José Ioskyn: sus
respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
José Ioskyn
nació el 20 de agosto de 1962 en la ciudad de La Plata (donde
reside, alternando con la ciudad de Buenos Aires), la Argentina.
Es Licenciado en Psicología (1991) por la Facultad de Psicología
de la Universidad Nacional de La Plata. Artículos suyos de
psicoanálisis han sido publicados en medios digitales, tales
como la revista de psicoanálisis y filosofía Consecuencias, de
la Escuela de la Orientación Lacaniana, la revista de la NEL de
México, el blog Liter-a-tulia de España, y Acheronta, de su
país. Asimismo, un artículo suyo integra el volumen colectivo
“Las fórmulas del deseo”
(Editorial Tres Haches). Fue incluido en la antología de ensayos
“Viel Temperley”
(Ediciones del Dock, 2017) y en la de cuentos
“Textos 1” (La Comuna
Ediciones, 2017).
Publicó los libros
“El mundo después”
(cuatro cuentos largos, Editorial Paradiso, 2013);
“Literatura y vacío.
Psicoanálisis, escritura, escritores” (ensayo, Editorial
Letra Viva, 2014); “Nunca
vi el mar” (poesía, Editorial Huesos de Jibia, 2014),
“Acerca de un imperio”
(poesía, Ediciones del Dock, 2016);
“Manual de jardinería”
(novela,
Editorial Barnacle , 2016), " Un lugar
inalcanzable" (novela,
Editorial Griselda García,2018).
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1 — ¿Sos de
acordarte de tus primeros años…?
JI — Soy de
esas personas que tienen cierto grado de intimidad con su
infancia. Tengo recuerdos nítidos. Como si más allá de esos
recuerdos no hubiera grandes secretos por descubrir. Me asombra
cuando alguien dice que no se acuerda casi nada de sus primeros
años. Sin embargo, esa claridad de mis recuerdos son los picos,
momentos recortados por su carga afectiva. Pero de las grandes
mesetas que son la vida cotidiana yo tampoco me acuerdo nada. En
esa medianía de lo cotidiano estaría la tonalidad del conjunto.
Mi familia funcionó como protección frente a todo lo que
pasaba afuera de la casa. Ese cuadro es constante. Por supuesto
estaba la escuela, los parientes, los vecinos; y todo el
circuito de una infancia burguesa donde los chicos salen para
aprender un montón de cosas innecesarias. En casa se hablaba
constantemente del afuera y casi nada de nosotros. La mesa
familiar era un discurrir diario sobre lo que les había pasado
durante el día a los mayores. Los adultos eran los
protagonistas. La televisión estaba prohibida en la cena. En
cambio se proyectaba esta serie diaria, donde aparecían los
mismos personajes: el entorno de mis padres. Cuando entraba un
personaje nuevo estaba en relación con los personajes ya
conocidos y aumentaban la potencia de la trama general. Era una
narración muy eficaz, ya que todavía me alimento de esos
personajes que no eran en realidad personas, no podían ser gente
de verdad como nosotros, sino una especie de actores que
trabajaban sin parar. Me acuerdo perfectamente de los nombres y
las anécdotas. Lo que palpaba era el tono de burla, de ironía,
sobre esa obrita llamada sociedad. Los otros. La ironía a veces
se torcía y apuntaba hacia adentro. Entonces aprendí a esconder
lo que pensaba. Escondía lo que pensaba y sentía, y si bien
había muchos gestos de cariño me sentía expuesto. Pero al mismo
tiempo fui muy mimado por mi familia, mis padres y mis abuelas.
Esa ambigüedad fue formativa, o deformativa. Cuando la sensación
de estar adentro de la familia pasó, dejé de ser un chico. Fue
así, como abrupto. Mi mamá me empezó a decir
“el extranjero”.
Estoy tratando de ver la infancia como la narración de los
otros, tomando ese aspecto repetitivo del que tomé plena
conciencia mucho más tarde. Cuando la infancia terminó, lo único
que quería era salir de ese relato.
José Ioskyn en 1963
Jose Ioskyn en 1962
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José Ioskyn - Su familia materna aproximadamente en 1945
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José Ioskyn en 1968, el primer día de clases
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2 — Y fuiste
saliendo de ese relato.
JI — Escribí
un cuento, inédito, sobre el momento bisagra, el del fin del
romance con los padres y la vida que ellos proponían, cuando de
repente se me hizo evidente la presión de tener que ser un
hombre, sin saber que era eso exactamente. Ahora lo veo
ridículo. Por supuesto, este es el costado patético de la cosa.
Después vino otra cosa. Me acuerdo de escenas en que no sabía
muy bien qué estaba haciendo pero iba, un poco ciego. Tenía
períodos en los que no me importaba casi nada. No era
alcanzable. Hubo pelo largo, la gran aventura de años setenta a
mi alrededor, una secundaria en los años de la dictadura y
rebeldías contra todo. Música, lectura, cine, noches y noches.
Mi ciudad era, y sigue siendo, universitaria, hippie, rockera,
militante. Medianamente culta y provinciana a la vez. Limitada y
también pretenciosa. En un clima social tan pesado, andaba a
cualquier hora con amigos por la calle. Ahora lo veo muy extraño
a eso de andar tan suelto en aquel momento. Escuchabas los
tiroteos, escuchabas que tal o cual había sido llevado por la
cana. “Si escuchan balas
tírense al piso”, me dijeron en algún momento. En tu ciudad,
a los trece años iba con un primo por la calle cuando dos tipos
en un Falcon nos subieron al auto, nos pegaron, amenazaron y nos
dejaron atrás de la Facultad de Derecho, alertándonos que iban a
volver para tirarnos al río. Era el año 75 o 76. Pero realmente
no me importó mucho, porque sentía que me estaban pasando cosas,
a mí, por primera vez. Estaba suelto por el mundo, fuera de la
familia y sus reglas. Había maneras de esquivar un poco un país
militarizado. Creo que lo pude hacer sin tanto riesgo porque en
realidad era un chico de trece años, un poco más. Me acuerdo por
ejemplo de un casamiento en una quinta, los novios caminando por
una alfombra larga y angosta en el pasto, la alfombra pasaba
debajo de arcos con flores. En una carpa tocaba una banda de
rock. Suspendieron las clases en el colegio por una bomba que
explotó en la puerta y la destrozó. Me pasaba días escuchando
música o leyendo. Cuando salía podía pasar que me subieran a un
micro de la policía, una razzia callejera. Podía —y me pasó—
terminar la noche en una comisaría.
A esa edad manda el cuerpo. Las emociones manejando las
situaciones, las hormonas y la ambición de autoafirmarse, aunque
no sea más que una mentira. En fin. Cuando terminó mi secundaria
y volvió la democracia me di cuenta que culturalmente estábamos
fuera del mundo.
José Ioskyn en 1984
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José Ioskyn en 1983
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3 — ¿Y cuando
ahora observás el transcurrir de otros por la adolescencia?
JI — Cuando
ahora veo a otros pasar por su adolescencia, o saliendo a la
vida, me veo a mí mismo en retrospectiva con más empatía y
complicidad. Fui uno más que se refugiaba de los demás al tiempo
que los necesitaba. El equilibrio era difícil. Al final, uno es
un misterio al que hay que tratar bien. Pero la primera
juventud, contrariamente a la infancia, no se va del todo. No
puedo hablar del que era a los quince como si fuera otro. Sigo
siendo ese. Hay continuidad. Pero el chico que fui termina
siendo un extraño que, sin embargo, vive en uno. Pero no me
reconozco, no soy ese. Lo tengo que deducir. ¿Soy ese, el de las
anécdotas familiares? Cuando hablaban de mi infancia hablaban de
otro. Pero no de mí. Hablaban del hijo que tuvieron alguna vez.
Los padres no se cansan nunca de contar lo mismo, y me pasó
igual cuando fui padre, porque la infancia de los hijos es un
idilio apasionante. Para bien o para mal, es así.
Padres de José Ioskyn
Recién casados, en 1960
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Padre de José Ioskyn, muy joven-
Abuela paterna de José Ioskyn - aproximadamente en 1930
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4 — Ioskyn. Poco
común tu apellido por estos lares.
JI — Sí, no hay muchos, y
están todos por La Plata. Mis hijos, por ejemplo: Justina, de
veinticinco años, y Pedro, de diecinueve. Mi papá —abogado— era
hijo de inmigrantes rusos; también mi mamá —docente— era
descendiente de rusos. Es decir, cuatro abuelos rusos o hijos de
rusos. Acá, cuando pasaban por migraciones, como se sabe, te
ponían la grafía que se les ocurría o la que escuchaba el
oficial de Inmigración, de modo que hay algunas variantes, pocas
sí, de mi apellido. Mis parientes rusos o ucranianos son Oskin.
¿Cuál es el verdadero? Una prima consiguió una genealogía del
apellido a partir del siglo 16. Pero por el lado de mi mamá se
contaba que venían de una zona de Rusia lindante con China o
Mongolia, y siempre se habló de una foto en las que las mujeres
tenían el pelo atado con palitos, a la usanza china. Así que el
origen es un poco remoto, como un punto de fuga. Al final hay
que hacerse a la idea de que el origen se escapa, no se puede
alcanzar.
Jose Ioskyn en 2017
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5 — Rockero,
dijiste. Y podías pasar varios días escuchando discos. ¿Tenés
formación académica?
JI — En música clásica en
el Conservatorio de Música Gilardo Gilardi, fundado por Alberto
Ginastera. También tocaba la batería en una banda de rock. En el
conservatorio me formé en percusión, algo que todavía suena
raro. Siempre estoy acompañado de música, la que sea, rock,
sinfónica, ópera, o lo que me vaya gustando. La música te puede
acompañar siempre, ni siquiera es necesario un soporte físico,
puede sonar en tu cabeza, aunque no quieras. A veces se nos
impone una melodía boba que odiamos. Pero está ahí y no se va.
José Ioskyn en 1988
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José Ioskyn en 1988
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6 — Siendo clase
‘62, acaso hayas tenido que hacer el servicio militar más o
menos cuando lo de la Guerra de las Malvinas.
JI —
Lo hice. En Granaderos. Estuve a pocas horas de ir a Malvinas.
No me imagino ahora entregar a un hijo de dieciocho años para ir
a la guerra. Pero en ese momento había una locura colectiva, una
aceptación demente de la situación. Andaba por la calle con el
uniforme, sentía la lástima de los civiles, o el entusiasmo loco
por esa guerra maldita. En las casas de comida me regalaban
morfi. Fui a rendir una materia, me acusaron de querer sacar
provecho del uniforme (era cierto), en fin, toda una confusión.
Tal vez todo ese delirio fue solamente una excusa para que
Rodolfo Fogwill escribiera
“Los pichiciegos”.
Pero pasó, lamentablemente pasó de verdad.
Una tarde me dejaron salir con la condición de no irme a
más de una hora de distancia. A las tres de la tarde llamaron a
mi casa, tenía que volver urgente, íbamos a Malvinas. Mi mamá
fue a comprar calzoncillos largos, para protegerme del frío
austral. Fuimos a cenar, por lo que llegué al regimiento a eso
de las tres de la mañana. Pero no había nadie. Sorpresa. Casi
ninguno de mis compañeros había vuelto. Parece que lo mismo pasó
en todo el regimiento. Alguien pensó que sería buena idea mandar
a los nuevos, los que habían entrado hacía unos días. Chicos sin
instrucción militar. No volvieron nunca.
José Ioskyn con Pedro, su hijo, en 2018
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José Ioskyn - Justina, su hija, en 1997
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7 — He sabido que
antes de decidirte por la Carrera de Psicología, primero en
línea con la profesión de tu padre, estudiaste en la Facultad de
Derecho, y luego probaste durante un tiempo en la Carrera de
Filosofía.
JI — Esta es una ciudad
universitaria. La clase media va a la facultad casi siempre.
Dicen que la vocación es como el enamoramiento, y a la edad en
la que empecé a estudiar era demasiado chico. No sabía qué es lo
que quería hacer. Estuve en las carreras que dijiste, hasta que
me di cuenta de que el psicoanálisis me interesaba mucho. Pensé
que había encontrado una especie de filosofía que curaba a las
personas. Eso me entusiasmó, aunque por supuesto me equivoqué de
plano. Ni es una filosofía ni es una medicina. Es algo
diferente. Pero esa idea me sirvió para terminar la carrera de
un tirón y ponerme a trabajar y tratar de formarme como
analista. De las carreras no me acuerdo casi nada.
Algunos recuerdos sueltos de esa época: una chica
daba una materia en Derecho. Yo miraba sentado en la primera
fila. La chica hablaba bajito para que no la escuchen, pero no
se entendía, porque lloraba. También me acuerdo de ir saliendo
disimuladamente del edificio de la facultad, escapando de un
final del que no me sentía seguro. En Filosofía fumaban
marihuana en la terraza o directamente en clase. Me acuerdo de
un profesor de Lógica, un genio, que sin que viniera a cuento se
puso a leer a Sófocles en griego. A medida que leía iba
traduciendo al castellano. O sea, una genialidad traducir sobre
la marcha del griego antiguo. Y así, ese tipo de cosas, algunas
sorprendentes. Pero en general la universidad me resultó
anodina, no muy interesante. Un mandato sin sustancia.
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8 — Y por esos
años, ¿trabajabas?
JI — Desde 1986. Trabajé
mucho, sí. Fui perito psicólogo del Poder Judicial de la
Provincia de Buenos Aires. La oficina se llamaba Curaduría
Oficial de Alienados. Un nombre medieval, ¿no? Veía a pacientes
sin familiares que se pudieran hacer cargo. Un abandono
absoluto. Pacientes crónicos, muy deteriorados, sin futuro.
Siendo estudiante dirigí los primeros dispositivos
públicos de externación de la provincia. Fue a iniciativa de un
jefe muy animado. Empezamos con una Casa de Pre Alta, donde iban
a vivir pacientes mujeres que sacábamos de los hospitales
psiquiátricos. Iban a ese lugar donde vivían en grupo.
Monitoreábamos todo el proceso, con un equipo. Después hicimos
algo que se llamó Casas de Convivencia, lugares a los que las
pacientes ya vivían solas. Era la última etapa de la
externación.
Creamos también un Centro de Día. Funcionaba para juntar
a todos los pacientes que circulaban por la ciudad en distintas
etapas de su salida. Había talleres, grupos de distintas
actividades (laborales, de discusión o de capacitación en alguna
tarea). Casi ninguno de los que trabajaron como coordinadores,
acompañantes terapéuticos, etc., tenía formación. Había
estudiantes de psicología, un tallerista, alguna que otra
trabajadora social. Yo mismo sin ir más lejos, no era ningún
experto. Lo cuento medio en detalle porque esto no es conocido,
pero fue la primera experiencia de esa clase. Un poco
inconscientes también. Te lo cuento también por eso, porque esto
no se sabe, no se enseña, no se tiene registro, y fuimos
pioneros casi sin querer, y sin saber bien lo que estábamos
haciendo.
José Ioskyn en 2017
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José Ioskyn con Pedro, su hijo, en 2016
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José Ioskyn con Justina, su hija, en 2017
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9 — En un
reciente mail me decías que estabas abocado a traducir poemas de
una autora brasileña. ¿Es tu primera incursión en esa tarea o
has traducido ya a otros poetas?
JI — Estuve traduciendo
una selección de textos de Adélia Prado. La Editorial Griselda
García prevé la publicación de un volumen para el año próximo.
Antes había intentado otras traducciones, del portugués o del
inglés, pero fueron cosas sueltas. Lo de Adélia me lo pidieron,
es decir, me puse a full desde el principio, me organicé, le
dediqué mucho tiempo, me apasioné, y ahora ya está lista, esta
semana quedó terminada, fue casi un año entero de trabajo.
Adélia es genial, mística, coloquial, carnal. Pero su poesía
está llena de dificultades. Ella dice que el poema le viene
dado, pero parece muy trabajada su poesía, y está plagada de
expresiones que no llegan a entender ni siquiera los hablantes
nativos con los que consulté. De todos modos, me sirvió para
sentir la traducción, la pasión que implica, tan diferente que
la de leer o escribir. Lo terminé viviendo como una reescritura,
una versión lo más afinada posible del ritmo y la melodía de
otro. Te terminás metiendo en el estilo de un autor de una
manera única, palabra a palabra. Tal vez debiéramos hacer eso
con todos los autores que amamos.
José Ioskyn con Santiago Moabre en 2017
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José Ioskyn con Griselda García y Santiago Moabre en 2016
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José Ioskyn con Justina, su hija, en 1993
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10 — ¿Cuáles
serían, digamos, las líneas básicas de tu poesía?
JI — Sencillez, ritmo,
precisión. Trato de llegar al sentimiento y la lucidez de algo
que viene no sé de donde. No sé si lo logro. Es más una
intención.
José Ioskyn con Fátima Aleman, Christian Ríos, José
Lachevsky, Ana L. Piovano, etc., en 2012
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José Ioskyn con Christian Ríos en 2014
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11 — En un
reportaje que Julio Carreras (h) le realizara a Mempo
Giardinelli, publicado en el nº 7 (1991) de la santiagueña
revista “Quipu de Cultura”, el entrevistado manifiesta que un
escritor tiene más bien deudas no tanto con otros autores, sino
con determinados libros. Y que cabría distinguir a los
escritores que a uno le gustan, de aquellos a los que se admira
y de aquellos que lo han influenciado. ¿Acordás, sí, no, hasta
dónde?
JI —
No sé si acuerdo. Cuando me gusta un estilo o un autor es algo
más tipo amoroso, algo como te decía antes, de descubrimiento y
enamoramiento. Me vuelvo a reconciliar con toda la literatura a
través de un autor. Ese. Trato de leer todo lo que pueda de su
obra. Si admirás a James Joyce por ejemplo, pero no te llega,
tampoco te va a influenciar. Creo que uno ama a ciertos autores,
a veces te acompañan un tiempo, otros toda la vida, se
convierten en una especie de amigos, consejeros, es algo íntimo
a pesar de tratarse de libros publicados que han pasado por la
mano de editores, lectores, libreros, etc. La relación es de
intimidad, casi de cuerpo.
José Ioskyn con Manuel Carrasco Quintana, Gerardo Arenas,
José Lachevsky, Christian Ríos, María Laura Errecarte, Ana Laura
Piovano, Cristina Coronel, etc., en 2012
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José Ioskyn con Ignacio Di Tullio y Griselda García
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12 — ¿Suerte
perra, meter el perro, solo como un perro, llevar una vida de
perros, hacer una perrada, estar con un humor de perros, echar
como a un perro o tratar a cara de perro?
JI — A otro perro con ese
hueso.
José Ioskyn en 2018
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José Ioskyn con Ignacio Di Tullio y Griselda García
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13 — ¿Podrías
definir los procedimientos narrativos que utilizás?
JI —
Hay ideas o argumentos que perduran durante años, a veces van
cambiando, pero empiezo a escribir cuando tengo escenas
concretas, y sobre todo, una voz encarnada y concreta. Es decir,
cuando establezco un contacto casi físico con lo que voy a
escribir, si no no me sirve, si empiezo algo sin sentirlo, a las
pocas páginas se frena. Tiene que aparecer todo un mundo
ficticio que pueda dispararse en varias direcciones sin mi
ayuda, sin mi empuje, debe ir casi solo para adelante. Ejemplo:
el libro “Acerca de un
imperio”, donde concebí una poesía que recrea el mundo
antiguo, latino y griego, me surgió después de cierto lapso de
recopilar literatura de la época, sobre todo cartas, libros de
historiadores antiguos, filosofía, etc. Fui entrando en ese
mundo, tan distinto al nuestro y a la vez reconocible, como si
uno advirtiera algunas marcas de familia pero a la vez un poco
extranjera. Lo inicié al irme durante unos días a la costa, fue
una temporada solitaria, y el libro vino solo: me hacía el
almuerzo y venían cosas ya hechas, como dictadas, estaba
durmiendo y me despertaba un poema ya listo. Era un poco una
tortura, porque quería descansar, estaba de vacaciones, y el
personaje romano que yo fui por entonces no me dejaba en paz.
Por suerte, no demoré en escribirlo, por lo cual mantiene una
voz homogénea. Fue una felicidad hacerlo, una inspiración (esa
palabra está tan demodé que ya se puede volver a usar) y al
mismo tiempo un juego con mi propia identidad.
José Ioskyn con Pablo Chacón en 2015
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14 — En su libro
“Rebeldes exquisitos”
(Inteatro, editorial del Instituto Nacional del Teatro, Buenos
Aires, 2009), José Tcherkaski adujo que Alberto Ure (1940-2017)
“representa lo más
importante que ocurrió en mi vida como periodista y autor. Me
partió el cerebro a pedazos y gracias a él empecé a barajar de
nuevo”. ¿De alguien dirías que influyó en vos, en algún
orden, de una manera similar?
JI — A ver, creo que el
teatro tiene esa cosa de maestros y discípulos, un poco esa es
también mi experiencia como psicoanalista. En psicoanálisis pasa
eso, seguís a un maestro que te va enseñando a leer los textos y
la clínica de una manera sólida, tal vez como en la edad media o
en la antigüedad griega. Es algo propio de ciertos ambientes. A
mí me pasó con el psicoanálisis, aprendí con una especie de
maestro durante muchos años. Me enseñó a entender la clínica y
la teoría, y después de eso puedo ver a la práctica del
psicoanálisis como un mundo al que si no me lo explicaban y
enseñaban no iba entrar nunca del todo. Es una relación rarísima
la de ser discípulo, no es de esta época, pero entiendo que en
algunos ámbitos es necesaria y también reconfortante. En
literatura no sé cómo es, porque no hice talleres, no tuve esa
experiencia.
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José Ioskyn en 2014
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José Ioskyn con Griselda García en 2015
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15 — ¿Cuál es tu
primer recuerdo de una librería? ¿Y de una biblioteca?
JI —
Qué bueno eso. Seguramente no fue la primera librería, pero sí
la primera a la que entré solo. Un verano en Mar del Plata, yo
tendría doce años, encontré plata en la calle. Lo primero que se
me ocurrió fue entrar a una librería. Compré
“Las tumbas”, de
Enrique Medina, para gran escándalo de mis padres, por gastar
plata que no era mía, y por comprar ese libro escandaloso.
Biblioteca, primera, la de mi casa, con esos tomos de Aguilar
con tapa de cuero y papel arroz o biblia, un papel finito al que
había que tratar con cuidado y usando los dedos y algo de
saliva. En esa colección estaban las obras completas de grandes
escritores. Clásicos. Y también leía los libros que apilaba mi
mamá, más contemporáneos. Ella era muy lectora. Fue una mujer
culta, con mucho buen gusto. De los de Aguilar me gustaba el de
Shakespeare, supongo que porque no entendía nada, tal vez porque
era teatro y tiene ese lenguaje arcaico que contribuía a la
incomprensión. Hace poco escuché a alguien decir que el placer
que genera leer algo que no se entiende es una cosa infantil.
Aunque no creo que el enigma sea signo de inmadurez, sino algo
humano que algunos sentimos más. Me acuerdo que la bibliotecaria
de la escuela primaria vino al aula, nos habló de la importancia
de la lectura, preguntó si leíamos. Yo dije que estaba leyendo
esos tomos, seguramente aproveché para darme corte ante los
demás, pero la buena mujer me desautorizó, me salió el tiro por
la culata, dijo que no estaba bien leer eso, que había libros
específicos para cada edad. Literatura infantil.
José Ioskyn con Justina, su hija, en 1993
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José Ioskyn con Santiago Moabre y Griselda García en 2018
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16 — ¿De quienes
te animarías a afirmar que aprendiste en el campo de la
ensayística?
JI — No sé. La verdad, no
sé eso. Siempre estuve cerca del pensamiento racional,
transmisible. Me gusta la transmisión entendible, lisa. Como
dijo alguien, lo complejo tiene que ser la idea, no el estilo.
En ese sentido el siglo veinte fue muy confuso, cierto
barroquismo y la moda de lo abstruso fueron bastante nefastos
para el pensamiento. De lo que me gusta, me viene a la cabeza
Freud, que expuso sus ideas de una manera muy clara, casi
escolar, en forma de diálogos consigo mismo o de réplicas, o en
desarrollos bastante simples en su forma. Me gusta también Elias
Canetti, que tiene un estilo potente y muy claro también. Aunque
escribí un solo libro de ensayo, el formato se me da bien; antes
de ese libro había redactado bastantes artículos y me complace
esa manera de exponer razonamientos; hay distintas técnicas, y
considero que fui aprendiendo un poco por mí mismo, al principio
tratando de que un artículo fuera como un razonamiento: saliendo
desde aquí llego hasta allá, fundamentando cada paso como si
fuera un silogismo. Aunque un ensayo puede ser de estilo
narrativo como una novela, incluyendo a un narrador en primera
persona, y tener también momentos líricos. Hay distintos
métodos, desde luego, y el ensayo se ha vuelto tan interesante,
ya que mezcla ahora distintos formatos: la narrativa, el libro
de viajes, el cuento, la poesía, la autoficción. Es increíble lo
que ha sucedido en los últimos años con este género. La
transbiografía, por ejemplo. La renuncia a la verdad absoluta.
La filosofía como epigrama, algo breve y contundente. Es el
género más creativo y tal vez el que llega más al público
actual, es consonante con nuestra sensibilidad.
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17 — Cuatro
cuentos extensos conforman tu único libro de narrativa breve:
“El mundo después”. Y
el cuentista Ioskyn
después…, ¿escribió otros?... Y, de paso, ¿qué estás
escribiendo ahora?
JI —
En realidad, para mí “El
mundo después” eran cuatro nouvelles, pero el editor
consideró que eran cuentos. Fue una sorpresa para mí cuando vi
el libro publicado y constaté que eran cuentos. Me desilusionó
no ser novelista. Después aprendí que la extensión no es
importante, y la denominación del género, menos todavía.
Tengo tres libros inéditos, dos de poesía y uno de
relatos. Uno de los de poesía es sobre la revolución rusa, y me
demandó bastante lectura de época, como el de la antigüedad
clásica, pero esta vez en Rusia. Volví a la diversión apasionada
de leer correspondencia, y diarios de intelectuales que
visitaron Rusia en esa época. El de relatos se llama
“Cómo hacerse hombre”,
tal vez salga el año que viene; es una especie de retrato un
poco demasiado naturalista para mi estilo, de la época en que me
fui a vivir la mitad de la semana a tu ciudad. El tema ronda lo
que ya dice el título, la cuestión de ser un hombre, cómo serlo,
es algo que en este momento de la historia y de la sociedad no
está tan claro, ya que el empuje del feminismo deconstruye el
lugar del hombre hasta tocar su esencia. ¿Quién sabe ahora con
exactitud lo que es ser un hombre? De todas maneras, mis temas
no los elijo por interés intelectual, tiene que aparecer algo de
una manera inevitable, sentida y tal vez enigmática para que me
ponga a escribir. Algo que me moleste e incentive lo suficiente.
Ahora mismo, me preguntabas, estoy escribiendo algo en la
onda de “Un lugar
inalcanzable”, el último: fragmentario, tratando de ir a
fondo, enfocando percepciones mínimas, que todos tenemos pero a
las que no les damos entidad. Dejamos pasar cosas de una riqueza
muy grande en nuestro sentir diario. Ese es mi campo en este
momento, lo mínimo, poner la lupa ahí y viajar hacia dentro de
algo que advierto como al pasar, detener la acción y ver adonde
lleva. Me sorprendo a mí mismo cuando la acción del mundo se
detiene. En lo intrascendente está el mundo. Algo así.
José Ioskyn con Carlos Rossi, Fermín Rodríguez y Patricio
Álvarez Bayón en 2014
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José Ioskyn con Santiago Moabre en 2017
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José Ioskyn en 2018
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18 — ¿Sería factible que nos expliques cómo está armada,
construida tu novela
“Manual de jardinería”? ¿En qué aspectos difiere de la
última y que acabás de nombrar, la titulada a partir de una cita
de Walter Benjamin, “Un
lugar inalcanzable”?
JI —
Sí, claro. En realidad, tienen una base en común, que es el
formato del diario personal. Me gusta leer diarios y
correspondencias, esas formas menores de la literatura, o
subliteratura, que consiguen una gran efectividad y
verosimilitud. Como sabrás, hay escritores que solo se
desarrollaron en ese formato, como Madame de Sevigné. En
“Acerca de un imperio”
recurrí a la correspondencia de Plinio el Joven, algunas de esas
cartas ya son poemas en sí mismos, tal vez sin consciencia de
serlo, o tal vez sí, no sé qué habría en la mente del autor.
Nuestro Adolfo Bioy Casares se despliega mejor en sus diarios y
cartas que en el resto de su obra, bueno, esa es mi impresión.
Ese es mi gusto.
En cuanto al
“Manual de jardinería”, empezó con anotaciones de charlas
que iba teniendo con dos amigas. En algún momento me encontré
con que hablábamos de cosas que iban más allá de la conversación
común, y a mí siempre me interesó la sensibilidad femenina, la
manera que las mujeres tienen de sentir los temas, sobre todo
los emocionales, amorosos, o de la vida en general. Son más
cuidadosas, tiernas, compasivas, es una dimensión que me atrae y
que en parte es la mía. Así que empecé a anotar las
conversaciones en un archivo, sin saber qué iba a pasar con eso.
Transcribía porque me agradaba. Parecía un diario, o un simple
registro, que quedó así por algún tiempo. Después, con eso hice
un cuento, pero alguien que lo leyó pescó que la voz del
narrador daba para una extensión más larga, de modo que lo
estiré y quedó una novela corta. Lo único que hice fue
introducir un narrador en primera persona, masculino, que
interactúa con las dos mujeres.
“Un lugar
inalcanzable” es más fragmentaria, solamente se puede tomar
como una novela si uno es benévolo con el texto. Tanto el
“Manual…” como
“Un lugar…”, portan
la intención de obtener un verosímil fuerte; en el
“Manual de jardinería”
a través del sexo, en “Un
lugar inalcanzable” a través del sueño. Lo que hice en
“Un lugar…” fue
transcribir sueños propios como si fueran la realidad, con lo
cual se disloca el realismo. Necesitamos pensar variantes nuevas
al realismo sin caer en una cosa demasiado loca.
José Ioskyn con Griselda García
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José Ioskyn con Justina, su hija
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19 — En una frase
o diez: ¿nos armarías un retrato de ese poeta del que concebiste
tu ensayo “Héctor Viel Temperley, un místico de nuestro tiempo”?
JI —
Viel es un fenómeno, tal vez el último fenómeno de la poesía
argentina. Es quien más ha vendido en cantidad, según escuché.
Es un fenómeno post mortem ya que en vida Viel era conocido en
un círculo reducido. Parece una cosa eterna de nuestra
literatura la de existir primero en los márgenes. En algunos
casos como el de Viel, otros escritores lo atesoran como un
prodigio y lo hacen circular. En un principio inferí que el
atractivo de Viel era su misticismo, un misticismo tal vez fuera
de tiempo ya que no es algo contemporáneo lanzarse a esas
experiencias radicales, fuera del mundo. Pero ahora no lo veo
así, sino que acaso su catolicismo podría haberle jugado en
contra, sobre todo para la clase biempensante que es anti
iglesia. O que cree que debe serlo. Ahora me inclino más a
pensar que las experiencias de comunión o de disolución de Viel
han influido en su poesía quebrando la sintaxis, y así liberando
la semántica, logrando que el texto se mueva hacia otro terreno,
hacia un lugar un poco inestable para la poesía convencional.
Los fragmentos que brillan, por ejemplo
“Hospital Británico”,
“larga esquina de verano”,
etc., repetidos cada tanto, empiezan a tomar un sentido
extranjero, raro, como de slogan o mantra. Si el mismo fragmento
estuviera en un verso una sola vez, al pasar, no tendría ese
efecto. Ese procedimiento, repetido y repetido, intercalado, y
que vuelve a estar en conexión con otras frases, culmina
adquiriendo un clima o un aire que atraviesa al lector y lo
confunde.
En su caso, no creo que solamente se trate de una
cuestión de método sino de cómo su experiencia vital rompió su
poesía, que al comienzo era bastante clásica y terminó siendo
absolutamente irregular, innovadora. Las generaciones nuevas
reciben de Viel esa autenticidad y la aprecian. Aun a gente que
habitualmente no lee poesía, su obra salió del guetto y toca a
la gente, como antes pasó con muy pocos.
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20 — Te traslado
un par de interrogantes que se formula el ensayista colombiano
Jaime García Maffla: ¿Cómo y cuándo el lenguaje del habla
cotidiana se convierte en poético? ¿Por cuáles leyes una
organización de palabras llega a ser el poema?
JI —
A ver, interesante cuestión. Vos hablás de una transformación, y
eso seguramente no tiene que ver con una ley. La ley en el
sentido de una retórica tipo aristotélica. Lo que sucede en la
poesía lo asimilo a las artes plásticas, pero no tanto a la
novela o al cuento, que en lo formal no han cambiado tanto. Un
poco sí, pero no tanto como en la plástica, que se ha renovado
hasta cuestionar el estatus de lo que pertenece o no a su campo.
Ellos lo plantean seriamente. No es fácil a veces distinguir lo
que está dentro, en la plástica. Creo que el estatus de una
obra, plástica o poética, tiene que ver con la intención del
autor, después con la validación de la crítica, y la opinión de
los pares. El público acepta esto. Pero en general me parece que
en el salto desde lo más personal, vivido, a la poesía, tiene
que haber una transformación del dato de la realidad. La
creación o la transformación existe. Corrijo lo anterior: es el
lector el que acepta o no. Siente la sintonía, le llega, y
recién ahí la cosa se completa. Antes no es una obra. Es un
germen. El lector le da el estatus al incorporarla, cuando lo
que otro hizo pasa a ser parte de su cuerpo. Cuando
“larga esquina de verano”
es la letanía de un trepanado, ese que tiene visiones, que
agoniza y ve claro. Vos como lector lo acompañás, o más bien es
el autor el que te acompaña o te lleva a un lugar que nunca
imaginaste pero terminás por entrar y sentirlo. El mundo se
transforma, por un rato. Ahí está el poema vivo, existe. Esto no
es una ley, no depende de algo que sepamos de manera consciente,
no sabemos qué es, no se deja atrapar. Si lo hiciera perdería la
magia en un instante.
José Ioskyn con Elisa Werlang en 2018
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*
José Ioskyn
selecciona poemas de su autoría —uno, el primero, de “Nunca vi
el mar” y cuatro del libro inédito “Mi revolución rusa”— para
acompañar esta entrevista:
Cargamos manzanas
y libros
los árboles cuidan
que nada nos pase
hay temblores
un respirar de la
bolsa con frutas
al moverse
con manzanas y
libros
en lugar de casas y
chicos
de repente
yo dentro tuyo
y vos dentro de vos
misma
como dos seres de
juguete
nos enredamos
dos manzanas rojas,
brillantes, jugosas
y nada más
*
Volkov y yo comíamos medio pan
los dos sobre mi
caballo
la mañana goteaba
como gotea
el cloroformo sobre
la mesa de operaciones
ametralladoras y
carros de combate
Volkov me pregunta
por mi esposa
me adormilé y la vi
en sueños
durmiendo en una
cama negra
el caballo da
tumbos
en menos de dos
verstas nos dejaría a pie
escuché a mi
compañero hablar entre dientes
que habíamos
perdido la campaña
y que caminar no es
de soldado
yo dije sí, sí, y
volví a entrar en mi sueño
*
Al alba – el pillaje
salen los hombres,
prometen volver con alimentos
o lo que sea
a la tarde vuelven,
cansados, pálidos y rojos
manteca, oro, paño,
paño, oro, manteca
¿y el vino? No
había – dicen
las mujeres: la
patrona, la empleada, la suegra
sirven la mesa
la sirvienta canta,
dice que tiene miedo de todo
miedo de agarrar un
hacha
cuando ve el cuello
blanco y largo de la patrona
los hombres le
prometen un vagón con harina
palabra de soldado
ella cuenta en
silencio el botín del día:
dieciocho libras de
mijo, quince libras de harina
cuatro libras de
manteca, ámbar, oro
y tres muñecas para
su hija, cuando la tenga
*
El palacio con los techos agujereados
las pinturas con
marco de oro, tapadas con trapos rojos
el salón de
ceremonias
unas cincuenta
mujeres cortaban y cosían, cosían y cortaban
banderas y
estandartes
para los muertos de
la revolución
lloraban mientras
hacían su trabajo
en un pasillo un
obrero joven estaba acostado sobre una colchoneta
nadie le prestaba
atención
a cada latido
brotaba sangre del pecho perforado
con cada
respiración decía: viene la paz, viene la paz
en la Plaza Roja
el Kremlin
temblaba, había ruido
de palas y picos
cientos de obreros
cavaban fosas a lo largo de los muros
iluminados por
fogatas
cantaban:
enterramos ahora a quinientos
muertos de la
revolución
bajamos por la
Tverskaya, banderas al viento
nada de popes para
los funerales rojos
ningún sacramento
para los muertos
el canto hizo
gritar a la multitud
como una onda sobre
el agua
majestuosa y
solemne
vimos pasar bajo La
Puerta a los obreros
con sus féretros
color sangre
toscos ataúdes de
madera sin cepillar
pintados de rojo
sobre los hombros
de esos seres rudos que caminaban
y lloraban
hasta llegar por
fin a las fosas
escalando con sus
cargas los montones de tierra
detrás venían
mujeres, jóvenes y rotas
otras viejas y
arrugadas
lanzando gritos de
animales heridos
queriendo
enterrarse con sus muertos
ya que esa es la
manera de quererse de los pobres
uno por uno fueron
bajados
los quinientos
la música subió el
volumen
la masa aumentó los
cantos:
mientras venia la
terrible noche
coronas fueron
colgadas de ramas desnudas
como extrañas
flores multicolores
se escuchó la
tierra a montones cayendo sobre los ataúdes
a los que miraban
con aterradora ansiedad
se les dijo que
este era el reino
por el cual era
glorioso morir
la anestesia, la
morfina lavada y roja
*
Fue cuando terminó la batalla de
Berestechko
caminé entre los
cuerpos destripados
los vivos gritaban
la revolución mundial
me acosté en un
pajar dorado como el sol de la molienda
los haces de trigo
volaban por el cielo
no sé si me dormí o
las caricias del heno me volvieron loco
las puertas del
cobertizo se abrieron
y entre el silbido
de la madera una mujer
vestida para una
fiesta se acercó
sacó un pecho del
encaje negro del corsé
lo puso contra el
mío
el calor sacudió
los cimientos de mi alma
gotas de un sudor
vivo hirvieron entre nuestros pezones
quise gritar, pero
mis mandíbulas estaban cerradas
ella puso dos
monedas en mis ojos
se apartó de mí y
de rodillas dijo
Jesús recibe el
alma de este siervo:
de ese sueño nunca
pude despertarme
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José Ioskyn con Ignacio Di Tullio
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Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La
Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos 60 kilómetros,
José Ioskyn y Rolando Revagliatti, diciembre 2018.
www.revagliatti.com
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