Lilia
Lardone: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Lilia
Lardone
nació el 24 de octubre de 1941 en Córdoba, capital de la
provincia homónima, en la República Argentina. Es Licenciada en
Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba
(1961). Entre 1985 y 1997 dictó cursos de capacitación docente
sobre criterios de selección en libros dirigidos a chicos y
jóvenes, para la Unión de Educadores de su provincia. Ha sido
coordinadora de programación de ocho emisiones (1988-1995) de la
Feria del Libro de Córdoba para niños y adultos, y miembro
activo del Ateneo del Centro de Difusión e Investigación de la
Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ) entre 1991 y 1995. Tanto
a nivel nacional como internacional se ha desempeñado como
jurado en numerosos concursos y ha participado en Congresos y
Encuentros de Escritores. Desde 1988 coordina talleres de
escritura y corrección. Entre otras distinciones obtuvo el
Premio Taborda 2009 de Letras por su trayectoria a favor de la
lectura y la escritura, otorgado por la Asociación para el
Progreso de la Educación. En el género novela
aparece en 1998 la primera
edición de “Puertas adentro” a través de Editorial
Alfaguara; en 2006, “Esa chica”; en 2002, “Papiros”,
reeditada en 2014. En 2003 se publica el volumen de cuentos
“Vidas de mentira”. La primera edición de su novela para
niños “Caballero negro” es de 1999 y se reeditó en 2014.
De cuentos y relatos para niños son sus obras “El nombre de
José”, “Los picucos”, “Los asesinos de la calle
Lafinur”, “El día de las cosas perdidas”, “Benja y
las puertas”; y “La fábrica de cristal”,
más “La banda de los
coleccionistas”, son títulos de sus novelas juveniles.
“La niña y la gata”,
poemario para niños, con ilustraciones de Claudia Legnazzi, es
de 2007, y sus dos poemarios para adultos, “Pequeña
Ofelia” y “diario del río”
aparecieron en 2003 a
través de Ediciones Argos, en su provincia. Entre 2003 y 2011
fueron editándose libros concebidos en forma conjunta con María
Teresa Andruetto. Y en 2012, Editorial Sudamericana publicó
“20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón” (con la
colaboración en las entrevistas de Yaraví Durán). Su Sitio es
www.lilialardone.com.ar.
1 — ¿Noticias de vida?
LN —
Crecí,
afortunadamente, en un pueblo apartado de rutas. Infancia y
adolescencia en Hernando transcurrieron entre juegos, libertad
total para andar por las calles en bicicleta, y a la vez una
situación de preocupante estrechez económica. En mi casa no
había libros, sí pinceles porque mamá pintaba y enseñaba a
pintar, y de eso vivíamos ya que papá murió cuando yo tenía
cinco años. Hacia los once descubrí un día la Biblioteca
Popular, un encuentro decisivo porque a partir de ahí me
transformé en lectora constante y entusiasta. La pasión por los
libros me llevó a la capital de Córdoba, a estudiar Letras en la
Facultad de Filosofía y Humanidades en donde tuve profesores
increíbles, como Enrique Luis Revol, Noé Jitrik… Pero lo
académico no me tentaba, así que un poco antes de recibirme
empecé a trabajar en la recién creada Radio Municipal, y más
adelante me dediqué de lleno al activismo cultural para promover
la difusión de la literatura y el teatro. Eso hice durante
largos años. Me casé, tuve dos hijos, me separé, y en los años
terribles de la dictadura aprendí a callar: resultaba muy
difícil trabajar en el Departamento Letras, hacia donde
apuntaban las miradas inquisidoras. Entonces, como siempre, la
lectura fue mi refugio. Igual que para tanta otra gente…
2 — Hasta que un tal Reynaldo Bignone le transfiere la
banda presidencial a Raúl Ricardo Alfonsín.
LN
— Por fin
llegó la democracia, y se multiplicaron las posibilidades de
hacer cosas. Elegí especializarme en Literatura para niños y
jóvenes, temática que me atraía desde hacía mucho. Junto a Lucía
Robledo recorrimos la provincia dando cursos para docentes sobre
criterios de selección en LIJ: Literatura Infantil y Juvenil. Y
a partir de 1985 coordiné talleres de escritura… Los años
pasaron y me encontré —después de mis cincuenta— con los hijos
crecidos e independientes: se dio la hora de escribir mis
propias historias, algo que nunca hubiera imaginado como
destino. Porque para mí escritores eran los otros, los que
admiraba y leía… Sin lugar a dudas el estímulo determinante fue
escuchar lo que escribía la gente en mis talleres, personas que
sin ninguna experiencia previa de escritura lograban conmoverme…
¿Por qué no?, pensé. Y ese fue el comienzo de una vida distinta,
donde no sólo la lectura es fuente de alimentación sino también
la búsqueda expresiva a través de la creación.
3 — ¿Y qué fue lo inicial?
LN
— Con timidez, bien insegura, hice una recopilación de coplitas
anónimas cordobesas, investigando en publicaciones que sólo se
encontraban en bibliotecas y archivos. Se publicó como “Nunca
escupas para arriba”. Después avancé en versiones personales
de cuentos populares de Córdoba, bajo el título “El Cabeza
Colorada”. Ahí empecé a intuir la cocina de la narrativa,
cómo construir la tensión, cómo sostener un relato. Un día, en
una Feria del Libro de Córdoba, escuché decir a Ricardo Piglia
algo así como: “Se escribe una novela para descifrar un
enigma”. Y de inmediato recordé una historia tabú de la que
conocía sólo jirones, una historia de abandono que circulaba
sotto voce en
mi infancia, en la casa de mi abuela paterna, piamontesa. Poco a
poco, borrando más de lo que escribía, empezó a tomar forma la
novela “Puertas Adentro”, en la que trabajé unos tres
años y que tuve la suerte de publicar en Alfaguara. Luego se me
ocurrió un texto para chicos que también me llevó mucho tiempo,
porque soy bastante obsesiva con la reescritura y hasta que no
me conforma sigo desechando borradores. Por fin estuvo lista la
novela breve “Caballero Negro” y coincidió con un
concurso importante de LIJ que se hace anualmente en Colombia.
La mandé por correo, sin ninguna esperanza, y gané el Primer
Premio Latinoamericano Norma / Fundalectura, en Bogotá. Con ese
premio sentí que la escritura me había llegado como un enorme
privilegio de la edad madura.
4 — ¿Y la poesía?
LN
— Leía y leo a los poetas, todos los que puedo, porque la
palabra poética es condensación y desnudez y esencia. También
ese me parecía terreno reservado sólo para algunos, y
demoré mucho en animarme a hacer mi experiencia. Pero el dolor a
veces se filtra y decanta de modos inesperados: a los cinco años
de la muerte de mamá necesité escribir sobre ella, sobre mí,
sobre la temprana desaparición de mi padre… y poco a poco
construí “Pequeña Ofelia”. Un libro breve, con imágenes
que me sacudían aún por su carga de ausencias, de pérdidas, de
vínculos que ya no existían. Y casi enseguida, ganada por una
especie de “estado de poesía”, fui armando “diario del río”.
Es un poemario que refleja, en puras minúsculas, los paseos por
el río Suquía que corre cerca de mi casa.
Una condensación de
interrogantes, contradicciones, analogías, miradas sobre lo que
ocurre entre los silencios y los rumores de la vida cotidiana...
En ambos casos hubo intensa tarea de reescritura. Se los di a mi
amigo Julio Castellanos, excelente poeta y editor de Ediciones
Argos, y él los publicó en una bellísima cajita que contiene los
dos libros, en la Colección Horizon Carré.
5 — ¿Después?
LN
— Como soy curiosa, traté de incursionar en otros géneros y di
con el apasionante trabajo de escribir en coautoría. Así
nacieron varios libros con María Teresa Andruetto, una autora
excepcional, gran amiga. Las dos veníamos de una intensa labor a
lo largo de años en talleres de escritura y decidimos sumar
conocimientos para trasmitirlos. Escribimos “El taller de
escritura creativa (en la escuela, la biblioteca, el club)…”.
Siguió “La escritura en el taller”, que se publicó en
España, y también un libro de entrevistas a un autor que las dos
admiramos y que nos honró con su amistad, Andrés Rivera.
Apareció con el título “Ribak, Reedson, Rivera:
conversaciones con Andrés Rivera”.
Por ese
entonces, en mi tarea como jurado en concursos, al leer
incontables originales empecé a intuir que estaba surgiendo una
corriente bastante fuerte de autores jóvenes. Emprendí una larga
y minuciosa búsqueda por redes y contactos hasta que compilé:
“Es lo que hay. Antología de la narrativa joven en Córdoba”,
en la que incluí veinticinco autores. Más tarde, “Córdoba
cuenta. Antología de literatura para niños”.
Entretanto, seguía escribiendo ficción: para grandes, la
nouvelle “Esa chica”, el volumen “Vidas de mentira y
otros relatos”… Para chicos, entre otros, el poemario “La
niña y la gata” en donde volví a rondar la poesía. Y los
cuentos “Los asesinos de la calle Lafinur”, “Benja y
las puertas”, “El nombre de José”, “Los Picucos”,
más las novelas juveniles “La fábrica de cristal”, “La
banda de los coleccionistas”. Nombro aparte “Papiros”,
libro que me dio otra satisfacción al ser seleccionado por la
Biblioteca de Munich como uno de los destacados en 2004, en lo
que se llama The White Ravens.
6 — Durante un par de lapsos participaste del Plan
Nacional de Lectura auspiciado por la Dirección Nacional del
Libro.
LN —
Como
dije, la promoción de actividades culturales siempre estuvo
entre mis intereses más profundos. A fines de los ‘80 viajábamos
con Lucía Robledo a Las Varillas, a través de la Unión de
Educadores de la Provincia, para dar cursos de criterios de
selección en la Biblioteca Sarmiento. En ese momento se
desarrollaba en el país el primer Plan Nacional de Lectura
(presidido por Hebe Clementi) y a él nos sumamos, en una
experiencia que en lo personal me resultó muy enriquecedora
porque la compartí con los mejores autores de libros para chicos
que viajaban desde Capital Federal, como Graciela Montes, Laura
Devetach, Ema Wolf. Pertenecer al Plan permitió ampliar nuestra
actividad y consolidar ciertos sueños, como la creación de una
Salita de Lectura para chicos en esa biblioteca. Fue la primera
en su género en la provincia y la bautizaron “Cura mufas”, en
homenaje a Laura Devetach. Por el mismo Plan de Lectura
estuvimos en otras localidades del interior de Córdoba.
Años más tarde hubo nuevos Planes y me invitaron a
sumarme pero como autora, eso ocurrió en la primera década de
este siglo: la idea era que escritores de las distintas
provincias visitaran otras zonas del país y dialogaran con
estudiantes, docentes... Estuve en la provincia de Buenos Aires:
Cañuelas, Moreno. En Salta, en Santiago del Estero,
oportunidades fascinantes de conocer distintas realidades.
7 — ¿Y el Plan “Creando Lazos de Lectura” auspiciado por
la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares?
LN —
Esa fue
una idea diseñada por Elisa Boland en 2001, un proyecto
admirable desde su concepción porque apuntaba a la capacitación
de los bibliotecarios de todo el país. Como especialista
participante viajé a Ushuaia y Catamarca, también trabajé en
Córdoba (capital e interior). En todos lados encontré mucha
avidez por descubrir tácticas y estrategias para acercar los
chicos y jóvenes a las bibliotecas. Lo mejor de “Creando Lazos
de Lectura” era que se disponía de
una semana entera con la gente de cada lugar para inventar modos
de acercamiento a los libros, en trabajo grupal activo y
constructivo. Fue una de las iniciativas más gratificantes.
8 — En
dos oportunidades concurriste a Encuentros realizados en sendas
universidades de los Estados Unidos.
LN —
A Louisville viajamos varias autoras cordobesas —entre ellas,
María Teresa Andruetto y Estela Smania— invitadas por la
Universidad a la Conferencia Anual
de Literatura. Eso fue en 1999, casi
en mis comienzos como escritora. Me programaron
encuentros con estudiantes avanzados de español, a quienes leí
cuentos y contesté sus preguntas. También fue interesante
asistir a lecturas de otros autores, como la mejicana Rosa
Nissán.
Lo de
Michigan: en enero del 2006, uno de mis hijos estaba en Ann
Arbor haciendo allí su postdoctorado y viajé para pasar con él y
su familia las fiestas de fin de año.
Se me ocurrió
escribir antes
al departamento de español de la Universidad de Michigan
y una de las profesoras, Raquel González, se interesó de
inmediato por mi obra y gestionó un encuentro con sus
estudiantes. Resultó
muy estimulante, estuvimos
juntos una jornada completa donde leí, dialogamos horas sobre
poesía, y hasta grabé poemas y cuentos en un modernísimo
estudio. Ese encuentro está en un sitio que ellos colgaron
después en Internet
(
http://sitemaker.umich.edu/raquelngf05/lilia_lardone
). Pero la relación no terminó, ya que un par de años después,
la profesora y un grupo de esos mismos estudiantes visitaron
Córdoba (en un viaje a la Argentina al terminar sus cursos) y
vinieron a mi casa, se dio una corriente cálida y reconfortante
en su reconocimiento hacia mis textos.
9 — ¿Cómo surge, cómo organizaste la tarea que te habrá
demandado “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón”?
¿Quiénes son las quince mujeres y cuál ha sido la repercusión de
dicha iniciativa?
LN —
La idea surgió en conversación con una amiga (que luego sería
una de las entrevistadas): cómo un acontecimiento histórico
puede grabarse para siempre en distintas personas, integrado a
un momento peculiar de su propia vida. Hablamos del 26 de julio
de 1952, fecha imborrable. Yo tenía once años cuando murió Eva
Perón y no me olvido de las lágrimas de mamá, de la conmoción en
el pueblo… Después de la charla me quedé pensando que me
gustaría mostrar esa Argentina de mediados del siglo XX, un país
que ya no existe porque cambiaron las costumbres, cambió la
vida. Y para eso nada mejor que conseguir testimonios de gente
que quisiera contar lo sucedido, que iluminara de nuevo la
escena. De inmediato me di cuenta de que necesitaba que la
memoria emotiva impregnara las entrevistas y me permitiera
reconstruir aquel país, y que por eso las entrevistadas debían
ser mujeres mirando a otra mujer,
esa mujer… Pedí colaboración a Yaraví Durán, licenciada en
Comunicación, y fuimos eligiendo las “testigos de época” en
función de ideologías y pertenencias de clase. Radicales,
peronistas, contras, fanáticas, conservadoras, izquierdistas,
políticas, científicas, amas de casa, maestras, habitantes de la
ciudad y del campo… un mosaico de voces y pensamientos. Las
entrevistas llevaron mucho tiempo, en algunos casos no fue fácil
conseguir los testimonios. Si hasta hubo algunas elegidas que
prefirieron no participar, increíble, a sesenta años de su
muerte Evita es un tema aún candente, polémico…
Y llegó
lo más difícil, tarea que emprendí sola: editar las voces
respetando sus identidades, sus ritmos y silencios, su
respiración, tal como si fueran personajes. Lo que quedó es lo
que yo pretendía, quince piezas de un rompecabezas histórico
para que los lectores lo armen al derecho y al revés, o al
sesgo, a través de las contradicciones de una época muy parecida
a la actual, con divisiones que separaban a familias y amigos,
odios y amores… Cuando apareció el libro recibí incontables
llamadas de los medios de todo el país, las críticas fueron muy
positivas y rescataron la originalidad de la iniciativa, porque
hasta el momento no había un libro que mostrara cómo se había
vivido la muerte de Evita en el interior, ni cómo sus
contemporáneas la narraban desde hoy.
10 — Sin ser periodista tenés tu experiencia de haber
entrevistado, al menos a dieciséis personas, una de ellas, uno
de nuestros más reconocidos novelistas.
LN —
Una
primera conclusión es que hay que prepararse bien para el
momento. En el caso de un escritor, me parece esencial conocer a
fondo su obra para que las preguntas iluminen y aporten nuevos
caminos de lectura. Y en toda situación, cualquiera sea la
personalidad a entrevistar, la condición básica sería mantenerse
bien alerta para introducir preguntas cuando sea necesario
ampliar el campo temático, y no ceñirse a pautas rígidas ni a
preconceptos. Para eso, hay que aprender a escuchar las “entre
líneas”.
Ni yo ni
María Teresa tomábamos apuntes sino que mientras funcionaba el
grabador estábamos de lleno, cara a cara, en la entrevista. Con
Andrés Rivera contábamos con un conocimiento
previo,
acabado y exhaustivo, de toda su producción literaria.
También de su persona, un respeto muy grande por su trayectoria
de militante y de escritor. Por eso
los encuentros fluían con naturalidad y él se veía
cómodo, con ganas de responder, porque sabía que las preguntas
venían precedidas de un interés genuino y responsable.
Con las
quince mujeres, a quienes salvo un par de excepciones conocí el
mismo día de la entrevista, me dejaba llevar por la intuición y
por mis propios recuerdos de la época, tanto en lo político como
en lo costumbrista. Habíamos hecho un esquemita previo,
preguntas que servían de marco. Pero todo dependía de las
personalidades, de los detalles que iban apareciendo y que era
necesario precisar para que no se perdieran en medio de los
recuerdos difusos. El grabador funcionaba, yo escuchaba y de a
ratos repreguntaba, lo que a veces provocaba la aparición de
nuevos pormenores. La mayoría había pasado los ochenta años y
algunas tenían buena memoria, otras no, y era necesario
adaptarse para rescatar lo valioso a efectos del objetivo del
libro. Después, en el armado final, introduje una semblanza de
cada una de ellas y de su ámbito familiar, porque las
entrevistas se hacían en sus propias casas o departamentos y me
parecía importante mostrar los contextos... Me gustó el trabajo,
el contacto directo con personas que de otro modo no hubiera
conocido y sobre todo, el acceso a opiniones tan diversas. Un
aprendizaje inolvidable acerca del respeto por los otros y su
pensamiento.
11 —
¿Podrías
establecer como más gratas que otras algunas entrevistas de las
que te han realizado? Y como lectora de reportajes a escritores,
¿qué destacarías?
LN —
Siento que las
entrevistas siempre son positivas, porque el solo hecho de que
dispongan esfuerzos y tiempo para un encuentro conmigo vale por
sí mismo. Entonces no las podría calificar de “ingratas” o
“gratas”: confío en la buena intención de quien pregunta y trato
de responder del modo más verdadero posible.
Leo reportajes a escritores, los de “The Paris Review”
son excepcionales en general, tanto por el profundo nivel de las
preguntas como por las respuestas. Podría señalar como
emblemático un reportaje de Raquel Garzón al mismo Andrés
Rivera, aparecido en el diario porteño “La Nación” hace mucho
tiempo, toda una muestra de que ella había leído a fondo las
obras y en consecuencia sus preguntas tocaban lo esencial, eran
reveladoras…
12 — Ingresaste a la Facultad a los dieciséis años. ¿Cómo
afrontaste esta circunstancia excepcional?
LN —
Fue algo casual, consecuencia de que aprendí a leer sola a los
tres años y medio. Una maestra vecina, en el pueblo, le insistió
a mamá que me mandara a primero inferior a los cuatro (a la
Escuela Pública, por supuesto), o sea dos años antes de lo que
me hubiera correspondido. Y así seguí, como algo muy natural,
sin inconvenientes. Por eso terminé el secundario a los
dieciséis y entré a la Facultad. Ciertamente me sentía en un
ámbito extraño: había dejado mi pueblo, mis amigos, vivía en
Córdoba en una pensión y el desarraigo me costó. En el primer
año de Letras teníamos Introducción a la Literatura y debí leer
“La náusea” de Sartre: no sé qué habré entendido de una
novela tan compleja desde lo filosófico, pero aprobé bien la
materia. Tal vez compensaba la falta de madurez con el
entusiasmo, ¿no? Eran épocas de mucha lectura de ficción en la
carrera, poca teoría (a diferencia de los planes actuales), y
eso era lo que yo quería: leer, conocer autores diferentes… Me
deslumbré con la literatura francesa, con Simone de Beauvoir y
el mismo Sartre, luego llegó el momento de descubrir
Latinoamérica con José María Arguedas, Pablo Neruda, Alejo
Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, la novela
mexicana, y de apasionarme con los norteamericanos como
Faulkner, Hemingway, Herman Melville. Nunca sentí la diferencia
de edad con mis compañeros, hice la carrera en cuatro años
porque rendí algunas materias libres; me pesaba la
responsabilidad de los gastos que implicaban mis estudios y
quería terminar para trabajar cuanto antes. Tuve suerte, porque
a los diecinueve, en el último año de la facultad, entré en
Radio Municipal y a partir de ahí trabajé siempre.
13 — ¿De qué escritores que admires estás persuadida que
no han incidido en tu quehacer literario?
LN —
Ah, me parece que toda palabra leída nos penetra y da vueltas,
que nuestro imaginario está cargado con las historias y las
imágenes de los autores que marcaron
distintas etapas de la vida. Esos recorridos van transformándose
muy adentro por alquimias imposibles de detectar, por lo menos
para mí. No puedo identificar una influencia u otra, y en todo
caso, será tarea de la crítica.
14 — En un tramo de nuestro diálogo, Lilia, mencionaste a
Ricardo Piglia, quien en su
novela “El camino de Ida” me sorprendió con esto:
“Había hecho una lista de defectos en las obras maestras: ‘Los
asesinos’ de Hemingway (demasiado explícito el final con el
sueco); ‘Un día perfecto para el pez banana’ de Salinger (hay un
cambio de punto de vista que no se justifica); ‘Señas, símbolos,
signos’ de Vladimir Nabokov (el segundo llamado telefónico es
redundante); ‘La forma de la espada’ de Borges (sobraba el final
con la explicación de Moon).” ¿Procurarías recordar y
trasmitirnos uno o más defectos que hayas detectado en “obras
maestras”?
LN —
Cuando empiezo un libro, las primeras páginas son fundamentales.
Ya no tengo tiempo para ser paciente, como cuando era joven.
Ahora, si hasta la página treinta o cuarenta no he logrado
entrar en el mundo que el autor
propone, lo dejo a un lado, a la espera de otra ocasión
más propicia. Si la obra sigue picando mi curiosidad de lectora
a lo mejor vuelvo sobre ella más adelante y si no, la abandono.
Será para otro lector, pienso, no para mí. Ahora bien, una vez
superada esa barrera, ya dentro del pacto de ilusión que supone
abandonarse a la voz de quien narra o a la armonía del poema,
sigo y trato de disfrutar del momento único que me permite vivir
otras vidas, otras historias que tienen muchas más capas de las
que aparecen, con puntos de vista que jamás se me hubieran
ocurrido… ¡Y buscar los defectos me arruinaría el placer! Por
eso soy antes que nada lectora, no crítica.
15 — ¿Sos la Lilia Lardone que ha actuado en un
cortometraje titulado “La botella” (1999), dirigido por Liliana
Paolinelli?
LN —
Sí, soy yo, para enorme regocijo de mis nietos que me
“descubrieron” hace poco cuando lo difundieron por un canal de
televisión. Liliana Paolinelli es una talentosa, inteligente y
sensible directora cordobesa que me sorprendió muchísimo con la
invitación a integrar el elenco de “La botella”, una de las
“Historias mínimas” patrocinadas por el Instituto Nacional de
Cine y Artes Audiovisuales en su momento. No soy actriz, apenas
si asistí un par de años a un taller de teatro con otro gran
director, pero de teatro: Roberto Videla. Recuerdo esas
reuniones de taller como muy vitales, explosión de creatividad,
fantástica la improvisación, interactuar con los otros
participantes… Para cerrar la actividad, Roberto propuso que
cada uno de nosotros preparáramos un “unipersonal” para mostrar
al público y yo elegí una versión reducida del cuento “Hay
que enseñarle a tejer al gato” de la excelente Ema Wolf. Un
texto teñido de humor, maravilloso. Liliana Paolinelli filmó esa
representación y meses después, me llamó para filmar “La
botella”. Yo no lo podía creer, ¡si hasta me pagaban! El corto,
en 35 milímetros, se hizo en siete días y me daba vergüenza
porque los otros eran conocidos y experimentados actores y
actrices… Pero a pesar de que hice gastar mucha película (no
había llegado la era digital), terminamos la filmación con
alegría. Todo un mundo, el del set, me encantó estar ahí.
16 — ¿Qué de vos podrías darnos a conocer si te insto
a asociar con “riesgo”, “levedad”, “alianzas”, “éxito”,
“paraderos”, “displacer”, “contorsiones”?
LN —
Asocio “riesgo”
a la escritura, que es una constante toma de riesgos. Elegir una
palabra y no otra, ahondar en un personaje y no en otro, decidir
adónde cortar una historia, desde dónde contarla… Todos son
riesgos: quien escribe se expone y muestra de sí hasta en lo que
oculta.
A “levedad” también la vinculo con el campo literario.
Como decía Calvino, “la búsqueda de la levedad por oposición
al peso de vivir”. Es apasionante trabajar en un texto hasta
conseguir que circule el aire en medio de palabras y espacios,
hasta que desaparezcan los detalles ornamentales, a la búsqueda
de un despojamiento... Son deseos que me impulsan y sostienen,
aunque los sé casi imposibles de lograr.
“Alianzas” me suena a política, a pacto, a
intencionalidad y cálculo; no encuentro ecos personales para esa
palabra.
“¿Éxito?”: Una categoría muy sobrevalorada en la sociedad
actual, relacionada con un menosprecio por los valores reales
que aprendí a respetar desde la infancia, como el trabajo, la
constancia, la honestidad. Sospecho del éxito, por lo general
tiene bases endebles y es efímero.
Pensar en “paraderos” me lleva a búsquedas, pero dentro
de la etiqueta policial “paradero desconocido”. O a la
desolación anónima de los paraderos en las rutas.
“Displacer” pertenece a un vocabulario específico del
psicoanálisis, creo. No la uso, supongo que se refiere al
desagrado en alguna situación, lo contrario a placer o
placentero, pero dicho de manera técnica.
Suena fuerte y dura, “contorsión”.
17 — Parece que alguna vez Tomás Eloy Martínez formuló lo
que él califica de una frágil pregunta —cómo era posible
vivir poéticamente en un mundo violento— a Saint-John Perse,
quien antes había evocado a Borges en la charla, rematando:
“Ah. Cuántas veces he dicho que vivir poéticamente es lo único
que cuenta”. ¿Cómo es posible vivir poéticamente, Lilia, en
un mundo violento?
LN —
No lo sé. Es una
pregunta que puede calzarle al gran Saint-John Perse pero no a
mí, que no vivo “poéticamente”. Mi tiempo se reparte en diversas
cuestiones que me importan casi por igual: me gusta escribir
pero más me gusta leer, y postergo con gusto las horas de
creación por un encuentro con mis nietos, vital y renovador.
Claro que la realidad nos penetra, nos rodea, en este mismo
momento que contesto las preguntas siento el desgarro por tanta
gente de mi provincia que ha perdido todo por las inundaciones…
Imposible aislarse, las cargas de lo que sucede actúan sobre
nosotros y por cierto vivimos en un mundo violento, terrible,
hostil. Yo no escribía en la época de la dictadura, pero creo
que la mordaza que teníamos puesta influyó en los textos que
hice mucho después. Hoy cuesta mantener la esperanza y sostener
el entusiasmo. A lo mejor por eso, en los últimos años me
inclino más hacia la escritura para chicos y jóvenes, porque
siento que en ese campo consigo recuperar una mirada distinta.
Ponerse en el lugar de los que crecen es ir hacia delante,
imaginar y mantener el humor aún para escribir sobre temas
difíciles.
18 —
¿Tenés algún proyecto personal ad portas?
LN —
Se escribe a largo, larguísimo plazo. Hace poco terminé una
novela breve y un cuento para chicos, habrá que ver si caben en
alguna editorial. Trabajo en otro libro que me entusiasma pero
van a pasar meses hasta que lo redondee. Y una vez terminado —si
cuaja—, los
originales quedarán guardados un tiempo, y volveré sobre ellos:
a veces el reposo les ha sentado bien, otras me sirve para ver
con mayor claridad los problemas que aún debo resolver. Con la
escritura también aprendí a ser más paciente.
*
Lilia Lardone selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
De “Pequeña Ofelia”
I
te veo
madre
a pesar de la
bruma
de este día gris
no soy yo
no estás
son otros los
encajes
II
te veo
flotar apenas
pequeña Ofelia
tu corona de
nardos va marchita
flota
y refulge
entre blancos
encajes
un leve rosado
perturba aún tus labios
y vas a la
deriva
hacia un mundo
irrenunciable
III
el neón
a dentelladas
borra
ahora
el color
y el dibujo de
tus venas
desprende sueños
cositas casi vivas
esperanzas
esa mueca
agujero que
habita tus entrañas
deja oír un
rugido de pantera
que azuza mi
garganta
IV
y la respiración
se hace crujido
de aplastados
caracoles
sudores de otra
edad
mojan tu frente
el pelo gris
los párpados te mojan
llega Israfil
el ángel de la
muerte
a sostener con
suavidad tu mano
estás sola y uno
es el reproche
al fin
cuánto has tardado
V
guardaste
un anillo
monedas de otro
tiempo
la imagen de una
virgen
viejos odios en fotos recortadas
fragmentos de
unos diarios
(¿entonces me
seguías, madre, me seguías?)
VI
qué es la muerte
madre
en qué círculos
vas
alejándote
por mi aliento
trepan las serpientes
los demonios
anidan en mi sangre
madre qué es la
muerte
yo no quiero
esta vez
acompañarte
VII
mi historia es
tuya
madre
nunca más espejo
de borrascas
sí el misterio
mayor:
por qué
no
me soñabas
*
De “diario del río”
un gran pájaro
negro
inmóvil
bajo el sol de
la mañana
abre sus alas
las despliega
estira cada
pluma hacia la luz
ignora mis pasos
mientras lo miro
*
los pensamientos
van
atrás
el biguá
rompe el reflejo
del sol sobre el río
se hunde en las
aguas turbias
aparece con su
presa
él sabe
conseguir
lo que desea
*
ha atrapado un
pez
plateado
a la distancia
veo la lucha
el pez se mueve
el pico del gran
pájaro negro lo aprisiona
también se mueve
el pico
en otro vaivén
entre el
desamparo del pez
y la certeza del
ave
el latido de mi
corazón
*
la creciente ha
invadido los bordes
marrón
el agua cubre
las piedras
menos a una
en el medio del
río
el pájaro negro
la elige
conoce
de tormentas
*
después de las
heladas
las cañas
parecen lanzas de La
Rendición de Breda
crecerán en
setiembre
nuevos brotes
volverán los biguás
los mirlos las
calandrias
el agua subirá
y bajará
y otra vez será
invierno
en este río
que no deja de correr
*
Del libro inédito “En tránsito”
El Capital
A N. in memoriam
En el Citroën
rojo
la plusvalía
saltaba
cuando las
desnudas piedras del camino serrano
detenían tu voz.
Hablabas de Marx
de Rusia
de un largo
viaje en tren
en medio de la
nieve
de un samovar
que brindaba el
té a los viajeros.
Los vaivenes del
relato
acompañaban las
curvas
mientras
contabas lo que la sociedad
capitalista
podía hacer
con los hombres.
El polvo del
camino a veces
enturbiaba
tus palabras.
También el humo
de los Particulares 70.
Y entonces
tosías
como para
demostrar
que el paraíso
no existe.
*
Ruidos
El aceite
chisporroteante/ un móvil de madreperlas en la brisa/
la zambullida/
el falso café al estallar/ la llave en la cerradura (cuando
espero)/
un moscardón en
la siesta de verano/
el primer soplo
antes de la tormenta/ el crujido del quebracho quemándose/
una moneda
rueda/ hojas secas bajo mis pies/ la bolita cae
sobre las
baldosas rojas/
un taconeo en la
noche/ los molinos de viento (cuando hay viento)/
el teclear de la
máquina de escribir/ susurros en la cama/
sirenas/ el
teléfono en la noche/
la respiración
jadeante de mamá/ ladridos/ una canilla gotea/ el globo se
desinfla/
la pedrea sobre
el zinc/ las langostas comiéndolo todo/
un perro
rascándose/ una voz canta (en esa iglesia de Quito)/
la escoba barre
el patio de tierra/ se quiebra el vidrio/ las campanas/
pasan
silenciosas las hojas del libro en el silencio de la siesta/
un portazo/
golpes en el
techo/
ahí vienen/
insaciables/
los recuerdos.
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Córdoba y Buenos Aires, distantes entre sí unos 700 kilómetros,
Lilia Lardone y Rolando Revagliatti.
*
www.about.me/rrevagliatti
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