Claudio Simiz:
sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Claudio
Simiz
nació el 1 de junio de 1960 en la ciudad de Buenos Aires y
reside en la ciudad de Moreno, provincia de Buenos Aires,
República Argentina. Es Profesor en Letras (desde 1983) y
Licenciado en Letras (desde 2003) por la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1985 se
desempeña en Educación Superior y ha estado al frente de
diversas cátedras. Ha sido docente en la U. B. A. y en otras
universidades, ponencista o invitado especial en Jornadas,
Encuentros y Congresos en varias localidades del país y formó
parte de equipos de investigación. Ensayos de su autoría fueron
incluidos en volúmenes compartidos editados entre 1996 y 2013.
Ha obtenido varios primeros premios en concursos de poesía y
narrativa. Formó parte del consejo de redacción de la
revista-libro “La Pecera” de Mar del Plata, coordinó una revista
electrónica y en la actualidad dirige otra, co-coordinó ciclos
de poesía y ha sido jurado en certámenes de poesía y
dramaturgia. Recibió el premio a la trayectoria artística
“Violeta Castro Cambón” en 2008 y ha sido declarado Huésped
Académico por la Universidad Nacional de Jujuy en 2005. Su libro
de cuentos “De solitarios”
se editó en 2011 y acaba de aparecer otro de cuentos y relatos:
“Los años pasan según”
(Primer Premio del Concurso Internacional “Antonio Di
Benedetto”, provincia de Mendoza, 2014). Sus poemarios, entre
1980 y 2014, son “Celda”,
“Evangelio de bolsillo”,
“Los míos”,
“La mala palabra”, “De pura
chapa y otros versos”,
“No es nada” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de
Escritores período 2005-2009),
“El franco”,
“Tríadas”, “Tríadas II”,
“Actas de naufragio”.
Integra “Antes que venga
ella”, antología poética del grupo homónimo. Ha sido
incluido en otras antologías y fue traducido parcialmente al
inglés, guaraní, portugués e italiano.
1 — A los
veintitrés años te recibiste de Profesor en Letras y cuatro
lustros después de Licenciado en Letras. Me pregunto qué
circunstancias te habrán inclinado hacia la obtención del
segundo título universitario. Y en tanto, habiendo ya aprobado
los seminarios correspondientes, estás elaborando tu tesis a los
efectos de recibirte de Doctor en Letras, me pregunto qué
circunstancias te habrán inclinado hacia la obtención de un
tercer título universitario.
CS —
Provengo
de una familia humilde, gente del interior. Si bien mi madre era
lectora y mi padre partícipe entusiasta de movidas sociales, la
vida académica era algo muy distante en mi hogar (ellos sólo
habían hecho la escuela primaria), aunque me apoyaron en la
“idea rara” de estudiar Letras. Lo menciono porque la facultad
(“Filo en UBA”) fue un mundo muy extraño para mí (por ejemplo,
no sabía que existían “los prácticos”, casi pierdo unas cursadas
por eso). Hice la carrera en cinco años, porque había pedido
prórroga para el Servicio Militar, tenía que recibirme “sí o sí”
y cumplir con la beca que conseguí en el último tramo de mis
estudios. Cursé entre 1978 y 1982, o sea con los militares en el
poder; la universidad (y encima Filo) había sufrido una poda
espantosa, y era apenas (lo comprendí con los años) un
profesorado de cierto nivel, además con muchas “zonas oscuras”
(el énfasis estaba puesto en lo clásico, lo estetizante;
recuerdo que me sugirieron, ante mi propuesta de dar a Gabriel
García Márquez en mis prácticas, que “evitara autores que están
en ciertas listas”). En síntesis: luego de cinco arduos y
bastante amargos años (nunca del todo integrado a ese cosmos),
por un lado me sentía orgulloso de haber llegado “ahí”, o sea,
mi título universitario, el primero en toda mi familia paterna y
materna, y a la vez percibía cada vez con más intensidad que me
faltaban muchas cosas. Las busqué en la militancia política, en
el desarrollo de tareas periodísticas y culturales… Por otro
lado, y como rubricando mi “extrañamiento”, había formado parte
de un grupo de investigación en la facultad, que se disolvió por
renuncia del profesor (no se sintió bien tratado por las nuevas
autoridades, era una persona muy prestigiosa y bastante mayor)
antes de intentar el ingreso al CONICET, así que desde 1983 mi
nexo con lo académico prácticamente se restringió a mi noviazgo
con una chica de la facultad. Mi escritura poética se fue
tornando, por entonces, notablemente esporádica.
Mi vida
laboral se orientó entonces a la docencia y a las actividades
que mencioné, así que sólo catorce años después decidí retomar
la senda universitaria, cuando se me impuso la necesidad de
realimento intelectual, de planificar una nueva etapa, luego de
pasar por otra de “cuerpo a cuerpo” con el mundo, que incluyó la
formación de una familia y mi especialización (más fáctica que
teórica) en Educación Terciaria. En simultánea, reapareció la
veta de la escritura artística, semiabandonada durante una
década. Promediando la licenciatura (que cursé bastante
rápidamente), una beca de investigación del Fondo Nacional de
las Artes me permitió viajar por el interior, indagando sobre
los grupos literarios del ‘40 al ‘80. En ese transcurso cobré
conciencia de la conveniencia de desarrollar miradas más amplias
en el ámbito de
nuestra cultura, y también de que mi experiencia como
periodista, docente, escritor y animador cultural me brindaba un
instrumental eficiente y un “puesto de observación” original
para desarrollar los estudios que me proponía, más allá de mi
precaria formación como investigador universitario.
Así, un
par de años después, desemboqué en el doctorado, centrado en uno
de los grupos que había investigado. Esa fue otra etapa, que me
abrió un amplísimo horizonte de contactos, fundamentalmente con
investigadores de las provincias, en jornadas, congresos y
simposios.
Claudio Simiz en la biblioteca de una escuela
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Claudio Simiz en la Escuela Municipal de Música de la
ciudad de San Miguel, provincia de Buenos Aires
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2 — ¿Cuál es el
tema de tu tesis, Claudio? ¿Cómo lo planteás?
CS
— Mi tesis (aún no tiene título definitivo) se plantea, en
principio, como el análisis del proyecto “Tarja”, emprendimiento
artístico-cultural generado en Tilcara (1955-1960), que
significó, entre otras cosas, la fundación del campo intelectual
jujeño y la proyección al ámbito nacional de algunos de sus
integrantes. Un grupo de poetas (Néstor Groppa, Jorge Calvetti,
Mario Busignani y Andrés Fidalgo) junto al
plástico Medardo Pantoja, desarrollaron una serie de
actividades (fundación de la primera librería literaria jujeña,
teatro de títeres, conferencias, conciertos, debates...) y,
fundamentalmente una publicación periódica de excelente nivel,
que alcanzó los dieciséis números y cierto reconocimiento
nacional y hasta continental. En ese marco confluyen
problemáticas vinculadas a las identidades, historicidad,
articulaciones regionales, etc. Digamos, un grupo de escritores
de una provincia “marginal” dice, promediando el pasado siglo,
“aquí estamos” y plantea su diálogo con su propia comunidad, el
país, el continente y el mundo desde ese lugar simbólico, entre
reconquistado y construido.
Había
planeado “hacer todo en un día” en San Salvador de Jujuy (cuatro
entrevistas, nada menos), y si bien lo conseguí (igual me perdí
el último micro a la ciudad de Salta), aconteció un hecho
decisivo: la charla con Groppa (paradójicamente, no me dejó
grabarlo), que vino acompañada del regalo de la colección
completa de la revista “Tarja” y otros materiales. Con Héctor
Tizón (que había hecho sus primeros pininos en el grupo), tuve
dos charlas telefónicas, nunca estaba en Yala cuando yo andaba
por la Quebrada. A Calvetti le realicé un reportaje en las
últimas semanas de su vida.
Nunca ha dejado de asombrarme el entusiasmo que genera en
escritores e investigadores jujeños (del interior en general)
que un porteño de la UBA se preocupe por sus cosas… Este hecho
me hizo reflexionar sobre lo que acaso sea el aporte más
relevante de mi tesis: la verificación de notables constantes en
el origen de los grupos culturales del “interior profundo”
(mayoritariamente nucleados en torno de la poesía), su
desarrollo y articulación con el campo intelectual porteño y
nacional y entre sí. De allí derivaciones a la temática del
canon, la relación de la cultura-la historia-la política y un
largo sueño, compartido con otros artistas e investigadores,
como Osvaldo Picardo, de rearmar el mapa de la cultura argentina
en un marco continental e intercultural (aclaro: lejos de
ciertas connotaciones demagógicas que han proliferado en los
últimos tiempos alrededor de estos conceptos).
Finalmente, el poner en el centro de la escena a estos
grupos (desde lo temático) y la aplicación renovada del
comparatismo (en lo teórico) en diálogo con distintos paradigmas
(el geocultural, la sociocrítica, entre otros) y el uso de
variedad de fuentes (en lo metodológico) constituyen, creo, un
incentivo a otros investigadores para recorrer los senderos de
nuestro acervo y sus potenciales desarrollos.
3 — Uno de los
trabajos que conforman
“Actas del Vº Congreso de Narrativa Folklórica” (Universidad
Nacional de La Pampa, 2001) es tu “Héctor Gagliardi: Identidad
porteña en los ’40 y polémica sobre la cultura popular”.
CS —
Héctor Gagliardi [1909-1984] fue una figura insoslayable (por
llegada al público, originalidad e influencia) en la cultura
porteña (y de algún modo, nacional), durante por lo menos tres
décadas. Era un tipo talentoso, que logró una irrepetible
síntesis entre la cultura tradicional del porteño “del ‘40 en
adelante” (tango, radioteatro, tertulia), la tradición payadoril
campera y los nacientes escenarios artísticos que fueron
surgiendo en la época (fundamentalmente, el radiofónico, aunque
sus poemarios se vendieran en los kioscos de diarios y revistas
y no cesaran de re-editarse, habiendo participado, además, en
programas televisivos y en espectáculos teatrales). Su poesía,
emotiva, tradicional en su estilo, sensiblera, por momentos,
sabía reencontrar a su público con las vivencias y personajes
“típicos” (la maestra, la primera novia, la “barra” del
barrio…); difícil era escucharlo y no sentir que asomaba algún
recuerdo desde lo más íntimo. El gran secreto de Gagliardi, en
mi opinión, era su modo de recitar, cambiante en el tono,
sabiamente dramático, insuperable
en el manejo
de los silencios, una gesticulación estudiada y llegadora. Me
recuerdo de niño, lagrimeando al escuchar “El Rusito” o “El
Sapito”; he visto extasiarse a hombres y mujeres, hoy
desaparecidos en su mayoría, ante la caravana evocativa de sus
poemas. Por otra parte, él despertó, además del innegable apoyo
popular, más de una tensión en ese gran caldero
ideológico-cultural que fue el peronismo en su origen y
despliegue. Es notable que los prologuistas de sus libros
(Homero Manzi, Alberto Vacarezza, Horacio Becco, Cátulo
Castillo, Jorge A. Bossio, entre otros), embanderados en lo que
llamaríamos “cultura popular” (con las polémicas connotaciones
de la época), duden en cómo clasificarlo y hasta en reconocer
plenamente sus dotes. Manzi esboza en su prólogo (en polémica
con Borges, al que admiraba pese a la polarización política) un
intento de explicación sobre “lo popular” (así titula, y con
signos de admiración) en Latinoamérica, a partir de la
aceptación de lo bueno mezclado con lo malo, pero asumido como
propio por el pueblo, como identidad, defensa y proyecto. Éstas
y otras tensiones
ha despertado Gagliardi…
A tantos años de mis primeras emociones ante sus versos
(confieso que salvé de “irse a diciembre” a un alumno porque
recitó magníficamente tres poemas suyos), no puedo evitar
reflexionar sobre los momentos de felicidad que sólo el arte
popular (en el más digno sentido de la expresión) puede
depararnos, trascendiendo los velos del solipsismo, del “refugio
interior”, rumbo a los espacios solidarios de las vivencias y
sueños compartidos.
Simiz con O. Perdigón, Jennie Escobar Montes, S. Rodríguez
Ares, Norma Gianico, D. A. Sorbille, G. Tisocco e Ivana Szac
4 — Desplazándonos
hasta 2013, advierto que un ensayo que titulaste “Diez apuntes
sobre la poesía de Amelia Biagioni” se incluye en el volumen
dedicado a la obra de dicha autora (1916-2000), compilado por
Santiago Sylvester.
CS —
La poesía de Biagioni fue uno de los azoramientos estéticos de
mi adolescencia. La atmósfera mística de
“El Humo” y después,
en rápida sucesión, sus otros poemarios editados, me
impresionaron vivamente: en “un ratito” memoricé “Oh tenebrosa
fulgurante”…; sentí
que había tropezado con “otra cosa” acaso más profunda, sin
dudas más misteriosa que mis admiradísimos Atahualpa Yupanqui,
Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik de la época.
Pasaron
las décadas y los poetas, y en una presentación literaria,
Sylvester (codirector de “Época”, una más que interesante
colección de libros de ensayos sobre poesía argentina de
Ediciones del Dock) me comenta respecto de la preparación de un
volumen sobre Amelia; yo le manifiesto mi admiración por la
santafesina y mi reciente relectura de sus textos, en una
biblioteca de pueblo que ella había visitado alguna vez.
“¿Cómo no pensé en usted?”,
irrumpe Santiago y ahí empezó a nacer mi ensayo.
En el
libro aparecen, entre otros, textos de especialistas y amigos de
la poeta, como Cristina Piña y Valeria Melchiore (escribió su
tesis doctoral sobre Biagioni casi conviviendo con ella). Opté
por mostrar un panorama propositivo de los caminos que habilita
al lector y al crítico el acercamiento a su poesía. Por eso lo
titulé “Diez apuntes…”, sin tratar de llegar a definiciones
concluyentes, ni cierres definitivos; el marco de estudio que
intento trazar se despliega entre la constitución de un “yo
poético”, el desarrollo de un lenguaje original, en permanente
mutación, y la búsqueda inclaudicable de lo inefable. A partir
de este escenario, postulo, en distintos parágrafos, algunos “puntos de observación” sobre su obra, a saber:
su lugar en nuestra poesía femenina;
los puntos comunes y diferenciales de su itinerario desde
su Gálvez natal hasta su consagración;
el misticismo (se llamaba a sí misma “la cósmica”,
diferenciándose de sus amigas Pizarnik y Olga Orozco) de su
poética;
la articulación de los lenguajes-miradas artísticas en sus
poemas y
la consideración de su obra como un todo con “estaciones” (cada
uno de sus seis libros) armónicas y secuenciadas. Sobre el
final, propongo una distinción entre mística, filosofía y arte,
y ubico a Amelia dentro de ese triángulo, pero mucho más cercana
al vértice artístico: un intento de aprehender y expresar la
realidad, en última instancia, a través de la búsqueda denodada
de la belleza.
5 — ¿Cómo y cuándo
fuiste accediendo a la dramaturgia? Descubrí que una pieza de tu
autoría, “Circo Éxodos”, trata sobre el éxodo jujeño, e integró el VII
Festival Iberoamericano de Teatro: Cumbre de las Américas. ¿Qué
otras obras tuyas se estrenaron? ¿Qué otros textos teatrales has
escrito?
CS —
Siempre me interesó el teatro (hasta me casé con una profesora
de teatro, pero eso es otro tema). A fines de los ‘80 escribí mi
primera obra, “Historias
de chicos”, una trilogía de dramas breves centrados en la
denuncia de la marginalidad, sobre todo la infantil. Una de las
piezas, “Historia de una
puerta”, fue estrenada como teatro leído en la Escuela de
Teatro de la ciudad de Moreno y cuenta las peripecias de unos
niños vendedores del Ferrocarril Sarmiento que, en sus juegos,
molestan a los pasajeros, hasta que uno de los pibes termina
cayendo a las vías “accidentalmente”. El único ejemplar
existente (creo
recordar) está en el Grupo de Estudios de Teatro
Iberoamericano y Argentino (GETEA), un instituto de la UBA, en
edición fotocopiada.
Siguió un largo interregno en mi creación dramática,
hasta que me presenté (y fui seleccionado) a un concurso de
dramaturgos, convocado por la Comedia de la Provincia de Buenos
Aires y las autoridades educativas. Se trata del programa “El
Teatro y la Historia”, una propuesta de llevar en lenguaje
teatral determinadas situaciones y personajes de nuestro
devenir, desde una perspectiva no tradicional, a escuelas,
centros culturales, cárceles, etc. Un historiador nos propuso
temas / situaciones
y una
profesora de dramaturgia nos proveyó de algunos lineamientos
(obras de no más de tres actores y con un máximo de una hora de
duración, fácilmente montables). Yo elegí una situación de
personajes “anónimos” en el Éxodo Jujeño (claro, yo estoy
bastante empapado de lo que concierne al Noroeste Argentino, por
lo ya referido), y así nació
“Éxodos” (más tarde
rebautizada “Circo Éxodos”),
que fue representada por el grupo “Terrafirme”, dirigida por el
brillante y hoy desaparecido Claudio Bellomo. El asunto se
centra en dos historias paralelas: dos patriotas y sus dudas de
abandonar su tierra, por orden del General Belgrano, y un par de
cirqueros, en crisis por su imposibilidad de echar raíces, en
medio de su itinerancia. El tema es el desarraigo. En este
sentido, la obra es un homenaje tanto a los esforzados patriotas
del interior y su sacrificio (hubo una decena de éxodos en la
Quebrada de Humahuaca, en las luchas de la independencia), como
a los artistas del circo criollo, cuna de nuestro teatro
popular. Los actores fueron alternando sus papeles
(patriotas-cirqueros) en escenas sucesivas, hasta donde
confluyeron las historias, el momento de la “decisión final”. Un
payador (en la versión de Bellomo, el dueño del circo)
efectuaba, en verso y con guiños hacia el público, el “hilván”
entre las escenas. Esta obra, escrita en 2010, se representó en
institutos con menores privados de su libertad, en un festival
internacional, en el festival en homenaje al actor Carlos
“Negro” Carella, se la representó, además, en versión infantil,
y fue elegida por Lito Cruz para relanzar el programa “El Teatro
y la Historia”; el elenco original la repone, de tanto en tanto.
Otra obra que conoció las tablas fue
“Don Pedro de la Cueva”,
con elenco amateur dirigido por el multifacético Alfredo Costas
Herrero, en Merlo. Es una pieza que quiero mucho, se ambienta en
una librería “de viejo” que está por “mudarse” (en realidad, es
un cierre encubierto). Dos empleados jóvenes encaran la
coyuntura con mezcla de bronca y resignación, y uno muy anciano,
que está desde su fundación, yace, en una especie de locura
mística en el sótano, ordenando amorosamente los libros en
cajas. La presencia de una clienta que viene buscando al Quijote
(al que cree un personaje existente) precipita los
acontecimientos y al final el viejo emerge de su encierro y se
va del brazo con la clienta. Él era, en realidad, Don Quijote.
La obra (que se juega, en buena parte, en verso) es un homenaje
a la literatura y el teatro, y a los viejos, irremplazables,
libreros de Buenos Aires.
Tengo varias obras no representadas (y con pocas
esperanzas de pasar de libreto); destaco dos:
“Clamona” (drama en
tres cuadros) y “Mingo”
(tragicomedia en cinco actos). La primera es un juego entre dos
mujeres “típicas” (señorona y su criada), que en su ir y venir y
bajo el sonido casi ininterrumpido de la radio, en 1982, van
develando su drama: la criada (Ramona) intuye que su hijo ha
muerto en Malvinas; la patrona (Clara), termina confesando que
su hijo fue secuestrado por los militares y probablemente esté
muerto, aunque intente mantener, con su esposo, la farsa del
“viaje de estudios”. Ambas mujeres se unen en la lucha, Clara y
Ramona se vuelven “Clamona”, clamor de madres.
“Mingo”
cuenta, en versión libre, la historia de Menocchio, un molinero
del Friuli, que, a partir de ser (extrañamente, para la época)
alfabetizado, de su cultura de origen campesino y de una aguda
inteligencia crítica, esboza una serie de teorías sobre el
origen del mundo y la sociedad, que son cuidadosamente seguidas
por la Inquisición (la investigación que realiza el italiano
Carlo Ginzburg se basa en los archivos de ésta), preocupada por
los incontenibles efectos ideológicos de la imprenta, en plena
Contrarreforma. Luego de una detención de dos años, y ante las
nuevas arremetidas de Menocchio (esta vez cuestionando el orden
social), y llegado el caso a Roma, se produce la inevitable
incineración del molinero. La obra se juega en dos planos: el
pueblo en sus cotidianos haceres, con un Mingo “afiladísimo”,
una especie de protoanarquista, y el poder, que habla en off y
en verso, estudiando el “peligroso caso” del molinero que
pensaba con su propia cabeza y lo expresaba. Al final, en clave
brechtiana, se produce el juicio a Mingo, con invitación al
público: y entonces los personajes del pueblo hablan en verso y
los poderosos en arrastrada prosa. Final abierto.
También escribí varias obras de teatro breve (monólogos,
soliloquios, teatro sin palabras), algunas de las cuales fueron
publicadas y premiadas, principalmente a través de la Cátedra
Internacional Garzón Céspedes y su publicación “Cuadernos de
Gaviotas” (por lo tanto, googleables). Acoto que estar
desempeñándome como profesor de Dramaturgia I y II y Teorías del
Arte II en un conservatorio de teatro, me ha reconectado con
esta disciplina, peligrosamente apasionante.
En los últimos años publiqué varios libros e interactué
bastante en la web (principalmente
en los géneros poesía y cuento), sin embargo se me hace
cada vez más manifiesta la necesidad del teatro, en sus variadas
expresiones, como espacio de comunicación intensa, auténtica,
comprometida, en medio de un mundo que nos afila las garras y
nos tapona los oídos cada día un poco más. El teatro es
imprescindible para la nueva humanización que pide a gritos la
sociedad contemporánea
o, al menos,
los que soñamos una sociedad distinta, “humana” en el más pleno
sentido. Por el momento, no tengo entre mis prioridades
publicar mis
dramas, preferiría verlos “en vivo”, razón de ser de lo
teatral.
Claudio Simiz con I. Marcks, Roxana Palacios, C. García
Oliver, Élida Manselli, G. Tisocco, Stella Maris Vence y Horacio
Laitano
6 — De tu dramaturgia deslicémonos a tu narrativa breve.
¿Qué asuntos preponderan en ella?
CS — Ante todo, una aclaración: aunque han aparecido un par de
microrrelatos míos en algunas publicaciones latinoamericanas, no
me dedico a lo “micro”, tan a la moda en narrativa. Lo mío es,
hasta ahora, el cuento breve y el relato. Llegué a escribir tres
novelas, dos de la cuales destruí y otra que reconvertí a
distintas textualidades. Cuando hablo de cuento breve me refiero
a un tipo de narración ficcional de no más de tres cuartillas,
generalmente centrada en un personaje. En
“De solitarios” los llamo “discuentos”, porque los juzgo
carentes de ciertos atributos, de esa admirable completitud que
caracteriza a Horacio Quiroga, Borges o Juan Rulfo, mis maestros
en castellano (menos piadosamente, podría hablar de mi
distalento). Ese libro lo publiqué por un premio internacional
(había competido con dos cuentos), lo cual me obligó a crear
tres o cuatro textos más para armar algo así como un volumen
respetable. Seleccionando entre lo ya escrito y planificando los
textos complementarios, fue apareciendo el eje convocante de la
soledad, la incomunicación de personajes que ensayan
infructuosamente la comprensión del mundo y la comunicación con
“el otro”. De allí el título; de algún modo se lo puede
considerar un volumen temático y bastante autobiográfico, que,
entre otros, debe bastante a Kafka, Dino Buzzatti y Nabokov.
En el caso de “Los
años pasan según”, también publicado por premio, el concurso
era de relato (género que si bien despuntaba en un par de
cuentos del libro anterior, sólo abordé más decididamente en el
último lustro), pero el texto ganador es parte de un volumen
donde alternan cuento breve y relato, con un tema definido: las
huellas del paso del tiempo y la forma de asumirlas por los
personajes. Al igual que en
“De solitarios”, la mayoría de los textos son realistas, aunque
algunos podrían leerse como fantásticos, acaso metafísicos. En
lo técnico, retomo en varios de ellos la multiplicidad de puntos
de vista y registros lingüísticos, con los que había
experimentado en mi juventud;
esto
asomaba en tres de los cuentos del libro anterior. Lo
autobiográfico es fuerte, tanto desde la vivencia personal como
desde el contacto intenso con personajes reales y su experiencia
vital. En algunos casos, debí
realizar
pequeñas investigaciones para no desmadrarme del marco
histórico. Todos los textos fueron desarrollados siguiendo la
brecha temática señalada, aunque el relato premiado, “La
espera”, nace de dos anécdotas mías centradas en las dolorosas
experiencias que atraviesa un escritor ignoto. Para finalizar
con mi aspecto de narrador, estoy terminando el plan de una
novela coral, “La cofradía
del tacho”, que estimo terminaré el año próximo.
Y una pregunta que tal vez no tenga respuesta: ¿puedo
“correrme” del poeta cuando narro, y eso sería positivo?... Un
amigo, destacado novelista y ocasional cuentista, terminó
confesándome que más allá de uno u otro detalle a mejorar, no
podía criticar a fondo mis cuentos porque “son otra cosa, son
muy poéticos”.
7 — En varias localidades de nuestro país ofreciste con
los Grupos “Con-Versando” y “Antes que venga ella”, recitales
poético-musicales; “Cruce de Palabras” se llamó uno de los
ciclos que coordinaste; fuiste fundador de la primera FM que
funcionó en una “villa de emergencia” —en “Ciudad Oculta”, a
mediados de los ‘80—; a fines de esa década fuiste pionero en
los intentos de TV comunitaria en zonas pobres del Gran Buenos
Aires, como conductor y productor, etc. Por un lado, me
interesaría que sobrevolaras sobre éstas y otras incursiones, y
por otra: ¿en qué te ha gratificado y en qué te ha decepcionado
tu experiencia como animador cultural?
CS
— Temo que ese sobrevuelo sería
insoportablemente largo,
por la diversidad y extensión en el tiempo de las experiencias y
por lo mucho que incidieron en mi vida (hasta cierto punto,
“fueron mi vida”), sobre todo en mi juventud. Intentaré reseñar
los puntos salientes…
Soy un tipo más bien solitario que, paradójicamente o no,
vive “condenado” a la comunicación, fundamentalmente la verbal.
Esas experiencias de animación cultural surgen, en primera
instancia, de la necesidad de contactarme con la vida social,
luego de la acotada
experiencia
universitaria que ya describí. Iba descubriendo el mundo con
actitud militante,
esperanzada
en las posibilidades de cambio. Sin embargo, ya en mis
veinticinco años, me iba dando cuenta de que la “política de los
políticos” no era para mí, y sí lo era un territorio de
experimentación, de comunicación y construcción grupal y
horizontal, que ora con vértice en lo comunicacional, ora en lo
educativo o artístico, me deparaba el sentimiento de estar
desarrollando una tarea imprescindible para el crecimiento
grupal e individual, autogestiva y contestataria del poder, de
lo culturalmente impuesto.
Lo primero, en el tiempo, fue la experiencia con los
medios, principalmente el radial. Me tocó la época de las radios
comunitarias, en el resurgimiento democrático y su posterior
desarrollo, y tuve oportunidad de trabajar en las mismas con
intensidad (llegué a superar las cuatro horas de conducción, más
las tareas de producción en
FM San Antonio de Padua,
emisora en la que aprendí mucho). Tal vez la experiencia más
original y aleccionadora haya sido la que desarrollé con un
grupo independiente en “Ciudad Oculta”, donde instalamos una
radio,
en
acuerdo con la comisión interna del barrio, para reconectar al
mismo con los vecinos “no villeros” (pesaba una leyenda negra
sobre la “Oculta”) y dar lugar a las voces soterradas; también
nos interesaba ayudar a la comunidad a organizarse, en la medida
de sus necesidades. Aclaro: si bien “pasaban cosas”, el mundo
villero de ese momento era “pre paco y pre narco”… ¡Cuántas
cosas aprendimos juntos! Los programas se planificaban, pero
siempre la realidad y el aporte de la gente nos desbordaba… Yo
hacía,
con Adrián Wittemberg,
“Historias de Nuestra Tierra”, y convocaba, los sábados a la
mañana, a la gente de cada provincia o país limítrofe, con su
música, sus comidas, sus historias, su presente…
En determinado momento, ante el descontento de algún
sector del barrio y para no generar divisiones, nos trasladamos
a una casilla de la iglesia, y ante una ola de allanamientos a
las radios, logramos armar una secuencia de escape para
“entregar” sólo el coaxil y la antena. Los sacerdotes y monjas
del barrio respondían al padre Puigjané, que estuvo varias veces
en la radio (alguno de los integrantes quedaron vinculados al
grupo “Todos por la Patria”, con sus trágicas derivaciones en el
copamiento de La Tablada, años más tarde). Yo acompañé a un tipo
muy especial, Pampa Ubertalli, fundador de “Radio Rebelde”, en
un ciclo de cine (video en el televisor del herrero del barrio),
actividad anexa a la radio, igual que las tareas de apoyo
escolar en que algunos colaborábamos. Unos meses después
comenzaron a surgir diferencias: una parte del grupo postulaba
que debían retener más directamente el poder de decisión de la
radio, y otro (en el cual me incluía), opinaba que iba llegando
el momento de entregar el medio a la comunidad. La radio había
cobrado peso, y eso generaba tensiones. Quedamos en minoría,
echaron a algunos y yo renuncié, aunque me mantuve en la tarea
de apoyo educativo, como coordinador (armamos grupos de
alfabetización paralelos al plan oficial, bastante deficiente).
La radio tuvo un final insólito y aleccionador, a mi entender:
habiendo perdido el entusiasmo inicial el grupo que quedó, se
apropió de ella el sector más movilizado de la villa y la acción
más importante fue preparar el retorno
de los ciudadanos paraguayos a su país
(muy fuertes en el barrio)
ante la
inminente caída de Stroessner;
como el equipo era portátil, se instalaron antenas en varias
villas, y así se trabajaba. Ergo: las cosas son del que las
necesita y las trabaja.
En el ‘89 apareció lo de la TV comunitaria. Yo integraba
la cooperativa de comunicación “Participar”, que tenía un
periódico
homónimo
de bastante circulación en el Oeste del Gran Buenos Aires, entre
los sectores “progres”. Fuimos sumando programas de radio en la
zona (sobre todo desde FM Moreno, pionera y aún vigente):
hacíamos un periodismo tendiente a la difusión de iniciativas
solidarias y cooperativas, en particular en el ámbito de la
cultura; éramos un modesto agente movilizador. Un canal de San
Vicente, que ya venía promoviendo TV comunitaria, decidió
renovar su equipamiento y puso a disposición de grupos como el
nuestro el viejo transmisor y la experiencia. Los tres
colectivos que nos interesamos, nos organizamos para transmitir
dos veces por semana desde cada localidad (en Moreno
transmitíamos desde el Cruce Castelar, la zona más poblada); el
compromiso era llevar en la mochila el transmisor al grupo
siguiente; a mí me tocaba entregárselo a
una
agrupación de Fuerte Apache.
Habíamos
conseguido que Prensa Latina nos brindase cada semana una
selección de noticias del continente; con eso y otros aportes
hacíamos “Noticiero Latinoamericano” desde la cocina de la casa
del camarógrafo (que había creado una pequeña mutual solidaria
para los videófilos). La iniciativa duró poco, no llegó al medio
año. Sin embargo, mucha gente se conectó. Llegamos a hacer un
programa con las sociedades de fomento de la zona. También hubo
espacios musicales y de salud. El trabajo del canal
implicó
tal esfuerzo que terminó
superándonos, y fue el principal
factor en la
disolución
de la cooperativa. Cabe aclarar que salíamos por canal 4, en TV
abierta, era la época “pre-cable”. Recuerdo una anécdota :
realizándole una entrevista a Heberto Castillo (candidato a
vicepresidente de México con Cuauhtémoc Cárdenas y presidente
del Partido Socialista Mexicano), éste, nos convirtió a los
periodistas casi en entrevistados, preguntándonos con todo
entusiasmo cómo “era eso”; imaginaba una red de televisoras
comunitarias cubriendo Ciudad de México…
Al poco tiempo volví a incursionar en un canal de Castelar y en
otro de Paso del Rey, este último ligado a la Iglesia, a los que
estuve vinculado brevemente.
Considero que estas intentonas fueron ricas en cuanto a pensar y
desarrollar formas de trabajo periodístico y cultural
alternativas y profundamente solidarias; además valoro la
generación de un espacio donde pudimos conocernos grupos y
personas
provenientes
de diversos contextos sociales. También queda el sabor amargo y
aleccionador de los límites de estos esfuerzos cooperativos (a
veces poco realistas, sobre todo al no ser pensados en su
sustento material) ante lo arrollador del “sistema”, en su
versión neoliberal,
en este caso.
Saliendo de los medios, tuve oportunidad de participar,
crear y coordinar numerosas experiencias vinculadas a la
literatura. Empecé con una revistita poética: “Pandemónium”, con
otros jóvenes entusiastas de las letras, que duró los habituales
dos números.
Casi en
simultáneo, Norberto Fuchs y yo lanzamos “Orfeo”, una revista
oral que se autoconvocaba cada mes en uno de los saloncitos
laterales del porteñísimo Café Tortoni: escritores invitados,
charla y música. Corría 1980: descubrimientos, temores,
sorpresas, tiempos bravos para ser joven... Trasladado a Moreno
a principios de los ‘90, recalé en el
“Feca 67 bis”, espacio de
la bohemia local, donde una mezcla de plásticos, poetas,
músicos, actores y bailarines nos trenzábamos de vez en cuando.
Con la artista plástica Nellie de Curia, infatigable activista
cultural, generamos un espacio similar, pero más organizado, que
terminó llamándose “Coco Danza” (desaparecido cantante de la
zona): allí la poesía ocupaba un lugar central. Cuando la crisis
de 2001 empezaba a despuntar, y ante la necesidad de “hacer algo
desde la cultura”, convoqué a tres poetas amigos (Clelia
Volonteri, Eduardo Espósito y Walter Lannutti) y así nació
“Antes que venga ella”, ciclo que se sostuvo durante tres años.
Realizábamos un encuentro mensual con un poeta invitado de
reconocida trayectoria, se leía y dialogaba con el público.
También había música (y con mucho respeto hacia el ejecutante,
no era un mero “intermedio”). El grupo siempre preparaba alguna
intervención artística, medio recitada, medio actuada, con un
eje temático. Recuerdo la grata sorpresa de Santiago Sylvester,
uno de los invitados, al verse rodeado por más de cincuenta
personas, una noche de lluvia feroz, esperando por su poesía.
Había mucha participación, tanto en las preguntas / comentarios
a los invitados como en el micrófono abierto. Cuando llegó la
hora de cerrar el ciclo publicamos una antología del grupo, que
todavía sigue dando vueltas por Moreno. Fue una experiencia
importante, por el nivel artístico, el poder de convocatoria y
la continuidad. Y los cuatro coordinadores quedamos amigos, y lo
celebramos con unas empanadas bien regadas cada año…
La historia y propuesta de “Cruce de palabras”
(2007-2008), son distintas. En 2007 fui invitado a un encuentro
latinoamericano de escritores en la capital de la provincia de
San Juan. Si bien los recitales, visitas a escuelas, etc., eran
interesantes, lo más “jugoso” eran las “tenidas” poéticas, en la
habitación de alguno, leyéndonos y comentándonos hasta la
madrugada. Eso me dejó de manifiesto la necesidad que tenemos
los poetas de un ámbito
propio, de sincero e íntimo intercambio de textos, dudas
y proyectos. Entonces, empecé a invitar mensualmente a cinco
bardos, dos locales y los otros “forasteros”, en un par de
mesitas de café colocadas
ad hoc en el fondo de la
Librería García, de Moreno. Rodeados de libros, y café de por
medio, nos dejábamos ir (a veces en fuerte polémica) por esos
derroteros que sólo la poesía sabe generar. La cosa terminaba
cuando la gente de la librería hacía ostensibles gestos de “hay
que cerrar”… Casi nadie faltó a la cita, la mayoría reconoció
que nunca habían participado de algo similar. Después de un año
abandoné la convocatoria —que acaso retome algún día—, a causa
de una serie de desgracias personales que menguaron mi ánimo.
Tal vez la experiencia más innovadora y compleja, tomando
en cuenta la diversidad de variables en juego, haya sido
“Con-versando”. Esta vez tenía deseos de armar una propuesta
para “salirle al paso” a la gente no habitué de la poesía; mucho
me ayudó Héctor Celano, poeta y actor de gran experiencia en
recitales; se sumaron con entusiasmo Eduardo Espósito y el
cantautor Luis Del Mar. Y nació un espectáculo de algo más de
una hora de duración, centrado en nuestros textos poéticos,
presentados con un dejo de teatralidad, más el aporte musical y
vocal de Luis. El público quedaba sorprendido, el temor de que
fuera “demasiado largo” pronto se disipaba. A poco de andar,
Héctor partió para otros rumbos, y entonces Luis propuso a su
amigo Hugo Mercado para la vacante. Hugo es un poeta de impronta
gagliardiana, de entonación social y fuerte presencia escénica:
fue una apuesta contrastante con la poesía de Eduardo y la mía,
y un aporte decisivo para el espectáculo. Así, la mayoría de las
veces con el apoyo del municipio de Moreno, recorrimos varias
localidades de las provincias de Santa Fe, Córdoba, San Luis y
del Gran Buenos Aires con nuestro espectáculo, que, en su
momento de auge, llegó a tener tres versiones (hora y cuarto,
cuarenta, y quince minutos) según el tenor de la invitación.
También participó la charanguista María Inés Ferreira. Para mí,
lo principal era la reacción del público. Recuerdo que al final
de una representación en Librería Hernández, una ex compañera de
la facultad se acercó para felicitarnos y se puso a llorar:
“Perdonen, nos pusimos tácitamente de acuerdo para no
interrumpirlos en el recitado, pero es mucha emoción acumulada”.
Calculo que retomaremos ese tipo de propuesta: en ella se resume
buena parte de mi mirada sobre lo poético en su dimensión
social. En la actualidad,
luego de una experiencia bloguera con “8 PM”
(Ocho Poetas de Moreno),
colaboro en la coordinación (no organizo) de los ciclos “Café
Patricios”, en la ciudad de Buenos Aires, y “Poesía del Oeste”
(ciclo creado por Andrés Aguirre),
en la ciudad de Moreno.
¿Cómo evalúo este aspecto de mi actividad, que podríamos
denominar “animación cultural”?: no me arrepiento de nada, por
más que muchas cosas podría haberlas hecho mejor. Eso sí, si uno
se pone a sumar la cantidad de esfuerzo y tiempo empleados, no
puede evitar la idea de que si hubiese balanceado mejor los
mismos con la también necesaria tarea de difundir la obra
individual, uno se sentiría más satisfecho. Tal vez no sea
políticamente correcto decirlo, pero siento que tanta tarea
desplegada (por ejemplo: armé el sello editorial “Runa”, sin
fines de lucro, para que poetas locales lograran acceder a la
socialización de sus primeros libros) no halló reciprocidad
(y acaso comprensión) en
la mayoría de los colegas.
Ampliando la reflexión,
a esta altura de mi carrera, constato que las invitaciones a los
encuentros / publicaciones más prestigiosos
en el país
no llegan, y probablemente no acontecerán. Me han hecho algunos
reportajes en los últimos años, pero nadie ha escrito un ensayo,
ni siquiera un artículo crítico serio sobre mi obra; y eso es
poco alentador para un artista que lleva décadas de producción.
Retornando al concepto de animación (me tienta decir
“agitación”) cultural, no deja de ser, en mi caso, una
productiva contextualización de lo que refiero en otro tramo del
reportaje sobre la “Educación Poética” y sus derivaciones.
Claudio Simiz con Raquel Graciela Fernández, etc.
8 — De tu actualidad podemos comunicar que desde 2012 dictás el Taller
de Lectoescritura en el Curso de Orientación y Preparación
Universitaria (COPRUN), en la Universidad Nacional de Moreno
(UNM); y que la revista electrónica que dirigís, especializada
en poesía y educación, se titula “Conurbana.cult”; y que
coordinás el Grupo “Escritura Creativa”.
CS — En efecto, estoy dictando el curso de ingreso en la UNM; este
tipo de actividad se alinea con una serie de experiencias que
desarrollé en la UBA (en el Ciclo Básico Común, Semiología) hace
una década, y con la actividad desplegada a lo largo de ocho
años en el Instituto Rojas
(ISFD Nº 21)
de Moreno (formación de docentes), en este último caso con
talleres de lectura y escritura académica, que comenzaron en los
profesorados en Lengua y Educación Primaria, y finalizaron
extendidos a toda la comunidad del instituto (unos 4000
alumnos). Los puntos de coincidencia pasan por la toma de
conciencia, por parte de docentes y alumnos, de las importantes
limitaciones que imponen al estudiante superior / universitario
la falta de práctica y base teórica mínima para abordar la
lectura y escritura de cierta complejidad. Me satisface que lo
que empezó como un taller (en el Rojas), secundado por un par de
ayudantes de cátedra (categoría que impusimos varios docentes
“pioneros”, y hoy es oficial en la provincia de Buenos Aires)
para “ayudar a escribir” a los futuros maestros, culminara en un
taller de escritura académica, como proyecto institucional,
ligado a cátedras universitarias y con reconocimiento del
Ministerio de Educación de la Nación. De todos modos, para ser
sinceros, los resultados fueron limitados.
En la Universidad Nacional de Moreno la experiencia con
los ingresantes es valorable, aunque el período es cada vez más
breve (once clases); para la mayoría, el curso introductorio es
el primer escalón en la vida académica en toda su familia. El
taller de lectoescritura es particularmente propicio para poner
en palabras estas situaciones: los miedos, las expectativas, las
dificultades materiales… El equipo de la cátedra, encabezado por
el doctor Armando Minguzzi, es variado y eficiente, aunque en el
último año hubo bastantes cambios. Paralelamente al dictado del
ingreso (los interesados) desarrollamos una tarea de
investigación basada en las producciones de los alumnos; en mi
caso elaboré, junto a la licenciada Stella Maris Cao
(psicóloga), un estudio enfocado en las representaciones del
mundo universitario y su propio lugar en él de los alumnos, con
una propuesta centrada en el rol del docente “inicial” para
acompañarlos en ese paso; pronto aparecerá publicado, junto a
las investigaciones de otros compañeros. Como contrapartida, un
discurso excesivamente asentado en la “inclusión” por parte de
las autoridades académicas, relativiza la importancia del
esfuerzo y la valoración de la exigencia…; es cuando la política
(en mi opinión) se entromete dañinamente en la educación. Por
otro lado, me reconforta que los tres alumnos que tuve en el
tercer año del bachillerato popular de mi barrio (los
Bachilleratos Populares son una última instancia para personas
que ni siquiera pueden “enganchar” en los FINES I y II, que son
planes oficiales para completar/cursar la secundaria),
hayan hecho pie en la UNM y estén ya en el segundo año de la
carrera. Los Bachilleratos Populares son una experiencia
cooperativa y sin sueldo; hace un par de años obtuvimos
reconocimiento oficial para los títulos.
En esta misma universidad, y a propuesta de las
autoridades, dicté un curso de escritura creativa y poesía para
docentes de secundaria. Resultó bastante exitoso (creo que “la
pegada” fue invitar a dos poetas por encuentro para leer y
dialogar con los asistentes); finalizado el curso (octubre
2013), nos seguimos encontrando informalmente y esa fue la base
de un grupo (Escritura Creativa de Moreno, así se lo ubica en
Facebook) que, con sus altibajos, se mantiene. Mi idea inicial
era centrarnos en el diseño de secuencias y proyectos para
trabajar la poesía y escritura literaria en la escuela. Las
necesidades de los integrantes (algunos de los cuales no son
docentes) nos llevaron a armar algo así como un
anarcotaller, con
una especie de convocante / coordinador que vengo a ser yo…
Siempre se aprende de la realidad; en rigor, yo quería enfatizar
la llegada a la escuela con otra mirada, otras estrategias, pero
los miembros del grupo preferían hacer taller literario,
escribir y leer poesía, cuento y crónicas, como paso previo a lo
didáctico. Bueno, le ganaron la pulseada al coordinador, y creo
que para bien, hay itinerarios que no pueden obviarse.
Hace algo más de un año, en paralelo, convoqué a un grupo
de artistas y periodistas para armar un revista electrónica:
“Conurbana.cult” (así se googlea). El propósito es difundir la
actividad artística y cultural del tercer cordón del conurbano
(sobre todo el Oeste, al que pertenece Moreno), con especial
atención a la literatura y a las experiencias grupales y
educativas. Maricarmen Almada (periodista y escritora),
Alejandro Arébalos (docente y plástico) y Mónica Angelino (poeta
y coordinadora de talleres), conforman el consejo de redacción,
tenemos colaboradores permanentes (estamos por sacar un
atrasadísimo tercer número). La revista es independiente,
autogestiva y sin fines de lucro, y más allá del mencionado foco
puesto en lo local, también presenta notas sobre el devenir
cultural (en especial, vinculado a la poesía) nacional y
continental. Deberemos mejorar su difusión y enriquecer el
diseño. “Conurbana.cult” es un niñito que se ha largado a
marchar…
Respecto de qué rol juego yo en todo esto, señalo dos
cosas. En primer lugar, en estos últimos años, vengo
desarrollando un corpus de ideas, aún algo difuso, que llamo
“Educación Poética”. Se trata de un intento de recuperación /
reformulación de la función de la poesía en la existencia del
hombre y en la sociedad actual. Se trata de repensarnos desde
ese espacio tenso, revelador y liberador que plantea la palabra
poética, tanto desde la recepción como desde la producción. Más
pragmáticamente, los medios, la escuela y la familia cada vez
brindan al chico y al hombre en general, menos oportunidad de
conectarse con la poesía (más allá de las canciones, tema de
interesante debate), y eso tiene sus amargas consecuencias: algo
así como una pérdida gradual y embrutecedora de la sensibilidad
y la espiritualidad…; digamos, una vida más pobre, un
desperdicio de oportunidades. La escuela debería iniciar un
proceso de revisión y reversión de esta situación. Hace unos
días leí que en las escuelas de ciudad de Buenos Aires se van a
impartir talleres de meditación; eso me alegró, va en el sentido
de mi búsqueda; ahora, ¿por qué dejamos que se “cayera” ese
espacio de placer tan constructivo que es la poesía?...
En segundo lugar, debo mencionar una difícil lucha (con
los demás y también interior) para sacar del medio ideas tan
arraigadas como el liderazgo, los “seres especiales” y otros
hegemonismos, que a la postre empobrecen la experiencia creativa
(y social, en general). A veces se vuelve difícil no
desbarrancar, “escucharnos en singular y en plural”, como suelo
decir, encontrar el equilibrio en estas proposiciones “fuera de
sistema”. Bueno, es parte del desafío.
Claudio Simiz con Gregorio Angelcos
9 — ¿Participaste en el Primer Encuentro de Poetas del
Mundo en Cuba “La Isla en Verso” en 2012?
CS
— Fue una participación a distancia. No tenía dinero para viajar
(una constante en mi “carrera” como escritor, nunca pude asistir
a premiaciones o invitaciones en el exterior). Filmamos, con mi
amigo, poeta y vecino Oscar Perdigón, dos videos de algo menos
de diez minutos; uno dedicado a mi poética y el otro presentando
la poesía de Moreno, con un recitado “mano a mano” con Oscar y
una recorrida por los libros de poetas morenenses, que por
cierto son muchos. Ambos videos están en YouTube. Lo anecdótico
es que no los pudieron recibir vía internet allá (en esa época
en Cuba no tenían banda ancha), así que tuvimos que mandar un CD
por correo, que llegó y se presentó en varias ciudades cubanas,
principalmente en escuelas.
Claudio Simiz con Oscar Perdigón, etc.
10 — Hace unos años compartimos espacios sociales,
festivos, y tuve oportunidad de oírte cantar y acompañarte con
la guitarra. Y en estos días descubro que has sido director e
intérprete de la llamada “Cantata por la Paz”, auspiciada por la
Escuela Municipal de Música de San Miguel, otra localidad
bonaerense, en diciembre de 2014.
CS — La música es en mi vida una novia desatendida, que no pierde
ocasión de reprocharme y seducirme. En junio del año pasado tomé
la cátedra de Literatura en la Escuela Municipal de San Miguel;
me tocó un grupo de cinco instrumentistas en el último año de su
carrera (todos muy jóvenes), y quedó planteado el desafío: había
un expreso pedido de la dirección de la escuela de trabajar
contenidos que relacionaran música y literatura. En la primera
parte del año habían explorado el mito y la ópera; yo encaré mi
trabajo desde la indagación en las raíces folklóricas y su
proyección en el “Arte Clásico” (esa es la orientación de la
escuela); finalizaron con una monografía sobre aspectos de esa
relación. Pero quedó “picando” la posibilidad de crear a partir
de sus propios saberes y elecciones musicales, así que les
propuse indagar el género “cantata”, desde su origen
renacentista hasta esa
original
apropiación del género que fue la cantata latinoamericana de las
décadas del ’60 / ‘70, tan relacionada con lo folklórico y,
fundamentalmente, con lo político. Después de escuchar “Santa
María de Iquique” y “Cantata Latinoamericana”, la cosa llegó a
su clímax: fue notable el efecto del descubrimiento de esas
textualidades poético-musicales, que les resultaban a estos
muchachos apenas un eco lejano y extraño.
Y comenzó el desafío…, porque escribir textos poéticos,
letras de canciones, inclusive, era para ellos una prueba
novedosa e intimidante. ¿Por dónde empezar para tratar de
componer una cantata? Decidí atacar por otro flanco: les traje
fotografías artísticas, de las más diversas temáticas. Charlamos
sobre esas imágenes, improvisaron melodías para acompañarlas.
Finalmente quedó definido el tema: las estremecedoras imágenes
de la guerra y su destrucción serían el punto de arranque.
Eligieron fotos del Berlín de 1945, de las Torres Gemelas, de un
miliciano recibiendo un balazo…, pero la más motivadora fue la
de un soldado norteamericano sosteniendo entre sus brazos el
cuerpito de un bebé japonés (no sabemos si vivo o muerto) en
medio de los escombros. “No a la guerra” fue la consigna
(curiosamente, uno de los alumnos es militar, de la banda del
Ejército); leímos a poetas de fuerte sesgo social: el paraguayo
Elvio Romero, el chileno Pablo Neruda, el español León Felipe…
Siguieron intensas semanas de escritura talleril, tratando de
que cada uno pudiera producir un texto que “arrimara” a lo
poético y en relación personal y comprometida con el área
temática elegida. Fuimos definiendo una estructura, los fui
orientando también para armonizar lo mejor posible los textos,
que serían el “recitativo” de las cantatas clásicas. Fuimos
probando ritmos, tonalidades para cada segmento (en eso, fueron
una luz, y yo los observaba algo azorado). Y llegó lo más
difícil: hallar el “leit motiv” y componer la canción, que sería
el centro de la cantata. Dimos con la frase “Por qué no puedo
entenderte, Guerra”. Siguió una elaboración colectiva: en ese
texto estaban todas las voces, que yo terminé de pulir y poner
en transpirados endecasílabos. Querían hablar de Hiroshima, del
sentimiento del soldado, de Palestina, de Malvinas, del
imperialismo, de las madres que pierden a sus hijos… Al final,
parimos cuatro estrofas, en ritmo de rock bluseado (también
eso después de arduas
discusiones).
En fin, que había despertado expectativas en la escuela,
en la cual todos los docentes presentan la labor del año en una
muestra. A nosotros nos faltaba bastante todavía, por eso lo
titulamos “ensayo general” y salimos “al toro” (además, faltó el
trompetista, que era el único que se animaba a cantar, así que
el profesor debió cumplir, con la mayor dignidad posible, el
papel de solista vocal). Piano, contrabajo, guitarra y flauta
traversa se desempeñaron con intensidad, aunque no sin
nerviosismo, ante una treintena de asistentes. Al final hubo un
aplauso sincero, más cálido que estruendoso, y una sensación de
sorpresa…; ¿qué es esto?... Como cierre expliqué la propuesta y
su proceso de composición e invité a los asistentes a dar su
opinión y proponer un título para la “Cantatita” (su duración es
de unos veinte minutos). Esa charla fue estimulante, y estimo
que sirvió para que los jóvenes músicos (profesionales, casi
todos) cobraran conciencia de lo que habían logrado elaborar,
con punto de partida en sus emociones, ideas y saberes, en
laboriosa y esperanzada cooperación.
Claudio Simiz con Jonatan Márquez
11 — Al releer tus primeros
poemarios, ¿reconocés tu voz en ellos? ¿Cuánto habrá variado tu
poesía a lo largo de cinco lustros?
CS
— Sin dudas ha variado mi poesía, junto a toda mi persona, a la
creciente alforja de lecturas, al mundo que en esos cinco
lustros, ha cambiado aceleradamente. Pero es mi voz… Digamos que
hay poemas añosos que me hacen sonreír, otros ante los cuales me
pregunto “¿cómo pude …?” Pero
estoy ahí, no hay vueltas. Claro, en el proceso ha habido hitos,
momentos determinantes. Recuerdo, en especial, tres: el primero,
allá por mis trece, catorce años, fue como la confirmación de
que era poeta, y la intuición de que “eso” me acompañaría
siempre. Fue una tarde veraniega de caminata por mi capitalino
barrio de Villa Luro,
siempre
entrañable…
Sentí un estremecimiento, empecé a dar vueltas en mi cabeza a
unas imágenes que surgían… Cuando llegué a casa el poema estaba
terminado, y mi vocación, confirmada. Si bien yo “escribía”
poemas desde antes de ir a la escuela, esa tarde fue algo así
como un ritual iniciático, solitario y parece que definitivo.
El segundo momento que juzgo decisivo fue diferente.
Durante la Carpa Blanca, allá por mis treinta años largos, los
docentes en ayuno juntábamos firmas de adhesión a la defensa de
la escuela pública en las plazas locales. Una mañana se acerca
un muchacho a firmar, tenía mucho entusiasmo, pero escribía su
firma muy lentamente (era analfabeto). Me embargó una tremenda
emoción, que apenas pude disimular. “Esto tengo que escribirlo”,
pensé. Pero eso ocurrió un año después, volviendo de discutir en
la ciudad de La Plata en otras instancias, pero también
educativas, amontonado en el Ferrocarril Sarmiento a las siete
de la tarde… Y el poema apareció, lo escribí de memoria
(generalmente componía así en esa época). Al llegar a Moreno ya
estaba listo. La reflexión que se inició esa misma noche sobre
los tendenciosos misterios de la inspiración y su conexión con
el duro combate de cada día, me instalaron en otro escenario
respecto de la poesía y mi propia creación.
Finalmente, hace una década, comencé a trabajar como
capacitador de docentes, y debí trasladarme con frecuencia a la
localidad de Laferrére, casi dos horas sólo de ida…; en el
colectivo comencé a componer un texto que me extrañó, era
sinuoso, con mucha asociación libre, con mucho vértigo
inconsciente…; extrañamente, me sentí cómodo, pleno,
escribiéndolo (lo terminé después) y en ese momento me di cuenta
de que había dado con el rumbo que estaba buscando para mi
poesía de ese período,
a la que
venía sintiendo cada día menos satisfactoria, algo limitada, tal
vez reiterativa…; desde esa mañana mi poesía tuvo más oxígeno,
o, directamente, otro aire.
En lo que hace a lo temático, hay una región a la que
vuelvo, desde mi adolescencia, periódica, casi cotidianamente:
la reflexión sobre lo poético y la palabra. Lo social fue
responsable de mi “reencuentro” con la poesía, después de varios
años de casi abandono, y generó tres libros; es algo que
permanece, y vuelve, en situaciones puntuales, a aflorar. En la
última década, sin embargo, me ha ganado la poesía que podríamos
llamar “existencial”, una constatación, entre brumosa y
encandilante, de las heridas, de los abismos del transcurrir y
el ser, de la permanencia y la disolución. Y también están los
textos que voy escribiendo sobre mis hijos, celebrando ese
descubrimiento inagotable que es ser padre; componiendo y
leyendo estos poemas he experimentado (junto a algunas
situaciones de logros en las aulas) los momentos más felices de
mi vida.
En cuanto al estilo puedo señalar que todo es un
insospechado reciclaje… Junto a los neologismos empleo con
cierta frecuencia
palabras casi relegadas al olvido (por ejemplo: relente,
hogaño, zurear) que no deberían perderse, aunque más no sea por
su musicalidad. Estoy volviendo a escribir algunos poemas con
métrica y rima (abundaban en mi juventud). Hacia 2008 comencé
con la composición de tríadas, poemas breves, con separación de
barras, no de versos, en un intento de retener la fluidez
semántica, sintáctica y fónica. Cada poema forma parte de una
unidad mayor (tríada), a la manera de los movimientos de un
concierto barroco. Así nacieron
“Tríadas”
(2009) y “Tríadas II”
(2012). Otro “género” que experimento es la “marina”,
composición más bien metafísica, surgida de la contemplación del
mar, y también exploro desde hace un lustro el haiku (acabo de
finalizar un pequeño volumen con ellos) e intento con el shijo…
Dios y Basho dirán…
Claudio Simiz con el poeta Fabián Leppez
12 —
Transcribo unas frases de un trabajo que se presentó en 1988 en
Fundación del Campo Freudiano, en Buenos Aires, y del que ignoro
el nombre de su autor: “La
poesía manifiesta una violencia infligida al uso del idioma. Se
funda en la ambigüedad de un doble sentido. Alusiva al igual que
el oráculo, se constituye más allá del sentido. Lo que despierta
es su polisemia, su imprevisibilidad. Para escucharla no se
puede permanecer pegado al sentido. ¿Acaso el poeta no logra a
veces la proeza de que un sentido esté ausente?” ¿Qué
agregarías, Claudio?
CS
— Hay una afirmación de Roman Jakobson que demoré en comprender
(creo que recién lo estoy haciendo ahora), que, de algún modo,
dialoga con la paradoja señalada. Aunque parezca todo lo
contrario, es en el territorio de la poesía donde las reglas de
la lengua se cumplen con más inflexibilidad. Hay una cierta
“ferocidad” inherente a la palabra que trasciende al que la
emplea, aunque sea el poeta…
“Las palabras tienen vida
propia/ por eso saben herir tan
limpiamente” nos dice
Guillermo Boido en un dístico apabullante. El poeta no debe
“hacerse cargo” de la ambigüedad, desvelarse por ella, pues ésta
es inherente a lo que somos y no somos, al lenguaje, que nos
dice y nos desdice…
Esto consolida (al menos para mí) la imagen del poeta como oreja
y lengua del gran latido cósmico, médium más que maestro,
albañil más que arquitecto, que intenta manejar el fuego de Zeus
(que no es suyo) con la “herramienta” díscola del lenguaje (que
precariamente cree dominar) para comunicar algo a otros seres
(que son y no son como él). Por eso cuando creo un neologismo
(se da con frecuencia en mis textos), hay algo de derrota (no di
con la palabra, el lenguaje no me abrió del todo su cofre) y de
triunfo (“descubrí” ,“fundé” algo); en este sentido, ya en el
terreno de las imágenes y del poema mismo, experimento esa misma
sensación de “develar la simpatía universal”, digamos un
segmento del ADN cósmico, a la par de brotarme la estremecedora
duda de haber realizado, apenas, un jueguito verbal, una pirueta
que se sueña salto mortal. A veces envidio a los pintores y a
los músicos, los siento ante un campo abierto; nosotros, los
poetas, estamos en la jungla del lenguaje, acechantes y
acechados.
Claudio Simiz con Norma Gianico, Carlos Dariel, Elizabeth
Molver, etc.
13 — ¿Qué escritores te influyeron? ¿Piglia? ¿Beckett?
¿Lispector? ¿Montale?... ¿El peruano Augusto Salazar Bondy
(1925-1974), el portugués José Saramago (1922-2010), la inglesa
Virginia Woolf (1882-1941), el salvadoreño Roque Dalton
(1933-1975)? ¿Griselda Gambaro? ¿Yukio Mishima? ¿Eugène
Ionesco?...
CS — Mis primeros formativos “leídos seriamente” fueron los clásicos
españoles e internacionales de la Colección Contemporánea de
Editorial Losada, que una tía había ido reuniendo (sospecho que
casi sin leer). Allí me deslumbraron Rabindranath Tagore, Juan
Ramón Jiménez, García Lorca, en poesía; la prosa de Miró y
Azorín se me presentaba como insuperable. Pero el gran poeta de
mi pubertad, y sigue siéndolo, es Antonio Machado, ya en sus
libros, ya musicalizado por Serrat. Y en narrativa, un Quijote
leído a los once años (en versión adaptada por Germán Berdiales)
me fascinó, vuelvo infinitamente a ese libro, es el modelo
insuperable. Shakespeare y Sófocles me enamoraron del teatro
leído; con Brecht y Fernando Arrabal empecé a entender la
especificidad del hecho teatral (y Molière, por supuesto, el
verdadero clásico inoxidable de las tablas). Volviendo a la
línea clásica lírica, Garcilaso, Góngora y Quevedo siempre
“están ahí”, y la Generación del ‘27, con sus aledaños León
Felipe y Miguel Hernández laten quedamente en mi poesía, junto a
Blas de Otero y Nicolás Guillén. De los argentinos, Manuel J.
Castilla, Juan L. Ortiz y Raúl González Tuñón son presencias
poderosas. Y claro, Borges, tanto en poesía como en cuento,
compartiendo el podio de influencias con Rulfo y Quiroga, que ya
mencioné. Aclaro que siento sus presencias en mi creación, sin
que mi literatura se les parezca o pretenda hacerlo; es eso, una
presencia sin la cual mi producción sería distinta. Leo sin
demasiada fluidez algunas lenguas europeas, lo cual me ata a las
sospechosas traducciones (¿habrán dicho eso Omar Jayam, Tu-Fu,
Rilke?), de ahí la preeminencia de los castellanos
en mis recorridos líricos.
Sobre los autores de la lista, Montale y, en general los
existencialistas-herméticos italianos, en especial Ungaretti, me
deparan un siempre renovado espacio para la reflexión, más aun
que los surrealistas, diría. De los narradores, nadie podría
negar a Saramago, Mishima o a Virginia, pero no siento que me
hayan influido, tal vez por haber llegado tardíamente a mi
biblioteca (salvo aproximaciones aisladas). Sí admiro —me
identifico en el latido— a Ionesco, Beckett y Gambaro (aunque mi
escritura teatral poco tenga que ver con la de ellos); en
verdad, el Absurdo se prefigura en el Expresionismo, estética
(casi diría cosmovisión) con la que me hallo en honda sintonía.
Y en diálogo con ellos, la literatura “existencialista”, en el
más amplio sentido: de Camus a Orwell, de Dino Buzzatti a Char,
arrancando del genio solitario de Kafka, y esa versión tan
nuestra y original que es la narrativa de Antonio Di Benedetto,
acaso el más perfecto y a la vez estremecedor de nuestros
novelistas. Reconozco en mi escritura teatral fuerte influencia
de nuestro grotesco, más al modo de Francisco Defilippis Novoa
que al de Armando Discépolo, y esa impronta insoslayable,
lúcidamente desesperada, genial, de Arlt. Finalmente, un lugar
muy especial para la literatura popular, desde el cancionero
tradicional folklórico al tango, de Atahualpa Yupanqui a
Gagliardi, pasando por los narradores orales… Cuánto debe
nuestra cultura y nuestro universo emocional a estas cotidianas
gemas.
Claudio Simiz con Mónica Angelino, Raquel Graciela Fernández,
etc.
14 — Ricardo H. Herrera declara:
“Me gustan los poetas que
se aproximan a su tema como Cézanne lo hacía a los suyos: con
esfuerzo, obstinadamente. Nada de abstracciones de escritorio
sobre el papel, tan sólo lo que se conoce por experiencia de los
sentidos. (…) Me gusta que el color de la palabra transmita el
sentimiento nombrándolo apenas…” ¿Qué te despiertan estos
enunciados?
CS
— Perseverancia, obstinación, por un lado, y sugerencia,
sensorialidad, por el otro, parecerían términos de una
formulación contrastiva. A mí me orientó bastante al respecto
una charla sobre la poética de Dylan Thomas (desafortunadamente,
no recuerdo al expositor, tal vez fue Esteban Moore); en ella se
puntualizaba el enojo del galés cuando la crítica lo ubicaba
demasiado cerca del Surrealismo. Y se entiende, según él,
algunos poemas le llevaban meses de paciente y a veces
desalentadora “lima”… Nada más lejos de la escritura automática
y las asociaciones azarosas. Y sin embargo, la poesía de Thomas
sabe internarnos en los pasadizos de la pesadilla, el deseo y la
desesperación de manera más
honda, y sin dudas más conmocionante que la mayoría de las
zambullidas de la tropa bretoniana. Cuando la poesía realmente
lo es, será sugestiva, más allá de la técnica de “maleado
verbal” empleada, más allá de ideología pregnante; siempre,
volviendo a una pregunta anterior, se nos escapará de la manos,
siempre nos de/re/sangrará los labios y los oídos, o sea, los
portales del alma.
*
Claudio Simiz
selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Los
hijos
Y mientras el
esclavo
y el siervo
y el mensú
y el obrero
engendraban sus
hijos,
el amo hacía
cuentas
y soñaba
con sus nuevas
monedas
de carne
encadenada
en su cofre de
hierro.
En cambio,
el esclavo
y el siervo
y el mensú
y el obrero
reían,
lloraban,
y danzaban
porque sabían
que engendraban hombres.
(de “De pura chapa y otros versos”, 2000)
*
La tierra
Y
la tierra es así:
uno quiere
olvidarla,
se estira,
intenta
la aventura del
aire,
pero el aire se
parece demasiado
a los sueños
y uno aterriza
en cuatro patas,
de rodillas,
de pie,
la columna
estremecida.
Al rato
sacude la cabeza,
se palpa
los dolores y los años,
busca un piso
más firme
para el próximo
esguince.
Los pájaros nos miran,
nos sonríe su
corazón azul
que solo caerá
una vez.
(de “No es nada”, 2005)
*
Lugares
I
Desde mi ventana
Lo han venido
anunciando los zorzales/ el día ya es inevitable/ y crecerá la
luz aunque cierre mis párpados/ igual que el olor acre de la
muerte/ indiferente y ferozmente ecuánime/
Me pregunto/ si quedará alguna línea aún no escrita/ un
hiato un lapsus/ entre tantos millones centillones de instantes/
que absorbemos el aire y lo expulsamos/ hasta quedarnos con el
solo silencio/
Ojalá llegue el viento / sabio niño/ a azarearme las
páginas del día/ a azorarse en las velas desvaídas de mi
desarbolado corazón/ en los páramos/ de a ratos/ la poesía
perfuma de otro modo.
II Desde mi
biblioteca
Ojos expertos núbiles/
manos trémulas de ensueño o de codicia/ creerán desbrozar
saquear mi biblioteca/ que se dispersará/ como un lento y
pequeño Bing Bang de silencios/
Ella ha ido creciendo/ ha cambiado de tallas y de
nombres/ ha discurrido ocasos y cenites/ y acaso pueda/ contar
mejor que nadie mis costillas rotas/ hacer constar en actas las
capitulaciones de mis sueños/
Al final/ las miríadas de páginas y polvo/ que fatigué
mil veces/ o esquivé tercamente/ resultarán mi cosecha y mi
siembra/ la manera de entrarme mansamente/ en el descubrimiento
prodigioso del olvido.
III Desde mi espejo
Aquí están mis
palabras/ dolientes o dolidas/ aquí está mi silencio/ yo no
estoy aquí/
Aquí está mi pellejo/ trasegado de esquirlas y caricias/
aquí mi subrepticia/ mi rotunda osamenta/ yo me he ido hace
tiempo/
Aquí yace un obstinado corazón/ un náufrago solitario y
espléndido/ después del desamor y el desolvido/ no le tengas
piedad/ los sueños saben ser generosos con su presa.
(de “Tríadas”, 2009)
*
Jornada
I
Nadie mira
adelante/ antes de la partida/ los ojos van y vienen/ del puño a
la maleta/ del cielo al suelo/ mientras susurran “vamos” las
agujas unísonas/
Nadie sueña el
mañana/ mientras cierra la puerta/ y sus pasos opacos despiden
la vereda/ y guarda en su bolsillo las llaves que darán a la
nada/ e inaugura el exilio tempranamente exhausto/
Nadie deja su
casa vacía/ nadie se marcha solo.
II
Caminar es la cosa/ aceptar que partir es partirse/ hasta romper
con la propia sombra/
Caminar es la cosa/ pactando atajos con la senda
crispada/ con la luz temerosa/ con los propios ajenos
dubitativos fémures/
Caminar es la cosa/ comprender que la diáspora es una
flor secreta que se abre y se cierra cada día/ caminar/ sin que
se nos apague el corazón/ intentar que no caiga condenado
inocente/ como un huevo de su nido.
III
Todo hombre tiene su instante de ceniza/ y las cenizas saben
obstinarse quedamente/ hasta volvernos ciega la mañana/
Todo hombre ha bebido su último trago hasta las heces/
mientras ausculta la memoria de lo que no ha sido/ y acomete a
alaridos a la noche impecablemente sorda/
Todo hombre regresará una tarde/ sólo para saber si aún
está solo.
(de “Tríadas II”, 2012)
*
Los
ahogados
(marina)
Los ahogados son
los únicos
que vuelven de
las caricias de la muerte.
Nos regresan
crecidos,
burilados quién
sabe por qué mano,
coloreados como
un mantel
en que se ha
derramado el vino de la noche.
Vienen de
perseguirse por los bosques azules,
del intento de
hacerse de burbujas
que siempre
escaparán hacia su padre, el aire,
de recorrer
senderos
que ceden sus
atajos falaces.
Pero regresan,
siempre
regresan,
tal vez con
algún alga dorada en los cabellos.
Los abismos
siempre son más pequeños que una casa;
en el amanecer
la playa se
parece demasiado a una cuna.
(de “Actas del naufragio”, 2014)
*
Hasta
siempre
A
Javier Adúriz,
in memoriam
El poeta lo
sabe:
entre la íntegra
locura
y la obscena
cordura
sólo media un
paso,
y él está
(todos estamos)
sosteniendo la
vida
con un pie en
cada abismo.
(de “Café con
lluvia”, inédito)
Claudio Simiz con
Mónica Angelino, Marta Claudia Vázquez y Raquel Graciela
Fernández
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Claudio Simiz con la poeta Mónica Angelino
Entrevista realizada a través del correo electrónico:
en las ciudades de Moreno
y Buenos Aires, distantes entre sí unos cuarenta kilómetros,
Claudio Simiz y Rolando Revagliatti, 2015.
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http://www.revagliatti.com.ar/030816b.html
http://www.revagliatti.com.ar/031124.html
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