Genoveva
Arcaute: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Genoveva
Arcaute nació el
14 de abril de 1953 en La Plata, capital de la Provincia de
Buenos Aires, donde reside, la Argentina. Es Profesora Nacional
en Letras, por la Universidad Nacional de La Plata. Es
co-autora, con Jorge Goyeneche, de la pieza teatral
“De dulce de leche y de
chocolate”. Fue incluida en las antologías
“La mujer rota” (en homenaje al centenario de Simone de
Beauvoir, México, 2008) y en dos editadas por la Biblioteca
Nacional de la República Argentina: 2008-2009 y 2010-2011. Sus
artículos y textos literarios se han difundido en numerosos
medios gráficos y digitales. Publicó las novelas
“Mandorla” (2007) y
“Biblopista. Tres casos
de Doris Milano” (2012), así como los poemarios
“Todas somos Frida”
(2010) y “Diario de
inminencia” (2015).
1 — Punto de partida.
GA — Es la
infancia, claro. Y curiosamente yuxtapondríamos el final, el
presente, el hoy de mi escritura. Es que estoy escribiendo mi
infancia. Y no por otra razón que ésta: mi hermano mayor —dos
años mayor— está pasando un trance de salud bastante difícil. Su
memoria, su lucidez se han vuelto frágiles. Lo ha alcanzado la
ola de pavor que nos acecha, llegada cierta edad. Y todo lo que
lo traslade al pasado es tierra firme para hacer pie. Y todo lo
que eche luz sobre sí mismo lo ayudará. Y a mí, efectuar este
acompañamiento inútil, no sé cuánto de eficaz será para él. Sí
para mí: la escritura sana, restaña, y este viaje hacia nuestro
pasado me resulta salvífico, como el trayecto a un territorio
sagrado, donde cada paso deja una cicatriz de alegría. Ese libro
se escribe solo, no recurro a la imaginación o a la fantasía. Lo
llamo, al libro, “Sino una infancia”, citando a Saint-John
Perse. ¿Qué hay allí sino una infancia? Por eso es un libro para
un solo lector, o para un solo oyente si es el caso de que
alguien se lo lea. Las primeras entregas lograron eco:
subrayados, correcciones, lágrimas. Me dicen que es terapéutico.
Empecé por un índice. Iré desgranando cada ítem, porque son
también los míos.
En la infancia vivíamos en un departamento de tres
ambientes, en primer piso, bien en el centro: Plaza Italia.
Ciudad de La Plata. Allí había ido a residir mi padre, con su
hermano, alquilando. Él era profesor de francés, había hecho la
escuela en Burdeos, aunque de familia vasca. Unos años de
Medicina y después a Humanidades. Su pronunciación, su
vocabulario, su dominio del idioma, le valieron cátedras y la
Dirección del Instituto de Lenguas Vivas, con el primer
peronismo. Allí conoció a mi madre, alumna bilingüe, hija de
franceses, que había pasado por Ingeniería y había terminado
pasándose a un estudio más llevadero. El profesor y la alumna,
es la historia de amor que me precedió. En ese departamento
había libros: ficción, historia, policiales y novelitas del
Oeste. Ecléctico, seguro, el gusto lector. Para entender lo que
secreteaban fui a la Alianza Francesa. Hice todos los cursos:
diez, once años desde los siete. Escuela pública en la primaria
y unas monjas sesentosas al principio de la secundaria. A mis
quince murió mi padre y rechacé la beca que me ofrecían para
seguir en esa escuela. Me fui a un bachillerato en Letras,
Normal 1, recién estrenado en mi ciudad. Es que desde muy chica
escribía, cuentos, con los personajes de las historietas
mexicanas que leíamos. Y, por supuesto, el estímulo de toda mi
generación: los clásicos volúmenes amarillos de la Colección
Robin Hood. Teniendo un hermano varón salí beneficiada con las
aventuras y él con los sentimientos. La cosa estaba muy
diferenciada por entonces.
Genoveva Arcaute con María Laura Fernández Berro y Jorge
Goyeneche en 2012
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2 — Egresaste del bachillerato en Letras.
GA — Y
pasé a la Facultad. Los tiempos se ponían oscuros, los adultos
nos asustaban con la “política”, pero todos entramos en el
juego. El que no era militante era despreciable, y advertimos
cómo los padres venían a La Plata a llevarse de vuelta a sus
hijos, a sacarlos del peligro inminente. Pero yo vivía a dos
cuadras de la Facultad y vi venir la tragedia, aunque los
detalles se supieron años después. El asunto es que el ’76 me
encontró recién casada, con el escritor y periodista Jorge
Goyeneche, a tres materias del título, sin trabajo y sin poder
pagar el alquiler. Terminamos en una casa prestada, con un bebé
y otro en camino, dando la última materia frente a Juan Carlos
Ghiano, reemplazante de los profesores fugados o desaparecidos
por la dictadura, con Pedro Luis Barcia en calidad de ayudante y
sin que nos pasearan enchastrados en medio de bocinazos y
alegría por toda la ciudad. Fuimos a buscar a nuestro bebé y
luego a casa en medio de una atmósfera opresiva y silenciosa.
Entonces fue la docencia, para sobrevivir, y la revista
“Humor Registrado” (y otras, “Sex Humor”, “Superhumor” y “Humi”,
de Editorial La Urraca), para respirar. Unas pocas horas en
colegios secundarios (privados; los del Estado eran revisados
por “los servicios”), sin antigüedad y la familia que crecía,
como está contado en
“Mandorla”. En el encierro, como refugiados; en eso se
fueron aquellos años. Y las notas publicadas, que nos daban
diploma de periodistas, de escritores, el maravilloso ida y
vuelta con los lectores, y la gente de la redacción, generosa y
paciente. Escribíamos en casa y llevábamos la nota a Buenos
Aires, si había que corregir, vuelta a La Plata y otro viaje a
tu ciudad para entregarla. Pagaban bien, un artículo quincenal
equivalía a cuatro horas mensuales, un curso, en secundaria. Por
entonces empecé los borradores de mi primera novela, que me
llevó, en suma, quince años. Borré mucho, quedó un librito
informe, denso, pero fiel a la imagen que llevaba dentro, digo,
de mí misma entonces. No puedo consignar otra cosa de mi
transcurrir literario: ni reuniones, ni ateneos ni lecturas, ni
presentaciones. La democracia nos encontró con treinta años,
cuatro hijos, trabajo docente a destajo. “Humor” murió de
menemismo. Nada la reemplazó, a no ser cierto espíritu satírico
en “Página 12” y algún magazine televisivo. Instaló un tono para
mirar la realidad, pulverizó para siempre la solemnidad militar.
Ella hizo de mí una humorista.
Genoveva Arcaute con compañeras del colegio secundario
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3 — Una humorista.
GA — ¿Cómo
tomarse en serio después? ¿Qué era de la vida literaria en mi
ciudad? Arrasaban los talleres literarios. Que me perdonen, pero
no creo en eso. Soy precámbrica. Los he dado, coordinado o
dictado, pero siempre fracasé. Perdón. Creo que el único taller,
la única escuela de literatura es la lectura, la lectura, y
después, la lectura. Nunca te recibirás, es lo bueno. Nadie
puede hacer que escribas. Debe ser una necesidad. Leí no hace
mucho a las postfeministas, me deslumbré. Leí la bellísima
novela “Ada” de
Vladimir Nabokov; leí “La
broma infinita” de David Foster Wallace, tremenda; leí una
breve historia de la irlandesa Claire Keegan y sigo
sorprendiéndome. Leer te rejuvenece.
Vuelvo. La generación siguiente, los jóvenes
alfonsinistas nos pasaron por arriba. Compensábamos en el aula.
La docencia es un arte, la comunicación con los jóvenes, el
debate, la confrontación con los grandes textos, con los jarabes
fuertes, el filo de la navaja que es la institución es tan
tonificante para ellos como para el maestro. Pero es un trabajo
de mierda. Dar treinta o cuarenta horas —yo no llegué a esos
extremos— para redondear un salario es degradante. Te quema, te
destruye. Los versos escritos en la libreta durante un parcial,
las notas o ideas en los borradores de clase quedan como deudas
con vos mismo. Con el escritor que debés ser.
Publiqué
“Mandorla” en 2007 para romper el fuego; nunca creí en la
edición solventada por el autor, pero me resigno. Todos
escriben, todos publican, las grandes editoriales españolas
devoran… Hay que reinventarse. La poesía me llegó como tormenta
en esos años. “Todas
somos Frida” estaba para corregir y ya había textos para
otro libro, en otra frecuencia, pero también estaba a la vista
la jubilación, el retiro. Recién entonces me asomé a la vida
social-literaria. Los jueves de lectura con Alicia Genovese y
después con Fernando Molle en la Biblioteca Carriego, la clínica
con Liliana Lukin en la Biblioteca Nacional me pusieron en
contacto con otros seres que, básicamente, estaban en lo mismo.
Y tan diferentes, únicos cada uno, con su lenguaje cifrado a
cuestas, puliendo y oyendo. Mientras, una platita proveniente de
los derechos de una Agenda ideada por Jorge y por mí, nos daba
pie al sueño antiguo de fundar una pequeña editorial
autosuficiente, donde el autor no cobra ni paga. Ni paga. La
venta de cien o doscientos ejemplares financia al siguiente y
así. Ocho títulos, narrativa breve, entre los que estuvo
“Biblopista…”, mi
novela policial-paródica-fantástica. Que se había ido
difundiendo como folletín en la revista “Oliverio”. El hilo se
cortó cuando publicamos una buena historia de escritor joven,
uruguayo, que no se vendió. Pero siempre se puede retomar, creo.
Mi obra se completa con
“Diario de inminencia”,
que conecta con la primera novela en lo temático. Una
autocrítica tierna de los años de juventud. ¿Y en qué estoy?: en
la revisión de un volumen de cuentos donde me reconozco un poco
más
mainstream y dos
novelas: una, breve, sobre la belleza y la mirada, y otra, sobre
el mundillo de los que escriben y sus miserias. Y ese otro texto
que mencioné al principio, para mi hermano. Los poemas, siempre.
Dice Julia Kristeva que uno es feliz cuando está enamorado,
cuando está en análisis y cuando escribe. ¿Qué más?
Genoveva Arcaute con compañeras de la escuela Normal nº 1
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4 — Hablemos de tu personaje Doris Milano, ¿te parece? Y
de esos tres casos que conforman la novela.
GA — Nace
como personaje de folletín, destinado a aparecer por entregas en
la revista “Oliverio”, de la Editorial Gárgola. Pero sólo el
primer episodio, “Cheques y libros”. Después quise continuar y
escribí dos episodios más, para completar una saga, donde se
combinaran los clichés del policial y ese elemento fantástico
que consiste en el poder de Doris de entrar en los libros y ser
testigo de tramas famosas, que sucede en el primer episodio.
Para cumplir el encargo de una multinacional que la contrata,
Doris se mete, con ayuda de su amigo Florén (recuerdo de la
librería Ameghino, de la calle Talcahuano), en
“Sobre héroes y tumbas”
de Ernesto Sábato, “Adán
Buenosayres” de Leopoldo Marechal,
“Los siete locos” de
Roberto Arlt, cuentos de Julio Cortázar y Horacio Quiroga,
descubriendo qué había allí que le hubiera dado tanto. En el
segundo se mete en los manuales de gramática escolares y las
aventuras de Emilio Salgari, por encargo de un ex alumno a quien
los libros habían hecho desdichado, y en el tercero debe
escribir un libro en base al cuaderno de notas de su esposo
presuntamente suicida y entrar en él para desentrañar un caso de
corrupción en el Senado. Una especie de recorrido por los
formatos y las posibilidades de su don, rondando siempre lectura
y escritura como llaves para develar sentido. Me divertí
escribiendo, me desafié, con el género, y me lo publiqué en
nuestra Editorial Parque Moebius, una tirada de cien ejemplares.
Cosa de que termine convirtiéndose en una lectura de culto, como
se dice. Inhallable.
Curiosamente también tuve algunas grandes satisfacciones
directas, como no suele ocurrirles a los escritores. Un
conocido, periodista, y autor de libros de investigación, quedó
fascinado con el último episodio. Una amiga encontró una
referencia a una historieta, de una revista infantil que no
volví a ver en ningún lado. Puesta como tantas, como una botella
en el mar. Y un programa de radio. El escritor Esteban Ripa
Mascaro me llamó para un reportaje; la lectura que habían hecho
de “Biblopista” fue
minuciosa y gozada. Creo que ya mencioné mi pasión adolescente
por los policiales, sobre todo las autoras, no sólo Ágatha
Christie, sino también Margery Allingham, Dorothy L. Sayers y
otros clásicos como Rex Stout, Ellery Queen, James H. Chase. Me
prestaban los tomos rojos de Editorial Aguilar. Probablemente la
persistencia de un personaje en distintas tramas me retenía en
el mundo de la historieta infantil. La actual preeminencia de
las series de tv demuestra este gusto que tenemos todos, creo.
Umberto Eco las estudió, sus particulares leyes de narración,
las cronologías, etc.
Genoveva Arcaute con los poetas Sandra Cornejo y Horacio
Preler
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Genoveva Arcaute con Horacio
Gómez
5 — “Agenda de los
escritores en el
tiempo”.
Con sucesivas ediciones, desde 2004 y continúa. ¿Nos describís
la iniciativa, las características de cada presentación, los
criterios adoptados?
GA — La
agenda surgió cuando Jorge dirigía “Oliverio” y la editorial
buscaba productos que la visibilizaran un poco más. Realmente
fue un
tour de force.
Presuponer que hay un hecho literario para cada día del año era
una tesis a demostrar. Y era así nomás. En 2004 los sitios de
internet no eran tan desbordantes como ahora y rastrear qué
había ocurrido de importante para las letras, por ejemplo, el 13
de noviembre, tampoco era fácil. Por el contrario, hay días en
que las muertes, nacimientos, o acontecimientos rastreables
protagonizados por escritores sobran, entonces hay que elegir y
cuesta quedarse con Eliot o Abelardo Castillo: a veces iban los
dos. En fin, después elegimos una frase o verso de alguno de los
implicados en cada página (tres días cada una). La idea era que
usándola, leyeras un fragmento de un escritor como si fuera un
augurio, una reflexión, un horóscopo de tu día. Funciona, claro
que sí. Se completaba con láminas: en la portada siempre hubo
una pintura relacionada con los libros o la lectura, antes del
inicio de las estaciones una pintura alusiva (el 2008 todo de
Giuseppe Arcimboldo), y antes del índice telefónico una
ilustración o dibujo de tema urbano. En el reverso de cada
lámina un fragmento más largo sobre el tiempo, las estaciones, y
así. Un objeto bello y súper kitsch, que nos puso como
seleccionadores de textos en todas las cadenas de librerías. La
agenda después pasó a manos de la editorial, nos compraron los
derechos. Ahora la hacen atemporal, creo, este año no la vi, no
pasamos a recoger nuestros ejemplares. El pequeño capital
obtenido fue a solventar los primeros cuatro títulos de Parque
Moebius.
6 — Con Jorge Goyeneche has encarado otras
responsabilidades: por ejemplo, la edición y corrección de
“En busca del tiempo
perdido” de Marcel Proust, para el sello “De los Cuatro
Vientos”.
GA — Sí,
habían comprado los derechos de Proust en español y había que
revisar y corregir los siete tomos. Fue un trabajo de verano, en
la PC grande, una puesta al día con esa lectura simplemente
grandiosa. No la tenía hecha sistemáticamente, sólo en partes y
en francés. Casi todo el trabajo consistió en correcciones
tipográficas y en algunas decisiones con respecto a la variante
neutra del español. Integrar y repasar ese mundo fue una de esas
experiencias literarias que supongo análogas a subir al Everest
o correr maratones. Puro placer y dificultad a vencer, como
querían los griegos.
Genoveva Arcaute a los trece años
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Genoveva Arcaute con la poeta Susana Siveau
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7 — Al menos uno de tus hijos, Jo Goyeneche, me entera
Internet, se halla en plena vinculación con el mundo artístico:
es poeta y músico de rock.
GA —Jo es
José Ignacio, el tercero de mis hijos, el músico. Estudió en
Bellas Artes, en La Plata, se especializó en violoncelo y
durante sus estudios armó varias bandas. Es el cantante y autor
de “Valentín y los Volcanes”. Se inscriben en la larga lista de
bandas platenses, una tradición que tiene que ver con el rock y
el hipismo, el rock comprometido o con contenido, y más cerca,
el pop. Indie pop es su línea, creo. Por mi parte le agradezco
mencionar siempre, en cada entrevista (y las hay por todo lo
alto) el medio en que creció, los libros, el rock nacional que
sonaba en casa, las guitarras, Silvio Rodríguez, la discusión
permanente del hecho artístico en todas sus variantes. Sus
letras son maravillosas, pequeñas joyas hechas canción.
También Martín, el mayor, docente de profesión, es
escritor: cuentos, poemas y novela. El camino difícil. Luis
podría escribir cuando lo quisiera, vaya a saber si no lo hace.
Por suerte el menor, Tomás, tiene toda la habilidad manual que
hace falta para sobrevivir. Y todos cocinan bien.
Leerse entre los miembros de una familia es una aventura
fuerte. Sobre todo si cumplen con la premisa de Kafka, sobre el
mar helado que llevamos dentro y cómo la literatura debe ser un
hachazo que lo quiebre.
Genoveva Arcaute con Luis y Ludmi Goyeneche
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Genoveva Arcaute con sus hijos en La Plata, en 1983
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Genoveva Arcaute con Ludmi, su nieta
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8 — Bien vale que nos detengamos en aquella pieza
humorística que obtuviera en 1989 el Primer Premio en el
Festival Nacional de Teatro Independiente, auspiciado por la
Secretaría de Cultura de la Nación, de la Municipalidad de
Buenos Aires y del Fondo Nacional de las Artes.
GA —“De
dulce de leche y de chocolate”,
para nada una obra infantil, nació como creación colectiva que
necesitaba texto. Y allí fuimos. Ya se acercaban las elecciones
del ‘83, y se respiraba con más distensión. El tema era
la venta, así que
propusimos varios episodios o sketches. La venta del alma, la
venta de defectos, la venta de aventuras, del cuerpo, de una
idea política. La estructura, ninguna, una suma ácida de
situaciones que nos daban felicidad.
Desestructurada y eficaz, terminaba con una canción que
preparaba al público a depositar en una gorra el monto que
mereciera lo que acababa de ver. Estuvo en cartel una década,
cambió tres o cuatro veces el elenco (Ricardo Matheos,
Diego Aroza, Claudia Ortiz, Luis Rende, Marcelo Allegro,
Graciela Andrini), era para una actriz y dos actores y luego se
adaptó para dos actores. La dirigió Daniel Dalmaroni. Se hizo en
plazas y universidades, en el pasaje Dardo Rocha y en tu ciudad,
en el Centro Cultural Rojas. Ya funcionaba sola. Hacer teatro,
desde el guión, pasando por la dirección, hasta la
interpretación, es un trabajo de equipo, de grupo. La antítesis
de la escritura, hecha en soledad y sujeción al propio arbitrio
de la gana y el subconsciente. En los ensayos y en cada decisión
está la discusión, la persuasión, el consenso finalmente para
avanzar. Y se va juzgando a medida que crece, que avanza hacia
el estreno. Hay una tensión y una adrenalina que imponen la
satisfacción. Inmediata. Y se puede corregir, se puede tener una
función mediocre y otra sublime. Hay amistad, lazos y
enemistades profundas también. Siendo dos autores, la primera
prueba estaba entre nosotros, y éramos implacables. Esta obra
está ligada en mi recuerdo al regreso a la democracia, al
estreno, diría yo, de una nueva era. La risa en las funciones
era una risa enorme, completa.
Escribimos más juntos: otra obra que se ensayó pero nunca
se estrenó, y guiones para una miniserie que una cooperativa del
interior empezó a filmar y de la que no vimos nada, y para la
actriz Juana Molina y la serie televisiva “Chachacha”. Esto a
principios de los noventa. No teníamos ni teléfono fijo en casa
para contactar y concertar citas. Y al mismo tiempo sumábamos
unas sesenta horas de clase entre los dos. Y la familia. Creo
que en ese campo las cosas se dieron a destiempo. Es un medio en
el que hay que estar, esperar a los productores, trabajar
in situ y
entregar antes que te lo pidan. Nada de eso podíamos. No puedo
menos que achacar estas frustraciones —más allá de saber que
pudo haber sido peor— a la dictadura, que nos comió esos años en
que uno se afianza y va sembrando.
Genoveva
Arcaute a los ocho
y a los quince años
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9 — ¿Qué opinás respecto de
que les hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura a la
periodista Svetlana Alexiévich (en 2015) y al cantautor Bob
Dylan (en 2016)?
GA — Ambos tienen en
común una especie de corrimiento con respecto a lo que es
literatura libresca, en rigor. Digo que ella es cronista,
periodista de origen y su obra consiste en una polifonía de
testimonios de hechos enormes para un pueblo: guerras o
catástrofes como Chernóbil. No la he leído, no hay mucho
traducido y tampoco entra en mi foco de predilecciones. Estoy
más a gusto con la ficción, la invención; el trabajo con el
lenguaje me parece más cercano a la
poiesis que la
crónica al pie de los hechos. Está claro que cuando algo muy
grave le ocurre a una generación en un lugar dado, lo más
urgente será comunicar, fiel y vívidamente lo que pasó. Después
llegará, como sublimación, otro estatus. Como ejemplo menciono a
“Pedro Páramo”, de
Juan Rulfo, una obra maestra de síntesis, de expresión, de
densidad de contenido, y que encierra el pasado de México como
en una cifra. En la otra punta,
“El diario de Anna Frank”
es un pedazo de vida, sin retoques, sin pretensiones, y resulta
ser lo más representativo de un drama tremendo escrito jamás.
Otra premiada reciente, Herta Müller, está más cerca de ese
ideal que señalo. Ella reconoce influencias del realismo mágico,
sus personajes son su creación y la poesía tiñe —pienso en
“La bestia del corazón”—las
páginas de la novela al mismo tiempo que retrata una dictadura y
lo que ocurre con un grupo de estudiantes.
Por su parte, Dylan, es un cantautor, su espectro es
masivo, sus letras, sencillas, lo que no impide un lirismo y una
eficacia considerables. Si aquella es la cronista, éste es el
juglar o trovador, dos formatos de la oralidad primitiva. ¿Será
casual? ¿O como lo vio Umberto Eco son consecuencias de un
revival del Medioevo, de una nueva oralidad? Tal vez, leemos
historias que pasaron ahorita nomás, a gente como nosotros,
lejos, muy lejos, pero esas distancias se anulan en la
actualidad, y vamos a las grandes plazas urbanas para escuchar,
muy bien gracias a los tremendos equipos amplificadores, a los
trovadores que cantan lo eterno.
No fui gran fan de Bob. En mi adolescencia, en los
setenta, la música en inglés nos parecía alienante y opresora.
Sí Los Beatles, pero no me satisfacía no saber qué estaban
diciendo. Me acuerdo haberle prestado un disco a una tía,
profe de inglés
para que me tradujera, “sacara” las letras. Consideré que eran
muy básicas y justo entonces apareció Joan Manuel Serrat con
Antonio Machado, Miguel Hernández y Rafael Alberti. La canción
latinoamericana se reinventó con la poesía de Silvio Rodríguez y
sí, me habré perdido mucho de la música, pero sin duda, entender
qué se canta: la ausencia, la rebeldía, el alcohol, también
importa.
Genoveva Arcaute con Ludmi, su nieta
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10 — ¿Qué podrías decir de la poesía que se está
escribiendo ahora en tu ciudad y localidades aledañas?
GA — No estoy
frecuentando las tertulias, presentaciones y lecturas. La Plata
es una ciudad inestable al respecto. A veces tenés ciclos de
poesía los jueves, por ejemplo, y a otro grupo se le ocurre dar
alguna charla, un jueves. Quiero decir que no hay una actividad
profesional, o sostenida. Tampoco una tradición. La escena
languidece. Quizás se deba a que la escritura es —creo que ya lo
dije más arriba— una actividad solitaria, que no se da mucho con
lo social. Leerse unos a otros es cortesía, hacer la devolución
consiguiente es de rigor, por lo menos yo me lo propongo, me
gusta hacer crítica, tengo formación, pero más allá ¿qué hay?
¿lectores comunes?¿el grande o pequeño público lector de poesía?
La distribución es nula y nula la promoción. Los programas de
radio sobre poesía están y participan de lo mismo: ¿quién
escucha? Creo que existe la amistad y si esos amigos son poetas
allí estamos y nos leemos y escuchamos. O comentamos lecturas:
Erri De Luca, Tomas Tranströmer, Pascal Quignard, y lo que
vayamos descubriendo. No quiero dejar de mencionar al más grande
de los últimos, en La Plata: Horacio Preler [1929-2015].
Genoveva Arcaute con Jorge
Goyeneche
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Genoveva Arcaute con Alicia Márquez, etc.
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11 — En el relato “El maestro de escuela de pueblo” de
Franz Kafka leo: “Las
razones del éxito y del fracaso son siempre equívocas.”
¿Siempre son equívocas?...
GA — No lo sé, habría que
definir ambos conceptos. Quizá el éxito que llega por razones
equívocas nos caiga bien de todas formas. Y los fracasos siempre
serán injustos. Creo que los mejores éxitos siempre son íntimos,
a solas, conocidos sólo por uno mismo. De todos modos, no son
categorías que desee aplicar a mi vida, en todo caso coincido
con K en que nunca sabremos a qué atribuir uno u otro resultado
a nuestras acciones.
Genoveva Arcaute en Tandil, provincia de Buenos Aires
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12 — ¿Acordás con que un escritor escribe un mismo libro
a lo largo de dos o más volúmenes?
GA — Acuerdo, en
principio, sí. A lo sumo escribe los dos o tres mismos libros
siempre. Algunas pocas líneas constituyen el meollo sin duda, de
toda obra más o menos extensa. O se escribe la preparación de un
libro capital que llega después, en la plenitud o más tarde, en
el momento justo que precede al declive. Cervantes, ensaya El
Quijote una y otra vez y después ensambla, ajusta todo su
material en una obra sola. También Wallace escribe y escribe
sobre la sociedad norteamericana y sus sombras, una y otra vez y
finalmente compone una gran sinfonía que incluye todo, y se
mata, cerca de los cincuenta años. Pero, de otra forma, algunos
ejemplos hay de obras, novelas digo, que se parecen como
hermanas: Patrick Modiano conserva el mismo tono, la misma
calaña de personaje en tramas distintas, pequeñas historias que
no difieren demasiado de la gran trilogía de la ocupación. De
alguna manera ahí concentra sus talentos, pero en las otras
agrega y amplía, hace variaciones. Otro autor que prueba y
prueba es J. G. Ballard. Sus utopías negativas se centran en el
agua, en el ambientalismo, en los condominios o las autopistas,
como si ninguna agotara la imagen que puede adoptar un futuro
desgraciado para la humanidad.
En cuanto a mí, los dos libros de poesía son diferentes
en muchas cosas. El lenguaje neobarroco de Frida está, creo, en
otros poemas inéditos, sé que es una de mis inflexiones.
Mientras “Diario de
inminencia” retoma imágenes y procedimientos de
“Mandorla”, que es
prosa. Supongo que escribiendo disponemos de un repertorio
limitado de obsesiones y lo vamos desplegando.
Genoveva Arcaute con sus hijos
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Genoveva Arcaute con su hijo José Ignacio Goyeneche
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Genoveva Arcaute con Ludmi, su nieta
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13 —
En un ensayo de Sergio Olguín y Claudio Zeiger (“La narrativa
como programa. Compromiso y eficacia”), afirman:
“…Haroldo Conti encontró
en Pavese un modelo de escritura a seguir…” ¿Has encontrado,
Genoveva, en determinado escritor un modelo de escritura a
seguir?
GA —
En línea con la respuesta anterior, opino que para cada una de
esas posibilidades de expresión que puede ejercer el escritor
hay una o varias referencias explícitas o subconscientes que lo
marcan. Como homenajes o tareas que hace en su orfandad, para
complacer al maestro. Que no es otro que la experiencia lectora
activa que tuvo en sus lecturas previas. En mi caso, las
peripecias de las lecturas infantiles y juveniles, los poetas
rotundos como Miguel Hernández y César Vallejo, y en otro
extremo los humoristas de costumbres, ingleses o franceses. Creo
que los une el impacto, la sorpresa, el ingenio.
Los Lamborghini, Leónidas y Osvaldo, en poesía,
efectismo, profundidad, dramatismo, transgresión, incluso
fealdad, y contraste. Georges Pérec es un maestro, pero también
Daniel Pennac. Me hubiera gustado escribir
“El escupido”, del
dominicano Manuel del Cabral.
Me interesan especialmente algunas mujeres que exploran
modos narrativos específicos del género como Doris Lessing. Y me
culpo por no encontrar inspiración en algunos consagrados.
Genoveva Arcaute con María Silvia Pervieux, etc.
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Genoveva Arcaute con Jorge Goyeneche, etc.
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Genoveva Arcaute con Gustavo Tisocco, Patricia Corrales,
etc.
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14 — ¿Expandimos acá algo de lo que se sabe,
públicamente, poco?: tu condición de traductora de francés.
GA —
Soy hija de francófonos. Mi padre vivió en Burdeos —como ya
conté— hasta los trece años, y mi madre en el campo, cerca de
Junín, provincia de Buenos Aires, con sus padres inmigrantes,
oriundos de Ardèche. Mi abuela materna daba clases de francés a
las hijas de los estancieros y se llevaba con ella a sus dos
hijas, que siguieron después sus estudios en La Plata, en la
universidad. Allí conoció ella a mi padre. El idioma de mi
infancia es de léxico francés y sintaxis española. Mis primeros
libros fueron los de Hachette, después las
comptines, las
novelitas rosa de mi abuela, y Jacques Prévert, Eugène Ionesco y
la gramática de toda la Alianza Francesa. Sumemos los cuatro
niveles de latín (y los cuatro de griego).
Pero soy traductora natural, no he dejado nunca de leer
mucho en francés. Traduje a Paul Valéry y a César Chesneau Du
Marsais, un filósofo de la ilustración para Saltana, el sitio
web de traducción.
15 — ¿Cuáles creés que son los elementos que determinan
tu poesía? ¿A qué valores poéticos adscribís?
GA —
Retomo lo dicho: ruptura en la expresión, búsqueda de efecto,
coloquialismo y cultismo. Sátira. Me conmueve el abismo de lo
cotidiano, el vacío apabullante del presente, y quiero dejar
constancia. Poesía irónica, que despoje lo obvio de su obviedad.
No sé, es difícil describirse cuando apenas se puede atrapar una
visión de lo fugaz que nos roza.
Genoveva Arcaute con Alejandra Aguirre y Walter Cassara
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Genoveva Arcaute con Esteban Ripa Mascaro, etc.
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16 — Animales legendarios:
¿Tritón, salamandra, lamia, leviatán o hidra?
GA —
Salamandra, sin dudar. No dejo de mirar el fuego con la
esperanza de verla alguna vez.
Genoveva Arcaute con Alejandra Aguirre
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17 — Rodolfo Walsh explicó:
“Soy lento, he tardado
quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda”.
¿Has evolucionado lenta o muy lentamente en algún aspecto?
GA — Ambos —y todos los
ismos— son meros. Hemos evolucionado a las patadas pero no sé si
a la izquierda. Tampoco ciertamente a la derecha. Una se ha
revelado incapaz de armar una sociedad justa que perdure, avance
y se adapte a los tiempos. La otra ha demostrado ser la única
ley en occidente. Los líderes del pueblo, apenas tienen una
punta del lienzo del poder se transforman en potentados que
viven a cuerpo de rey. ¿No era que el capitalismo…? Se ponen a
consumir como desaforados y acumulan riqueza para tres
generaciones. La hipocresía y la mentira se escondieron detrás
de las ideologías. Como se sabe, Aldous Huxley le ganó a George
Orwell. El capitalismo es cruel y opresivo también, pero
¡voluntario!
Creo que hay dos o tres principios (que podrían ser los
del cristianismo original: amar al prójimo, despojarse de lo
superfluo, no matar) que suenan a utopía descabellada tal como
están las cosas. ¿Qué tal un poder diluido al máximo posible y
una burocracia implacable y anónima que distribuyera de tal
forma que la brecha entre ricos y pobres se achicara hasta
borrarse o poco menos, y fuera sólo una brecha de
responsabilidades? Ja.
Genoveva Arcaute con Estela Zanlungo, Jorge Goyeneche,
Alejandra Aguirre, María Krill, etc.
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*
Genoveva Arcaute
selecciona poemas de su libro inédito “Desmitomientos” para
acompañar esta entrevista:
Moby
Mole móvil que huye
y dicta ¡tocarla!
ponerle mano encima
hielo que esconde
cúmulo algodón
¡toco mancha! arde
veneno de promesa
en vano
Encuentro nave
casi sin moverme
móvil
diccionario
guarda el
sinsentido
blanco en el mar
gris
de la palabra dada
Sólo tenerla a mi
merced
placer mi sed con
capitán y todo que termina—
acaba en donde
empieza el nombre
Disposición entera
figura del deseo
absurdo incómodo
zoomorfo incordio
en el abrazo avaro
Ahab instila sus
arpones
la impaciencia
llevármela del
cable
anzuelos como vigas
No voy a ir por
menos.
*
Estudio
Matisse decora
el cuarto para ella
elige su vestido
ordena
la piel de su
desnudo
—Henri— le dice
ella
—parezco una señora
junto al frasco de
dalias,
el té, el
empapelado,
las losanges
chillonas—
Él le dice —Señora
prostituta
con guitarra,
el peinado
y las manos y el
talle
son míos.
*
Martes (chica
rolling)
Entre las flowers
Ruby
sólo trabaja un día
para la canción.
El resto yuga
como cualquier
criatura
de este barrio.
Apenas entrevista
ya se le pone un
sueño
un consejo gastado.
Qué habrá hecho el
domingo
y la lluvia.
Si no la ven
no hay canción.
Mick descansa
no quiere estar
viejo
Su sangre
black-vinilo
fluye en llamas de
hielo
y la vieja Ruby
sea lunes o jueves
sigue repitiendo
el consejo del
rock.
Pero ya no la
escuchan
aunque atienda el
martes.
*
Apprivoiser (el
Petit Prince se empecina en estereotipos)
¿de qué priva a la
rosa
el niño póster de
la fantasía?
¿de qué priva a la
zorra
—su irónico y
erróneo anagrama—?
pobre rosa cortada
al capricho de la
moda
no se atreve a
llevar otro color
que no sea el de
temporada
pobre zorra que
abandona su rúbrica
para faldear con el
príncipe
Atraído por el
hierro de la máquina
y la conversación
se deja caer por
aquí
después de su
jornada por los cielos
—como ulises o
quijote
o marcel de los
relojes—
y baja para el
ritual del beso
después
desvanecerse
que lo esperen
oh rosa
oh zorra
sólo el amor os
hace únicas.
*
Ceferino en el día de su beatificación
Pobre pibe que juega a la pelota
en el patio de los salesianos.
Primo de la Malinche en el sur-sud
lenguaraz de latines
raya al medio trajeado
en la foto
de los colectiveros:
¿Cuándo vieron la espiga que te adorna
los tuyos de la estepa
sus ganados y sus dioses?
Una roma extranjera
haciendo buena letra
huella arenas ajenas
y reza a cuatro vientos
plegarias
que los vientos escupen
entre colmillos
de ballena o gliptodonte.
Namuncurá tu nombre
¿porqué no lo olvidaste?
*
Sala de parto
(diatriba
laudatoria al padre Borges y su crío de humo)
Unánime noche del
coito fantasma.
Pudor del dormido
que ha comido arroz
y ninguna píldora.
Lacerado y grave
—heridas del parto—
engendrará un hijo.
Útero del cráneo
placenta de seso
y líquido cefálico—
¿Por qué un
varoncito, réplica del padre?
viudo casto célibe
obsesión deseo
líbido de humo
lividez de
miembros.
Fabrica un mancebo
sin madre parido
condenado al papel
y la fogata.
Criptograma entre
bambúes
y potros de piedra.
Mendigo virtual
cuento de la buena
pipa.
Fuego frío de un
amor
sin carne sin
mujer.
*
Genoveva Arcaute con Horacio
Gómez
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La
Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta
kilómetros, Genoveva Arcaute y Rolando Revagliatti, diciembre
2016.
www.revagliatti.com
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