Hugo Toscadaray:
sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Hugo Toscadaray
nació el 26 de agosto de 1957 en la ciudad de Buenos Aires, la
Argentina, y alterna su residencia entre su ciudad natal y el
pueblo de San Antonio de Areco, provincia de Buenos Aires.
Integró los grupos literarios “El Taller del Sur – Resistencia
Cultural”, “Tome y Traiga” y “La Sociedad de los Poetas Vivos”.
Poemas suyos fueron incluidos, por ejemplo, en las antologías
“Testigos de tormenta”
(Colección Elefante en el Bazar, 1995),
“Cuerpo de abismo”
(Colección Elefante en el Bazar, 1999),
“Poesía en tierra” (Editorial Fondo de Cultura Económica, 2004),
“Canto a un prisionero
(Antología de poetas americanos: Homenaje a los presos políticos
en Turquía)” (Editorial Poetas Antimperialistas, 2005).
Obtuvo primeros premios en España y Brasil, y entre otras
distinciones, la Mención de Honor del Premio Hispanoamericano
del Diario “La Nación”, en 1998. Fue traducido al inglés y al
italiano. Colaboró en las revistas argentinas “Amaru”, “La Carta
de Oliver”, “El Aleph”; en “Babel” de Venezuela; en “Prometeo”
de Colombia; en “El Lagarto Verde” de México, etc. Fue
co-coordinador de dos cafés literarios en la década del noventa.
Publicó los poemarios
“Tangopoemas” (Editorial El Cañón Oxidado, 1989),
“La isla de la sirena de
las escamas de fuego” (Colección Elefante en el Bazar,
1995), “Naufragario”
(Editorial Turkestán, 1997),
“Amantes zodiacales”
(Edición Premio Especial, 1999),
“El nadador unánime”
(Editorial Fondo de Cultura Económica, 2004),
“La balada del pájaro tinto” (Ediciones del Viento, 2005),
“Los pasajeros de Renca”
(Ediciones del Viento, 2006),
“Fuego negro”
(Editorial Turkestán, 2011).
1 — ¿Cómo has ido (y venido)? ¿Cómo vas?...
HT —
Cuando
cumplí cincuenta años me miré en el espejo, entonces vi señales
que antes no estaban. Pero me dije: El tiempo no existe. Luego
recibí un llamado por el que supe que un amigo muy querido había
muerto. Pero me dije: El tiempo no existe. Después llegó mi
pequeña hija casi hecha mujer. Pero me dije: El tiempo no
existe. Finalmente giré la cabeza y vi que el camino hacia atrás
era mucho pero mucho más largo que el que tenía por delante.
Pero ya no me importó porque lo que había detrás era tan fuerte,
tan poderoso, como aquello que aún estaba por venir.
Como he manifestado en otras oportunidades, nací en el barrio de
Villa Luro. Porteño por nacimiento y andanza, virginiano por
naturaleza y cronopio por decantación mágica (o al menos es lo
que me dijo Cortázar en el ‘84 tocándome el hombro).
Mi infancia (sus increíbles tesoros) y mi barrio son mi
andamiaje, mi única patria y mi bandera.
Soy un muchacho triste que siempre anda contento.
He vivido en muchos barrios de mi ciudad natal pero he dormido
en todos.
También he vivido en el faldón del Cerro Uritorco entre hippies
y alucinados. Y además en la ciudad capital de la provincia de
San Luis donde conocí el insomnio y la desesperanza.
He trabajado en el puerto de Buenos Aires muchos años junto a
los barcos que alimentaron mi sed. Tengo un master en
supervivencia y otro en soñar despierto. Fui publicista,
vendedor de perfumes sofisticados, fundidor de iniciativas
comerciales, burócrata y coordinador de talleres literarios,
empezando por centros barriales, hasta la Universidad Nacional
de San Luis. También ejerciendo el periodismo en diferentes
espacios, como las llamadas, en su momento, FM Truchas o en la
FM Universidad, y en distintas revistas y periódicos barriales.
Hoy lo sigo haciendo en una radio cultural y en desperdigados
impresos.
Por definición callejera fui un atorrante desde la adolescencia,
es decir, una especie de fauno que deambulaba por los bares en
las noches de la gran ciudad, hasta que vino el fantasma del
paso del tiempo y me anunció con su matraca el fin del recreo.
Amigo fervoroso, bohemio incorregible, dionisíaco en las mesas e
intrépido en los funerales; simpático a veces, cabrón muchas y
melancólico siempre hasta la pesadilla.
Olvidé cada fracaso para reincidir después en cada uno, tanto
hasta lograr corporizar al dolor para que fuera mi amigo.
Amo el rumor de los pájaros, la solemnidad de los escarabajos,
la música del agua y los abrazos, la rebelión de los abrazos.
Amo la lluvia, el perfume de las hojas quemadas en otoño y las
tormentas. Amo la noche, los bodegones hundidos en la noche, los
barcos y los puertos, las cocinas humeantes, las asambleas
populares y el canto colectivo.
No hablo del odio, el rostro aciago del amor, porque voto al
amor y su faena; mas desprecio la injusticia y la violencia
cotidiana de los poderosos sobre los que no tienen nada.
Aborrezco además a los automóviles porque matan al hombre más
que las fieras; a los teléfonos porque carecen de piel y de
temblores y a los aviones porque despojaron del misterio a las
enormes distancias.
No creo en dios alguno pero parafraseando a Robert Desnós
"Tengo un profundo sentido de lo infinito, lo que me hace tan religioso
como cualquiera". Pienso, por otra parte, que sin misticismo
no hay arte. Todo poeta es místico.
Además de todo esto, voy enamorado.
2 — ¿Qué programas radiales estás conduciendo? ¿Qué te demanda
cada uno en su producción?
HT — Cuatro
son los programas a mi cargo en la FM Origen —Radio Cultural—
102.9: “Las Cosas y los Días”: periodístico de noticias, lunes a
viernes de 11 a 13 horas; “Alrededor de la Medianoche”: dedicado
al jazz, lunes, miércoles y viernes de 22 a 24 horas; “El
Caballo en el Tejado”: dedicado a la poesía, martes de 22 a 24
horas; “Casa de
Náufragos”: sobre el hombre y su entorno, jueves de 22 a 24
horas.
Con relación a la producción de cada uno —porque soy el
productor de mis propios programas—, lo que me demandan es
tiempo, concentración y —lo que más me exijo— el buen gusto. Hay
programas como el de 11 a 13, que me ocupa toda la mañana ya que
debo levantarme muy muy temprano, leer las noticias, elegir las
que me parecen relevantes pero que además se ocultan en los
grandes medios, masticarlas, reflexionar sobre cada una y a
partir de allí armar el discurso comunicacional. A todo eso debo
agregar la elección de la música para cada una de esas noticias.
El caso del programa de jazz es bien diferente porque lo que
hago es elegir uno o dos intérpretes, buscar el material
biográfico sobre cada uno y luego la mejor parte: seleccionar la
música. En el caso del de poesía, el modus operandi es similar:
opto por la obra de un poeta, selecciono el material para dos
horas de programa y le sumo un intérprete para la música,
generalmente instrumental, que acompañará los textos.
Finalmente “Casa de Náufragos”, que es el que más disfruto y
—por los muchos y diversos comentarios que recibo— el que más
disfrutan los oyentes. Es un programa de tono intimista, lo que
se denomina “un programa de autor”. En él tomo un tema diferente
en cada entrega, que van desde La Soledad o La Infancia hasta La
Guerra o Los Medios de Comunicación, desde El Vino o El Tabaco
hasta La Democracia o La Explotación. Siempre es un tema central
desde el cual expongo mis sentires y mirares. También es el
programa que mayor producción requiere, ya que cuenta con unos
veinte textos para cada noche de jueves y la particularidad del
eclecticismo en la música; nunca repito un mismo género en cada
emisión: hay un tango, una cueca, un landó peruano, música
gitana, jazz, fado, chansón, en fin, trato de acompañar cada
texto con lo que emotivamente me lleva a una música y muchas
veces a una región particular. Como verás, Rolando, podríamos
decir que es insalubre pero eso sí: me mantiene despierto y
muchas veces exultante.
3 — Siendo un veinteañero formaste parte de “El Taller del Sur —
Resistencia Cultural”. ¿Con quiénes, cómo resistían en plena
dictadura cívico-militar?
HT
— Yo militaba en una organización de izquierda (lo hice desde el
74, en la secundaria, hasta iniciado el nuevo siglo) y estaba de
novio con la que fue mi primera pareja. Ella es pintora y vivía
en Sarandí-Avellaneda. Nos movíamos en ese entorno de artistas y
bohemios. En el 79 decidimos estar en la calle con lo que cada
uno hacía, de ese modo tomábamos, por ejemplo, el Parque
Domínico y montábamos la muestra de pintores y la lectura de
poemas, habitualmente parados en los viejos bancos de mármol del
parque. A veces alguien cantaba y otras, alguien bailaba. Esto
lo hacíamos itinerante, mudábamos la muestra cada domingo.
Cuando aparecían “caras extrañas”, nos íbamos. Te debo los
nombres, alguien podría ofenderse con estos recuerdos, es gente
que dejé de ver hace mil años.
Lo que podría agregar es que hacia el final de esta etapa y por
contactos surgidos de ella, comencé a frecuentar las oficinas de
la Editorial Botella al Mar. Allí conocí y confraternicé hasta
su fallecimiento con Arturo Cuadrado; y con Francisco Madariaga,
Élida Manselli, Alejandrina Devescovi, Irene Marks, Francisco
Squeo Acuña, Carmen Bruna, Horacio Laitano, Eduardo Biravent,
Carlos Giovanolla (quien publicó mi primer poemario en su
Editorial El Cañón Oxidado), y otros cuyos nombres ahora se me
escapan. El caso es que los jueves a la tarde/noche en la
oficina de la calle Viamonte se armaban unas reuniones
formidables en las que las conversaciones y la risa eran el
centro.
4 — Pocos años después, durante el gobierno de Raúl Ricardo
Alfonsín, integraste “Tome y Traiga”, el grupo multicultural
dirigido por los poetas Armando Tejada Gómez (1929-1992), Héctor
Negro (1934-2015) y Hamlet Lima Quintana (1923-2002). ¿Cómo eran
ellos entonces, de quién te sentías más próximo, con qué
palabras los evocarías?
HT — El “Tome
y Traiga” duró poco, una pena, era un buen proyecto. Nos
juntábamos al inicio en el sótano de “LiberArte” y al fin
terminamos en el sótano de una pizzería en Villa Crespo, que se
inundaba con las lluvias porque estaba a la altura del arroyo
Maldonado, sobre la Avenida Juan B. Justo. Probablemente lo más
significativo de esa experiencia para algunos de nosotros haya
sido que funcionó como embrión de lo que muy poco después fue la
conformación de La Sociedad de los Poetas Vivos. En el “Tome y
Traiga” nunca sacamos la cuenta real del número de artistas y
escritores pero éramos un montón. Había de todo, poetas,
narradores, músicos, bailarines, plásticos. En fin, era una
movida que iniciaron quienes nombrabas, tipos con un prestigio
bien ganado como poetas pero también como militantes del campo
popular.
Tanto
Armando Tejada como Héctor Negro fueron siempre generosos y
abiertos conmigo. Con Armando discutíamos bastante, “sin perder
jamás la ternura”, pero bastante. Era habitual que reclamara de
mí un “compromiso con la poesía popular” —cosa que
invariablemente yo desestimaba— y enfatizaba, además: “dejá el
surrealismo porque eso distrae”. Cuando terminaban esas pequeñas
trifulcas, me abrazaba y me repetía que “a pesar de todo” le
gustaban mis poemas. Discutíamos, sí, pero también nos reíamos
mucho. Con Negro fortalecimos la relación con el paso del
tiempo. Tuvimos encuentros con más frecuencia en los últimos
años que al inicio. Con quien siempre me sentí más hermanado fue
con Hamlet. Creo que tiene que ver con el simple hecho de que
Hamlet andaba más por el centro, por los bares que yo frecuenté
casi toda mi vida y era muy común, casi cotidiano juntarnos
alrededor de una ginebra y quedarnos hasta el amanecer hablando
de las cosas de la vida, como hacen los amigos.
5 — Como Lima Quintana, Tejada Gómez y Héctor Negro, también
poemas de tu autoría fueron musicalizados, en tu caso por Carlos
Andreoli, por Moncho Mierez. ¿Nos contás sobre esta arista?
HT — Sí, y
también por Hugo Pardo y por Juan Carlos Muñiz. Yo no soy
letrista, siempre lo puntualizo, soy un poeta que algunas veces
escribe un poema para ser cantado. Y eso es todo. No conozco las
reglas de la letrística ni me desvela conocerlas. Desde la
infancia he tenido una asombrosa facilidad para la rima. En mi
casa natal se escuchaban canciones todo el día y deduzco que mi
oreja se acostumbró a eso. Para mí escribir una letra es un
recreo; lo lúdico, me distrae, y especialmente me saca de ese
lugar fangoso del poema. Obviamente que este comentario no va en
detrimento de los letristas entre quienes tengo amigos
entrañables, ni debo aclararlo, pero escribir la letra de una
canción no me quita el sueño. El poema sí me quita el sueño.
Hugo Toscadaray con Candelaria Rojas Paz, Paula Carman,
Marina Kohon, Daniel González Rebolledo y Beatriz Vignoli
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6 — Aunque probablemente no te has esmerado en difundirlos,
tenés tu experiencia como bloguero: ¿cuántos blogs tuviste,
tenés, con qué perfil cada uno?
HT — ¡Ah! Los
blogs, claro, nunca lo menciono ni hago hincapié porque
seguramente me resulta algo natural. Un blog para mí es como
sentarme con amigos a beber algo y contarles qué poetas me
gustan. Tengo uno de poesía contemporánea: El Naufragario. Otro
de poesía argentina: Las Cosas y el Delirio. Otro de poesía del
mundo: Infierno Alegre. Y otro en el que voy desde poemas más
extensos hasta ensayos o crítica poética: La Nube Centrífuga.
Pero hay más: uno con poemas míos que muy raramente expongo;
otro con textos de mi programa radial: Casa de Náufragos; y otro
muy querido: Andanzas y Abismos de Monsieur Saralegui, en el que
aparece toda mi veta callejera, toda la cosa del barrio, en fin,
el humor que me ha salvado la vida infinidad de veces.
7 — ¿Observaciones, anécdotas originadas en encuentros de poetas
en los que hayas participado?
HT
— Concurrí a encuentros de poetas desde muy temprano. En Capilla
del Monte, Chilecito, Monteros, Luján de Cuyo, Rosario,
Gualeguay, Santa Fe, Mendoza, San Juan, Neuquén, distintas
ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires: desde
hace más de treinta años que ando con la mochila llena de gente.
En las anécdotas no voy a detenerme porque podría llenar un
libro con ellas.
Pero puedo contar una a modo de ejemplo: El primer encuentro
nacional de poetas al que es invitada La Sociedad de los Poetas
Vivos se realizó en Luján de Cuyo, provincia de Mendoza, en
1991. Hacia allí partimos Marcos Silber, Carlos Carbone, Jorge
Propato y yo. Eugenio Mandrini, que es como decir “mi padre”,
siempre reacio a viajar lejos, se quedó en Buenos Aires, y en
Mendoza nos esperaba el otro integrante del grupo, Carlos Levy
(años después, ya en este nuevo siglo, se sumó Santiago Espel).
La cosa es que cuando el micro —en el que viajaban cuatro monjas
y siete gendarmes, detalle que nos llevó a bromear todo el
trayecto— efectuó la primera parada en Pergamino, pedimos papas
fritas. Nos trajeron un paquete de papas saladas y no hubo modo
de que el mozo entendiera que era otra cosa lo que habíamos
pedido. En la segunda parada, en Villa María, sucedió
exactamente lo mismo: un calco. Cuando llegamos a la terminal de
Mendoza, ya desesperados por una fuente de papas fritas, nos
metimos en el primer comedero que encontramos. Pedimos una
fuente de papas fritas y nos trajeron un paquete de papas
saladas. Fue una larga semana sin esas papas y nuestro deseo
había cobrado ribetes de desproporciones, se convirtió en un
tema central. El último día, parados frente a la combi que nos
llevaría a Mendoza, nos llamó la atención que Marcos —el más
puntual de nosotros— no apareciera. Minutos después hizo Marcos
su entrada épica: portaba una enorme bolsa con papas fritas
después de convencer al dueño de una rotisería que las hiciera
cuando el hombre ya estaba cerrando su negocio. Nunca sabremos
cuánto le costó esa fritanga.
Pienso que los encuentros sirven para eso, para encontrarse con
seres con los
que uno termina hermanado y también, vale decirlo, con
desencuentros con otros seres. A mí personalmente (y eso que soy
de Buenos Aires y uno erróneamente da por sentado que en Buenos
Aires estamos todos) me ha servido para conocer en otros sitios
gente maravillosa, a la que quisiera ver más seguido. En
resumen, los encuentros sirven para escuchar y conocer otras
voces, otros tonos bien diferentes al de uno y entre sí, pero
fundamentalmente para entrelazar afectos que han de ser, muchas
veces, indestructibles.
Hugo Toscadaray con Raúl Feroglio y Daniel González
Rebolledo
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8 — Hay un Toscadaray dramaturgo. De refilón he sabido que una
pieza tuya se titula “Paradero Singapur”. Contanos, Hugo, sobre
ella, si se estrenó, de qué trata, y eventualmente sobre otras
que pudieras haber escrito.
HT — ¡Uh,
bueno! Durante mi residencia en el barrio de San Telmo (casi dos
décadas) me relacioné con personas de teatro vinculadas al
Teatro Escuela. Cuando supieron que escribía, uno me pidió un
monólogo para presentar en clase. Ése gustó y llegó otro pedido.
Y luego otro. Así es como empecé a escribir monólogos. Hasta que
una muy querida amiga con un cargo en el Instituto Nacional de
Cine y muy conectada con ese ambiente, me preguntó si me animaba
a escribir una obra de teatro. Yo era joven e inconsciente y le
dije que sí. La obra en cuestión se llamó “Paradero Singapur”.
En el fondo no era otra cosa que un pariente de
“Esperando a Godot”, pero estaba bien y le gustó al productor cuyo
nombre —gracias a los dioses— he olvidado. El productor en
cuestión un día desapareció con el original (era el único
ejemplar, porque en esos tiempos era caro hacer cien
fotocopias), y por más que con mi amiga lo buscamos, el tipo y
la carpeta se hicieron humo. Es el motivo por el cual no quise
escribir nunca más teatro. Seguramente el espíritu de Moliere
debe estar muy agradecido.
Hugo Toscadaray con Leandro Alva y Norma Etcheverry
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9 — Un domingo por la tarde, hace poco, mateando en mi casa con
cuatro personas más, algo nos empezaste a contar sobre una
novela que te gustaría escribir, sobre personajes de ella de los
que te valés para expresar ciertas ideas y opiniones y
aspiraciones. Ahora tenés todo el espacio para pormenorizar
sobre esa novela y sus personajes.
HT
— Sí, recuerdo la charla. Aquí valdría una introducción. Tengo
una teoría sobre mí mismo y es la siguiente: de pibe yo quería
ser músico, mis padres me mandaron al conservatorio y era muy
bueno en solfeo y teoría pero mis manitas no obedecían y aunque
incursioné en alguna banda barrial de rocanrol, desistí.
Derrotado por mi torpeza decidí que debía ser pintor, amo la
pintura. Mi ex mujer es pintora y además nieta de Miguel
Diomede, uno de los padres del impresionismo argentino, pero mi
torpeza de nuevo me indicó que no me alcanzaba con los
parentescos prestados y me decidí por la escritura. Comencé con
la narrativa, relatos fantásticos y siempre breves. Algunos
llegaron a publicarse en revistas literarias, de esas barriales.
Pero si tenía que extender el relato lo dejaba a medio hacer. Me
agotaba. Así descubrí que lo mío era la poesía. O como decía un
narrador chileno amigo mío: la poesía es fácil porque hay que
escribir poquito.
Es decir: llegué a la poesía de la mano del puro fracaso, fue mi
último recurso.
Ahora en serio: creo que soy poeta porque pasé por todas esas
disyuntivas sin las cuales no hubiera encontrado mi propia voz,
pero fundamentalmente lo soy porque la palabra es lo que mejor
me define.
Lo de la novela —y lo anterior venía a cuento— es una idea de
muchos años que nunca termino de comenzar por el esfuerzo que
—descuento— me implicaría. Los personajes son los mismos que
aparecen en uno de los blogs que ya mencioné: Andanzas y Abismos
de Monsieur Saralegui. Y ellos son personajes que me acompañan desde hace décadas, personajes
que he utilizado no sólo en la escritura de relatos, no sólo en
las redes sociales, sino también en uno de mis programas
de radio. Monsieur Saralegui, don Lupercio, Joe Cannabis, Nina
Molotov, el viejo Torrejona o el ñato Partagás, entre otros, son
personajes que se desenvuelven en un mundo de conversaciones
bizantinas, divagaciones variadas y acciones bizarras. Tengo
muchos capítulos por terminar y lo más importante: tengo el
inicio, el nudo y el remate, es decir: una historia que contar.
Pero por todo lo que enumero antes, me da fiaca. Quizá algún día
pueda sentarme y
terminarla. Ya que lo pedís, Rolando, y como muestra, dejo aquí uno de
los breves diálogos que se dan entre capítulo y capítulo:
“¡Vamos a armar un poco de bardo, hablemos de arte! Dijo en alta
voz Monsieur Saralegui mirando de reojo a don Lupercio y a Joe
Cannabis que se apoderaban sin disimulo de unos bocadillos
vascos rellenos de anchoas y se servían sin detención un borgoña
bien grueso que estaban sobre el mostrador del bar Los
Bizantinos, valiéndose de que el viejo Torrejona —agachado y sin
poder verlos— acomodaba sus célebres almorranas. ¡Ojo, lo van a
destronar, Saralegui! Gritó el japonés Brailowsky mientras
aprovechando la distracción del adversario “repatriaba” en el
tablero un alfil que le habían comido 5 minutos antes.
— Le cuento, don Lupercio, que en el locutorio de las hermanitas
Molotov, Cannabis y yo escuchamos a uno diciendo que es poeta o
algo así y el tipo gritaba en la cabina que no lo inviten a
lecturas ni encuentros ni festivales de poesía porque “él está
en el futuro”. Qué paparulo ¿no? ¡Si está en el futuro cómo lo
van a invitar ahora! ¿Usted qué piensa?
— No le puedo decir nada, Saralegui, yo miro una botella
estacionada y me da vértigo. ¿Quién era el poeta?
— No sé, no lo conocemos, don Lupercio. Usted sabe que yo me la
paso leyendo y leo y leo tanto poeta minimalista, tanto fen
shui, tanto sushi, tanto poema bambú y no me lo creo. Qué se yo,
no sé si será amarretismo expresivo o pura moda o las dos cosas
juntas. No hay extrañeza, no hay revelación, no hay impulso.
Pienso en los poetas que me acercaron a la poesía y me entra una
tristeza que ni le cuento. Y claro, a esta época le conviene que
los poetas sean unos dormidos, no vaya que se les dé por romper
algo. ¿Y usted qué me dice de este tópico, don Lupercio?
— Lo que yo puedo decirle es esto, Cannabis: la heladera Siam 90
fue lo más bendito que este país nos ha dado.
— Cambiando de tema, hace tiempo le quiero hacer una pregunta:
¿Usted alguna vez tuvo automóvil, don Lupercio?
— ¡Pero no, Saralegui, si yo siempre viví en Villa Luro!”
Hugo Toscadaray con Eugenio Polinsky
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10 — ¿Qué es lo que más te ha importado —por así decir— y te
importa de la poesía?
HT
— Lo que más me ha importado siempre es la poesía (quienes me
conocen lo saben y algunos hasta lo han sufrido), pero la poesía
en su estado vital, algo de ella que no se momifica en la
escritura sino que se continúa y extiende: las impresiones, las
emociones, los gestos, lo sutil y lo espeso, lo que flota o se
arrastra. Lo que
rechaza o abraza. Los datos, los números, lo probatorio
de los objetos siempre han sido para mí un obstáculo o una
prueba por demás insuficiente de lo inatrapable. Es decir,
descarto, me quedo al fin con lo que más me interesa: la
búsqueda de la trasparencia.
Hugo Toscadaray con Lucio Madariaga, Paula Carman y Lautaro
Ortiz
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11 — Rozás el tema de que no poseés ni un ejemplar de algunos
libros de tu autoría.
HT — Soy un
tipo sumamente descuidado en estas cuestiones, y a tal punto lo
soy que, en efecto, ni siquiera he guardado para mi biblioteca
un ejemplar de cada uno de mis libros (ni qué hablar de revistas
y artículos en diarios). Como ejemplo de esto creo que es
significativo que jamás guardé ni diplomas ni objetos ni premios
que fui desperdigando en las manos de las personas que quiero.
Es decir, que hay libros míos que yo no tengo, con excepción de
“Tangopoemas” y
“Naufragario”, porque
mis viejos conservaron un ejemplar de cada uno, y de
“Fuego negro” porque
es el más cercano en el tiempo y mezquiné los últimos
ejemplares.
Hugo Toscadaray con las poetas Laura Andrea Ponce, Zulma
Liliana Sosa e Inés Manzano
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12 — ¿Thelonious Monk (1917-1982), Ella Fitzgerald (1917-1996),
Django Reinhardt (1910-1953), Nina Simone (1933-2003), Enrique
“Mono” Villegas (1913-1986) o Billie Holiday (1915-1959)?...
HT
— Al “Mono” Villegas tuve la suerte de escucharlo muchas veces en vivo y
el mejor de esos recuerdos fue durante un ciclo que hizo Manolo
Juárez con diferentes pianistas. Una noche compartieron el
escenario, la música y los chistes dos tipos geniales, uno era
el “Mono”, el otro, el “Cuchi” Leguizamón. Aquello fue de
antología.
Con respecto a las cantantes tengo una particular debilidad por
el estilo desgarrado de Billie Holiday y gran admiración por la
capacidad de la Fitzgerald —como de
Sarah Vaughan—, especialmente cuando encaran el scat. Pero mi
cantante de jazz preferida es Carmen McRae porque al escucharla
a ella sola, las escucho a todas. De Django Reinhardt puedo
decir que la mixtura entre su enorme talento y su historia
personal, es decir: las dificultades que limitaban su expresión,
lo convirtieron en un músico indispensable, aunque —debo ser
sincero— el hot jazz no es de mi preferencia.
Ahora, si de todos los admirados músicos e intérpretes que
mencionás debo elegir a uno para hablar de jazz, sin pestañear
lo elijo a Monk. Porque Monk define el espíritu
de lo que en mí sucede frente a la magia de la improvisación y
especialmente en el bebop, que es —dentro de mi canal emotivo—
el jazz por excelencia. Estos locos que un día inventaron una
música para que los blancos no se la robaran como había sucedido
con el swing, entraron en mi adolescencia con una coctelera de
fuego. Bird, Dizzy, Monk, Bud Powell, Mingus y algunos otros me
señalaron los caminos de la rebelión del espíritu, como lo
hicieron casi al mismo tiempo los poetas surrealistas. Gracias a
esa etapa entre los catorce y los diecisiete años aprendí que en
el espacio entre mi cabeza y mi corazón cabía todo lo que podía
imaginar y también lo que aún no había imaginado. Al fin y al
cabo fue Monk quien dijo:
"Hay luz porque siempre es de noche". Ahí está el poema.
Hugo Toscadaray con Laura Andrea Ponce
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13 — El vino y la ginebra son un par de bebidas alcohólicas que
ya han sido nombradas. Y un poemario tuyo que permanece inédito
se titula “El whisky
desnudo”. ¿Nos contás
de ese whisky, de esa desnudez? ¿Otros libros tenés ya cerrados
y a la espera de difusión?
HT —
Bueno, si vamos a tocar este punto antes debo decir que mi
libro “Naufragario”,
publicado en el ´97, es un largo trayecto no sólo por los
puertos, no sólo por las diferentes partes del cuerpo femenino
sino además, un largo recorrido por todas las bebidas
alcohólicas que conozco. Ahora bien,
“El whisky desnudo”, que no refiere ya a alcoholes sino a la
condición humana, es una sucesión de poemas muy breves y forma
parte de un libro aún inédito que consta de 6 poemarios.
Mientras espero de alguna editorial la absolución para este
libro, sigo trabajando en otros dos flancos: uno es
“Elogios”, al que
estoy dejando escanciar ya que si la palabra es tirana conmigo,
no lo soy menos con ella cuando dejo en un cajón poemas para que
se aburran y entiendan que si quieren volver a salir al recreo
tendrán que hacerlo con los bracitos abiertos. Y otro muy
reciente que nace de una estadía durante el verano con mi
compañera, la poeta Laura Ponce, en la selva misionera, en el
llamado “corredor verde de la selva paranaense”. Una experiencia
—para mí— de gran conmoción, en el medio de la nada o mejor
dicho, justo en el centro del todo.
14 — ¿Cuáles son
tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y
tus autores favoritos?
HT
— A ver. Nací en
una casa en la cual mi padre leía el diario todos los días y mi
madre coleccionaba recetarios de cocina, pero era una casa sin
libros. Aprendí a leer de las revistas de historietas, cuando
comencé la primaria lo hacia de corrido. Mis padres, por suerte,
notaron por un lado que mi tempranísima verborragia respondía a
alguna cosa extraña que me llevaba a degustar y repetir ciertas
palabras como si fueran chocolates, y por el otro advirtieron mi
avidez por encerrarme a leer. Fue así que compraron la colección
Robin Hood y una enciclopedia en 3 tomos que devoré en el
trascurso de esos primeros años. Y esos eran los únicos libros
que había en mi casa. Al cumplir doce años recibí un regalo que
me llevó a descubrir que había “otra” literatura, un libro de
cuentos de Julio Cortázar:
“Todos los fuego el fuego”, que leí y releí hasta que
alguien se dio cuenta que debía ampliar mi biblioteca. Aquí me
detengo y hago una observación: estamos hablando de la década
del ´60, pleno auge de la literatura latinoamericana o el
“Boom”, como se lo llamaba entonces. Esto significa que de
Cortázar pasé a Gabriel García Márquez y de ahí a Alejo
Carpentier, Manuel Scorza, Augusto Roa Bastos, y aquí me detengo
para no seguir una lista de nombres esperables. Pero esos mismos
nombres —su escritura—, como es de suponer, me llevaron al otro
lado del océano, a otros mundos posibles y también hacia el
propio territorio, hacia adentro. Y así me enamoré de la
escritura de Leopoldo Marechal, quien también me llevó a otros
territorios. Y Borges, el narrador, que llegó para quedarse.
Luego aparecieron Haroldo Conti, Daniel Moyano, Juan José Saer.
Más cerca en el tiempo, Andrés Rivera o Ricardo Piglia. En fin,
diré una obviedad: quien ama leer tiene muchos súper héroes.
Hugo Toscadaray con Carlos Levy en 2016
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15 — ¿A dónde pudieran llevarte los vocablos “crudívoro”,
“razonable”, “provecta”, “inercial” y “estaca”?
HT
— No
necesariamente todas las palabras me llevan a un lugar en
particular y cuando una palabra me traslada es desde el sonido,
no desde el sentido. En más de una ocasión he planteado que las
palabras no son otra cosa que artefactos, artefactos para alzar
o derribar el poema. Elijo cada palabra por el sentido de lo que
se quiere significar, pero no es eso lo que la sostiene dentro
del poema sino su resonancia. La suma de palabras —sonidos—
hacen al ritmo y el ritmo es primordial para que el poema cobre
vuelo o se derrumbe. Si además agrego que la búsqueda de la
transparencia es para mí sustancial en un poema, difícilmente
tropiece con palabras que yo sienta que lo enlodan o al menos
trato de evitarlo. Aquí agregaría que esos artefactos, las
palabras, conllevan en algunos casos elementos que podría llamar
cósmicos o directamente mágicos y que —por destino ya del mundo
espiritual, ya del inconsciente, nunca sabré la procedencia— me
disparan hacia territorios inesperados. Pero, insisto, eso
ocurre con algunas palabras, no con todas y no siempre.
Hugo Toscadaray con Víctor Heredia
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16 — ¿Causas
perdidas?...: tuyas o no únicamente tuyas.
HT
— ¡Quienes me
conocen bien sostienen que yo mismo soy una causa perdida!
Ahora, en serio, hoy no visualizo causas perdidas en lo
personal. Quizá en lo colectivo, seguramente, y digo quizá
porque en algún punto no las siento perdidas sino en estado de
permanente espera, en constante vigilia. Aquello a lo que
algunos llaman utopía, eso que me sigue desvelando —hoy con
menos energía en el cuerpo que ayer, pero con la misma
convicción— y que continúa siendo para mí primordial, es decir,
la búsqueda del camino hacia un porvenir humano verdaderamente
justo, equitativo, libre, solidario.
Hugo Toscadaray con Alicia Pastore
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17 — ¿Acordarías
con la poeta Patricia Díaz Bialet en que de las corrientes
poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el creacionismo
y el surrealismo”?
HT —
Adhiero plenamente, claro. Son vanguardias, además, que
estuvieron hermanadas en algún punto: de un lado el Creacionismo
exponía la idea de una creación pura, producto de la invención y
de alcanzar la belleza a través de la imagen. Del otro, el
Surrealismo proponía por medio del azar o la escritura
automática, lo onírico y el humor, privilegiando el lugar del
inconsciente como disparador y alejado de lo racional, también
alcanzar la belleza a través de la imagen. Pero el surrealismo
hizo un aporte fundamental, fue más allá. En el surrealismo lo
más importante, lo más vanguardista, no fueron sus “técnicas” o
aquello que Bretón convirtió en “escuela”, sino el hecho de
quitar la divinidad del centro y en su lugar poner al hombre. El
surrealismo encarna “una
concepción total del hombre y del universo”, como decía
Enrique Molina. Y eso fue lo revolucionario.
Hugo Toscadaray con Rubén Vedovaldi
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18 — El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad,
las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo
te resultan? ¿Cómo reordenarías con algún criterio, orientación
o sentido?
HT
— El silencio,
como lo sorprendente, son aspectos cardinales, la combinación de
ambos me impulsa a la escritura y refuerza lo místico que hay en
mí. Hasta diría que no me imagino sin ellos. El fervor es una
característica importante en mi poesía del mismo modo que lo es
en mi forma de ver el mundo y de transitarlo. No la oscuridad,
pero sí la penumbra es una vieja y querida compañera por la que
me siento abrigado siempre. La gravitación de los gestos, para
alguien tan detallista como lo soy, tienen un componente
principal a la hora de conectarme tanto con la escritura como
con el entorno. El sentimiento de desolación y del que soy
totalmente consciente porque la vida me ha enseñado a
reconocerlo bien, me arrastra a la tristeza, motivo por el cual
trato de apartarlo aunque inútilmente muchas veces. En cuanto a
la intemperancia, la dejo para el final porque me reconozco (y
se me reconoce en el ámbito de lo íntimo) como una persona
intolerante y lo soy, pero sólo frente a las cosas que —según mi
visión— atentan contra lo humano.
Hugo Toscadaray con Marcelo Leites y Pablo Dumit
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19 — ¿Qué significa para vos —y elijo aquel cuyo título me
entusiasma— tu libro “El
nadador unánime”?
HG —
“El nadador unánime”
es una serie de poemas breves, un recorrido por una parte
sustancial de mi infancia y un homenaje a mis abuelos maternos.
Mis abuelos vascos tenían un pequeño tambo en las afueras del
pueblo y muy cerca del río en San Antonio de Areco, a 100
kilómetros de Buenos Aires. En las vacaciones de verano me
quedaba con ellos, ya que mi padre atendía su negocio y mi madre
y mi hermana regresaban con él a la capital. También las
vacaciones de invierno y los fines de semana largo eran en
Areco. Para un pibe urbano como yo, aquel era un mundo de
fantasía. Esos altos montes, la vastedad de la llanura, los
pájaros, los insectos (que me siguen maravillando), los animales
de granja y los otros, ese río (en el que aprendí a nadar) y su
paisaje; en fin, todo un concierto de asombros. Y ese mundo
diferente que me rodeaba presidido por mis abuelos, mis dos más
grandes y amados fantasmas.
Antes de pasar a lo central de tu pregunta quisiera detenerme en
otro asunto: No puedo hablar por todos, claro, sólo hablo de mí
y de lo que a mí me pasa. La poesía siempre responde en primera
instancia a una lógica de las emociones. Entre los pasos
inevitables que me llevan finalmente al poema, es decir: la
contemplación, la revelación y la aproximación, pasos en donde
siempre está presente lo inasible de la belleza, es el niño que
vive en mí —el niño como representación de lo instintivo o su
rostro más salvaje— quien late, intuye y me empuja a la
escritura. Luego el adulto es quién corrige, porque es el adulto
el que sabe, el que razona, el que intelectualiza. Pero al poema
lo hace el niño, siempre, porque es el niño, aún frente a las
cosas más triviales de lo cotidiano, quien avista, se conmociona
y traduce a través de la palabra hecha imagen.
Volviendo a “El nadador unánime”, en un momento que no puedo precisar surgieron
estos textos que conformaron el poemario. Fue una irrupción
vertiginosa, como suele sucederme, escrito en unas pocas semanas
en un estado de inquietud ensoñada que generalmente saca de sus
casillas a mi entorno. Y también como suele sucederme, así como
la escritura nace intempestivamente, la corrección fue de una
lentitud embalsamante. En mi poesía la presencia de la
naturaleza es una constante, un elemento permanente en mi
discurso poético, pero no lo transcendental; en este poemario sí
lo es y para responder en concreto a tu pregunta diría que
“El nadador unánime”
es para mí el intento de atrapar la felicidad de aquel mundo
perdido. Aunque si lo pienso bien, esa persecución está en toda
mi poesía porque, al fin y al cabo, como diría Molina —y lo sigo
citando—, la poesía es “el demonio de la insatisfacción permanente".
Hugo Toscadaray con Carlos Levy
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20 — Santiago
Espel, en su “Notas sobre
la poesía” se formula las preguntas que ahora te transfiero:
¿Dónde refleja el poema su época? ¿En el tratamiento del
lenguaje o en los temas que aborda?
HT —
En ese sentido puedo pensar que el poema refleja su época
en ambos planos, podemos encontrar muchas muestras de ello; pero
creo que más allá de los sucesos que, parafraseando a Marx, son
cíclicos, lo que definitivamente determina la época en el poema
es el lenguaje. No obstante pienso que la buena poesía es
atemporal. Voy a ese tipo de ejemplos antipáticos, extremos e
inútiles: ¿Podemos imaginar la irrupción del movimiento
piquetero del siglo XX descripto en el lenguaje de Quevedo o de
Góngora? Al menos nos haría gracia. Trataré de dar otro ejemplo
pero en la dirección que intento responder y para ello regreso a
Enrique Molina, para mí quizá el mayor poeta que ha dado nuestro
país. Creo y pienso y siento que la mejor poesía es lárica y es
lírica. Lo lírico en Molina es claro, está dado por el uso de
sus imágenes sorprendentes y la conmoción que de ellas se
desprende. En cuanto a lo lárico, Molina no se detiene nunca en
una geografía, su lugar es el mundo. ¿Y esto qué tiene que ver
con la pregunta? Pues que en la poesía de Molina no hay temas
que se vinculen con un tiempo en particular, con sucesos
fidedignos, con aspectos de la realidad histórica. La época, el
tiempo, para Molina es el de la poesía y lo que lo hace un
contemporáneo es justamente su lenguaje.
*
Hugo Toscadaray selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
SOBRE LOS OBJETOS HALLADOS EN LA COSTA
he aquí el zapato negro del negro pájaro de Kansas.
en él se pueden oír:
-
el abrir y cerrar de los párpados del encantador de serpientes
-
el dedo del jardinero batiendo la casa de los escarabajos
-
la rodadura final en los durísimos labios de un viejo
y cansado trompetista
-
el jadeo de una vendedora de cosméticos en la mente
de un hombre desesperado
-
el roce de los dedos acariciando la copa en un pub
solitario de la calle 52
-
el mortal jaque de un blues clavándose en la ojera
del amante
-
el rugido de un cádillac de piernas afiladas demoliendo
la torre del bebop
hoy el zapato negro
es un animal delicado de cabellos de sal
flotando sobre la arena
con la arrogancia de una cama de bronce.
(de
“La isla de la sirena de las escamas de fuego”)
*
TRAMO CUARTO:
EL ÍNDICO MIRA CON SU OJO DE TRASATLÁNTICO
QUE SE DESLIZA POR UN SILENCIO DE ALGAS.
dice que debo lavar mis ojos en abu qutub
para poder tocar su cuerpo.
la sulamita dice estas y muchas otras cosas.
la sulamita es pequeña /
pequeña ante el desierto pero
es grande / grande la sombra que delatan sus axilas
y fresca y dulce
como duraznos bañados en negro vino grueso.
y su vientre /
su vientre es un oasis.
es abu qutub ella cuando hace alivio en mí
cuando hay su sombra en mí
cuando me moja.
(de “Naufragario”)
*
ADÁN Y EVA ENTRE EL CASTIGO Y EL ÉXTASIS
Con la palabra y su filosa piedra construí un hueco donde
durmieran.
Con estrellas innumerables les fabriqué un techo para el amor.
Para que se soltaran puse al mar y su fragancia de sal y puse al
viento.
Plantas y animales fueron para que ambos crecieran en los otros.
Y los dos así me pagan probando la esfera deleznable del deseo.
Así me han postergado por adorar a venus
después de prodigarme en ofrendarlos.
Sabiendo que jamás tocaré cuerpo de mujer ni hombre.
Sabiendo que jamás nadie ha de tocarme.
Burlándose de mí entre susurros.
Diciendo al señalarme:
padre dios
el eunuco.
(de “Amantes zodiacales”)
*
LOS DÍAS MUERTOS
Escribo que te amo mientras bebo el secreto licor del desvarío.
Escribo bajo el peso suspendido de tu ausencia
—escorpión alado y mudo—
Escribo que te amo en la noche anegada y afirmo:
Tengo corazón que tiembla y suda
como un caballo rojo.
¡Oh corazón mío!
¡Caballo palpitante y mojado!
¡Matungo de nubada enrojecida!
Le haré una pampa, con éste, tu silencio
escribiendo que te amo,
inclinado y solo,
semejante a un puño hundido en la noche anegada.
(de “La balada del pájaro tinto”)
*
POEMA PRIMERO
Durante la estación de los pájaros que estallan, cuando la
creciente sacuda la paz del río y el cielo, todo, brame como un
animal herido o madera del monte astillada por el peso del
viento que allí se detiene un breve instante. Cuando las flores
silvestres y las plantas del trópico entrelazadas rocen a los
colibríes machos y a las ranas bombinas de vientre de fuego.
Digo, cuando todo esto ocurra: Allí me veréis, desnudo e intacto
como un cazador olímpico.
(de “Los pasajeros de Renca”)
*
PAGODAS
Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado
buscando la huella del samurái perdido.
Yukio Mishima solía decir que añoraba el pasado porque amaba el
futuro.
Él sabía —o al menos presentía— que esa huella
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras
que su gente dolorosamente había olvidado.
Yukio Mishima comprendía o se esforzaba por imaginar
que con esa búsqueda su pueblo recobraría la felicidad.
Yukio Mishima —ahora el poeta Yukio Mishima—
ingresó en el pabellón dorado buscando la huella del samurái
perdido
y encontró la rebelión y mudó en harakiri.
(de “Elogios” - Inédito)
Hugo Toscadaray con Rubén Vedovaldi y Laura Andrea Ponce
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Hugo Toscadaray con el músico Ramón Ayala
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Hugo Toscadaray con Adolfo Marino Ponti
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*
Hugo Toscadaray con Marizel Estonllo
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de San Antonio de Areco y Buenos Aires, distantes entre
sí unos 115 kilómetros, Hugo Toscadaray y Rolando Revagliatti,
2016.
http://www.revagliatti.com.ar/huasi.html
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