Dolores Etchecopar: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Dolores Etchecopar
nació el 4 de julio de 1956 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, la Argentina. Cursó estudios de filosofía en la
Universidad de Ginebra (Suiza). Fundó y coordinó los Ciclos “El
Pez Que Habla” y “Santo Cielo”. Dirige “Hilos Editora”. En 1998
apareció el volumen ensayístico “El pensamiento
mágico-sagrado de Dolores Etchecopar” de Ruth Fernández
(Editorial Nueva Generación). Obtuvo la Faja de Honor de la SADE
Sociedad Argentina de Escritores en 1989. Fue incluida, entre
otras antologías, en “Se miran, se presienten, se desean. El
erotismo en la poesía argentina” (con selección y prólogo de
Rodolfo Alonso, Ameghino Editora, 1997), “70 poetas
argentinos” ((1970-1994) con selección de Antonio Aliberti),
“Poesía argentina de fin de siglo” (Tomo IV, Editorial
Vinciguerra), “Unidad variable, Bolivia-Argentina. Poesía
actual” (con selección de Laura Raquel Martínez, en Bolivia,
2011), “200 años de poesía argentina” (con selección de
Jorge Monteleone, Editorial Alfaguara, 2010) y en el Nº 54 de
“Gramma”, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad del Salvador. Poemas suyos fueron traducidos al
francés, inglés y portugués. Entre 1982 y 2010 publicó los
poemarios “Su voz en la mía”, “La tañedora”,
“El atavío”, “Notas salvajes”, “Canción del
precipicio” (1989-1993) y “El comienzo”. La Editorial
Ruinas Circulares dio a conocer en 2012 una antología de su
poesía: “Oscuro alfabeto” (con selección y prólogo de
Enrique Solinas).
1 — La condición de diplomático de tu padre produjo,
por así decir, que tu infancia y adolescencia transcurrieran en
países de Latinoamérica y Europa.
DE —
No quisiera armar una cronología estática porque rehúyo vivir en
un tiempo fechado. Pero sí puedo decir que a los dos años viajé
a Estocolmo (Suecia) y los aproximadamente dos años vividos allí
fueron de los más decisivos de mi vida. Guardo imágenes muy
vívidas de la casa, la escalera, del crujido de sus pisos de
madera, de Emma Brisa, una yugoslava que me cuidaba, de mi madre
que escribía cuentos ilustrados por ella
—yo corría cada mañana a
preguntarle cómo seguían—, de la nieve por la que me deslizaba
con un trineo y del bosque que se veía desde la ventana. Cuando
escribo procuro que las cosas lleguen a mis sentidos como lo
hacían en esos días en que eran presencias que maravillaban,
libres aún de los significados que opacan la percepción del
mundo. Después vinieron años más oscuros. Pasábamos un tiempo en
Buenos Aires y volvíamos a partir. Viví el desarraigo, las
despedidas, la impronta de lo extraño. Poco recuerdo de mi
estadía en Lima. El impacto de México sigue obrando en mí,
Bogotá en mi pre-adolescencia también dejó rastros entrañables.
Fue importante para mí vivir en otros países latinoamericanos,
respiré sus atmósferas, otros colores y otra cadencia del idioma
compartido, que también se trasladaron a mi poesía. A los 15
años estuve de nuevo en Europa, en Berna (Suiza) y de allí volví
a la Argentina donde terminé la escuela secundaria. Luego volví
a Suiza, pero esta vez sin mi familia, fui a estudiar filosofía
en la Universidad de Ginebra. Me faltaba un año para terminar la
carrera cuando volví a Buenos Aires, donde algunos poemas míos
comenzaron a salir aquí y allá, en suplementos, revistas, etc.,
y publiqué mi primer
libro.
2 — Tu madre ilustraba sus cuentos y de vos se han
reproducido en la Red dibujos a la tinta presentándote como
artista visual. ¿Expusiste en muestras individuales o
colectivas?
DE —
Sí, mi madre dibujaba y tejía tapices. Creo que ella me
transmitió la poesía sin darse cuenta. Durante mucho tiempo
pensé que la poesía me había llegado a través de la gran
biblioteca de mi padre que era un lector hedonista y
empedernido, pero actualmente intuyo que su transmisión vino por
cauces más invisibles que tenían que ver con esa secreta
concentración que mi madre dedicaba al dibujo y a los tapices. Y
lo advertí al conectarme yo con el dibujo y la pintura, aunque
en mi caso es una actividad marginal, puramente lúdica, no ocupa
el lugar central que doy a la escritura. No sería serio de mi
parte hacer muestras ni ningún gran movimiento hacia el mundo
con mis dibujos y pinturas, dado que es algo a lo que no me
dedico sino que lo practico esporádicamente por puro gusto,
quizá una manera de continuar el secreto materno, mínimas
puntadas en las tapas negras de los libros de
hilos editora,
como figuritas de un pequeño teatro de cartón.
3 — Tu padre, Máximo Etchecopar, además de haber
publicado el poemario
“Breve y varia lección”, entre otros volúmenes ensayísticos
dio a conocer “Lugones o
la veracidad”,
“Esquema de la Argentina”,
“Con mi generación”,
“El fin del Nuevo Mundo:
sobre la independencia de los pueblos americanos” e
“Historia de una afición a
leer” (en la edición de Editorial Universitaria de Buenos
Aires, se añade en la tapa:
“Ortega, nuestro amigo”).
Y el amigo mentado es el filósofo español José Ortega y Gasset,
fallecido un año antes de que vos nacieras. Establezco así mi
invitación, Dolores, a que nos hables de tu padre escritor y de
lo que a vos te halla llegado de la amistad entre él y Ortega.
DE
—“Breve y varia lección”
es un libro de aforismos. Mi padre era un lector fervoroso de
poesía pero de su autoría solo editó prosa. Su amistad con
Ortega y Gasset representó para él, creo yo, el encuentro más
decisivo de su vida. Ortega distinguió la mirada de mi padre en
medio de una multitud de personas que habían ido a escuchar una
de sus conferencias, y a partir de allí empezó una amistad
entrañable. Mi padre era muy joven por entonces, estaba más
cerca de los 20 que de los 30 años; salir a caminar con Ortega
todos los días que duró su estadía en Buenos Aires, fue una
iniciación al pensamiento, a la manera de los discípulos de
Sócrates que también pensaban conversando y caminando. En
reiteradas oportunidades me volvía a contar la diferencia
abismal que él había experimentado entre el acceso fulgurante,
instantáneo, al fluir del pensamiento de Ortega, y el de otros
intelectuales que tuvo ocasión de frecuentar. Fue un
deslumbramiento para él que se prolongó
a lo largo de toda su vida, hizo que
su propio pensamiento diera un giro radical hacia un
pensamiento historicista. También Ortega, que era un filósofo
que escribía con la elegancia de un literato, reunió en mi padre
su afición por la literatura y por la filosofía.
(Con Maria Julia Magistratti y Víctor Redondo)
4 — Con las poetas Claudia Masin y María Mascheroni
condujiste “El Pez Que Habla”, grupo de acción poética.
DE —
Sí, ocurrió en la bisagra de los siglos XX y XXI; fue una
experiencia breve pero muy intensa en la que armábamos
dispositivos de toda índole para crear atmósferas propiciatorias
de las lecturas de poesía que tenían lugar allí. Un modo de
realzar la voz de los poetas con un despliegue de sonidos,
luces, imágenes, que aportaban una experiencia sensorial a lo
impalpable que trae la poesía. Lo hacíamos en un espacio muy
bello que yo tuve en esos años, diseñado con una estética
Hundertwasseriana, que se llamó “Bar
Beckett”. También Zulma Ducca, música y compositora, formaba parte del
cuarteto de “El pez que habla”. Me quedo con la imagen de la
poeta venezolana Patricia Guzmán leyendo su maravilloso “El
poema del esposo”, y el último día, el sonido de los tambores
japoneses tocando en vivo.
Dolores Etchecopar con la escritora Irma Verolín, la actriz
Alicia Berdaxagar y el poeta Enrique Solinas
5 — Y unos años después… “Santo Cielo”.
DE —
Sí, otro espacio creado para acontecimientos poéticos, teatrales
y alguna que otra muestra de pintura. En los dos casos y por
distintos motivos, la aventura se interrumpió antes de lo
esperable. Umbrales de un sueño que se reinventa, ojalá venga un
tercer episodio.
Una lectura a destacar fue la de Lorenzo García Vega, el
extraordinario poeta cubano que esa noche memorable del año 2005
vino a “Santo Cielo” de la mano de Reynaldo Jiménez.
(Con Leopoldo Castilla y Patricio Torne)
6 — La Editorial llega más tarde.
DE
— “Hilos Editora” nació en el 2010 y de los tres
proyectos es el que más está durando, seguimos en plena tarea,
tratando de crear un catálogo de libros que por distintos
motivos nos hacen mella. Se trata de una editorial
independiente, hecha a pulmón, por eso vamos lento, poniendo un
cuidado especial en el armado del libro, en sus tapas y en cada
detalle. No recibimos originales sino que vamos nosotras (María
Mascheroni, María del Carmen Colombo y yo) a los autores que
programamos editar a pedirles algún material. Forman parte del
catálogo poetas de distintas generaciones y nacionalidades. Los
argentinos: Claudia Masin, María Mascheroni, Laura Klein, Mónica
Sifrim, Diego Muzzio, Lila Zemborain, Sebastián Salinas, María
del Carmen Colombo, Paulina Vinderman, María Julia De Ruschi,
Graciela González Paz, Inés Aráoz, Leopoldo Castilla, Cristian
Aliaga, Víctor Redondo. Patricia Guzmán, poeta venezolana; entre
los poetas traducidos: Georges Schehadé, Jerome Rothenberg,
Antonella Anedda, Milo de Angelis. Ahora inauguramos una línea
de ensayos poéticos con las
“Notas sobre poesía”
de Paul Valéry, una selección y traducción de textos que hizo
Hugo Gola.
Dolores Etchecopar con Jorge Paolantonio y Paula Jiménez
España
7 — ¿Has recibido cartas que atesores?
DE —
Sí, cartas entrañables de poetas muy admirados como René Char
(la tinta se está desvaneciendo por haber estado expuesta a la
luz durante mucho tiempo), Humberto Díaz Casanueva, Edgar
Bayley, entre muchas otras; celebro que me hayan tocado años en
los que el mundo virtual todavía no había abolido las cartas!
Con Carlos Barbarito
8 — Algún indicio en Internet me dio a entender que
conociste personalmente a la escritora uruguaya Marosa di
Giorgio (1932-2004).
DE —
Cuando conocí a Marosa, en una lectura que hizo en Buenos Aires,
la primera vez que vino, fue un antes y un después. Escucharla
fue sentir que se abrían todas juntas las puertas de la poesía,
era asistir al sueño despierto de una voz intemporal que se
colaba por los poros de la lengua, sin barreras, sin censuras,
pura eclosión de la inagotable infancia del lenguaje traída al
centro de la escucha por la delicada fiereza hipnótica de
Marosa, con quien me crucé pocas veces; me hubiera gustado ir a
sus tertulias en la mítica confitería de Montevideo, pero no
pudo ser. Apenas la frecuenté, después de los recitales, en
algún bar donde ella se mantenía hierática y tersa. Me llegaron
sus palabras en una postal cuando leyó un libro que le envié;
era sumamente gentil e inasible fuera del círculo encantado de
su voz.
9 —
“La noche es el país de la
poesía” afirmaste en un blog local, y
“No hables tan rápido
delante de la noche” sería el título de tu próximo libro,
leí en otro.
DE —
El título “No hables tan rápido delante de la noche” ya lo descarté porque me
dijeron que un escritor español tiene un título muy parecido.
Por ese motivo sigo buscando un nombre para el libro inédito que
ya tengo casi listo para ser editado. Quizá lo haga a comienzos
del año que viene. Se trata nuevamente de un libro de poemas.
Sigo pensando que la noche es el país de la poesía aunque
desde hace unos años escribo más de mañana. Pero la noche sigue
siendo ese tiempo de suspensión de los dispositivos del mundo,
de las ocupaciones con que el día nos distrae. La noche no nos
impone horarios ni tareas, la vigilia y el sueño juntan allí sus
manos.
10 —
Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido pudiendo, en
general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la
gravitación?
DE —
Sí, eso creo. Pasión y entusiasmo me depara la poesía, que
también está en cierto cine, en cierto teatro, en algunos
cuadros y esculturas, en cierta danza, en cierta música y
también en dominios que no son del arte, como en los encuentros
que nos dan alegría y nos rescatan de la inmovilidad de nuestras
costumbres sentimentales y de pensamiento. Momentos de
contemplación de ciertos instantes de un paisaje también son de
la poesía. La lectura es una de mis pasiones. Me entusiasman
algunos espacios habitados de
las ciudades antiguas, de algunas casas, las librerías de
librero, los bares antiguos, algunas calles. Hay objetos que me
entusiasman también, por lo que sugieren, marionetas, cajas,
fotos, estampas, juguetes antiguos, relojes de arena, lupas, los
libros, los lápices y los cuadernos, los diccionarios, los
cuentos infantiles ilustrados, etc.
Dolores Etchecopar con Azucena Salpeter y Ana Emilia Lahitte
11 — En la novela
“El hombre duplicado” de José Saramago, me detengo acá:
“Eso que cierta literatura
perezosa ha llamado durante mucho tiempo silencio elocuente no
existe, los silencios elocuentes son sólo palabras que se quedan
atravesadas en la garganta, palabras engastadas que no han
podido escapar de la angostura de la glotis.” ¿Comentarías,
vincularías…?
DE
— Dicho así, despectivamente, como lo hace Saramago (no leí
“El hombre duplicado”),
“silencios elocuentes” suena a retórico, a falso, y… sí, las
palabras se prestan para todo tipo de usos. Pero hay otro
silencio, el que habita la poesía, que no es “elocuente”, sino
todo lo contrario, un silencio vacío de significado que permite
que el poema irradie muchos sentidos, uno o varios en cada
lector. Es el silencio que salva al poema del poeta, de los
saberes que lo llevan a querer utilizar el poema para informar
sobre algo que él ya tiene cocinado de antemano en su mente.
Cuando es así el poema resulta un mal poema, uno que nace
muerto, porque dice únicamente lo que dice, no abre un espacio
radiante, necesario para la comunión entre un poema y su lector.
El silencio es tan intrínseco y necesario al poema como las
palabras. El silencio del poema nos garantiza que estamos siendo
invitados al misterio del mundo, a contactar con aquello que
abisma el lenguaje y nos deja sin habla pero en comunión con el
misterio en el que estamos inmersos.
12 — ¿Con qué autores —de
renombre— “no te pasa nada”? Y por extensión, ¿con qué
directores cinematográficos, con qué artistas plásticos?
DE —
Es aventurado proclamar de una vez por todas con qué autores de
renombre “no me pasa nada”. Me ha sucedido que en ciertas etapas
no me decían nada ciertos autores que más tarde sí me hablaron,
porque yo estaba preparada para escucharlos. Hay otros autores
que ni siquiera llegué a leer porque imaginé que no me pasaría
nada con ellos. Puedo decir que en términos generales no me pasa
nada con los autores en los que predomina una intención
didáctica, una militancia exterior a la escritura, con los
moralistas, con los que hacen de la trivialidad auto-referencial
una cruzada anti-lírica, con muchos narradores que no ocasionan
una experiencia de la escritura misma, que solo apuestan a lo
argumental. Resulta más fácil nombrar a artistas destacados de
otros campos: no me pasa casi nada con pintores como Fernando
Botero, Dalí, cierto Picasso, Marinetti y otros pintores
futuristas; los
directores de cine Greenaway y Chabrol tampoco me han
interesado, para nombrar dos representantes del cine de autor
que es el que prefiero.
13 — ¿Qué opinás del pasado?
DE —
¡Qué enorme pregunta! ¿Cómo contestar a eso? No tengo una
vivencia estática del pasado, como si fuera un lugar de escenas
cristalizadas en el tiempo, sino como algo que se mueve conmigo,
que cambia y se actualiza según lo que voy pudiendo destilar. No
me llama volver al pasado si éste no modifica mi presente y se
modifica en él. Creo que todos los tiempos confluyen en el
presente que es donde operamos, vivimos, escribimos…; lo que no
sigue sucediendo con nosotros son interpretaciones que
inmovilizan nuestras almas.
(Con Rodolfo Alonso y Cristina Berbari)
14 —
¿Rol que cumple la literatura en la actualidad?
DE —Yo
diferencio literatura de poesía, y prefiero hablar de esta
última. El rol de la poesía en el mundo actual sigue siendo
despertar al lenguaje que nos atraviesa día a día, lastrado y
opacado por los discursos de los poderes dominantes que capturan
nuestro espíritu, nuestras emociones y nuestro pensamiento,
esterilizando la soledad de cada ser humano. La poesía nos
recuerda que nada nos pertenece, que somos vulnerables a lo
inconmensurable, que pretender apoderarnos de los significados
nos empobrece y nos aísla, que hay un hambre que es del alma,
que somos creadores de mundos, que cada uno de nosotros es
impar, único, por eso la voz para llegar a otro tiene que
volverse singular, para no quedar presa en la jaula del ego. La
poesía requiere de lectores dispuestos a una entrega activa, a
salirse de las velocidades alienantes del sistema para
experimentar otra duración, otra percepción del mundo.
(Con Enrique Solinas)
15 — ¿Practicaste o practicás algún deporte? ¿Cuáles te
hubiera gustado practicar?
DE —
No practico deportes.
En la infancia y adolescencia subía de un salto a los caballos y
andaba sin montura. Antes, en la primaria, era buena corriendo y
saltando en ancho, por lo que mi padre —que mostraba un
optimismo desmesurado cada vez que yo me destacaba en algo—
pensaba que llegaría a las olimpíadas! Nunca volví a practicar
ninguna de esas actividades. Hace muchos años probé esquiar y me
encantó, era como volar. Pero tampoco volví a intentarlo porque
me resultan demasiado ajenos los lugares preparados para esos
deportes, como también los clubs, los gimnasios, etc. Me hubiera
gustado mucho practicar algún arte marcial.
16 — ¿Cómo es un día de tu vida? ¿Dista
extraordinariamente tu transcurrir del que te imaginabas cuando
eras una veinteañera?
DE —
En un sentido dista bastante de lo que imaginaba cuando era una
veinteañera. Entonces no imaginaba rutinas sino aventuras,
encuentros arrebatadores y toda clase de excesos que nunca viví
de un modo que me deparara felicidad; excesivos solo fueron mis
errores. En otro sentido hay una continuidad, sigo escribiendo,
me entusiasman la mayoría de las cosas que ya me gustaban a los
veinte años. Mis días no son siempre iguales, pero suelo
despertarme entre las ocho y las nueve de la mañana. Hago un
poco de yoga y trato de caminar media hora todos los días para
compensar el tiempo de lectura y de computadora. Después leo,
contesto mails, me ocupo de temas de la editorial, escribo
cuando surge, a veces solo anoto palabras, frases. Después,
cerca del medio día efectúo esas actividades que me resultan muy
penosas, como son los trámites de todo color y especie. Vivo con
mi hija Camila; Marco, mi hijo mayor, vive solo pero viene
seguido a casa. Mis dos hijos ocupan un lugar central en mi
vida, saber que están en el mundo me sostiene el corazón. En
ocasiones salgo a almorzar con ellos o almorzamos en casa,
aunque muchas veces nuestros horarios no coinciden. Los fines de
semana paso toda la mañana en un bar de mi barrio, siempre el
mismo, donde leo y escribo. Espero con ansiedad ese momento. El
resto del tiempo lo dedico a distintas actividades que van
surgiendo con la vida. Me gusta ir al cine y al teatro. Prefiero
encontrarme con los amigos, con uno o dos a la vez, antes que
las reuniones de mucha gente. Pero soy impaciente y después de
un rato de estar acompañada quiero volver a mi soledad.
17 — ¿Te has obligado a leer la obra, o buena parte de
ella, de autores que no te entusiasmaban? ¿Qué leés que no sea
literatura?
DE —
No, nunca me impuse leer lo que no me gusta. Por eso no habría
podido estudiar la carrera de letras, por ejemplo. Siempre leí
con placer y si cuando empiezo un libro no me pasa nada, lo
abandono inmediatamente. Fuera de la literatura, leo ensayos,
filosofía, algunas biografías. Hay lecturas que cada tanto me
propongo realizar, algo de la ciencia o de historia, pero por
algún motivo lo voy postergando.
18 — Jorge Luis Borges en su prólogo a la
“Antología Poética” de
Leopoldo Lugones afirma:
“La presencia de Hugo es evidente en ‘Las Montañas del Oro’;
la de Albert Samain, poeta menor, en ‘Los crepúsculos del
jardín’; la de Laforgue,
en el ‘Lunario sentimental’”.
Y más adelante sigue: “Dos
altos poetas americanos, Ramón López Velarde y Ezequiel Martínez
Estrada, heredaron y trabajaron su estilo [el de Lugones],
más afín a ellos que a él.” ¿Qué presencias o herencias,
Dolores, dirías que pudieran advertirse en tu poética?
DE —Tuve
muchas influencias a
lo largo de mi vida. Rimbaud, Federico García Lorca, César
Vallejo, Jacobo Fijman, Héctor Viel Temperley, Paul Celan,
Ungaretti, Michaux, Francisco Madariaga, Mark Strand, para
nombrar solo a algunos de ellos (a los que sumaría influencias
de otros lenguajes, como el cine de Andréi Tarkovski y el teatro
de Tadeuz Kantor). No sé si la presencia de estos poetas puede
registrarse en mis poemas en un sentido tan taxativo como lo
plantea Borges para los autores que destaca, pero en ellos
ciertamente encontré revelaciones fulgurantes y propiciatorias
para escribir.
19 —
“Obras narrativas”, “Ejercicios estilísticos”, “Modelos de
orquestación literaria”, “Literatura sincopada y ‘pura’”, son
expresiones con las que a veces se definen o presentan ciertos
textos de, por ejemplo, Peter Weiss y Samuel Beckett. ¿Algún
comentario?...
DE —
No leo mucho este tipo de crítica literaria, en la que pululan
términos y conceptos de la índole de los mencionados en la
pregunta. De Peter Weiss solo vi la magnífica versión
cinematográfica que hizo Peter Brook de su obra sobre la
representación de la muerte de Marat. La lectura de Beckett, su
escritura críptica, siempre me resultó profundamente atractiva y
movilizadora, adherí inmediatamente a la dificultad de su
escritura, me resisto a encerrar en categorías académicas la
experiencia única y renovada que me deparan sus textos.
*
Con José Emilio Tallarico y Gerardo Lewin
Dolores Etchecopar selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
A una ciudad que
se lleva en la sombra
Hay muertos en la
calle desierta
hay muertos en el
puente y en el bar
hay muertos con
una sola mano
en la lenta
esquina de la noche
hay muertos en la
gran hoja del cielo
y en el rocío
sujetan la luna morada de los días
los niños vuelven
de las plazas
con una niebla de
caballos
en los ojos de los
muertos
los insectos
devoran el agrio vestido de la hierba
hay muertos que
cantan una canción de ramas
hay muertos que
andan descalzos por un jardín roto
y no les importa
el suelo ni el árbol que grita
en el fondo del
aire
(de “La tañedora”,
El Imaginero, 1984)
*
travesía
pasábamos a esa
luz del mar
sin barca y sin
nombre
abrigados por una
paloma
en el umbral de la
nada
el borde amenazado
de la luz sobre la piel
nos llevaba a reír
remaba
en la piedra de
otro reino
(de “El atavío”, El
Imaginero, 1985)
*
Notas salvajes
si tu lengua apoya
las cacerías del silencio
sobre mi lengua
hablaré
montaña oscura
madre clavada en
la nieve
madre clavada en
el ángelus de la caverna
en la vidriera en
la rueca de los cuentos
en la tonada de mi
tonada puesta del revés
que no puedo
sacarme sin muerte
palabras lentas de
mi cuerpo en otra parte
palabras fuertes
mis enemigas
raspan la noche el
sol que me embarazó
sumergida campana
que cruza
los caminos y los
huesos
me pusieron por
nombre una raya roja
en la ingle
alegría
antes que el otoño
fusile a las mariposas
estaremos en el
fondo de las pudriciones
caballo blanco
tubérculo que
brilla en el regazo
y arroja el oro de
los muertos
sobre el recién
nacido
el sol su cadera
móvil y simple
pasará frente al
lenguaje
y hablaré
alguien corta los
hilos del bosque
y deja los ojos de
mi madre
en el suelo oscuro
puestera del
silencio
yo vi una
luciérnaga
y las llaves que
solo cierran
el alba y los ojos
adiós dije adiós a
las palabras
voy a dormir sobre
el sexo de un color
el agua que yo
tuve en la infancia
está dentro de tu
boca
la lentitud abre
sus muslos de colores
y me separo de la
muerte
con algo que la
luna mece en mi cadera
muchacha que
saltas a la soga
sobre la vereda
caliente
o la caída de las
hojas
o el miedo
feroces mandíbulas
te educan
puestera del
silencio
la camisa
planchada y doblada
los ojos de mi
madre en el suelo oscuro
adiós dije adiós a
las palabras
la basura decora
mi piel
como un relámpago
(de “Notas
salvajes”, Argonauta, 1989)
*
vacilación de los
árboles y de los muertos
a Amalia Rodrígues
no me dijeron que hacía
frío
que apenas se
sostienen mis oleajes de fuego
aquí donde mis
días contados yo canto
en el frío
brillante
mientras se están
moviendo nuestros nombres
hacia el fondo
a medianoche
el mar se acuesta
sobre mi rostro
mis viejas alas
negras
me dijeron que
aquí no he llegado
que deambulo con
la cabeza decorada
por el sollozo de
mi reino
desde que me
sentaron en las rodillas de la luna
frente al mar
para que yo cante
hasta que pueda
hasta que nadie me
encuentre
en el precipicio
de mi voz
hasta que apoye
sus profundas alas
mi corazón
(de “Canción del
precipicio”, Grupo Editor Latinoamericano, 1994)
*
XVIII
en mi casa algo
grave le sucedía al silencio había hielo
en un ojo un
jardín aterrado era el otro
en la oscuridad
nevaba los pasos de mi padre
rápidos llegaban
en un día a todas mis edades y entraba
esa luz en mi oído
esa luz que quieren los árboles
para tocar el día
más allá de sus ramas
más allá de sus
frutos heridos por el hielo
yo quería tocar la
mañana de esa ciudad
que se iba en los
trenes
(de “El comienzo”,
Hilos Editora, 2010)
*
escribir
de una antigua
privación sale mi raíz
por eso puedo
cantar y deshacerme
contra una
pregunta tan larga
el descampado
tiene un altar
pido que sea un sonido por vez
rodear la mañana
que no llega
ese abandono en la
cruz de las palabras
una vez más
blandir el hacha y los pétalos
sobre el silencio
(Inédito)
*
ese lugar inmenso
entonces vi que la
ciudad se hundía
y grité después
mucho después
un grito que me
llevó de mí hasta el tiempo
y no se oyó
dónde era que yo
rogaba por nosotros
los que íbamos
íbamos
con las aguas y
las flores y los restos
de una frase a
medio decir
porque el No alumbraba ese lugar inmenso
donde el viento de
las palabras
soplaba sin cesar
y nos apagaba
(Inédito)
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Dolores Etchecopar y Rolando Revagliatti, 2015.
*
http://www.revagliatti.com.ar/010606_etchecopar.html
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