Graciela Maturo: sus respuestas
y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Graciela Maturo nació
el 15 de agosto de 1928 en Santa Fe de la Vera Cruz, capital de
la provincia de Santa Fe, la Argentina, y reside en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Es Licenciada y Profesora en Letras
por la Universidad Nacional de Cuyo y Doctora en Letras por la
Universidad del Salvador. Fue Investigadora Principal del
Consejo Nacional de Investigaciones (CONICET) entre 1989 y 2003,
y durante varios períodos allí, miembro de la Comisión
Evaluadora de Filología, Lingüística y Literatura. Fundó en 1970
el Centro de Estudios Latinoamericanos, en 1989 el Centro de
Estudios Iberoamericanos de la Universidad Católica Argentina y
en 2009 el Centro de Estudios Poéticos “Alétheia”. Fue directora
de la Biblioteca Nacional de Maestros (1990-1993) y pertenece a
distintas instituciones: Asociación Argentina de Fenomenología y
Hermenéutica, Centro de Estudios “Eugenio Pucciarelli”, Centro
de Estudios Hispanoamericanos de Santa Fe, Asociación Argentina
de Estética, etc., y también a la Cátedra Vaticana, constituida
en el marco de la Universidad Católica Argentina, quien la ha
designado Profesora Consulta. Ha actuado como Jurado en
concursos universitarios, y de concursos literarios nacionales,
provinciales y municipales, así como del Premio Internacional
“Rómulo Gallegos” en 2009. De entre las numerosas distinciones
recibidas, destacamos el Premio Ensayo Provincia de Santa Fe
(1967); Premio “Discepolín” (1983); Premio “Esteban Echeverría”
(1995); Premio al Mérito de la Universidad de Zulia (2008);
Premio de Honor de la SADE (2008). Fue incluida en antologías
nacionales y latinoamericanas y poemas suyos han sido traducidos
al francés, gallego, griego e italiano. Algunos de sus libros en
el género ensayo son
“Claves simbólicas de García Márquez” (1972; segunda edición
ampliada en 1977);
“Introducción a la crítica hermenéutica” (1983);
“La mirada del poeta.
Ensayos sobre el conocimiento y el lenguaje poético” (1996;
segunda edición ampliada en 2008);
“Marechal: el camino de la
belleza” (1999; Premio Fondo Nacional de las Artes);
“La opción por América.
Ensayos sobre la identidad cultural de América Latina”
(2009); “Cortázar: razón y revelación” (2014);
“La poesía. Un pensamiento auroral” (2014). Publicó los poemarios
“Un viento hecho de
pájaros” (1960; Premio “Laurel” 1958);
“El rostro” (1961;
segunda edición en 2007; Premio Municipal Mendoza 1960);
“El mar que en mí resuena”
(1965; segunda edición en 2003; Premio de la Sociedad Argentina
de Escritores); “Habita
entre nosotros” (1968; Premio Bienal de Literatura
1965-1966); “Canto de
Eurídice” (1982; Mención de Honor de la Organización de los
Estados Americanos 1967);
“El mar se llama ahora con tu nombre” (1993);
“Canto de Orfeo y
Eurídice” (1996; Premio “Leoncio Gianello” de la Asociación
Santafesina de Escritores 1997);
“Memoria del trasmundo”
(1996; segunda edición en 2000);
“Cantata del Agua – Habita entre nosotros” (2001). Además, en 2008,
con prólogo de Enrique Corti, el Fondo Nacional de las Artes
editó su “Antología
poética”, y en Venezuela, con prólogo de Enrique Arenas
Capiello, en 2009 se editó su
“Bosque de alondras. Obra poética, 1958-2008”. Con traducción de
Pablo Urquiza fue incluida en 2012 en el volumen
“Santa Fe, huit poètes argentins / Ocho poetas argentinos” y en 2015
apareció bilingüe su “El
rostro / Le visage” (ambos en París, Francia, a través del
sello Abra Pampa Éditions).
1 — Tras nacer en Santa Fe, residiste en la actual Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y en la provincia de Entre Ríos, y a
los dieciocho años en la provincia de Mendoza. Cuatro zonas.
¿Evocarías para nosotros a la que fuiste hasta entonces?
GM — No sé a quien puede interesar mi vida personal,
pero te digo que pasé mi infancia, hasta los 13 años, en Buenos
Aires (ciudad que es donde más he vivido, porque a los 40 de mi
edad volví a vivir en ella, hasta el presente). Pese a mi
nacimiento en Santa Fe, fue la muerte de mi madre el motivo de
ese cambio de escenario para los años de la infancia. Mi padre
siguió en Santa Fe, como profesor de la Facultad de Ingeniería
Química, pero mi hermana y yo nos criamos en Buenos Aires,
primero en Parque Chas, después en el barrio de Versalles, del
que recuerdo los bellos jardines y el aroma de los tilos. Yo era
una niña precoz, entré a la escuela con cinco años, y después me
hicieron saltear el tercero, porque estaba adelantada. Inicié el
secundario en el Liceo 2, junto al parque Lezica; tuve
excelentes profesores, algunos me llevaron hacia las Letras.
Terminé el secundario en Santa Fe, donde pasé la adolescencia
compartida con el Instituto del Profesorado de Paraná, en el que
cursé dos años. A los 16 conocí al
entrerriano Alfonso Sola González, que me llevaba once
años y ya vivía por entonces en Buenos Aires. Cuando cumplí los
18 nos casamos y nos fuimos a Mendoza. Si con mi padre descubrí
la ciencia, la música y la política, con Alfonso descubrí la
poesía.
2 — Con Sola González (1917-1975), entonces, la poesía. Y
porque la he leído, fragmentariamente, en medios electrónicos,
sé que tenés una hija que, además de arquitecta, es también
poeta (y novelista): María del Rosario Sola. ¿Nos
proporcionarías una impresión sobre las poéticas de cada uno de
ellos? ¿Tenés, Graciela, otros hijos escritores o vinculados con
algún quehacer artístico?
GM — En la Universidad de Cuyo hice mi carrera de
Letras. Mi marido dictaba las cátedras de Literatura Argentina.
Conocí a Leopoldo Marechal, que era su amigo y maestro. Lo
invitábamos muy seguido a Mendoza, y lo visitábamos al venir a
Buenos Aires, como también a Ricardo Molinari, Carlos
Mastronardi, Oliverio Girondo, Olga Orozco. Sola González era un
poeta “del 40” y su poética era clásica y elegíaca, al menos en
sus cinco primeros libros. Ahora la Biblioteca Nacional ha
publicado su “Obra
poética”, con el agregado de poemas inéditos, y se ve
aflorar en ellos nuevas modalidades, más coloquiales, incluso
satíricas y humorísticas. Sin embargo su poética sigue, de
fondo, ligada al humanismo místico que caracterizó a aquella
generación.
Entre mis hijos, que son seis (ya que lo
has preguntado), ha habido al menos tres que han escrito poesía.
María Fernanda, que escribía poemas en su adolescencia;
Cristóbal Sola, que tomó la vía de una narrativa poética (“En
la otra orilla”, Ediciones Último Reino, 2004 y
“En las viñas”, Ediciones Culturales de Mendoza, en prensa)
y Rosario Sola, que ha publicado un libro de poesía (“El
humo de los músicos”, Ediciones Ríos al Mar, Paraná, Entre
Ríos, 2000), una plaqueta de poesía (“Música de invierno”, 1982)
y una novela (“La luz de
la siesta”, Ediciones El Robledal, Salta, 1999)
Creo que Rosario recibió la
influencia de su padre, pero su poesía tiene su sello
propio. La caracteriza la sed metafísica, y una gran riqueza
imaginaria. Ella ha formado parte del Grupo Último Reino,
conducido a partir de 1979 por Víctor Redondo. Mario Morales fue
el maestro del grupo, que se proclamó neo-romántico
3 — Es apenas de refilón que supe que alentabas la creación de
cátedras de Poética. ¿Cómo deberían plantearse y desarrollarse?
GM — A partir de 1968 inicié una nueva etapa de mi
vida en Buenos Aires. Al poco tiempo me incorporé a la
Universidad de Buenos Aires, a la Universidad del Salvador y más
tarde a la Universidad Católica Argentina, y fundé un Centro de
Estudios Latinoamericanos, que conduje durante casi veinte años
con Eduardo Azcuy. Desde todos esos lugares he estado muchos
años elaborando una teoría poética que necesariamente me exigió
revisar y discutir varios tramos de la teorización y la crítica
literaria. Advertí que la mía era una tarea muy pesada como para
elaborarla individualmente, y llamé a otros poetas y profesores,
a filósofos, antropólogos, etc., para conformar una corriente
adversa al positivismo y al nominalismo. Nos hemos apoyado en
vertientes de la Filosofía moderna como lo son la Fenomenología
y la Hermenéutica.
Había que empezar por el cuestionamiento de nociones que
se impusieron en los estudios literarios —y que lamentablemente
siguen instaladas—, como por ejemplo la teoría del signo
lingüístico, la teoría de los signos o semiología, que de ella
deriva, etc. Pienso
que un poeta no puede aceptar la definición de la palabra como
aproximación arbitraria y convencional de un significado y un
significante. En fin, sería pesado insertar aquí esa discusión,
solo te digo que la corriente humanista que encabecé, pretendió
no solamente modificar los estudios literarios sino el campo de
las ciencias del hombre y de la cultura. Algo fuimos avanzando a
lo largo del tiempo; al viajar por varios países de Europa y
América pude advertir que fuera de la Argentina hallábamos un
mayor interés y respeto por estas cuestiones.
Ligado a esto se encuentra —y aquí voy
a tu pregunta— que haya propuesto por mi parte cierto
desplazamiento desde la Estética a la Poética. La Estética es
una disciplina tardía en Occidente; ha sido elaborada, a mi ver,
desde la mirada del espectador de la obra de arte. La Poética es
anterior, y aunque algunos la consideren como una “ciencia del
poema”, tiene su punto de arranque en el acto mismo de la
creación. Antes de hablar del poema hay que hablar del poetizar,
del sujeto poético, de su horizonte de pensamiento. Porque la
Poesía es un modo de pensamiento antes de ser palabra. Un
pensamiento que abarca la afectividad, la intuición, el sueño,
la imaginación, las experiencias no ordinarias de ciertos
niveles de conciencia.
Promover cátedras de Poética en las
universidades es llevar la poesía a sus fuentes espirituales y
en consecuencia promover un cambio profundo de perspectiva. Por
mi parte he llevado esa propuesta a universidades argentinas,
colombianas, venezolanas, uruguayas. En la Universidad de
Congreso, una universidad privada de Mendoza, con el consenso
del Rector pude instalar en el 2013 la
Cátedra Marechal, que si bien está destinada al estudio de la
obra marechaleana, hace lugar en general a la Poética desde la
perspectiva aludida. También en la Universidad de La Plata,
dentro de la Cátedra de Cultura Andaluza que dirige el poeta
Guillermo Pilía, hemos creado el
Aula María Zambrano, a
través de la cual planteamos el tema de la Razón Poética,
impulsado por la pensadora española.
Podría hablar mucho más sobre el tema pero sería abusivo.
También puedo remitir a varios de mis libros (personales y
grupales). En otra oportunidad, si te interesa, lo seguiremos
profundizando.
Con Leopoldo Marechal-1967
4 — En una ocasión, acaso en 1985, en el taller de
escritura de Enrique Medina, tuve ocasión de compartir una
reunión con el autor de esa maravillosa novela que es
“Zama”: Antonio Di Benedetto (1922-1986). Además de haber estudiado
su obra, lo has tratado antes y después de su exilio.
GM — Fui gran amiga de Antonio Di Benedetto; lo
conocí a poco de llegar a Mendoza, alrededor del año ‘50, cuando
iniciaba su carrera periodística y literaria. Desde sus
comienzos se revelaba como un autor exigente, dueño de una
mirada y un lenguaje propios. Alfonso (Sola González) lo invitó
a la Universidad de Cuyo, y desde entonces fue un amigo de mi
casa. En el ‘76 los militares lo pusieron preso; fue víctima de
absurdas acusaciones, y en los lugares de detención donde estuvo
nunca pude comunicarme con él. Tenía algunas noticias por medio
de Juan Jacobo Bajarlía. Cuando logró ser excarcelado le
aconsejaron irse del país; se despidió por teléfono, y no quiso
que fuera a verlo antes de partir. En sus últimos años produjo
obras muy singulares que echan luz sobre su cautiverio.
Volvió en el ‘84, y estaba muy descontento del trato
recibido por parte de algunos funcionarios. Nos vimos varias
veces; alcancé a invitarlo a mi cátedra de Teoría Literaria en
la UBA, y les habló a mis alumnos, pero su voz debilitada no
alcanzó a ser grabada. Antes de su regreso me había elegido como
prologuista de un volumen de “textos seleccionados por su
autor”, de Editorial Celtia. Yo le alcancé mi prólogo, que lo
alegró. Murió en el Hospital Italiano, después de un tiempo en
estado de coma, poco antes de aparecer el libro en el cual debí
consignar su muerte. Antonio Di Benedetto es uno de los grandes
escritores argentinos, su obra está a la altura de Juan Rulfo,
de los mejores cuentistas y novelistas latinoamericanos.
Con Antonio Di Benedetto- Mendoza 1975
5 — Has dirigido la revista de poesía y poética “Azor”
(Mendoza, 1960-1965) y “Megafón” (San Antonio de Padua,
provincia de Buenos Aires, 1975-1989), órgano del Centro de
Estudios Latinoamericanos de la Argentina.
GM — Siempre estuve ligada a la poesía, fundando
grupos, colecciones, revistas. En Mendoza, alrededor del año 58,
fundé el grupo “Amigos de la Poesía” en el que intentábamos, con
Elena Jancarik y Fanny Polimeni, vincular a los poetas mayores
de Mendoza, como José Enrique Ramponi, Ricardo Tudela, Nacarato,
y otros venidos de afuera: Sola González, Abelardo Vázquez,
César Mermet, con las nuevas generaciones.
De ese grupo nació la revista “Azor”, que tuvo 5 números,
vinculada a otros grupos de Buenos Aires y las provincias.
Promovimos cierto movimiento alrededor de la poesía, y creamos
la Colección Azor, donde se publicaron algunos libros. Marechal
nos entregó para ella, sus
“Claves de Adán Buenosayres”, que publicamos a comienzos de
1966, juntamente con los trabajos de Julio Cortázar, a quien por
entonces estudiaba, de Adolfo Prieto y el mío sobre esa novela.
La otra revista que dirigí es “Megafón”, que fue el
órgano de difusión del Centro de Estudios Latinoamericanos. El
Centro tuvo su inicio en 1970, y publicó un volumen
grupal dentro de la “Revista de Filosofía
Latinoamericana”, en 1975, antes de presentar su propia revista
“Megafón”, impulsada por un franciscano que realizó una gran
obra, Fray Juan Alberto Cortés. Desde su nombre esa revista
estuvo ligada al espíritu marechaliano. No era ya una revista de
poesía, aunque la tuvo siempre como uno de sus ejes; pretendía
canalizar estudios filosóficos, poéticos y antropológicos dentro
de una dirección humanista y americanista. También
participábamos en la conducción de la Editorial Castañeda, donde
publicamos cuatro obras de Marechal, tres de ellas inéditas.
La revista y las ediciones tuvieron mayor difusión en
otros países que en la Argentina, que atravesaba los años del
Proceso Militar. Ahora
han comenzado algunos estudios sobre esas actividades,
que si bien concluyeron de modo institucional, prosiguen siempre
en otras formas, bajo otros rótulos. No pudiendo con el genio,
hace unos años volví a crear un nuevo centro de estudios con
otro grupo de poetas: el Centro de Estudios Poéticos Alétheia,
que ofrece cursos y conferencias en distintos lugares.
Con Fermín Chávez, 1998
6 — Saber que estás preparando una edición anotada,
crítica de “Rayuela”
para la Academia Mexicana de la Lengua, me impulsó a buscar en
mi biblioteca, el espectacular volumen homenaje titulado
“Cortázar” (Fundación
Internacional Argentina, Buenos Aires, 2004), el cual incluye tu
ensayo “Julio Cortázar: la creación como goce y aventura”. Has
sido amiga de él. ¿Qué es posible que compartas con nosotros
hoy, ahora, para nuestros lectores en la Red, de aquel vínculo?
GM — A Cortázar empecé a leerlo muy joven, a mi
llegada a la Universidad Nacional de Cuyo, donde estudié. Habían
pasado casi dos años desde su retiro de esas aulas, por razones
políticas; yo venía a descubrir los apuntes y la fama del joven
profesor de Literatura Francesa, melómano, integrante de un
grupo de aficionados al jazz, amigo del helenista Ireneo F.
Cruz, con quien hablaban de “mancuspias” y otros delirios. Todo
se enlazaba en una trama: Cruz había sido profesor de Griego, en
las aulas de Paraná, de Sola González, Diego Pro, Ricardo
Pantano y otros discípulos que lo acompañaron después en su
gestión como Rector de la UNCU, designado por el presidente
Perón. Éste es el nudo del apartamiento de Cortázar, y a la vez,
de nuestra llegada a Mendoza. Por mi parte, joven alumna de
Letras, me puse a leer al disidente Cortázar, que ya publicaba
cuentos y había escrito su escolio sobre la “Oda a una urna
griega” de John Keats, un trabajo ejemplar de comentario poético
que luego expuse en la Universidad de Buenos Aires. Esto habla
de mi temprana independencia política, que he tratado de
mantener a lo largo de toda mi vida. No se confunda esto con una
falta de compromiso político, sino con la convicción de que la
creación y la vida intelectual deben ser libres, y no estar al
servicio de ningún poder.
Cortázar es entre nosotros el máximo ejemplo de la Razón
poética que perseguí y
elaboré en distintas instancias, compartiendo sus mismas
fuentes. Mi primer trabajo crítico fue tema de una tesis
doctoral no defendida en su
momento (me doctoré con otra tesis), pero sí publicada
por ECA en 1967: “Proyección del surrealismo en la literatura argentina”. (Ahora se
reedita, ampliada, con el título
“El surrealismo en la
poesía argentina”). Nadie se ocupaba por entonces —los años
59, 60— de este tema. Quiero decir que estaba preparada, por mi
conocimiento de Cortázar y del Surrealismo, para comprender
una obra como
“Rayuela”, novela surrealista, súper-realista, que venía a
demoler la novela literaria, y la literatura misma. A partir de
ese libro decidí iniciar una
investigación sobre toda la obra de Cortázar. Sola
González, que no lo trató personalmente, había compartido con él
ámbitos de reunión, amigos y revistas, en los años de Buenos
Aires; él me dio a conocer la revista “Huella”, dirigida por
Castiñeira de Dios, donde se había publicado en 1941 el artículo
“Rimbaud”, firmado por Julio Denis.
Solo me quedaba escribirle al Consulado argentino en
París: así se inició nuestro diálogo, después proseguido en forma
personal, del cual quedan sus 36 cartas,
publicadas en los tomos de su correspondencia y en mi
último libro sobre el autor,
“Cortázar: razón y
revelación” (2014). Allí las he incluido, superando largos
años en que hacerlo me parecía un gesto ególatra.
Para mí “Rayuela”
sigue teniendo plena vigencia. Discrepo de la opinión difundida
de que Cortázar “cultiva el mito burgués del artista”, frase que suena despectiva e
incomprensiva de su mundo. A no ser que admitamos positivamente
como “mito” la larga
consideración del artista (consideración que fue órfica,
trovadoresca, renacentista, romántica, simbolista, surrealista)
como iluminado y maestro. Vicente Huidobro ha repetido una frase
de Emerson: “El artista es
el sabio verdadero”, y por mi parte la suscribo sin caer en
excesos. “Rayuela”,
por vías oblicuas y humorísticas, apunta a esa zona, que sigue
guardando su reserva para oídos poéticos; espero que mi edición
sirva al menos para señalar ese rumbo de lectura.
Con Juan Carlos Licastro,Ezequiel Koremblit y amigos
7
— Del poema “Junio
1968” de Jorge Luis Borges, seleccioné estos tres versos:
“(Ordenar bibliotecas es ejercer, / de un modo silencioso y modesto, /
el arte de la crítica.)” Primero: ¿qué opinás de la
afirmación? Segundo: ¿cómo ordenás tu biblioteca y qué estarías,
a tu modo, ejerciendo?
GM
— Ordenar una biblioteca es algo hermoso; aunque el desorden
puede tener su belleza, siempre existe algún grado de orden para
que ella exista. No creo que sea solo el arte de la crítica el
que propone un cierto orden a una biblioteca: es también el
amor, la proximidad con ciertos autores, el reconocimiento de
familias espirituales, como puede ser la que forman Emanuel
Swedenborg, Poe, Baudelaire, Rimbaud…
Cuando uno trabaja la biblioteca se desarma, se
desordena, solo están ordenadas pulcramente las bibliotecas
públicas. Fui durante tres años directora de la Biblioteca de
Maestros, del Ministerio de Educación. Leopoldo Lugones, hasta
su muerte, la había dotado de libros muy valiosos relativos a la
época colonial; quise hacer un catálogo comentado, pero no hubo
tiempo, cuando me otorgaron el subsidio ya estaba dejando la
biblioteca.
Graciela Maturo con Miguel Brascó, José Martínez Bargiela y
Ricardo Rubio
8 — ¿Cómo han operado en vos las influencias de
determinados autores en tu propia poética? ¿Hay que darles paso?
GM — Por
supuesto, hay que darles paso. Más que de influencias yo
hablaría de afinidades, como la de Cortázar con Keats, por
ejemplo. Yo nunca hablo de un “deber ser” de la poesía, cada
autor vive la experiencia poética a su manera, hay quienes
tienen como punto de partida la experiencia personal, y otros
parten de experiencias de lectura.
Yo me
cuento más bien entre los primeros, pero he tenido grandes
maestros a los que he releído constantemente. Mi “poética”, si
no suena presuntuoso hablar de ella, es bastante clásica, sobre
todo en una primera época. Puedo admitir ecos de Garcilaso,
Gabriel Bocángel, Luis de León, como también de Enrique Banchs,
Mastronardi, los poetas del Cuarenta, Olga Orozco. En los
últimos años escribí poemas más coloquiales, pero siempre he
seguido fiel al ritmo, a cierta musicalidad del verso.
A los poetas hay que leerlos en su idioma; he leído a los
románticos franceses, a los simbolistas, los surrealistas. El
surrealismo me interesa más como una propuesta filosófica que
como modelo de poesía.
Con Vargas Llosa en Cali 1974
9 —
¿Creés que la teología y la metafísica, como pensaba la escuela de
Frankfurt, también son literatura fantástica? ¿La mística ha
influido en la literatura fantástica?
GM — Estoy muy
lejos de lo que piensa la escuela de Frankfurt. Puedo
escucharlos cuando hablan de economía o de política, pero a mi
ver no han tenido gran afinamiento para apreciar la poesía, y
tampoco la mística. Por eso esas disparatadas afirmaciones de
que la teología y la mística son literatura fantástica. Solo
puede hacer esas afirmaciones un racionalista extremo, o un
positivista, para quien la verdad surge de la ciencia empírica
(y aun en este caso, se trataría de la ciencia del siglo XIX,
porque la ciencia del siglo XX ha superado la contraposición
materia/energía y mostrado la legitimidad de un pensamiento de
opuestos).
La literatura fantástica moderna nació en tiempos del
positivismo. No era exactamente una reproducción del cuento
folklórico, que siempre presentó casos maravillosos, milagrosos
o simbólicos; obedecía a la mentalidad del escritor moderno,
dubitativo entre la demitificación científica y su propia
intuición de la realidad. El autor fantástico abogaba
secretamente, en el siglo del positivismo, por
otra
realidad física, psíquica y antropológica, pero su labor
queda como un devaneo estético, que produce la fruición del
lector sin que se piense en una relación de la obra fantástica
con la realidad.
El siglo XX trajo transformaciones muy
profundas en el campo de las ciencias y de la filosofía. En el
campo de la filosofía, se produjo una revolución significativa
con la fenomenología de Edmund Husserl, su descendencia en la
Fenomenología Existencial (Heidegger, Sartre) y otras secuelas
importantes que han influido en las vanguardias y el
surrealismo. Para decirlo de alguna manera simple, se valoriza
en la filosofía un saber de experiencia, apartado de las
ideologías, y sobreviene desde el campo filosófico una
valoración del pensamiento poético, al que María Zambrano llama
Razón Poética.
Estas son las regiones entre las cuales
me muevo desde hace muchos años, y he producido varios libros
teóricos en esta línea:
“La mirada del poeta”, Corregidor, 1996, y 2ª edición
ampliada, 1997, por Amargord, Madrid;
“Los trabajos de Orfeo”, 2008,
Universidad de Cuyo, Mendoza;
“La poesía. Un pensamiento auroral”,
Alción, 2014, Córdoba.
En cuanto a la mística, habría mucho que hablar;
tendríamos que dedicarle otra entrevista. Por ahora te digo que
el conocimiento místico está en la base de todas las religiones,
pero también del arte y de los descubrimientos científicos.
Con Ernesto Sábato -1981
10 — Te voy a formular, adaptándola, una pregunta que
oportunamente Antonio Jiménez Paz le extendiera al poeta David
Eloy Rodríguez: ¿Cada libro tuyo de poesía publicado es una
aventura independiente o por sus contenidos y estructura formal
los considerás relacionados unos con otros, como un todo, una
progresión manifiesta de la poeta Graciela Maturo?
GM — Considero
más apropiada a mi poesía la segunda opción. Paralelamente con
la vida se desarrolla la poesía, al menos en mi caso. Nunca me
he preguntado, para el caso de la poesía, sobre qué voy a
escribir, porque la poesía no tiene “temas”.
Desenvuelve un no-saber, expresa las inquietudes y
preocupaciones del alma en el mundo. Y tampoco cabe preguntarse
sobre la estructura formal, porque ella surge espontáneamente,
de acuerdo con lo anterior. Por supuesto, no hay que tomar esto
al pie de la letra. Comprendo que en algunos casos se pueda
elegir el modo de la escritura: componer una elegía, una balada,
un haikú, un soneto, demanda un conocimiento de formas dadas,
una cultura del verso que no todo poeta tiene. Por mi parte no
he escrito sonetos, pero los estimo muchísimo.
Con Ernesto Sábato y Jose Barizone. 1984
11 — Te constará que hay, digamos, “endebles” poetas o
versificadores, que tienen, sin embargo, buenas lecturas, que
son admiradores de poetas “sólidos”. ¿Qué creés que les sucede?
GM — Ya te
dije, respondiendo a otra pregunta, que para mí la poesía no
nace —o no nace solamente— de la lectura. No basta con leer a
buenos poetas cuando no existe en alguien una movilización
espiritual e intelectual. Por eso digo siempre que la poesía no
empieza en la página. Es el vivir del poeta, desde la intensidad
de sus percepciones, emociones e ideas, el que genera un cierto
“pensamiento” singular, ligado a imágenes, a ritmos, que
reclaman ser proferidos o comunicados. Por eso, más que hablar
del poema o de sus rasgos
propios, prefiero hablar del
poetizar, del
vivir poético.
Graciela Maturo con Gabriel García Márquez en Cartagena,
en 2007
12 — En la contratapa de su libro
“Fractal”, Luis
Benítez reflexiona: “El
cuidado de la unidad de estilo ha sido entendido como
aspiración, como logro del autor, como madurez de su obra. Pero
sin embargo, cuando llega a su apogeo sólo tiene como futuro el
decaer. Ello, porque ya no puede ofrecer el espectáculo de un
dinámico desenvolverse, mutarse, metamorfosearse y, en
consecuencia, lo que hace es detenerse.” ¿Qué te suscitan
estas líneas? ¿Es algo que te has planteado?
GM — No, nunca me lo he planteado, porque creo profundamente en el estilo
como la forma propia y adecuada de ese pensamiento poético del
que he hablado. Y lo llamo pensamiento sin confundirlo con el
pensamiento racional.
Para mí la causa de la pobreza poética advertible en los
últimos tiempos —aunque sean muchos más los que escriben y
publican— proviene de que escriben desde una posición muy
racionalista, que no permite aperturas o revelaciones. Jorge
Enrique Ramponi, de quien fui amiga, hablaba siempre de un
“estado de canto”, una
cierta alteración de la conciencia habitual que no siempre se
daba, pero cuando ella existía promovía la palabra rítmica, la
proliferación de las imágenes, la riqueza de la visión poética y
en consecuencia del estilo. Preguntarse por el estilo desde la
pura racionalidad es quedar fuera de lo poético.
Por supuesto, más allá de la propia voluntad, se dan en
cada uno de nosotros ciertos cambios de expresión, acordes con
los cambios interiores. Y también, a cierta altura de la vida,
podemos reconocer la persistencia de muchos rasgos. Un habla, un
“idiolecto” como dicen los filólogos, una cierta manera de
mirar, una fidelidad a recuerdos o predilecciones infantiles,
etc. En ese reconocimiento nos vamos afianzando, y hallando
parentesco con otros escritores, a los que citamos y amamos.
Con Inés Santa
Cruz-N.York 1994
13 — ¿Algo que
pudieras denominar “presentimiento”, te parece que pudo
inducirte a concebir una obra?
GM — Sí, desde
luego que sí. Ya habrás visto, desde el comienzo del diálogo,
que no me caracterizo por la defensa conceptual de la actividad
creadora, sino todo lo contrario. De modo que presentimiento,
sueño, visión, experiencias insólitas, todo ello forma para mí
un bagaje personal que se relaciona con mi poesía. Más aún, he
cultivado un pensamiento teórico —en cátedras, en espacios
académicos o de investigación— que reconoce un ida y vuelta
desde lo poético a lo filosófico. Esto quiere decir que he
aceptado las posibilidades de una Razón Poética expandida en la
vida universitaria, desde la poesía. Es la gran discusión
pendiente en las aulas, en las Academias. La Poesía, la
Filosofía, la Ciencia, ¿deben seguir siendo compartimentos
estancos, sin comunicación entre sí, o existen posibilidades de
establecer puentes entre ellos, para un conocimiento del siglo
XXI, sin pérdida de la especificidad y rigor de cada uno de
ellos?
*
Graciela Maturo selecciona poemas de “El mar que en mí resuena”
para acompañar esta entrevista.
II
Ardo despacio y puedo
contemplar mi llama.
Mis manos de rara estirpe que entrelazan las
flores
y dibujan las cifras.
Mi exacta piel, mis ojos
que recogen la luz para inventar las formas.
Ardo despacio
lumbre de amor de sangre de misterio.
Este es mi valle nocturno.
La jaula de hechizos desde donde creo
que alguien sueña por mí.
IV
Los signos me acompañan
mis extraños amigos
fieles a una desconocida arquitectura
a la que estoy uncida desde el hueso.
Me miran rostros, pájaros, ramajes,
altas constelaciones.
Una piedra sellada por la música
es un signo de amor indescifrable.
Siento el pavor de un reino que no me
pertenece
pero busco sus huellas.
Señales, talismanes,
estamos anudados por un pacto secreto.
X
El ritmo me consuela, me atormenta.
Siento el hondo vaivén de los telares
la gran respiración de los animales del
espacio.
Caigo hacia dentro y muero en cada instante.
Me divido y reúno,
vuelvo a erigirme en alguien que responda a mi
rostro
a buscarme en palabras
perdida, recobrada,
descendida hasta el centro de vértigo y
espanto que
me cava los huesos
crecida hasta los cielos en mi dulce marea.
Uncida a otros silencios, a otras voces,
alzando,
destruyendo.
Sintiendo el fiel latido de la tierra que
vive,
del engañoso día que abre y cierra sus
puertas.
Cuándo cesa este ritmo que es mi hermoso
castigo.
Mis manos trazan signos que borrará la lluvia.
XI
Un sol extraño sube
desde el fondo del sueño
Una espuma de sal mezcla sus turbias flores
al polvo de mi frente. Débil, sola,
centella la verde
raíz
naciendo y ya mirada por los ojos
sin pausa de la muerte.
Paso junto a la luz
fantasmal de unos árboles.
Una abeja me zumba en el alma,
hoja vellosa y suave
lengua ardiente.
Soy la ola que rueda desde un nudo brillante
y la semilla, condenada a ser.
Arde la nuez de fuego
espléndida y atroz en su violencia
rodando hacia la arena del mar enamorado.
XII
Aguardo en las tinieblas
la voz que ha de llamarme por mi nombre,
la llama que trascienda mis huesos y me
arrase.
Entretanto vivir, esta costumbre.
Alzar en cada día las cenizas ardientes
donde se purifican la sangre y el orgullo.
Vienen los verdes brotes y confunden
las aguas inmutables.
Giran las hojas, las constelaciones.
Caída entre las palmas giro también, a ciegas.
Del lado de la luz arden hermosamente
los niños con su cruel inocencia, los objetos
que guardan en su brillo algo de nuestras
manos.
Mirada, flores, alas,
talismanes que ruedan
en tanto un dios me habita y permanece
y entreteje mi sombra con su sombra.
XIII
Qué amor voraz acecha nuestras barcas
las dulces aguas de la tierra
sus metales pacientes.
Las flores cantan su mortal delirio,
arde la hierba suave
y una espiral secreta en mi oído recuerda...
Bajo el hondo rumor de la fábula terrestre
gran ataúd de leños y de flores
quebrado, a la deriva
cantando hacia su muerte.
*
Graciela Maturo en 2001 - Foto Daniel Grad
Entrevista realizada a través del correo electrónico:
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Graciela Maturo y Rolando
Revagliatti, 2015.
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http://www.revagliatti.com.ar/010822.html
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