Eugenio Mandrini:
sus respuestas, poemas y microficciones
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Eugenio Mandrini nació
el 16 de diciembre de 1936 en
Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina.
Ha sido fundador e integrante de la “Sociedad de los Poetas
Vivos” y co-director de la revista “Buenos Aires Tango y lo
Demás”. Es Académico Titular de la “Academia Nacional del
Tango”. En distintos géneros literarios recibió distinciones:
destacamos el Primer Premio Municipal de Poesía
(2008/2009). Colaboró con las
revistas “Fin de Siglo”, “Puro Cuento”, “Ñ” y “Crisis”, entre
muchas otras. Fue incluido en las antologías
“Antes que el viento se
apague”, “Testigos de
tormenta”, “Cuerpo de
abismo”, “Galería de
hiperbreves”, “Tiros
libres”, “Velas al viento”, “La nave de
los locos”, etc. Ha compilado y prologado la antología
“Los poetas del tango”
(2000). Es guionista de historietas. Publicó en 1987 el volumen
“Criaturas de los bosques de papel”, poemas y cuentos;
“Discépolo, la desesperación y Dios”,
ensayo, 1998;“Las otras
criaturas”, microficción, España, 2014;
“La vida repentina”
(selección de textos de
“Criaturas de los bosques de papel”), 2015. Sus poemarios
son “Campo de apariciones” (1993),
“Párpados para el ojo que sale de mí” (1999),
“Conejos en la nieve”
(2009), “Con voz de perro
lunar” (2014).
1 — En otras
ocasiones has definido públicamente tus preferencias,
improvisado instantáneas, pergeñado esbozos o estampas. Hoy,
para nosotros, Eugenio, ¿qué retrato de vos nos ofrecerías?
EM — Comencé a respirar formando parte de una familia
constituida por cinco miembros: mi padre, mi madre, mi hermana,
los libros y yo.
Ya de niño, mi padre fue mi mentor, mi guía en el oficio
de lector, paseándome primero por los trágicos y épicos griegos,
después por el siglo de oro español y, por último, por la gran
literatura rusa y la no menos grande de la francesa, período que
después completé con los contemporáneos. Eso fue suficiente para
enamorarme de las palabras, y no solo de éstas, sino también de
un punto aparte y de una coma. Llegué a soñar que la coma era
una puerta donde la sorpresa me aguardaba con los brazos
abiertos.
A quien me pregunte la edad, le diré que en diciembre
cumplí 141 años, porque sigo la huella de diplodocus que dejó mi
padre. De lo dicho surge también que soy de sagitario, pero
aclaro que nosotros, los sagitarianos, no creemos en los
horóscopos.
Supe de la poesía cuando siendo un pibe, el día en que al
ir a la panadería y en vez de pedir medio kilo de pan, dije:
pan, medio kilo.
Es que había descubierto el hipérbaton, recurso retórico que
consiste en practicarle al giro una súbita torsión,
procedimiento que más tarde aprendería a exprimirlo hasta
producir cadencia.
He elegido vivir en constante exaltación poética,
y es por ello que cuando empezaron a llamarme loco, comprendí
que estaba en el buen camino.
A su tiempo, escribí novela, cuentos, guiones de
historieta y hoy, además de poesía, mantengo estrechos vínculos
incestuosos con la microficción, a la que siento como mi madre,
mi amante, mi hermana, mi hija.
Amo la opera porque es la casa de los héroes vocales, y
al tango porque sus evocaciones y nostalgias nos devuelven el
cielo que perdimos una vez.
Mi otro amor o especialidad es ser lector, es decir,
desenterrar tesoros en medio de la noche.
¿Qué pienso del mundo? Que hay que vivirlo con un ojo
perplejo y el otro insomne.
¿Qué busco al escribir? Que la palabra brille como un sol
o, al menos, como la sombra de un tigre.
¿Mi color? El rojo, un tanto brumoso por la época.
¿Músicos? Beethoven, Verdi,
Piazzolla.
¿Voces? Callas, Gardel, Serrat.
¿Qué pienso de Dios? Que existe, se llama Shakespeare y
está en expansión.
¿Forma preferida de morir? Distraídamente.
¿Mi felicidad? La mujer, mi hijo, un amigo, la soledad,
la multitud.
¿Un sueño? Despertar el día después de haberme helado.
¿Otro sueño? Que el cuervo de Poe continué diciendo
“nunca mas” hasta que la miseria, la angustia y el olvido, sean
nunca mas.
Si me preguntan qué es la poesía, digo que es un
estado de ceguera desde el cual se ven otras luces, incluso
otras sombras. Si me preguntan qué es la microficción, digo que
es un rayo de luz en un sótano o más bien el escorpión que viene
a morderme la camisa.
Creo que tanto el poema como la microficción son
construcciones que trato de edificar mediante innumerables
borradores, tantos que alfombran el piso.
Creo también, como Eluard, que hay otro mundo y está en
éste.
Y creo asimismo en la piedad,
a la que llamo cada vez que, al escribir, transpongo la
frontera de lo real.
No se si he sido claro.
2 —
Nuestros lectores confirmarán que lo sos. Instalémonos por un
instante en la (eventual) claridad de tu adolescencia, y la
seguimos desde allí.
EM — A los catorce años, mi primer trabajo: escribir
guiones de historieta en revistas hoy desaparecidas. Más tarde,
cuentos para revistas femeninas como “Maribel” y “Vosotras”;
además, para las Selecciones Policiales y Gauchescas de
Editorial Codex. Todo eso, sin dejar de intentar el poema,
ganando premios en concursos de poesía tradicionalista: por
ejemplo, sobre “Las mujeres gauchas” y sobre el Chacho Peñaloza.
Ya en 1970, gané el primer premio de poesía que organizara la
Biblioteca Popular “Cornelio Saavedra”, circunstancia que me
permitió iniciar y sostener una larga amistad con el poeta
Joaquín Gianuzzi. Y comencé a redactar guiones para las revistas
de la Editorial Columba, creando un personaje gauchesco para el
Álbum de “El Tony”, llamado “Rosendo, el toro”, que se mantuvo
durante años, pasando luego a la Editorial Skorpio, donde
escribí numerosos guiones unitarios, y además otro personaje,
llamado “La maga”, el que se reprodujo en España e Italia,
mientras que en nuestro país produje guiones para los
renombrados dibujantes Domingo Mandrafina, Horacio Altuna,
Gustavo Trigo, Carlos Casalla, Francisco Solano López, Carlos
Roume, Leopoldo Durañona, y Alberto y Enrique
Breccia. Pero ya hacía tiempo
que venía en conflicto con la
historieta, para sustituirla por la poesía y la
narrativa. Al respecto, recibí una importante mención en el
concurso de novela organizado por el Diario “La Opinión” y
Editorial Sudamericana, también en 1970, con un jurado compuesto
por Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos y
Rodolfo Walsh. La novela se tituló “La bilis” y por enigmáticas
razones no llegó a publicarse. Y siempre alrededor del setenta
recibí una mención en un concurso organizado por Canal 13, sobre
obras de teatro para TV, con duración de treinta minutos, que
ganó Rodolfo Walsh con “La
granada”, pero el canal nunca filmó las obras premiadas,
pese a que ello constaba en las bases del concurso.
3 — ¿Y ya en la década siguiente?
EM — Se publica en el 87 el hoy inhallable
“Criaturas de los bosques
de papel”, a través de Editorial ECA, última editorial que
tuvo el Estado, y dado que estaba compuesto por poemas y cuentos
breves y brevísimos, me permitió entrar en el mundo de la
microficción, a tal punto que en diciembre de 2014 se publicó en
España “Las otras
criaturas”, por Editorial Menoscuarto, íntegramente dedicada
a la microficción. A su vez, al año siguiente, Editorial
Macedonia, de Buenos Aires, publicó
“La vida repentina”,
selección de “Criaturas de
los bosques de papel”.
Eugenio Mandrini con Héctor
Negro
4 — El volumen
“La Argentina en pedazos”
de Ricardo Piglia (Ediciones de la Urraca, 1993), incluye tu
adaptación a la historieta, ilustrada por Solano López, del
cuento “Cabecita negra” de Germán Rozenmacher (1936-1971).
EM — Éste resultó
ser un trabajo interesante que
en su momento fue estudiado en alguna Universidad. Sobre el
mismo entendía que adaptar a la historieta un cuento de lenguaje
macizo como el de Rozenmacher, solo se podía resolver eliminando
la escritura del autor y respetando solo su espíritu y el
contenido, vertidos ambos en el clásico diálogo del guión, que
es la esencia de este tipo de literatura de imágenes, sostenido,
a veces, por el silencio, vale decir, la primacía del dibujo con
exclusión de la palabra.
5 — “Discépolo, la desesperación y Dios” es el
título del ensayo con el que contribuiste al acervo de la
Academia Nacional del Tango.
EM — Se trató de una
exigente experiencia. Me permití eliminar por completo los datos
biográficos del autor, y someterme al ejercicio del
“desplazamiento”, es decir, viajar de autor a autor, o sea,
desde mi lugar hacia el de él, hacer allí la carnadura, y llegar
a su interioridad, a su introspección. Quedó entonces el ensayo
como escrito por “dentro” del mismo Discépolo, desde su
desesperación y sus duros planteos y disputas sobre Dios.
Eugenio Mandrini con el poeta Hugo Enrique Salerno y el músico
Osvaldo Pugliese
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6 — ¿Develarías lo acontecido con
“La bilis”, esa novela
que nunca se publicó?
EM — La novela
trataba la relación entre dos empleados de oficina, uno,
peronista de la primera hora, y el otro, un teórico de
izquierda, en medio del marco histórico de una crisis social y
económica. En cuanto a lo enigmático, resultó ser que tanto en
la Editorial Sudamericana (que auspició el concurso junto al
diario “La Opinión”) como en Cedal (Centro Editor de América
Latina), donde la presenté, fue rechazada por exceso de técnicas
que hacían confusa la historia. Creo que sí, que era cierto eso,
dado que entre la sucesión de ejercicios técnicos, me dediqué a
dar, en cada una de las secuencias de la novela, que no eran
pocas, cinco o seis versiones, motivo por el cual su lectura
parecía destinada solo a lectores teóricos de la novela. De
todos modos, también fue enigmático el hecho de que ambos
directores de dichas Editoriales, o sea, tanto Enrique Pezzoni
como Luis Gregorich, me “invitaron a aclarar la historia” con
posibilidades de ser publicada. Desistí de ello por temor a que
la novela quedara reducida a polvo entre los dedos, y decidí
enterrarla en el olvido, al punto de terminar extraviándola. Aun
así, la novela había sido mencionada por el Jurado.
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Eugenio Mandrini con el narrador Ricardo Maneiro
7 — Aunque mucho trasluce el título de la revista
que llegaste a dirigir, ¿la evocamos?
EM —
“Buenos Aires Tango y lo Demás”, que
codirigí con el poeta Héctor Negro, fue una revista
independiente que editó 60 números en 30 años, sostenida a
pulmón y éxtasis por un grupo de amigos solidarios. Y es cierto
lo que decís respecto al título que lo delata todo. Sin embargo,
además del material informativo y ensayístico sobre la ciudad y
el tango, no faltó el espacio destinado a lo creativo, mediante
la incorporación permanente de poemas y cuentos, tanto de los
integrantes de la revista como de autores conocidos. Al
respecto, mis textos sobre dichos géneros, fueron recuperados en
un reciente libro titulado
“Con voz de perro lunar”.
Eugenio Mandrini con C.
Carbone, M. Silber, H. Toscadaray y viuda de Raúl González Tuñón
8 — Sos de la ópera
“un entusiasta al borde de
la locura”. ¿“Nabucco” de Giuseppe Verdi, “Carmen” de
Georges Bizet, “Tristán e Isolda” de Richard Wagner, “Sansón y
Dalila” de Camille Saint-Saëns, “Orfeo y Eurídice” de Christopf
Willibard Gluck o “Mefistófeles” de
Arrigo Boito?
EM —
En todas ellas y en las que falta citar, destellan grandes
momentos orquestales, corales y de voces individuales que me
exaltan. Esto me hace recordar lo que alguna vez escribió un
desconocido lexicógrafo:
“la música es la más arrebatadora de las artes”, bello
concepto que comparto plenamente, aunque también la poesía
derrama sus arrebatos, desde un sentido más secreto o íntimo,
como es a través de las dos “S”, es decir, la Sugerencia y la
Seducción.
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Eugenio Mandrini con C. Carbone, Hamlet Lima Quintana, M. Silber
9 —
Se lee en
“Yo el supremo” de
Augusto Roa Bastos: “La
obra maestra de ficción de todos los tiempos habría sido aquella
en la que estuviesen unidas la magia armoniosa de la prosa de
Cervantes y la prodigiosa capacidad de invención verbal de
Quevedo.” ¿Qué otra unión fantaseás que hubiera brindado la
obra maestra de ficción de todos los tiempos?
EM —
En principio dicha frase, y que me perdone Roa Bastos a quien
admiro, suena a glorificación de los muertos o a culto de la
personalidad. Si la novela hablara, seguro que resistiría con
sólidos argumentos engrosar el género con los restos de los
próceres. El arte literario, estudiado históricamente, goza de
una tríada que se mantiene en el tiempo felizmente inalterable:
me refiero al entramado compuesto por
Legado – Metamorfosis –
Continuidad. Lo que surja de allí puede ser más
significativo y poderoso que cualquier ensoñación. El pasado es
la fuente a la que hemos de acudir hasta ahogarnos, y los
muertos célebres son nuestros padres. ¿Qué más?
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Eugenio Mandrini con C. Carbone, H. Toscadaray, Marcos Silber
10 — ¿Con qué nos vamos a encontrar en tus futuros
libros?...
EM —
Nunca padecí la ansiedad por la publicación. Debe ser porque
cada libro mío necesita una horneada mínima de cinco años. Pese
a ello siempre espero que alguna bifurcación o atajo me permita
presentir, brumosamente, la materia de un próximo libro. Hoy
estoy trabajando poemas extensos de tipo enumerativo con
contextos propios. No sé si todo eso se edificará a través de
poemas unitarios o de una ligazón de textos donde el verdadero
poema sea la totalidad del libro, vale decir, un libro trabajado
con fragmentos o ruinas que, bien montadas, puedan hacer las
veces de una construcción.
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Eugenio Mandrini con Alejandro Szwarcman y Alejandro Martino
(músico)
11 — “Un homenaje al vértigo” es el subtítulo de tu poema
“Los bailarines de tango”. Es un tanguero que no sabe bailarlo
(yo), quien se imagina que sos muy buen bailarín. ¿Me lo
confirmás? Imagino también que habrás, muchas veces, “ido a la
milonga”.
EM —
Lamento defraudarte, Rolando. No soy ni siquiera buen bailarín.
Amo el tango, su poesía, su música y sus interpretes; incluso
escribí un libro sobre los poetas del tango. Pero no soy
tanguero, lo amo desde la poesía. Por otro lado, sí, visité
milongas por razones de conocimiento directo, y supe que eran y
son recintos Fellinescos. En cuanto a los bailarines, me
resultan solemnes y machistas, lo cual es paradójico, pues el
baile del tango es un arte admirable. ¿Cómo surgió el poema
citado? Me di cuenta que los bailarines, cuando dibujan sus
fantásticas figuras, no miran a los espectadores, en realidad
los atraviesan. Es decir, su mirada va lejos, a otra latitud,
como hipnotizados por algo invisible. Es que ellos están
concentrados en su arte, como todo creador en medio de su
incierta creación. Ese acto de llegar a la hondura desde el
instinto y la audacia, merecen mi más alto respeto. Por eso el
poema.
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Eugenio Mandrini con Roberto Díaz
12 — ¿Cuáles son los criterios (o algo así) a partir de
los cuales corregís las sucesivas versiones de un poema o
microficción?
EM —
Bueno, esto ya es un capítulo aparte. Primero debo decir que
intento ser un perfeccionista, mas no para alcanzar la
excelencia técnica, que tiene alma de estatua y pese a ello es
imprescindible, sino para llegar a la sencilla fluidez. Ahora sí
voy a la pregunta. Una vez “volcado” el poema, si noto algún
desequilibrio o desarmonía tanto en el planteo, en el
tratamiento, como en el lenguaje, rehago el mismo desde un nuevo
enfoque y después otro y otro más, hasta que el poema esté mas o
menos domeñado, obsesión que me lleva a alfombrar el piso de
borradores. Recién entonces comienza el segundo tramo de la
corrección, mejor dicho, la “corrigienda” como bien sabía decir
Alfonso Reyes. Por un lado, penetro en la lectura solitaria, es
decir, la del ojo, que nunca es abarcadora del todo. Corrección
que luego completo con la audición, o sea, la lectura en voz
alta, a fin de pasear por el territorio del sonido y, además,
completar ciertos espacios que el ojo, por su condición
circular, no ve del todo. Finalizada dicha travesía, me desplazo
hacia el lector, intento convertirme en él y completo la
corrección a la manera de un dentista al arrancar una muela:
impiadosamente. En fin, para mí resulta una delicia la
“corrigienda”.
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Eugenio Mandrini con Ricardo Maneiro, etc.
13 — Transcribo de “Memoria histórica del más grande
existencialista norteamericano”, artículo de Williams Burroughs:
“Yo había perdido el interés como un niño en la escritura, quizá porque
no estaba capacitado para enfrentar lo que todo escritor debe
hacer frente: toda la mala escritura que tendrá que hacer antes
de que escriba algo bueno.” ¿Llegaste, Eugenio, como
Burroughs, a percibirte tan desanimado? ¿Cómo son tus desánimos,
tus fastidios?
EM —
Mis
desánimos. Otro capítulo singular. Los tengo en cantidad y son
audibles. Los consorcistas del edificio donde habito dan fe de
ello. Sucede que utilizo máquina de escribir (rechazo la
computadora porque necesito tocar el papel, cuanto mas rugoso y
menos satinado sea, tanto mejor, y sentir que late en los dedos;
me atrae también el peso de algunas teclas cuando ensucian de
tinta letras o palabras, hecho éste que le imprime otro volumen
al texto; por último, su traqueteo de tren me hace viajar).
Bien. Cuando ella, mi amada y estruendosa Remington, por razones
mecánicas se atasca, la denuesto con lenguaje de tribuna y hasta
llego a pensar, pobre santa, que, en ciertas circunstancias,
todos podemos ser asesinos. Claro que más tarde, si rueda como
una locomotora feliz hacia su meta final, la acaricio y la beso
igual como lo hago con un poema, mío o de otro poeta, que
despida luz. Otro desánimo proviene cada vez que la hoja en
blanco se me resiste y no puedo
sembrar allí ni una sílaba o letra; profundo desconsuelo
que me lleva a ir al Parque Lezama, a sentarme en un banco, y
quedar blando o algodonoso, como si fuera yo el único culpable
de las penas del mundo. Desde luego que, de pronto, resucito,
mando todo al diablo, vuelvo a mi casa, introduzco una nueva
hoja en la Remington y aguardo a que las Musas me sean
propicias.
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Eugenio Mandrini con M. Silber, H. Toscadaray, C. Carbone
14 —
¿Qué
literatura te interesa porque te “descoloca”?
EM —
En realidad me “descolocan” los grandes creadores, con sus
giros, sus volares, sus fulgencias, esos que detienen el paso
del tiempo o saben engañarlo. Por ejemplo Shakespeare, cuando le
hace decir a uno de sus hijos teatrales, que
“la historia es un cuento
narrado por un idiota lleno de sonido y de furia”, y más aún
cuando dicha frase continúa, más de trescientos años después, en
William Faulkner, que se apodera de un fragmento de la misma
para significar su novela titulada
“El sonido y la furia”. O cuando Borges, en su cuento “El inmortal”,
escribe: “Llovía con
lentitud poderosa”. ¡Santo cielo azul o negro! ¿Qué es eso
de una lluvia lenta? ¿Y que es aquello de la lentitud poderosa?
Y completo con un agudo hipérbaton de Giosuè Carducci cuando
escribe: “el silencio
verde de los campos”. Otros, que no son ni serán grandes,
habrían escrito “el silencio de los campos verdes”. Al fin y al
cabo, la poesía es el género que crea lo fascinante imposible, y
en este caso el silencio bien puede ser verde. Todo eso me
“descoloca”, para “colocarme” mejor.
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Eugenio Mandrini con Leopoldo Castilla, Liliana Herrero, Jorge
Boccanera, Santiago Sylvester
15 — ¿Tenés algún tema o asunto que te ronde desde hace
bastante tiempo y al que “no le hayas encontrado la vuelta” como
para materializarlo en un texto artístico?
EM —
Sí, lo tengo. Y son dos: la Gracia y la Medida. ¿Qué es la
Gracia? ¿Qué, la Medida? ¿Qué luz de relámpago hace que la
Gracia se haga visible, sutilmente visible? ¿Y quién de
cualquiera de nosotros llega al privilegio de la Medida cuya
exactitud ni siquiera la tienen los relojes de precisión
atómica? ¿Son ambas materias estables o huidizas? ¿Quién las
convoca: algún ángel, algún fantasma, algún monstruo, algún
espejismo, algún dios enajenado por la estética, algún mago
tahúr de esos que todo lo muestran y todo lo esconden? ¿Cómo es
posible que un poema haya alcanzado la excelencia y, sin
embargo, la Gracia permanezca ausente? ¿O en qué momento quitar
las manos de las teclas y saber (creer) que es esa y no otra la
última línea de lo escrito? Me detengo aquí. He llegado a la
conclusión de que tanto la Gracia como la Medida, son actos
sobrenaturales.
Eugenio Mandrini con Mónica Cazón, Horacio de Azevedo, E.
Gotthelf, C. A. Alurralde, Ana María Shua, Juan Romagnoli, Raúl
Brasca y Julio Estefan
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Eugenio Mandrini con Hugo Toscadaray, Lubrano Zas, M. Silber, C.
Carbone
16 — ¿Algo del
orden del aturdimiento, por ejemplo, habrás percibido, apenas
supiste que un jurado compuesto por Antonio Gamoneda, Juan
Gelman, Gonzalo Rojas —los tres, Premio Cervantes— y Jorge
Boccanera, en Fallo Unánime te habían otorgado el Premio Único e
Indivisible del Concurso de Poesía “Olga Orozco” 2008, por tu
“Conejos en la nieve”?
EM — Primero me
invadió la sensación de levitar, ese estado de flotación
fantasmal semejante al de los astronautas en la ingravidez de
sus caminatas. Ya repuesto de ese cross a la mandíbula, volví a
pensar sobre aquello que había descubierto hacía mucho: que la
poesía es un gran émbolo movido por opuestos: por un lado, para
algunos, es constrictora como una boa y, para otros, es
abundante como los vientos jóvenes, como el desamor o como los
buenos elefantes. Supe entonces, junto a la levitación, que
“Conejos…” había sido
escrita con la mezcla, acaso monstruosa, de esos opuestos.
*
Eugenio Mandrini selecciona tres poemas de “Conejos en la nieve”
y tres microficciones de “Las otras criaturas” para acompañar
esta entrevista:
EN EL OJO DE LOS CRÉDULOS
Soy el mago.
Soy lo imposible.
El trébol que detiene el salto del suicida.
Un fósforo del que brota un jardín por cada
sombra rota.
Un ahogado que emerge del mar y danza
triunfal sobre
el oleaje.
Una ventana por la que pasa una visión del
paraíso cuyo
fulgor no cabe en el sueño.
Un espejo donde la sorpresa admira sus
dilatados ojos.
Una luz, en fin, en el ceniciento hastío.
Soy el mago.
Puedo llegar a engañar el tacto de los
ciegos
esconder la botella de pavor que sorbe la
muerte
hacer parpadear un ojo de Dios o conmover
su lejanía
inmutable.
Soy lo imposible, ya lo dije.
Como el viento que viene de las hendijas de
la
antigüedad y cruza sin opacar el aire
o los deseos alcanzados y en una ráfaga
perdidos
o el estallido de un hombre y una mujer
entre
las herrumbres de la noche:
soy también el instante.
Soy el mago.
Fugaz como la felicidad de pronto
desaparezco.
De pronto, también, si el ojo de los
crédulos me llama
regreso
con resplandores de tigres de papel
y otras brevedades de la luz
donde empiezo a no saber quien soy.
*
AQUELLO
Estoy entre los que buscamos Aquello.
No somos muchos. Apenas unas almas ávidas
andando por los infiernos de esta tierra
que sin embargo va perdiendo la luz.
Estoy entre los que buscamos Aquello
que suele aparecer tras el torbellino de
las visiones
o en los destellos de ciertos libros
de cólera y espuma: un lugar secreto
imaginado
donde el tiempo aún no gastó sus primeros
días.
Estoy entre los que buscamos Aquello.
No somos muchos y estamos locos (dicen)
porque sólo a los muertos les está dado
entrar
a la dimensión de los grandes sueños,
tercamente locos (dicen) por querer saciar
la sed
en la lengua de la verdad dado que ella es
piedra muda.
Estoy entre los que buscamos Aquello.
A veces alguno lo augura y canta,
canta un himno todavía no escrito que habla
de hacer azul la sombra, olvido el llanto,
sin trémolo
la jaula, inaudible la palabra vana,
hasta que una gota de penumbra apaga
el júbilo y los ojos.
Estoy entre los que buscamos Aquello,
que para algunos es la atracción del
abismo,
para otros el único lugar bajo el sol
que ya no arde como entonces, y
para los que miran con un ojo ciego
y el otro desmesurado, la belleza que huye
y que no tiene fin.
Estoy entre los que buscamos Aquello.
*
LA ALMOHADA
En mi almohada hay un tigre.
Me lava la cabeza con su aliento de
fósforo,
me cuenta la selva en el oído, el matorral
donde acechan las voces del terror o el
susurro, el
arte del sigilo que apaga el gemir
de las hojas secas.
En mi almohada hay un tigre.
El resplandor donde los ciegos tambalean.
La sangre de la luz que envidia el fuego.
Si duerme —raras noches—
lo hace con la cola enroscada en mi cuello
como un látigo que espera.
Si está alerta —tantas noches—
me habla. Me dice: —Escribe,
con el asombro del color que soy
con el hambre de las entrañas que soy
con el brillo de oscuridad de la mirada que soy.
En mi almohada hay un tigre.
Todo tigre es un poema feroz.
*
RAÍCES
Con el último golpe del hacha, el árbol cae pesadamente
al suelo. Sin embargo, los pájaros permanecen inmóviles donde
antes estuvieron las ramas. Acaso porque sólo son la sombra de
esos pájaros. Acaso porque esos pájaros miraban demasiado la
distancia y la distancia los hipnotizó. O acaso porque la
memoria del árbol muere después.
*
PARPADEOS
Sólo hay tres clases de ciegos, ¿o tres no es el número
perfecto? Está ése al que no hay explosión ni asamblea de
luciérnagas que lo saquen de la sombra profunda. Está el otro,
el que aún ciego, conserva un esbozo de penumbra y al resplandor
de un fósforo queda de pronto en éxtasis y bajo la luz furiosa
del medio día cree que los ojos le vuelven. Y finalmente está
aquél, el ciego que palpa afanoso los contornos y las grietas,
los movimientos y temblores de los breves mundos. Ése, el
tercero, es el amante.
*
NO TODO ES DESIERTO EN EL DESIERTO
En los tiempos en que gobernaban los poetas se castigaba
duramente a quienes no lo eran, como el caso de ése que fue
abandonado en el desierto donde, sin embargo, no murió de sol,
ni de frío, ni de sed de hambre, ni de hambre de sed, ni de no
saber nadar cuando el viento hacía oleajes de las dunas, ni de
inmensidad, ni de ausencia de oasis o lluvia o manta en la noche
de fiebre. Y ni siquiera murió de muerte.
Se hizo espejismo.
Sus camaradas de fulgor coinciden en reconocer que nunca
hubo en el desierto un poeta como él en el viejo arte de crear
visiones de la nada.
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Eugenio Mandrini y Rolando
Revagliatti, 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/olivari.html
http://www.revagliatti.com.ar/act9002/mandrini.htm
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