Eduardo Dalter: respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Eduardo Dalter
nació el 6 de febrero de 1947 en la ciudad de Buenos Aires,
Argentina. Es poeta, investigador cultural, difusor de la poesía
latinoamericana. Colaboró en las revistas culturales “Crisis” de
Buenos Aires, “Shantih Magazine” de Nueva York, “Casa de las Américas” de La Habana, “Revista
Nacional de Cultura” de Caracas, “Alero” de la Universidad de
Guatemala, entre otras. Durante los años de la última dictadura
militar de su país vivió en el Oriente venezolano y en la ciudad
de Maracaibo. Dio conferencias y participó de encuentros
internacionales (por ejemplo, en el Ginsberg Tribute, en el
Central Park, Nueva York, en la
Feira do Livro, en Brasilia, y en
el 25º Festival Internacional de Poesía de Medellín). En el
lapso 1994-2002 dirigió la revista de poesía latinoamericana
“Cuaderno Carmín”. Durante el bienio 2004-2005 diseñó y dictó
los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Algunos de
sus poemarios: “Aviso de
empleo”, 1971; “Las
espinas del pescado”, 1973;
“En las señales
terrestres”, 1975; “En
la medida de tus fuerzas”, Ediciones Cantaclaro, Maracaibo,
1982; “Versus”
(1971-1984), incluye
“Estos vientos”, 1984;
“Silbos”, 1986; “Hojas
de sábila”, 1992;
“Aguas vivas”, 1993;
“Las costas del golfo”,
Ediciones Mucuglifo, CONAC, Mérida, 1995 (el autor residió en
Güiria, poblado costero venezolano, durante 1977 y 1978 y a esa
experiencia corresponden los textos);
“Mareas”, 1997;
“N. Y. Postales para enviar a los amigos”, 1999;
“Almendro de naufragio”,
2000; “Bocas
baldías”,
2001; “Marcha de
los desocupados”, 2002;
“El mercado de la muerte”, 2004;
“Macuro”, 2005; “Hojas de
ruta” (1984-2004), 2005;
“Canciones olvidadas”,
Editorial Recovecos, Córdoba, Argentina, 2006;
“7 poemas”, 2007;
“Cuatro momentos”, 2009; “Dos
cigarrillos para Eliot”,
2015. Y en soporte digital:
“18 poemas”, 2015, y “21 poemas – La
hora de los zorros”,
2016. En prosa (estudios,
antologías):
“El periódico Alberdi y
sus poetas”, 2000;
“Historias, personajes y leyendas de Villa Luzuriaga”, 2011;
“Harlem: los blues de la historia” (Un siglo de poesía), Editorial
Leviatán, 2014; “Viento
Caribe” (Poesía de Guadalupe, Guayana, Martinica y Haití;
selección e investigación en coautoría con María Renata Segura),
Editorial Leviatán, 2014.
Eduardo Dalter en 2016
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1 — ¿Nos proporcionarías una semblanza
de tu niñez? ¿Y cómo recordás tu adolescencia y tus lecturas y
preferencias de entonces?
ED
— No puedo saber si mi mirada de hoy, si
mi registro actual, tendrán alguna
cercanía con lo vivido aquellos años y con su gente. Pasó tanto
tiempo, tanto humo, pasaron tantas luces y sombras, que hoy más
bien todo me parece una leyenda que leí en alguna revista o algo
así. Recuerdo sí que estaba algo preocupado; el mundo de los
mayores me inquietaba. Había días en que mis preguntas crecían
como árboles o como enredaderas. Los argumentos y lo
contradictorio de los hechos no me brindaban mucha garantía, a
pesar de la buena voluntad y generosidad de la gente mayor que
me quería y me cuidaba. Lo que fue creciendo sobre terreno firme
es el diálogo con mi madre, que fue lo más cierto que conocí
durante esos años, que, como te dije, hoy se me presentan como
secuencias entrecortadas de leyendas. En cuanto a la segunda
parte de tu pregunta, yo en mi adolescencia no leía y detestaba
la lectura. Es que en la experiencia
vivida en la escuela primaria y en la secundaria, la literatura
y la poesía se sufrían como momentos de tortura; como para que a
nadie se le ocurra en el futuro leer libros. Nos hacían
estudiar, recuerdo, versos berretas y almidonados de memoria
para todo el fin de semana. Y en la secundaria, nos
tuvieron encerrados en la narrativa del asturiano Palacio
Valdés, que no había quien no saliera con la cabeza acalambrada.
Yo descubrí la poesía, la literatura, la filosofía, ya algo
grande, a los 19 años. Y entonces, al advertir la profundidad,
la humanidad, de todas esas páginas, entendí también el carácter
represivo y restrictivo de la educación primaria y secundaria.
Así, de joven yo no escribía; iba a Bellas Artes, como búsqueda
de expresión y de libertad, prestaba atención a los maestros,
y pintaba… Y además viajaba mucho.
Eduardo Dalter con su traductora Giovanna Cappello en 2013 -
Lectura poética en Sicilia, Italia
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Eduardo Dalter en Villa Mercedes, provincia de San Luis,
Argentina (diciembre 2017)
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2 — El poeta veinteañero de
“Aviso de empleo”, ¿a
qué se asomaba con su poética?, ¿qué vislumbraba? ¿A quiénes
fuiste conociendo? ¿Habías ya publicado en diarios y revistas, o
comenzó a suceder después de la aparición de tu poemario
inicial?
ED — Antes de
publicar mi cuaderno de poemas
“Aviso de empleo”, que fue unos años después de haber abandonado los
pinceles y los blocks de dibujo como ejercicio diario, yo
difundía mis poemas en el periódico “Lar”, de
Crespo (provincia de Entre Ríos), y en
el periódico “Alberdi”, de Vedia (provincia de Buenos Aires). A
mí me sorprendía por esos años la poca seriedad, la poca
inteligencia, con que se administraba el mundo; un mundo, que
ante mis ojos, se me figuraba medio ciego y medio loco. Yo tenía
muy presente ese fragmento del poeta Kenneth Patchen, que dice:
“de vosotros es la salud
del cerdo que devora las raíces de la parra que lo alimenta…”,
poeta que además estaba entre mis preferidos, y hoy también lo
está. A mí me dolía mucho que las autoridades y el poder mismo
fueran tan obtusos en la relación con los jóvenes. Había, todos
recordarán, discursos de ministros y de gobernadores, realmente,
al día de hoy, profundamente impresentables. Yo crecí en esa
década previa al terrorismo de Estado, que por esos años ya
existía aunque sólo mayormente en su instancia verbal. Todo eso
me producía una gran tensión, que inclusive,
pienso hoy, me estremecía y bloqueaba
en mis estudios y en mis observaciones. Quienes me aportaron
mucho por entonces, en ese desmalezamiento necesario para poder
ver el bosque, fueron Jean-Paul Sartre y Federico Engels, además
de otras lecturas de Hegel y de escritos varios acerca de la
realidad política y cultural latinoamericana. Yo sentía que el
drama del hombre no sólo era político, sino profundamente
cultural, y ahí sí me encontré con un verdadero paredón. Había
algunos jóvenes militantes, y no tan jóvenes, que me decían:
“Dejá de leer a Hegel;
esas son veleidades burguesas”, o cosas por el estilo. Pero
como yo de burgués nunca tuve nada, ni por ascendencia ni por
barrio, seguía con mis lecturas, aunque con esa espinita odiosa
que siempre deja todo desentendimiento o toda brecha. En cuanto
a la política y a la historia nacional, yo me encontraba muy
cómodo leyendo a Scalabrini Ortiz. También me encontraba bien
leyendo al chileno Pablo de Rokha y al mexicano Efraín Huerta. A
César Vallejo lo descubrí después, y luego de varias lecturas.
Habrán pasado unos dos o tres años
cuando comencé a cartearme con unos pocos poetas de Nueva York y
de San Francisco, sobre todo con Lawrence Ferlinghetti, quien me
enviaba sus paquetes con libros, e inclusive algunos de mis
poemas traducidos y publicados en revistas. Es en ese tiempo
también en que con Jorge Isaías y los poetas de la revista “La
Cachimba”, de Rosario, comenzamos una relación muy entusiasta y
fructífera. Ellos estaban siempre pendientes, siempre motivados,
y además eran aplicados y apasionados
lectores. Habría más, seguramente mucho más, pero como respuesta
a tu pregunta, lo más importante estaba, o está, en estos
términos. Leía y estudiaba mucho, y, por cierto, rompía muchas
cuartillas de poemas que no había conseguido terminar de
escribir.
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Eduardo Dalter con Ricardo Rubio, etc.
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Eduardo Dalter en el University College
London (2014)
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3 — “Las espinas
del pescado” y “En las
señales terrestres” también se editaron durante los primeros
años de los setenta. Recién en el ‘82
aparecería “En la
medida de tus fuerzas”. ¿Cómo transitaste aquel período?
ED
— Fueron años mayores, por decirlo de
alguna forma, y que, como grandes oleajes, me estremecían los
huesos y arremolinaban. Había mucho frenesí por esos años;
mucho idealismo; abnegación; y una pizca siempre presente y
cruzada de locura. Mucha soledad también en cada uno. Hoy siento
que estaba cociéndose un plato, en el mejor de los casos, de muy
dificultosa digestión; siento que la historia requiere de calma
y de un pulso bien probado. El ímpetu es el primer plato que la
historia se devora. Mirando en proyección el momento, siento que
se hizo trizas una historia que ya estaba en cauce desde el
fusilamiento de Dorrego; una historia que habría de coronarse de
laureles en ese genocidio llamado
“conquista del desierto”,
que nunca se revisó y que inclusive se
enseñaba a la ligera en las escuelas. Además, si
comparamos unas y otras páginas, vamos a poder observar la
profunda familiaridad entre los generales ascendidos de esa
“conquista” y los generales hoy presos del “proceso”. Un país
había cambiado entre una acción y otra, entre una barbaridad y
otra, que a los generales evidentemente sorprendió. Hubo una
historia, aún no revisada de modo adecuado, que fue indecorosa.
Por estos años, por dar un solo ejemplo, sería imposible
estudiar en el aula los discursos de Julio A. Roca; y viniendo
un poco más acá, los discursos de los presidentes Juárez Celman
y Manuel Quintana, por dar sólo dos nombres. La caída del
“proceso” significó también la caída de una forma histórica de
hacer política y de administrar el país en la Argentina. Haber
vivido esos años y poder después contarlo, es un lujo de la
sangre, que es un lujo del dolor y la memoria. Pero ahora el
atroz libreto marketinero está desencajando todo; y esto lo digo
naturalmente desde la perspectiva de la necesidad de un país
maduro, entendible (para nosotros, quiero decir) y soberano, sin
implosiones diarias de exclusión y de miseria. Hay que aprender,
siento, de las quebraduras, para pensar y equilibrar un poco en
serio. Pero retornando a tu pregunta: el lapso al que te referís
pasó, hora a hora, por esa historia, que me tuvo siete años
pensando mucho y escribiendo poco, mientras iba digiriendo la
barbarie, que me sorprendía cada día. Hasta que entre 1981 y
1982 escribí en Maracaibo un librito de treinta y cinco poemas
breves, donde más o menos trataba de afirmar algunos lugarcitos
sobre los cuales poder pararme,
respirar y caminar.
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Eduardo Dalter con el poeta Emanuele Schembari, en la Casa
de Cultura de Ragusa, Sicilia, Italia, 2013
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Eduardo Dalter con Ronaldo Cagiano y José
Emilio Tallarico
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Eduardo Dalter sobre el río Támesis, Londres, Inglaterra, 2009
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4 — Ya de vuelta
en nuestro país después de tu exilio en Venezuela apareció
“Versus”, volumen que
se conforma con una selección de tu trabajo poético hasta
entonces publicado, más
“Cuaderno flor” (1982-1983) y
“Estos vientos”
(1984). Y a fines de 1983 recibiste el Premio Ko’eyú
Latinoamericano, en poesía. Sería interesante que nos des un
pantallazo del quehacer de los poetas de aquella Venezuela, y
con quiénes creaste lazos.
ED —
Fueron años para mí muy intensos, de descubrimientos diarios;
otra cultura, otros rostros, otros paisajes. El Caribe poco
tiene que ver con los aires del Río de la Plata. También fue un
tiempo de aprendizajes, en primer lugar de la lengua. Tanto
Venezuela como la Argentina son países, lo sabemos, que hablan
español, pero en el uso diario son españoles diferentes. Además,
en los pequeños pueblos venezolanos circulan corrientemente
muchos términos del español antiguo, que yo en un primer momento
creí que eran expresiones propias de esos lugares. En un
principio viví en una aldea costera de cultivadores de piña y de
cacao y de pescadores, frente a Trinidad y Tobago, islas donde
los lugareños iban a menudo en pequeñas embarcaciones. Una zona
determinada culturalmente por el calipso y por ritmos y
costumbres que obran como una suerte de religión. Así, el baile
es una cuestión de todos los días, y a veces de cada momento.
Por ahí, el que no baila no vive del todo. Para mí todo eso,
esos aires, fueron una especie de tsunami cultural que me
envolvió y me arrojó a alguna parte. Un vendaval poético de
primera y segunda agua. No hacía falta leer poemas, porque la
poesía estaba ahí en estado de ebullición. De más está decir que
durante ese año y medio no escribí ni un solo verso. Por las
noches, recuerdo, escuchaba el mar mientras cenaba en el patio
de la casa donde vivía, y en la
madrugada lo escuchaba resoplar o bramar desde la cama.
Como literatura, en el pequeño puerto, escuché muchas historias
de la mar y de los marinos, que las iban diciendo en ronda,
entre ron y ron y entre cigarro y cigarro. Existe en el aire de
los pobladores del golfo, muy arraigada, una literatura oral por
demás apasionante. Yo antes de arribar a Venezuela escribía, a
través de envíos constantes desde Buenos Aires, en varias
publicaciones caraqueñas. Pero durante el lapso que anduve por
el golfo, nada envié, excepto saludos y buenas noticias. Pero
además de eso, de esa nueva vida, sabía bien lo que seguía
sucediendo en la Argentina, porque sabía muy bien de la
Argentina de comienzos de 1977 que yo había dejado. Fue
extremadamente duro ese contraste, sobre todo porque había
partido con todo el deseo de regresar apenas se pudiera. Fue un
año y medio, como te dije, en Güiria, en el caliente golfo, tan
lejano, inclusive de Caracas, que bulle en toda la gente otra
dimensión de tiempo. Ahí no existían las bocinas, los
televisores ni las ventanas de vidrio, y, además, en la única
librería de la aldea, la gente compraba el diario de acuerdo
a las noticias que traía, nada
importaba de qué día fuera la edición. Había en exhibición
periódicos de todo el mes e inclusive de meses anteriores.
“Lo que uno bebe, lo que
uno vive, es lo que vale”, escuché decir más de una vez. Y a
mediados de 1978 partí para Maracaibo, una ciudad grande, acaso
más populosa que Rosario, y lejanos quedaron aquellos días,
donde más de una vez vi cómo las iguanas cruzaban la calle. En
esa zona de Venezuela, que todos llaman Oriente, conocí la
poesía de un poeta de notable porte, Eduardo Sifontes, que había
fallecido unos pocos años antes de mi llegada; él era natural de
una pequeña ciudad vecina de Puerto La Cruz. En Maracaibo surgió
otra vida, como la que se hace en toda ciudad; aunque Maracaibo
es una urbe muy singular y, seguramente por sus extremos
calores, siempre febril. En cuanto a poesía, Maracaibo tiene una
historia interesante, con vibrantes poetas y destacados
críticos. Por esos días leí un poemario local muy fervoroso y
abierto, “Date por muerto
que sois un hombre perdido”, de Blas Peroso Naveda, de quien
a los pocos meses me hice muy amigo.
Un poeta que hoy es parte tangible de la historia poética y
cultural de esa ciudad. En esos años, principio de los ‘80,
entre mis lecturas de los discursos de Simón Bolívar, y de las
noticias duras provenientes de nuestro país, cayeron a mis manos
dos poemarios, “Costumbre
de sequía” y
“Resolana”, del caroreño Luis Alberto Crespo,
de profunda vivencialidad, que hasta
el día de hoy acostumbro releer. Además de todo eso, mi
soledad, que en todo momento me acompañó, inclusive en los
momentos de mayor alegría, siento que, entre todas estas
palabras, es algo para subrayar.
Eduardo Dalter en Playa Caracolito, Mar Caribe, Venezuela, 1998
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Eduardo Dalter en 2004//(2) en Langston Hughes
Street, en el Harlem, Nueva York, Estados Unidos, 1999
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5 — ¿Cómo fue resultando tu reinserción en nuestras
latitudes? ¿Cómo comenzaste a organizar lecturas de poetas,
siempre atento a los hacedores de las provincias? Sos alguien
que destaca entre los que saben leer en público su propia
poesía. Compartamos tus reflexiones sobre los que logran una
marca de oralidad en sus lecturas.
ED —
Ahí sí, la cuestión fue más dura todavía. Creo que tardé dos
años en aclimatarme al Buenos Aires post dictadura. Mi
desolación se podía tocar, o pesar en una balanza, más o menos.
Me estremecía esa Argentina de 1984, donde cada día aparecía un
cementerio clandestino diferente, para la sorpresa o aparente
sorpresa de todos. Y me sorprendía lo que hablaba la gente,
inclusive sus niveles de inocencia política y sus delirios
optimistas. Esa Argentina, quiero decir, donde también iba
teniendo autopista esa aplastante
teoría de los dos demonios. Y es así que en 1985 comienzo
a escribir, con esos tonos y esa infinidad de preguntas y de
soledades, los poemas de mi libro
“Silbos”, que concluyo
hacia mediados del año siguiente, acaso en sus trasfondos con
algunas leves cadencias tangueras, que me inspiraba el barrio en
que por entonces vivía, hacia el fondo de la Avenida La Plata y
en cercanía de la Avenida Cruz, en Pompeya,
y donde existía el hueco tangible de
tantos jóvenes vecinos desaparecidos. Lo de las lecturas
con público, a las que te referís, fue a partir de la década
siguiente, e implicaron más de una
decena de encuentros, casi todos en la sala de la mutual de los
artistas plásticos. Pero desde siempre me atrajeron las obras de
los poetas de algunas provincias, comenzando por Santa
Fe, que incluye naturalmente a Rosario, por irradiar una
vitalidad y una diversidad enriquecedoras, también para Buenos
Aires, que obra a menudo como la gran urbe proveedora y
administradora, algunas veces de modo ligero y otras de modo
forzado. La poesía del país, y en su
gran amplitud, siempre entendí, es una y se vive y escribe en
todas las provincias. De cualquier forma, todas
establecen y afirman un círculo, dentro de un círculo aún mayor,
que es la poesía de todo el continente, con su Neruda y su
Vallejo, y hasta estos años, donde podemos recordar y releer los
versos maravillosos del cubano Fayad Jamís, de la jamaiquina
Lorna Goodison, y del limeño Antonio Cisneros, entre otros.
Acerca de las lecturas en público, o de las lecturas a solas,
supongamos, y regresando a lo que habíamos comenzado a decir,
ahí es oportuno tocar la médula de la cuestión, que es vérselas
con esos silencios interiores, esos espacios, esas soledades,
mientras vamos respirando y rezumando, con todo lo que de
composición musical pueda tener y con todo lo que de ritual
mayor pueda sustentar. En esos silabeos, ya en lo muy personal,
siempre pretendo llegar a ese momento, a ese punto original de
creación…
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6 — ¿Y “Cuaderno Carmín”?
ED —
Fueron ocho años de poesía, de aventuras y de intercambios, que
se fueron volcando en 18 ediciones. La libertad presidió cada
una de sus apariciones, el amor, la poesía de siempre y los
encuentros, desde 1994 hasta 2002, en un momento en que el burdo
neoliberalismo hacía sus estragos, sobre todo en la Argentina.
Muy importantes poetas del país y del continente se fueron
acercando para saludar sus páginas: Raquel Jodorowsky, desde
Lima; Víctor Casaus, desde La Habana; Allen Ginsberg, desde
Nueva York; Lubio Cardozo y tantos otros, desde Mérida; Joanyr
de Oliveira y Ronaldo Cagiano, desde Brasilia; Beatriz Vallejos,
desde Santa Fe; Jorge Isaías, desde Rosario, quienes fueron
colaborando en varias apariciones, que estuvieron a disposición
de los lectores en más de veinte librerías y en numerosas
bibliotecas de todo el continente. Ah, y casi olvido: los poetas
del Harlem, con sus poemas memorables y su historia, se hicieron
presentes en sus páginas, desde el recordado Langston Hughes
hasta Amiri Baraka. A propósito, yo escribí un ensayito que
incluyó la revista “Juglaría”, de Rosario, en su número 13, del
año 2006, donde trato de espigar los momentos diversos y las
constantes de esa experiencia.
7 — En 2000 homenajeaste a través de tu artículo “El
periódico Alberdi y sus poetas” (y en 2001 en el Café de las
Madres “Osvaldo Bayer”), al, para muchos de nosotros,
inolvidable periódico “Alberdi” de Vedia, provincia de Buenos
Aires, con su sección “Versos que
hablan”.
ED —
El periódico “Alberdi” en sus 53 años de vida fue todo un lujo
basado en la búsqueda de la verdad, en el periodismo en serio,
en la responsabilidad y en el esfuerzo de cada día. Sus
editoriales tuvieron siempre una firmeza y una nobleza (palabra
ciertamente algo pasada de moda, parece), que llamaban a pensar
y que emocionaban. Uno no puede más que comparar esa experiencia
con la prensa masiva y lamentable de hoy, y se encuentra con dos
mundos opuestos o lejanos. El quehacer intensivo de este
periódico lo llevó a circular desde la pequeña localidad
cerealera de Vedia a todo el país, sobre todo en las grandes
urbes, como Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán, aunque
también tuvo importante llegada en Río Cuarto y en Junín, entre
otras localidades. Durante los años de la llamada Revolución
Libertadora circuló clandestinamente y se imprimía en el
depósito de una chacra, campo adentro. Para no pocos jóvenes de
los años ‘70 fue una especie de maná que nos aportaba
información y además la difusión de nuestros poemas hacia todo
el país. Sólo a su director Joaquín Álvarez se le pudo ocurrir
dedicarle en cada entrega una página a toda poesía, que se
titulaba “Versos que hablan”, y donde se podían leer inéditos de
Raúl González Tuñón, de Ariel Canzani, de Julio Huasi, y de los
poetas desaparecidos Roberto Santoro y Dardo Dorronzoro, así
como también de jóvenes poetas como Carlos Penelas, Amaro Nay,
Hugo Diz, Clara Franco, Jorge Isaías y de quien habla, entre
otros nombres que se iban renovando cada semana. Joaquín siempre
repetía, como buen cronista que era:
“A las cosas hay que
decirlas; si no para qué sacamos el diario”. Yo recuerdo
bien esa fiesta de los 50 años, que tuvo lugar en Vedia en 1974;
por cierto, un festejo lleno de poetas, de chacareros, de
militantes locales y de cronistas de campo; ahí estaban Susana
Esther Soba, Carlos Patiño y José Antonio Cedrón, entre otros
poetas y colaboradores. Menos de dos años después, bueno, llegó
el terror, con Joaquín y su hijo presos de resultas, y con el
periódico cerrado por el Ejército, ya en la primera semana del
Proceso. Ese fue para mí un ejemplo tempranero y único; porque
no hubo más “diarios Alberdi” en los caminos y en los años…
Eduardo Dalter con su hermano Daniel, su
madre Rosita y con Rubia
su mascota
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Eduardo Dalter en 2004
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8 — En Villa Luzuriaga, a donde has regresado, viviste
durante tu niñez y tu juventud. Te invito a que te refieras a tu
libro “Historias,
personajes y leyendas de Villa Luzuriaga”.
ED —
Las ideas de hacer o armar el libro surgieron después de haber
escrito una media docena de notas acerca de la historia de la
localidad para el periódico “El Nuevo Día”. Yo llegué a la Villa
cuando era un niño de 8 años y recién se estaban loteando las
primeras grandes quintas y los primeros viveros. Los antiguos
pobladores sabían poner alambradas, conducir un carro o montar
un alazán sin problemas. No existía, claro, esta Villa de pubs y
de modelos de alta gama. Pero esta Villa, acaso algo ligera por
momentos, no cayó de la nada ni salió de un recurso virtual. Hay
una historia de trabajo en el medio, con humildes vecinos
esforzados en la lucha por el pan, ya desde los remotos tiempos
de Juan de Garay y de los primeros cultivos trigueros. Se trata,
en fin, de una historia, que yo fui siguiendo paso a paso, desde
su Luzuriaga Park, con su viejo ring y sus nocauts repentinos,
hasta los esperados asfaltos en cada una de sus calles, en los
años ‘60 y ‘70. Y ahí está el libro, lo viste, con un gorrión a
punto de volar en la tapa…
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9 — En
www.eduardodalter.com se te ve en una fotografía, hace una
punta de años, en Lima, con la poeta
chilena Raquel Jodorowsky, fallecida en 2011. ¿Tu
impresión sobre ella y su poética?
ED — Es muy propicio recordar en
esta entrevista a Raquel, una poeta tan de verdad y tan de todo
el continente. No fue una escritora de poemas, no fue una
literata ni nada que se le parezca. En un momento, allá por la
década del ‘60, solía ser figura en los encuentros
internacionales junto a Ginsberg, Cardenal, o al ruso
Evtushenko. Fue musa inspiradora de los bardos Nadaístas y
brújula poética del “sexo
sentido”, como expresó el poeta colombiano Jotamario.
A menudo ella recordaba que en Chile no la consideraron nunca chilena, y
que los peruanos la veían como
“una estimada extranjera”.
Yo estuve una semana en su casa de la calle Guisse, en Lima,
hace como unos veinte años, también recorriendo con ella la
ciudad y visitando lugares y cafés. Ahí me mostró la vieja
máquina de escribir que había pertenecido a Gonzalo Arango, y
que conservaba como una valiosa reliquia, entre cartas,
ediciones y discos. Recuerdo que Ginsberg en su correspondencia
me enviaba saludos afectuosos para ella, y ella a la vez
guardaba con celo su par de fotos con Ginsberg en medio de un
paisaje boscoso hacia las afueras de Lima. Tengo media docena de
sus libros, “Caramelo de
sal”, entre otros, que cada tanto releo, además de sus
inéditos en “Carmín”, que por cierto fueron muy celebrados.
Eduardo Dalter con Raquel Jodorowsky en las afueras de Lima,
Perú, 1998
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Libros Dalter - Antología Viento Caribe -
contratapa//y Harlem:los blues de la historia -
contratapa
10 — Entre el 3 de mayo y el 20 de junio de 2004
estuviste abocado a concebir los 43 escritos breves que
titulaste “El mercado de
la muerte” y que dedicaste
“A los niños mártires de
Irak y al Secretariado de la UNESCO,
por una cultura de la vida”.
En el mismo año, la revista “Casa de las Américas” los da a
conocer y, ya localmente, se socializaron a través de tu sello
Ediciones Cuaderno Carmín.
ED —
Estaba indignado, consternado, con esa invasión y destrucción
que llevó adelante el presidente Bush a través de sus
“valerosos” marines, bajo el pretexto de salvar a los EE.UU. y
al “mundo libre” de las “armas de destrucción masiva” con que
contaba el “temido dictador” Sadam, y en lo que fue un asesinato
masivo de civiles, incluyendo ancianos y niños, sin piedad
alguna, y una pulverización vasta de todo lo que se pudo. Una
invasión, que nunca fue una guerra, sino por el contrario un
asalto sanguinario movido por la necesidad febril del petróleo.
Un mes y medio estuve dedicado casi exclusivamente a la
escritura de esos “43 escritos breves”, que publicó y tan bien
difundió Casa de las Américas. Hasta varios secretarios de la
UNESCO y agregados me hicieron llegar su saludo, además de
algunos críticos y poetas del continente. Recuerdo que envié vía
e-mail el poemario, o epigramario, y a los dos días escasos ya
me estaban avisando desde La Habana de la pronta publicación de
la obra. Un puñado de páginas dedicadas a un crimen bestial y ya
enunciador de los atajos y pasajes de este siglo XXI, que parece
no viene nada racional ni nada contemplativo…
En
Ragusa, Sicilia, Italia, 2013 -Sobremesa con
los poetas Emanuele Schembari ,María
Teresa Verdirame y otros
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"Hojas de Ruta" (1984-2004)
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En "The Globe Theater "-
Lecturas y recitales en el 450ª aniversario del natalicio de
Shakespeare (2014)
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Eduardo Dalter con María Luz Fernández
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11 — En 2013, a los pocos días de tu primer viaje a
Europa, donde habías ofrecido charlas y lecturas en escuelas y
centros culturales de Italia e Inglaterra, me escribiste:
“Fue un viaje que me dejó sonando la cabeza. Y traje además muchos
poemas para ir traduciendo.” Bueno, ¿por qué te dejó sonando
la cabeza? ¿Y en tus siguientes
viajes?
ED —
Como instancia básica, pude observar gestos tranquilos y miradas
serenas, tanto en los bares, en las universidades como en los
trenes. La vida en Roma o en Londres transcurre en la gente,
pareciera, sin mayores sobresaltos, a partir seguramente de
modos y estructuras sociales que tornan la vida más previsible,
y esa experiencia de base es sorprendente, sobre todo para quien
vive bajo otros aires o ya aclimatado a los sacudones y a los
estremecimientos. A partir de ahí, todo parece ser diferente,
inclusive a la hora de aguardar el metro a la hora pico en la
estación terminal, o a la hora de compartir un café con amigos o
colegas. Por otra parte, en los ámbitos educativos y
universitarios existe una aplicación mayor, tanto en docentes
como en estudiantes. Ahí nadie está fuera de lugar, sino por el
contrario ahondando en nuevos motivos y en conocimientos. En las
casas de estudio gobierna una especie de fundamentalismo abierto
hacia el estudio, que me parece tan ejemplar como motivador. A
la vez, en Sicilia, ya no en Londres, los jubilados llevan una
vida sin lujos y tranquila, hasta diría jovial, que da sana
envidia. Hay un capitalismo, sí, pero más “civilizado”, o más
limitado, o no tan barato y bestial, como en la Argentina y en
América Latina, donde el tema es la alimentación básica y la
pobreza extrema, inclusive en millones de niños. Y la
consiguiente contraparte: entre los legisladores y altos
funcionarios de gobierno, tanto en Roma como en Londres, o en
Sicilia, no hay tantos millonarios como por aquí, o como en
Brasil o Colombia, sino más bien gente con un buen vivir a secas
o acotado. Es que la delincuencia offshore o de guante blanco ha
hecho carne profundamente, y con el mayor descaro, en este
continente aquejado y fabelizado para agravio e inseguridad de
todos.
Compartir con
poetas sicilianos, y en Londres y en Canterbury con poetas de
habla inglesa, fue una experiencia enriquecedora. Pude ahí
descubrir una poesía que desde hace más de medio siglo viene
teniendo una importante irradiación en los países y territorios
de habla inglesa, que es la que se escribe y difunde desde las
islas del Caribe, como Jamaica, Barbados, Santa Lucía y Trinidad
y Tobago; algo ciertamente de excepción, con un premio Nobel
inclusive. Además, los documentos críticos gestados desde esas
islas son para tener muy en cuenta, tanto en lo cultural como en
lo poético. Pliegos firmes de la poesía del continente, no tan
difundidos, y que hacen a su diversidad y vitalidad. Por otra
parte, la poesía italiana de las generaciones surgidas en la
última posguerra muestra un cuadro intensamente dramático, con
voces como talladas en piedra, que uno no puede más que leerla a
la sombra de estos tiempos que no se anuncian muy propicios que
digamos para la vida y el hombre…
Eduardo Dalter con el alcalde Franco Raffo y otros funcionarios
en Sicilia, Italia, 2017
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Eduardo Dalter conversando en una calle de Punta Secca,
provincia de Ragusa, Sicilia, Italia, 2017
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Eduardo Dalter con Rogelio Ramos Signes, María Teresa Andruetto
y César Bisso
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12 —
Marguerite Durás se preguntó en una ocasión:
“¿Se puede ser escritor
sin chocar con contradicciones?” ¿Se puede, Eduardo, ser
escritor sin chocar con contradicciones?
ED —
Tu pregunta me hizo recordar la visita de Raúl Gustavo Aguirre a
Venezuela, hecho que solían memorar algunos poetas de ese país
hace algunos años, sobre todo su frase, de notable llegada por
esos lares, que dice: “No
somos escritores, somos poetas, y no por lo que escribimos sino
por lo que llevamos en el corazón”. Puede parecer una frase
algo romántica, o un tanto idealista, más en estos tiempos
crudos, pero que muchos poetas, sobre todo del área del Caribe,
hicieron suya, porque bajo esos soles la poesía se suele vivir
de esa manera; la poesía como canto, como irradiación, más que
como una instancia escritural; la poesía también como un canto
del ser, de los cuerpos, con una fuerte dosis de libido
proyectada hacia los aires. Yo también hice mía esa frase, no
tanto ahora, ya que en alguna medida me siento también escritor,
con numerosos artículos, algunos ensayos e investigaciones, que
publiqué estos más recientes lustros. Pero yendo al tema de las
contradicciones a partir de una frase de Marguerite Durás,
siento que al reloj hay que ponerlo siempre en hora; cada día
hay que manipular el dial para ir reconociendo cada sintonía, y
cada día hay que armar de acuerdo con uno mismo el rompecabezas
de la vida de cada día; tarea que es el hígado mismo del
quehacer de cada jornada, donde hay que ir laborando en esa
suerte de alquimia mundana para enfrentarse a los fríos, a los
humos o a los vientos; además, en medio de ese paisaje hogareño
o no, qué hacer con el sol, qué hacer con los pies, y qué hacer
con los caminos y con el horizonte, que aún no alcanzan a
divisarse. Marguerite también hablaba de chocar, y ahí, bueno,
ante el anuncio de esa inminencia, cada uno sabrá bien lo que
hace… Pero sobre todo, y tratando de tomar la pregunta por las
astas: ¿se puede ser un hombre sin chocar con las
contradicciones?
Eduardo Dalter con Lila Argañaráz, Néstor Ventaja, Adolfo Marino
Ponti, etc., en 1999
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Eduardo Dalter en el Istituto Comprensivo Statale Padre Pino
Puglisi, en Palermo, Sicilia, Italia, 2013
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En el Vaticano, con motivo de la misa celebrada al cumplirse un
año del fallecimiento de Rosita, madre del poeta (2013)
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13 — ¿Ofrecer el pecho a las balas, Quedar en buenos términos, Imponer
un sello o Allanar el camino?
ED —
Cada una de las cuatro posibilidades pueden ser fundamentales;
depende del tiempo y de la hora, y depende también de lo que uno
desee y no desee en cada caso y de la esquina en que uno esté
parado. En el ajedrez diario y en los amores, por otra parte,
puede arribarse con facilidad a ese punto, donde hay que
decidir, si es que ya no estaba decidido. Siempre, claro, en lo
posible y hasta en lo imposible, no abusar del prójimo...
Con
Elizabeth Molver, Lía Miersch, Gino Bencivenga, María Montserrat
Bertrán, Carlos Carbone, Ricardo Rubio, David Birenbaum, Víctor
Damián Cuello, etc.
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Con una
cronista de Nueva Jersey (1998).Ginsberg Tribute,Central Park,
Nueva York, Estados Unidos
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Con Alberto Chacón, Nidia Santa
Cruz, Ernesto Román Orozco, Carmen Rosa Orozco, Pablo Mora y
Antonio Mora en 1997
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14 — ¿Como cuánto te interesa el arte que tiende a la
provocación? ¿Quiénes, con esta propensión, más te atraen o
resultan particularmente significativos?
ED —
En los esbozos previos nunca vi el arte, la poesía, como una
provocación, aunque después terminen provocando o no; siento el
arte, la poesía, como una instancia humana indeclinable;
piénsese que en todas las culturas el hombre buscó y encontró
los caminos al agua, los caminos al fuego y los caminos al
conocimiento y la poesía. En mí se da, de base, como una
búsqueda de equilibrio y de corporizar algo que falta; y bien,
si en esa búsqueda algo se provoca, y de hecho se provoca, es
todo un resultado más que un deseo. Por lo demás, en ese intento
de equilibrio, o ya de diálogo mayor, y en este mundo tan
deshumanizado y tan mercantilizado, o que se dirige hacia su
propio abismo, es diría natural que la poesía y el arte se abran
paso; es el hombre que se abre paso; es la vida misma que
necesita manifestarse en su búsqueda de ser y de seguir siendo.
Y esa búsqueda de equilibrio, esa necesaria manifestación de
humanidad, las advertí en todos los grandes poetas de estos
tiempos, desde Ginsberg hasta Alejandra Pizarnik, o desde
Ernesto Cardenal hasta Girondo…
Con Cayetano
Zemborain,Alberto Luis Ponzo,Susana Cattaneo,Gerardo
Diego,Victoria Pueyrredón y Ricardo Rubio
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Eduardo Dalter -Faber y Faber, Londres -
En la legendaria oficina de T. S. Eliot (2014)
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15 — Durante los años de tu formación, ¿qué tipo de
cuento te atraía más? ¿El norteamericano, el francés, el ruso… o
de autores latinoamericanos? ¿Y en la actualidad?
ED —
Durante los años de mi formación, que se prolonga hasta estos
días, creo, y quizá hasta con parecido entusiasmo, debo decirte
que a la hora de leer un cuento siempre tuve a mano un poema
(Ungaretti, Eliot, Vallejo…) o un ensayo que se apropiaban de
ese lugar y de mi tiempo; y también siempre tuve a mano alguna
pintura de Modigliani o de Cézanne o de Monet en las cuales iba
volcando mi creatividad pasiva. No obstante, al cabo de los años
terminé leyendo muchos cuentos, algunos que hicieron mis
delicias y se ganaron mi recuerdo, como por ejemplo no pocos de
Alejo Carpentier de “Guerra del tiempo” y de otros libros maravillosos, o de
“La increíble y triste
historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”,
de Gabriel García Márquez, que leí hacia comienzos de la década
del ‘70 y releí varias veces. Al respecto, también me sentí y
siento muy atraído por la música, preferentemente el jazz, desde
Duke Ellington hasta Miles Davis y John Coltrane, quizá
escuchados y disfrutados desde mi vieja esquina de tango, donde
brillan los temas interpretados por Pichuco y por Di Sarli, como
“Bahía Blanca” o “El amanecer”, entre otros, o los entonados por
la voz profunda de Francisco Fiorentino. Y el ensayo, el ensayo,
siempre entre poemas y poemas, que me fue brindando también
pinturas decisivas de estos tiempos, ya en Frantz Fanon, o en
Michel Foucault, y en Noam Chomsky y sus tomos
“Los guardianes de la
libertad” y “La gran
estrategia imperial”, por citar unos pocos. Para concluir mi
respuesta, o bien para dejarla abierta, te dejo la mención de
mis recuerdos de las
“Aguafuertes porteñas” de Roberto Arlt, un verdadero cross
adonde quiera que uno vaya…
Charla y lectura del poeta Eduardo Dalter
en el Istituto Alessandro Volta, Roma, Italia (2013)
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Eduardo Dalter en el partido de
La Matanza, provincia de Buenos Aires, Argentina
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16 — Colombia. 2015. ¿Cerramos esta conversación con vos
trasmitiéndonos tus impresiones tras participar en el 25º
Festival Internacional de Poesía de Medellín?
ED —
Los festivales de Medellín son una institución, no sólo en
Colombia sino también en todo el continente, sin obviar su fama
irradiada fuertemente en Europa, Asia, África, Oceanía, y cuyos
poetas destacados son invitados cada año en buen número. El sólo
pensar en los numerosos actos que lo componen, habla de una
presencia y de una calidad organizativa de excepción. Además, el
hecho de que sus actos de apertura y de clausura se brindan en
el marco de una audiencia que supera generalmente las 5.000
personas. Todo Medellín se moviliza para disfrutar de la poesía
y de los poetas del mundo, inclusive desde las barriadas
alejadas de la urbe. Yo sentí los festivales como un voto de
humanidad y de reafirmación de la belleza de la población
colombiana ante las constantes represivas, ante la ferocidad del
narcotráfico y ante un patrón social muy crudo, como es el que
gesta una producción de opresión y latifundio. La versión 25º
del Festival fue excepcional, inclusive resaltada por la prensa,
por la cantidad de público y por la calidad de los poetas de los
cinco continentes que dieron vida a cada encuentro. A propósito
de sus jornadas, escribí un artículo que publicaron algunos
diarios, y que también está en la página web del Festival,
titulado “Un Festival para un nuevo horizonte”, que se puede
visitar.
18 Poemas - Contratapa edición digital de repertorio poético en
25º Festival Internacional de Poesía en Medellín
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Eduardo Dalter en el acto de cierre del XXV Festival
Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, 2015
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*
Eduardo Dalter selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
De esta arboleda
tomá tu color
o tu desdicha; y tomá
tu mar, tu vaso...
Todo suena, pareciera,
a nueces secas. Pero
también suena un río
grandioso
que aún no escuchas.
*
LOS ÁRBOLES
Los árboles
son extraños;
saben algo
que repiten;
las semillas
los piensan,
los desean
y los hacen,
profundas e
incesantes,
contra la sed,
contra la noche.
*
Dejá que
entre la luz,
dejala que
entre,
que se acomode, que abra su valija;
no
vayás a echarla; dale de comer;
dejá que ande por la
casa.
*
Hay un
camino
aún no atascado,
aún ni pensado,
que comienza
en la punta justo
de tus pies; hay
un camino; hay,
hay un camino.
*
Como a cada beso
lo borra el viento que sopla y sopla,
ella pocea y
pocea la arena, pareciera, con más fuerza;
es el
viento húmedo, poceado, que escribe, escribe, escribe.
Eduardo Dalter en el Palacio Medici,
Florencia, Italia, 2017
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Eduardo Dalter en 2013
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Eduardo Dalter con Antonio Miranda
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Eduardo Dalter con Amelia Arellano en 2017
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Eduardo Dalter en el acto de cierre del XXV Festival
Internacional de Poesia de Medellín, Colombia, 2015
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Eduardo Dalter frente a
su casa natal, en el barrio Vélez Sarsfield, ciudad de
Buenos Aires, 2018
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Eduardo Dalter con Ernesto Román Orozco
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Entrevista realizada a través del
correo electrónico: en las ciudades de Villa Luzuriaga y Buenos
Aires, Eduardo Dalter y Rolando Revagliatti, diciembre de 2017.
http://www.revagliatti.com/020311_dalt.html
http://www.revagliatti.com/030326b.html
http://www.revagliatti.com/011128.html
http://www.revagliatti.com/030326.html
http://www.revagliatti.com/040719.html
http://www.revagliatti.com/040719_dalter3.html
http://www.revagliatti.com/020311_trio.html
*
Palacio Valdés [Armando Palacio Valdés] - Scalabrini Ortiz [Raúl
Scalabrini Ortiz]
Dorrego [Manuel Dorrego] - Juárez Celman [Miguel Juárez Celman]
Evtuchenko [Eugeni] - Jotamario [Jotamario Arbeláez]
Sadam [Husein] - Girondo [Oliverio]
Pichuco [Aníbal Troilo] - Di Sarli [Carlos]
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