la dispar nubosidad que reflejarían
sobre el aura de su auto homenaje.
Efectuadas estas salvedades epistemológicas procedo a
pasar revista, desde ya parcial, de mi convivencia con la
creación literaria y, entre ellas, con la poesía. Si bien leí, y
mucho, desde pequeño (mis padres eran inmigrantes italianos, y,
en particular mi padre, ferroviario y socialista, y sabido es la
devoción por la cultura que traían desde el Viejo Continente los
adeptos a esta ideología, lo cual me permitió el acceso a una
biblioteca que contaba con algunos de los textos esenciales de
la literatura universal y una formación bilingüe invalorable),
sin embargo no ocurrió lo mismo con la escritura, no fui un niño
prodigio (ni un adolescente, ni un joven, ni un adulto, nunca
alcancé ese rango), tanto es así que, mi primer poemario,
“Ráfagas de luna”, lo publiqué a los 39 años. Fue precedido por
algunos otros poemas (que no incluí en libro, aparecieron en un
suplemento literario de la bonaerense ciudad de Azul, e,
incluso, posteriormente). El resto, mis primeros intentos
poéticos y en prosa, datan de una adolescencia y primera
juventud vulgar y silvestre y eran abominables, por suerte los
destruí.
Tengo formación filosófica y antropológica y una visión
muy particular de la primera, antiacadémica, y crítica de la
segunda. No consiento en dividir los campos, el conocimiento es
uno, el mundo es uno y, sumados los dos, nos acercamos a los dos
de distintas maneras,
como nos resulta posible,
eso es todo.
Con lo cual quiero significar lo siguiente: el problema, la
incógnita, la emoción o lo que fuere están allí, enfrente y
dentro mío, dependerá de la manera como lo enfoque o lo exprese
mi recurrencia a la prosa ensayística, la narrativa, el teatro o
el poema para manifestarlos.
Del hecho que pueda expresarme indistintamente en
cualquiera de los géneros aludidos no implica que me considere
un ser “privilegiado”, sí, en cambio
afortunado; de no
haber tenido la cuna paterna mentada no se hubieran despertado
en mí las inquietudes que me acompañaran desde entonces, e,
igualmente, habría carecido de la voluntad por desarrollarlas,
aunque malamente, e ir mejorando su impronta literaria con el
tiempo.
Detesto el incienso propio y soy absolutamente incapaz de
mover un incensario para otros (hecho muy distinto a elogiarlo
si su obra lo merece, así se trate de una simple operación de
maestranza, como la de barrer un piso, o profesional, como
escribir un libro o dictar una conferencia). De allí que una de
las temáticas primordiales que siempre afloran en mi obra sea la
de la injusticia, la desigualdad socio–económica, debida a los
hombres, o las intelectivas y físicas congénitas debidas a los
dioses o la naturaleza me enfrentan a la peor de las
alternativas, no comprender en absoluto
nada o, en otros
momentos, comprenderlo
todo, de cuanto me
rodea y darme cuenta que, en ambas acepciones, sucede lo mismo,
la continuidad
profunda de esa
incomprensión atroz y desgarrante como horizonte final de cuanta
empresa iniciemos, en conjunto, los humanos, para superarla.
La otra temática que siempre aflora en mi creativa
filosófico–poética es la de la verdad, siempre aludida y
manoseada, y, además, temible cuando, supuestamente, se halla en
mano de los detentadores del poder (religioso, político,
económico, cultural), admito su búsqueda pero reniego de quienes
sostienen haberla encontrado, se desliza de las manos lo mismo
que una anguila, salvo que la apresemos con guantes provistos de
tachas y, entonces, se arroje sobre la tabla del negocio
donde se la vende un cuerpo sanguinolento y desgarrado. Valga la
metáfora en una autobiografía poética y una confesión
existencial: me aterroriza quienquiera blasone poseerla
y
nadie me quitará el
convencimiento de
que miente. Sumo, así, a la metáfora, una paradoja.
Entre el sí y el no opto por la negación, las ofertas del
mundo, lo confieso, me asustan, no me,
tienden tientan, por
lo general a conducirme a cualquiera de sus
engalanadas trampas. Soy lo que soy a pesar de haberlas
rechazado y no me fue tan mal. El aprendizaje y la práctica por
el no deja un vacío
creador;
la del credo por el sí un
lleno que intoxica
y empalaga, empacha, al decir de las viejas comadronas. La
marcha liberadora de la historia fue,
siempre, la que
expresara no, a las costumbres sociales, a las imposiciones
escolares, a los mandatos ideológicos, a la credulidad
religiosa, a las terapias mentales, a cuanta compañía se ofrezca
como paliativo a una soledad desamparada pero autónoma.
Y con esto concluyo mi reseña autobiográfica; más no se
me ocurre decir de mí ni creo que interese para la intelección
de mi poesía, una poesía de búsqueda y des-comprometida de
cuanto lugar común asfixie la belleza que debe, necesariamente,
acompañarla, en su logro mi ansiedad.
2 — Villamercedino
y puntano (o sanluiseño). Te propongo que nos sitúes en tu
provincia, en tu ciudad, en tu acontecer por aquellos paisajes,
no sólo en tus primeros años, también incluir cuánto, cómo
seguís vinculado.
CEB — Me sitúo ambiguamente porque soy de dos
paisajes, el ciudadano porteño y el serrano. Y hablo de
paisajes, no de tradiciones o costumbres en particular; San Luis
no tiene la presencia identificativa del Norte o el Litoral, y
tampoco sus problemas; es una provincia mediterránea
influenciada por sus aledañas Córdoba y Mendoza, aunque de una
autonomía psicológica y cultural notable.
Vine desde pequeño a Buenos Aires y la nostalgia, aunque
se trate de un tópico entre los poetas, no es mi fuerte. Sin
embargo confluyen en mi vida esos dos paisajes por algo en común
que me hace amarlos, el ser abiertos; no soporto las selvas
tropicales ni los bosques porque me asfixian.
Pero sigo vinculado porque en el Norte de San Luis, en
Merlo, un lugar paradisíaco, se encuentra una quinta familiar a
la que voy cuantas veces me resulta posible; allá escribí parte
considerable de mis obras.
Carlos Enrique Berbeglia con Ricardo Rubio
3 — Desde 2012 sos vicepresidente en la sede Buenos Aires
de la “Red Iberoamericana de Trabajo con Familias”.
CEB — Es una ONG. Allí mi trabajo, por supuesto que
honorario, consiste
en llevar adelante la parte intelectual.
Aclaro, se hacen numerosos Congresos, nacionales e
internacionales, sobre temáticas afines a la violencia de
género, vincularidad padres e hijos, conflictos de la
adolescencia, controversias interculturales y similares, en
donde se vuelve una y otra vez sobre lo mismo, y se aporta poco
y nada nuevo a nivel teórico o práctico. He participado en unos
cuantos, incluso con otro tipo de desempeños en Colombia,
México, España, Chile y aquí. Mi insistencia en estos eventos
siempre giró sobre la necesidad de enfrentar los desafíos de
frente y no con medias tintas: el narcotráfico, la trata de
personas, la venta de órganos, el trabajo esclavo, la
prostitución y la corruptela política que da pie a estos
cánceres sociales…; y puedo asegurar que no solí ser
precisamente aplaudido.
Carlos Enrique Berbeglia con Juan Antonio Ciliento y Ricardo
Salas Astraon
4 — “Argentina, tal vez” es el sugestivo título de un
ensayo tuyo que obtuviera una mención en 1969, en un concurso
organizado por la Editorial Siglo XXI. ¿Qué
Argentina, tal vez, la de los sesentas?...
CEB — Fue uno de los pocos premios que obtuve a lo
largo de mi carrera literaria y no se editó, pero me sirvió de
base para una obra que fui desarrollando, a posteriori, en
sucesivas publicaciones:
“Argentina, incógnita y cuestionamiento”, por el Ciclo
Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, con dos
ediciones, en 1995 y 1997, y, luego, totalmente actualizado, con
el título de “La avenida
más ancha del mundo”, cuyo subtítulo es “Grandilocuencia y
depresión en la Argentina”, en el año 2009 bajo el sello de
Biblos.
Se trata de un ensayo socio–político donde analizo
ciertas constantes negativas del país, entre ellas la paulatina
pérdida de identidad cultural debida, en lo fundamental, a la
radical ignorancia histórica, literaria y filosófica de la casi
totalidad de sus dirigentes políticos y del instantaneísmo de
sus planes, la mentira solapada en los discursos en lo relativo
a una sociedad empobrecida, y la negación de la realidad de un
país con fronteras abiertas que no cuida ninguno de sus bienes,
ni el territorial ni el espiritual.
Es una obra bastante polémica y su destino fue similar al
de mis intervenciones en los eventos citados en mi tercera
respuesta.
Carlos Enrique Berbeglia con Héctor Miguel Ángeli, Ricardo
Rubio, Rafael Alberto Vásquez, etc.
5 — Aunque ignoro con qué nivel de dominio, sé que has
aprendido varios idiomas: ¿puede ser que no hayas traducido
poemas, por ejemplo, o lo has hecho pero no alcanzó a
conformarte el resultado?
CEB — Sí, hice el ensayo de traducir poesías, del
italiano y del francés, pero, al consultar el resultado con
ediciones serias, advertí que eran desastrosas. Es doloroso
confesarlo, pero responde por la verdad.
Carlos Enrique Berbeglia con Graciela Licciardi, Nora
Nardo, etc.
6 — Es a quien ha disertado en las “IV Jornadas de
Psicología Social: Hacia dónde va el mundo” en la Universidad
Argentina John F. Kennedy, en 2004, a quien le pregunto: ¿hacia
dónde va el mundo?...
CEB — En una obra de tesitura filosófica publicada en
2005 también por la Editorial Biblos:
“Razón, persistencia,
racionalidad. Algunos componentes del saber humano”; incluyo
una serie de escolios: en uno de ellos
expongo mi idea al respecto, y en el siguiente: Descreo de la
crisis; denomino, con una idea de mi pertenencia,
racionalidad instintiva
al instrumento del cual se vale la humanidad para sortear los
abismos en los que cae: guerras, colapsos económicos, desastres
ecológicos, genocidios
y otras delicias con las que nos tiene acostumbrados y
seguir adelante. La pregunta
“¿hacia dónde va el mundo?” tiene, desde mi perspectiva, una sola
respuesta: hacia el constante cambio tecnológico y una mejora en
la calidad de vida de partes substanciales de su población, pero
con la misma base moral de la prehistoria, la (o las) crisis, de
las cuales descreo, son superficiales, le sirven para despertar
en los seres humanos temor por
los cambios que, a la larga, siempre son superficiales y
le permiten tenerlos controlados.
Si hay algo que nunca va a ocurrir es que la humanidad se
suicide, siempre lo evitará, así tenga que eliminar a sus
mejores civilizaciones.
Carlos Enrique Berbeglia con Graciela Krapacher, etc.
7 — Disertar, exponer, participar en un panel: ¿cómo se
expone un panelista?
CEB — Hay una cosa importante: decir siempre lo que
pensamos y aquello que somos capaces de demostrar; parafraseando
al Evangelio, “lo demás viene por añadidura”.
Carlos Enrique Berbeglia con Cayetano Zemborain, etc.
8 — En tu presentación curricular omití —justamente para
que nos detengamos en ellos ahora— tus libros de creación
literaria categorizados como “Interlineales” (1988 a 2006):
“Interlineal cincuenta”,
“Homo homini homo”,
“Viaje parcial por el planeta Tierra”,
“Ambigüedades y certezas. El mediodía en su sombra” y
“La rebeldía agónica”.
CEB — En ellos abordo asuntos desde lo que denomino
las zonas en claroscuro de
la literatura: sus géneros allende la poesía, la
narrativa, el ensayo o el teatro, que son los más frecuentados;
esto es, las parábolas, los aforismos, la prosa poética, las
fábulas, entre otros. Me sirven para darles contundencia a los
escritos, evitar los largos períodos o los desarrollos rigurosos
propios de la filosofía.
Carlos Enrique Berbeglia con Beatriz Schaefer Peña,
Graciela Aráoz, Rafael A. Vásquez, Norberto Barleand, Rubén
Balseiro y Graciela Maturo
9 — No te has privado de incursionar en dramaturgia para
el teatro de títeres (o de manipulables
“Muñecos de pelusa y
azafrán”).
CEB — No, me divertí mucho con ellos, son las únicas
obras escritas donde me acerqué a las predilecciones y lenguaje
infantil, aunque también pueden ser apreciados como una metáfora
adulta, como en la pieza
“El dragón, los duendes y el destino”, donde algunos de sus
actores son… ¡los piolines! que mueven a los títeres.
10 — Es debajo de
muchos poemas tuyos donde, por ejemplo, asentás “Pinamar, enero
del año 2014”, “Ramos Mejía, octubre del año 2013” (“Veladuras
y pliegues”) o “Colonia, R. O. U., marzo 2013”, “Vísperas
navideñas del año 2011”, “Piedra Blanca, Merlo, pcia. de San
Luis, octubre 2012” (“Amaneceres
vedados al tiempo”). ¿Te referirías a lo que te impulsa a
esta decisión?
CEB — El motivo que me lleva a colocar las fechas, a
veces muy precisas, aunque, por lo general, únicamente el mes y
el año, y los sitios donde fueran escritos los poemas, responde
por una peculiaridad psicológica antes que a una
inspiración, o como quiera llamarse, a este extraño oficio de acceder al mensaje
poético, y es ella la de documentar el curso y desarrollo de mi
estilo y temática. Como ya afirmara en el apartado segundo,
“la nostalgia no es mi fuerte”; si vos te fijás, la temática de los
poemas así localizados, prácticamente nunca tiene que ver con
alguna peculiaridad del sitio donde fueran elaborados, por el
contrario, repiten una y otra vez mis obsesiones.
Carlos Enrique Berbeglia (Foto Daniel Grad)
11 — En más de una ocasión se ocupó de tu obra la crítica
literaria Graciela E. Krapacher. Analizando uno de tus poemas,
cuyo título es “Poética”, afirma:
“…persiste siempre un
secreto que nos convierte en esclavos del conocimiento.”
Así, aislado lo que destaco, ¿qué te promueve?...
CEB — Una crítica que supieron hacerme, entre otros,
un querido amigo dedicado al pensamiento medieval, fallecido en
enero de este año y a quien reitero, en estas líneas, mi
homenaje, Valentín Cricco, fue que a mi poesía le costaba
desprenderse de la filosofía, que siempre la cultivara paralela.
Allí radica, creo, la clave de la frase de Graciela Krapacher
que vos destacás certeramente, el conocimiento, la desesperación
por el logro de alguna certeza que me permita ubicarme en la
vida y no las emociones o los sentimientos, son la fuente de mi
pensar y hacer poético. No se encuentra en mí afirmar si redunda
en un beneficio estético…
12 —
¿Para qué sirve el Arte? ¿Cómo surge?
CEB —
Esta pregunta tiene dos respuestas básicas posibles: una,
erudita, donde para contestarla deberíamos efectuar una
selección de autores y de orientaciones, recurrir, por ejemplo,
a los diálogos platónicos como el Hippias Mayor y el Fedro o la
poética de Aristóteles, entre los clásicos, y, por ese camino,
arribar a la estética de Hegel y las posteriores visiones
socializantes del arte propias del siglo XIX, o, caso contrario,
por qué no simultáneo, acercarnos a obras actuales y decisivas
como la “Obra abierta”
de Umberto Eco y, bajo su guía, analizar las proclamas
surrealistas o las consignas y prescripciones del período
barroco, tal vez uno de los más
racionales de la historia
del arte. Francamente me excede, los baches que dejaría serían
innumerables.
Queda recurrir a la preceptiva propia: desde ella
respondería comenzando por la segunda parte de tu interrogación
(que, con total seguridad, vos también, como poeta, te la habrás
hecho infinidad de veces): surge de un momento anímico y de la
posibilidad, técnica, de volcarlo, en el lienzo, la partitura
musical, el mármol o la palabra; sin dominio del medio expresivo
las ideas restan confusas y se pierden, el
“dí tu palabra y rómpete”,
de Nietzsche, se cumple bajo esta sola condición. En cuanto a la
utilidad del arte es muy variada; la más bastarda y despreciable
es cuando se lo mediatiza con fines ideológicos o económicos,
cuando, por ejemplo, un cuadro impresionista se cotiza en el
mismo escaparate donde luce una pulsera de diamantes.
En el arte, para mí, ocurre el encuentro de dos almas que
se trascienden, uno en la obra, otro en la contemplación; es un
diálogo superador que fortalece el yo del individuo, y, a través
del goce, nos aleja de una realidad asfixiante o nos hunde en
ella para que termine de asfixiarnos.
Carlos Enrique Berbeglia (Foto Daniel Grad)
13 — ¿Suelen interesarte de algún modo peculiar las
novelas en las que el tema histórico es esencialmente
protagonista?: por ejemplo, las primeras cinco por orden
cronológico: “Los novios”
(1823) de Alessandro Manzoni (1785-1873);
“La letra escarlata”
(1850) de Nathaniel Hawthorne (1804-1864);
“Historia de dos ciudades”
(1859) de Charles Dickens (1812-1870);
“Los miserables”
(1862) de Victor Hugo (1802-1885);
“Guerra y paz” (1865) de León Tolstoi (1828-1910).
CEB —
Leí esas cinco novelas, pero las alterno con otras donde la
imaginación desempeña un rol mayor y los protagonistas enfrentan
otros tipos de problemas; evoco, al azar de la memoria y
siguiendo aproximadamente las fechas, los
Libros de Alicia,
de Lewis Carroll o “Los
demonios” de Dostoievski. Sucede que, en la época donde
asientan las novelas que vos citás, predomina esta temática,
propia del romanticismo, que ya entronca con el realismo que va
a culminar en obras al estilo de
“Madame Bovary”, de
Gustave Flaubert; se mueve paralela a la novela gótica (previas
a H. P. Lovecraft) y anticipa la terrible literatura del absurdo
de Kafka.
Quienes amamos la literatura no podemos prescindir de
ninguno de estos estilos.
Carlos Enrique Berbeglia (Foto Daniel Grad)
14 — ¿Podrías determinar cómo surgió la necesidad de
escribir cada una de tus dos novelas?
CEB —
La
primera, “Ventanas de
acceso”, es una novela para adolescentes que tuvo varias
redacciones hasta la definitiva, en 1991; en ella el
protagonista es un antihéroe en la realidad, que entra en
contacto con un mundo fantástico donde encuentra un lugar a su
medida; es una crítica, nada vedada por cierto, al momento
histórico que atravesaba por aquel entonces, y me valí de ella
para llevarlo a cabo. En “La villanía heroica” fue la necesidad, si así querés llamarla, de
enaltecer a un trío de delincuentes a los que une algo nada
común en estos individuos, y es el menosprecio por cuantos no
consideren la libertad como el máximo bien posible. Sin embargo,
si bien roban y secuestran, para conseguir un nivel de vida que
les permita gozarla al máximo, nunca vulneran la dignidad de sus
víctimas, un principio moral irreductible.
15 — En el prólogo de Juan José Saer a
“José Pedroni – Obra Poética”, leo:
“…toqué el timbre, esperé tembloroso un momento, y cuando me abrieron y
me invitaron a pasar, al trasponer el umbral, entré a la vez,
con el mismo paso inseguro, en la casa de José Pedroni y en la
literatura.” Y en otro párrafo:
“Si Pedroni no fue el
primer poeta que leí, fue sin la menor duda el primero que
conocí y que admiré personalmente. La increíble emoción de
tenerlo sentado frente a mí, atildado, atento y cordial,
escuchando la lectura de mis poemas…” ¿Qué se asemejaría en
tu derrotero, Carlos, a lo que Saer trasmite?
CEB —
Primero
debo hacer una mínima referencia a Pedroni y Saer, los dos
litoraleños, tal vez, de allí, aunque externamente, su cercanía.
Pedroni fue un referente de la poesía social de la década del
cuarenta y Saer, uno de los más grandes narradores argentinos,
cuando lo conoce, pertenece a otra generación. Yo, como
te afirmara anteriormente, me introduje tarde en el mundo
de la literatura y no tuve la suerte de conocer, personalmente,
a ningún “grande” o que alguien escuchara con similar atención
mis poemas, no tengo puntos de contacto con ese derrotero, si te
lo contestara sería puro invento.
16 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas del francés
Paul Verlaine (1844-1896), del italiano Dino Campana (1885-1932)
y del austríaco Georg Trakl (1887-1914)?
CEB —
Son tres momentos distintos de la expresión poética, aunque,
tengamos en cuenta que Verlaine, además de poeta, también fue
crítico, tal vez el primero que habló de los “poetas malditos”
en un libro publicado en 1884, donde pasa revista de quienes
nunca triunfan en su propia época por incomprendidos y
únicamente les aguarda una gloria
pos mortem. Desde
su visión, solamente en las vanguardias se traduce el verdadero
arte; por ese motivo se encuentran
obligados
sus cultores a ser ignorados y hasta despreciados por sus
contemporáneos. La obra incluye su auto-inclusión entre los que
así denomina, el tiempo le dio la razón, dado el sitial de honor
que ocupa actualmente su poesía.
Dino Campana (hay una reciente edición antológica
bilingüe a cargo de Rodolfo Alonso de sus
“Cantos órficos”)
representa, junto con Gabriele D’Annunzio, el momento de
transición de la literatura italiana del romanticismo a la gran
poesía del siglo pasado de Ungaretti, Quasimodo, Eugenio
Montale, entre otros. En su poesía conjuga lo épico y lo
iniciático, su técnica remite a la prosa poética y a los versos
de arte mayor. Residió un tiempo en nuestro país y lo refleja en
su escrito “Pampa”, donde la describe con el mismo misticismo
que alienta el resto de su obra.
De Georg Trakl, uno de los más grandes poetas
expresionistas alemanes, de quien contamos con dos versiones al
castellano en nuestro país, una debida a Aldo Pellegrini y la
otra a Rodolfo Modern, me resulta tan difícil opinar como de
Verlaine y Campana, tal vez porque llegan al corazón de la
poesía, y la prosa que los retrate, resulta, fatalmente
prosaica. Empero, me atrevo a decir que es alucinante, su
obsesiva danza discursiva con la muerte, que termina en su
probable suicidio, a los veintisiete años, el vínculo con la
Gran Guerra, que acabó con lo mejor de su generación en las
trincheras, el extraño amor, casi incestuoso, por su hermana, se
reflejan en sus poesías donde la noche, el crepúsculo, la
melancolía, entre los temas más abusivos, la pueblan y
ennoblecen hasta llegar a nuestro espíritu y permitirle esa
catarsis que solamente posibilita el contacto con lo grandioso.
Carlos Enrique Berbeglia con S. Pastrana, S. Fernández
Sachaos, M. Simpson, S. Manzini, E. Goldar, R. Glorioso, H. M.
Ángeli, G. Maturo, etc.
17 —
“Penumbra sin voz y luminosa voz de vos” ofrece al lector lo que has
denominado “Post Ludio: ‘El itinerario y la poesía’”:
¿intentarías resumir el contenido de ese texto?
CEB — Allí afirmo que
“descreo de la inspiración” y que algunos seres, entre los cuales
me
ilusiono
encontrarme, tienen la facultad de expresarse poéticamente. La
poesía, desde esta perspectiva, es un trabajo con la palabra, un
trabajo especial, como el de la narrativa, el ensayo o el
teatro, donde lo importante radica en la co–relación entre quien
escribe, lo que dice y cómo lo dice. Somos hijos de las
palabras, hasta nuestro rostro termina de configurarse gracias
al movimiento que le imprimimos a los músculos que lo
constituyen, y, nos desenvolvemos en el tiempo, pero hay un
lugar donde ese “tiempo” transcurre y es la Tierra, la siempre
Tierra nuestra de cada ser humano, que tanto nos duele su
ausencia en el destierro.
Hay dos poemas, en ese libro, dedicados al
“desencuentro”, un tópico existencial tan caro a nuestra
expresión popular por excelencia que es el tango; aquí no resumo
sino, más bien, añado: ese desencuentro duele más cuando se da
en el paisaje (antes que físico, anímico y cognitivo) donde
transcurre nuestro ser.
Más no puedo decir, además de mi descreencia en la
inspiración, me resulta difícil auto–referirme; de allí,
también, la falta de lirismo en la mayor parte de mis poemas.
Carlos Enrique Berbeglia con S. Lamaison, C. Kuraiem,
Vanina Guilledo, el pianista Pablo, el actor Horacio Verón, G.
Maturo, Mónica Caputo, R. Rubio y la actriz Mónica Snÿder
18 — ¿Ruth Benedict
(1887-1942), Bronislaw Malinowski (1884-1942), Mary Douglas
(1921-2007), Claude Lévi-Strauss (1908-2009) o Ruth Cardoso
(1930-2008)?...
CEB —
Esos
nombres remiten a mi quehacer profesional como antropólogo, los
conozco y he trabajado sus teorías en mis clases universitarias,
pero no me basé en ninguno de ellos ni en mis trabajos de
investigación, por ejemplo los realizados en la zona del
Altiplano argentino–boliviano, que concluyeron en mi tesis de
doctorado sobre la concepción y práctica del espacio de los
grupos aymara, ni en los diversos artículos de índole socio
antropológica publicados en diversos medios. Le debo a la poesía
y a la creación poética el desprenderme de las influencias en el
momento de pensar o escribir.
Carlos Enrique Berbeglia con Rubén Balseiro, Alicia Del
Puerto, Marcos Silber, etc.
19 — ¿Me equivoco si se me da por sospechar que te
identificarías de inmediato con Luis María Panero cuando
declara: “...a pesar de lo mucho que me empeño en hacer
de la escritura, hasta la más mínima, una dedicatoria por
ejemplo, una práctica rigurosa y sin concesiones, un ejercicio
inhumano.”?
CEB — Parcialmente:
lo del “ejercicio inhumano” me trae a la memoria otra
“práctica”, esta vez anterior a cualquier quehacer de los
intelectuales, la de creerse seres elegidos por los dioses,
habitantes del Parnaso o pertenecientes a una especie distinta a
la del común de los mortales. Una anécdota, nada divertida por
cierto, abona esta afirmación, que una poeta, hace bastantes
años, me rechazara, airada, un prólogo a su poemario, porque
allí trataba a los poetas (y a ella, por supuesto) de
trabajadores de la palabra.
Desapruebo este tipo de posturas, no por falsa humildad sino
por sinceramiento con lo que somos; sí acepto y postulo la
rebeldía contra todo tipo de normas en el momento de escribir
(o, incluso, de vivir), porque me permiten el vuelo hacia la
compañía de la libertad, siempre en peligro de ser cercenada,
muy a menudo, desgraciadamente, debido a nuestras falsas
iluminaciones.
20 — ¿Te “explicás” a veces el por qué de algunos
títulos de tus poemarios?
CEB — Eso es justo lo que hace pocos días me pidió
que por mail le respondiera el poeta y fotógrafo Daniel Grad, a
propósito de seis poemarios que obsequié a la Biblioteca “María
Meleck Vivanco” del Hospital Neuropsiquiátrico “Braulio A.
Moyano”, donde él coordina un taller de poesía. Grad, además,
requirió que me refiriera —para compartirlo con los integrantes
del taller, desde luego— a “la razón de ser” de mi poesía, así
que me voy a permitir encomillar para nuestros lectores el texto
que redacté:
“No siempre los poetas explicamos los
motivos conducentes al título de un libro de poemas; en mi caso,
a veces suelo hacerlo en algún preámbulo, como acontece aquí, en
“Correspondencia abierta” (1992), donde afirmo que la poesía
por la poesía misma no va más allá de un solipsismo vacuo,
“ella configura un camino
y solo uno de acceso a la humanidad inherente en cada ser
humano”, de lo cual se desprende el título de la obra, una
serie de cartas (poéticas) donde relato las experiencias
estéticas y metafísicas que me posibilitan dicho acercamiento;
no, en
“Revelaciones del tiempo”
(1997), porque el tiempo, desde que cobramos conciencia de
nosotros mismos, teje y, a la vez desteje, el ovillo que
concentra la existencia, urde su trama para desmenuzarla luego,
el tiempo circula por el cuerpo y lo circunda en cada ser que lo
rodea, cons-tituye y des-tituye;
sí, en cambio, en
“Los terracota y polen”
(2001), con las
“consideraciones posteriores” donde expreso:
“los perros le dieron el nombre al libro al confesarme uno de ellos el
motivo que los condujo a llamarnos
terracota, algo así
como divinidades mal cocidas” y polen por la fecundidad que
atesoran;
tampoco en
“Pantomima y desierto”
(2003), el más escéptico de los títulos de este grupo de
poemarios, alude a lo que resta luego de las representaciones
sin contenido que solemos efectuar junto a las trascendentales,
obteniendo, en estas últimas, como resultado, si no un vergel al
menos un paisaje desprovisto de abrojos;
y vuelven a justificar el libro en
“Proximidades lejanas” (2007), un oxímoron su título que expresa,
fidedignamente, la contradicción reinante en numerosas
experiencias, algunas de ellas, bastante pocas, por cierto, nos
conducen a la escritura poética. Este poemario presenta un
entreacto donde
niego la especificidad del lenguaje poético, la terminología de
cualquier disciplina, incluso la de las ciencias duras, puede
revertirse en los versos, dependerá de la habilidad con que la
empleemos que se convierta, en el poema que recurra a ella, en
poéticas;
también en
“Veladura y pliegues”
(2015), donde apelo a la experiencia, y siempre la experiencia,
que nos revela cómo la realidad de cuanto se nos ofrece se
halla, precisamente, oculta y se desoculta, al menos para mí, en
ciertos momentos de iluminación poética que abre algunos de sus
portales al entendimiento.
En cuanto a la
razón de ser de la
totalidad de mi poesía queda expresada en otro libro:
“Si la poesía hablara en
mí yo callaría.” No importa en cual porque redunda en una
frase que hago valer por la totalidad de las publicaciones
realizadas hasta la fecha, y, sin duda, incluso en las que el
destino, o el estro, me permitan seguir realizando. Me
identifico en cada uno de mis libros por igual, una continuidad
sincopada por las fechas de impresión, no veo en ellos un antes
o un después, ni una mejora estilística o cambios de temática
desde que me animara a darme a conocer de esta manera; sí me
cabe afirmar los motivos que me impulsaron (no digo
inspiraron porque descreo de esa facultad) a la hechura de todas
mis poesías:
la justicia y su antónimo, asociadas a la
suerte o la maldad humana;
el doble paisaje vernáculo por el que hube
de transitar desde la infancia, el serrano y el pampeano;
Buenos Aires sublimada por el tango, ese
destello de nostalgia y bronca, soledad y angustia, esperanza y
tedio, escepticismo y sabiduría que la privilegia como una urbe
poética que danza con su propio ritmo, tan “propio” como el de
las esferas celestiales del pitagorismo;
el amor, no universal porque me parece una
abstracción mendaz, sino siempre personalizado en mis padres y
hermanos, amigos y Sandra;
la figura de Cristo, contrapuesta al
desconocimiento de Dios y a la negación de toda la parafernalia
que lo exalte;
la misma poesía como sujeto de la
especulación poética y la persistencia por el logro de la
belleza a través de las versificaciones, las metáforas y el
encabalgamiento del poema;
la naturaleza en su conjunto, como
constituyente nuestro a la par que víctima de la expoliación
humana;
los animales, sobre todo los domésticos,
por la sinceridad de sus sentimientos hacia nosotros y la
enseñanza que nos brindan, un aprendizaje que negamos
amparándonos en cuanto lugar común, hasta pretendidamente
científico, recaiga sobre ellos;
el desprecio, absoluto y reiterado, por
toda falacia autoritaria, el asco por las manifestaciones del
poder dictatorial, del signo que fuera;
la ruptura, una exigencia ontológica previa
a cualquier adscripción escolar estética o gnoseológica,
aunque su prestigio y aceptación del mundillo literario e
intelectual así lo ordenen y expongan sus beneficios para quien
las acate, las genuflexiones nunca formaron parte de mis
ejercicios corporales;
el vino como posibilidad de
transubstanciación a dimensiones que la cotidianía nos impide o
vela;
la alegría como sentido, práctica y fin de
la existencia;
el conocimiento que la experiencia y la
cultura me deparen, unidos a la desconfianza hacia los sistemas
que lleven la pancarta de una sola verdad (hay tantas que
apabullan) y la blasonen e intente imponer desvergonzadamente;
la rebeldía como autoexigencia previa para
el logro del más preciado de los bienes al cual podamos arribar
por el imperio de nuestras propias fuerzas, la libertad;
la hermandad y la humildad con las
criaturas más desprotegidas, los marginados del orden social,
los pobres, los ancianos, los enfermos y, por lo tanto, así
cerrar (olvidando, tal vez, algunos otros) los motivos de un
poetizar que encuentra uno de sus anclajes y pivotes motivadores
en la imperiosa necesidad de la justicia.”
21 —
Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
CEB —
Querido
amigo, la cotidiana, en la cual, parafraseando el inmortal poema
de Jorge Luis Borges, ignoro ya no
“¿Qué Dios detrás de Dios
la trama empieza…”
universal aquí, sino la concatenación de causas, azares,
o determinaciones propiamente mías y que vuelven mi existencia,
como la de todos, dubitativa e incierta, apasionada y tensa,
alegre y triste, aventurera y sosegada, pero nunca absurda.
*
Carlos Enrique Berbeglia (Foto Daniel Grad)
Carlos Enrique Berbeglia selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
XXXIII
A mis padres
Si el país que sueño
fuera como lo sueño,
su geometría, en la lluvia,
al margen de los ríos,
no empañaría la esperanza
de su gente y las ciudades
alzadas a la vera de su historia
no atesorarían ejemplos de infortunio
en sus archivos.
Los alféizares de sus ventanas
a paisajes sin claudicaciones abrirían
y las fórmulas de la inquietud
y el miedo, fenecidas en inaccesibles
tumbas,
enunciarían la caducidad del mal
y la risa abierta de la dicha
perduraría en toda boca y alma.
Y la justicia, la sagrada justicia,
cobijada en su verdad como un capullo
delicado y joven, extasiada de belleza
en toda bestia y hombre reinaría
y un no lugar, no cetro, no diadema
ocuparía el olvido y su obsecuencia
pertinaz de muerte y quebradura.
(de “Tierra
crepuscular posible”, incluido en
“Continuidad en los
modos”, Ediciones Filofalsía,
Buenos Aires, 1990)
*
24. Variaciones de la imagen
¿Qué reflejos desprende la locura
cuando la escasa luminosidad
alcanza los espejos?
¿y qué destellos
en los bronces opacos por el tiempo
obtiene la oscura servidora del mal
si con su aliento los tizna de melancolía?
Pareciera como si las entidades
se diluyeran acuosas entre lágrimas
de una matemática sin números
o la descompusieran átomos de extintos
universos.
A un soldadito de plomo, que defiende
con su fusil de utilería y no sagrado fuego
la triste ciudad que nos cobija,
se asemeja la tarde donde perduran los
interrogantes
no obstante el ritmo que anhela la
conciencia
cuando los espías del daño pretenden
nuestra lengua.
(de
“Los terracota y polen”,
Editorial Amaru, Buenos Aires, 2001)
*
VI
Ricercare, los amantes
Esas telas de araña ennegrecidas por el
hollín de los incendios,
la sangre de los fugitivos moteando los
vellones de lana,
nieve en los valles y mesetas cubriendo
algún erial reseco,
la playa soportando la fetidez de los
pescados muertos,
la luna, en su verde aterrador bajo los
eucaliptos,
el viento, como una maldición fugaz en los
cañaverales…
y ellos dos, bebiendo las gotas de vino que
les restan
y afuera, a la intemperie, las metamorfosis
del mal
buscándolos sin tregua
y la sordera de Dios cayendo sobre las
ciudades
que todavía
resisten el asedio.
(de
“Pantomima y desierto”,
Editorial Amaru, Buenos Aires, 2003)
*
Otoño en el espíritu
Coloquemos en el escenario los
drammatis personae:
una pordiosera anciana, su perro,
enflaquecido,
tan sucio como ella,
una joven mujer, triunfante en un certamen
de belleza
que asciende a su automóvil,
las hojas del otoño arrastradas por la
noche,
la luna, cuarto – menguante en las alturas,
la radio trasmitiendo un discurso político
del intendente nuevo,
un afiche proclamando el regreso triunfal
de un grupo de cantantes
y algún triste cronista
apercibiendo el conjunto de hechos
entretanto desmenuza su propio infortunio:
los padres fallecidos, el hogar al que no
vuelve
dada su desnudez oprobiosa,
y, en la esquina, un ángel junto a Dios
llorando y abrazados,
sin fuerzas capaces de impedir
el suicidio de cuantos hollaran las
encrucijadas.
(de
“Penumbra sin vos y
luminosa voz de vos”, Ediciones La Luna Que, Buenos Aires,
2011)
*
Conversaciones con mi gato II
Nunca, en la noche,
supo bajar un ángel
siquiera hasta mis sueños,
o, en la plenitud del mediodía,
allá, en las sierras de mi lejana infancia,
alguna otra deidad,
indígena o mediterránea,
se reveló en el zumbido de los insectos
que recorrían el seco ramaje
del otoño.
Ni la belleza de las hadas
cabalgando en el perfume de las flores,
o briosos y burlones pegasos en el cielo
me incitaron a que los enjaezara
para perseguirlas hasta sus moradas
intangibles.
No sé si debiera apenarme
por tales desencantos
en estas lides de la vida cotidiana,
acaso la desilusión
apenas insinuado por un roce
con esos huidizos habitantes
de otros mundos
hubiera sido
menos auspicioso todavía.
(de
“Amaneceres vedados al
tiempo” , Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2013)
*
Autobiográfica primera
Dada la parsimonia que, hasta ahora,
manifestó la historia para justificar sus
yerros
(y algunos aciertos que los equilibraran),
el silencio oculto en las respuestas
de las religiones, las ciencias, las
filosofías,
este simple mortal, en un día lluvioso
y de ventisca agreste, tributa,
no obstante la incertidumbre que colmara,
al pensarse, su existencia,
los siguientes agradecimientos:
a los dibujos animados
las tiras cómicas,
los ositos de peluche,
las mentiras que me prodigaran
cuando me hallaba enfermo,
la belleza expuesta, como llagas beatíficas
en las artes, sin condicionamientos para
experimentarla,
a los iconoclastas, que nunca demolieran
definitivamente
las compulsiones de la sociedad, pero las
desnudaran,
y a cuanta ruptura implique
una libertad desaforada, única, absoluta.
(de
“Amaneceres vedados al
tiempo”, La Luna Que, Buenos Aires, 2013)
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Carlos
Enrique Berbeglia y Rolando Revagliatti, 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/020600.html
http://www.revagliatti.com.ar/990617.html
http://www.revagliatti.com.ar/990617_berbe.html
http://www.revagliatti.com.ar/030324.html
|