Gerardo Lewin: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Gerardo Lewin
nació el 20 de diciembre de 1955 en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires (donde reside), la Argentina. Recibiendo el título de
Actor Nacional egresó en 1980 de la Escuela Nacional de Arte
Dramático. Establecido en Israel, cursa en 1984 estudios de
Máster en Dirección Teatral en la Universidad de Tel Aviv. En
Buenos Aires, a través de IUNA (Instituto Universitario Nacional
del Arte) obtiene en 2004 su Licenciatura en Actuación. Entre
1977 y 1981 actuó, entre otros, en los espectáculos “Alicia a
través del espejo” de Lewis Carroll, “La pirámide” de Oscar
Feijóo, “El héroe de la Samobroone” de Jacobo Greber, en la
Argentina, y entre 1983 y 1985 en “Víctor, o los niños al poder”
de Roger Vitrac y “Los inmigrantes” de Slavomir Mroczek, en
Israel. Incursionó como actor en televisión, filmes de corto y
largometraje y publicidad. Durante 1986 realizó locución en
producciones cinematográficas. Y en los países citados ha
ejercido la docencia teatral en instituciones privadas y
públicas. En el género dramaturgia concibió la farsa policial
“Nieblas del Támesis”.
Su poemario publicado es
“Amores muertos” (El Jabalí Ediciones, Buenos Aires, 2003).
Inéditos permanecen
“Tránsito” y “Nombre impropio”. Poemas suyos fueron traducidos al portugués por
Roxana Lewin. Es el traductor, por ejemplo, del poemario
“Vago” de Tal Nitzan (Ediciones Pen Press, Nueva York, Estados
Unidos, 2012), “Una novela
vienesa” de David Vogel (Editorial Minúscula, Barcelona,
España, 2013), “Antología
de cuentos” (selección del Instituto para la Traducción de
Literatura Hebrea (ITHL): textos de Yossi Birstein, Yitzhak
Orpaz, Etgar Keret, Reuven Miran, Alex Epstein, Dan Tsalka y
Amós Oz), además de traducciones socializadas en revistas y
periódicos de México. En 2007 fundó
http://decantasion.blogspot.com.ar:
“Un blog de traducciones
de poesía hebrea de acá y allá, de ahora y de otrora”. Entre
2002 y 2007 fue uno de los coordinadores del ciclo de poesía “El
Orate y La Musa”.
Gerardo Lewin con Niels Hav
1 — ¿Has tenido durante tu formación teatral algún maestro o maestra
“inolvidable”? ¿Qué te resultaba más grato e ingrato en la
juventud y cómo es en la madurez? ¿Volverías a cursar por los
andariveles “oficiales” o te inclinarías por la capacitación por
fuera de la que provee el Estado?
GL
— La verdad es que llegué al teatro por casualidad y no por
vocación. Lo hice porque creía que me ayudaría a superar mis
problemas de timidez y expresividad. Para decirlo más
claramente, especulé con que estudiar teatro haría de mi un
galán más (o al menos mínimamente) eficiente. Tuve mucha suerte
con mis maestros: tengo un magnífico recuerdo de Víctor Bruno,
nuestro profesor de actuación hasta el segundo año, así como
de quien lo sucedió hasta quinto, Nina Cortese (si a
alguien le cabe el adjetivo inolvidable es a ella: no sólo nos
inició en el conocimiento de autores ignorados por nosotros,
sino que me estimuló en la escritura y la frecuentación de la
poesía). No puedo dejar de mencionar a un genio que tuvimos y
que pasó desapercibido: Roque de Pedro, nuestro profesor de
música. La experiencia teatral puede ser muy grata o aterradora,
casi como cualquier religión. La ebriedad de adrenalina que
proporciona el escenario, según cómo lo procesa cada quien,
puede llevarte a la cima del arte o destruirte.
Sobre lo que resulta o no agradable en las distintas
etapas de la vida, afirmo que prefiero ser quien soy, a la
fecha. Agradezco que —en este universo— el sentido del tiempo
sea único. La diferencia entre mis edades de hombre puede
expresarse en una sola frase de inspiración socrática: antes no
sabía nada y ahora sé que nunca lo sabré. La diferencia es la
ansiedad por saber o, si lo preferís, la angustia por no saber,
que es distinta de la curiosidad. Saber, ¿qué? Todo: qué hay
después de la muerte, si es posible que exista una sociedad más
justa, cómo lograr el corazón de las mujeres, cómo escribir el
mejor poema del mundo. Hoy sé que esas preguntas no tienen
respuesta o tienen infinitas respuestas, lo mismo da.
Respecto a la educación o la capacitación, como la
llamás..., al contrario
de lo que me inculcaron mis padres, la educación es una posesión
volátil. Más en estos días. Poco de lo que aprendí me sirve para
algo. Sé que me capacité para múltiples tareas, pero a fin de
cuentas sólo realizo algunas pocas. La rutina, la monotonía y el
mecanicismo son también maestros: cuando efectuamos un acto y no
sabemos ya cuántas veces lo hicimos anteriormente, es probable
que podamos considerarnos expertos. Aunque sea en el arte de
subir las escaleras de la casa en la oscuridad. No es necesario
acudir a ninguna escuela ni suscribirse a algún taller para
lograr eso.
2 — ¿Cómo
eras —nos preguntamos los que te conocimos recién cuando
exponías tu poética en cafés literarios— entre 1977 y 1985, en
tu período de actor en los teatros Payró, del Centro (en Buenos
Aires) y en los de la ciudad de Tel Aviv? ¿Cómo
eras cuando interviniste en el largometraje “El infierno tan
temido” de Raúl de la Torre, y cuando premiaron tu labor —IX
Concurso Internacional de Cine Amateur de la República
Argentina— en el cortometraje “La pared” de Eduardo Feller? ¿Por
qué no persististe en la carrera teatral? ¿No llegaste a
dirigir?
GL
— Era un pibe muy a la deriva, con muchas ilusiones y un poco de
ego. Lo que rescato de esos años es el aprendizaje del disfrute,
en lo que a la poesía se refiere. El disfrute de lo milagroso,
lo maravilloso del arte. Participar en los reductos
que le daban a los poetas la posibilidad de leer era
emocionante. Yo guardo un recuerdo muy agradecido, por ejemplo,
a las chicas organizadoras del Ciclo de Poesía "Zapatos Rojos".
Para mí, leer un poema ante un auditorio era tocar el cielo con
las manos. No exagero: para mí fue una revelación.
Mi labor como actor fue corta y concluyente: soy tímido,
cerrado y en el teatro tiendo a mirar sólo el texto y su calidad
literaria. El actor nato pone en juego su cuerpo, cierto grado
de exhibicionismo del que creo carecer o al que supongo no me
atrevo a alcanzar. El premio que mencionás bien pudo haberse
declarado desierto. Sin embargo, cada tanto me echo un poco de
sal en la herida y fantaseo con dirigir teatro. Otro modo de
acercarme a lo teatral fue a través de la traducción: he
intentado interesar a directores en montar piezas teatrales de
dramaturgos israelíes. Hasta ahora, no logré convencer a
ninguno.
Gerardo Lewin con Osvaldo Asher Ben-Hay Borochnikoff
3 — Has sido
docente de teatro durante la década del ’80 en instituciones,
organizaciones, centros educativos. ¿Te complacía ese rol? En
2007 retornaste a él cuando estuviste a cargo de un Taller de
Declamación destinado a poetas y actores, auspiciado por el
Centro de Estudiantes de la Facultad de Farmacia, de la
Universidad de Buenos Aires. Sé que en el horizonte de la
iniciativa cabía responder este par de inquietudes:
“¿Cómo decir un poema?
¿Qué mecanismos se ponen en juego?”.
GL
— La docencia fue algo muy divertido que me permitió subsistir
durante bastante tiempo sin necesidad de trabajar demasiado. No
era, sin embargo, un rol que me complaciera; y decidí
abandonarlo. Me faltó paciencia y método para ser un buen
docente. Distinta fue la experiencia del taller de declamación,
porque respondió a una inquietud mía, en un momento en que podía
plantearme una experiencia "docente" sin necesidad económica de
por medio. De hecho, lo planteé como un taller gratuito, porque
consideraba que no estaba enseñando, sino liderando un
aprendizaje en el que yo mismo estaba incluido. El taller
recorría aspectos como la dicción, la proyección de la voz, el
ritmo, la versificación. Cómo articular ese andamiaje con la
emoción. Estaba planteado desde una óptica un tanto
privilegiada, porque yo había vivido en ambos mundos: el de la
poesía y el del teatro. Por eso el taller se dirigía tanto a
actores como a poetas. Trataba de tomar una doble distancia. Por
un lado, de los poetas, ya que muchos leen horrible
—probablemente, algunos, adrede—. Hay quienes suelen establecer
que lo importante son las palabras y que en la lectura debe
licuarse toda sombra de
pathos. Por el contrario, para el actor (en especial
los actores del método) lo importante es
su expresividad, sus emociones, su voz. Cosa que hace que,
muchas veces, un actor no entienda siquiera de qué trata el
poema. Hubo en nuestro país una tradición de declamadores,
actores que tenían una sensibilidad y una inteligencia especial
para encarar un poema como una pequeña escena. Me remito, claro,
a Berta Singerman, pero también a Inda Ledesma, Alfredo Alcón
(quien ofrecía recitales de poesía) y otros menos sospechables
de operar en el rubro declamatorio: Héctor Alterio o Luis
Brandoni. Humildemente, el taller se planteaba retomar ese hilo.
Gerardo Lewin con Rolando Revagliatti en 2007 - Foto Daniel
Grad
4 — ¿Tu única
incursión en la dramaturgia ha sido con la farsa policial
“Nieblas del Támesis”?
Supongo que no se ha estrenado y que permanece inédita. ¿Es así?
¿Hay alguna otra pieza por allí, acaso abandonada?
GL
— No hay ninguna otra, por ahora. Se me ocurren argumentos de
posibles piezas —de
hecho, durante años quise escribir una de ficción fantástica
alrededor de la figura de Leopoldo Lugones—.
“Nieblas…”
es una obra de juventud que, con la excusa de la farsa y la
parodia a las viejas películas policiales negras, habla de la
historia de la violencia en la Argentina. Es un poco extraña en
cuanto a las escenografías: un bar, un laboratorio decimonónico,
un estudio de radio, un museo, un tren en marcha... Escenarios
que apelan a los clichés de las películas de misterio. Es para
un elenco de entre seis y ocho actores: hay un detective
privado, una cantante, un científico loco, un músico jorobado...
Se la he ofrecido a varios directores. Todos la alaban, quiero
creer que con sinceridad. Nadie la monta.
5 — Ignoro si te
propusiste la redacción de alguna novela, pero “me suena” que sí
tenés cuentos o relatos. ¿Cuál es esa producción más secreta?
¿De qué trata?
GL
— Sí, tengo cuentos a los que quiero mucho. He estado pergeñando
una serie de crónicas titulada
"Atención obsesivos de
Caballito y alrededores". Me cuesta, confieso, salir de la
situación poética y pasar a una instancia puramente narrativa.
Escribí cuentos en los que yo mismo era el protagonista: la
muerte de mi padre, encuentros con amigos, un tío
esquizofrénico... Mi producción más secreta son los poemas que
vengo escribiendo desde hace años y que olvido. De pronto abro
un cajón, reviso una carpeta y leo: pucha, cómo pude no ver aquí
el poema escondido. Los que creo mejores surgen de ese encuentro
con ideas relegadas, perdidas. Es como si revisitara la obra de
algún otro, el regalo inesperado de un desconocido.
Gerardo Lewin con José Emilio Tallarico, Daniel Barroso y
Alejandro Méndez Casariego
6 — Entre otras
labores de traducción, una me llama la atención: la que
realizaste para la televisión israelí.
GL
— Fue una de esas cosas fortuitas que surgen. Ocurrió que gente
de la colectividad quiso armar aquí una repetidora de programas
israelíes. Por una cadena de amigos me reclutaron como
traductor. Como tengo cierta facilidad para la comedia, me
encargaron el subtitulado de un programa de entrevistas de un
cantante, un tal Guidi Gov, personaje muy en el estilo Woody
Allen (su esposa, Anat Gov, dramaturga fallecida a fines de
2012, es la autora de “Oh, Dios mío”, representada en Buenos
Aires). A pesar de lo modesto del puesto, fue para mí una
instancia seminal, porque me obligó a traducir canciones, que en
realidad eran poemas musicalizados. Ése fue el germen de mi
blog.
7 — ¿Por qué
permanecen inéditos un par de poemarios? ¿Qué sesgo tiene
“Tránsito” (qué transita)?
GL
— El poemario “Tránsito”
permanece inédito porque mutó y se mutiló. Ahí anda,
recuperándose. “Tránsito”
alude al tránsito de vehículos en una calle porteña y en
simultánea a la idea mística de “tránsito”, en el sentido de
pasaje directo de un plano de existencia a otro, más espiritual.
Así, se habla del tránsito de la Virgen, de Mahoma o del profeta
Elías: seres que sin sufrir la muerte física pasaron al más
allá. Permanece inédito porque todo ese material que mencionás,
que se refería a íconos culturales (series televisivas,
personajes de historietas, etc.) cobró volumen y peso específico
y emigró al otro libro inédito: “Nombre impropio”. “Tránsito”
queda, entonces, como un poemario íntimo, mayormente poemas que
hablan sobre el amor y otras desdichas. Permanece inédito,
además, porque el poeta Javier Cófreces —el de Ediciones en
Danza— tuvo la inconsulta idea de publicar un poemario con ese
mismo título, “Tránsito”.
Un libro muy feliz, por cierto. Consideré que ya era demasiado
el exponer al exiguo público de lectores de poesía a un mismo
título en el transcurso de un siglo, lo cual podía dar lugar a
confusiones o malas interpretaciones. No quisiera yo recibir,
sin merecerlo, los halagos por el libro de Cófreces ni menos aun
—por supuesto— que él reciba los denuestos que me sean
destinados. Entonces
“Nombre impropio” se quedó con todos esos textos cuyos
referentes son personajes de series, de historietas, de
películas... Creo que constituyen, en definitiva, un rebusque
actoral, a la manera de monólogos. La lista fue creciendo: un
hombre lobo, un zombi, Richard Kimble (el fugitivo) y su
triángulo enemigo: el hombre manco y el inspector Gerard. Están
la novia de Frankenstein, Isidoro Cañones, Shemp Howard (el
menos
transitado de los
tres chiflados), Micky Mouse, Los Invasores, El Túnel del
Tiempo... En todos los casos hay un cariño por lo fantástico,
por un mundo imposible en el que quisiera residir, una variante
del tránsito hacia una dimensión, si no desconocida, al menos
poco frecuentada.
Gerardo Lewin en 2003 con Beby Pereyra Gez, Carlos Dariel,
D.R.Mourelle y José Luis Mangieri-Foto de Daniel Grad
8 — Tu
“Amores muertos” lleva
en su contratapa un impecable texto del poeta Alejandro Méndez
Casariego. Y fue editado bajo el sello que dio nombre a una
revista de poesía: “El Jabalí”. La editorial estaba a cargo de
otro poeta: Daniel Chirom (co-director de la revista), ya
fallecido, y como vos, Gerardo, nacido en Buenos Aires en 1955.
Imagino que eran muy amigos y se conocerían desde jóvenes.
GL
— Con respecto al texto de Alejandro, presumo que lo tiñe un
sentido de amistad que valoro, y obnubila su juicio. En cuanto
al querido Daniel Chirom, es cierto que llegamos a ser amigos,
aunque no nos conocimos sino después de su presentación en “El
Orate y La Musa”. Hubo una afinidad concerniente a nuestra
cercanía a lo judío. La gente pensaba que éramos hermanos o
primos, puesto que existía entre nosotros parecido físico. Quizá
lo fuéramos, como reza cierto humor paisano: siglos de endogamia
no pasan sin dejar huella. Su decisión de editarme fue producto
de su confianza en mí como persona, más que de su apreciación
literaria. Le agradecí y aún le agradezco profundamente ese
gesto. ¿Qué más decir? Era un tipo extraordinario, su muerte
ensombreció un poco más el mundo: hasta el final supo reír,
apreciar una charla o el cuerpo de una mujer bonita.
Gerardo Lewin con Ivana Szac, A. Méndez
Casariego, J. E. Tallarico, R. Revagliatti, Ángel Marcelo, Ángel
Raúl Vaona, Cristina Quinteros y Lili Díaz
9 — ¿A qué traductores al castellano de poesía hebrea
tenés como referentes? ¿Qué tipo de dificultades predominan en
la traslación del hebreo al castellano?
GL
— Los colegas que me enseñaron y me aportaron son nombres
desconocidos para la mayoría de los lectores, pero es una buena
ocasión para mencionarlos: Eliezer Nowodworski, Raquel García
Lozano (que ha traducido toda la obra de Jehuda Amijai al
español) y Ana Bejarano, quien me impulsó a seguir adelante en
esta vidriosa profesión. La traducción del hebreo al castellano
es casi una ciencia en sí misma, y a sus abanderados se los
denomina
hebraístas. Los
hay desde la época del rey Alfonso
El Sabio y su Escuela de Traductores de Toledo, que aún subsiste
como un punto de encuentro entre las tres culturas ibéricas: la
latina, la arábiga y la hebrea. Sin ser un experto, creo que el
principal problema que tiene la traducción del hebreo al español
es un derivado del principal problema que tiene el hebreo mismo,
y es la confrontación entre un idioma litúrgico y sacralizado y
una lengua de uso cotidiano y práctico. ¿Cómo se pasa de lo
sagrado a lo profano? Es frecuente hallar en escritores hebreos
referencias y citas bíblicas. ¿Cómo traducirlas? ¿Usando Reina
Valera o la Biblia de Jerusalén?
10 — ¿Qué motivos
te impulsaron a residir en Israel y qué decidió tu retorno?
¿Estuviste en otros países?
GL
— Lograr una beca para un máster en dirección teatral en la
Universidad de Tel Aviv. Si bien no obtuve ese título, pude
estudiar como alumno supernumerario en la carrera del Máster. La
Universidad genera sus propias puestas, tiene un elenco de
directores residentes y se vive el espíritu candente de la
producción teatral real, no en un laboratorio sobre una torre de
marfil. Mi retorno tuvo que ver con cierto hartazgo del
conflicto y de lo bélico. No estuve en otros países, excepto
aquellos que visité con mi imaginación. Que tampoco han sido
muchos.
Gerardo Lewin con Gabriel Kornreich
11 — “El Orate y
La Musa” fue una propuesta innovadora. Ciclo en donde
el protagonista era un poeta invitado, se lo entrevistaba
largamente y él leía sus textos. Sigo lamentando que no haya
quedado documentada aquella iniciativa. Participaron
Roberto Daniel Malatesta,
Irene Gruss, Javier Adúriz, Griselda García, Luis Raúl Calvo,
Leonor Silvestri, Laura Yasan, Jorge Fondebrider, Paulina
Vínderman, Alberto Muñoz, Santiago Sylvester, Susana Szwarc,
Fabián Casas, Inés Manzano, Jorge Santiago Perednik… ¿A quiénes
no cité? ¿Quiénes fundaron el Ciclo y qué otros poetas
integraron la nómina de coordinadores en diferentes etapas? ¿Qué
te ha dejado aquel trajín, Gerardo?
GL —
Estoy de acuerdo en que fue una propuesta innovadora, casi a
pesar nuestro. La nota la dio el espíritu de aprendizaje:
nuestra intención (la mía, al menos) era aprender, preguntar,
conocer. Abordábamos a los poetas desde la humildad total y el
acercamiento era de respeto, de indagación y, si me apurás un
poco, también de homenaje. Lo único que quedó de esos encuentros
fueron las fotos y la amistad. A la lista que mencionás agrego a
Leopoldo (Teuco) Castilla, Graciela Zannini, Amadeo Gravino,
Tamara Kamenszain, Héctor Miguel Ángeli, Alejandrina Devescovi,
Rodolfo Edwards, María Rosa Maldonado, Leonardo Martínez, Daniel
R. Mourelle, Claudia Masin, Héctor Urruspuru (nuestro primer
invitado), Esteban Charpentier, Miguel Gaya, Pedro Mairal,
Esteban Moore, Gerardo Gambolini, Silvia Noemí Pastrana, José
Luis Mangieri, Guillermo Saavedra, María del Carmen Colombo,
Rodolfo Godino, Flavio Crescenzi, María Malusardi, Daniel
Chirom, Rolando
Revagliatti... Seguramente olvido, también yo, algunos nombres.
Los otros dos fundadores del Ciclo, en 2002, fueron Alejandro
Méndez Casariego y José Emilio Tallarico. Seguimos hasta 2005.
Tuvo una breve resurrección en 2007. Intervinieron en la
organización y coordinación, por lapsos, Myriam Rosenberg,
Graciela Tustanosky, Fabián Cerezo, Rubén Andrés Arribas y Pablo
Javier Resa. ¿Qué me
ha dejado aquel trajín?: hermosos recuerdos, grandes poemas, el
mejor y el más pleno sentido de la palabra.
Gerardo Lewin con Florencia Walfisch y
Alberto Szpunberg
Gerardo Lewin con Rodolfo Godino y José Emilio Tallarico
*
Gerardo Lewin selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
Piedad para la planta artificial
Malgasto sentimiento
en algo que vegeta en un
rincón.
Naturaleza muerta.
Olvidada bajo polvos.
¿Es este poco más que muerto
amor
lo que produje, mi triste
floración?
Engañosa. Insensible.
Los
adjetivos no la matan,
no la reviven.
Verdor inerte que no
perecerá.
(Inédito de
“Tránsito”)
*
Patio
El limonero de casa es
infeliz.
¿Hay otro modo de decirlo?
Vive, pero no ha dado frutos
y en su tristeza amarillenta
me insinúa: deja ya de
regarme...
¡Ah! ¡Si sólo pudiera irme,
lejos!
Ahora, en esta fresca noche
de primavera vieja,
yo escribo y él deja caer
una hoja seca.
(Inédito de
“Tránsito”)
*
Fin de semana en Solaris
No habrá más mundos que éste
que para ti convoco;
materia otra que la que aquí
conjuro.
Atravieso espejismos,
me hundo en alucinaciones
que con tu rostro se
disfrazan.
Incorpóreos engaños que
simulan tu aroma.
Y contra mí conspiran
odiosas estadísticas,
antagónicas leyes prohíben
nuestro encuentro.
¿Cuántas vidas debería vivir
hasta que esta pompa de
jabón
asuma nuestras formas?
Nada guardo de ti sino tu
ausencia.
(Inédito de
“Nombre impropio”)
*
Mickey is back
En el retorno del aprendiz
de brujo
suena fantástica la sinfonía
de la indemnización o del
poder,
de la palabra ausente en el
conjuro.
Nada lo detendrá: la
desafiante engañifa reina
y un atareado ejército de
escobas
hace agua.
Los viejos magos nos
ahogamos
en este mismo río.
La marea se lleva los
círculos de tiza
desde los que invocábamos
a los grandes demonios de la
tierra y sus amantes,
la danzarina gota que
endulzaba las uvas,
la arena seca, el fuego.
Ya nadie espera nada de
nosotros,
displicentes abismos nos
lavan el color de los ojos
y un burbujeo muerto son
todas nuestras frases.
Triste verdín nos corona y
corroe.
En la cresta de venideras
olas,
en lo alto de su trono
usurpado,
él
tararea,
feliz.
(Inédito de
“Nombre impropio”)
*
Fin de contrato
Sé que mi vida se repliega
ahora
a una trinchera móvil
cavada en húmedas cajas de
cartón,
a estallidos súbitos y
ansiosos
de cintas de embalar
voraces.
Aquí fue donde bailamos
el rockanroll de las patatas
fritas.
En esta cama casi muero.
Llorabas desconsolada en esa
silla
y yo sólo atinaba
a besarte las manos.
En el final el eco rebotando
de pared a pared
y obstinados imanes
aferrándose a la heladera
muerta.
Sumisos, obedientes,
nuestros fantasmas
cancelarán las deudas,
nos buscarán sonriendo en
los espejos,
regresarán correspondencia
a desesperanzados
remitentes.
El polvo de los años
se asentará cantando
sobre estos pasos últimos,
este murmullo
incontinente...
Silencioso llanto de babosas
en el patio:
las despedidas las abruman,
pobres bichos.
(De “Amores muertos”)
*
Código postal
Uno no es un papel,
unas palabras,
cartas.
Uno no es un recuerdo,
tinta celeste,
fechas.
Uno no es un fantasma,
algo que se desliza
bajo puertas.
Que no me envíen a destinos
imposibles,
nunca diré “querida amiga”,
“estas rápidas líneas”
o “ha empezado a llover”.
Uno no es un remitente
falso,
escritura olvidada,
gotas de perfume.
Carne transfigurada y mártir
de matasellos asesinos,
víctima fácil de un
abrecartas violador.
Uno no es algo que deba ser
leído,
literatura itinerante,
yendo y viniendo hasta la
muerte
entre nuestras mutuas
soledades.
(De
“Amores muertos”)
*
Gerardo Lewin con Queco Gervais
Gerardo Lewin con Nancy Toselli y Alejandro Méndez
Casariego
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Gerardo Lewin y Rolando Revagliatti.
*
www.about.me/rrevagliatti
www.revagliatti.com/020703.html
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