César
Bisso: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
César Bisso
nació el 8 de junio de 1952 en Santa Fe, capital de la provincia
homónima, República Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Es Licenciado en Sociología por la Universidad de
Buenos Aires, donde se desempeña desde 1993 como Profesor de
Sociología Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la
citada universidad.
Además de recibir
la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de Escritores,
obtuvo, entre otros, en el género poesía, el Premio Regional
“José Cibils” y el Premio Provincial “José Pedroni”. Coordinó
los talleres de escritura del Rectorado de la Universidad
Tecnológica Nacional y fue coorganizador del Primer Festival
Internacional de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires (1999).
Participó en festivales y cónclaves en su país y en el
extranjero (Nicaragua, Perú, Chile, Cuba, Uruguay, Venezuela,
España). Poemas de su autoría fueron traducidos al italiano,
francés, esloveno, portugués, turco, alemán e inglés. Fue
incluido en el volumen colectivo
“Poemas del taller”
(1975), así como en antologías nacionales e
internacionales:
“Antología de la poesía argentina” (Tomo III, con selección
de Raúl Gustavo Aguirre),
“Poetas argentinos de hoy” (con selección de Julio Bepré y
Adalberto Polti), “Poetas argentinos contemporáneos” (con selección de Nina Thürler),
“Entre la utopía y el
compromiso” (con selección de Antonio Aliberti y Amadeo
Gravino), “Canto a un prisionero. Homenaje a los presos políticos en Turquía”
(con selección de Elías Letelier, Montreal, Canadá),
“Poesía Latinoamericana. Argentina-Venezuela” (con selección de
Guillermo Ibáñez y Reynaldo Uribe), etc. En carácter de antólogo
es el responsable, junto a Graciela Zanini, de
“9 de 9”. Como
sociólogo participó del volumen colectivo
“Discutir el presente, imaginar el futuro. La problemática del mundo
actual.” En el género ensayo se editó en 2014
“Cabeza de Medusa”. Publicó los poemarios
“La agonía del silencio” (1976),
“El límite de los días” (1986),
“El otro río” (1990),
“A pesar de nosotros”
(1991), “Contramuros”
(1996), “Isla adentro”
(1999), “De lluvias y
regresos” (2004),
“Permanencia” (2009) y
“Un niño en la orilla” (2016). En 2005 fue publicada la
antología de su obra poética
“Las trazas del agua” (Universidad Nacional del Litoral) y la
selección de poemas editados e inéditos
“Coronda” (Editorial
Arquitrave, Bogotá, Colombia).
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1 — Nacido en la
ciudad de Santa Fe, pero…
CB
— …a las pocas
horas ya estaba disfrutando de los aires de Coronda, ciudad de
residencia de mis padres y hermanas. Por tal motivo me defino
como un corondino auténtico: allí transcurre mi infancia, hasta
diciembre de 1962. Y hasta el día de hoy regreso asiduamente a mi terruño, donde
perduran los amigos y las emociones…
César Bisso en 1955
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César Bisso con su padre, César Luis Bisso, en 1983
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César Bisso con Horacio González
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2 — ¿Cuándo
comenzó tu relación con la escritura?
CB
—
Según contaba mi madre, en la escuela
primaria siempre elegían mis redacciones para la celebración de
los acontecimientos patrios, pero no tengo mucho registro de
ello. Sí recuerdo que me gustaba leer y sabía visitar la
biblioteca de la escuela para buscar libros y revistas de
aventuras. A mis diez años de edad, mis padres eligieron otra
ciudad para vivir y desde mi entrañable Coronda partimos hacia
Santo Tomé, una población a orillas del río Salado, pegada a la
capital santafesina. Y allí comencé a desarrollar mi
adolescencia, acompañado de mis hermanas mayores que trabajan en
Plaza y Janés, una sucursal santafesina de la antigua editorial
española. Solían traer libros a casa y yo trataba de leerlos
como pudiera, sobre todo novelas épicas y románticas, que eran
las favoritas de la familia.
Así llegué a la escuela secundaria en el prestigioso
Colegio Industrial de Santa Fe, en 1964. Ese año fue muy raro,
porque el colegio dependía de la Universidad Nacional del
Litoral y los docentes se dedicaron la mayor parte del
calendario escolar a realizar paros al gobierno del doctor
Arturo Umberto Illia. Nunca terminamos de acomodarnos como
alumnos y pasamos de curso a duras penas. Recién al año
siguiente arrancamos con más energía y durante ese ciclo sucedió
algo inesperado: nuestra profesora de Literatura, Delia
Travadello, de reconocida trayectoria como investigadora
literaria, me propuso que vaya a reportear junto a Felipe Oliva,
un compañero de curso, a un célebre escritor porteño que había
llegado a Santa Fe a dar una conferencia. Obviamente que esta
señora preparó el cuestionario a los precoces periodistas y
partimos rumbo a “Los Dos Chinos”, tradicional confitería del
centro. Quien nos esperaba allí era nada menos que Jorge Luis
Borges, acompañado de un presbítero que lo había invitado y
hacía de anfitrión, por entonces Jorge Bergoglio a secas. Poco
recuerdo de aquella entrevista, pero sí tengo presente la
respuesta de Borges a una de nuestras preguntas:
“Señor, ¿qué hay que tener
en cuenta al momento de escribir?” Y Borges respondió algo
así: “Tratar siempre con
sobriedad el lenguaje. Por ejemplo, decir que el sol es
luminoso, pero nunca indecible”. Esa frase me quedó
registrada para siempre.
Y muy pocas veces
la conté a esta anécdota. Hoy, con el tiempo, quizás tenga algo
más de color (para el gran público), lo que sería el encuentro
entre un estudiante adolescente, el escritor mayor del país y el
futuro Papa de la iglesia católica. Para mí, lo esencial
sigue siendo internalizar que la sobriedad siempre debe estar
presente al momento de escribir.
César Bisso en 1962
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César Bisso en Masaya, Nicaragua, 2007, junto a
un grupo de niños.
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César Bisso con Leticia Luna y José Muchnik en Granada,
Nicaragua, 2007
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César Bisso con jóvenes poetas nicaraguenses en Granada,
Nicaragua
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3 — ¿Y después?
CB — Llegó uno de los
momentos más tristes de mi vida. En 1966, mi hermana Graciela
falleció de leucemia a los 21 años de edad. Su muerte me
despertó una terrible angustia y la única manera de consolarme
era escribiendo. Y así, desde el dolor, nacieron los primeros
esbozos de poemas, tal vez porque ella fue quien más me alentó a
acercarme a la lectura y a la escritura. Se había recibido
recién de maestra y si bien nunca llegó a ejercer, siempre
estuvo alentándome. Aún la extraño. Un ser pleno de amor, al
igual que mi otra hermana mayor, Ana María, quien se dedicó a
cuidarme y mimarme como una segunda madre.
Pero la vida continúa y en ese año trágico suspendí mis
estudios para retomarlos al siguiente. Y en 1969, ya en cuarto
del colegio industrial, me encontré con una profesora de
Literatura Americana, quien nos hizo conocer tres poetas
esenciales: Walt Whitman, César Vallejo y Pablo Neruda. Con
ellos y con Borges me lancé al río tumultuoso de la poesía y
nunca más dejé de nadar, aun sabiendo que cada brazada te lleva
más a la deriva de lo desconocido. Incluso aquella profesora me
incentivó para que fuera a un taller literario. Tanto me gustó
aquel descubrimiento de poetas y palabras que mis estudios
comenzaron a flaquear y a fin de año, con notas bajas y
desesperanzado, les comenté a mis padres que quería estudiar
otra cosa, afín
al mundo de las letras. Mi madre fue tajante: sos
ingeniero o te meto en el colegio militar. Mi padre se quedó
callado, como adivinando el futuro de su hijo. Y en marzo de
1970 estaba parado frente al Colegio de Oficiales de Campo de
Mayo. Por suerte, gracias a
mi desagrado, fueron sólo dos meses, porque rendí
mal los exámenes de ingreso y debí retornar a Santo Tomé.
Entonces me acerqué al taller literario de la Asociación
Santafesina de Escritores, que coordinaban Edgardo Pesante y
Miguel Ángel Zanelli, dos talentosos docentes. Y a mitad de año
reinicié los estudios en el Colegio Nacional para recibirme de
bachiller. A fines de 1970 aparece publicado mi primer poema en
el suplemento literario del diario “El Litoral”. Fue entonces
que mi madre aceptó mi incierto destino de escritor y se olvidó
del ingeniero y del militar. En 1973 seguí concurriendo al
taller, a la par que realizaba el curso de guardavidas, porque
ese verano había conseguido el puesto de bañero en el balneario
del pueblo. Pero en abril me fui a la colimba (me tocó Marina,
con destino en el Aeropuerto de Ezeiza, en la base de Aviación
Naval). Y como ese año obtuve el
Premio Regional
“José Cibils” para poetas jóvenes, el Comandante de la
Base se interesó en mis condiciones básicas de escritura y me
consiguió una especie de corresponsalía en Ezeiza de la “Gaceta
Marinera”, el diario de la Armada Argentina. Publiqué notas de
viaje y poemas, porque nuestra función era recorrer por el aire
los destinos australes del país. Fue una experiencia muy linda
conocer aquella Ushuaia de far west, aquel Río Grande ventoso e
inhóspito y tantos otros bellos lugares donde aterrizaba el DC
4. Fue una colimba mágica, porque me trataron muy bien y podía
viajar a mis pagos todas las veces que me lo proponía. Tanto,
que en 1974, mientras seguía bajo bandera, me inscribí en el
Instituto del Profesorado con sede en Coronda, para comenzar mi
carrera de Letras. Pero antes sucedió otro hecho notable:
haciendo dedo en la Avenida General Paz para llegar a Ezeiza, me
alcanzó en su auto un señor con el cuál comenzamos una charla
insólita, porque cuando me preguntó a qué me iba a dedicar
cuando saliera de la conscripción, le dije
“a escribir”. Se
sonrió y me respondió:
“Muy buena idea, mi cuñado es escritor y sería bueno que lo
conocieras”. Y me dio una tarjeta que decía: Raúl Gustavo
Aguirre, director de la Biblioteca de la Caja Nacional de Ahorro
y Seguros. A la semana siguiente estaba frente a quien se
convertiría en un verdadero faro literario. A partir de entonces
frecuenté la Biblioteca. Aguirre, siempre atento y gentil,
dispuesto a aconsejarme alguna lectura o presentarme a otros
poetas, como al genial Edgar Bayley, quien también trabajada en
dicha biblioteca, y con el que sólo pude cruzarme aquella única
vez. Todo lo que decía Aguirre era almacenado en mi memoria:
nombres de poetas y poemas de cualquier registro; reflexiones y
conjeturas acerca de la poesía y la vida.
Pero la colimba terminó y a principios de junio ya estaba
de vuelta, dispuesto a proseguir los estudios, trabajar y
continuar mi noviazgo con Analía, la mujer que hasta el día de
hoy sigue a mi lado. Lo primero que hice fue acudir a los
consejos de Francisco Mian, un distinguido profesor de
literatura y crítico literario santafesino. Quería profundizar
mis conocimientos acerca de la poesía y él era la persona
indicada para orientarme. Por eso decidí estudiar Letras y aquel
regreso a mi ciudad natal me trasladó a la infancia y al
reencuentro con los primeros amigos de la vida, como así también
al reconocimiento del paisaje y del hábitat de un pueblo con el
que siempre me sentí identificado y gozoso de pertenecer.
Con Manfred Chobots,Rowena Hill,José Muchnik,Renato
Sandoval y Birgitta Jónsdóttir, etc.,en Granada,Nicaragua
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César Bisso
con Jorge Isaías, Mario Barletta, Lidia Lobayza y María Paula
Alzugaray en 2006
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César Bisso con Rafael Alberto Vázquez en 2008 - Foto
Daniel Grad
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César Bisso con los poetas Norberto Salinas (Costa Rica),
Harold Alvarado Tenorio (Colombia) y el editor Chus García
(España), en Granada, Nicaragua
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4 — 1974. Así que
Aguirre, de pleno, y Bayley, de refilón.
CB
—
Así es, sobre todo Aguirre, porque Bayley sólo fueron los
segundos que duró un saludo. Con el tiempo registré la dimensión
de aquel fugaz encuentro. Pero en 1974 también se produjo otro
hecho trascendente en mi vida. En el
mes de septiembre, un poeta que integraba el grupo Tupambaé me
invitó a viajar a la ciudad de Paraná a visitar al maestro Juan
L. Ortíz. Confieso que aquella invitación me sorprendió, porque
poco conocía del poeta entrerriano, pero Horacio Rossi —el poeta
en cuestión— ya había viajado varias veces. Así que cruzamos con
la balsa del otro lado del río Paraná y nos fuimos a la casa de
Juanele, donde la calle Buenos Aires culmina en la alta barranca
frente al río. Allí vi por primera y única vez a ese hombre
alto, flaco, silencioso, rodeado de incienso y de gatos: sentado
en el patio, sobre un sillón, con su pipa de bambú, su pelo
blanco y revuelto, su ropa y alpargatas andrajosas. Desde ese
lugar gozaba la vida Juanele. La contemplación sobre el río
padre, el pequeño islote y más allá la gran isla Curupí. Ya
tenía 78 años y se lo veía complacido, relajado, inmerso en el
ritmo de los poemas. Poco supe decir esa tarde, porque había
varios visitantes de distintos rincones del país. Y Horacio, un
ser locuaz y muy agradable —que ya nos abandonó, lamentablemente
[1953-2008]— era quien más preguntaba y repetía versos de
memoria. Nuestro poeta mayor sólo miraba, a veces sonreía y de
pronto disparaba desde su voz pequeña algún breve comentario.
También le dejé, con mucha vergüenza, un cuadernillo con algunos
de mis primeros poemas. Nunca sé si alcanzó a leerlos, espero
que los haya omitido, aunque me hubiese gustado una mínima
opinión.
En verdad,
la poesía me había atrapado. Fue así que al poco tiempo (1975)
organicé el primer encuentro de escritores amigos de Coronda
(entre otros convocados: Leopoldo Chizzini Melo, José
Francisco Cagnín, Amalia Aldao, Alfonso Acosta y Sara Zapara
Valeije), que aún desperdigados por el interior del país
acudieron a la cita. No olvidemos que mi pueblo cobijó a
Alfonsina Storni, quien se recibió de maestra en la prestigiosa
Escuela Normal, que tenía como maestro de música a Zenón
Ramírez, el padre
de Ariel, el autor de la “Misa Criolla”. Tras aquel encuentro de
escritores apareció un volumen colectivo con poemas y cuentos de
ocho integrantes del taller literario de la ASDE. Aquella
publicación resultó la motivación más notoria para sentirme más
cerca de mi sueño de poeta. Fue la prueba cabal de que
algo raro había hecho con un montón de palabras y que la
sociedad literaria lo aceptaba.
“Para Bisso llegó el
momento de soltar amarras”,
sentenció el escritor Carlos Roberto Román, en una crítica
del libro que realizó para el “Nuevo Diario” de Santa Fe.
Pero en 1976 llegó la dictadura militar y se acabó la
carrera del profesorado, por razones obvias. Como ya estaba en
imprenta mi primer poemario de autor,
“La agonía del silencio”,
faltaba saber qué pasaría con él, porque incluía poemas
celebratorios dedicados a Pablo Neruda, a Salvador Allende y a
Raúl González Tuñón. El reconocimiento más importante que tuve
en ese momento fue el comentario que hizo en el diario “El
Litoral”, el talentoso escritor Lermo Rafael Balbi, cuando el
libro fue presentado en público. Saber que una de las mayores
voces de la literatura nacional me alentaba a seguir adelante
significaba un gran aliciente para mí:
“Bisso es un poeta que
recoge mucho del estímulo de la naturaleza pera desembocar en
maduras reflexiones filosóficas que no son, sin embargo,
austeras disquisiciones filosóficas... Ella (la naturaleza) le
hace decir cosas que tiene conexión inmediata con su medida
humana, su estadio terrenal, su interrogante íntimo”. Aunque
también recibí la otra noticia: me llamó el secretario de
Información Pública de la Provincia, quien me conocía bien,
porque además era gerente de noticias de Radio LT 9, donde yo
colaboraba como libretista. Me recomendó, con sutileza, que no
hiciera mucho ruido con ese libro. Comprendí la situación y
acaté el consejo. Entonces nacieron los años de soledad, donde
decidimos con Analía contraer matrimonio y refugiarnos en el
trabajo de cada uno (ella en una empresa constructora y yo en
una editorial y librería santafesina, además de escribir
libretos radiales). Aquella oscuridad se contrapuso con la
iluminación de la lectura, porque
en ese lugar de
trabajo pude leer todo lo que llegaba a mis manos y también
conformar en mi casa una amplia biblioteca, accediendo a libros
de poetas y narradores de todos los rincones del mundo.
César Bisso en 1985
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Con José Muchnik, Birgitta Jónsdóttir, Francisco Asís
Fernández y Renato Sandoval en Granada, Nicaragua, 2007
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César Bisso con Marta Cwielong y Guillermo Ibañez en 2005
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César Bisso con Enrique Puccia en 1992
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5 — ¿Mantenías,
Cesar, correspondencia con escritores?
CB — Entre 1975 y 1977
establecí un animado diálogo epistolar con José Francisco
Cagnín, radicado en Villa Ballester y director del Museo
Ceferino Carnacini, quien fuera un pintor nacido en el barrio
porteño de La Boca y fallecido en 1964 en la mencionada ciudad
del Conurbano. Cagnín, más allá de haber vivido en Coronda y
transformarse en el escritor del pueblo a través de su libro
“Caramelos de naranja”,
con narraciones, leyendas, anécdotas y poemas sobre célebres
personajes lugareños, fue muy buen amigo de Raúl González Tuñón.
En sus cartas me contaba aspectos de esa relación amical, como
así también expresaba los consejos que un escritor de
experiencia podía ofrecer a un novel poeta. Precisamente al
museo Carnacini llegamos en la primavera de 1978 con Lermo
Rafael Balbi, Susana Valenti y Julio Luis Gómez, para dar a
conocer nuestra poesía. El salón estaba repleto, porque Cagnín,
que era un notable relacionista público, había invitado a media
ciudad. Nosotros, acostumbrados a leer para veinte o treinta
personas, no lo podíamos creer…
Otra animada relación epistolar mantuve con el
maravilloso Mario Vecchioli, poeta de la gesta gringa, quien
radicado en Rafaela se transformó en un maestro a distancia
hasta que una enfermedad lo fue alejando hasta su muerte,
acaecida en 1978. También con Federico Peltzer, el autor de la
novela “La razón del topo”,
quien me escribía desde su entrañable Adrogué. Y con una joven
de Quilmes, en su primera etapa literaria, la que muchos años
después alcanzó reconocimiento como periodista y escritora. Me
refiero a Sandra Russo, una mujer admirable.
César Bisso con Beatriz Vallejos, Nora Didier, etc., en
1998
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César Bisso con José Emilio Tallarico y Alejandro Méndez
Casariego en 2003
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César Bisso con los poetas peruanos Renato Sandoval, Carlos
Germán Belli y su esposa, en Granada, Nicaragua
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César Bisso con Malena Ciraza y Amelia Biagioni en 1998
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6 — Te
desempeñaste como periodista deportivo.
CB — Desde 1977 a 1981:
un oficio que pude disfrutar y al que siempre quiero volver. Fui
el redactor oficial de la revista
“Unión de Santa Fe”, una gran institución social y deportiva que tenía su
equipo compitiendo en la primera división del fútbol argentino,
y que en esos años realizó excelentes campañas profesionales,
obteniendo el subcampeonato nacional de 1979. Fue una
impresionante aventura recorrer el país y conocer a los
jugadores más famosos, como Diego Armando Maradona (a quien le
hice un largo reportaje para un diario santafesino), y casi
todos los estadios. En esa época prácticamente me olvidé de la
poesía, ya que vivía atento a los acontecimientos deportivos.
También seguí con mis tareas de libretista en LT 9, radio
Brigadier López y en LT 10, radio Universidad. Me gustaban ambos
oficios, pero representaban poco dinero, entonces fundé un
periódico en Santo Tomé, que se llamó “La Voz” y salió a la
calle en abril de 1980. Aventura a la que me lancé junto a otros
amigos que ejercían el periodismo a pura voluntad. Y como
libretista de ambas radios fui alimentando el arte de escribir,
porque había que preparar glosas todos los días para diferentes
programas y los temas había que buscarlos en la realidad
cotidiana, en la historia, en la vida de personajes célebres, en
anécdotas de cualquier naturaleza, en el paisaje, en los
acontecimientos sociales, culturales, políticos, deportivos. Y
también había que llenar el periódico de noticias. Todo un
desafío. Pero lo más emocionante ocurría en los meses de febrero
de esos años, cuando se desarrollaba el famoso maratón acuático
Santa Fe-Coronda, que representa casi sesenta kilómetros de
recorrido, donde los mejores nadadores y nadadoras del mundo se
arrojan a las aguas y tras ocho horas o más de brazadas sin
pausa llegan a la meta. Una competencia extraordinaria, que
hasta el día de hoy se sigue realizando. Yo me subía al yate de
una de las radios y con mi máquina de escribir construía
semblanzas al paso de la carrera por cada paraje que asomaba a
orillas del río. Y el relator las leía con ese espíritu pasional
que tienen los periodistas deportivos, porque ese maratón se
transmite como un partido de fútbol que dura más de diez horas;
realmente increíble cómo disfruta la gente ese día domingo.
Pocos argentinos saben que es la gesta de aguas abiertas más
bella del mundo. En ella no hay mares fríos, olas picantes,
vientos adversos, sólo el río manso y el vértigo del verde que
invade las orillas, sólo la solemnidad de islas imperturbables,
sólo la brisa estival de cada febrero… Y cientos de canoas
raudas que acompañan a los briosos competidores, adornadas de
estandartes de diversos colores: rojo y negro; blanco y rojo
(los colores que representan a los dos clubes santafesinos);
celeste y blanco nacional; azul, blanco y rojo de la provincia
invencible… Y el nadador que va en busca de la gloria, rodeado
del bullicio de las cumbias y chamamés que suenan desde las
embarcaciones, al compás de cada brazada. Y yo, acompañándolo
desde la escritura, imaginando ese esfuerzo inconmensurable,
como quien busca un tesoro en el río dorado.
César
Bisso con Leonardo Madelón (director técnico del equipo de
fútbol Unión de Santa Fe) en 2004
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César Bisso con Marcelo di Marco y Delia Pasini en 1999 -
Foto Daniel Grad
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César Bisso con Analía Alzamora, su esposa, en Manacor,
Mallorca, España, en 2017
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7 — Periodismo,
pero supongo que manteniendo vínculos con escritores.
CB — Continué mi diálogo
epistolar con Raúl Gustavo Aguirre, quien a fines de los setenta
ya había culminado los tres tomos de la
“Antología de la Poesía
Argentina”, de Ediciones Fausto. Incluyó dos poemas míos, no
lo podía creer. Y tiempo más tarde acepté una invitación del
Instituto Hispanoamericano de Cultura para leer en Buenos Aires,
junto a otros poetas santafesinos. Aguirre ofició de
presentador, ya que estaba entusiasmado en dar a conocer la
poesía del país profundo. Aquella noche, con su habitual
modestia, negó diferencias entre la literatura capitalina y la
del interior, enfatizando que
“la auténtica poesía, por
caminos misteriosos, de alguna manera ayuda a que el mundo sea
más habitable, la vida más valiosa y el hombre más humano”.
Gesto noble de un hombre que supo orientar literariamente a
muchos jóvenes de mi generación. Aquella delegación de
escritores, si mal no recuerdo, fue a fines del ’81; la integré
junto a Juan Manuel Inchauspe, César Actis Brú, Arturo Lomello y
Julio Luis Gómez. Y seguí escribiendo, aunque sólo publiqué
algunos poemas en suplementos literarios y revistas. En ese
viaje a Buenos Aires me relacioné con José Carlos Gallardo, un
poeta español radicado en Buenos
Aires. Lo
evoco con su barba roja y su capa negra, seduciendo con su
verborragia andaluza. Aquel granadino estaba a cargo del Aula
“Antonio Machado” de la Embajada de España, y desde allá
impulsaba encuentros, lecturas, diálogos y cursos con poetas
porteños y del interior. Un trabajo encomiable. Y otro amigo que
cultivé en ese viaje fue Rubén Vela, reconocido
escritor santafesino que supo llegar a ser
presidente de la Sociedad Argentina de Escritores y quien
también impulsó aquel convite. Establecimos un vínculo que dura
hasta hoy. Él se transformó en mi segundo padrino,
o mejor dicho, en
un faro del mundo de las letras. Siempre ha estado
aconsejándome e invitándome a las reuniones de escritores que
organizaba en su departamento, sobre todo en la época que vine a
vivir a Buenos Aires y él se jubilaba en Cancillería como
embajador.
Mi vida de periodista se amplió aún más, porque el 1º de
abril de 1982 salió a las calles santafesinas el diario “El
Federal”, y allí fui como jefe de Interiores, a
cargo de noticias
provenientes de toda la provincia. Pero al otro día, el 2 de
abril, estalló la guerra de Malvinas y pasamos a tener
una actividad inesperada. Ese momento se vivió con un frenesí
especial, trabajábamos prácticamente todo el día, nadie pensaba
en horas extras, sólo cubrir los avatares de la guerra con la
poca información que llegaba. Así que empezamos a buscar
familiares de soldados de la región para hacer notas emotivas,
viajes a Reconquista y Paraná, donde se encontraban las bases
aéreas de los emblemáticos aviones Pucará, para entrevistar
pilotos que salían hacia el lejano sur. A mitad de la guerra,
una compañera y yo nos ofrecimos como corresponsales, porque
queríamos estar lo más cerca posible de las islas, incluso
llegar hasta allá. Pero no pudimos acceder a esa posibilidad, a
pesar de nuestro entusiasmo y nuestro exceso de utopía, que
tenía que ver más con la inconciencia que con el coraje. La
dirección del diario nos convenció de que era una verdadera
locura. Y nos quedamos vacíos y angustiados, aún más cuando
comenzaron a llegar al aeropuerto local los aviones que traían
los primeros ataúdes con los cuerpos de nuestros soldados
ultimados. Todo se transformó en zozobra, bronca, impotencia. En
fin, el triste legado de una guerra absurda.
Fue en septiembre de aquel año cuando conocí en Santa Fe,
en la casa de un amigo, a un hombre muy especial, pocos meses
antes de su muerte. Aún conservo vívida aquella tarde, tomando
mate con nosotros, analizando el fin de la
guerra y el futuro incierto del país. Sus
palabras sonaban justas y cada pensamiento era un aliciente para
mí. Ese hombre sabio, ya anciano, había llegado por la mañana,
solo y en micro, desde la ciudad de Córdoba y al otro día
regresaba de la misma manera, sin rendir cuentas a nadie. Ese
hombre me permitió creer en la democracia que aún desconocía y
en un país posible, lejos de todo tipo de autoritarismo. Se
llamaba Arturo Umberto Illia, el mismo que vapuleaban con
huelgas interminables en los años que fue presidente de los
argentinos, y entonces yo ingresaba al colegio secundario y como
cualquier adolescente que no entendía mucho lo que sucedía, sólo
disfrutaba del hecho de no ir a clase. Lo increíble es que Illia
muere el mismo día que fallece Raúl Gustavo Aguirre: 18 de enero
de 1983. Dos golpes duros: uno, por tardío respeto; el otro, por
lejana y hermosa amistad.
César Bisso con Leonardo Martínez, Rodolfo Godino y
Graciela Zanini en 2006
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César Bisso entrevistando al cantante Sandro en 1981
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Con José Muchnik y su esposa,Ramón Fanelli,Marion
Berguenfeld,Luis Raúl Calvo y su esposa,y José Emilio Tallarico,
en 2015
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César Bisso con Fernando López en Cosquín, Córdoba,
Argentina, enero 2018
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César Bisso con Leopoldo Castilla y Juan José Hernández en
2004
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8 — Es a fines de
ese año…
CB — …que retornó la
bendita democracia. Entonces partimos a principios del siguiente
hacia Buenos Aires, junto a mi señora, dejando el periódico “La
Voz” en manos de mi hermana menor, María Luisa. En la gran
ciudad capital comencé a trabajar en el diario “Tiempo
Argentino”, en Radio Splendid y en prensa de la Cámara de
Diputados, donde me había convocado el periodista Ernesto Omar
Patrono. Había que rearmar el país, eso pensábamos todos, de
cualquier sector partidario, organización social e ideología.
Había que tirar del mismo carro, dejar de lado los errores, los
arrebatos de la intolerancia. Y poco a poco la vida recobró
sentido y volví a frecuentar la poesía. Los viejos y nuevos
poemas se fueron integrando en un texto bastante coherente con
la realidad, y en 1986 publiqué mi segundo poemario,
“El límite de los días”.
Rememoro las palabras de Edgardo Pesante en el prólogo:
“Diez años han pasado
desde aquel primer libro, tiempo en el cual César ha seguido
nutriéndose de experiencias, de buenas lecturas, en que quizás
pasó meses sin escribir una línea. Sin embargo veíamos un poema
suyo en una página literaria, sabíamos de su participación en
una sesión de lectura”… Una perfecta síntesis de mi
derrotero literario desde 1976 a 1986.
Volver a empezar, como dice la canción…
Una vez adaptado al ritmo de Buenos Aires comencé a
frecuentar el ámbito cultural. Habíamos alquilado un
departamento en el barrio de San Telmo. Me relacioné con el
grupo XUL, integrado por Jorge Santiago Perednik, Emeterio
Cerro, Fernando (Bubi) Kofman, Jorge Lépore y Esteban Moore. Nos
juntábamos en la pizzería “Guerrín”, y entre grandes de
mozzarella y cervezas leíamos poemas y charlábamos sobre
literatura. Era gente muy amena, divertida, cáustica. Cada uno
con su estilo. Mi referente era Jorge Lépore, a
quien conocía desde años atrás a través de Carlos,
su hermano menor, quien trabajaba conmigo en aquella editorial
santafesina. Después sucedió algo terrible, porque su hermano
murió siendo muy joven. A partir de aquella circunstancia nos
hicimos muy amigos con Jorge, sobre todo cuando él también se
radicó con su esposa e hijo en el barrio de San Telmo. El grupo
tenía un sello editor, Calle Abajo, y en 1990 socializaron mi
tercer poemario, “El otro
río”. Rescato una frase del prólogo que escribió Perednik:
“César Bisso escribe
acerca del mismo río que Mastronardi y Ortíz y una vez más de su
pluma sale otro río, lo que aparte de necesario por ser un
diferente escritor, esta vez es una elección poética: la
propuesta es hacer vertiginosamente del río, como lo indica el
título, un río distinto. El río cambia, es siempre otro. El del
indio no es el del conquistador, ni el del frutillero es el del
vecino del pueblo; ni el exterior es el río interior”… Este
párrafo me abrió la idea de tener siempre al río como un
parámetro de lo que hay, de lo que somos, de lo que perdura más
allá de los avatares, las convulsiones, las diferencias. Y
también de la memoria, pero una memoria viva, en tiempo
presente, como las propias aguas del Río Coronda. Con aquel
poemario tan demorado recorrí el país, pero sin ninguna duda el
lugar donde fui mejor recibido ha sido en la ciudad de Mendoza.
En esa oportunidad las palabras de presentación estuvieron a
cargo de la escritora local Elda Boldrini y luego actuó el
prestigioso Coro Polifónico de la Universidad. Una gran movida
cultural, organizada por mi amigo José Fara.
Del ámbito literario que frecuentaba surgieron otros
compañeros de ruta, como Alberto Vanasco, Marta Cwielong, Rafael
A. Vásquez, Enrique Puccia, Alicia Grinbank, Norberto
Covarrubias... Pero no me aparté jamás de mi pago chico. Seguí
viajando constantemente a Santa Fe, porque mantenía una relación
periodística con el diario “El Litoral” (colaboraba con notas de
opinión), con el periódico “La Voz” (en manos de mi hermana) y
con la comunidad de Coronda. Incluso no hice el cambio de
domicilio, porque me gustaba votar allá, a los candidatos
comprovincianos. Recién en el nuevo siglo cambié el domicilio
por razones profesionales y laborales. Y también me hacía tiempo
para contactarme con los escritores lugareños (Roberto Aguirre
Molina, Carlos O.
Antognazzi, Osvaldo Raúl Valli, Enrique Butti, Nora Didier,
Estrella Quinteros, Marta Rodil, Roberto D. Malatesta, y los ya
nombrados Morán y Gómez) y visitar en Rincón [ciudad de San José
del Rincón] a la adorable y luminosa poeta Beatriz Vallejos. No
obstante ello, el meridiano cultural estaba en el centro
porteño, donde pululaban los cafés literarios. Volví a creer que
era capaz de escribir poesía. Más aún cuando conozco al cantante
Alberto Cortez, con quien iniciamos una cálida amistad. Alberto
me invita a que lo acompañe al Festival de Varadero, Cuba, en
1987. Allí conocí a grandes talentos de la música y poesía de
esa fascinante isla caribeña: los precursores de la vieja trova,
como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Vicente Feliú; más los
pertenecientes a la nueva trova, como Santiago Feliú, Donato y
Roberto Poveda, Frank Delgado, Amaury Pérez y Carlos Varela, sin
olvidar al trompetista Arturo Sandoval. También quiero mencionar
a Marilyn Bobes, Reina María Rodríguez, José Pérez Olivares,
Víctor Rodríguez Nuñez y Rogerio Moya, entre los poetas y
narradores. Incluso, con los primeros de ellos participé de una
mesa de lectura en la Casa de la Trova, en La Habana Vieja. Al
año siguiente regresé a la isla, invitado por el Instituto de
Turismo, y pude recorrer muchos rincones y ciudades, escribir
notas para el diario “Tiempo Argentino” y cubrir el Festival
Internacional de la Guitarra, donde conocí al músico, compositor
y director Leo Brouwer. A partir de allí y durante dos años, fui
corresponsal en Buenos Aires de un programa cultural sabatino
que emitía Radio Rebelde, conducido por Albertico Fernández, un
periodista de Prensa Latina. Es imposible imaginar con la
tecnología de ahora las peripecias que hacíamos para salir al
aire en esa época, todo muy desprolijo, pero servía para
contarles a los cubanos lo que acontecía acá, en nuestro ámbito
cultural. Y también me dediqué con otro compañero, Carlos García
Puente, a tramitar la posibilidad de que nuevos cantantes
cubanos se dieran a conocer en la Argentina. Fue así que
trajimos a Santiago Feliú, para actuar en el primer Chateau Rock
que se organizó en la ciudad de Córdoba y en otros lugares del
país (Santa Fe, Rosario y Buenos Aires). Incluso, con Santiago
realizamos un dueto de canciones suyas y poemas míos, en la
ciudad cordobesa de San Francisco. Una improvisación a pedido
del escritor local Fernando López, que por suerte nos salió
bien… Aquella tarea de pseudo productor musical se agigantó,
porque junto al músico Fernando Porta nos encargamos de
organizar festivales en todo el país para el Ministerio de Salud
y Desarrollo Social de la Nación, promocionando la donación de
órganos para el INCUCAI [Instituto Nacional Central Único
Coordinador de Ablación e Implante]. Destacados artistas como
León Gieco, Mercedes Sosa, Juan Carlos Baglietto, Alejandro
Lerner, Teresa Parodi, César Isella, Nito Mestre, Raúl
Porchetto, José Ángel Trelles, Patricia Sosa y Luis Alberto
Spinetta, entre otros, participaron de aquellas convocatorias
libres y gratuitas.
César Bisso con el cantautor cubano Santiago Feliú y el
escritor cordobés Fernando López en 1990
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César
Bisso con el cantautor Alberto Cortez en 1989
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César Bisso con Diana Bellessi y otras personas, en 2000
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Con Walter Ríos (bandoneón), Mariel Dupetit (cantante), Ari
Durán (guitarra) y el poeta Vicente Muleiro
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César Bisso con los poetas Thomas Boberg (Dinamarca), Edwin
Madrid (Ecuador) y Christoph Janacs (Austria), en Granada,
Nicaragua, en 2007
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9 — ¿Y
“A pesar de nosotros”?...
CB — Ese nuevo poemario
que venía organizando lo publiqué en 1991 en el sello Correo
Latino, con un prólogo de Luis Benítez:
“Lo adecuado para Bisso es
salir al encuentro de su poética y expresarla en sus libros con
total economía de rincones y recovecos, con tendencia a la
tierra abierta y llana, a la expresión directa porque también
directo y fuerte es cuanto tiene para decirnos a nosotros, sus
lectores”. Oportunas palabras las de Luis, porque aquel
libro abarcaba la temática del amor pero no era un libro
romántico ni amoroso. Sólo quería trasmitir que “a pesar de
nosotros” el amor sigue vigente…:
“herido de muerte por la
soberbia, / ultrajado por la vileza del engaño, / aturdido por
la algarada del recelo, / rasgado por las púas de la impotencia.
/ Y no obstante íntegro, extravagante…” Lo presenté en La
Gran Aldea, acompañado por Fernando Porta y su guitarra, las
voces de Cantoral y de un montón de compañeros de ruta.
Ese año también me brindó dos reconocimientos literarios:
la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de Escritores por
un texto inédito y el Corindio, un galardón otorgado por la
comunidad de Coronda, que significa un premio al mérito que
distingue a aquellos ciudadanos que más hacen por el bien común,
y donde el jurado está integrado por veinte personas que se
conocen como participantes del mismo y que en un acto
celebratorio dan a conocer su veredicto. La estatuilla del indio
chaná, con su lanza alzada, aún brilla en uno de los anaqueles
de mi biblioteca. Lo más trascendente de aquella noche de mayo
en que recibí el premio, es que la poesía se había transformado
en un bien común para mi pueblo. Mi madre estaba allí, feliz con
el reconocimiento al hijo poeta. Pero mi padre ya no estaba, el
cigarrillo le había ganado la última batalla en marzo de 1985.
A comienzos de los noventa también me acerqué a Rosario,
mi segunda casa literaria. Encontré allí a poetas, algunos ya
conocidos de antes, como Guillermo Ibáñez y Jorge Isaías, y
otros con los que comenzaba a alternar: Eduardo D’Anna,
Concepción Bertone, Reynaldo Uribe, Hugo Diz, Malena Cirasa,
Raúl García Barbra y Carlos Piccioni, por ejemplo. Mientras
tanto, en Buenos Aires, continuaban surgiendo nuevas relaciones
entre los frecuentes encuentros en cafés literarios y otros
lugares de lectura: Rodolfo Godino, Leonardo Martínez, Paulina
Vinderman, Leopoldo Castilla, Julio Salgado, Inés Manzano,
Santiago Sylvester, Víctor Redondo, Ana Emilia Lahitte, José
Luis Mangieri, Graciela Zanini, Francisco Madariaga, Joaquín
Giannuzzi, Amelia Biagioni, Antonio Requeni, Hugo Padeletti,
María del Carmen Colombo, Jorge Boccanera, Jorge Ricardo
Aulicino, Daniel Grad, Graciela Aráoz, Rafael Felipe Oteriño,
Horacio Castillo, Manuel Bendersky, Cristina Domenech; en fin,
difícil nombrar a todos. Por aquella época estuve participando
en el Encuentro de Escritores del Cono Sur, organizado por la
Legislatura santafesina (1991), como así también en una mesa con poetas uruguayos
(Álvaro Ojeda, Silvia Guerra y otros) en Montevideo
(1992) y en un encuentro de poetas regionales realizado por el
municipio de Puerto Varas, Chile, a orillas del lago Llanquihue
(1993). Más tarde partí a Venezuela (1994), a participar en un
encuentro de sociólogos en la Universidad Central de Caracas,
donde tuve la oportunidad de dialogar con el destacado poeta y
catedrático Rafael Cadenas, y de integrar una mesa
de lectura con jóvenes poetas locales que organizó
la misma Universidad entre las diversas actividades colaterales.
En 1995, el gentil Mangieri me dio la oportunidad de publicar en
su editorial Libros de Tierra Firme, incluyendo mi poemario
“Contramuros”
en la colección Todos Bailan. Un libro que me brindó muchas
gratificaciones.
Lo presenté junto al querido Rubén Chihade y su poemario
“Cuerpo de olvido”, en
Liberarte. Aquella vez nos acompañaron los maestros
Walter Ríos y Ricardo Domínguez, en bandoneón y guitarra
respectivamente. Creo que con semejantes músicos nuestra poesía
pasó desapercibida. Evidente era la alegría que tenía Mangieri
por aquella conjunción de tango y poesía. Otra noche de
fantasía. Y “Contramuros”
tuvo su estímulo en las palabras que Rafael Felipe Oteriño
expresaba en una carta: “Obra madura que, como pocas, explora esa zona de lo indecible que sólo
parece ceder ante la poesía: lo íntimo, el otro lado, lo
paradojal que tanto inquietaba a los órficos. Aunque en tu
poesía hay una mirada contemporánea, con la hechura de nuestro
tiempo y de nuestros paisajes, urbanos o naturales, que
proporcionan el sabor de la auténtico”…
César Bisso con Guillermo Ibáñez en 2012
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César Bisso con Reynaldo Uribe y Eduardo Dalter
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César Bisso con Libertad Demitrópulos y Celia Fontán en
1994
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César Bisso con José Volpogni y Roberto Retamoso en 2006
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10 — ¿Y tu carrera
de sociólogo?
CB — Por entonces la
había concluido y me había convertido en ayudante de cátedra del
doctor Aldo Isuani, que dictaba la materia Sociología Política
en la Carrera de
Sociología de la Universidad de Buenos Aires. A la
experiencia de escritor, periodista, productor, publicista y
asesor de prensa institucional, le agregaba ahora una profesión.
Por eso me animé a hacer un posgrado en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), de Comunicación y
Opinión Pública y otro en la UBA para obtener el título de
profesor universitario. Y en 1996 ingresé a UNICEF y al Gobierno
de la Ciudad, a cumplir tareas en el área de prensa de ambos
organismos. Era una actividad que me encantaba, porque me
permitía estar en contacto con todos los medios de comunicación.
Hasta me llegué a fotografiar junto al famoso lingüista
norteamericano Noam Chomsky, cuando visitó Buenos Aires y pasó a
saludar al Jefe de Gobierno de la Ciudad. La prensa te brinda
esas oportunidades “cholulistas” (lo destaco como una anécdota
de color).
Pero la vida literaria siempre tiraba del carro y me
incorporé en esos años y por un tiempo breve a la Fundación
Argentina para la Poesía, un cenáculo de compañeros que se
reunía todos los miércoles en la casa del doctor Nicolás Dodero:
Julio Bepré, Alfredo De Cicco, Manuel Serrano Pérez, Julio
Carabelli, Leonardo Martínez, Adalberto Polti, Horacio Preler y
Rubén Balseiro (seguramente había otros). Quizás uno de los
logros más significativos de la Fundación ha sido la publicación
de periódicas antologías de autores argentinos, que comenzó a
plasmarse en la década del setenta, llega a la actualidad y
abarca los nombres de la mayoría de nuestros poetas.
Otro proyecto que surgió en esa época fue la
organización, junto a la periodista Mona Moncalvillo, de una
serie de reportajes públicos, auspiciados por la Fundación de
Estudios Políticos y Sociales Sergio Karakachoff. Los encuentros
eran mensuales y entre las diversas personalidades que invitamos
nos dimos el gusto de contar con Héctor Tizón, el notable
escritor jujeño, a quien tuve el placer de recibir en mi casa
junto a su esposa y discurrir un largo rato sobre literatura y
también sobre los avatares de la realidad argentina, un tema que
a Tizón le preocupaba mucho y que hizo trascender con dignidad
en aquel largo reportaje que le realizó Mona.
Y queda en la memoria otra aventura. Junto a Omar Addad,
cantautor corondino, compusimos una veintena de canciones de
diversos géneros musicales. Mi parte era la letra. Realizamos el
registro correspondiente de las mismas, pero mi amigo se fue a
vivir a Puerto Rico, enamorado de una muchacha boricua. Al
tiempo regresó a Santa Fe, con un nombre artístico, Juan Baena,
y se dedicó a la cumbia. Compuso el famoso “Bombón asesino” y le
sonrió el éxito. Todo aquel proyecto a dúo duerme en los
archivos de SADAIC, pero estamos con ganas de reflotarlo.
Mientras tanto seguía escribiendo poemas. Mi departamento
porteño, y no la orilla del río, fue el recóndito lugar que
elegí para elaborar un texto desde una cosmovisión situada entre
el panteísmo y la metafísica (“escribo
porque me alza la
naturaleza”,
dijo Madariaga alguna vez), que al tiempo me dio
satisfacciones literarias. Fue así que en 1997 obtuve el Premio
Provincial “José Pedroni”, el galardón más importante que otorga
la provincia de Santa Fe en poesía. En esos días me estaba
mudando de San Telmo al barrio de Palermo, y mientras acomodaba
libros en cajas suena el teléfono. Del otro lado, Julio Luis
Gómez me daba la buena nueva. Pero ya ni me acordaba que había
presentado un poemario y aquella noticia prácticamente pasó
inadvertida en el fragor de la mudanza. A la semana, ya
instalado en el flamante domicilio, lo llamé a Julio para
agradecer y averiguar un poco más del tema. Aquel texto inédito
se tituló “Isla adentro” y la editorial provincial lo publicó en 1999. Me solicitaron un
prólogo, que generosamente escribió Francisco Madariaga:
“No se puede olvidar lo que es donación permanente, como el caso de este
excelente libro, donde César Bisso demuestra estar muy lejos de
los bajos plafones de los
impostores redactores de
poesía”. Una amenaza crucial para Coco [Madariaga]
respecto al uso del arte de decir.
César Bisso con Claudio Suárez, Patricio Torne y Carolina
Sborovsky en 2008
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César Bisso con Walter Ríos (bandoneón) y Ricardo Dominguez
(guitarra) en LiberArte, Buenos Aires, 1996
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César Bisso con Hugo Padeletti en 2002 - Foto Daniel Grad
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Con Roberto Arismendi, Waldo Leyva, Dinus Flamad, José
Muchnik y Omar Lara en Granada, Nicaragua, 2007
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César Bisso con Graciela Zanini en 2014
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César Bisso con Luis Pereira en 1998
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César Bisso con su hija Gigi en 2005
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11 — Década la del
‘90 en la que coordinabas, organizabas, viajabas…
CB — Coordiné las
actividades literarias de la Segunda Bienal de Arte Joven de
Buenos Aires, un festival de cultura organizado por la
Federación Universitaria de Buenos Aires y dedicado a los
estudiantes universitarios del país. Era el año 1996. Impulsamos
mesas de lectura, conferencias y tres premios literarios
(poesía, cuento y ensayo). Al año siguiente me animé a organizar
en el Centro Cultural General San Martín las “Jornadas de Poetas
Santafesinos”, donde llegué a nuclear en tres noches diferentes
a Hugo Padeletti, Amelia Biagioni, Rubén Vela, Diana Bellesi,
Jorge Isaías, Sara Zapata Valeije, Concepción Bertone, Daniel
García Helder, Patricia Severín y varios poetas más. Me gustaría
repetir esa experiencia, porque fue un verdadero muestrario de
la obra de poetas que se identificaban por una única referencia:
ser santafesinos.
Y si bien ya había participado
por primera vez en 1996 en el Festival de Poesía de Rosario, donde el
público rosarino acompañó cada noche con mucho fervor, sobre
todo cuando Juan Gelman cerró el festival, fui nuevamente
invitado en 1998 como ganador del Premio “José Pedroni”.
Fue uno de los festivales más convocantes, con la presencia del
peruano Antonio Cisneros, el colombiano Juan Manuel Roca, la
uruguaya Circe Maia y el chileno Gonzalo Rojas. Fue muy
conmovedor, porque más allá de la poesía, hubo interrelación
entre los participantes. Noches de anécdotas increíbles y mucho
alcohol, hasta después del alba. Y la presencia afectiva de
jóvenes poetas: Lisandro González, Cintia Samperi, Sergio
Gioacchini, Pablo Ascierto, Fabricio Simeoni, Andrea Ocampo,
Sebastián Riestra, entre otros. Y además, reencontrarme con la
poeta corondina y amiga de la vida: María Paula Alzugaray.
También surgieron nuevos compañeros de otras generaciones
literarias, como Ana María Russo, Reynaldo Sietecase, Roberto
Retamoso, Jorgelina Paladini, Enrique Diego Gallego, Héctor
Berenguer, etc. En fin,
“Isla adentro” fue el caballo de batalla de esos años.
Significó una bisagra en mi obra poética, no por el premio, sino
porque abarcaba una temática que reforzaba un estilo y, a la
vez, me situaba con una miraba abierta a la naturaleza, donde el
pasado se vuelve devenir y lo inmutable se vuelve travesía.
“Recrear la naturaleza,
comprenderla, dotarla de un sentido. El mundo está allí y no
necesita de nosotros. Somos nosotros quienes, para perdurar,
debemos resignificarlo. Exiliado en la naturaleza, el hombre
tiene el lenguaje; éste parece ajeno al cielo, al agua, a la
tierra. Y sin embargo, sólo el hombre es capaz de nombrarlos, de
recuperarlos para sí, recuperándose: ahí está su salvación”…
Estas palabras pertenecen a Delia Pasini, quien presentó el
libro junto a Marcelo di Marco en el Centro Cultural Ricardo
Rojas, en la primavera de 1999.
Pero ese año no sólo presenté un libro de poemas: me
había embarcado junto a Susana Villalba y Fabián San Miguel a
organizar el Primer Festival Internacional de Poesía de Buenos
Aires, auspiciado y respaldado económicamente por el Gobierno de
la Ciudad. Presentamos aquella idea a los funcionarios de
Cultura y al poco tiempo se transformó en un gran proyecto:
desde el exterior trajimos poetas de reconocimiento
internacional, como José Emilio Pacheco, de México, la
portuguesa Ana Luisa Amaral, el español Juan Carlos Suñén, el
francés Dominique Sampiero, el brasileño Ferreira Gullar, el
peruano Arturo Corcuera, el ecuatoriano José Adoum y el
paraguayo Elvio Romero, entre tantos. Incluso enviamos
invitación oficial a los premios nobeles Dereck Walcott (Islas
Vírgenes) y Seamus Heaney (Irlanda), quienes se excusaron por
haber asumido compromisos previos en su agenda, al igual que
Edoardo Sanguinetti (Italia), Ives Bonnefoy (Francia) y José
Hierro (España). ¿Se imaginan la magnitud que hubiese adquirido
aquel festival con todos ellos presentes, más los argentinos que
fueron convocados, más todos los que hicimos fuerza desde afuera
como público? Porque nuestra premisa fue invitar a reconocidos
poetas foráneos, así como a argentinos residentes en nuestras
provincias: Néstor Groppa, Juan Carlos Moisés, Miguel de la
Cruz... Sólo nos permitimos una mesa de los notables, integrada
por Leónidas Lamborghini, Madariaga, Giannuzzi, Rodolfo Alonso y
Antonio Requeni. Queríamos que los poetas porteños y los
residentes escucharan a aquellos visitantes lejanos, o los
nuestros, los más silenciosos, que rara vez acudían a Buenos
Aires.
Lamentablemente no se pudo organizar otro festival con un fuerte
apoyo oficial. Un festival que me dejó una amistosa relación con
José Emilio Pacheco. En esos días me transformé en su
lazarillo. Lo recuerdo el último día de su estadía llegando a mi
casa, con un gran muñeco para mi pequeña hija Guillermina. Y
después, sentado a la mesa del comedor, saboreando un bife de
chorizo a la parrilla, algo que para él era el manjar más
exquisito. Creo que todos los días pidió en el hotel el mismo
plato, acompañado de un buen vino tinto. Al final de esa
tarde lo acompañé hasta el aeropuerto de Ezeiza. Fue la última
vez que lo vi. Conservo su cordialidad, su grandeza de poeta y
los bellos libros que me obsequió. Y mi hija guarda aún aquel
“bananas en pijamas” que le trajo de regalo. Me causó mucha pena
su absurda muerte.
El nuevo siglo nació con un acontecimiento inesperado.
Resulta que en el año 2000 fui invitado a un festival de poesía
en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa. Acudimos poetas de
distintos rincones del país (vos, Rolando, y yo, regresamos a
Buenos Aires en el mismo avión), y allí surgió el grupo Bar a
Bar, como
consecuencia de transitar de un bar a otro cada noche
pampeana en que duró el festival. Sólo eran dos lugares, pero
para no aburrirnos, estábamos un rato en cada uno. Lo integramos
cuatro poetas: Eduardo D’Anna, de Rosario; Rogelio Ramos Signes,
de Tucumán (aunque de origen sanjuanino); Rodolfo Álvarez, de
Junín, provincia de Buenos Aires; y yo. Aquella aventura
nocturna se transformó luego en un entrecruzamiento de risueños
dislates que empezamos a escribir en la revista “Maldoror”, que
Álvarez dirigía. Durante más de dos años intercambiamos en sus
páginas poemas y cartas, para luego plasmar la amistad en
lecturas del grupo que realizamos en Rosario y Buenos Aires.
Pero hasta allí llegamos, disfrutando de una experiencia
encantadora.
A mitad de ese año viajé a Paris por razones
profesionales. Fue un viaje que incluyó las ciudades belgas de
Brujas y Bruselas. En esta última ciudad me pude involucrar en
un festival de jazz y poesía, donde descubrí muy buenos artistas
de la talla de Pierre Viana, Pierre Van Dormael, Jean Louis
Rasinfosse y Fabien Degryse. Todo aquello que proviene de lo
imprevisto adquiere una rara sensación de identidad y
pertenencia. En la legendaria Plaza Mayor la emoción me atravesó
el alma y no importaba conocer el idioma o la historia, sólo
alcanzaba con estar, compartir, ser uno más en esa maravillosa
tribu de artistas paganos. Aquellas dos tardes/noches en
Bruselas fueron increíblemente bellas, imposible de olvidar.
César Bisso con Elvio Romero, Liliana Heer, Paulina
Vinderman y Leónidas Lamborghini en 1996
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César Bisso con Rubén Chihade en 1996
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César Bisso con Julio Salgado, Leopoldo
Castilla y Norberto Barleand
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César Bisso con Ari Durán (guitarra) y
los poetas Leopoldo Castilla e Ivonne Bordelois en 2012
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César Bisso con María del Carmen Colombo
en 2003 - Foto Daniel Grad
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12 — Concluyendo
estamos un milenio en tu
rememoración y comenzando el actual.
CB — A fines del 2000
perdí a una amiga: Amelia Biagioni. Una hermosa mujer y
extraordinaria poeta, oriunda de Gálvez, provincia de Santa Fe.
Me llamaba por teléfono y el saludo comenzaba con un
“hola, negro chupa
naranja”. Así le saben decir los galvenses a los corondinos,
en una batalla dialéctica entre “gringos” y
“negros”. Siendo pueblos vecinos, ellos se identifican
con la tierra arada en una región de inmensos sembradíos y
cuantiosos ganados. Nosotros con el río y la pesca, en una vasta
región arenosa donde abundan las frutillas y las naranjas.
En 2002 concurrí con Rubén Vela, Liliana Heer y Willy
Bouillón a la Feria del Libro de Santa Fe para dar una charla
sobre “la escritura del exilio”, por la razón de que éramos cuatro
escritores que habíamos abandonado la provincia, aunque no por
razones políticas. Para los organizadores el concepto se
relacionaba más con el hecho de conocer la vida de aquellos
escritores que fueron a buscar otros horizontes y testimoniar si
la distancia va enfriando a través del tiempo la relación con el
lugar de origen. No era mi caso en especial, porque siempre
estuve ligado de alguna manera al quehacer literario
santafesino, pero mis acompañantes habían perdido la brújula.
Para ellos fue un “dejavu” aquella experiencia.
Quizás por esa razón participé en el 2004 en la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires, representando a mi
provincia. Antes había sido convocado varias veces por la
Fundación del Libro, pero como un poeta más asignado a mesas de
lecturas o presentación de libros. Pero esa vez el gobierno
provincial se acordó que había escritores santafesinos
residentes en otras partes del país y les dio la oportunidad de
agregarse a la delegación. A partir de allí mantuve una relación
más estrecha con mis pagos. Sobre todo cuando al año siguiente
la Universidad Nacional del Litoral publica una antología con
poemas reunidos de todos mis libros.
“Las trazas del agua”
llegó a las librerías de las ciudades principales gracias al
empuje de la editorial universitaria. Para un poeta era algo
insólito. Además conté con el respaldo institucional, porque en
cada presentación estuvo presente el Rector junto a sus
colaboradores, ya sea en Santa Fe, como en Coronda, Rosario y
Buenos Aires. Aquí nos animamos a presentar el libro en la sala
mayor de la Biblioteca Nacional, junto a su director, Horacio
González, y Rubén Vela. Los amigos acompañaron a pleno. Además,
el poeta Hugo Diz me invitó en esos días a presentar la
antología dentro de las actividades del Festival de Poesía de
Rosario.
Antes, en el 2004 también participé en el “Mayo de las
Letras”, que organiza la Provincia de Tucumán, con la presencia
de poetas nacionales y extranjeros. Primero leímos en San Miguel
de Tucumán, la capital, luego nos dividimos en duetos por
distintas ciudades del interior. Junto al poeta español Pedro
Enríquez viajé a Monteros. No parecíamos poetas, porque nos
nombraron oficialmente visitantes ilustres. Para nosotros era
una situación inusual (en mi caso, sólo había sucedido en 1998
en Rosario, cuando la Intendencia me concedió el mismo halago),
que recibimos con sumo placer y agradecimos con una fervorosa
lectura de poemas. Al día siguiente terminamos, y los poetas nos
volvimos a reunir en Aguilares, para el cierre de aquellas
jornadas. Allí descubrí al poeta platense Gustavo Caso
Rosendi, una grata revelación literaria.
En 2005, la editorial Prometeo publicó un volumen de
ensayos sociológicos donde me hizo partícipe, sobre la
problemática del mundo actual y bajo el título de
“Discutir el presente,
imaginar el futuro”. Fue mi primera incursión en una edición
no poética, ya que desde
mi profesión de
sociólogo sólo había publicado notas de opinión en
diversos diarios y revistas. En 2006 aparecieron dos nuevos
poemarios: “De lluvias y regresos”, un texto que
“intenso y bello como todo lo genuino, por doloroso que fuere, hace un
espacio a la esperanza; este sentimiento que nacido del deseo y
la obstinación, responde a lo más intrépido y amoroso de la
condición humana y respira y se expande cada vez con más
decisión”, consideró Graciela Zanini. Y desde Bogotá,
Colombia, me informaban desde la Editorial Arquitrave acerca de
la publicación de
“Coronda”, una especie de antología que reunía poemas ya
editados e inéditos. Aquel bello producto sólo se distribuyó en
las universidades colombianas, según el estilo de Harold
Alvarado Tenorio, a quien agradeceré por siempre su buen gesto y
su generosidad como editor. Por suerte recibí una decena de
ejemplares para conservar como testimonio.
En 2007 concurrí al Festival Internacional de Granada,
Nicaragua. Una ciudad de ensueño, con poetas de todo el mundo y
con el acompañamiento de la música folclórica nacional (por
ejemplo, la del célebre Carlos Mejía Godoy entonando su
“Nicaragua, Nicaragüita”) y de una comunidad afectuosa. Fue una
semana plena de emociones, de sensaciones irrepetibles. Más allá
de las lecturas y reuniones en distintas sedes y en todos los
horarios (mañana, tarde y noche), en el último día se celebra el
entierro simbólico de algún mal o de algo que afecte a la
humanidad. Esa vez, si mal no recuerdo, le tocó a la
intolerancia. Entonces concurren delegaciones de todo el país,
con sus reinas y comparsas, formándose un gran desfile
carnavalesco que recorre las calles de Granada hasta el borde
del lago de Nicaragua. Al principio del desfile va una carroza
donde en cada esquina se sube un poeta y lee su poema por los
altoparlantes para todo el público que acompaña desde las
veredas. Al final del desfile viene la carroza fúnebre con su
respectivo ataúd y la intolerancia dentro. Cuando se llega a
orillas del lago, comienza la ceremonia de despedida, arrojando
el féretro a las aguas junto a una lluvia de flores. La idea del
festival, año tras año, es despojar del mundo terrenal todos los
males que nos afectan. Y la poesía es la mejor herramienta para
expulsarlos. Una hermosa idea que todos los poetas presentes
compartimos: Ernesto Cardenal, Thiago de Mello, Carlos Germán
Belli, Ida Vitale, Waldo Leyva, Norberto Salinas, Paolo
Ruffilli,
Luis Antonio de Villena,
Gioconda Belli, Omar Lara, Amir Or, Marco Antonio Campos… Pero
lo más bello lo
experimenté en la pequeña localidad de Masaya, donde se gestó la
revolución sandinista. Allí fuimos con el peruano Renato
Sandoval y otros poetas a leer frente a más de quinientos
alumnos primarios y secundarios de las escuelas de la zona.
Ellos nos recibieron con sus bailes típicos y canciones al
compás de la marimba, el instrumento de percusión más
tradicional de la música nicaragüense.
En 2008 cambié mi lugar de trabajo, dejando atrás tres
años como coordinador de prensa del Ministerio de Cultura del
Gobierno de la Ciudad, donde se llevó a cabo una ardua gestión
de mucho esfuerzo, sudor y lágrimas: desde la restauración del
Teatro Colón y el Centro Cultural General San Martín hasta aquel
encuentro entre dos ciudades, Praga y Buenos Aires, a través de
dos grandes escritores: Kafka y Borges. Vinieron escritores
checos a dar conferencias sobre Franz Kafka y desde aquí
invitamos a reconocidos escritores y periodistas locales a
participar de animadas charlas sobre el gran escritor argentino
y sus innumerables anécdotas. Pero mi nuevo trabajo me alejó de
una vida cultural activa, porque me involucré con mi profesión
de sociólogo y comencé a viajar por todo el país participando de
operativos relacionados con la seguridad social…
No obstante ello, me hice un tiempo para seleccionar —junto a la
escritora Graciela Zanini— a nueve poetas jóvenes argentinos de
diferentes regiones geográficas y
registros
poéticos (Andrés Cursaro, Claudia Masin, Silvio Mattoni, Paula
Jiménez, Javier Foguet, Alicia Salinas, Rodrigo Galarza, María
Julia Magistratti y Adrián Campillay) para una edición de
Arquitrave en Bogotá, Colombia.
Aunque, esporádicamente, continuaba regresando al ruedo:
en 2009 participé en la Alianza Francesa de la presentación de
una antología de ocho poetas argentinos pertenecientes a la
provincia de Santa Fe, que
publicó la editorial Abra Pampa en París. Y ese mismo año
apareció un nuevo poemario,
“Permanencia”, editado
por el sello Juglaría, de la ciudad de Rosario, o mejor dicho,
por mi entrañable amigo Reynaldo Uribe [1951-2014], a quien
extraño mucho. “Este libro
encarna el azaroso decurso y hallazgo de lo maravilloso como
culminación de la travesía”, expresó el poeta catamarqueño
Leonardo Martínez [1937-2016], otro ser querido que la muerte se
llevó. Al año siguiente participé del Simposio Internacional de
Literatura que organizó en Buenos Aires el Instituto Literario y
Cultural Hispánico, con sede en California, EE.UU. Y en 2011
comenzaron las “travesías poéticas virtuales” entre Paris y
Buenos Aires, con poetas franceses que leían nuestros poemas y
poetas locales que hacían lo mismo con los vates galos. Aquel
año culminó con la edición bilingüe de un libro, con
poemas de todos los participantes, también realizado en
París. Y en 2012 viajé a Perú, para participar del Primer
Festival Internacional de Poesía de Lima, organizado por Renato
Sandoval y con más de medio centenar de poetas convocados: el
inolvidable Lêdo Ivo, Carlos Germán Belli, Ana Guillot, Arturo
Corcuera, Carlo Bordini, Jacobo Rauskin, Graciela Zanini,
Antonio Cisneros, Omar Lara, Leonardo Martínez, Julio Salgado,
Manfred Chobot, Marco Antonio Campos, Verónica Zondek, Juan
Carlos Mestre, Homero Carvalho, José Ángel Leyva, Ramón Cote,
Francis Catalano, Susana Szwarc y Edwin Madrid, entre los que
ahora recuerdo.
César Bisso en Granada, Nicaragua, conduciendo la carroza
fúnebre en la Marcha de Entierro de la Intolerancia
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César Bisso con Carlos Germán Belli, en Nicaragua, 2007
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César Bisso con Alicia Salinas, Dafne Pidemunt, Claudia
Bordignón y María Soledad Delgado en 2018
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César Bisso con el poeta esloveno Ales Steger y Maja, su esposa,
en 2016
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César Bisso con Marta Cwielong en 2007
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13 — Nos acercamos
a tu libro de ensayo y a tu último poemario y a tu 2018.
CB
— En el año 2014
la Editorial Ciudad Gótica, de Rosario, publica mi primer libro
de ensayo —o un intento de llegar a ese género literario—,
“Cabeza de Medusa”, el
que trata sobre la creación poética y el entorno social del
creador. El profesor Roberto Retamoso se refiere al mismo
indicando que “desde la
mirada de Bisso, va de suyo que el poeta crea a partir de un
entorno social. Pero ese vínculo que funciona como un a priori o
supuesto en toda su enunciación, nunca se concibe de manera
determinista y causal, al modo de las antiguas historias y
sociologías de la literatura. Por el contrario, para Bisso hay
siempre un hiato, una hendidura, que separa taxativamente el
espacio de la poesía del espacio social en general”. En fin,
estimo, humildemente, que es un volumen para debatir entre
colegas y docentes. Por tal motivo Sergio Gioacchini, el editor,
se inclinó por acercarlo a las librerías que funcionan dentro de
las facultades de Letras.
Mi último poemario data del 2016 y lleva el nombre de
“Un niño en la orilla”.
Es un homenaje a Coronda, a mi infancia, a los amigos, emociones
y vivencias de entonces. Pero también dedicado a las dolorosas
ausencias y los grandes amores. Transcribo las palabras del
joven poeta corondino León Komoroski, en el prólogo del libro:
“Me permito llamar a César
Bisso el poeta de la memoria, porque no encarcela a la infancia
con viejos almanaques, sino que la echa a volar para que siga
viva. Estos poemas son aquellas bandadas de pájaros que cruzaban
el cielo rumbo a las islas. Imágenes y paisajes, que son también
nuestros, y en ellos se vivencia fecundo, constante, el río. Y
ese niño que aún permanece en la orilla”…
Y recientemente, en enero, participé del XVII Encuentro
Nacional de Poetas con la Gente, que se realiza en la provincia
de Córdoba, dentro del Festival Nacional de Folklore de Cosquín.
Los organizadores reunieron a poetas y cantautores de diferentes
provincias, para que el público que convoca el festival pueda
acceder a otras voces, más allá de los grupos y cantantes
conocidos. Durante nueve lunas —como ellos dicen— suben al
escenario (ubicado a dos cuadras de la Plaza Próspero Molina y
del escenario llamado “Atahualpa Yupanqui”) tres poetas y tres
cantautores por noche, para ser escuchados por quienes no
ingresan al festival y se quedan deambulando por las cercanías.
Y como es libre y gratuito, el público nos acompañaba hasta
después de la medianoche, cuando la otra fiesta comienza a tomar
color. Una interesante propuesta y una buena oportunidad para
reencontrarme con más compañeros de ruta, como Fernando López,
Claudio Suárez, Hugo Rivella, Gerardo Burton, César Vargas,
Leandro Calle, Carlos Aprea, Patricio Torne, Bruno Di Benedetto
y Jorge Felippa.
Con Nicolás Dodero,Leonardo Martínez,Francisco
Madariaga,Julio Bepré,Rubén Balseiro y Héctor Miguel Ángeli en
1992
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César Bisso con Noam Chomsky y su esposa y la poeta Susana
Villalba en 1999
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César Bisso con Rogelio Ramos Signes, Joaquín Giannuzzi,
Patricia Severín, etc., en 2004
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César Bisso con Walter Ríos, Mariel Dupetit, Guillermo
Ibañez, A. Durán, F. Penacino, Analía Alzamora, Reynaldo Uribe,
Leopoldo Castilla, María Casiraghi, etc., en 2012
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César Bisso en 2003 - Foto Fredi Heer
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14 — ¿Por qué la
poesía…?
CB
—
La poesía siempre ha sido para mí una
vocación de fe y fidelidad. La fe consiste en dejarme arrastrar
por la pasión. La fidelidad radica en no pensar para quien
escribo. La poesía sólo acontece inesperadamente, por eso brinda
emociones increíbles, difíciles de explicar. Suelo encontrarme
con ella inmerso en el don misterioso de aquellas palabras que
sugieren más de lo que dicen. Desde ese lugar intento la
búsqueda de lo inasible, de la verdad que se encuentra alojada
en la profundidad del lenguaje. No me interesa la verdad que
proviene de lo absoluto, de lo instituido, del poder de los
mesías; sólo adhiero al espacio más puro y profundo que ofrece
el universo de las palabras, de los sentimientos, de las
imágenes y de las emociones. Al poema hay que hallarlo sobre un
papel en blanco —advierte Maurice Blanchot— si lo que uno busca
es la armonía del lenguaje y sus diferentes acepciones, la
posibilidad de viajar por todos los sentidos y temas, abarcando
de diferentes maneras la idea de crear algo nuevo. Esa es la
misión del poeta, su mayor compromiso como creador. Porque desde
la palabra puede transformar el mundo, como pregonaba Gabriel
Celaya; puede hacer llover, como deseaba Paul Valéry; hacer
florecer la rosa, como soñaba Vicente
Huidobro. Quiero
decir que de la misma
manera que una mariposa puede ocasionar un terremoto, una
sombrilla puede sostener al planeta Tierra. No importa si es
cierto. En la escritura poética no habita la certeza, sino la
permanente sensación de duda, de incertidumbre. Y desde allí
trato de comprender el sentido estético y ético de la poesía. En
mi libro “Permanencia”
figura un poema titulado “La faena” y representa, para mí, el
derrotero de un poeta en el momento de la creación, donde todo
se transforma en una gran tormenta y frente a ella aparecen
todas las angustias, todos los temores, hasta que algo o nada se
nos revela. Siempre estoy tratando de encontrar desde la
escritura nuevas sendas. No quiero recurrir al oficio de
escribir, acostumbrarme a una manera cómoda de expresar las
cosas. Prefiero mirar al mundo desde el borde del poema mientras
espero una epifanía.
César Bisso con Roberto Sánchez en 1999
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César Bisso en Granada, Nicaragua, 2007
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César Bisso con José Luis Mangieri en 1997 - Foto Daniel Grad
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15 —
“Misión del poeta”, nos decís.
CB — El poeta debe estar
atento a los aconteceres de la realidad social. Simplemente
porque el poeta es un hombre cualquiera, como afirmaba Raúl
González Tuñón, y no debe resignar su condición social, su
dialéctica o sus ideales. Pero cualquier hombre no es un poeta,
agregaba don Raúl, y allí es donde prima la voluntad de escribir
acerca de lo que transcurre a nuestro alrededor, sin perder de
objetivo el lugar de la poesía. Fuera de ella todo es posible. Y
dentro de ella también. Pero son caminos diferentes. Eso nos
enseña César Vallejo cada vez que lo leemos, más allá del
extraordinario
compromiso social y humano que prodigó a lo largo de su vida.
Así mismo, el deseo de vivir poéticamente nos lleva a
rozar siempre lo prohibido, ya sea
desde lo
instituido o desde lo que queremos hacer y no nos animamos.
Vivimos en ese límite. Es un límite que queremos cruzar.
Necesitamos encontrar la senda y, mientras estemos en ella,
seguramente tendremos posibilidades de seguir adelante, de
descubrir algo nuevo. Porque si nos quedamos en el límite, lo
más probable es que el mundo se nos cierre en el primer intento.
César Bisso con Leonardo Martínez, Liliana Heer, Renato
Sandoval y Bea Lunazzi
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César Bisso con Arturo Carrera y Ada Torres en el Festival
Internacional de Poesía de Rosario, en 1996
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Cesar Bisso con Sergio Muñoz, Ernesto Simón y Mauricio
Pérez Ruz en 2015
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César Bisso con su esposa, José Zuleta Ortiz y su esposa,
Marcos Silber, José Muchnik y su esposa, Leopoldo Castilla y
Julio Salgado y su esposa, en 2017
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16 — El río. Frente al río. El poeta frente al río.
CB — Allí es donde puedo
dialogar conmigo mismo. Es el lugar que tiene que ver con mi
historia personal y con la naturaleza vista como un espejo.
Siento el paisaje de mi pueblo como un lugar alejado del mundo,
pero no desde el aspecto físico, sino desde lo más profundo de
mis emociones. Estar frente al río de mi infancia es como vivir
un autoexilio interior vinculado con la memoria, con las
pérdidas, el devenir y el silencio. Pero al igual que sus aguas,
todo fluye. Y la memoria es la herramienta necesaria para
escribir mi presente y el río es la mejor metáfora para plasmar
esa sensación,
cuando todo se transforma en poesía. Porque desde una concepción
netamente metafísica creo que la naturaleza cumple la función
simbólica de ser el eje del mundo, el tránsito hacia todos los
lugares posibles. Nada se puede hacer sin ella, tampoco sin el
río. La relación río/naturaleza como producto de la mirada, no
de la pertenencia.
César Bisso en Empedrado, Corrientes, Argentina, marzo 2018
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César Bisso en Playa Geribá, Buzios,
Brasil, abril 2018
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César Bisso con Marie-Claude Char (esposa de René Char) y
Rodolfo Alonso en 2013
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César Bisso en Arrial do Cabo, Brasil, practicando
snorkel, abril 2018
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17 — Amigos,
compañeros de ruta te han ido surgiendo y con nosotros
compartiste sus nombres. Circunstanciales unos, entrañables
otros y, hasta diría, algunos, imprescindibles.
CB — Los antiguos griegos
llamaban
pharus a los fanales que iluminaban la entrada a los puertos. Desde mi
perspectiva literaria me gustó llamar
faros a quienes
supieron alumbrar el sinuoso camino de mi poesía. Sin lugar a
dudas esa primera torre que iluminó al bajel de las ilusiones,
como antes te contaba, fue Francisco Mian, un profesor de
Literatura, en mi juventud santafesina. Luego siguieron otros,
como Raúl Gustavo Aguirre y Rubén Vela, en el derrotero de mis
primeros años por la gran urbe porteña. Y después vienen los que
remaron (y aún reman) a la par en la vida, muchos de los cuales
ya fui nombrando. Agrego los de algunos extranjeros con los que
alterné en festivales, de entre los más cercanos al corazón:
Zingonia Zingone (Italia), David Castillo (España), Ales Steger
(Eslovenia), Gary Daher Canedo (Bolivia), Luis Bravo (Uruguay),
Carlos Enrique Ruiz (Colombia), Gloria Gabuardi
(Nicaragua), Lucy Chau (Panamá), Rogerio Mora (Cuba), Etnairis
Rivera (Puerto Rico), Roberto Arismendi (México), Waldina Mejía
(Honduras), Thomas Boberg (Dinamarca), Adnan Ozer (Turquía),
Solange Rebuzzi (Brasil) y José Muchnik (argentino radicado en
Francia).
César Bisso con Vicente Muleiro en 2005
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César Bisso con Julio Salgado y la poeta danesa Pía
Tafdrup, en Lima, Perú, en 2012
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César Bisso con Jorgelina Paladini
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*
César Bisso selecciona
poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
No saber
El río persigue lo que no fue dado.
¿Bastarían credo, diálogo, letanía,
ascender al espacio de inmortal verdor?
De haber diluvio, sacramento, caos
en el cielo y en la tierra ¿tendría
la eternidad rumbo de aguas estancadas?
Brotan incontables ojos en medio de la isla.
Alrededores de espuma. La serpiente ignora
y desliza fuego de cometa terrenal. El destino
no acaba en su veneno ni en mi resistencia.
Miro el río. Estremece no saber lo que da.
(de “Isla adentro”)
*
Contra viento y marea
I
La palabra desgarra,
grita, alumbra.
II
Desesperar. Seguir siendo.
Quebrarme. Mirar más allá,
a pesar de mí.
Para que pese menos
el silencio.
III
Tiembla el poema
ante quien lo desea.
Espejo abolido
la
impaciencia del fuego.
Marejada y hambre
donde crepita el cuerpo
de
la palabra.
IV
Perdida al fondo de una página,
no
advierte que los párpados
se
vuelven muros.
Y
el poeta resplandece en el infierno.
(de “Lluvias y regresos”)
*
Pescador del Carancho Triste
El pescador
huele a silencio.
Al alba
tiende las redes en el anchuroso cauce.
Mansamente
rema hacia la otra orilla,
inclina el
torso a un costado de la canoa
y recoge
desde la hondura los frutos sagrados.
El filo del
cuchillo apresura la muerte,
dedos
carcomidos hurgan entre anzuelos.
Al mediodía,
del aro de metal descuelga la carne
y una olla
con grasa caliente la vuelve fritura.
La siesta
traspasa la marisma y venera al sauce.
En el rancho
el hombre friega la oscura corteza,
dispersa
escamas por encima de su compañera.
Fornica como
si alzara con regocijo un dorado.
Después
regresa al oficio de tallar en el agua.
El pescador
nada pide y poco tiene.
En la pobreza
reside su donación a la vida.
Atizado por
el vino, alardea con el nombre del paraje:
“aquí la
gente come hasta las tripas de lo ganado”.
El carancho
vigila, tristísimo, sobre la rama.
(de “Un niño en la orilla”)
*
Criaturas de la orilla
Quien se
desliza por la orilla es el hombre, no el agua.
Ella está
quieta, enlutada de invierno.
Abriga
lívidas criaturas deseadas por el cazador.
El párpado no
se cansa, intuye lo que vendrá.
Sombras
montaraces ondulan el crepúsculo.
El disparo es
silbo de viento perezoso.
Un ruido
expira entre alas de siriríes que se alzan tras los juncos.
El paisaje
transforma el gesto del hombre, no el canto enfurecido.
¿Adónde va la
sangre, dónde cae el plumaje sin cuerpo?
El cazador
alza la presa sobre el hombro y retorna a la guarida.
Los patos
orbitan la orilla. La calma surca el barro.
Sólo el
silencio espera la muerte futura.
El agua es la
última fortaleza.
(de “Un niño en la orilla”)
*
El viaje
A Lédo Ivo
El duende se desliza por las
escaleras del morro
bajo el sordo desamparo de la
noche.
De pronto encuentra la estación de
autobuses
y rodeado de murciélagos aguarda
la hora
cuando la lluvia vomita sobre la
tierra.
Antes, lo vieron vaciar bolsos
malolientes
en busca de un poema extraviado,
alguna vez,
entre la ropa pegajosa de los
pobres.
Aquí no hay nada —le dicen— sólo
dolor disperso
en alcantarillas. ¿Sólo dolor?
pregunta, moroso de frío.
¿Y cómo regreso a casa? ¿Cuál es
la boletería?
El autobús, a punto de partir al
país más profundo,
demora la marcha hasta que leven
sus pequeños pasos.
Llega a sentarse en la última
fila, donde el mar
ya no escucha a las gaviotas
y la tierra se transforma en un
cielo azul, inefable.
(“Inédito”)
*
Caballo de Vivoratá
Solo
en medio del
pajonal
envuelto en bruma,
anclado como un
álamo.
Solo
sin jinete en el
lomo.
Ojos abiertos al
horizonte,
centinelas de su
propia sombra.
Solo
entre fango y
vizcacheras,
hunde sus patas en
el bañado
a la espera de una
lluvia lerda.
Solo
en medio de la
soledad
apaga el sol con un
relincho.
Y hace desaparecer
la tarde.
(Inédito)
César Bisso 28 en Empedrado,
Corrientes, Argentina, junto al río Paraná, marzo 2018
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César Bisso con Omar Aíta y José Carlos Gallardo en 1996
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César Bisso con Osvaldo Balli, Mario Barletta, Jorge
Volpogni y Javier Schanz en 2005
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César Bisso con Rubén Vela en 2009
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César Bisso con Aldo Isuani en 2006
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César Bisso con Víctor Redondo y José Luis Mangieri en 2000
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César Bisso con Junco, su gato, en 2015
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*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, César Bisso
y Rolando Revagliatti, abril 2018.
http://www.revagliatti.com/021000.html
http://www.revagliatti.com/040322.html
https://www.youtube.com/watch?v=U_ErNknCTAc
https://www.youtube.com/watch?v=hot_yyqBjUo
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