Julio Aranda: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Julio Aranda nació el 17 de
noviembre de 1961 en la ciudad de Avellaneda, provincia de
Buenos Aires, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Integró el Consejo de Redacción de la revista de
literatura “Tamaño Oficio” desde 1997 hasta su número de cierre,
en 2016. Fue jurado en el rubro poesía en los concursos internos
organizados por la Asociación Gente de Letras. Entre otras
distinciones, obtuvo el Primer Premio de Poesía “Antonio
Cuadrado” en 1999, el Primer Premio de Poesía 2001 otorgado por
Mesas Redondas Panamericanas y el Primer Premio de Poesía
“Roberto Juarroz” 2007, instituido por la Secretaría de Cultura
de la Municipalidad de Almirante Brown. Ha sido incluido en las
antologías de poesía y cuento editadas por la Oficina Municipal
de Tres de Febrero en 2007, 2010, 2011 y 2013. Participó en el
volumen colectivo
“Memoria del olvido” (Ediciones Botella al Mar, 2000).
Publicó los poemarios
“Agudo pico el del pájaro oscuro” (Ediciones Gente de
Letras, 2000) y “Grietas
que me escriben” (Febra Editores, 2003).
1 — Sabemos que
naciste en una localidad lindante con nuestra ciudad; pero tu
infancia transcurrió un poco más lejos.
JA — Unos pocos
kilómetros más lejos. Siendo yo hijo de una madre muy joven
(ella tenía dieciséis años), ama de casa, y de un padre obrero
de una fábrica metalúrgica, cuando nací compraron un terreno en
un barrio en formación, que hoy es San Francisco Solano. Ámbito
agreste, apenas loteado, entre calles de tierra que se anegaban
con las lluvias y, por ese entonces, carente de los servicios
esenciales: ni luz, ni agua corriente, ni cloacas. Mi madre me
leía cuentos y poemas, ya que no había otro entretenimiento (los
vecinos más cercanos estaban como a trescientos metros). Mi
madre fue mamá y maestra. A mis cuatro años yo sabía leer y
escribir. No ceso de recordar con ternura, en las tardes-noches
de invierno, el perfil de mi madre leyendo a la luz de la
lámpara a querosén que iluminaba la pieza, mientras esperábamos
el regreso de mi padre. Luego el progreso fue ganando la
batalla. En el colegio primario, mi amor por la poesía me
ubicaba como figura repetida en todos los actos, recitando
versos al General San Martín o referidos a nuestra bandera. El
colegio contaba con una pequeña biblioteca: fui ampliando mis
lecturas y accediendo a diversos autores. Por los diez u once
años comencé a advertir que la musicalidad de esos textos me
resultaba mágica y me transportaba a lugares imaginarios de los
que no quería regresar. El colegio secundario lo cursé en
nuestra ciudad. Donde concurría a eventos culturales. Me
maravillé en mi adolescencia con los poetas franceses, con el
Pablo Neruda de un Chile politizado, con César Vallejo, con
Roberto Juarroz (quien también vivía bastante cerca de
Avellaneda) y su “poesía vertical”, con el poeta dominicano
Manuel del Cabral (poco recordado en estos tiempos); eran épocas
de Alejandra Pizarnik, de Vicente Huidobro y su creacionismo.
Simultáneamente llenaba cuadernos con mis propios escritos.
Julio Aranda - Foto de Mirta Dans
2 — ¿Y al
finalizar el secundario?
JA — Me anoté en 1980 en
la Facultad de Filosofía y Letras. Comencé a ofrecer,
tímidamente, poemas a revistas y suplementos. Algunos se
llegaron a publicar. En 1981 fui convocado al Servicio Militar
Obligatorio, lo que me alejó de mis pretensiones poéticas. Para
colmo, me dieron la baja del ejército en marzo de 1982 y un mes
después estalla la guerra de Malvinas, por lo que soy
reincorporado y enviado a Comodoro Rivadavia, como “reserva”.
Resultado: recién retorné a la vida civil a mediados de ese año,
habiendo interrumpido mis estudios, sin trabajo y en un país
quebrado. Después conseguí un empleo, frecuenté bibliotecas y
retomé la escritura. Un día de esos que nunca faltan, en los que
nos replanteamos casi todo, me deshice de varios cuadernos con
poemas. Nada me conformaba y tampoco lograba escribir algo
distinto. Me dije “necesito ayuda” y concurrí a talleres
literarios, algunos coordinados por poetas reconocidos a los que
no nombraré, sin alcanzar satisfacción, ahogado en mi interior y
con la necesidad imperiosa de regresar a mis fuentes creativas.
Julio Aranda con S. Espel, J. C. Silvain, G. V. González,
R. Revagliatti, C. Villanueva, L. Caffarello, A. Gravino, N.
Santa Cruz, E. Dalter, C. Zemborain, el músico Yabor, etc.
3 — Voy
calculando que nos acercamos a “Tamaño Oficio”.
JA — Alguien me invita a
la presentación de un nuevo número de esa revista, en la bodega
del célebre Café Tortoni. La directora era una tal Lucila
Févola, hasta entonces desconocida para mí.
Ese fue mi verdadero
comienzo. La escuché, compré la revista, me acerqué a ella,
a las pocas semanas estaba asistiendo a sus talleres literarios,
que dictaba en una oficina de la Avenida de Mayo. Me fui
imbuyendo de los conceptos de estructura, musicalidad,
aliteraciones, de la importancia de los silencios en el texto,
los diferentes tonos, cambios de ritmo, etc. Y todo acompañado
por lecturas, no sólo de poesía, sino desde filosofía y religión
hasta narrativa y ensayo. Lucila hablaba del poema como de una
perfecta red donde ningún punto del tejido podía estar corrido,
de fuerzas centrípetas y de fuerzas centrífugas dentro del
texto: no sólo teorizaba sino que lo mostraba en su obra y nos
conminaba para que lo intentemos en la nuestra. Aprendiendo a
pulir y adaptándome al maravilloso equipo de la revista, me
invitó a sumarme al Consejo de Redacción. Poetas del grupo,
Jorge Montesano (fallecido en 2002), Osvaldo Spoltore, Haidé
Daiban, Emmanuel Muleiro y yo, publicamos una antología,
“Memoria del olvido”,
complementada con un CD en el que Lucila y el escritor José
Bravo recitaban nuestros poemas.
Julio Aranda con Lucila Févola, Lina Caffarello y Osvaldo
Spoltore en 2004
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4 — Tres años con
Lucila Févola (1942-2013) y ese entorno de estudio y producción,
hasta arribar a tu primer poemario.
JA — Que es cuando
comienzo a publicar algunos cuentos y me animo al ensayo (por
ejemplo, uno sobre poetas italianos del siglo XX). Y tres años
después, habiéndome fogueado en mesas de lectura y programas
radiales, más o menos coincidiendo con la aparición de mi
segundo poemario, Claudio LoMenzo y Javier Magistris, directores
de “La Guacha”, me invitan a reseñar y comentar libros para su
revista. Mientras, debido a que por diferentes motivos la
mayoría de los escritores fundadores de “Tamaño Oficio” se
fueron alejando, me aboqué con mayor intensidad a acompañar a
Lucila, seleccionando el material, rescatando, como se dice, a
poetas olvidados, procurando avisadores para solventar el costo
de cada edición, lidiando con la imprenta, efectuando
correcciones, consiguiendo ámbitos para las presentaciones,
sopesando a los posibles intervinientes, y todo con el filtro de
Lucila. Cuando ella fallece, del Consejo de Redacción sólo
quedábamos Osvaldo Spoltore y yo. La familia de Lucila nos dona
parte de su biblioteca, sus libros publicados y numerosas
carpetas y cuadernos escritos de su puño y letra que aún no
hemos podido desclasificar. Consultamos con el resto del grupo y
decidimos continuar con la revista siguiendo la línea de Lucila
hasta cumplir el trigésimo aniversario en 2016. Cerramos el
ciclo en la Feria del Libro. Y como hallamos un poemario inédito
de ella que había dado por concluido pocos días antes de morir,
con unos pesos que aportamos y la ayuda económica del Ministerio
de Cultura, lo pudimos editar y presentar en el Museo Ricardo
Rojas.
Julio Aranda con Hemilce Cárrega, Lucila Févola y Viviana
Hojmann
5 — Por teléfono
me contaste que sos viajante de comercio.
JA — Un trabajo que a
priori surge como antagónico para un hacedor de poemas. Sin
embargo, largas horas conduciendo por rutas semi desérticas,
visitando pueblos y ciudades de las provincias de Buenos Aires y
de La Pampa, me hicieron encontrar la paz necesaria que (casi)
todo poeta anhela; aquellos que no conocen nuestra geografía no
se imaginan que sólo a unos kilómetros de nuestra capital, el
ámbito pueblerino influye de tal forma en nuestros sentidos que
es imposible abstraerse y no vivenciar el regocijo con que la
vida nos premia a cada paso. En las horas de la siesta, donde me
veo obligado a descansar, puesto que entonces cada pueblo parece
detenido, encuentro mi refugio espiritual para leer y escribir.
Muchos poemas han nacido en esos instantes de profundo silencio.
De todos modos, más allá de lugares específicos, la poesía es
una presencia continua que uno debe esforzarse por mantener y
alimentar. Como dijo Giovanni Raboni (1932-2004), un poeta
nacido en Milán, en un reportaje:
“La poesía está cuando
está. Si hay ganas, se escribe; lo que me parece importante, aun
cuando no escribo, es mantener viva la relación entre la poesía
y todo lo demás. Si la escritura es intermitente, hay hilos
sutilísimos en tensión continua, incesante elaboración. Para mí
la poesía es el lugar donde nada se agota, sino todo se
verifica: ideas, sentimientos, elecciones. Si uno vive al cinco
o también al cincuenta por ciento es difícil que sea un gran
poeta. A los poetas avaros con la vida y con los demás, cuanto
más envejezco, menos los amo; es más, ni siquiera los entiendo.”
Ésta me parece una de las definiciones más sutiles y bellas
que he leído. Retomando: la libertad que me permite mi trabajo
como viajante de comercio (en el rubro de juguetería), está
potenciada desde el arco opuesto por una búsqueda de tiempo y
espacio que en nuestra gran capital, con sus luces de neón y su
bullicio, me cuesta más hallar. En mi caso, los lugares alejados
me enseñaron a escuchar el silencio, ese silencio significativo
que pesa tanto como la palabra justa. Equilibrio entre el decir
y el no decir. Complementación de los opuestos.
Julio Aranda con Osvaldo Spoltore y Lina Caffarello (de
pie) y Á. Kándel, E. P. Piscun, Z. Saclis, A. Planes, A. N.
Pierce, L. Berruto, S. Kirsz, etc.
6 — ¿Publicarás
un tercer poemario?
JA — Hace ya varios años
que tengo la intención de publicar, pero lo he ido postergando.
Estoy procurando seleccionar de un alto número de textos. Están
los que escribí y que ya no me dicen lo que me decían; los que
fantaseaba que desecharía y vuelven a adquirir protagonismo; los
que percibo como ajenos. Es difícil la articulación. Cada obra
debe ser medular, abarcadora del propio universo, y hay tanta
transformación continua en mí… En definitiva, la respuesta a tu
pregunta es sí, publicaré un tercer poemario y ojalá sea en
2017.
Julio Aranda en la Municipalidad de Tres de Febrero
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7 — Cerrado el
ciclo de tres décadas de “Tamaño Oficio”…
JA — Es importante
aclarar por qué cerramos el ciclo. No fue una decisión
caprichosa sino razonada, consensuada con el grupo. La revista
nace de mano y obra de Lucila Févola, allá por 1986, como
respuesta a la inquietud de los talleristas que asistían a sus
clases y que no encontraban un espacio “físico” para publicar.
Surgen los primeros números. Luego, por exigencia del grupo
fundador (integrado por Haidé Daiban, José Emilio Tallarico,
Alicia Clausi, Florencia Durán, José Bravo, Dora Pietromica,
Gustavo Villamor, María Barrientos) y de Lucila, “Tamaño Oficio”
va creciendo y ya no alcanzaba con el empeño de los talleristas.
Se incorporan entrevistas, cuentos, artículos sobre escritos
filosóficos y sobre obras de teatro... Y a propósito de teatro,
hay un nombre que merece ser destacado por lo que le brindó a la
propuesta. Me refiero a José Bravo (1934-2010), poeta,
ensayista, dramaturgo, profesor de teatro (hasta su
fallecimiento enseñó teatro en la cátedra de la Universidad de
La Matanza), quien hizo de la humildad su mejor carta de
presentación y con un conocimiento profundo del universo
cultural. Fue el pilar en el que Lucila y los que nos sumamos
después, nos apoyamos siempre, sabiendo que era posible
encontrar en ese maestro el consejo preciso.
Se difunden entrevistas realizadas a Alfredo Veiravé,
Alejandrina Devescovi, Osvaldo Bayer, Elsa Bornemann, Santiago
Kovadloff, Josefina Arroyo, Héctor Miguel Ángeli, María Adela
Renard... Se rescatan obras como la novela
“El hombre importante”
de Alberto Gerchunoff (1883-1950), cuentos de Haroldo Conti,
poemas de Julio Cortázar, Emilio Zolezzi, Ezequiel Martínez
Estrada, Rogelio Bazán, el entrerriano Luis Alberto Salvarezza,
Ana Emilia Lahitte, Juan L. Ortiz y tantos, tantos otros. Y del
poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero (1920-2016), cuando aún
no era muy leído.
A propósito de Escudero, años después, cuando comienza a
gozar de prestigio, viaja a Buenos Aires para leer sus poemas en
la Biblioteca Nacional, invitado por Ediciones en Danza, que le
había publicado lo que en ese entonces era su último libro. Él
mantenía una relación epistolar con José Bravo. Yo, justo unos
meses antes había publicado un ensayo sobre su obra que titulé
“Escudero: un viento zonda en la planicie poética”. Enorme fue
mi satisfacción cuando, junto a José Bravo, recibo la invitación
para asistir a su lectura. En una de las salas chicas de la
Biblioteca éramos un grupo selecto. Lo recuerdo, menudo como
era, con esa fuerza interior que no denunciaba su edad (andaría
cerca de los ochenta) y, lo más sorprendente, después del acto,
se deshizo un poco a las apuradas de los que lo rodeaban para
felicitarlo y se fue con nosotros a tomar algo por un boliche de
la zona donde nos quedamos hablando del lenguaje poético, de
folklore, de sus andanzas mineras.
Otra satisfacción que me brindó “Tamaño Oficio” fue haber
conversado con el poeta y traductor platense Horacio Castillo.
Cuando con Spoltore, Montesano, Daiban y Muleiro publicamos
“Memoria del olvido”,
acudimos a él (a quien conocíamos por un reportaje que se le
había realizado para la revista) y le pedimos que nos presente
el volumen. No sólo aceptó con creíble entusiasmo, sino que nos
decía (y lo reiteró públicamente) que se sentía halagado. Fue un
lujo total. La presentación se efectuó en nuestra ciudad, y él
viajó desde La Plata, de noche: su compromiso para ese evento y
su análisis de nuestras poéticas, me ha dejado una huella.
Considero que la literatura siempre es denuncia, y
“Tamaño Oficio” la ejerció desde la creación, desde el no
amedrentarse cuando todo alrededor parecía que se derrumbaba. En
el Nº 27, octubre de 2003, José Bravo exponía:
“¿Cuál es la misión del
artista, si es que tiene alguna? En principio, salvaguardar su
propia existencia y ayudar a salvaguardar la existencia común,
como cualquier hombre del planeta”,
y más adelante cierra la idea:
“Sus reacciones
artesanales, sus imágenes, sus palabras y objetos, no lo privan
del angustioso cometido de que su grito siga siendo de alarma,
de formalizar una esperanza cierta, de toma de conciencia, ya.”
Estoy persuadido de que en esta toma de conciencia está la
misión del artista.
Ahora comienza otra etapa. Osvaldo Spoltore y yo fundamos
“Copérnica” el 24 de agosto de 2016, coincidiendo con el Día del
Lector, así declarado por el Senado y la Cámara de Diputados de
la Nación, conmemorando el natalicio de Jorge Luis Borges,
cuando adherimos a la suelta de poemas, en esquinas de nuestra
ciudad, organizada por la Fundación El Libro y la Sociedad
Argentina de Escritores. Habremos de coordinar una actividad
pública y periódica que llevará el nombre elegido. Y estamos
elaborando el primer número de la revista “Copérnica”.
Julio Aranda en 2016 con María Barrientos, Carlos Vanadía,
Ema Granata, Lina Caffarello, Lila Pérez Ferretti, Elena Cohen
Imach, Agustina Aranda y Osvaldo Spoltore
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8 — Obtuviste con
tu cuento “El guardián” un segundo premio otorgado por la
Universidad Popular de La Boca.
JA — Mi narrativa es la
parte menos difundida y, probablemente, la menos explorada por
mí. En mis textos, todos breves, procuro una estructura
circular, al modo de algún tipo de animal siempre mordiéndose su
cola. Son numerosos, pero necesitan reescritura, correcciones.
Julio Aranda con Rolando Revagliatti, Zulma Liliana Sosa,
Mary Acosta, Graciela Wencelblat, Ugo Calvigioni y Cristina
Villanueva - Foto de Mirta Dans
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9 — Uno de los
personajes de la novela
“El mundo deslumbrante” de Siri Hustvedt señala:
“Los pensamientos, las
palabras, las alegrías y los miedos de otras personas nos
afectan y se vuelven parte de nosotros.” ¿Advertís que algo
de lo establecido en dicha frase te haya sucedido?
JA — Cierta
energía que
emana de
los seres
con quienes
interactúo suele
habitarme, a
veces fugazmente,
a veces
días enteros,
y entonces
me siento
vulnerable,
confuso y,
lo que
es peor,
incapaz de
transformar esos
sentimientos,
sobre todo
si son
negativos.
Concientes o
no, hay
una vibración
en las
personas que
a todos
nos afecta.
No soy
yo y
los demás,
no soy
yo y
el universo.
Soy parte
de un
todo más
complejo y
que no
se agota
en un
nombre y
apellido. ¿Cómo
abstraerme? Allí
es donde
toman
protagonismo mis
artificios
salvadores: las
máscaras. Sé
que muchos
lo asociarán
con falsedad
o con
ocultar el
verdadero
rostro: yo
no lo
creo, al
contrario, lo
que llamo
máscaras me
permiten ambular
(o deambular)
por los
caminos donde
el dolor,
las tristezas,
el miedo, y en
menor grado
las alegrías
ajenas, me
atraviesan en
las múltiples
y continuas
relaciones sociales.
10 — A donde te dejes llevar, según cómo te resuenen,
Julio: ¿nieve, aguanieve, gránulos de nieve, granos de hielo,
prismas de hielo o granizo?
JA — Todos
esos términos
son aplicables
a mi
poesía;
cualquiera de
ellos puede
trasladarme a
un sutil
estado de
transparencia;
depende el
contexto en
que se
ubiquen será
aguanieve,
gránulos de nieve
o tal
vez
granizo,
pero esto
sin buscarlo
adrede, sino
simplemente
permitiendo que
aparezca en
el estado
que mi
agua poética
me proponga.
Julio Aranda con Lila Pérez Ferretti y Elena Cohen Imach
11 — ¿Cuál ha sido el enfoque, en tu ensayo “La vocación
que nos elige”, respecto de los poetas italianos del siglo XX?
JA — Te transcribo las
primeras líneas: en ellas se condensa el hilo conductor:
“En la primera mitad del
siglo XX, las dos guerras mundiales dejaron un saldo de
alrededor de cien millones de personas muertas. Esto nos
demuestra lo inestable que fue el final del segundo milenio y
cómo todo se fue modificando a una velocidad que pobló de
incertidumbre al planeta. La poesía no ha sido ajena a la
sucesión de cambios, sobre todo en Europa, la zona geográfica
más castigada por los enfrentamientos. Pero, a pesar de todo,
nunca dejó de tener una presencia vital; pareciera que los
poetas, en épocas de profundas crisis, se sensibilizaran más
ante la angustiosa presencia de la muerte. Y los poetas
italianos no han sido la excepción.”
Durante un largo lapso fui reuniendo opiniones,
entrevistas, artículos donde los poetas hacen referencia a la
creatividad, a la rigurosidad para cumplir con una vocación que
priorizaron. Cuanto más leía a un alto número de ellos, más me
sorprendían por su actitud y búsqueda profunda y comprometida.
Hablo de Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Mario Luzi,
Cesare Pavese, Atilio Bertolucci, Giovanni Raboni, Salvatore
Quasimodo, Vittorio Sereni, Eugenio Montale (quien aporta esta
brillante definición: “No
es que yo haya buscado a propósito la oscuridad, pero nadie
escribiría versos si el problema de la poesía fuera hacerse
entender”), Alfonso Gatto, Giorgio Caproni...
Sé que intentar definir a la poesía es como procurar
detener el tiempo, es un encuentro de su esencia con ese
designio desconocido y superior que, de algún modo, atraviesa
las puertas de toda percepción. Sólo si se logra esta comunión,
el arte surge y se instala en la realidad para plasmar otra
realidad, su propia realidad. Y creo que estos poetas italianos
de posguerra conforman uno de los más claros ejemplos, por lo
menos para mí.
12 —
Si tuvieras que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de
él, ¿cuál elegirías?
JA —
Me aterra la idea de estar en un único lugar y no poder salir
jamás de él. Soy inquieto por naturaleza...; tal vez por eso
nunca he residido muchos años en una misma casa. Me gusta entrar
y salir de los lugares y hasta de mí mismo. Rehúyo de todo lo
que fija. Así voy envejeciendo sin echar raíces. Caprichos de un
caminante consuetudinario.
Julio Aranda con su hija, la poeta Agustina Aranda
13 — ¿Tendrás por allí algún
episodio irrisorio del que hayas sido más o menos protagonista y
que nos quieras contar?
JA — No irrisorio, pero
sí curioso. Fue en 1997 o 1998. Nos invitan, entre otros, a
Jorge Montesano y a mí a una lectura de poemas y nos piden que
les adelantemos el material que íbamos a leer, cosa que nos
pareció extraño...; entre mis poemas había uno que hacía alusión
a los desaparecidos. Lo que no sabíamos era que la lectura se
realizaba en la sede de un edificio céntrico que por ese
entonces pertenecía al Círculo Militar. Nos citan un par de días
antes y “gentilmente” me indican que ese poema no debo leerlo
porque el tema estaba muy trillado y bla-bla-bla, y que no lo
tome como un acto de censura. Ante mi sorpresa, Jorge Montesano
increpa a los dos hombres que nos atendían, diciéndoles que “no
vamos a permitir” que nos elijan los poemas, y que si no estaban
de acuerdo que borraran nuestros nombres del programa. Los
hombres se miraron entre sí, como consultándose, y juro que temí
que todo se siguiera complicando. Finalmente, nos devolvieron el
material señalándonos que sólo era una sugerencia. Corolario: me
dí el gusto de leer un poema sobre los desaparecidos en un
evento cultural organizado en un edificio que pertenecía al
Círculo Militar.
14 — ¿Te conforma tu sentido del humor? ¿De qué sos
“demasiado” y preferirías no serlo?
JA — Considero mi sentido
del humor como el de muchos. Suelo ser bromista con mis amigos y
bastante solemne con los que no conozco. En mi escritura, el
humor no es una cualidad que aparezca a menudo. Con los años,
cada vez me cuesta más abstraerme de los compromisos laborales;
el tiempo se me va tratando de resolver conflictos surgidos de
mi relación con los clientes, y esto es algo que aspiro a
resolver lo más pronto posible. Por lo demás, transito por los
“claroscuros” como cualquier ciudadano.
Julio Aranda con la escritora María Emilia Pérez en Gente
de Letras recibiendo una distinción
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Julio Aranda con Lucila Févola
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15 — ¿Cuál es la pregunta, que con escasas variantes,
tantos preguntadores formulan para concluir un reportaje?: la
que ahora te extiendo: ¿Qué nos podés contar que se te haya
quedado en el tintero?...
JA — Solamente agradecer.
A la vida. A las personas que la poesía me ha permitido conocer,
a la tarea, en algunos casos titánica, de los que —como en tu
caso— apuestan, a cambio de nada, por la difusión de las
palabras de los que nos consideramos hacedores. El escritor
Eduardo A. Azcuy [1926-1992] dijo alguna vez:
“El modo con que el
hombre experimenta el mundo depende de la calidad de su
conciencia.” Una
conciencia pura nos aliviará de tanta pena mundana. La poesía
sigue siendo un bálsamo entre tanto dolor. Creo en la palabra
como herramienta de un presente y futuro que nos define como
especie; sólo si persistimos en nuestra intención de rescatar lo
prístino llegaremos a ser una sociedad más justa y perpetua a
pesar de lo finito. Estoy persuadido de que la poesía ha
trascendido desde siglos la frontera de toda muerte acontecida.
*
Julio Aranda selecciona poemas inéditos de su autoría para
acompañar esta entrevista:
MERECER EL POEMA
"Hacia ti mi larga marcha / por merecer la palabra"
(Abdellatif Laabi, poeta marroquí)
Atravesemos la noche
como si fuera un puente.
Llevemos lámparas
y carne de venado.
Escuchemos el trino
del pájaro que fue
primero tempestad
y luego brisa.
Todo debe merecer una
fiesta.
Miremos nuestras
manos,
rojas de frío,
apretadas
al tiempo y a la
historia.
Estamos juntos,
unidos por cadenas de
raso,
cargando en las
alforjas
una semilla blanca
y un laurel disecado.
No hay camino a
elegir.
Es tan sólo un destino
de palabras
diseminadas como migas
de pan.
Pero todo debe merecer
una fiesta.
Habremos de
estrecharnos contra el árbol
donde el ahorcado
duerme con los ojos abiertos.
Devolveremos al tigre
su fuego, su belleza
y haremos con las
constelaciones
una red, una trama
para atrapar al pez
que nos nada en la lengua.
Por eso,
amanecidas almas al
borde del abismo,
que no se rompa el
cántaro
ni se agote la fuente.
Encendamos las
lámparas,
compartamos la carne.
Todo debe merecer una
fiesta.
*
EL SALTO
Saltar.
Pero hacia atrás.
Saltar desde el futuro
a la niñez.
Desprender la mochila
y desatar los miedos.
Caer de pie
o de manos
(no importa demasiado)
pero juntar mientras
caemos
todas las palabras que
olvidamos.
No entrecerrar los
ojos
y abrir la boca grande
como para tragarse el
cielo
y nunca tocar fondo.
Sólo saltar
(pero hacia atrás).
Saltar desde la muerte
al fecundado óvulo.
Saltar,
siempre saltar
y saltar otra vez
hasta que el universo
salte adentro nuestro
a otra luz
a otro cuerpo.
*
AL ENCUENTRO
Como antiguo mapa me
despliego sobre infinita mesa.
Corro por dentro de un
anillo
buscando el sol
y a veces
canto
con una voz extraña.
Me arrastro entre las
piedras del insomnio
y me sueño despierto.
Hablo en silencio.
Pateo las columnas del
sarcasmo
para que caiga la
verdad
como una lluvia
fresca.
Pero cadenas no:
las sombras no se atan
y la luz nos traspasa.
He vivido buscando
sin entender que el
agua también contiene fuego.
Soy el que busca lo
encontrado,
el que perdió su
imagen más allá del espejo,
el que guardó el
futuro en un cofre vencido,
el que ríe llorando,
el que se va desnudo
por un río de estrellas.
*
MAR
Cuando era muy pequeño
y mi madre me bañaba,
la tina era un inmenso
mar.
Yo fabricaba olas
agitando los pies
e imaginaba barcos que
se hundían en mi ombligo.
Hoy,
náufrago de tantas
tormentas,
tomo sus manos —esos
barcos enormes
que transportaron
sueños—
y se las acomodo por
fuera de la tina
para que no se hundan
en este inmenso
agujero.
*
CANTO DE SIRENA
Rescatar los cuerpos
de los marineros ahogados y amontonarlos en la bodega
donde las ratas
chillan
y el olor a pescado y
la bruma que empapa
el capitán prepara un
tuco
hoy va a cenar solo en
la cabina y dará voz de mando
a su sed de vino agrio
pero después vendrán
los puertos y tabernas
y las putas que ríen
por monedas de cobre
el mejor ron de Cuba
para ahogar las historias
y las familias de los
muertos “lo siento mucho, señora,
su marido fue un
héroe”
y quién carajo dijo
que navegar es lindo
tabacos de mala
calidad
los tatuajes no
abrigan el dolor
nadie se tapa los
oídos ni se amarra a los mástiles
y la bodega llena y
con olor a pescado
y se ha roto la bolsa
que guardaba la harina
y son pasos fantasmas
y el vino está más
agrio
ola
tras ola
muerte
tras muerte.
*
SED DE VAMPIRO
No te limpies la
sangre de las comisuras:
que sepan que eres el mordedor de cuellos.
Después todo serán
flashes,
idas y vueltas
por tu psicología.
Y aunque los niños
trepen a los árboles para arrojarte piedras
y aunque los espejos
huyan a tu paso,
tú,
extraña criatura de
siglos,
podrás morder en paz
hasta vaciar cada
palabra,
hasta volver al lecho
donde reinan las sombras.
Julio Aranda con su hija Agustina en Mar del Plata
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Julio Aranda con su hija, Agustina Aranda y Noemí Fernández
Cabanillas
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*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Julio Aranda y Rolando Revagliatti, 2017.
http://www.revagliatti.com/030326b.html
http://www.revagliatti.com/050715_gr.html
http://www.revagliatti.com/050715_aranda.html
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