Juan Carlos Moisés: sus respuestas y
poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Juan Carlos Moisés
nació el 4 de agosto de 1954 en la ciudad de Sarmiento,
provincia de Chubut, la Argentina; desde 2015 reside
momentáneamente en la ciudad de Buenos Aires. Entre 1978 y 1991
se desempeñó como Profesor de Educación Física en el Instituto
Técnico Agropecuario “Juan XXIII” (actual Escuela 725). Fue
Coordinador de la Semana de las Artes, en el Instituto
Secundario Gobernador Fontana, desde 1998 hasta 2006. Durante
2004 ha ejercido como Profesor de Teatro en el Área Artística de
la Escuela Superior Docente, y lo fue entre 1998 y 2006 en
escuelas de Nivel Medio, en las que desde 1995 a enero de 2014
ha sido Profesor de Lengua y Literatura, y Culturas y Estéticas
Contemporáneas. En 1984 y 1985 se desempeñó como Director de
Cultura de la Provincia de Chubut. Sus dibujos han sido
expuestos en muestras individuales y colectivas y se han
difundido en libros, periódicos, revistas, programas de mano de
espectáculos teatrales. Parte de su dramaturgia se socializó en
volúmenes editados en los últimos años. Sus dos libros de
cuentos se titulan
“La velocidad de la
infancia” (2010) y
“Baile del artista rengo” (2012). Entre 1977 y 2015 publicó
los poemarios “Poemas
encontrados en un huevo”,
“Ese otro buen poema”,
“Querido mundo”,
“Animal teórico”,
“Museo de varias artes”,
“Palabras en juego”,
“Esta boca es nuestra” y
“El jugador de fútbol”
(además del cuadernillo —breve antología—
“El ojo de mi caballo”
en 2009). Entre otras, ha sido incluido en las antologías
“Nacer en los 50”
(selección de Hugo Fiorentino, España, 1985),
“Poesía entre dos épocas”
(selección de Fernando Kofman, 1985),
“Abrazo austral (Poesía del Sur de Argentina y Chile)” (selección de
María Eugenia Correas y Sergio Mansilla, 1999),
“Signos vitales” (selección de Daniel Fara, 2001),
“Una antología de poesía
argentina” (selección de Jorge Fondebrider, Santiago, Chile,
2008), “Antología federal de poetas de la región patagónica” (2015).
Colaboró con poemas, cuentos y microrrelatos en numerosas
publicaciones periódicas de su país y del extranjero. Ha sido
jurado en diversos certámenes y presentó ponencias en encuentros
de escritores en Argentina y Chile.
1 — Has residido durante seis décadas en la ex Colonia
Sarmiento. Te propongo que nos describas ahora, ya a 1941
kilómetros de aquella localidad de origen galés, paisajes, vida
social y cultural, su evolución.
JCM — La Colonia Sarmiento que me vio nacer era un
pueblo pequeño, de 5.000 habitantes sumados el centro urbano y
la zona de chacras. Está ubicado en un valle amplio, en medio de
mesetas y sierras de la Patagonia Central, al sur de la
provincia del Chubut. El río Senguer, que nace en la cordillera,
da un rodeo al pueblo, como si lo abrazara, y forma dos lagos,
el Musters y el Colhue Huapi. Durante muchas décadas fue un
valle agrícola y ganadero, que se autoabastecía de alimentos.
Creado por decreto nacional en 1897, no fue una colonia
estrictamente galesa. Además de algunos habitantes originarios
que estaban asentados en el lugar, en esos primeros años también
llegaron polacos, italianos, lituanos, y otros. Las crónicas
dicen que fue muy dura la vida del comienzo. Hoy, y desde hace
ya algunos años, la actividad petrolera llegó para quedarse,
transformó la economía, la conformación social y cultural, y se
volvió directa e indirectamente en la principal fuente de
ingresos de la población. Como dice un amigo, se parece a un
barrio de Comodoro Rivadavia. El de hoy cuadruplicó sus
habitantes, llegados de otras provincias y países vecinos. Como
si fuera una nueva fundación, digamos. Lo que no está mal en sí
mismo, salvo por el peligro de contaminación para el medio
ambiente que significa la explotación petrolera, que es otra de
las formas riesgosas, acaso criminales, de la minería. El suelo
ya no es ni será el mismo. Las numerosas chacras, con animales y
sembrados varios, que rodeaban al pueblo son barrios y loteos
que cambiaron el paisaje urbano y rural. Ya no es el pueblo de
mi infancia ni el de mi primera juventud, ni siquiera es el
pueblo donde nacieron y se criaron mis hijos. Entonces había un
cine y clubes sociales. Había un ferrocarril que unía la Colonia
con Comodoro Rivadavia, cuando las rutas aún eran de pedregullo.
Había chacras con vida a raudales porque vivían familias
numerosas, había tambos, caballos para andar. Las calles eran de
tierra que en invierno se congelaban durante tres meses, donde
patinábamos como si fueran lagunas heladas, y los veranos
duraban hasta marzo. Y sobre todo, había muchas canchitas de
fútbol. Ese pueblo y esos años me constituyeron como poeta, como
artista. Hoy, alejado desde hace dos años, lo traje conmigo y lo
llevo a donde voy.
Juan Carlos Moisés con sus tíos
2 — De las ponencias que has presentado en foros y
congresos me atrae por su título “Arte en las márgenes: centro y
periferia” (el 8 de junio de 2007 en el II Encuentro Nacional de
Escritores de La Plata).
JCM — La ponencia fue propuesta por la organización
del evento. Me interesó el tema. Siempre me consideré un artista
periférico, sin connotaciones, sin renegar de la suerte, más
bien todo lo contrario, aunque cualquier noción de periferia
siempre supone un valor negativo. No fue así. A partir de los
veinte años lo tomé como mi propio desafío, la vara alta, es
decir la provocación que la realidad me puso en el camino.
Digamos que esa periferia fue por partida doble: de la
metrópolis que significaba Buenos Aires, por ejemplo, y de las
ciudades de la Patagonia donde había una cierta actividad
artística que no me incluía por motivos geográficos. De hecho,
es la Patagonia, y la variedad de zonas y matices que hay en
ella, el objeto de análisis. No me interesó particularmente el
aspecto mítico ni los textos de viajeros, que ya los hay muchos
y han sido y son difundidos en gran parte del mundo desde el
siglo XIX, que es más o menos cuando se pone en marcha la
acepción moderna de la voz “literatura” (según Terry Eagleton),
sino el hacer artístico contemporáneo. Me explayé sobre el
presente (esto es, las últimas décadas) y las posibles derivas
que pudieran resultar o se pudieran intentar, con toda la
libertad que supone el hecho creativo en particular y en
general. La frase acuñada por el poeta y narrador Raúl Artola,
“la periferia es nuestro centro”, creo que es un modo lúcido de
acceder a esta problemática. Con todo, mi visión no contempla
que me defina como “escritor patagónico”, aunque de hecho lo soy
por haber nacido en un pueblo perdido del Chubut, pero sin
ejercer ni proponer una “militancia” de carácter regional, y
mucho menos una preceptiva. La Patagonia, una región amplísima y
cambiante pero una más del planeta, me constituyó para hacer lo
que hago y como lo hago. Aun así tiendo a ser de los que miran
las cosas por el ojo de la cerradura.
Juan
Carlos Moisés, 1970, (Segundo izquierda cuclillas) Con el equipo
del Club Deportivo Sarmiento.
3 — ¿De qué modo te fuiste desarrollando y afianzando
como dibujante? ¿No has pensado en abrir un blog y allí instalar
tus trabajos de artista plástico?
JCM — A los 16/17 años empecé a dibujar y escribir al
mismo tiempo. Rudimentariamente, por cierto. No sabía ni podía
saber entonces cuál de las dos actividades iba a tener
prioridad. La primera exposición de dibujos (con plumín y tinta
china) la realicé a los diecinueve años a instancias del artista
de mi pueblo Guillermo Caroli Williams, de familia galesa, que
fue mi primer maestro en el arte y amigo de toda la vida. Era
1973. Ese mismo año publiqué mis primeros textos (poemas, un
cuento, un par de notas) en una revista literaria que hicimos en
el pueblo con amigos. En el 81 me quedé sin trabajó y me
ilusioné con el dibujo de humor. Hasta pensé, por necesidad, que
podía recibir algún dinero a cambio. No fue así. El dibujo y la
poesía siguieron siendo el centro de mi actividad hasta
comienzos de los 90, cuando el teatro pasa a ser la tercera
actividad en discordia. Ya para esos años, además de dibujar
surgió la posibilidad de escribir guiones de historieta para el
joven y talentoso dibujante Alejandro Aguado, de Comodoro
Rivadavia, que comenzó a sacar una revista del género, “Duendes
del Sur”, que después de una interrupción sigue saliendo como
“La Duendes” y tiene inserción nacional e internacional. Aguado
también dirigía un suplemento en el diario “Crónica”, de
Comodoro, “El espejo”, donde todos los dibujantes, ilustradores
e historietistas de la Patagonia tuvimos oportunidad de
publicar. Fue el teatro, la escritura de obras y la dirección de
un grupo independiente, que me absorbieron casi por completo. Ya
a mediados y hacia fines de los 90 el dibujo y los guiones, e
incluso la poesía y la narrativa, quedaron relegados, aunque
seguí escribiendo y dibujando sin publicar nada, esperando un
momento más propicio para poder trabajar en fino lo que iba
saliendo. Entre el tercer libro de poemas,
“Querido mundo”
(1978), y el cuarto,
“Animal teórico” (2004), pasaron dieciséis años. Exageré un
poco, es cierto, pero fue inevitable. Ni dramaticé ni desesperé.
Desde entonces, la escritura de poesía volvió a ocupar un lugar
central. Pero el teatro había dejado su marca. Los temas y el
tratamiento del poema se diversificaron, me pusieron ante nuevas
problemáticas formales. En algún momento pensé en subir los
dibujos a internet, pero mucho del material que dibujé lo
obsequié a los amigos y no tuve el cuidado de dejar copia. De
modo que ese proyecto, como me gustaría, sería casi imposible de
realizar. Además, para hacer todas estas cosas se necesita
tiempo, y yo no lo tuve en los últimos años, apremiado por los
trabajos para sobrevivir y otros inconvenientes que la vida se
ocupa de ponernos en el camino.
Juan Carlos Moisés, 1983, con su esposa, Clara, su hijo
Edgar y el poeta Raúl Gustavo Aguirre
4 — Es al comenzar la atroz década de los noventa cuando
comenzás a darte a conocer como dramaturgo y director teatral.
JCM — Tal vez fue una coincidencia. Pero de ser un
poeta inadvertido en mi pueblo pasé a escribir obras que
hablaban de la realidad de aquellos días y a presentarlas, como
dije antes, con el grupo que dirigía, “Los comedidosmediante”,
creado con amigos del pueblo. La dramaturgia me dio la
posibilidad de compartir con un público, en vivo, lo que no
ocurría con la poesía. Todas las obras hablan de esos años. Los
temas sociales, acuciantes y devastadores para el país, no
faltaron. El proyecto de grupo fue simple pero muy trabajoso:
escribir las obras, dirigirlas, hacer la puesta en escena,
estrenarla en el pueblo y llevarla a donde fuera posible. Los
actores fueron fundamentales para terminar de afinar los textos
en los ensayos. Muchas veces necesitamos ayuda técnica sobre
aspectos de actuación puntuales. Creo que con esa tarea difícil
pero apasionante advertí el modo en que la plástica y la poesía
se hacían presentes directa o indirectamente en el teatro.
Tuvimos la posibilidad de ser reconocidos en la provincia y
representarla en tres Fiestas Nacionales y en varios festivales.
Viajamos a gran parte del país con nuestras obras. Luego de casi
diez años, menos por deseo que por necesidad, dejé el grupo y
comencé a dar clases a alumnos de nivel secundario, en cuyo
colegio ya daba literatura. Pudimos hacer muchas obras creadas
por los mismos alumnos, mostrarlas en el pueblo, dentro y fuera
del colegio, y llevarlas a festivales juveniles de Comodoro
Rivadavia. Hoy estoy jubilado de la docencia y todo eso es
nostalgia y maravilla en mi memoria.
Juan Carlos Moisés, 1998, con Juan
Manuel Tenuta, Omar Tiberti y Daniel Kargieman
5 —
En tres tomos (“La
historia de Asemal y sus lectores”, 2000;
“De la misma llama. III De
plomo y poesía (1972-1979)”, 2006;
“De la misma llama. VII La
yapa. Primera parte (1990-2006)”, 2014) de una propuesta del
poeta y sociólogo Darío Canton (editados por el sello
Mondadori), se reproducen dibujos tuyos y correspondencia que
mantuviste con él. Y también has sido incluido en el volumen
“Correspondencia” del
poeta y “mítico imprentero” Francisco Gandolfo (con prólogo de
Osvaldo Aguirre, Ediciones en Danza, 2011).
JCM — En el sur las cartas fueron mi modo de
sobrevivencia cultural y algo más. En enero de 1973 un hecho
casual que me ocurrió en Buenos Aires al conocer a Jaime
Poniachik en una librería (“Leo Libros”) de la calle Pueyrredón
en la que trabajaba, fue muy importante porque me dio la
posibilidad de relacionarme por correspondencia con la familia
Gandolfo, de Rosario. Bellas personas: Francisco, Elvio y
Sergio, con quienes mantuve una amistad ininterrumpida. En 1974,
cuando estudiaba en La Plata, hice un viaje para verlos.
También, a la par, tuve y tengo, también en Rosario, un contacto
fluido con el poeta Jorge Isaías. Fue precisamente este escritor
nacido en Los Quirquinchos quien editó mi primer libro en enero
de 1977 con el sello de La Cachimba. Se imprimió en la imprenta
La Familia, de los Gandolfo. El segundo y el tercero salieron
con el sello de El Lagrimal Trifurca, en la colección El Búho
Encantado. En la década del 80 la correspondencia con Francisco
fue bastante regular y tan divertida como jugosa.
En 1975, en mi casa paterna del sur, a
donde había vuelto a residir luego de pasar por La Plata, recibí
el N° 1 de la plaqueta “Asemal”, de Darío Canton. Coincidió que
el año anterior había comprado en una librería de Buenos Aires
su libro “Poamorio”, lo que promovió que le escribiera con agradecimiento y
entusiasmo. Fue una relación epistolar intensísima. Duró hasta
1979, cuando agotó su proyecto de sacar en “Asemal” toda su
poesía inédita. Fueron mis años de formación y él tuvo mucho que
ver. Ya hacía un año que venía limpiando mi poesía de follaje
innecesario. Y Canton es lo más despojado que hubo y hay en la
poesía argentina. A todos mis amigos les he enviado mis dibujos,
o apenas viñetas, acompañando las cartas. Canton tuvo la
amabilidad de incluir algunos en su obra completa, atípica y
monumental, que va sacando por tomos. Cuando hacía “mis palotes
con la poesía”, como dice Charles Simic, fueron varios los
poetas con los que mantuve una asidua correspondencia y que
considero fundamentales en mi formación y en el sostenimiento de
mi vocación de escritor: Además de los nombrados, Raúl Gustavo
Aguirre, Alfredo Veiravé, Edgar Bayley, Francisco Madariaga,
Rodolfo Alonso; de mi generación, Paulina Vinderman, Liliana
Lukin, Carlos Vitale, Pablo Ingberg, Carlos Barbarito, Carlos
Piccioni, Fernando Kofman, Santiago Espel, Alejandro Schmidt,
Raúl Artola. Pero son muchos más. También, y particularmente,
los narradores Donald Borsella, de Chubut, Ivo Marrochi, de
Tucumán, y Carlos Roberto Morán, de Santa Fe.
Juan Carlos Moisés, 2000, con Mempo Giardinelli y Fernando
Operé
6 — En 1988 entrevistaste a un director cinematográfico
que yo admiro, Carlos Sorín, mientras filmaba en Chubut, y se
reprodujo tu diálogo con él en el diario “El Patagónico” de
Comodoro Rivadavia.
JCM — Carlos Sorín filmó mucho en el sur y
particularmente en mi pueblo. Había hecho el servicio militar en
Comodoro Rivadavia y quedó impresionado para siempre con esa
región de la Patagonia. Tanto es así que volvió a filmar
comerciales, y luego “La película del Rey”, una joya de la
época. En 1988 filmó parte de “Eterna sonrisa de Nueva Jersey”,
que es una
roadmovie a la vez que una especie de comedia disparatada y
dramática. En el equipo de producción vino un amigo común de
amigos del poeta Alfredo Veiravé, y también los actores Omar
Tiberti, que conocía desde el 84, y Daniel Kargieman, hijo del
poeta Simón Kargieman, con quien me escribía. De modo que tuve
la posibilidad de compartir muchos días de filmación en las
locaciones de los alrededores y también las horas de la cena y
sobremesa, o los fines de semana que tenían libres. El
protagónico lo hacía Daniel Day-Lewis, que venía de filmar “La
insoportable levedad del ser”. Ya había hecho “Ropa limpia,
negocios sucios” y “Un amor en Florencia”. Parece mentira que el
tiempo haya pasado tan rápido y tan exitosamente para él, a
quien describí, al mencionarlo, como “un joven actor británico”.
Para no herir susceptibilidades que tenían que ver con la Guerra
de las Malvinas, Sorín y su equipo decían que era un actor
irlandés. Paradójicamente, en 1993 se nacionalizó irlandés. El
reparto era increíble: Juan Manuel Tenuta, Miguel Dedovich (en
“La película del Rey”
interpreta al aventurero Orélie Antoine de Tounens [1825-1878],
quien se proclamó Rey de la Araucanía y la Patagonia), Julio De
Grazia, Gabriela Acher, Ignacio Quirós, Rubén Patagonia (de
quien era amigo porque había residido varios años de su juventud
en Sarmiento), Ana María Giunta, etc. La entrevista fue muy
extensa; tuvo la amabilidad y espontaneidad de explayarse en
temas que me interesaban de su cine y del cine en general. El
resultado del film no fue el que esperaba Sorín. Era una
coproducción argentino-británica, con algunos inconvenientes en
el corte final. Creo que hizo mella en su relación con la
industria. Demoró en volver a filmar, y lo hizo de nuevo en la
Patagonia. Fue en 2002, con “Historias mínimas”, otra
roadmovie de bajo
presupuesto que le permitió ser valorado como uno de los
directores argentinos más interesantes.
Juan Carlos Moisés con Leopoldo
Castilla, Jorge Spíndola y Silvia Iglesias
7 — Y ya que nos acercamos al cine: ¿qué filmes basados
en novelas te han deslumbrado?
¿A qué actrices y
actores “les creés todo”?
JCM —
Dejando
de lado cualquier posibilidad de mirada profesional, que no
tengo, puedo mencionar algunas que me agradaron/deslumbraron,
tal vez por el momento en que tuve la oportunidad de verlas. “Al
este del paraíso”, “Dr. Zhivago”, “El viejo y el mar” (con
Spencer Tracy), “Por quién doblan las campanas”, “Rashomon”, “El
gatopardo”, “2001: una odisea del espacio”, “El gran Gatsby”,
“Los muertos” (de
“Dublineses”), “La fiesta de Babette”, “Blade Runner”, la
adaptación bastante libre que es “Apocalipsis Now”…
Son muchos
a los que “les creo todo”: Audrey y Catharine Hepburn, Jeanne
Moreau, Dirk Bogarde, Laurence Olivier, Jean Gabin, Anthony
Quinn, Bibi Anderson, Liv Ullman, Marcello Mastroianni,
Francisco Rabal, Toshiro Mifune, Dustin Hoffman, Al Pacino,
Meryl Streep, Lena Olin, Daniel Day-Lewis, Carlos Carella,
Ulises Dumont, y tantos más.
Juan Carlos Moisés - Desesperando - Foto La Hormiga
8 — Y vamos a personajes: ¿cuáles por su carisma, por su
potencia, por su agudeza u otros atributos, te fascinan?
JCM —
Que ahora
recuerde: Héctor, Edipo, El Quijote, Sancho, Cordelia, Hamlet,
Ana Karenina, Leopold Bloom, Ahab, el hombre y la mujer de “El
Ángelus” (de Jean F. Millet), Claus y Lucas (de la novela de
Agota Kristof).
Juan Carlos Moisés con Alejandra Koroluk, etc.
9 — “Se llamará o no se llamará poema” es el título de un
ensayo de tu autoría incluido en el volumen
“El verso libre”
(Ediciones del Dock, 2010). ¿Qué tipo de textos, cabalmente,
merecen que se los califique de poemas? ¿A cuáles no se los
debiera denominar así?
JCM —
Poema y
poesía no siempre coinciden, o no siempre están destinados a
coincidir. Uno pertenece al mundo de los objetos, la otra es una
manifestación ontológica con un grado mayor de pureza que los
mismos poemas. Pero la verdad, no lo sé. Me gustaría saberlo
pero no lo sé. Y es posible que en ese no saber consista la
búsqueda de saber qué es un poema y qué es poesía. Ya la
variedad es inmensamente grande en estos primeros años del siglo
XXI y lo será cada vez más. Las épocas van definiendo esa
calificación, pero creo que se toman sus necesarias libertades.
Por ejemplo, de Héctor Viel Temperley a Darío Canton hay un
abismo, y sin embargo nada nos hace pensar que uno escribe
poemas y el otro no. Las artes en general van mutando hacia
formas nuevas e impredecibles. En algunos decenios lo que hoy se
puede definir como poema va a sentir el paso del tiempo. Por el
momento sabemos que sigue vigente el verso o la prosa, con
imagen, sonido, ritmo, como en pintura la pincelada. No hay más.
Cada uno toca su propia música, con menor o mayor influencia del
contexto.
Juan Carlos Moisés con el poeta Darío Cantón
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Juan Carlos Moisés con el poeta Raúl Artola
10 — En 1993 y 1994, firmando con el seudónimo Indiana
Proust, fueron publicándose tus columnas “Aventuras Estelares”
en “Nuestro Sur”, periódico de tu provincia.
JCM —
Eran
seudo crónicas sociales y culturales sobre la realidad de mi
pueblo de esos días, con una pizca de poesía y mucho de ironía.
No seguían un modelo. Creo que eran bastante personales.
Juan Carlos Moisés con los poetas Santiago Espel y Fernando
Kofman
11 — Regresando a los personajes: sos el creador de uno
de historieta unitaria, “Morocho Dargüin”, el que con dibujos de
Aguado se divulgó en el suplemento “El Espejo”. Contanos sobre
él, y sobre otros, también de historieta, que hayas inventado.
JCM —
Mi amigo
Alejandro Aguado llegó un día a mi casa de Sarmiento, me mostró
el dibujo de un personaje estrafalario que acababa de terminar y
me dijo que le gustaría hacer una historieta con él ambientada
en la Patagonia. Me entusiasmó la idea, primero porque Alejandro
es un muy buen dibujante, y luego porque era un desafío más para
mi escritura. El nombre de ese personaje, Morocho Dargüin, me
surgió, como se advierte, de dos conceptos opuestos. Charles
Darwin era inglés y recorrió la Patagonia. Además de fonetizar
ligeramente el apellido, el nombre, Morocho, me pareció que
provocaba la tensión. Del mismo modo había surgido el seudónimo
con que firmaba las “Aventuras Estelares” que mencionaste. El
tema de la historieta era la Patagonia misma, vista a través de
las experiencias de este antihéroe simpático, que tenía tanto de
viajero como de poeta soñador. Después de salir semanalmente en
“El Espejo”, se publicó, ya como tira, en un periódico de la
región. Ahí tocaba temas relacionados con lo periodístico.
En 1992, año del quinto centenario, en el periódico
“Nuestro Sur”, que se editaba en el pueblo, publiqué una tira de
humor que se llamó “El huevo de Colón”. El personaje era un
huevo. Refería desde aspectos locales hasta tópicos del quinto
centenario. Fue divertido hacerlo.
En “El Espejo” salieron muchos dibujos de humor que había
hecho en años previos. El humor, la ironía, siempre estuvieron
ahí para colorear lo que hacía, dibujo o escritura, y también,
por qué no, para provocarme. De hecho, mis gustos poéticos por
el desparpajo de Nicanor Parra y de algunos de los nombrados
fueron inevitables, aunque debí tomar recaudos porque el humor
en poesía puede ser letal si no se lo puede mantener a raya. A
veces se puede, a veces no. Según el pulso y la vena del
momento. Como variante del humor, la ironía, según Octavio Paz,
siempre es crítica.
Juan Carlos Moisés con Concha García, Graciela Cros, Elías
Chucair y Carlos Espinoza
12 — Además de primeros premios y otras distinciones por
algunas de tus obras, lo has sido también por tu trayectoria y
en más de una ocasión. ¿Podrías discernir para nosotros, más
allá de la imaginable satisfacción, algo de un orden recóndito,
sutil?
JCM —
De lo
primero no hay mucho para decir; a veces se tiene suerte y un
jurado nos premia una obra. Literaria o teatral. No deberíamos
tomarnos muy en serio un premio como no ser premiados, cosa que
ocurre, esta última, las más de las veces, y uno igualmente
sigue. Porque el mejor premio es poder seguir trabajando,
produciendo, con o sin ese tipo de satisfacción. Nunca está de
más recordar la famosa cita de Beckett:
“Da igual. Prueba otra
vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.” Lo segundo: esos
reconocimientos fueron mimos locales de parte de intendencias y
del legislativo, entre otros. La sensación fue, en alguna
medida, que siempre es bueno sentirse profeta en la tierra de
uno, a pesar del dicho en contrario. Mi pueblo me dio demasiadas
cosas buenas, dentro y fuera de la tarea artística.
Juan Carlos Moisés, 1994, con el poeta Jorge Isaías
13 — “Una lucha
desigual con las palabras” es el título de tu primer libro
en el género ensayo y se publicará este año. ¿Qué otros libros
—¿intentaste la concepción de alguna novela?— estarían listos
para ser editados?
JCM — “Una lucha desigual con las palabras”
es un
libro de notas sobre poesía antes que de ensayos propiamente
dichos, aunque el tono y la intención rozan lo ensayístico y
también lo poético. Un libro inédito que sí es de ensayos, cuyo
título es “En/sayos de
literatura patagónica”, no tiene editor por el momento.
En 1992/93 escribí una novela pero fue un fracaso. De
hecho trataba sobre un personaje, tomado en parte de la vida
real, que fracasa en la vida y en sus deseos de ser un artista
en la Patagonia. La novela no podía tener otro fin que el de su
personaje, lo que ya sería en sí misma una idea de arte
conceptual. Para escribir novela se requiere una técnica y
tiempo y no tuve ni una cosa ni la otra.
Juan Carlos Moisés con Majó Abeijón y Juan Raúl Rithner
14 — En tu pieza
“Desesperando” (Inteatro, Editorial del Instituto Nacional
del Teatro, 2008),
en “espera desesperada”
los personajes mentan al
“tío Samuel”, ése que
“ha estudiado muy bien las consecuencias del movimiento inútil”.
Y en tu pieza teatral “El
tragaluz” (integrando un volumen con otras dos también de tu
autoría, “Pintura viva”
y “La oscuridad”,
Ediciones La Carta de Oliver, 2013), uno de los dos únicos
personajes se llama Samuel.
JCM —
Soy
deudor del teatro y asimismo de la narrativa de Samuel Beckett.
Lo leí, incluso su poesía, a partir de los años 80. Es el autor
que tuvo mayor impacto en mi concepción teatral y algo más.
Incluso, a su pesar, en relación con mi visión de la Patagonia.
Mi último libro de poesía,
“El jugador de fútbol”, se inicia con un epígrafe que
pertenece a la obra
“Catastrophe”, de Beckett, donde capciosamente, en relación
a la forma y a la posibilidad de mirar, hace referencia a la
Patagonia. Creí necesario incorporarlo como personaje en esas
obras, en una de ellas en presencia, en la otra en ausencia,
pero que tuviera su peso, como contrapunto primero y como una
vara con la que se pudieran medir las acciones después. También
es una especie de diálogo imposible con él. Me hubiera gustado
conocerlo, oírlo hablar, oír su silencio, percibir su mirada en
cualquier caso.
Juan Carlos Moisés - El tragaluz -
Juan Carlos Moisés - El tragaluz -
15 — “Los comedidomediante” obtuvieron primeros premios y
se presentaron ante públicos de varias provincias argentinas y
hasta en Puerto Montt, Chile. ¿Cómo fue dar a conocer
“El tragaluz” en el
casi centenario Teatro Nacional Cervantes, único con ese rango
en nuestro país?
JCM —
Las
funciones de “El tragaluz”
en Chile las hizo el grupo “Sobretabla” de Mendoza, dirigido
por Rubén González Mayo. La función en el Cervantes fue como
consecuencia de haber sido premiados en la Fiesta Nacional de
Teatro que ese año 1994 se hizo en Tucumán. Para nosotros, que
partimos de la nada, hacer la obra en un teatro con tanta
historia fue tocar el cielo con las manos. Nos fueron a buscar a
Chubut, nos trajeron a Buenos Aires, nos alojaron, nos dieron de
comer, y luego nos llevaron de regreso. Además nos pagaron una
gira por todas las provincias patagónicas, desde Ushuaia hasta
Santa Rosa, provincia de La Pampa, y con el premio en efectivo
pudimos comprar un equipo de luces y otro de sonido, completos.
Cosas del Instituto Nacional de Teatro, que agradecimos en su
momento. La paradoja es que se dio en la década del ’90, de la
que fuimos críticos en las propias obras. Debo decir también que
Carlos Pacheco, periodista y ensayista teatral, tuvo mucho que
ver en la difusión de nuestras obras a nivel nacional.
Juan Carlos Moisés - El tragaluz -
16 — En “Animal
teórico” (Ediciones del Dock, 2004), el lector tiene la
posibilidad de leer una carta que Groucho Marx escribe a Franz
Kafka y la respuesta de éste al primero; así como también la
carta que Gregorio Samsa le despacha a su creador y la que
Groucho le envía a Gregorio. Y desde aquí, Juan Carlos,
retornamos, por el camino de la creación, al marco de la
Correspondencia.
JCM
—
Siempre,
desde el primer momento, escribí cartas a escritores y mantuve,
en la medida de lo posible, una correspondencia fluida que me
ayudó particularmente en mis años de formación. El género
epistolar me gusta y me interesa como arte. Sea poético o no lo
sea. Hasta la aparición del e-mail la correspondencia como la
conocíamos sólo había sufrido una variación en su inmediatez.
Pero luego han cambiado y diversificado tanto los soportes que
disponemos de la nueva versión del telegrama en su versión
instantánea y virtual. La vida y las cosas cambian
constantemente. No hay que vivir en el pasado, decía Raymond
Carver. Hay que traerlo al presente, en todo caso.
Juan Carlos Moisés - Bolitas negas - Bariloche
17 — Como vos, chubutense, el narrador Donald Borsella
(1926-1986) aparece mencionado en tu poema “El cerezo”,
integrado a “El jugador de fútbol”; en el mismo poemario, otros dos narradores,
David Aracena, fallecido en Comodoro Rivadavia en 1987, y Diego
Angelino, quien reside en la provincia de Río Negro, son
nombrados en tu poema “Hablar”; y también un poeta de Chubut,
Néstor Milton Jones, en el poema “En la casa del galés”.
¿Compartirías con nosotros un esbozo de cada uno de estos
escritores?
JCM —
Con ellos
me unió la literatura y una profundísima amistad. Los admiro
como escritores y los quiero. Donald Borsella nació en Esquel,
fue maestro de escuela primaria en El Maitén y en Trelew, donde
finalmente se radicó. En esa etapa lo conocí. Fue en 1973. En
1978 la editorial Galerna le publicó su primer libro de cuentos,
“Las torres altas”. En
1981, en Trelew, dio a conocer su segundo libro de cuentos,
“El Zorro Cifuentes”.
En 1984 la Dirección de Cultura de Trelew publicó el ensayo
“Alberdi y una novela patagónica”, al que hay que agregar no pocas
intervenciones en el periodismo cultural de la zona. De manera
póstuma, en 2007, la Secretaría de Cultura del Chubut, editó la
novela inconclusa “El
viaje”, que estaba escribiendo al momento de su muerte. El
cuento “La avutarda”, que refiero en mi poema, salió en su
momento en el suplemento cultural del diario “Clarín”. En el
encuentro “Esquel Literario 2010” difundí la ponencia “Homenaje
a Donald Borsella”, que se puede leer en el sitio:
http://puertae.blogspot.com.ar/2010/05/esquel-literario-2010-difunden-las.html
-
David Aracena, periodista cultural, poeta y narrador,
pero antes que nada maestro de poetas, supo cultivar el don más
preciado de la amistad. Se escribió con escritores de la talla
de Pablo de Rokha, Victoria Ocampo, Rafael Alberti, Juan Ramón
Jiménez, Ricardo Molinari. Como decimos en nuestra región, David
“prefirió el diálogo y la correspondencia a la publicación.” En
1986, un grupo de amigos escritores de Comodoro Rivadavia le
publicó su único libro de cuentos,
“Papá botas altas”. En
2009, la editorial Espacio Hudson/El Extremo Sur publicó el
libro “Las palabras y los
días”, un compendio de sus columnas con cuyo título salían
en el diario “El Patagónico”, de Comodoro Rivadavia, que firmaba
con el seudónimo Juan de Punta Borjas, que tomó de la toponimia
del lugar. A los dos, con obras relativamente breves y referidas
siempre a la geografía y a la gente del sur, los seguimos
leyendo y valorando, porque sus textos siguen vigentes. Que yo
sepa, no hubo reediciones de sus libros, y esto de algún modo es
indisculpable.
Diego Angelino nació en Entre Ríos y está radicado en la
Patagonia desde los 20 años; primero en Comodoro Rivadavia y
después, hasta ahora, en El Bolsón. Fue quien más se dio a
conocer fuera del ámbito patagónico. Su primer libro de cuentos,
“Con otro sol”, fue premiado por el diario “La Nación”, con un
jurado que entre otros integraban Borges y Bioy Casares. Años
después Nicolás Sarquís llevó al cine esas historias que
ocurrían en el campo entrerriano. Sigue escribiendo con su
técnica notable de siempre.
Néstor Milton Jones, descendiente de las primeras
familias galesas llegadas a Chubut en 1865, nació en 1951 en
Sarmiento, donde sigue viviendo. Somos amigos de toda la vida,
viajamos juntos a la Universidad Nacional de La Plata. Comenzó a
estudiar cine y continuó luego en Buenos Aires. Viajó un poco
por el mundo y volvió para estudiar historia en la Universidad
Nacional de la Patagonia, en Comodoro Rivadavia. Sigue
escribiendo, de algún modo aislado. A veces la “periferia”, por
distintos motivos, es implacable con los creadores. En la década
del 80 salió en la editorial Sátura de Buenos Aires, dirigida
por Fernando Kofman, su único libro de poemas editado,
“Visitas”.
18 — ¿Por qué será que mientras leía y me sorprendía con
los textos de tu “Baile
del artista rengo”, no dejaba de pensar en los
procedimientos de “danza” de Tim Burton y Woody Allen en algunas
de sus películas…?
JCM —
Aun con
estéticas distintas, me gustan mucho ambos, Burton y Allen. Cómo
juegan con la trama, con los personajes, y el modo en que
realizan el montaje de sus películas. Pensando en tu comentario,
será por los ingredientes del humor y de lo naif, que en dosis
considerables se cuela en todo lo que hago. Creo que en los
relatos puedo soltarme con el lenguaje un poco más que en los
poemas.
Juan Carlos Moisés - Bolitas negas - Bariloche
19 — ¿Les has leído cuentos a tus hijos o sos de esos
padres que los ha ido inventando sobre la marcha?
JCM —
Ambas
cosas. De noche, al momento de ir a dormir, siempre les leía o
les contaba cuentos que se disparaban solos, según cómo se
entusiasmaban o se predisponían a oírlos. Después les proponía
que ellos escribieran lo que recordaban de esas historias (“Moby
Dick” o “La isla del
tesoro”, por ejemplo), que hacían con las libertades del
caso, y yo se las pasaba a máquina (qué palabra, en este
tiempo), recortaba las hojas y confeccionaba libritos ilustrados
por ellos mismos. Conservo alguno en mi biblioteca, que
lamentablemente no se encuentra en Buenos Aires.
Juan Carlos Moisés con Leonardo Heredia
Juan Carlos Moisés con el escritor Elvio Gandolfo
20 — Porque pronto darás a conocer tu primer libro de
notas sobre poesía, te propongo alguna reflexión partiendo de
tres notas sobre escritura del barcelonés Eugenio Trías
(1942-2013):
1:
“La escritura no es nunca
‘reflejo’ de la realidad. O es reflejo de la única realidad: los
nervios. La escritura es un reflejo nervioso.”
2:
“El sentido de un escrito
es el humor con que
deja al que lo lee.”
3:
“No se lee porque se
teme.”
JCM — La primera
está muy bien. Nunca se puede reproducir la realidad. En todo
caso, se reproduce una visión (al decir de Saer) de la realidad,
que puede ser, y a veces lo es, una realidad en sí misma. A eso
le llamamos literatura.
Las dos últimas citas son parte de la experiencia de la
lectura. Creo que también pueden ofrecer otras variantes de
“sentido”, que “incompleten” (disculpas por el neologismo)
indefinidamente la acción y reacción que provoca la lectura.
*
Juan
Carlos Moisés con el dibujante Alejandro Aguado
Juan Carlos Moisés selecciona
poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
La laguna
caminaba
por el mundo
que era
una nuez
una
pequeña bola de tierra y plantas
me sentía
bien mientras caminaba
inadvertido
bordeando
una laguna
y un
campo de alfalfa
desde ese
espacio envolvente
una
bandada de patos
se voló
haciendo ruido con el pico
avancé
por el verdor
hacia su
centro
y otra
bandada se elevó
con las
patitas mojadas
hubo un
momento en que toda la laguna
quedó
para mí
me
desnudé y me zambullí
los patos
tardaron en volver
se
acercaron con miedo
y
comenzaron a nadar a mi alrededor
no
demostré violencia alguna
moví mis
manos
agité
naturalmente mis brazos
para
imitarlos
para ser
como ellos
para
mirar el mundo desde la laguna
perdido
aleteando en medio de las ramitas
donde el
pato más grande y más feo era yo
(de
“Querido mundo”, 1988)
*
Manuel Bandeira en el Sur
un álamo
ha
crecido delante de la casa
en medio
del jardín
entre
pinos jóvenes y flores
un álamo
que no plantamos
irrumpió
un día y fue creciendo
desde su
firme raíz hacia la luz
sin
pensar demasiado lo llamé
por su
nombre:
Manuel
Bandeira
y el
álamo me contestó
como
seguramente me hubiera contestado
Manuel
Bandeira
después
persistió
en sus
intenciones de hablar
desde
entonces
lo
escuchamos decir buenas tardes
buenas
noches ser amable
saludar
perro hormiga o mujer
es
evidente:
Manuel
Bandeira quiere darse
a conocer
entre los
vecinos
y hay
todavía un muy curioso agregado:
insulta a
quien no le devuelve el saludo
el saludo
es fundamental
dice uno
de mis tíos
mientras
que a Manuel Bandeira le tiemblan
las hojas
las nervaduras las gotas de rocío
y en
verdad su irreverencia
no
desentona como hecho particular
o
filosofía de vida
aunque me
temo que su hermosa
existencia terminará con un hachazo
después
lo haremos silla donde sentarán
al
acusado
(de
“Querido mundo”, 1988)
*
Flamencos en la laguna
Esos
flamencos todo
el día al
sol sumergen
la cabeza
movediza en el agua
apoyados
en el firme equilibrio
de una de
sus patas; están clavados
en la
laguna, tallados en el aire.
Cada
tanto rompen la monotonía,
curvan el
fino pescuezo, el pico se levanta,
estiran
la pata encogida y dan un paso largo
y lento
que se hunde y se clava
como la
pata anterior,
que ahora
se pliega y espera
mientras
bajan la cabeza a bucear.
Todo el
interés está ahí, en la turbiedad
del
fondo, en los pequeños hallazgos nutritivos.
Ninguno
de esos actos minuciosos
me
incluye, ni soy de la familia de esas aves;
tampoco
soy lo que se dice trigo limpio
para
acercarme a refrescar mis pies
sin que
algo no deseado ocurra
en el
plan trazado por los flamencos.
Y aunque
no son mis ojos los que ven bajo esa agua
ni tengo
plumas rosadas, no me aguanto: mordido
por las
hormigas de la curiosidad
que
siempre me empujan a donde no me llaman
me acerco
a la orilla
todo lo
que más puedo,
hasta que
en el límite de la confianza
los
flamencos levantan vuelo
con tres
o cuatro aletazos,
las
flacas patas colgando sobre la laguna.
Si yo
fuera ellos
daría un
rodeo largo y sin pausa
con la
esperanza de que se fuera el entrometido
y
entonces volvería lo más campante
con las
alas desplegadas
a posarme
otra vez en medio de la laguna,
una sola
pata apoyada
en la
turbiedad del fondo.
Pero se
ve que esos flamencos
tienen
otros planes para resolver el dilema,
y
acribillados inútilmente
por la
doble intención de mi mirada
siguen
adelante y se pierden en el cielo
capaces
como son de ver a lo lejos
adónde
lleva el camino.
(de “Animal
teórico”, 2004)
*
Un bar en el camino
Cuando
entré a ese baño de bar
del
camino y la puerta se trabó
sin
explicación, creí encontrarme
en el
mismo infierno; no advertí
que
hubiera lo que estrictamente
se llama
fuego, crepitaciones,
gritos de
dolor, sólo unos pocos malos
olores
que me envolvieron
y la
lamparita que no prendió.
Para
estar en medio de la pampa alta
y
desmesurada ese baño era un lugar
demasiado
pequeño, sucio, opresivo.
Ni las
frases chistosas escritas
en la
pared con letra despatarrada
fueron
capaces de provocarme
la mueca
de una risa.
En las
manchas de humedad
del
revoque descascarado
vi con
horror la sombra del que soy,
vi
rostros no amados,
vi todo
lo que no se desea ver:
de mí, de
los otros, de lo otro.
Dije es
el fin, ahora sé cómo es
la última
visión de una persona.
Mi única
esperanza fue
el
ventanuco; después de forcejear
en lo
alto durante unos momentos,
el hierro
viejo, debilitado, carcomido
por el
óxido, cedió,
y cielo y
nubes entraron
increíblemente a tiempo.
(de “Animal
teórico”, 2004)
*
Hervidero parlante
Mándeme
sus libros sin falta y con una dedicatoria. Pero no
ponga
“estimada”; simplemente: “A Masha, que no recuerda
de dónde
viene y que no sabe para qué vive en este mundo.”
Antón Chéjov
(Masha a
Trigorin; “La gaviota”)
Cae una
lluvia desapasionada.
No sé
quién adormece a quién.
Parece
que nada hubiera pasado en años
y sin
embargo nada parece lo que es.
Algo se
despierta en nosotros en este
amanecer
en apariencia indoloro,
y un
temblor oculto nos conduce
a la
calle y la calle al trabajo
y nos
deposita en la realidad del día
que
comienza para uno y todos.
Pasadas
las horas, con la tarea cumplida,
esta
lluvia ni alegra ni lastima,
y con sus
variaciones sigue cayendo
más o
menos lenta sobre nosotros.
Caminamos
sin alarma. Por nuestros
ojos
vemos pasar las cosas en forma
de
imágenes distraídas que para ninguno
parecen
estar necesitadas de explicación.
Pero las
cosas siempre representan un desafío
reiterado, mientras el hervidero parlante
sigue
ahí, detrás y a veces en las cosas
mismas,
como siempre, como en estos
días o en
los días inciertos que vendrán
con
interpretaciones y argumentos a granel
que el
cerebro recibe sin terapia anticonvulsiva
alguna
(la psiquiatría la denomina TEC).
Bueno
sería, de una vez, que las neuronas
saltarinas se defendieran solas. Una posible
sería que
el cable con los electrodos invirtieran
los
electroshocks para ser aplicados en la sien
a las
distintas caras que presenta la realidad,
y por fin
sepa quiénes somos y nos ayude
a saber
“para qué estamos en este mundo”.
Pienso y no lo digo: que a cambio de aquella
alegre soberbia de la juventud para juzgar
al mundo hoy tenemos esta triste modestia
de la edad madura para rebelarnos.
(a Jorge Fondebrider)
(de “El jugador de
fútbol”, 2015)
*
La modelo y los jóvenes muertos
Algunas
de las balas que no dieron
en el
blanco buscado fueron a incrustarse
en varias
partes del cuerpo de una modelo
que
anunciaba un producto comercial
en un
cartel de la publicidad callejera.
Las balas
que dieron en el blanco derramaron
la sangre
de los jóvenes que murieron
en la
protesta. La sorpresa y la duda
nos
surgieron en ese mismo momento,
porque
aun ante la exagerada intervención
policial,
y en el peor de los escenarios,
suponíamos que las cápsulas sólo debían
contener
inofensivas municiones de goma.
Enfocados
por las cámaras no había nadie
que no se
mostrara indignado, sin dar un
paso
atrás, dispuestos a resistir lo impensado,
mientras
nosotros, arropados por los días
de
invierno, mirábamos impresionados
en la
comodidad del living de nuestra casa.
En los
fragmentos que vimos en el televisor,
a dos mil
kilómetros de los hechos, las escenas
eran
desgarradoras, ahora que las desgracias
se
transmiten en vivo y en directo al planeta.
No nos
quedaban dudas, una vez más,
de la
desesperada y trágica pasión argentina,
en la que
todo vuelve a empezar como en la cabeza
de un
paciente crónico sin memoria.
(¿Qué
representaba la discusión intrascendente
que
habíamos tenido con mi mujer esa mañana
sobre un
tema que ya habíamos olvidado?)
Poco se
podía hacer ante la pantalla inmutable
que
seguía repitiendo en crudo lo sucedido
con un
regodeo gratuito para el espectador,
porque a
los manifestantes volvían a matarlos
como si
una vez ni diez ni veinte bastaran.
Pero el
ensañamiento virtual tenía su piedad,
cuando
nos daban un respiro y mostraban,
desde
otro ángulo y encuadre, las balas fallidas
—suponemos, por impericia del tirador—
que
seguían impactando en el cuerpo indefenso
de la
modelo de papel, que a pesar de la balacera
no dejaba
de sonreír, como si no le importara
o no
fuera verdad lo que estaba sucediendo
ante sus
ojos delineados y los nuestros acongojados.
No daba
signos de estar pensando que la belleza
no puede
durar, ni que las decisiones de los hombres
corrompen
con más apuro que la crueldad del paso
de los
días. Juraría que ella habría confiado en las
personas
antes que en la erosión natural del tiempo.
Cuando
los jóvenes iban a morir una vez más,
abrí la
puerta y salí al patio; nada se oía,
nada se
movía en el aire tenso de la oscuridad.
Al pie
del pino me quedé un momento sin
decisión.
Luego hundí las manos en la masa
de nieve
helada que había caído la noche anterior.
(2002, de
“El viento que hay allá
afuera”, poemas inéditos 1977 / 2015)
Juan Carlos Moisés (1990)- Con Paulina Vinderman y su
esposo
*Juan
Carlos Moisés con Carlos Juárez Aldazabal, Raúl Aráoz Anzoátegui
y Santiago Sylvester
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Juan Carlos Moisés y Rolando
Revagliatti, 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/051006a.html
http://www.revagliatti.com.ar/051008b.html
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