Daniel Calmels: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Daniel Calmels nació
el 26 de septiembre de 1950, en Sarandí, provincia de Buenos
Aires, Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es
psicomotricista, egresado de la Asociación Argentina de
Psicomotricidad en 1983, y psicólogo social, egresado de la
Primera Escuela Privada de Psicología Social “Dr. Enrique Pichon
Rivière” en 1986. Ha sido el fundador en 1980 (y coordinador
hasta 2005) del Área de Psicomotricidad en el Servicio de
Psicopatología Infanto Juvenil del Hospital Escuela General San
Martín. Ha dictado cursos y seminarios en numerosas
instituciones de su país y del extranjero. En el género ensayo
publicó a partir de 1996 los volúmenes
“El cristo rojo.
Cuerpo y escritura en la
obra de Jacobo Fijman” (Faja de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores),
“Espacio habitado. En la vida cotidiana y la práctica
psicomotriz”, “Cuerpo
y saber”, “El cuerpo
en la escritura”, “El
libro de los pies. Memoriales de un cuerpo fragmentado I”
(Primer Premio Fondo Nacional de las Artes año 2000),
“El cuerpo cuenta. La
presencia del cuerpo en las
versificaciones,
narrativas y lecturas de crianza”,
“Del sostén a la
transgresión”, “La
discapacidad del
héroe”, “Fugas, el
fin del cuerpo en los comienzos del milenio”, etc. Participó
en doce libros colectivos de ensayo. Colaboró con frecuencia en
las revistas “Cuadernos del Camino” (como Daniel Duguet),
“Generación Abierta”, “Barataria”, “Abecedario”, “Topía”, e
integrando el consejo de redacción, en “Suburbio”. En la
actualidad lo hace en las revistas “Cuerpo” y “El
Psicoanalítico”. Un volumen reúne su narrativa breve:
“La almohada de los
sueños” (Buenos Aires, 2007); y en 2011, en Madrid, aparece
otro, conformado por el cuento que da título a la colección, en
versión infantil, con ilustraciones de Claudia Degliuomini.
Poemarios editados:
“Quipus” (1981, en co-autoría con Patricio Sabsay y Héctor
J. Freire), “Desnudos”
(1984, en co-autoría con Héctor J. Freire),
“Lo que
tanto ha muerto sin
dolor” (1991; Faja de Honor Leopoldo Marechal, en 1992),
“El cuerpo y los
sueños” (1995),
“Estrellamar” (1999,
prosa poética; Primer Premio Rodolfo Walsh – Derechos Humanos,
otorgado por la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de
Buenos Aires, Secretaría de Derechos Humanos, en 1996). En 2005
la Editorial Colihue da a conocer su antología poética personal
“Marea en las manos”. Inéditos
permanecen más de diez libros de ensayo de su campo profesional,
además de “El derecho de
crear”, ensayo sobre literatura, y el poemario
“Amaramara”.
1 — Veintisiete años tenías cuando te recibiste de
Profesor Nacional de Educación Física, tras cursar en la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la
Universidad Nacional de La Plata. ¿Cómo fuiste llegando, Daniel,
a encauzarte en dirección a ese profesorado? Y algo insistió,
prosiguió: en los ochentas te formás en psicomotricidad y te
recibís de psicólogo social.
DC — Cursé en la Facultad de Humanidades desde
1972 hasta 1977, me inscribí a un mismo tiempo en Educación
Física y Ciencias de la Educación, pues tenían materias
correlativas y mis intereses, que no estaban tan claros, se
orientaban hacia alguna tarea que implicara a la
infancia,
el juego,
la creatividad
y el cuerpo.
No tenía un vínculo con el deporte competitivo, sí con la
docencia; esta posición me permitía una búsqueda de una
Educación Física que promoviera el trabajo en grupo y el “juego
motor”, que hoy denomino “juego corporal” (sabiendo que lo motor
no juega).
En el profesorado escuché por primera vez una frase que me
inquietó, una idea acuñada por el profesor Alejandro Amavet:
“Soy el cuerpo que
pretendo mío”. Fue mi primer acercamiento conceptual a la
noción de cuerpo; un segundo impacto fue leer “El
ser y la nada”
de Jean Paul Sartre, a Gastón Bachelard en su “Poética
del espacio”, cuando estaba garabateando mi libro “Espacio
habitado” y también y de forma destacada (pues con ella
puedo cartearme), a Sara Pain con sus escritos sobre las
diferencias entre cuerpo y organismo.
Ingreso a la Universidad de La Plata en una etapa de
efervescencia de ideas y proyectos, con jóvenes participando de
la vida política y del campo expresivo de las artes. Mi entrada
a estudiar Educación Física fue una experiencia estimulante no
sólo por la organización de la facultad, que reunían en algunas
materias alumnos de distintas formaciones, sino porque varios
compañeros se vinculaban con el arte; tal es así que uno de
ellos, Caro Suñer, me invita en 1973 a la inauguración de la
galería de arte “Biguá” (Vicente Forte, Leopoldo Presas, Bruno
Venier) en la ciudad de San Pedro, provincia de Buenos Aires,
dirigida por su padre, el escultor Pedro Suñer, compañero de la
poeta Edna Pozzi. En esa ocasión conozco a Lysandro Galtier,
quien al escuchar mi apellido de origen francés, me dice:
“Somos parientes”,
aludiendo a que “los
Calmels y los Galtier viajaron desde Francia en el mismo barco”.
Galtier, de la generación joven del Grupo Martin Fierro (junto
con J. Fijman, Antonio Vallejo y otros), era ceramista, pintor,
poeta, ensayista y traductor. La visita a su hogar-biblioteca
cambió el rumbo de mi vida: en un portarretrato un pañuelo de
Juana de Ibarburu firmado y dedicado, en un paragüero el bastón
de Rubén Darío, sobre una pared una colorida y original carta
natal firmada por Xul Solar, libros y cartas de Oliverio
Girondo, Alejandra Pizarnik…
Cumpliendo con su
deseo, después de su muerte y a pedido de sus hermanas, llevo a
la Sociedad Argentina de Escritores el pañuelo de Juana de
Ibarburu, el bastón de Rubén Darío, y la carta natal firmada por
Xul Solar, junto con una cerámica (vasija incaica), premiada,
realizada por Lysandro Galtier. En el mes de mayo de 2011, con
sorpresa e indignación, me entero que en una subasta del Banco
Ciudad se remata la acuarela de Xul Solar (en el folleto que se
expuso en “Arteba”, en el que se anunciaba la Subasta
Aniversario, se publicitó la efectividad de las ventas tomando
como ejemplo, entre otros, la obra de Xul Solar, vendida en
ciento sesenta mil pesos).
En 1974 me conecto con la revista “Suburbio”, invitado a
participar por su director, el poeta y pintor Antonio González,
y publico un primer poema en un medio gráfico. Me inscribo,
además, en los talleres de poesía de galería Meridiana (Rodríguez
Peña 754, a metros de la avenida Córdoba y a pocas cuadras de
bares emblemáticos en el sector “intelectual” de la avenida
Corrientes).
Cuando fui a anotarme al taller me impactó una exposición de
Marta Minujin, colorida muestra con zonas de la intimidad
femenina. La poesía y la plástica convivían en el mismo espacio.
En marzo de 1976 nace mi primera hija; el veinticuatro
del mismo mes los comunicados del ejército argentino anuncian el
comienzo de una tragedia.
Este cruce de relaciones me lleva a ligarme con la
Psicomotricidad. Estando en el taller de la galería Meridiana
nos reunimos un día en la casa de uno de sus integrantes, Carlos
Sere (al cual tuve oportunidad de seguir viendo en los últimos
años y participando en la presentación de sus libros).
Conversando con su mujer, Clara Srebrow, psicoanalista, pongo en
mi boca las palabras de Amavet, quien había afirmado que no
debería llamarse Educación Física sino Educación Psicofísica,
pues lo físico no se educa; es ante esta idea que Clara me
comunica que conoce a una persona que trabaja en una terapia que
se llama Psicomotricidad. Disciplina que yo conocía a partir de
los libros que leíamos en la carrera: varios psicomotricistas
franceses tienen como formación de origen la Educación Física.
Clara me facilita el contacto con Velia Botadoro,
psicomotricista argentina recibida en Francia, que tenía armado
un consultorio de atención de niños en terapia psicomotriz.
Estudio con ella en el año ’75. En el ’76, después del golpe,
abandona el país y deja a Débora Schojed a cargo de su
consultorio, quien me llama para que colabore con ella en la
atención de paciente varones. Es así como fui del cuerpo a la
literatura y de la literatura al cuerpo.
Tu pregunta se refiere a eso que insiste, que se reitera, y creo
que es el cruce de experiencias y saberes, esta ligazón entre el
cuerpo y la palabra. En uno de mis libros de ensayo,
“El
cuerpo en la escritura”,
conviven la experiencia de Antonin Artaud
y el aprendizaje de la escritura, junto al modelo de la mano
como origen de los números y las referencias al orden y la ley
que tiene la escritura en el lenguaje cotidiano.
Las temáticas que implican al cuerpo resultó
con el tiempo un eje de mi obra, principalmente en el ensayo,
pero también en la poesía. El cuerpo al cual me refiero es aquel
que no nos es dado al nacer;
no se trata de un descubrimiento por parte del niño de algo que
ya está dado, sino de una construcción
sobre la vida orgánica, de
diversas
manifestaciones
corporales, como son la
mirada,
la escucha,
el contacto,
la gestualidad
expresiva, el
rostro y sus semblantes, la
voz, las
praxias, la
actitud postural,
los sabores,
la conciencia de
dolor y de placer, etc. De esta manera “el cuerpo es en
sus manifestaciones”.
En cambio,
la vida orgánica está ahí para ser vista en sus
funciones,
aparato por aparato, sistema por sistema. El médico “revisa” el
normal ciclo de maduración esperado para cada edad. Pero he aquí
que si no se construye un cuerpo de la relación, si el ojo que
ve no se
habilita para mirar,
decae la capacidad visual hasta límites insospechados, lindantes
con la ceguera. No es que el ojo mira porque ve; el ojo ve
porque mira, y para mirar es imprescindible la presencia de otro
dispuesto a ser mirado y a mirar. La mirada se encuentra entre
la visión y la ceguera. Tiene una carga de subjetividad y una
función subjetivante. Desde esta perspectiva no se trata de
pensar la actitud
postural como una consecuencia de la
postura;
el proceso es inverso, la actitud formatea la postura.
Mirar el cuerpo tonificado en su alegría, empecinado en estar
presente; contemplar el cuerpo transformado en procura de un
empeño, de un esfuerzo pasional; mirar el cuerpo erotizado,
dándose a ver en la actitud que promete las caricias más
excelsas; ellas y muchas más, infinitas “posiciones” que el
cuerpo asume, nos dan muestras suficientes para comprender que
el destino biológico encuentra en el proyecto interactivo de los
cuerpos un sentido y una finalidad.
Me refiero y estudio entonces el
cuerpo que se construye en el vínculo con otro cuerpo, cuerpo
que escapa de la medicina y la psicología, que se liga con
aspectos antropológicos, sociológicos, históricos. Cuerpo que se
constituye en una
insignia de nuestra identidad.
Se hace cuerpo a partir del vínculo con un adulto significativo
que dispone su cuerpo en relación y cumple con una función
corporizante.
Comencé a
escribir poesía a los once años, no por el estímulo de la
escuela, sino por el respeto y admiración que se tenía en mi
casa por el arte en general, principalmente por la literatura,
la música y la plástica. Mi abuelo, inmigrante español,
socialista activo, delegado fabril, tocaba la mandolina y el
violín y cantaba en el coro del Centro Gallego de Avellaneda, y
se quejaba con insistencia cuando Pepa, mi abuela, leía la
“Radiolandia”, argumentando que era un pasquín. Después de su
muerte, mi abuela, sacó una foto guardada entre los manteles y
la puso sobre un marco; cuando pregunté quién era, respondió: “Evita”.
Mi padre tenía la colección completa de la revista
“Leoplan” (más de seiscientos números, de 1934 a 1965). Cada
una, principalmente en los primeros años, contenían una novela o
libro de cuentos, o sea, un “plan de lectura”.
Con notas periodísticas colaboraban
Enrique González Tuñón y
Miguel Brascó. En 1953 comenzó a sumarse
Rodolfo Walsh.
También
se recibían la revista “Life” en español y la típica
“Selecciones” (del
Reader's Digest),
baluartes informativos de la clase media. Además guardaba los
suplementos a color del diario “La Prensa” y los literarios de
“La Nación”, ilustrados, entre otros, por Juan Carlos Benítez.
Mi tío, Cecilio Ortiz, tenía su taller de esculturas en
yeso. De visita en su casa me fascinaba con los moldes y las
formas que se desprendían de ellos, de las cajas con espacios
repartidos donde guardaba los ojos de vidrio y la acumulación de
santos y cristos que colgaban de las paredes de su taller. Era
bastante mágico para la mirada de un niño ver a su tío con el
cigarrillo en la boca, amasando la pasta de yeso en el hueco del
hemisferio abierto de una pelota de goma, atento a la colilla
que se extendía frágil hacia el vacío.
Mi padre se carteaba con el pintor Oscar Capristo, a
quien me lo encontré referido, muchos años después, leyendo un
texto de Enrique Pichón Rivière, mientras cursaba mis estudios
en Psicología Social. Logré conocer a Capristo en sus últimos
años de vida; tuve la suerte de que concurriera
en 2005 a la
presentación, en la Feria del Libro, de
“Marea en las Manos”.
Concurrió a cumplir con el hijo de un amigo, con 85 años, uno
antes de su muerte.
Comencé a estudiar Psicología Social en 1981, aún bajo la
dictadura. La escuela Pichón Rivière era un ámbito de reunión y
resistencia, así como también la Asociación Argentina de
Psicomotricidad, que contaba con un posgrado en el que cursé mi
segunda formación en Psicomotricidad.
2 — Tantas y tantas han sido tus intervenciones en
Jornadas, Congresos, Instituciones, y diversos los cursos y
seminarios que has dictado durante varios lustros. ¿Cómo te
fuiste impregnando de las sucesivas temáticas y ensamblando
inquietudes y desarrollándolas como docente y ensayista?
DC
— Cuando comencé a trabajar en Psicomotricidad precisé escribir
sobre las observaciones y las preguntas que me suscitaba la
práctica, no como especulación teórica sino como necesidad de
entender, trabajo de escritura que me ayudaba a pensar el cuerpo
y la niñez más allá de la disciplina en particular. Los
conceptos en los cuales se basaba la práctica psicomotriz me
resultaban escasos o no generaban preguntas o respuestas a lo
que ocurría en mi tarea con los niños. Tanto la neurofisiología,
el psicoanálisis y la psicología genética, eran contribuciones
indispensables pero habían sido concebidas para otras prácticas
y básicamente respondían a otros interrogantes. Por ejemplo, el
concepto de “cuerpo”, presente en muchas disciplinas, no tiene
el mismo contenido, ni ocupa el mismo lugar que en la práctica
psicomotriz. Algunas disciplinas para su eficacia, necesitan que
el cuerpo se atenúe, que se reduzca en el campo de sus
manifestaciones (mirada, gestualidad expresiva, praxias, actitud
postural, contacto, acciones, etc.). En cambio, en la práctica
psicomotriz el objetivo es poner a trabajar el cuerpo en sus
manifestaciones, o en algunos casos los esbozos de corporeidad
que se están construyendo. Asimismo el “juego corporal”
es una tarea convocante que se constituye en una técnica
privilegiada, pues al jugar se despliega un “relato de
representación ficcional”.
El trabajo con niños es movilizante, nos retrotrae a
lenguajes y acciones de épocas tempranas, nos conecta con
imágenes que sólo pueden ser leídas con otra imagen. En este
caso escribir, pensar escribiendo, es una labor que enriquece la
práctica. Los primeros escritos con formato de libro tuvieron
una buena repercusión, no sólo en el ámbito de la salud mental
con niños, sino principalmente en el ámbito de la educación
(jardines maternales, nivel inicial, etc.). En la actualidad,
diversas formaciones profesionales integraron varios de mis
libros como lectura obligatoria. También debo señalar que los
libros fueron y son acompañados, “presentados”, en toda
conferencia y curso que dicto; ese poner el cuerpo ha
beneficiado la difusión. Si bien mis primeros escritos
ensayísticos contemplaban el contexto social y los cambios
acaecidos, en mi último libro, “Fugas”,
que comencé hace 17 años, preocupado por la injerencia de la
tecnología sobre los cuerpos, la preocupación por los cambios
sociales que afectan a los niños es el eje. En “Fugas”
establezco un recorrido critico por los cambios en el jugar, la
alimentación, las cirugías de rostro, el aceleramiento que
produce el pasaje de la discontinuidad a la continuidad, el
predominio de la lógica de la eficiencia por sobre la eficacia y
los objetos de juego que se le ofrecen a los niños, etc.
Daniel Calmels en Espacio Docente, Mercedes, Uruguay
3 — Nueve años se suceden entre la edición de tu libro
sobre Jacobo Fijman, el notable poeta nacido en la actual
Rumania y radicado en nuestro país desde la niñez, y tu prólogo
y estudio crítico para enmarcar la aparición de su
“Poesía completa” en
2005, a través de Ediciones del Dock. ¿Qué te fue pasando con
Fijman en el transcurso, cómo te posicionaste para la concepción
de tu iniciativa socializada en 1996 y cómo para el siguiente
compromiso?
DC
— Esta pregunta me retrotrae a mi primera relación con la obra
de Fijman, a los encuentros con Galtier. En una ocasión,
sabiendo de su conocimiento sobre la literatura francesa, lo
consulté por la obra de Antonin Artaud. Después de una atrapante
“disertación” y de sacar de su biblioteca una primera edición de
Artaud, me pregunta si había leído a Fijman, aludiendo a los
puntos en común que tenían, principalmente sus pasajes o
estancias por los neuropsiquiatricos (en el caso de Fijman,
cuarenta y dos años internado en el Hospicio de las Mercedes,
hoy Neuropsiquiatrico Borda). Él me lo presentaba como poeta y
pintor. Un año después, me trasmite que encontró un paquete con
dibujos de Fijman, quien se los dejaba cuando todos los meses
viajaba a la SADE a retirar el dinero de una pensión (que
Galtier le había gestionado). Junto con el dinero, Galtier le
obsequiaba papeles, tintas, pasteles y lápices, a cambio de que
en el mes siguiente le trajera algún dibujo. Saca de un cajón,
entonces, un paquete envuelto en papel madera atado con hilo, me
lo da y me dice que lo mire en mi casa. En mi viaje en colectivo
de barrio Norte a Sarandí, me tenté y abrí el paquete. En él un
conjunto de tintas, pasteles, lápices y alguna monocopia, todos
ellos, en ese primer contacto, no eran más que papeles
confundidos por el peso de los años, muchos sin posibilidad de
recuperar, sobre todo los pasteles que no habían sido fijados.
Mi primera mirada de Fijman estaba signada (e indignada)
por su vida de tanto tormento.
Fue
preso de un triple destino de exclusión: pobreza, reclusión y
olvido. Escribí en “El
Cristo Rojo”: “Jacobo
Fijman dibujaba y pintaba en el loquero, es decir, intentaba
saciarse de la sed en pleno desierto. Amaba el color blanco y
vestía uniforme gris. ¿Fue llevado a curarse de la tristeza a la
casa de la melancolía?” Es por eso que su poema “El canto
del cisne”, el que leía reiteradamente, es el símbolo de su
desgarro: “¿A quién
llamar desde el camino / tan alto y tan desierto?”.
Mi mirada estaba más puesta en su pesar que en el valor estético
de su obra.
Cuando escribo el estudio que prologa
“Poesía completa”,
realizo con el editor,
Carlos Pereiro,
una lectura detallada de cada uno de los poemas. Guillermo
Cuneo, coleccionista, nos facilitó las tres ediciones originales
y algunos poemas publicados en revistas. En esa ocasión logré
abocarme a su obra literaria y pictórica.
Te cuento que
estoy en tratativas con una editorial en España para editar un
volumen con veinte obras de Fijman en color, con una
introducción sobre su obra: sería la primera vez que la obra
plástica de Fijman se va a conocer a color en un libro.
4 — Organizaste en un lapso de ocho años, participando
en la curaduría, tres muestras de las obras plásticas de Fijman.
¿Cómo recordás cada una de esas experiencias?
DC
—
La primera muestra que realicé, con el nombre de “Jacobo
Fijman, dibujos y poemas, obras inéditas”, fue en el Centro
Cultural Recoleta (Buenos Aires, julio de 1995). Tuve el apoyo
de la revista “Topía”, con la que estaba en las postrimerías de
publicar “El cristo rojo”,
inaugurando la editorial de la revista.
Esa muestra estuvo cruzada por una serie de inconvenientes que
acompañaban, casi sistemáticamente, las actividades que se
realizaban en homenajes a Fijman. En este caso, por un error, la
muestra no fue incluida en los catálogos del Centro ni en la
difusión; tampoco se pudo exponer su obra original, porque no
contaban con seguro, sino que se tuvo que hacer fotocopia color…
El único medio de prensa que cubrió la muestra fue Crónica TV.
La segunda fue en
Centro Médico de Mar del Plata, en 1998, con la presencia de los
escritores Juan Jacobo Bajarlía y Osvaldo Picardo (quien dirigía
el área cultural de la asociación). Fue una iniciativa muy bien
recibida por la comunidad, tuve oportunidad de compartir esos
días con Bajarlía, quien me había prologado
“El cristo rojo” y
había conocido a Fijman.
La tercera muestra fue diferente: en Galería Rubbers
(ciudad de Buenos Aires), abril de 2003, y con algunas obras a
la venta. Fue la que tuvo más difusión y concurrencia. Se
mantuvo casi un mes. Concurrieron pintores, galeristas,
escritores y también una sobrina de Fijman, lo cual fue una
sorpresa porque se estimaba que no tenía parientes. Tuvo un
carácter de homenaje: en esa galería, en 1969 se había realizado
la última actividad en la que participó Fijman: había sido un
recital que organizó Vicente Zito Lema presentando la revista
“Talismán”, número dedicado al poeta, quien al año siguiente
falleció.
También en el ‘96, con motivo de la presentación de
“El cristo rojo”, en
la Escuela de Pichón Rivière, organicé una muestra de treinta
obras de Fijman. Acompañaron a “mirar” la muestra, el pintor
Blas Castagna y el escultor Martín Blaszko. Leyeron poemas de
Fijman: Héctor Freire, Edgardo Gili, Julio César Salgado y
Mónica Sifrim. Presentaron el libro: Juan Jacobo Bajarlía y
Roberto Ferro.
Daniel Calmels con Vicente Muleiro, etc., en 2015
5
— Y en otra experiencia estás desde 2013: dirigiendo la
colección “El cuerpo propio”.
DC
—
La colección, de la Editorial Biblos, se propone alojar las
obras de ensayo que tienen por temática el amplio campo de lo
corporal. Es una colección que no hace tanto se constituye con
un cuerpo variado y polifónico. Se estrenó con mis obras, se
llevan publicados nueve libros, de los cuales seis son de mi
autoría.
Los tres restantes:
“Niñas jugando, ni tan quietas ni tan activas”
de
Mara Lesbegueris,
un volumen sobre género que trata una materia que no fue
profundizada, como es el jugar en las niñas;
“Cuerpo y educación física” de Eduardo Galak y Valeria
Varea, panorama del estado actual de la educación física, con un
espléndido desarrollo teórico y crítico;
“El gesto y la huella”
de Graciela Casanova y Marc George Klein, el desarrollo de un
área de expresividad fundamentado y autorizado en una intensa
práctica profesional.
6 — En el mismo año en que te recibís de profesor de
educación física, Daniel, coordinás el taller de poesía de la
Asociación Crisóforo Colombo, en la ciudad de Quilmes. Y dos
años después te hacés cargo de los talleres de poesía de la
Escuela Literaria del Teatro IFT.
DC
—
Coordiné
con el poeta Chalo Agneli
el taller de poesía de la Asociación Crisóforo Colombo
mientras vivía en Quilmes (provincia de Buenos Aires),
en un período no muy extenso. La Asociación sostenía
una labor cultural interesante: organizó
con la SADE zona Sur varios concursos de poesía ilustrada, y así
se impulsó la ligazón de los artistas plásticos con los poetas.
Después, en el teatro IFT, quienes coordinábamos
los talleres y constituíamos el grupo
“Quipus”,
efectuamos en
1980
una muestra con nuestros poemas, ilustrados,
entre otros,
por
Adriana Leibovich, Raúl Ponce, Ernesto Pesce, Pablo Solari y
Roberto Tessi.
Al teatro lo había conocido realizando una entrevista a los
integrantes del taller literario que coordinaba Sofía Laski
—entre los que estaban Mónica Sifrim y Patricio Sabsay— para la
revista “Suburbio”. Y terminé formando parte del taller. Cuando
Sofía Laski se retira de la coordinación, nos propone a Sabsay y
a mí ocupar su rol, lo cual aceptamos.
Armamos una Escuela Literaria organizada por ciclos y géneros.
En narrativa invitamos a Liliana Heker (luego se anexó Marcelo
di Marco, en otro curso). En poesía los docentes eran Patricio
Sabsay, Héctor Freire y yo, que los acompañé durante los
primeros años. Se escribía durante el lapso de cada encuentro a
partir de propuestas que abarcaban desde un trabajo en
relajación al estímulo musical o fotográfico. A algunos de
aquellos alumnos los seguimos viendo: al poeta Luis
Bacigalupo, quien posteriormente fue editor de uno de mis
libros, e Irma Verolín, que si bien tiene trayectoria en
narrativa, acaba de editar un libro de poemas.
Daniel Calmels en el Colegio Santa Elena, Montevideo,
Uruguay
7 — Conceptualizaste sobre la
“diferencia y
discapacidad en los relatos destinados a la
infancia” en
“La discapacidad del
héroe”.
DC
—
En ese ensayo me concentro en los textos destinados a la
infancia que introducen a través de sus personajes la temática
de la diferencia y/o la discapacidad, procedimiento que va desde
un tratamiento "naturalizado" a una inserción “moralizante”.
Muchos de los libros que analizo son los que usé en mi niñez.
Utilizo dos términos:
diferencia y
discapacidad, sabiendo de sus limitaciones pero con
la idea de cubrir diversos fenómenos. Uno de ellos, la
discapacidad,
más ligado a la terminología oficialmente aceptada. El otro
término, diferencia,
más general y menos clínico, que
permite abarcar un sinnúmero de registros donde prima un
exceso de singularidad. Los textos escolares, fábulas, relatos
infantiles, series de televisión, cuentan con la presencia de
personas con diferencias y discapacidades diversas que acompañan
al personaje central de la trama, o, contrariamente a lo
esperado en la vida real, es la persona con discapacidad quien
encarna el personaje principal. La hipótesis de trabajo es que
en el espacio textual de la fantasía, a los personajes con
discapacidad se les restituye el lugar de personas que la
discapacidad les roba en la vida real. El encuentro del
Soldadito de Plomo (al cual le falta una pierna) con la
Bailarina (también parada en un pie), le hace decir al héroe:
«sin duda a la pobre le falta un pie como a mí»; esta visión
fallida recupera una mirada que profundiza las semejanzas.
También se hace referencia a los personajes de Pulgarcito/a
(sietemesino), Sancho Panza, los Siete Enanitos (uno de ellos no
hablaba), “El patito feo”, el Pato Donald, “El
Flautista de Hamelin” (un niño cojo encuentra la flauta),
“Pinocho”, “Heidi”
(su amiga Clara en sillas de rueda), “Miguel el tonto”, “Riquete
el del copete”, “Peter
Pan” (siempre niño), etc., y por supuesto los partener, que
siempre tienen una falta. Lo que hace posible la
aceptación de un personaje en el discurso narrativo no son las
características del personaje en forma aislada, sino su
inclusión y caracterización en un
programa narrativo,
dentro del cual el personaje diferente está habilitado
específicamente por sus funciones (a pesar de su inhabilidad).
Modelo éste opuesto al que se toma en la vida social.
Adoptando metafóricamente el modelo de la narrativa, los
grupos e instituciones podrían estructurar sus programas de
funcionamiento y la caracterización de sus integrantes para que
en el entramado de sus funciones
el diferente pueda adquirir un rol digno en el devenir de la
tarea.
Gran parte de mi obra se ocupa de los sucesos cotidianos,
familiares, repetidos, campo de acciones que se transparentan,
sin conciencia. Tal es la fuerza de la familiaridad (hermana de
lo obvio), que para el lector común, los discapacitados en los
cuentos infantiles, al ser integrados en un programa narrativo
pasan desapercibidos,
se naturalizan al punto de no ser reconocidos como
discapacitados. La
lectura de este libro los sitúa en descubierto, los da a ver, y
los estudia como hallazgos ocultos por su visibilidad.
8 — Opto por destacar dos obras tuyas:
“El libro de los pies”
—que he leído oportunamente— y la versión para niños de tu
cuento “La almohada de los sueños”.
DC
— “El libro de los pies”
forma parte de un proyecto extenso, de hace más de dos décadas.
La idea era escribir un ensayo cuya temática estuviera centrada
en una parte del cuerpo,
memoriales del cuerpo
fragmentado, como lo llamé en su momento, de tal modo
que el cuerpo humano estuviera presente en el libro de los ojos,
de las manos, del corazón, etc. Reuní y reúno material sobre el
cuerpo, dispongo de varios archivos. Comencé con
“El libro de los pies”,
estimando que era el más amable en cuanto a la complejidad, pues
se trataba de ahondar en la filosofía, el esoterismo, la
etimología, la publicidad, el erotismo, la anatomía, los dichos
populares, la poesía, la pintura...
Con mi primera obra terminada recorrí editoriales escuchando las
múltiples explicaciones de porqué no se podía publicar: “no
entraba en las colecciones tradicionales”, “era un libro para
Europa”, “está fuera de las demandas de los lectores”. Hasta que
enterado de los concursos del Fondo Nacional de las Artes para
libro inédito de ensayo, me presenté y recibí el primer premio.
Con el premio fui a una editorial que no había consultado,
Biblos, y me abrieron las puertas.
“La almohada de
los sueños”, versión infantil, en cambio, nace a partir del
interés de una artista plástica e ilustradora que es
Claudia Degliuomini. Ella lee el cuento en su versión original y
generosamente me propone ilustrarlo. Además de haber sido
editado por Editorial Pearson, en Madrid, fue traducido a dos
idiomas (inglés y
francés). Siendo yo terapeuta de niños, no había fantaseado con
escribir literatura infantil. Te adelanto que aparecerá otro,
esta vez en nuestro país, a través del sello Homo Sapiens.
9 — En un
certamen organizado por la revista “Arché”, que dirigía el poeta
Pablo Montanaro, en 1992 obtuviste el Primer Premio por tu poema
en tres partes titulado “Los artistas velan”. ¿Qué recordás de
la elaboración de ese poema? ¿Algo del orden de la
repercusión?...
DC —
No fue de una sola sentada: demandó varias etapas. Si bien las
tres partes están claramente diferenciadas por los epígrafes, la
primera se subdivide en dos: los héroes de la mitología con sus
heridas y debilidades (Vulcano, Edipo, Sigfrido, Sansón,
Aquiles) y los artistas con sus carencias, faltas (Rimbaud,
Cervantes,
Borges,
Beethoven, Toulouse Lautrec,
Van Gogh,
Fijman,
Baudelaire,
Artaud, Milosz,
Gérard de Nerval).
En la segunda parte están los suicidios. Siempre me había
sorprendido el ciclo de suicidios que encadenaba a Alfonsina
Storni con Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Galtier me decía
que los zapatos de Alfonsina se encontraron en el muelle, que no
entró caminando al mar; yo preferí que empujara el mar con sus
pechos heridos. Quiroga creo que apeló a lo que se daba en
llamar “suicidio de las sirvientas”, con cianuro, producto que
se compraba en las farmacias para ciertas tareas de limpieza
hogareña. Lugones, en el recreo “El Tropezón” del Tigre, se
suicida llenando un vaso con whisky y veneno para hormigas,
atormentado por la imposibilidad de un joven amor. El suicidio
de
Hemingway, aficionado a la caza,
me impactó por su violencia.
El premio organizado por la revista “Arché” consistía en
la impresión de un tríptico, cuya tapa ilustraba un collage de
Laura Dubrovsky, titulado “Obra en Construcción”, realizado
especialmente. Con posterioridad, Laura trabajó plásticamente y
diseñó la edición de
“Estrellamar”. “Arché” hizo un tiraje considerable, lo que
me permitió una profusa difusión. Uno de los llamados
telefónicos más significativos que recibí fue el de Olga Orozco,
quien por un lado me felicitaba y por otro “me retaba”,
diciéndome que uno de los versos de mi poema apelaba a un hecho
que no había ocurrido, que era falso, y que no me dejara guiar
por las historias que inventaban los estudiantes de Letras. En
el verso en cuestión digo refiriéndome a Pizarnik: “apoyando
su boca pintada en la de una muñeca sin sonrisa”. La
anécdota que circulaba, y que según Orozco era un invento de los
estudiantes de Letras, era que en la cama donde se la encontró
muerta a Alejandra, había una muñeca degollada y que esa muñeca
tenía la boca reiteradamente pintada con lápiz de labios.
Conocí a Olga a través de Galtier; ella afirmaba que
él había sido el primer poeta con quien se vinculó cuando vino a
residir a la Capital Federal. Años después me llamaría en un
momento crucial de mi vida, cuando acontecía un hecho que
parecía confirmar la mala suerte que rodeaba diferentes actos
que se hacían en homenaje a Fijman. Cuando yo vivía en Sarandí,
preparaba todas las noches el bolso que llevaría al día
siguiente para trabajar en mi consultorio en la ciudad de Buenos
Aires; en ese bolso, entre otras cosas, había puesto seis hojas
tamaño oficio con los manuscritos de Jacobo Fijman: poemas
creados durante su internación en el Borda. En la mitad de la
noche me había despertado a causa de unos ruidos y al salir del
dormitorio me esperaban dos personas armadas que desvalijaron la
casa; parte de lo robado se lo llevaron en el bolso en cuestión,
en cuyo fondo estaba la carpeta con los originales de Fijman,
que llevaba para hacer unas fotocopias que me había pedido el
escritor y editor Alberto Arias, quien preparaba un libro sobre
el poeta. Si bien la preocupación por lo robado me afectaba, mi
mayor desconsuelo fue perder esos originales (de los que había
una copia), sabiendo que los ladrones los descartarían por no
asignarles un valor. En la mañana de ese día recibo otro llamado
telefónico de Olga: me contaba que había puesto en una maceta un
poema de mi autoría —impreso en un cartoncito— que yo le había
mandado. Con cierta inocencia le pregunté si sabía qué me había
pasado. Los poemas de Fijman me los había dado Galtier, supuse
que ella debería saber, compartía con su amigo los misterios del
conocimiento, a pesar de que él ya había muerto. Solo me dijo:
“bueno, querido, por algo
te estaré llamando”.
La parte más dolorosa fue la concepción de los versos finales,
en los que menciono a escritores asesinados, incluidos en las
listas de desaparecidos:
Rodolfo
Walsh,
Haroldo
Conti,
Miguel Ángel Bustos,
Paco
Urondo. A
Héctor Germán Oesterheld
lo sumé a través del
“Eternauta”,
sopesando que era representativo; además, la pronunciación de su
apellido podía dificultar la lectura del verso. Es uno de los
poemas más largos que escribí y cuya lectura me sigue
emocionando.
10 — Vos has investigado y producido teóricamente sobre
la caligrafía, y también sobre eso que denominás “arrebato
controlado”: la firma (en
“El cuerpo en la escritura”), ¿cuál es tu reconstrucción de
la historia de tu letra, y qué has reflexionado sobre los
avatares evolutivos de tu firma?
DC —
En “Marea en las manos”
trabajo poéticamente mis dificultades con la lectura y
escritura:
“Los
dictados eran batallas/ con la cruenta seguridad de haberlas
perdido/ antes de pinchar las primeras letras. / Mis hojas
alteradas con tinta roja/ que se adhería a mis palabras/
dejándolas heridas de muerte”.
Aunque leer me era más difícil que escribir, en la escritura mi
dificultad mayor estaba en la ortografía (“recto-camino”).
Durante años, ya grande, escribía omitiendo palabras,
reemplazaba las que me traían dificultad, nunca ponía “vuelvo
pronto”, sino “regreso pronto”, con lo cual evitaba la letra V.
Esta experiencia me sirvió para interesarme por el origen de las
palabras y construir familias de palabras, por ejemplo el uso de
la H. Agrupaba por pares opuestos, las H del frio y del calor.
Del frio: heladera, helado, hielo…..; del calor: hogar,
hornalla, horno, hoguera…También me defendía argumentando que
tanto Cervantes como Roberto Arlt eran disortográficos. Ponía en
mi boca lo enunciado por Arlt,
“yo no escribo
ortografía, escribo ideas”.
Guardo los cuadernos de primer grado, con lo cual puedo
ser testigo de mi caligrafía. Pero mi letra siempre estuvo
pendiente del instrumento con el cual escribo. Las biromes que
“patinan” sobre el papel distorsionan mi letra. Las herramientas
que frotan y mantienen un roce con el papel me permiten una
letra aceptable.
En cuanto a la firma, de niño me interesaba ver firmar a
mi padre, lo hacía con frecuencia en su oficina: cheques, cartas
y, por supuesto, los boletines. Era una firma de “arrebato
controlado”, movimientos rápidos que dejaban un trazo
superpuesto y concentrado. Lo más curioso era que sus firmas
eran idénticas, cosa que no ocurría con mis intentos de firmar.
Al finalizar el secundario tenía una firma más o menos
afianzada, que no difiere tanto de la actual. De grande me
pareció que una persona analfabeta podría firmar, no necesitaba
de las letras para lograr una firma, bastaba un gesto
estabilizado que dejara una marca original, una imagen gráfica
que lo representara.
11 —
¿Hasta dónde accede un artículo y cuándo, en plenitud, en tu
caso, se plasma un ensayo?
DC —
Mantengo hace años un método de escritura ensayística. En cuanto
ubico una idea alrededor de un texto (que se proyecta como
artículo), y veo que puede desarrollarse, pienso un título
provisorio que a veces viene acompañando la escritura desde los
comienzos. Si la temática me convoca, suelo organizar títulos de
capítulos y armo un archivo donde convergen ordenadamente citas
sobre el tema y lo que llamo “escritos de emergencia”, ideas
escritas en papelitos que luego reescribo. Los capítulos son
como cajitas que se acomodan en una caja mayor, el libro.
En el ensayo se pone a trabajar una idea y se adopta una
posición frente a un fenómeno. Ese poner a trabajar una idea es
a través de la
escritura, que
escapa a la letra del
tratado o la
monografía. Hay
artículos que tienen una orientación ensayística, en el cual se
vislumbra algo diferente, donde se destaca una escritura que se
corre de lo correcto.
12 —
¿Temática
y formalmente tu poemario inédito sería un ejemplo de tu obra
poética? ¿O se presenta como algo inusual?
DC —
En “Amaramara”
conviven poemas diversos, muchos de los cuales marcan una
diferencia con mi producción poética. Hay textos inspirados en
el cine (“Niños de cine”) que siendo inéditos se publicaron en
la antología con selección y ensayo de Héctor Freire,
“El cine y la poesía
argentina”, donde también hay poemas tuyos. Otra sección
corresponde a personajes de la ciencia y el arte: Freud, Pessoa,
Mary Shelley, etc., y una sección con poemas de amor que dan
título al libro. También una serie de poemas cortos en los que
hablan los niños; en esa sección va, como en todos mis
poemarios, un texto de un libro anterior:
“En
mi barrio/ Había una casa abandonada/ Y todos nos ocupábamos de
ella”.
13 — En la novela breve
“Prisión perpetua” de
Ricardo Piglia, leo: “La
literatura es una
forma privada de la utopía.” Y cinco párrafos después:
“Escribía muy bien en esa
época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora. Tenía una
convicción absoluta y el estilo no es otra cosa que la
convicción absoluta de tener un estilo.” ¿Comentarios?
DC —
Si la convicción es estar
convencido, no
creo que marquen un estilo, en todo caso lo empobrecen, porque
lo que aparece como estilo es algo que escapa de la voluntad. Si
se trata de
convencer a
partir de la seducción que ejerce todo rasgo de estilo, es otra
cosa. Convicción es un término derivado de “vencer”,
y en ese sentido todo estilo intenta vencer una dificultad. En
“La discapacidad del
héroe” dedico un apartado al tema del estilo, quizás
inspirado en mis faltas ortográficas. Comencé escribiendo
evitando palabras, hecho que se convirtió en mi estilo:
“El
estilo, tanto sea en el juego o en otros procesos creativos como
es el arte, no está
dado tanto por una característica de valor convencional o por
alguna condición excepcional de la persona, sino que está
marcado por la dificultad, por los obstáculos que frecuente e
insistentemente dejan su marca”.
14 — ¿Es posible que pocos sepan hasta ahora que desde
hace más de dos lustros que dibujás y pintás? Me parece que no
has expuesto tus obras. ¿O lo has hecho en muestras colectivas?
¿Cómo fue el proceso de ir añadiendo este quehacer a tu vida?
¿Con quienes te formaste y por dónde rumbean tus búsquedas?
DC —
En 1980 me vinculé con diversos artistas plásticos que
ilustraron mis poemas. Ernesto Pesce, Roberto Tessi, Raúl Ponce
y Pablo Solari participaron de una muestra que hicimos con el
grupo Quipus. También, con los dos últimos, participé de
concursos obteniendo premios. Además era común que te
obsequiaran las obras, con lo cual fui armando una pequeña
colección con historia. También mantengo una amistad con Blas
Castagna, quien pintó un “Fijman Niño” dedicado y obsequiado
cuando presenté “El
cristo rojo”. Además prologué un libro de poemas de Laura
Haimovichi,
ilustrado por Adolfo Nigro, a quien conocí en las reuniones
previas a la edición.
Te comenté que mi tío era escultor y un amigo de mi
padre, pintor, circunstancias que fueron generando en mí una
atracción por las artes plásticas, aunque durante gran parte de
mi vida descarté la idea de poder dibujar o pintar. Pero un día
que no podía escribir ni leer, en una situación especial,
comencé a garabatear sobre un papel. Al poco tiempo estaba en un
curso teórico en el MALBA Museo de Arte Latinoamericano de
Buenos Aires. En uno de esos viajes al curso, en un semáforo,
vendían unas linternas con forma de celular, casi de juguete, y
compré una. Ese día el tema era el surrealismo, y se presentó la
técnica del frotagge. Se dictaba en el cine en el que
proyectaban imágenes de las obras. Cuando apagaron las luces,
una de las linternas se prendió y no sabía cómo apagarla. Llegué
a mi casa con las imágenes frescas de Marx Ernst, busqué
rugosidades para frotar y mi primer ayudante fue la
“linterna-celular”, que agotada las pilas iluminó mis papeles.
Luego, advirtiendo las limitaciones del frotagge, me anoté en el
curso de dibujo con modelo vivo que daba Pesce en la “Asociación
Amigos
del
Museo Nacional de Bellas Artes”. Pesce es un excelente dibujante
y también un buen maestro; tuvo toda la paciencia y no abandonó
la propuesta de dibujar sobre una extensa hoja sobre un
caballete, cuando yo pedía hacerlo en papel carta para que los
monstruos que dibujaba estuvieran más controlados. Al año
siguiente tomé clases de pintura con Eduardo Médici (quien
ilustró “Lo que tanto ha
muerto sin dolor”), con el que internalicé las diferencias
entre pintar y dibujar. Cuando comencé dibujaba con el pincel
como si fuera un lápiz.
Luego trabajé también con maderas y objetos intentando armar
pequeñas esculturas. En una visita a mi casa, Blas Castagna las
vio y elogió, lo cual me hizo bien, porque seguí incursionando
en “presentar” objetos que compro en el Parque Centenario, que
van de una parte de una cerradura a una antigua jabonera, que
intervengo y monto sobre una base.
Nunca expuse, y salvo el entorno íntimo nadie conoce mis
producciones, aunque con Héctor Freire, quien ha tomado clases
de grabado, tenemos planeado en algún momento hacer una muestra.
Daniel Calmels en 2004
15 — En “Las
poéticas del siglo XX” apunta Raúl Gustavo Aguirre:
“Parece que fue Balzac
quien dijo una vez: ‘Si yo llegara algún día a poder escribir
exactamente aquello que quiero escribir, sería sin duda el más
grande escritor de todos los tiempos’”. “De todos los
tiempos”, ¿a quiénes
les cabría, dentro de los que has leído, la calificación de “más
grandes escritores”?
DC —
“El más grande”
y “de todos los
tiempos”, son
declaraciones de amor.
Yo
lo estoy pensando con un amor más atemperado, fuera de
los cánones de genialidad, perfección o reconocimiento
universal; lo pienso desde mi ligazón afectiva, lo cual hace de
un escritor un compañero mayor, querido, admirado, que se
registra cerca de la amistad. Ellos son dos poetas, Fernando
Pessoa y César Vallejo; dos narradores, Julio Cortázar en sus
cuentos y Alejo Carpentier en sus novelas; dos ensayistas,
Gastón Bachelard y
Roland Barthes.
16 — Te oí hace pocas noches, en una entrevista por Radio
Nacional, en un programa que conduce Hugo Paredero. Y
anticipabas que estaba en proceso de escritura un libro que se
llamará “Álbum de
palabras". ¿Cuáles aloja el álbum?...
DC
— Es un libro inédito que aún no está cerrado, en
el que las palabras se disponen en un orden alfabético, como un
diccionario. La palabra álbum me sugiere un espacio disponible y
vacío, en blanco, proviene de Albo del cual deriva
Alba, “aurora”.
También reúne un aspecto de la niñez, que se remonta a la
colección de figuritas, al deseo de pasar del álbum vacío al
completo. Entonces en esa obra confluyen escritos que escapan de
los géneros, reflexiones que surgen a partir de una palabra o
sobre las palabras, dándome un espacio para mi pasión por la
etimología. Por ejemplo, pensar la palabra
“catalejos”,
descomponerla y encontrar en ella el término catar, que
frecuentemente lo ligamos a una operación cognitiva a través del
gusto, cuando es un término abierto a todos los sentidos, como
le incumbe a “catar con la vista algo que está lejos”. O pensar
la palabra “piropo”,
que comienza remitiéndose al fuego (piro), acaso una mirada
ardiente, etc.
*
Daniel
Calmels selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
LOS ARTISTAS
VELAN
"Esta molestia de sentir
que uno depende de su propio cuerpo"
Antonin
Artaud
En la vida de los antiguos héroes
la herida infaltable rondaba los cuerpos.
Fue en Vulcano y en Edipo
la triste pierna desvariada.
En Sigfrido el hombro herido
para temer la palabra muerte.
En Sansón la pérdida indolora.
Y en Aquiles la ley del talón
lo convino a apaciguar su destino.
Pero hubo otros más cercanos
que defendieron el derecho de soñar
aún a costa de detener con el cuerpo
las oleadas feroces de tristeza:
Fue la pierna de Rimbaud
rodando en un quirófano de Marsella,
la mano de Cervantes
multiplicándose en la escritura,
Quevedo riendo de su cojera
con
“una
pata torcida para el mal”,
los ojos de Borges
imaginando láminas de colores pálidos,
Beethoven, con una varilla entre sus dientes,
comiéndose las vibraciones
que los oídos se negaban a tragar,
Toulouse Lautrec desde su espalda corva
viendo las narices más bellas,
y la oreja de Van Gogh
enterrada en un paño de limpiar pinceles.
Fijman con las sienes golpeadas
mientras grita: “Yo soy
el Cristo Rojo”.
Baudelaire con la voz agónica
mientras escucha de la boca materna
un glosario de primeras letras
para una lengua antigua y herida
en la caverna húmeda de su boca,
y Antonin Artaud, cargando de fuego las palabras
hasta explotar de incomprensión.
Desde el fondo de un lujoso salón,
mientras camina al encuentro,
el joven Milosz recuerda con terror
que tiene padre y madre
e ignora de la bala que intentará olvidarlos.
"Si me mato no será para destruirme
sino para reconstruirme"
Antonin Artaud
Hubo otros, que apuraron el destino de un solo trago:
Gérard de Nerval colgado de un farol
con los bolsillos llenos de palabras.
Hemingway, en su último aliento,
apoyando su lengua en la boca de un fusil.
Lugones tropezando en la única mesa de la pieza de un
recreo
con la boca llena de veneno para hormigas,
tan cerca de un río llamado tigre.
Y Pizarnik, envuelta en su sábana
como en una bandera,
apoyando su boca pintada
en la de una muñeca sin sonrisa.
Quiroga sobre sus cuentos y en la selva
apurando los ácidos del estómago
única defensa ante la muerte.
Y Alfonsina arrepentida en el último instante
queriendo desandar sus pasos,
empujando con su pecho el mar.
"De pronto la palabra adquiere
la dimensión del gesto"
Aldo Pellegrini
Otros, arrancados salvajemente de las letras
con las palabras puestas:
Haroldo llevado a un país
donde ningún árbol se llama con nombre de mujer,
y Miguel Ángel Bustos
ganándole el juicio a la razón más bella,
y Paco y Rodolfo
bajo la lluvia voraz del Eternauta
encontrando las puertas cerradas para siempre.
De cuerpo presente
los artistas velan,
para que el dolor se ilumine de esperanza.
(de
“Marea
en las manos”)
*
MARFILES
Desprendimientos,
pequeños sabios de leche,
cautivos, temblorosos,
cuerpo fuera del cuerpo.
En la noche
la mano bajo la almohada
tocando el nudo del pañuelo.
Dura la tela encerrando al diente perdido
y la boca desafinada, tironea de la punta de la sábana.
La noche convoca a los ratones
que no sólo se comen
las lenguas de los niños mudos,
sino que mudan los dientes a su cueva
que tiene un portal como una boca.
Al otro día, cuando el pañuelo
deshace la mañana en un bostezo
un billete doblado que da pena
aligera el nudo del recuerdo.
a Rocío Calmels
(de “Marea
en las manos”)
*
ABISMOS
Julieta sabe
de los diarios que huelen a tinteros abiertos
y a baldosones terminan los días de lluvia.
Sabe que envejecen los globos en una sola noche,
sabe del muñeco de yeso
amanecido en las aguas del fuentón,
pero cómo explicarle
la rama rota del limonero.
a
Julieta Calmels
(de “Marea
en las manos”)
*
LA CUCHARA
La cuenca de la mano fue primero
aquietado lecho para el agua
laguito en vuelo hacia la boca.
Luego la cuchara,
que no corta que no pincha,
la que congrega la inconstancia de los líquidos,
la que reúne y vuelca.
El más pacífico de los cubiertos
toda curvas redondeos
hecha para el roce de los labios
la cuchara nos deja
con la boca abierta.
(de
“Marea
en las manos”)
*
TRAZAS
a mis colegas de Barcelona
Sobre la porosa
lisura de madera
se expande la
harina,
que la mano
ahueca como un nido.
En su lecho clara
y yema unidas, juntas, confundidas.
Recibir en la
piel la húmeda adherencia,
marcar con las
yemas,
dejar ir.
Luego, con un
palo,
se alisa la masa
al grosor de un papel.
Un niño, sobre la
prosa lisura
con los deberes
de la lengua materna,
con otro palote,
vertical y repetido,
le pone al
renglón las rejas de la palabra escrita.
En las primeras
trazas
se cocina un
orden y un sentido.
Borrar con la
masa y comerse las letras
son las primeras gramáticas digestivas.
(inédito)
*
CATAR
Un niño piensa que el hombre que está tras la cámara
se está escondiendo
y responde
tapándose con las manos,
espera y mira
entre sus dedos.
Luego, cuando el
hombre se va,
anilla sus dedos
como un diafragma de luz.
Un catalejo
dactilar con la memoria fértil
fue su primera
cámara.
(de “El cine y la poesía argentina”)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Daniel Calmels y Rolando Revagliatti.
*
Fuente:
http://actaliteraria.blogspot.com
*
http://www.revagliatti.com.ar/041025.html
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