Jorge Brega: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Jorge Brega nació el
16 de agosto de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside,
la Argentina. Es Psicólogo Social, con posgrado en Psicología de
las Organizaciones, egresado de la Primera Escuela Privada de
Psicología Social “Enrique Pichon-Rivière”. Participó en 1977 en
la dirección de la revista “Posta de Arte y Literatura” y entre
1978 y 1985 en la de “Nudos en la Cultura Argentina” (con breve
segunda época —1990-1992—). Desde 1994 forma parte del equipo de
dirección de la revista “La Marea”. Asistió invitado en 2005 al
XIII Festival Internacional de Poesía de Rosario, organizado por
la Secretaría de Cultura de la provincia de Santa Fe, en su
país. Fue incluido ese año en las antologías
“El verbo descerrajado” (Chile),
“Canto a un prisionero” (Canadá),
“País de vientre abierto” (Argentina). Ha sido el compilador y
prologuista de la antología
“Poesía social y
revolucionaria del siglo XX” (Editorial Ágora, Buenos Aires,
2002; re-edición ampliada en 2012). Poemas suyos han sido
traducidos al chino y al inglés. Publicó en su ciudad los
poemarios “No ha lugar”
(Ediciones del Hormigón, 1975),
“Poemas de ausencia” (Nudos en la Cultura Argentina, 1984; reeditado
en 2006 por Editorial Ágora),
“Luz mala” (Ediciones
Cinco, 2004), además del volumen
“¿Ha muerto el comunismo? – El maoísmo en Argentina - Conversaciones con
Otto Vargas” (Editorial Ágora, 1990; segunda edición
actualizada, misma editorial, 1997).
Integra el colectivo de intelectuales Plataforma 2012.
1 — Se podría decir que sos
oriundo del barrio de
Colegiales.
JB — Así es: Maure entre Conde y Martínez, donde mis
padres alquilaban parte de una casa chorizo, típica de esos
años, con patio y parra, justo frente a la de mis abuelos
maternos, inmigrantes asturianos. Éramos vecinos de otras
familias de inmigrantes italianos, españoles, yugoslavos…;
también de migrantes provincianos que venían a instalarse
precariamente en unos terrenos baldíos que existían frente a la
Algodonera Argentina y se extendían desde la avenida Álvarez
Thomas hasta las vías del ferrocarril Mitre. Allí los pibes
jugábamos a la pelota en lo que llamábamos “el campito”. Mi
abuelo paterno, también inmigrante, era uruguayo, hijo de
italianos. En su casa de Zabala y Giribone vivimos también
durante parte de mi infancia y juventud.
Cursé la Primaria en escuelas de la zona y
la Secundaria en escuelas técnicas. Suspendí el ingreso a la
carrera de Ingeniería para hacer la
colimba y al salir
de baja me dediqué a viajar a dedo por nuestro país, Chile y
Perú. El viaje me abrió los ojos a la realidad de los pueblos
oprimidos de América Latina y despertó mi interés por las
culturas originarias, el que continúa hasta hoy.
De regreso (1972), desistí de una carrera universitaria y
busqué empleo. Mi padre era trabajador gráfico, fue maestro de
reclusos en los talleres de impresión de la Penitenciaría
Nacional y más tarde trabajó en una imprenta privada. Gracias a
sus amistades, mi primer empleo fue en una empresa editorial, en
la cual adquirí conocimientos periodísticos y de diseño gráfico
con los que seguí desempeñándome en distintos ámbitos laborales.
La lectura me apasionó desde chico y en la adolescencia
el “boom” latinoamericano me introdujo a la mejor literatura y
pronto a nuestros grandes poetas: Vallejo en particular despertó
mi pretensión de escribirla. Hacia 1973, con compañeros que
compartíamos inclinaciones culturales y políticas (Walter
Canevaro, Manuel Amigo —artistas plásticos— y Mario Polanuer
—poeta) publicamos carpetas con nuestros poemas y dibujos bajo
el sello Ediciones del Hormigón. Dos años después apareció con
ese sello el poemario “No
ha lugar”, con dibujos de Amigo y Canevaro. En ciertos
aspectos, seguíamos el estilo de las ediciones que el poeta
Roberto Santoro realizaba con el pintor Pedro Gaeta,
a quienes conocí por amigos comunes. Con Santoro congeniamos
enseguida, vivíamos cerca y yo lo visitaba en su casa de la
calle Fraga. Él me invitó a integrar la Agrupación Gremial de
Escritores (AGE), en cuyo plenario constitutivo —reunido en la
SADE Sociedad Argentina de Escritores— elegimos como Secretario
a Haroldo Conti (ambos serían detenidos-desaparecidos después
del golpe de Estado). Eran tiempos de gran turbulencia política.
Los miembros de la AGE compartíamos ideas y militancias de
izquierda. Recuerdo que una venta interna de
“No ha lugar” formó
parte de una colecta que realizamos en ayuda a los obreros
metalúrgicos de Villa Constitución, que estaban en huelga. Era
1975, y pese a que ya se vislumbraba la proximidad cierta de un
golpe de Estado, en la AGE predominaba aún la actitud de golpear
centralmente al gobierno peronista. Personalmente, adherí a las
posiciones del PCR de no repetir los errores de 1955 y de
impulsar en el movimiento obrero y popular la lucha anti
golpista. Esto me fue alejando de la agrupación.
Con Diana Dowek y Derli Prada
2 — Por entonces te
vinculás con medios gráficos.
JB — Sí, por razones
laborales. Paralelamente, por mi actividad literaria tomé
contacto con publicaciones culturales. La primera en la que
publiqué poemas, en 1973, se llamaba “SoloSol”. En 1975 comencé
a colaborar en la revista “Los Libros”, dirigida por Carlos
Altamirano, Osvaldo Bonano y Beatriz Sarlo. Fue clausurada por
la dictadura militar en 1976. Al año siguiente participé en
“Posta…” y fue en “Nudos…” donde asomaron algunos de los textos
que reuní después en
“Poemas de ausencia”, poemario que contó con unas palabras
previas de Madres de Plaza de Mayo. “Nudos”
fue una de las expresiones de la resistencia cultural a la
dictadura, que fue muy amplia. En el caso de las revistas, en
1979 llegamos a conformar una Asociación de Revistas Culturales
Argentinas (ARCA). Aunque breve, nos posibilitó establecer
vínculos y colaboraciones, restaurar tramas de solidaridad que
la dictadura había dañado e intercambiar pareceres sobre la
situación social que se padecía, qué temas abordar y de qué modo
zafar de la censura imperante, por la cual la crítica explícita
era muy riesgosa. “Nudos” editorializaba por medio del arte de
sus tapas, que aludía a la situación represiva, desapariciones,
etc. (el director Manuel Amigo y Eduardo Iglesias Brickles, dos
estupendos artistas plásticos, ya fallecidos, fueron autores de
las mismas). Más adelante nos sumamos con la revista al
Movimiento de Reconstrucción y Desarrollo de la Cultura
Nacional, que reunió a numerosas personalidades del arte y la
cultura opuestas al “Proceso”: Aída Carballo, Leda Valladares,
Ana Pampliega de Quiroga, Suma Paz, Rubén
Szuchmacher,
Adolfo Pérez Esquivel, Ricardo Monti, León Gieco, Ernesto Sábato, Adolfo de
Obieta, Diana Dowek, Andrés Cascioli, Josefina Racedo, Antonio
Tarragó Ros, entre tantos otros. El Movimiento cerró en 1984, ya
en democracia, con toda una semana de exposiciones, recitales y
mesas redondas en el Centro Cultural General San Martín, que se
llamó “Semana Cultura de la Resistencia”. Muchos de los que
entablamos amistad en aquél movimiento continuamos compartiendo
actividades culturales en los años siguientes.
3 — Hasta que con Josefina Racedo y Derli Prada fundás
“La Marea”, Revista de Cultura, Artes e Ideas.
JB — Con ellos y con
Cristina Mateu, Víctor Delgado, Elena Hanono, Gloria Rodríguez…
Eso fue ya en 1994. Habíamos participado en el Movimiento por la
Verdadera Historia, que en 1992 motorizó los contra festejos del
5° Centenario de la Conquista de América, y nos juntamos con
algunos amigos de esa movida, entre ellos Adolfo Colombres,
quien convocó a colaborar en “La Marea” a Ticio Escobar, de
Paraguay y a Darcy Ribeiro, de Brasil. También sumamos el apoyo
inicial de Alberto Rex González, Luisa Calcumil, Teresa Parodi,
Joaquín Giannuzzi, Libertad Demitrópulos, Néstor Groppa, Ana
Quiroga, Jorge Hacker, Diana Dowek, Alfredo Saavedra, Ricardo
Cámara, Osvaldo Tcherkaski…
“La Marea” es un espacio de debate y expresión de una
cultura popular, nacional, científica, democrática, libre de
toda dominación extranjera —como dice la declaración de la
independencia cuyo bicentenario estamos próximos a conmemorar.
En tal sentido es que hemos orientado en ella el tratamiento de
temas vinculados a la educación, las letras, las artes visuales,
la historia, las ciencias sociales.
Mencionar a todos los que han colaborado en estas dos
décadas sería muy extenso,
algunos fueron:
David Viñas, Jorge Lafforgue,
Nora Dottori, Jorge Isaías,
Teresa Leonardi, Gabriela Gresores,
Luis Felipe Noé, Guillermo
Volkind, Jorge Carrizo, Ana Wortman, Liliana Tamagno, María
Teresa Sirvent, Claudio Spiguel, Roberto Di Giano, Diana Kordon, Beatriz Seibel, Fernando Ainsa, Isabel
Requejo, Irma Antonazzi, Eduardo Azcuy Ameghino, Santiago
Sylvester, Alberto Ure…
(Presentando "La Marea")
4 — Mentemos el espacio que “La Marea” dedica a la
poesía.
JB — La poesía tiene
un espacio permanente. La tapa es encabezada siempre por el
verso de un poema que se reproduce completo en la primera página
interior, acompañado de los datos del autor. Además, en otras
páginas habrá alguna nota sobre un poeta, una entrevista o
reseñas de sus libros. El primer número abrió con “A galopar” de
Rafael Alberti. Le siguieron Brecht, Giannuzzi, Groppa, Isaías,
Jorge Teillier, María Teresa Andruetto, Mahmud Darwish, Manuel
J. Castilla, Ferreira Gullar, Drummond de Andrade, Osmar Luis
Bondoni, Manuel Scorza, Margaret Randall, Gonzalo Rojas, Raúl
Zurita, Diego Mare, Jorge Rivelli, Ramón Plaza, Francisco
Squeo Acuña,
entre muchísimos otros.
5 — Recuerdo que participé, en 2003 o 2004, en la
presentación de un número de “La Marea”. ¿Cada edición en
presentada en algún ámbito público? Sé que tiene su presencia en
la Feria del Libro.
JB — Sí, cada número es
presentado con mesas redondas, muchas veces acompañadas de
manifestaciones artísticas, tanto en Capital como en aquellas
provincias donde contamos con amigos que difunden la revista. En
todos estos años se ha ido conformando una modesta pero fiel red
de apoyo, muy necesaria para una revista que se auto sostiene.
Anualmente, hay dos acontecimientos culturales de gran
convocatoria en los cuales la revista procura estar presente.
Uno es el Festival de Folklore de Cosquín, en torno al cual
hemos organizado peñas y participado del Congreso del Hombre
Argentino. El otro es, efectivamente, la Feria Internacional del
Libro de Buenos Aires. En ésta nos albergó siempre el stand de
la Distribuidora Catari y, en los últimos años, también el stand
oficial de Revistas Culturales. Desde los inicios de la Feria,
Catari compartió su stand con la Librería Raíces y con aquellas
editoriales cuyas publicaciones distribuye, entre ellas “La
Marea”. Gracias al apoyo del stand de Catari-Raíces, conducido
por Humberto Cipolletta, pudimos realizar en la Feria numerosas
presentaciones, varias de ellas con gran concurrencia, como la
que sirvió de lanzamiento al Movimiento por la Segunda y
Definitiva Independencia (2007) o la de homenaje a Atahualpa
Yupanqui (2008), ambas con intérpretes de música popular. Este
año organizamos un panel sobre “Teatro, Sociedad y Poder” con
Ricardo Bartís, Rubén
Szuchmacher y
Derli Prada.
Con Derli Prada (2015)
6 — Sos también parte de
un espacio para mí entrañable, en el que he coordinado intensos
Ciclos de Poesía, además de un Café Literario y algunos eventos
compartiendo responsabilidades con otros escritores: el Centro
Cultural “Raíces”.
JB — Ciertamente “Raíces”
es un espacio muy importante para nosotros porque, como dije
antes, es el que permite a “La Marea” estar en la Feria del
Libro y también uno de los lugares para sus actividades
públicas. Comenzó como librería y distribuidora allá por inicios
de los años ‘80 en un pequeño local de Congreso y luego de un
par de mudanzas abrió su primer centro cultural en la calle
Paraná, antes de establecerse en la casa actual de Agrelo 3045,
barrio de Balvanera. Allí nuestra revista ha organizado cursos
de historia argentina que luego publicamos en libro. Tu ciclo de
poesía fue muy bueno, de una gran amplitud. También hubo ciclos
de cine-debate, muestras plásticas, así como numerosos
espectáculos musicales. El cantautor Rafael Amor, por ejemplo,
suele actuar allí cuando está en Argentina, ya que alterna
temporadas con España. Actualmente hay ciclos de teatro que
coordina Derli Prada, además de otras actividades artísticas.
7 — ¿Quisieras contarnos qué poemas de tu autoría fueron
musicalizados y escenificados, por quiénes, en el marco de qué
espectáculos?
JB —
Varios de
los “Poemas de ausencia”
fueron integrados a obras dramáticas en versiones musicalizadas,
aun antes de que el libro se publicara. En 1981 el grupo Teatro
Hoy, que dirigían en Buenos Aires Chuli Rossi y Gabriel Díaz,
incluyó “Ronda” en su obra “Y aunque lágrimas nos cueste”.
Al año siguiente, el Grupo Cultural “Homero Manzi” de Rosario
hizo lo propio en su obra
“Tiempo del hombre”,
que sumó otros dos poemas: “Foto” y “Ellos”. La puesta de mayor
envergadura fue la del Grupo de Teatro Vocacional Mercantil de
Bahía Blanca, que en 1985 llevó a escena el libro completo con
adaptación y dirección de Julio González Teves, uno de los
fundadores del histórico grupo bahiense Teatro Alianza. En 1986
el músico Ricardo Cantore, que fue director de la Escuela de
Música Popular de Avellaneda, puso música e interpretó
“Secuestro” y “El ausente” en su disco “Por
mi canto”. En 2002, Derli Prada integró
el poema “Vuelo”
a su unipersonal “Poesía en ropa de trabajo”, un espectáculo que incluyó además
poemas de mi antología
“Poesía social y revolucionaria del Siglo XX”.
Con escultura de Gaudi- España 2014
8 — Me voy a permitir reproducir el texto que consta en
la contratapa de tu poemario
“Luz mala”: “Tanteos de una
poesía objetiva. No metafórica, si tal cosa no fuese imposible.
Un tratamiento directo del objeto en busca de que la emoción
surja de la materia de los hechos, no de la superficie retórica.
Afinidad con la fotografía como arte de la representación.
Procura de su mismo silencio, una dimensión donde lo esencial
resida en lo que no está dicho.” Imagino que en esta línea
has proseguido tu
“pretensión de escribirla”.
JB — Sí, la pretensión
desde luego, aunque lograr lo que uno se propone, como aquello
que en mi caso condensa el texto que citás, es otro cantar. Hay
muchas tendencias y tradiciones poéticas, por supuesto que todas
válidas, aunque tengamos nuestras preferencias. Yo tengo
afinidad con aquellas no confesionales, mayormente enfocadas al
mundo objetivo, prescindentes de lenguaje críptico y atentas a
lo social, o a aquello que Giannuzzi llamaba
“el drama de la época”.
Con Diana Dowek
9 — Más de cien poetas —entre ellos, Domingo Zerpa,
Vasilis Vasilikós, Volker Törne, Kostas Thrakiotis, Carmen
Soler, Lasse Söderberg, Pedro Shimose, Manuel Scorza, Nicolás
Vaptzarov, Leonel Rugama, Charles Reznikoff, Margaret Randall,
Joaquín Pasos, Salvador Murillo, Yenny Mastoraki, Menelao
Ludemis, Folke Isaksson, Elvira Hernández,
Ho Chi Minh— has incluido en la primera edición de tu
“Poesía social y
revolucionaria del siglo XX”. ¿Repercusiones —a favor o en
contra— a partir de ese volumen y del posterior, con otros
autores incorporados?
JB — Según la editorial,
esa selección tuvo muy buena acogida entre los lectores, razón
por la cual tuvo una segunda edición, que procuré renovar
agregando autores y reemplazando poemas de algunos de los poetas
de la primera edición. Recibí comentarios positivos e incluso
una invitación a participar con la definición de poesía social
en el Diccionario del Pensamiento Alternativo (de Hugo E.
Biagini y Arturo A. Roig, Editorial Biblos, 2008). También
objeciones en cuanto a algunos poetas elegidos u otros ausentes.
Tales objeciones son inevitables en una compilación siempre
limitada por el presupuesto y sin otro rigor que ofrecer una
muestra lo más amplia posible en cuanto a países representados,
en particular de América Latina, con poetas que han sido poco
difundidos. Recuerdo que al comentarle a Joaquín Giannuzzi que
estaba preparando esa antología me dijo:
“Eso es para ganarse
enemigos”. Por suerte, creo no haber llegado a tanto.
Con Laura Yasán, Rubén Eduardo Gómez y otros poetas
10 — Te invito a
que compartas con nosotros tu definición de poesía social.
JB —
Cito la entrada del Diccionario: “Poesía
social. Designación de aquella poesía que se involucra en temas y conflictos
colectivos. Categoría genérica difundida en la crítica literaria
desde las primeras décadas del Siglo XX. La amplitud de sus
alcances ha dado lugar a múltiples debates.
El ser humano es fundamentalmente
social. La poesía, como medio de expresión y comunicación
humana, también lo es. Tal carácter es evidente en las propias
obras poéticas, desde Homero en la Antigüedad a la gauchesca en
los orígenes del género en el Río de la Plata. ¿Por qué,
entonces, el énfasis del calificativo
social aplicado a
la poesía? Se ha dado en llamar “poesía social” a aquella que, a
diferencia de las corrientes estéticas inscriptas en el “arte
por el arte” o en la efusión lírica de un yo ensimismado, busca
su objeto poético en la realidad objetiva y toma partido en las
contiendas sociales.
Generalmente, los autores de
poesía social pertenecen al espectro de la izquierda política
quienes, en particular los de formación marxista, no se limitan
a la descripción naturalista de la injusticia social, sino que
se proponen contribuir con su arte a la transformación
revolucionaria del mundo. De ahí el célebre verso del español
Gabriel Celaya: “La poesía
es un arma cargada de futuro”. Justamente España ha dado una
fructífera poesía de este tipo, en especial en el bando
republicano durante la Guerra Civil, resurgida con especial
calidad y fuerza expresiva en los años 50, aún bajo la dictadura
del general Francisco Franco. Es también en España donde el
mayor poeta social argentino, Raúl González Tuñón, escribe una
obra fundacional del género,
“La rosa blindada”. Dedicado a la insurrección de los mineros
asturianos de 1934 y publicado en 1936, el libro influyó
decisivamente en la producción de otros grandes poetas de la
época, como Miguel Hernández y Pablo Neruda. Fue este último
quien reconoció: “Raúl fue
el primero en blindar la rosa”. El propio título del libro
define un programa estético e impugna los esquematismos
conceptuales que ven una oposición excluyente entre función
política y expresión lírica, una contradicción dilemática —no
dialéctica— entre el referente objetivo y la expresión
subjetiva. Por encima de cualquier parcialismo, Tuñón advertirá:
“la poesía es una e
indivisible”. En la Argentina de los años 20, los
abanderados de la literatura social fueron los escritores del
llamado Grupo de Boedo, entre quienes destaca la labor poética
de Álvaro Yunque, autor, además, de una historia de esa
literatura en el país. Raúl González Tuñón, aunque amigo de los
boedistas, integró el Grupo de Florida, “rival” vanguardista de
Boedo. Nicolás Olivari, poeta fundador de Boedo, fue
posteriormente uno de los animadores de Florida. Ambos casos
desmienten otro prejuicio común: el supuesto antagonismo entre
compromiso social y vanguardia estética. Prejuicio que, por otra
parte, asocia la noción de vanguardia al irracionalismo teórico
y a la mera experimentación formalista. Superando esa noción
limitada, el poeta mexicano José Emilio Pacheco ha introducido
el concepto de “la otra
vanguardia”, en la que incluye a la poesía testimonial y
realista originada en los años 20 en América Latina y expandida
en la segunda mitad del Siglo XX, que practica un tono coloquial
e incorpora elementos extraliterarios, términos del habla común,
referencias periodísticas, cifras, marcas y nombres propios,
etc. Una corriente emparentada en sus orígenes con la poesía
objetiva norteamericana y entre cuyas obras fundacionales
Pacheco señala a “El
soldado desconocido” (1922), del nicaragüense Salomón
de la Selva. En Nicaragua esta tendencia ha sido fecunda con los
poetas del llamado “exteriorismo”, uno de cuyos exponentes más
notorios es Ernesto Cardenal. La poesía social cobra particular
desarrollo alrededor de los años 60 como parte del auge de las
luchas populares y alentada por el triunfo o la consolidación de
procesos revolucionarios en países como Cuba, Vietnam, China,
etc. Algunos de los poetas más influyentes del período son el
argentino Juan Gelman, el salvadoreño Roque Dalton, el brasileño
Ferreira Gullar (José Ribamar Ferreira), dentro de una lista
demasiado extensa para ser desplegada aquí. Luego de haber sido
interdicta por las dictaduras militares de los años 70 —que
asesinaron a varios de sus autores— y despreciada por las
corrientes poéticas conformistas o “apolíticas”, que se ufanaban
de haberla derrotado en el plano literario cuando sólo se la
había obligado a replegar por la fuerza de las armas, la poesía
social está resurgiendo en Argentina y otros países al calor del
nuevo impulso de los movimientos nacionales, populares y
antiimperialistas en América Latina”.
Con Leónidas Lamborghini
11 — Nunca me animé a
preguntártelo cuando nos veíamos en “Raíces”: ¿cómo es ser
—haber sido— el yerno de Joaquín Giannuzzi (1924-2004)?
JB — Fue un
privilegio haber compartido años de relación familiar con él y
con su esposa, la novelista Libertad Demitrópulos, dos personas
de gran cultura y conversación apasionante de quienes aprendí
mucho. Mantuve con ellos un entrañable vínculo de cariño mutuo.
Joaquín era un hombre afable, abierto a recibir a los poetas
jóvenes, a atender sus inquietudes, afectuoso en su trato y muy
galante con las mujeres. Tenía un humor chispeante y socarrón,
que le permitía presentarse a sí mismo como un
“pesimista jovial”, que
era una definición certera. Extraño mucho conversar con él.
Recuerdo con especial añoranza los veranos compartidos en la
casa que Libertad había heredado en el pueblo de Campo Quijano,
provincia de Salta. Allí, sentado frente a una ventana, Joaquín
escribía a mano en sus cuadernos escolares esos poemas
subyugados por la opulencia vegetal de
“un jardín creciendo fuera
de la historia”,
un reino por completo ajeno a tanta insensatez que hallaba en el
mundo humano.
Con Adolfo Colombres, Maristella Svampa y Liliana Tamagno
12 —
¿Qué tipo de novelas preferís? ¿Cuáles detestás? ¿Cuáles volverías a
leer? ¿Cuáles son tus hábitos de lectura?
JB —
Leo muchas novelas, desde siempre. Tengo un gusto más bien clásico, de
buenas historias que ahonden en relaciones, conflictos y
aspectos humanos de todo tipo y lugar. No elijo por géneros
novelísticos sino por autores o por temas que me interesen en
particular. Más que detestar, ignoro al bestsellerismo. Volvería
a leer —de hecho lo hago— a William Faulkner, José María
Arguedas, Cesare Pavese, Bertolt Brecht, Roberto Arlt, John
Berger, entre otros. Mis hábitos de lectura son bastante
eclécticos, además de novelas y poesía leo historia, textos
marxistas, biografías…
Con Osmar Luis Bondoni
13 — Hasta hace algunos años, en la sección “Banda
Hispânica” del brasileño portal “Jornal de Poesia”, los autores,
como parte de su presentación, debían responder (apenas retocaré
alguna expresión) el siguiente breve cuestionario (el cual te
extiendo, Jorge):
A: ¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas
hispanoamericanos?
JB —
Tengo afinidad con Gonzalo Millán (Santiago de Chile, 1947-2006), cuya
poesía admiro. Lo leí por primera vez a mediados de los años ‘80
en un ensayo del estadounidense Thorpe Running, acerca de la
poesía escrita bajo las dictaduras de Chile y Argentina en el
cual nos mencionaba a ambos, entre otros autores. Gonzalo vivía
entonces en Holanda, uno de los países en que pasó su exilio.
Pude contactarme con él y entablamos una amistad epistolar. Aún
conservo un ejemplar de su magnífico
“Seudónimos de la muerte”,
en una edición artesanal intervenida plásticamente, realizada
por él mismo, que me obsequió por correo. De ese libro me
permito citar el poema
“Aparecida”: “Apareció. Había desaparecido,/ pero apareció. Meses después/ la
encontraron en una playa./ Apareció en una playa/ meses después
con la columna/ rota y un alambre al cuello.”
En su país, sintonizo además con la antipoesía de Nicanor
Parra y con poetas como Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Elvira
Hernández o Raúl Zurita. Me he interesado mucho también por el
exteriorismo nicaragüense —esa amplia corriente poética que
puede incluir desde Coronel Urtecho y Cardenal hasta Leonel
Rugama—, así como por otros poetas latinoamericanos como Antonio
Cisneros, Javier Heraud, Roque Dalton,
Ferreira Gullar o José Emilio Pacheco.
Con Alberto Muñoz, Selva Dipascuale y Andi Nachon
B: ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen
en la poesía que se hace en la Argentina y que deberían tener
repercusión o reconocimiento internacional?
JB —
No se me ocurre una contribución especial destacable por sobre
otras. Creo que existe una diversidad de voces, tanto en cuanto
a propuestas estéticas como a procedencias e idiosincrasias
regionales, merecedora de políticas democráticas de aliento y
difusión nacional e internacional.
C: ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas
entre los diversos países que conforman Hispanoamérica?
JB —
Pienso —vinculándolo con lo anterior— que es la falta de
políticas y acuerdos específicos de los gobiernos de los
distintos países en favor del intercambio cultural entre
nuestros pueblos.
Con Martín Micharvegas en Madrid
14 —
¿Tenés un escritor que te haya mostrado que la literatura podía llegar a
ser tantísimas “cosas” más de las que habías leído o imaginado?
JB —
Varios. Como ya dije, los primeros fueron —por una cuestión meramente
generacional— los autores del
boom. En especial
libros como “Rayuela”
de Cortázar y “La ciudad y
los perros” de Vargas Llosa, ambos del mismo año (1963). Fue
el descubrimiento de las potencialidades de la literatura, una
“entrada” a autores que posteriormente me deslumbraron aún más,
como Faulkner y otros que mencioné antes.
15 — Te cito un párrafo redactado por el poeta Jorge
Aulicino: “Storni vuelve a
ser influyente, o es por primera vez influyente, más bien por
temperamento que por una concepción particular de la poesía. Tal
vez no exista poesía femenina, pero existe femineidad en la
poesía. Y eso se encuentra en cantidad muy apreciable en Storni,
quien fue mucho más que esa Alfonsina que flota entre sirenitas
y caballitos de mar en una especie de santuario popular creado
por Félix Luna. Storni ha sido femeninamente áspera y concreta,
a la vez que ornamentalmente lírica.” ¿Acordás?
JB —
No puedo sino estar de acuerdo con él. Desde ya que la relevancia de
Alfonsina Storni nada le debe a la canción de Luna, más bien lo
contrario. No sorprende que su poesía —según señala Aulicino—
sea hoy influyente, dado el lugar central que tienen hoy las
cuestiones de género y la situación social de la mujer.
Jorge Brega con Teresa Parodi, Elena Hanono, Julio
Fernández Baraibar, Luis Felipe Noé
16 — Transcurridos ya más de dos lustros de la aparición
de tu último poemario, cabe preguntarte si prevés publicar uno o
más que pudieras tener inéditos. Y complementariamente, ¿no
reunirías en algún volumen una selección de entrevistas
realizadas por vos y artículos de tu autoría que sólo se
difundieron en publicaciones periódicas?
JB —
Sí, preveo volver a publicar poesía, aunque luego de “Luz
mala” he estado un largo período sin escribirla, y de lo
escrito últimamente debo aún pulir y darle unidad. En cuanto a
mis entrevistas y artículos, pensé reunirlos en libro,
probablemente como parte de una selección de notas literarias de
“La Marea” que incluya más autores, como ya hemos hecho con
otros temas, por ejemplo con los textos dedicados a “Trabajo y
globalización”.
Con Yanina Magrini y Luis Bravo
17 — ¿Son innecesarias las restricciones formales de los
géneros literarios? ¿Deben derribarse los límites entre lo
considerado poesía o narrativa, en favor de una “simbiosis”?
JB —
Las diferencias entre géneros son productos históricos. En la antigüedad
no había esa distinción (pienso en Homero). Existen
restricciones formales o técnicas que son inherentes a géneros
literarios específicos, como la métrica estricta de ciertas
composiciones poéticas que en el Siglo XX fueron siendo
desplazadas por el verso libre, pero que aún siguen
practicándose. Son procesos históricos siempre cambiantes e
inacabados. Lo que es innecesario —y en vano— es
pretender imponer restricciones de cualquier tipo a la
creación. La poesía y la narrativa están presentes la una en la
otra más allá de las formas.
18 — ¿De qué lecturas has disfrutado últimamente?
JB —
Entre las novelas argentinas de los años recientes me gustaron
mucho “La mujer en cuestión”, de María Teresa Andruetto;
“Blanco nocturno”, de
Ricardo Piglia;
“Trasfondo”, de Patricia Ratto;
“El destino”, de
Carlos Pereiro; “El viento
que arrasa”, de Selva Almada;
“La vida de los Van Gogh”,
de Camilo Sánchez. Entre las extranjeras
“HHhH”, de Laurent Binet y
“Zapatos
italianos”,
de Henning Mankell. En poesía, algunas obras completas
que se han venido editando, como las de Roberto Santoro, Teresa
Leonardi o Diana Bellessi.
*
Jorge Brega selecciona poemas de su
autoría para acompañar esta entrevista:
De “Poemas de ausencia”:
Visita
(O: Un
ausente en busca de otros ausentes)
08:55
Sólo el
moscardón cruzando la sala interrumpe el silencio.
El hombre
en el centro del cuarto observa sus
propias
huellas el polvo flotando en rededor.
Salvo lo
que el atropello quebró nada han dejado.
El hombre
gira, el polvo incendiado con él, el moscardón
vuelve y
sale por el extremo derecho del cuadro.
Las
cachiporras las groserías las bestias
bípedas
no tienen tarea pendiente aquí,
concluyeron.
El sol
intercepta en el pecho
al hombre
que conserva un brazo en la sombra.
Las
ventanas faltan la puerta quebrada yace.
El hombre
mira al aire azul lejos.
09:10
Las voces
regresan los niños saltan uno sobre otro.
Ignora
dónde los guardan con su madre viva o muerta
el hombre
que se lleva una mano a la frente
ora
sonriendo ora sollozando según
sople el
recuerdo los sonidos crezcan disminuyan
los pasos
se acerquen se alejen etcétera.
La luz
ingresa a pleno y en ella arde ahora el aleteo loco
del
pájaro que aterrado retrocede.
Ante el
portarretrato vacío el hombre gesticula, el cuerpo
no le
basta, el corazón
finalmente estalla, el dolor
se queda
para siempre.
09:30
El hombre
o el fantasma del hombre
hace
abandono del predio.
*
Regreso
Al fin del
alba la casa resplandece.
Vista desde
las tunas parece que vibrara
estremecida
por la luz.
Antaño
entornábamos los párpados
y los
contornos se volvían precisos
(era una
ilusión).
Pero ya no
jugamos
e ignoramos
dónde moran nuestros camaradas de entonces.
Los más
pesimistas nombran el fondo del lago
en cuyas aguas
corríamos regatas
(hop,
hop, guiaba
a los remeros
el timonel con su megáfono).
Hoy los
postigos golpean en la casa vacía
como un mal
remedo de la Minerva imprimiendo
participaciones de enlace y proclamas de huelga.
Aunque esto
fue más tarde,
cuando alzamos
la vista más allá de los cerros
donde habíamos
enterrado nuestros tesoros de infancia.
Techos de
tejas y muros encalados,
el pueblo
permanece siempre bello,
mas en la casa
nadie aguarda
para llamarnos
descariñados por no haber escrito nunca.
Ahora, desde
el sendero vemos el lago,
las tunas,
la casa por
última vez.
*
De
“Luz mala”:
Estiba
En el vagón
unos hombres se
afanan desdibujándose en el polvo.
Un rebozo de
arpillera los cubre hasta los hombros.
Apenas si sus
ojos logran entreverse.
Sólo las palas
con que expulsan la carga
alcanzan nitidez
al emerger fugaces a la luz.
Los granos
describen una parábola radiante
al caer en la
cinta sinfín que los conduce al buque.
Las rápidas
figuras palean en la sombra:
la compuerta
corrediza ha dejado
una abertura
oscura
por la que el
trigo abandona el país.
*
Figuras en un paisaje
Una mujer en un
bote.
Se aparta del
tejado con un toque de remo
contra la franja
visible del muro.
No más que esto
se distingue.
Salvo la copa
del eucalipto
que emerge hacia
el oeste de la casa.
El primer
mandatario navega en aeroplano.
Pasa por allí en
el instante
en que la mujer
mueve los labios.
Desde el cielo
de Argentina
su figura es
despreciable.
Una mínima masa
muscular
agitándose en un
páramo de agua.
Binoculares
mediante
el presidente
divisa el movimiento
de otras figuras
menores
bajo unas mantas
en el fondo de
la embarcación.
Es entonces que
dispone
atusarse
pensativo el bigote.
Y algo abajo
sucede al unísono:
La figura que
rema ve flotar
en el cielo
a la máquina
resplandeciente.
*
Poética
Como Hopper
escrutar desde
la noche un cafetín iluminado.
Un claro lunar
desde el monte tupido.
No un destino
ajeno
de parroquiano
acodado al estaño.
Sino una hondura
propia.
Un misterio
íntimo que la conciencia ronda.
*
Inédito:
El cañazo de Don Gómez
El sereno convida aguardiente
y no se le puede despreciar.
Hace décadas que es baqueano
de los arqueólogos aquí
en Pachacamac, morada de sus ancestros.
Hemos encendido un fueguito entre los
pinos
para que el anciano se tiente a contar.
Donde él indicó —recuerda—
hallaron el sepulcro de una princesa
con su ajuar funerario intacto.
El cañazo pega como patada de mula
y todo gira en torno al fogón: los
rostros,
el bosque, las estrellas de la límpida
noche.
Al regreso de aquel día soleado
ella lo aguardaba en su mínimo cuarto
con una doliente mirada de reproche.
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jorge Brega
y Rolando Revagliatti, 2015.
http://revagliatti.com.ar/041206.html
http://www.revagliatti.com.ar/030915_super.html
http://www.revagliatti.com.ar/040308p.html
http://www.revagliatti.com.ar/051200_picnic.html
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