Griselda García: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Griselda
García
nació el 4 de
mayo de 1979 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la
Argentina. Publicó los poemarios “Alucinaciones
en la alfalfa”, edición
de la autora, 2000, “El
arte de caer”, Alicia Gallegos Editora, Buenos Aires, 2001, “La
ruta de las arañas”,
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2005 y “El
ojo del que mira”, Ediciones La Carta de Oliver, Buenos
Aires, 2009, disponibles gratis en
http://griseldagarcia.blogspot.com.ar
. En 2010 apareció “Hallucinations in the Alfalfa and other poems”, su
primer libro de poemas traducidos al inglés por el escritor
canadiense Hugh Hazelton y publicado por Wolsak y Wynn
Publishers. En 2012 publicó “La
madre del universo”, Editorial Echarper, Buenos Aires,
relatos breves. Fue incluida, entre otras antologías, en
“Zapatos Rojos 2000”,
Ediciones La Bohemia, Buenos Aires, 2001;
“Poesía Erótica Argentina”
(1600-2000), selección y prólogo de Daniel Muxica, Ediciones
Manantial S.R.L., Buenos Aires, 2002;
“Italiani D’Altrove”
(castellano-italiano), con traducciones y epílogo de Milton
Fernández, prólogo de Elvira Marinelli, Rayuela Edizioni, Milán,
Italia, 2010; y “El
Verso Toma La Palabra”
(33 Poetas Argentinos de Hoy), prólogo de Adán Echeverría,
Homoscriptum Editorial, Universidad Autónoma de Nuevo León,
Monterrey, Nuevo León, México, 2010. Fue secretaria de redacción
de la Revista de Poesía “La Guacha”, y en 2002 y 2003 integró el
equipo de la Revista de Poesía “Omero”. Co-dirigió la editorial
La Carta de Oliver. Se ha desempeñado como investigadora del
Centro Cultural de la Cooperación, en el Área Literatura y
Sociedad. En 2012 se estrenó su cortometraje “Las grandes
aguas”, basado en un poema suyo:
http://vimeo.com/66525578
, y en 2013 se filmó “Blanco”, adaptación del relato homónimo.
En la actualidad cursa estudios de Letras en la Universidad de
Buenos Aires. Se dedica al dictado de talleres de escritura
creativa (poesía y narrativa). Es practicante de yôga y
vegetariana.
1 — Entiendo que tus primeros tres libros, publicados en 1998 y
1999, titulados “Hermanas ninfas”, “Sandra”, “Todo es extraño a
mis ojos”, de narrativa, han quedado excluidos de tu
bibliografía. ¿Algo de ellos integra el volumen
“La madre del universo”?
¿Cómo recordás aquellos años de producción, tu adolescencia
narradora? ¿Que pantallazo nos proporcionarías de tu niñez?
GG
— No menciono mis primeras novelas cortas porque las considero
ejercicios. En ese momento me invitaban a publicar mis textos en
internet y tenía que poner algo en el curriculum porque si no
quedaba muy vacío, como me decían los editores. Es imposible
escribir algo rescatable a los 20 años, salvo que seas Rimbaud
(no es mi caso). De
“Sandra” rescaté un fragmento que se transformó en el cuento
“La ley”, incluido en “La
madre del universo”. Pero como novelas no tienen valor. Me
las autopublicaba en ediciones artesanales que imprimía en mi
trabajo. Gasté muchas resmas y tinta, una forma menor del hurto.
De esa época recuerdo mucha tristeza informe que canalizaba a
través de la escritura. Era empleada en una oficina donde sentía
que me marchitaba más y más. Tenía una hora y media de viaje
hasta Ciudadela, donde vivía con mis abuelos, mi hermana y mi
mamá. Mi abuelo era sastre. Trabajó muchos años en Thompson y
Williams. Era capataz en el taller. Él me decía que tuviera
paciencia en mi trabajo porque era la única manera de progresar.
Algo de esa idea me hacía ruido; yo lo escuchaba pero en el
fondo sentía que el progreso era imposible, al menos dentro de
esa estructura de relación de dependencia. Crisis del 2001
mediante, las cosas se pusieron peor. Trataba de resistir como
podía. Empecé a conocer a algunos escritores (Sergio Rigazio,
Héctor Cuenya) con los que hacíamos cosas culturales, entre
ellas la Biblioteca Virtual Beat 57. En ese momento no había
muchas páginas que ofrecieran libros de descarga gratuita. Nos
repartíamos una serie de autores que queríamos dar a conocer y
tipeábamos palabra por palabra en un archivo Word. Mandábamos
por mail el archivo con la oferta gratuita a conocidos y
desconocidos, que podían solicitar cualquiera de los archivos.
Era una tarea muy placentera. En esos breves momentos quitados a
los trabajos de cada uno respirábamos aire fresco. En fin, una
historia más del tipo “salvación por la literatura”.
Siempre leí, pero empecé a escribir con mayor consciencia siendo
adolescente. Al principio, la escritura narrativa era más bien
un vómito, nada racional. Corregía como podía, hasta que me
parecía que quedaba bien. En cuanto a los poemas, primero
aparecían en libretitas y después los pasaba a la computadora,
donde ya tenían otra presencia. Esa distancia era necesaria para
poder verlos como ajenos, algo bastante difícil. Casi al mismo
tiempo empecé a inmiscuirme en lecturas de poesía, y ahí tuve
una buena devolución, lo que me envalentonó. A la vez, me abrió
la puerta para leer nuevos autores y conocer a otras personas
que también escribían. Creo que escribir es una tarea solitaria
que lleva mucho tiempo e introspección, y estos encuentros de
poetas ayudan a salir. Un poco de soledad, un poco de compañía.
En cuanto a mi niñez, estuvo amenazada por el fantasma de la
enfermedad de mi padre (cáncer). En casa infantilizaban lo que
le pasaba: “Papá tiene unas piedritas en la panza, se las van a
sacar, por eso va al hospital”. No pasaba nada y todo estaba
pasando. Él murió cuando yo tenía 10 años. Escribí dos poemas
sobre él. Uno de ellos está en
“El arte de caer”
(“Pa”), y otro es inédito (“El dique”). Este último cuenta el
momento en que fuimos a tirar sus cenizas en el río de Alpa
Corral, en Córdoba.
El dique
En las últimas vacaciones Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos,
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.
En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.
Mamá llevó flores
y una botella de vino.
No había nadie ese día,
sólo un hombre acostado en la arena
que al ver la botella
gritó de satisfacción.
A Papá le hubiera gustado, pensé,
y entrando al agua rompí el dique.
Griselda García con Rolando Revagliatti, Eduardo Romano,
Andrés Jacob, Graciela Maturo, Norberto Corti,Graciela Vásquez Mansilla y Alicia Genovese en 2011 -
Foto Daniel Grad
----------------------------------
2 —
Creo haber llegado a ver, a leer una o más ediciones de tu Hoja
de Poesía “Solo Sal”. ¿Durante qué lapso la editaste? ¿Y el
título…?
GG — La hoja
de poesía “Solo Sal” empecé a hacerla como para “no caer con las
manos vacías” en las lecturas de poesía. Veía que muchas
personas repartían plaquetas con poemas y los imité. Copiaba y
pegaba poemas que encontraba en internet, sin otro criterio que
compartir lo que me gustaba. A veces incluía algún amigo o
conocido que me mandaba material. No me quedó un solo ejemplar
de “Solo Sal”, así que no puedo recordar a quiénes incluía.
Salieron unos siete u ocho números, alrededor del año 2000. El
título no sé cómo surgió. Jugaba con la sal de mesa y la orden
de salir. Justamente era lo que sentía que tenía que hacer en
ese momento, en varios sentidos.
3 — En una ocasión
fui como invitado al programa radial que co-conducías en FM La
Boca. Me agradaría que nos cuentes no sólo cómo se llamaba la
audición y con quienes la hacías, sino también cuánto estuvo en
el aire y qué características le imprimieron. Y si te satisfizo
la experiencia y volverías a involucrarte con ese medio.
GG
—
El programa se llamaba “La Santa Poesía”. Era la puesta en el
aire de debates y charlas que teníamos con Claudio LoMenzo y
Javier Magistris, directores de la revista “La Guacha”.
Invitábamos a escritores y les hacíamos entrevistas informales.
Duró un año, más o menos. Teníamos muy estructurado cada
programa, salían bien. La producción la hacía Andrea Campagna,
una compañera de trabajo que estaba estudiando Comunicación. Nos
divertíamos mucho. Me parece un medio riquísimo y volvería a
participar en un programa, sin dudarlo. De chica me gustaba
“jugar a la radio”: decía la temperatura, leía poemas, pasaba
música y hacía las publicidades. “La Santa Poesía” mantuvo ese
espíritu, creo.
4 — Ignoraba yo esa labor tuya como investigadora en el Área
Literatura y Sociedad, en el Centro Cultural de la Cooperación.
¿Sobre qué investigarías en la actualidad? ¿A quiénes
destacarías como ensayistas?
GG
— La verdad es que no se me ocurre un tema para investigar en
este momento. El trabajo con la producción ajena en el taller
literario me lleva mucha dedicación. Luego queda poco espacio
mental para seguir pensando en literatura. Quizás no suene bien
esto, pero es lo que me sucede. Cuando investigaba en el CCC
tenía en paralelo el trabajo de oficina, quizás por eso me
parecía refrescante hacer entrevistas, leer teoría, escuchar
conferencias aburridas… En la carrera de Letras te piden que
investigues, dentro de cierto marco, como estudiante. Te ponen a
que escribas trabajos sobre prácticamente cualquier tema que se
les ocurra. Les encanta que “cruces” autores, que hagas
literatura comparada. Está de moda. Agota, pero entiendo que son
formas de ensayar la escritura académica.
Me parecen muy buenos los trabajos de Walter Cassara (“El
oído del poema”) y Alicia Genovese (“Leer
poesía”). Ellos escriben con claridad sobre temas que pueden
ser oscuros.
Griselda García con Rolando Revagliatti, Adrián Sánchez,
Leonardo Martínez, María Montserrat Bertran y
Liliana Ponce en 2001 - Foto Daniel Grad
5 —
Me voy a detener en la antología bilingüe subtitulada
“Antologia di poeti che scrivono in altre lingue ma continuano a sentire
in italiano”. En tu caso lo itálico irrumpe por el costado
materno. Y ya que estamos: ¿qué poetas italianos te entusiasman?
GG
— Me pareció hermosa la idea de la antología y me sentí muy
agradecida por la convocatoria. El italiano es un idioma muy
bello que no comprendo, salvo palabras sueltas. Sentí mucha
conexión con mis abuelos maternos, una especie de ligazón
creativa en el árbol genealógico. Adoro a Cesare Pavese,
Ungaretti, Montale, pero no leí a otros poetas más recientes.
Griselda García en 2001 con Carlos Riccardo, Norberto Antonio,
R. Revagliatti, S. Rozas, M. Tracey, R. Rojas Ayrala y M.
Villavella - Foto Daniel Grad
6 — En una o dos oportunidades me oíste valorando tus enfoques,
agudeza y estilo en tus comentarios bibliográficos publicados en
revistas. Me recuerdo “examinando” con regodeo la organización y
realización de aquellas críticas —y con independencia del objeto
de tu comentario—. Creo que estás o estarás para emprendimientos
ensayísticos novedosos. Quizá tu actual formación académica
contribuya a que mis expectativas se cumplan.
GG
— Sos muy generoso. La verdad es que siento que me faltan muchas
herramientas para poder expresar lo que pienso. La Universidad
trata de ceñirme el corsé de la escritura académica, pero me
cuesta. Cuando no me queda otra que aprobar una materia tengo
que escribir así. Las monografías las voy subiendo a mi blog con
la etiqueta “Reseñas y trabajos”. Es bueno que este material
esté a disposición de quien quiera consultarlo: la monografía de
uno le puede servir a otro. Creo que es muy necesario armar
redes.
7 — En una entrevista que el poeta brasileño Floriano Martins
realizara al poeta venezolano Eugenio Montejo, le preguntó si
creía que media un gran abismo entre aquello que había escrito y
lo que hubiese deseado escribir. Reconociendo la apropiación de
la pregunta, te la formulo.
GG
— En lo personal, entre lo que escribí y lo que hubiera querido
escribir creo que no hay tanta brecha. Trato de escribir lo que
quiero leer y no encuentro. Como no existe, lo fabrico.
Griselda García con Rolando Revagliatti en 2001 - Foto
Daniel Grad
8 — ¿Estás leyendo a novelistas contemporáneos?
GG
— Soy viejera, la verdad es esa, no leo a muchos contemporáneos.
Pero lo bueno termina imponiéndose. A veces pasa que, en una
semana, dos o tres amigos o conocidos mencionan un libro. Ahí,
voy. No me suelen atraer demasiado, pero acepto las
recomendaciones como parte del lazo que me une a esas personas.
Tuve entusiasmos intensos con varios autores que después no
releí. Uno de ellos es Carlos Castaneda. Me parecían unas cosas
maravillosas las que contaba. Circulaban anécdotas sobre gente
que se había vuelto loca por leer ese tipo de libros. A mí me
interesaba mucho ese germen, dónde podía estar, pensaba mientras
avanzaba por esas páginas de desiertos y águilas. Leía en la
cama, tapada bajo una manta roja y pesada. En ese momento, no
había tantos tiroteos en Ciudadela. Sólo algún que otro balazo
al aire, luego silencio. Una noche llegué a una de esas
prácticas de meditación y golpes en el punto de encaje que le
proponía don Juan a Castaneda. Y tuve una especie de
alucinación: estaba tendida sobre una piedra inmensa, en el
desierto, viendo un cielo color naranja. Y arriba volaban las
águilas. Me asusté mucho y lo dejé. Todavía no me volvió a pasar
algo así con un libro.
Griselda García con Rolando Revagliatti y Alicia Gallegos en
2001 - Foto Daniel Grad
9
— Has
traducido
al
castellano
a Anne Sexton, Craig Czury, Peter Orlovsky, Leonard Cohen, Gary
Snyder, Heather Thomas, Susan Deer Cloud, Sylvia Plath, Walt
Whitman, Robert Bly, Elizabeth Barret Browning, Langston Hughes,
Andrew Marvell, Lawrence Ferlinghetti, etc.
¿Qué te sucede —qué te recorre— mientras procurás hallar los
vocablos que den cuenta de semejante compromiso?
GG
— Traduzco de atrevida. Prefiero pensar que son versiones; algo
un poco más realista. El objetivo de trasladar al español a
determinados poetas es poder compartirlos con los que no tienen
acceso a otra lengua. Ahora es muy habitual que todo el mundo
sepa inglés, pero en cierto momento no lo era. Y por eso empecé.
Tengo una amiga poeta y traductora a quien consulto cuando tengo
dudas. Ella tiene mucha paciencia y trato de no cargosearla. Es
difícil encontrar personas así, que
nos avisen cuando nos
equivocamos y nos hagan indicaciones afectuosas. Para traducir a
un poeta, trato de quedarme con su perfume. Otros podrán
llamarlo estilo o voz: eso que queda al terminar de leer un
libro; se produce un encantamiento, un amor repentino que te
hace querer ir a buscar al autor, abrazarlo, hacerte amigo. Pero
como muchos están muertos, un modo de volverlos a la vida es
seguir difundiendo su obra.
Griselda García con las poetas Alejandra Pultrone y Alicia
Gallegos
10 — Supongamos que pudieras reencarnarte en un pintor: ¿a quién
elegirías? ¿A quién elegirías para reencarnarte en un estadista?
Y más: en un animal. Y más: en algo de un orden botánico.
GG
— Pintor: Egon Schiele, Francis Bacon, Lucien Freud (alguno de
éstos). Estadista: no se me ocurre. Animal: una vaca en India.
Botánica: yerba mala.
11 — “¿Hay escritores que escriban para vos?”
GG
—
Sentir que alguien escribe para mí me pasó últimamente con Hebe
Uhart. Hay una libertad de lenguaje y tema tan grande en ella,
que me resulta refrescante. Poder transformar las experiencias
de lo cotidiano en un relato es algo genial. Como decimos con un
amigo: con las dos o tres líneas que nosotros nos escribimos por
mail (encargué dos panes integrales, el viento agita el ficus, me invitaron a
Mar del Plata), Hebe te arma un cuento.
Griselda García selecciona poemas de su autoría de la antología
“Poesía Deliberada”, Editorial Textos Intrusos, Colección Ropa
Vieja, Buenos Aires, 2013, para acompañar esta entrevista:
Modelo en estudio de pintor
Ansío el roce del lápiz contra el papel
la caricia del pulgar que esfuma el trazo.
Voy a esperar a que prepare sus cosas.
A que despierte el ojo que todo lo ve.
30 minutos. Su rostro rezuma sudor.
Me mira y es como si viera
más allá del más allá.
45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.
El poro se rebela en hinchazón.
El isquion lucha por adaptarse,
un deslizamiento mínimo
que atenúe la molestia.
50 minutos: "Abre los
ojos"
La menor tensión del músculo
cambia la escena, la pose se modifica
el rictus es otro, nuevo y distinto.
60 minutos. La mancha de vino en la pared
se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.
Con él dialogo en la duermevela.
75 minutos: "No muevas la
mano, por favor".
Los huesos del coxis gritan desde su caja.
La inmovilidad que parecía un descanso
se vuelve una jaula en la que estoy atrapada
en la que busco no ya estar cómoda
sino atenuar el dolor.
A través de los párpados la luz cambia.
Al final, la disciplina hace la vida más fácil.
A una orden suya podré moverme
pero eso no me hará libre.
Voy a correr a abrazarlo.
*
I
El pintor
Esa mañana abandonó su túnica
con la impunidad de toda bella.
Yo aparté los ojos:
su figura desafiaba a la vista.
Con mis manos sin pudor
hubiera dado diez años
por reconocer sus detalles
y dibujarla con la paciencia del viento.
No podía, como antes, mover
el pincel durante horas
mi cabeza flotando sobre océanos
y levantar la vista para
captar el paso de la luz
en el mediodía de verano.
Su esencia de mujer
pulsa cada fibra de mi ser hombre.
Sé lo que hubiera dicho mi maestro.
No voy a condenarla a la chatura del papel
voy a darle dimensión de vida, la mía,
y amarla.
II
La modelo
Esas mañanas te veía
entornando los ojos para captar
la incidencia de la luz, las sombras
recortándose en la trama de mi piel.
Me costaba mantener la quietud
cuando te acercabas
para reconocer cierto pliegue
de la tela, algún matiz.
Hubiera querido tocar tus manos
tus dedos con el tizne del carbón.
No me mires, mirame.
Que tus ojos se hagan
de agua y pueda beberlos
que no veas más que mi cara
en otras caras.
En cada jornada sos vos el modelo
y yo la que absorbe mil detalles
de placer en tu figura.
Paso las tardes con el recuerdo
de tu cuerpo de hombre
doloroso y dulce.
Te amo aunque no lo sepa
todavía.
*
La foto robada
Se nos debe ver muy lindos
se nos debe ver hermosos
con el puesto de comidas
detrás a punto de cerrar
dejándonos encandilados
por la blancura del mediodía
pero mi mano apoyada en su hombro
tiene el puño cerrado
se va a terminar, se termina
se escurre como arena
el mismo océano que miramos
como en una imagen de póster
nos va a separar
se va a terminar, se termina
en marzo voy a recordarnos
bebiendo con sorbetes de colores
y sombrillitas simpáticas
explotemos en mil llamadas cariñosas
en diminutivos graciosos y tiernos
se va a terminar, se termina
voy a recordar
cuando una ola te tapó y
saliste enojada como una nena
se va a terminar, se termina
en marzo el bronceado
va a ser sólo un rastro
nos veo las sonrisas de los que ríen
porque tienen los dientes bien
pero mal el alma
el reflejo plateado sobre el agua turquesa
tragos, sorbetes de colores
y sombrillitas simpáticas
los lugares comunes suelen ser
los que contienen más verdad
con vos quiero caer en todos
les dejo la originalidad a quienes deben
inventarse un amor para escribir.
*
Las grandes aguas
Y a quién vas a llamar cuando acabe el día
y al volver del trabajo pienses en estar con alguien
a quién vas a llamar para que te acompañe
cuando camines por las calles tristes de siempre.
Verás que todos están con alguien menos tú
que deseas cosas que no volverán
y dejas pasar aquellas que te harían feliz
si estuvieras preparado para verlas.
Hacia el fin de jornada cierro los ojos.
Escucho el roce de las alas de la polilla
embriagada de oscuridad.
En la noche del viernes por calles tristes
enviarás mensajes a teléfonos apagados
desde cuartos de paredes sucias
con pequeños roperos atestados
en camas marineras sin equilibrio
ardiendo de deseo por el cuerpo de una mujer
rezándole al Señor de los Milagros
por el cuerpo de una mujer
rezándole a Chacalón que es Dios
por el cuerpo de una mujer.
A quién vas a culpar por no haber hecho lo correcto
a quién vas a llamar cuando acabe el día
y volviendo por calles tristes sepas que te espera
el catre pequeño, más pequeño sin mujer
sin cuerpo que fatigue la innúmera cama.
Vas a decir que me extrañas cuando ya sea tarde
vas a pedirme que hable cuando no tenga fuerzas.
Hubiera hecho falta tanto más juntos
para convertirme en el árbol
que baña con su savia
el hacha del leñador que lo ha herido.
No soy tan buena, lo siento.
Las monjas hablarían de perdonar
de dar la otra mejilla.
Qué saben ellas de amar si se han casado
con un mudo, un ausente, un muerto.
¿Dónde estabas, que no te vi?
Tenía que ser ahora, no antes
antes no hubieras podido verme, éramos otros
tenía que ser ahora.
Y ahora aquí estoy, aquí estamos
estar contigo es bailar dentro de un huracán
una máquina voltaica años luz al borde del sol
un agujero negro empujando el centro del abismo
tu piel y tu pelo, chocolate y manjar blanco
rompiendo en mi paladar de sibarita.
Mi piel todavía sabe a ti, salobre y dulce.
Hombre. Ser de ensueño y luz
agua mansa y cascada en caída libre.
Nada va a lavar tu olor en mí
como una casa musical voy a conservar tu voz
tu forma de cantar las palabras.
Y quién va a navegar tus aguas, nadador
quién se atreverá a enfrentar las grandes aguas
el amor es un laberinto del que se sale volando
o se perece buscando la salida.
Qué bueno no haber escuchado a las amigas:
Tranquila, tómate tu tiempo...
tranquila estuve toda mi vida
tranquila estaré en la tumba.
Olvidé que no eras río sino océano y
me bebí de un trago tus aguas, nadador
y las encontré amargas y me ardieron
como una insolación de eclipse.
Que tus ojos se hagan de agua y pueda beberlos
fue mi profecía y me ahogué:
llega un momento en que las palabras
tienen valor de acto.
No voy a naufragar en tus aguas, nadador.
No voy a inmolarme en el laberinto del amor.
Vuelvo a mi vida habitual
a la calma monótona que necesito
para transformar la mierda en oro.
Vuelvo a mi centro que se parece mucho
al ojo del huracán, el lugar de mayor quietud.
En el ojo del huracán hay calma.
En el ojo del huracán está
todo lo que hemos perdido.
Lo perdido es nuestro para siempre.
Mientras escucho a la polilla
que se quema las alas contra la lámpara
pienso que es duro el destino
de los que buscan la luz.
*
Lo que nos dejó la poesía de los 90 (Pablo Neruda recargado)
Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.
Escribir:
se me nota el peronismo a
la legua,
en la
calle sólo me gritan obreros o mecánicos.
Un hotel en Constitución
con botellas rotas y bichos en las paredes
adonde él me lleva después de salir de la obra.
De la obra, de la obra en construcción
donde se gana el pan con el sudor
de su lomo de negrazo divino.
No me denuncies al INADI, por favor,
todo bien con vos morocho andino,
voy por la hermandad latinoamericana.
Nunca podré pedir leche de tigre
en un restaurante sin sonreír.
Es de familia: mamá, Guadis y yo
tres camioneras, una grosería tras otra,
chistes de mal gusto, recuerdos del almacén,
de cuando esparcimos a papá en el río de Alpa Corral.
Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.
Escribir:
a través del denso vapor
de la ducha
el
morocho tensa los músculos aceitados.
Se acerca, siempre que un hombre se acerca da miedo,
tanta masculinidad acechante inquieta,
es como si se te acercara el Aconcagua.
Hundo los dedos en la espesura de su pelo mojado
y cuando inclina la cabeza en un grito de ardor,
la mujer de la limpieza no sabe ni quiere saber
qué le ha ocurrido al pasajero de la habitación 23.
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Griselda García y Rolando
Revagliatti.
*
http://www.revagliatti.com/011114.html
http://www.revagliatti.com/010815.html
|