Manuel
Ruano: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Manuel
Ruano
nació el 15 de enero de 1943
en el barrio Saavedra, de Buenos Aires (ciudad en la que
reside), la Argentina. Habiendo realizado estudios sobre
literatura española, se especializó en Siglo de Oro Español. Es
profesor honorario en la Universidad Nacional de San Marcos y en
la Universidad Nacional San Martín de Porres, de Lima, Perú,
donde en 1992 fundó la revista de poesía latinoamericana
“Quevedo”. Entre 1969 y 2007 fueron publicados en su país, así
como en Venezuela, Ecuador, México y Perú, sus poemarios “Los
gestos interiores” (Primer Gran Premio Internacional de
Poesía de Habla Hispana “Tomás Stegagnini”), “Según las
reglas”, “Son esas piedras vivientes”
(Edición Premio Nacional de Poesía de la Asociación de Escritores de
Venezuela, Caracas, 1982), “Yo creía en el Adivinador
orfebre”, “Mirada de Brueghel” (Fondo de Cultura
Económica, México, 1990), “Hipnos”, “Los cantos del
gran ensalmador” (Monte Ávila Editores, Caracas, 2005), “Concertina
de los rústicos y los esplendorosos”. En 2010 da a conocer
su libro de cuentos “No son ángeles del amanecer”. Y en
Caracas el volumen “Lautréamont y otros ensayos”
(Celarg —Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”—, 2010),
donde también se editó el CD “Manuel Ruano en su tinta”(poemas).
En su condición de antólogo, citamos “Poesía nueva
latinoamericana” (1981), “Y la espiga será por fin
espiga” (1987),
“Cantos australes” (1995), “Poesía amorosa de
América Latina” (1995),“Crónicas de poeta” (sobre
artículos de César Vallejo, 1996), “Obra poética de Olga
Orozco” (con estudio preliminar, 2000), “Cartas del
destierro y otras orfandades” (correspondencia de César
Vallejo, 2006),“Olga Orozco – Territorios de fuego para una
poética” (Sevilla, España, 2010), “Vivir en el poema –
Homenaje a Carlos Germán Belli” (Sevilla, España, 2013). Y
éstos son los títulos de algunas antologías que han incluido
poemas suyos: “Antología de escritores argentinos” (Madrid,
1967), “Poesía política y combativa argentina” (Madrid,
1978), “Antología de la poesía argentina” de Raúl
Gustavo Aguirre (tres tomos, Ediciones Fausto, Buenos Aires,
1979), “Al sur” de Satoko Tamura (Tokio, Japón, 1987), “El
verbo descerrajado”
(homenaje a los presos políticos de Chile, 2005).
1 — Fuiste integrante del equipo de una de nuestras insoslayables
revistas literarias del siglo XX: “El Escarabajo de Oro”.
MR —
Fueron
varios los “vasos comunicantes” que me unieron a la revista “El Escarabajo
de Oro”: el surrealismo, la independencia en el arte, la crítica
estética y social, y sobre todo la filosofía. Por esos días yo
tenía hecha una lectura de Sartre, como modelo intelectual que
iluminaba la mentalidad del momento con libros como “La
náusea” ,“Los caminos de la libertad” o,
su definitivo “Las Palabras”, que era como una biblia por
aquellas jornadas nocturnas de los escarabajos, como le gustaba decir a Sábato… Aunque antes de
entrar en “El Escarabajo de Oro”, ya había transitado otros
núcleos intelectuales de escritores de las más diversas
procedencias. En 1962 había obtenido un premio de ensayo que fue
una sorpresa para mí, porque un profesor de literatura del
Colegio Nacional nocturno “Domingo Faustino Sarmiento”, presentó
un trabajo mío, sin que yo lo supiera, obteniendo un primer
premio de ensayo. Eso me estimuló mucho, y nunca dejé de
agradecer ese gesto. Ya en 1964, cuando hice el servicio militar
en el Centro Instrucción de Artillería de Córdoba, tuve un
camarada (soldado como yo, que fue después amigo entrañable
hasta su muerte, me refiero a Eduardo Goncalvez), que me puso en
contacto con la filosofía de Albert Camus. Sus libros “El
mito de Sísifo” y “El hombre rebelde”,
me acompañaron de ahí en adelante. Pero mi principal interés
era, por aquellos días, la poesía. De ahí que me carteara con el
poeta Víctor García Robles, que fue, sin lugar a dudas, el que
me animó a integrar el grupo cuando gané el Primer Premio de
Poesía de la revista “Microcrítica”, dirigida por Eve Bonasso.
Ese galardón hizo que también me nombrara secretario de
redacción de esa publicación. Tal es así, que el director de “El
Escarabajo de Oro”, Abelardo Castillo, publicara el poema
premiado en el número 33 de marzo de 1967, con estas palabras:
“Manuel Ruano, poeta. No publicó libro. Anda por los 23 años.
Es nuestra última adquisición: vino premiado. Los versos
transcriptos lograron, por unanimidad, entre más de 600 poemas,
el Primer Premio de la revista “Microcrítica”. Julio Imbert,
Antonio Requeni e Irma M. Cavallini, fueron el jurado. Ruano
pertenece a partir de este número, a la sección poesía de
nuestra revista”. Y así fue, aunque se me viniera encima un
alud de libros para ser comentados. Yo, como es de suponer, no
perdía noche en el Bar Tortoni y hasta amanecía en su bohemia.
Las charlas de literatos y del talento que solían acompañarnos
en aquellas jornadas eran invaluables. “El Escarabajo de Oro”
tenía colaboradores y reseñadores de inapreciable valor
internacional: Julio Cortázar, Beatriz Guido, Marta Lynch, Pedro
Orgambide, Augusto Roa Bastos, Nicanor Parra, Fernando Quiñones,
Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Miguel Oviedo, Adriano González
León, Félix Grande... Allí conocí, también, al poeta dominicano
Manuel del Cabral. Siempre seguí con verdadero fervor la
trayectoria de aquellos muchachos formidables de la revista.
Abelardo Castillo, por la fibra de sus cuestionamientos,
deslumbraba a la hora de hacerlos y, además, por el carácter
invalorable de su magnífica obra narrativa. Fue Víctor García
Robles, quien me dijo: “Si vas a ser poeta, tenés que tirarte
al vacío sin saber qué vas a encontrar abajo”. Esto me abrió
los ojos hasta el día de hoy… En palabras de Abelardo podría
decirse: “Creo que en el Tortoni empezamos alrededor de 1960
y estuvimos hasta el ‘74, durante toda la etapa del “El
Escarabajo de Oro”. Fueron unos15 años… Desde entonces, los
encuentros pasaron a realizarse en mi casa.” La subdirección
estuvo a cargo de Liliana Heker; la secretaría de redacción la
llevó Vicente Battista; la sección poesía estaba a cargo de
Víctor García Robles y, más tarde, la asumí yo transitoriamente.
El consejo de redacción tenía entre sus integrantes a Alberto
Lagunas, Oscar Barros, Luis De Paola, Bernardo Jobson, Jorge
Vázquez Santamaría, Ricardo Maneiro…
Manuel Ruano con Alejandro Vaccaro
2 — ¿Cómo se te fue generando esa predilección por el Siglo de Oro
Español?
MR — ¿Acaso Boscán no jugó en el
siglo XVI en el cambio de la poesía española del Siglo de Oro,
junto a Garcilaso, un papel semejante al que realizara Ezra
Pound en el siglo pasado, para la poesía de habla inglesa? Pues
bien, creo que el amor que sentí desde niño por la literatura
española, me llevó a enfrascarme en el barroco peninsular. Lope,
Góngora, Quevedo, fueron mis lecturas favoritas a las que vuelvo
siempre. En 1992 edité una revista llamada “Quevedo” que
se hizo itinerante. Allí publicaba textos raros de Herrera, de
Alemán, así como de poetas modernos como César Moro. Por
problemas económicos tuve que congelar su aparición. Al menos
virtualmente, me sentí el Buscón quevedeano buscando rastros en la terra
ignota. Amé la poesía bucólica y sigo amándola como a
una mujer que se pierde en la espesura de la historia. Como amé
el sentido epopéyico de un poema. Como arte típico, según
algunos, de la Contrarreforma, el barroco revitaliza una
estética que da vida a la Edad de Oro, donde el fervor religioso
reluce y está vivo y fue construida con una anterior Reforma
española que va más allá del Concilio de Trento de 1563. En todo
caso, aquellos poetas dejaron un sello indudable en la lírica
hispana más allá del reinado de Felipe II, que influyó mucho en
nuestros poetas de ultramar… Razón tenía Quevedo al exclamar en
un soneto: “Tras los reyes y príncipes se vaya/ quien da toda la vida por un día,/
que yo me quiero andar de saya en saya.” La poesía se
transforma de época en época y ese es su misterio. Hubo un poeta
chileno contemporáneo, Alberto Baeza Flores, considerado del
surrealismo hispanoamericano, que dijo de mi poesía algo que me
enorgullece: “Aquí está la confluencia del barroquismo
hispanoamericano y la aventura expresiva de la poesía más
moderna, más actual, más de exploraciones. Manuel Ruano reúne
estos ríos neorrealistas mágicos y los unifica en su expresión
poética.”
3
— Que a tus veinticuatro años te fuera otorgado el premio que
posibilitó la publicación de tu primer poemario a través de la
prestigiosa Editorial Losada, debe haberte “vapuleado de
felicidad”. Que ese libro haya sido presentado por Leopoldo
Marechal, añadió su plus. Que, además, mantuvieras
conversaciones con Gonzalo Losada y por iniciativa de él, a
través de su sello también apareciera tu segundo poemario, habrá
sido el súmmum. ¿Cómo nos trasmitís a nosotros, cuarenta años
después, lo que te pasaba? Algunos te habrán envidiado. ¿Cómo
nos trasmitís esto, y tu contacto con Don Gonzalo y con el autor
de la novela “El banquete de Severo Arcángelo”?
MR —
En 1967
obtuve el Primer Gran Premio Internacional de Poesía de Habla
Hispana “Tomás Stegagnini”, correspondiente a los V Juegos
Florales de Poesía, Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires,
que consistía en un dinero, una placa y la edición del libro
(que nunca se llevó a cabo). De manera que “Los gestos
interiores” en la colección
Poetas de ayer y de
hoy de Losada, se debió a que sólo recibí de aquel
galardón la parte monetaria y otros honores que contemplaba el
premio; pero la edición del libro, lo que se dice el poemario en
sí, que para mí era fundamental, jamás. Tuve la suerte de que se
interesara don Gonzalo Losada de ese percance y lo leyera, no
una, sino varias veces (como él mismo me dijera), y decidiera la
edición del mismo. Ese manuscrito (todavía) pasó por varias
manos, entre ellas, las de Margarita Aguirre (ex secretaria de
Pablo Neruda), y que a raíz de allí, fuera mi amiga durante
varios años. Y Neruda, según me dijeron, tuvo algo que ver en
eso; pero no lo puedo asegurar. El libro fue ilustrado por un
joven artista plástico llamado Pablo Suárez y recibió la
bendición de un poeta y escritor consagrado, como don Leopoldo
Marechal, que, para el caso, escribió: “Sigo con atención las
tendencias de la nueva poesía, y Manuel Ruano se cuenta entre
los jóvenes poetas cuya originalidad e inspiración están dando
ahora sonidos nuevos a la poesía nacional. No sólo trata él de
bucear en “lo posible” de los temas líricos: gracias a una
severa conciencia de su arte, busca y halla también una notable
afinación de su idioma poético. A mi entender, la poesía
continúa siendo la ‘quintaesencia’ del arte por la palabra, y
Manuel Ruano trabaja en esa vieja y perdurable afirmación.” Con
don Gonzalo Losada, tengo hermosos recuerdos. Ha sido un gran
editor. Y ha tenido la gentileza de presentarme al
poeta Francisco Luis Bernárdez, quien me dijo palabras más,
palabras menos, conceptos muy elogiosos sobre mi poemario. En
otra oportunidad, Losada me leyó, completa, una carta que había
recibido del gran escritor peruano José María Arguedas,
anunciándole su próxima muerte. Esto resultaba conmovedor para
un joven poeta como yo. Era tanto el detalle de cómo lo
lograría, que le describía hasta la marca del revólver que había
comprado para llevar su muerte a cabo. Yo, lo sé, quedé muy
impresionado por aquel relato. Más allá de todo esto, don
Gonzalo publicó mi segundo libro de poemas, “Según las reglas”,
cuando compartí un premio con el poeta chileno Braulio Arenas,
en Venezuela, de la revista “Imagen”, en 1972. De ese libro, un
poeta colombiano nadaísta, Armando Romero, escribió para la
revista “Zona Franca”: “Humano, terriblemente humano, el
poeta cae exhausto mil veces sobre el suelo de realidades que
hacen rabiar su ánimo, porque a fuerza de soplar fluidos
creadores sobre las insaciables gargantas de los hombres todo se
resiente, la batalla parece absurda, los dedos se encalambran
sobre eso único, indefinible, que acciona todos los mecanismos:
el amor. El poeta sabe, alquimista osado, que solo desde esa
piedra se puede fundar la existencia; sus dedos lo aprisionan
sintiendo ese castigo que pertenece a todos pero que hace del
poeta su más precisa víctima a la vez que su vocero. El amor
salta como una carta del Tarot universal afirmándose hasta
dentro de su propia negación.” En cuanto a la envidia, la he
sentido de cerca muchas veces desde la aparición de “Los
gestos interiores”. Y la sentí de muy, muy cerca, cuando
salió “Mirada de Brueghel” en F.C.E. de México,
donde algún compatriota residente en Costa Rica dijo que
pertenecía a la mafia de Octavio Paz, cuando ni siquiera lo
conocía personalmente ni epistolarmente. ¿Qué te parece?
Manuel Ruano con Mirta Cevasco, Kelly Gavinoser, Lina
Caffarello y Cristina de Berbari
Manuel Ruano con María Amelia Díaz y Paula Mones Ruiz
4 — En el ’79 fuiste incluido con dos poemas de
tu primer libro en el tomo tres de la hospitalaria antología que
más he consultado: “la Antología de Aguirre”. Consta allí que
vos residías desde 1975 en Caracas. Y también has residido en
Perú. ¿Qué te llevó a esos desplazamientos? ¿Cómo te fuiste
integrando a aquellos escenarios? ¿En qué revistas y periódicos
colaboraste?
MR —
Sí,
recuerdo esa antología. En realidad, yo residí en Caracas desde
el año 1975 porque aquí, en la Argentina, la situación política
era insoportable. Así que tuve que viajar al exterior donde me
ofrecieron trabajo y la posibilidad de plasmar mi propia
antología, “Poesía nueva latinoamericana”, que se publicó
en la imprenta Minerva de los hermanos Mariátegui, en Lima, en
1981. Fue una experiencia para rescatar las voces claves de la
poesía de esta parte del mundo. Era un proyecto que tenía desde
los años ‘70 y que vine a concretarlo en el Perú, país al que
volví reiteradamente desde 1972 y en el que realicé una intensa
actividad cultural, dando forma a la integración latinoamericana
que tanto había deseado. También desarrollé un intercambio con
otros países andinos: Chile, Ecuador, Colombia... Dando
conferencias, recitales y seminarios de literatura
iberoamericana. Y en esos periplos surgió “Quevedo”, mi revista
itinerante. Además de desarrollar una intensa actividad de
periodismo cultural. En una palabra: todo eso está registrado en
una columna fija en Venezuela, llamada “El trayecto de lo
imaginado”, del diario “Ultimas Noticias”, desde 1975. Mientras
colaboraba en radio, televisión y otros medios escritos, como,
por ejemplo, “El Nacional”, “El Universal”, “La Religión”.
Manuel Ruano con Alicia Dellepiane
5 — En 2012 realizaste un viaje de estudio por España “siguiendo la
ruta de Rainer María Rilke”.
MR —
Estoy
escribiendo un libro en torno a la figura del poeta Rainer María
Rilke y su trayecto en España en el año 1912. En vistas a ese
periplo por ciudades como Madrid, Toledo y gran parte de
Andalucía, realicé un viaje cien años después de aquel
recorrido, con el propósito de indagar acerca de las huellas
dejadas por el poeta. También reuní cartas y poemas por él
escritos en su viaje, y visualicé cuadros que él admiraba del
Greco, su pintor mayor, en la sinfonía de las imágenes. Se trata
de un peregrinaje que culmina en la ciudad de Ronda, Málaga,
entre los años 1912 y principios de 1913. ¿No es esto, en parte,
perseguir la sombra de un fantasma agonizante, que va buscando
su ideal religioso a la par que reanimando su existencia para
proseguir la escritura de sus “Elegías”, a la vez que el
clima esencial que lo ayude a sobreponerse a su estado de salud
delicado y siempre al borde del abismo espiritual? Rilke suena
en mis oídos como un violín desvelado. Más bien, su poesía es un
Stradivarius en el conjunto de violines que suenan en una época.
Por eso me permití seguir sus pasos por España.
6 — Vayamos
al narrador.
MR
— Siempre escribí cuentos;
pero no los publicaba. La poesía, en cambio, fluía en mí porque
obtenía premios que me animaban luego a difundirlas. La prosa es
distinta. Desde los primeros años de mi educación ya sentía la
necesidad de ejercitar la escritura. Cada palabra encierra un
duende, decía mi abuela Dolores. Narro esto en una novela,
“Escorpiones del mar
dulce”, que mantengo inédita.
Manuel Ruano con Arturo Corcuera, Jorge Teillier, Jorge
Díaz Herrera y el cantante Aravena, en Perú
7 — En algún lugar rescataste una formulación simple y profunda de ese
tal Voltaire que yo sólo he leído, orgánicamente, en mi
adolescencia: “Peligroso no es el hombre que lee, sino
el que relee”. ¿Nos ampliarías el alcance que para vos tiene
el proverbio de Francois Marie Arouet?
MR
— ¿Quién no se ha apasionado
con Voltaire, con Diderot, con Julien Offray de La Mettrie? El
siglo XVIII fue el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia, pero
también fue el siglo de Swedenbog y de William Blake. Y el de un
curiosísimo escritor llamado Jacques Cazotte, cuya cabeza va a
dar a la canasta del patíbulo, gritando: “Muero como he
vivido, fiel a Dios y a mi rey”. Como aseguraba Borges: “El
estilo de Voltaire es el más alto y límpido de su lengua y
consta de palabras sencillas, cada una en su lugar”.
Voltaire llevó a cabo una dura crítica de la guerra, y la
sátira “El templo del gusto” (1733) le atrajo la
animadversión de los ambientes literarios parisienses. Su obra
es amplísima. Después de una violenta ruptura con Federico II,
Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de “Les
Délices” (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad
calvinista: sus aficiones teatrales y el capítulo dedicado a
Servet en su “Ensayo sobre las costumbres” (1756)
escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la
amistad de Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, “La
doncella” (1755), y su colaboración en la
Enciclopedia chocaron con el partido devoto de
los católicos. Resultado de su crisis de pesimismo fueron el “Poema
sobre el desastre de Lisboa” (1756) y la novela corta
“Candide” (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en
la propiedad de Ferney, donde vivió durante dieciocho años,
convertido en el patriarca europeo de las letras y del nuevo
espíritu crítico; allí recibió a la elite de los principales
países de Europa, representó sus tragedias (“Tancrède”,
1760), mantuvo una copiosa correspondencia y arremetió con
escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de “aplastar
al infame”, es decir, el fanatismo del clero. Sus obras mayores,
en esta época, son el “Tratado de la tolerancia” (1763) y
el “Diccionario filosófico” (1764). Denunció con
vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias
judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, entre otros).
Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a él, pudieron
dedicarse a la agricultura y la relojería. Poco antes de
fallecer (1778) se le hizo un recibimiento triunfal en París. En
1791 su osamenta fue trasladada al Panteón. Y es hoy, en el
siglo XXI, que sus ideas nos siguen iluminando.
8 — Ya en tu juventud tuviste ocasión de codearte con “consagrados”.
MR — Thomas Eliot decía que “sólo
a través del tiempo se vence al tiempo”. Es una verdad. Y te
confieso que de todos los grandes poetas y escritores que he
conocido, únicamente me ha importado de ellos experimentar
alguna emoción. Esa es la piedra de toque, para mí, del
conocimiento. A Borges lo conocí (como cuento en el prólogo de
mi libro “No son ángeles del amanecer”)
rememorando ciertas esquinas de Buenos Aires que el tiempo había
escamoteado. Lo oí cantar alguna milonga y, por último, lo vi
llorar cuando me hablaba de las Madres de Plaza de Mayo. Al
poeta Mario Jorge De Lellis lo traté en aquellos encuentros del
escarabajo y, más
tarde, asistí a su lecho de muerte en el hospital donde estaba
internado. Allí estábamos todos: Abelardo Castillo, Vicente
Battista, Oscar Barros, Liliana Heker, Lucila Álvarez, Humberto
Costantini… Tuve la suerte, desde muy temprano de mi experiencia
literaria, de tener cerca de mí a personajes que han pertenecido
a las dos grandes corrientes de la vanguardia argentina de las
letras: el Grupo
Florida y el de Boedo.
En 1970 me presentaron al poeta Raúl González Tuñón, del grupo
Boedo, a quien traté luego en el Suplemento Cultural del Diario
“Clarín”. A Marechal lo iba a visitar a su casa de la calle
Rivadavia y conocía muy bien su intimidad, sus sufrimientos, su
orgullo. También viví su partida y el dolor de su esposa Elbia.
Si bien a Octavio Paz no me lo crucé nunca, fue él quien se
refirió a mi primer libro con estas palabras registradas en la
prensa mexicana: “Él es su propia técnica inventada y
concluida en el poema. Y también su sueño y su esperanza”.
Más tarde, en Madrid, conocí a su ex esposa e hija, en la
oficina de otro extraordinario amigo, Félix Grande. Por
intermedio de Félix conocí a Luis Rosales, amigo de Federico
García Lorca. Te podría nombrar a muchos otros: Jorge Amado,
Martha Lynch, Olga Orozco, Enrique Molina, Ernesto
Cardenal… Con Cardenal me escribía en los años setenta, cuando
él todavía estaba en Solentiname. Después lo conocí
personalmente en el Perú, cuando se realizó el Congreso de
Integración Latinoamericana. Me dio varios poemas inéditos para
la antología “Y la espiga será por fin la espiga”, que el
gobierno peruano me había encargado realizar. En cuanto al
novelista Ernesto Sábato, lo conocí en casa de Margarita
Aguirre, donde tuve una oportunidad única de conversar con él
acerca de la brujería en Buenos Aires, hasta altas horas de la
madrugada. Recuerdo que él estaba muy al tanto del asunto y me
dio una clase al respecto. Era la época de su novela
“Absalón, el exterminador”. Un tiempo después escribí el
ensayo “Los fantasmas
que perturban a Sábato”, que publiqué en varios países.
En mi columna dominical “El trayecto de lo imaginado” y en
“Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid”. Con Sábato tuve
correspondencia y encuentros en Caracas y en Santos Lugares, su
casa en el Gran Buenos Aires. También le hice una extensa
entrevista que se publicó en “El Espectador” de Colombia, donde
hablaba de muchos aspectos de la novelística actual. Fue tan
bien recibida esa entrevista que el autor de “Sobre héroes
y tumbas” me felicitó epistolarmente, y “El Espectador”
reprodujo el reportaje en una edición de lujo de las mejores
entrevistas. También conocí a David Viñas. Él solía pasar las
tardes en el Café La Paz de la calle Corrientes. Un día tuvimos
una larga charla y me invitó a su casa de la calle Córdoba, casi
llegando a Callao. Allí hablamos de su obra y del porvenir de la
política nacional e internacional. Recuerdo que se maravilló de
mi información al formularle las preguntas y en una dedicatoria
de su libro me llamó “lúcido lector”… Es un lindo recuerdo, que
guardo en mi corazón, de ese notable escritor argentino.
Manuel Ruano con Ernesto Sábato en 1985
9 — Has participado en la organización de una Enciclopedia. (Cualquier
“buscador” remite a este monumental “Diccionario
Enciclopédico de las Letras de América Latina”, editado por
la venezolana Fundación Biblioteca Ayacucho.)
MR — Un poeta del Grupo Viernes, de
Venezuela, José Ramón Medina, desde la fundación de la Editora
Biblioteca Ayacucho, que, a su vez era Presidente del Pen Club,
me invitó a participar de un Congreso de la entidad, que se
celebraría en Caracas en 1983. Al mismo tiempo me entusiasmó
para colaborar en la Enciclopedia. Hice casi cien biografías de
autores de todo el continente. Además, una antología de Olga
Orozco, “Obra Poética”, 2000. Con Olga tuve una magnífica
amistad desde los años setenta. Un día, me dijo: “Tú eres un
poeta errante que va de país en país como una nube viajera. Tu
lenguaje es tan personal que me cuesta clasificarlo como al de
otros poetas.” Con ella (recuerdo que vivía en la calle
Arenales, de Buenos Aires), trabajamos la antología de su obra
para la colección principal de la editorial. Ese libro, hasta
donde sé, tuvo más de doce ediciones. Me escribieron, unos años
más tarde, de la Universidad de Sevilla para colaborar en un
estudio sobre Olga. El libro salió en el 2010 con el título, “Olga Orozco (Territorios de fuego para una poética)”, y estuvo
a cargo de la profesora Inmaculada Lergo Martín. Más tarde, la
misma autora, tuvo la deferencia de invitarme a participar de un
estudio sobre la obra de otro amigo y poeta, Carlos Germán
Belli, “Vivir en el poema”, que se editó en Granada, en
la editorial Point de Lunettes, en el 2013. Y viajé para
saludarla en su presentación en Lima, en la Casa de la Cultura.
Otro dato, que a lo mejor interesa a tu pregunta: con editorial
Biblioteca Ayacucho, he publicado varios libros: “Poesía
amorosa latinoamericana”
(1995), “Crónicas de poeta”, sobre los escritos de
César Vallejo en Francia (1996), “Cartas del destierro
y otras orfandades” (2006), con el que gané un
Premio Nacional en Venezuela…Y trabajé en la Cronología del
libro “Rayuela” de Julio Cortázar en el
2004.
10
— ¿Cuál fue la impronta que sostuvo tu revista?
MR —
En 1992 me invitaron a participar
en el Homenaje al natalicio del poeta César Vallejo en la
Universidad de Lima. En aquel momento decidí editar mi revista
“Quevedo”, número 1. Ya en el editorial, decía: “QUEVEDO, más
que un nombre glorioso de las letras universales, es un
concepto. Y más que un concepto, una piedra angular en nuestro
idioma hispanoamericano que, también, revela una actitud de
disonancia en el actual estado de cosas. Por eso, tiene ya el
carácter de una justificación para esta revista de poesía, ante
la embestida monstruosa y embrutecedora del neoliberalismo
transcultural.” Fueron ocho números los que aparecieron.
Inéditos de Vallejo, de César Moro, Artaud… Entrevistas
exclusivas a Borges, a Gonzalo Rojas... Apócrifos y anónimos.
Fue en 1996 cuando dejó de aparecer. De mis comienzos
literarios, podría añadir que el dicho que afirma “la letra con
sangre entra”, es verdad. Ya que a la edad de cinco años estuve
mudo debido a una cirugía de garganta en el que experimenté que
la sangre estaba unida a mi voz. E inventé un lenguaje para
comunicarme con los demás. De ahí, pienso, el título de mi
primer libro: “Los gestos interiores”. Y más
tarde, a los quince años, y trabajando yo en una imprenta del
barrio San Cristóbal, que se especializaba en trabajos de
timbrado y sobrepujados, tuve un accidente con la máquina
alemana que manejaba, al quedar atrapados mis dedos índice y
medio de la mano derecha en la impresora. Fue un descuido mío al
querer enderezar una hoja de papel seda que se había doblado, en
momentos en que el carrito timbrador (así le decíamos) hacía
punto de presión sobre el papel y mis pobres dedos. La sangre
fluía, como podrás imaginarte, con ganas. En esos días yo ya era
un apasionado aprendiz de escritor. Escribía mentalmente y
pasaba en papel en los momentos que pedía permiso para ir al
baño. Años más tarde, nacería “Quevedo”, después que nuestro
país saliera de las sombras y del terror que había implantado
una dictadura. ¿Habría que agregar algo más a la frase de Eliot,
sobre el hecho de que el tiempo solo vence al tiempo?
Manuel
Ruano selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
NUBES
VIAJERAS PARA UNA DESVELADA AUSENTE
A Olga Orozco, in memoriam
Esa es tu
voz.
Sí, un cartílago de oro que iluminó al sol.
Más bien debería recordarte que he aquí un cristal de roca
de belleza inaudita.
Ese espacio por donde tu alma pasa con el verbo ad verbum
atemperado,
que contradice a las presencias en su traje ritual.
En sinfonía de voces.
Más exactamente, había en ti una convalecencia de penumbra,
que llegaba sin aliento a las conclusiones inesperadas...
De igual manera había en la memoria una pajarera
desconocida para las nubes,
adonde entrabas y salías siempre, alabando los paseos perdidos.
Tengo la sensación de estar tomando contigo el té de las difuntas,
en el fondo de un jardín y tú, con tu corona de flores.
—Es un diálogo secreto entre los huérfanos—, dijiste.
No estoy tan seguro de haber develado esas ausencias,
pero esos lamentos, esos paraísos perdidos,
son de aquella geografía del adiós.
Con rigor, debo confesarte que no debes confundir los sabores,
los reinos invisibles, las pasiones inescrutables
que alguna vez te han hecho llorar.
¡Ah, tapices revestirán una galería de abriles crueles,
de gladiolos moribundos,
de lágrimas de una mujer solitaria que toma sopa
con los retratos de un paisaje irrenunciable!
No debes alzar la voz cuando alguien te habla
de los salones desiertos...
Más aún, deberías controlar a quienes te adulan.
No siempre son de confiar.
Pero la niña terca que hay en ti, mira fijamente su plato
mientras se mueven las cortinas que dan hacia un balcón vacío...
No hay nada que hacerle: ¡robarle fuego al sol, ocasiona desgracias!
Te pone por delante una viuda de luto que augura calamidades
y prepara el pensamiento para la muerte.
Con todo respeto, siempre hay un embaucador de cosmogonías,
que pretende ocultar las nubes, las tormentas que se avecinan,
como un anticipo de los tiempos.
No te dejes impresionar por la distancia.
Recuerda que los poetas se reconocen más cuando no hablan.
Realmente, no hay embuste posible en los versos
que no hayan dejado flores marchitas como la soledad...
Pero los huéspedes, amiga, no han vuelto. Y tú me dijiste:
—Me voy por unos días—, y yo te lo creí,
como un creyente de las cosas que vuelan;
los poemas de Pessoa se vuelan en un lejano bar de Lisboa
que ha quedado fijo en tu recuerdo;
pero tú, te ibas para siempre...
(Aparecido en “Olga Orozco: Territorios de fuego
para una poética”)
*
ANÓNIMO
ES EL POLVO DEL OLVIDO
Anónimo
es el polvo del olvido y anónima
la vieja profecía.
Es anónimo el libro más leído y anónima la loca poesía.
Apócrifo será lo que has querido y apócrifa
es aún tu fantasía.
¿Qué turbia sinrazón mata el olvido
del malogrado amor que te encendía?
No sufras por las páginas gastadas que en dramáticos versos
escribieron.
Son inciertas las palabras más sagradas y profunda
la herida que te hicieron,
de anónimas historias develadas,
del canto de los días que se fueron...
(De “Concertina
de los rústicos y los esplendorosos”)
*
DE LAS
MUCHAS ENCRUCIJADAS DE CIDE HAMETE BENENGELI
“...volviendo de improviso el arábigo en castellano,
dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha,
escrita por Cide Hamete Benengueli, historiador
arábigo.”
Miguel de Cervantes Saavedra,
Don Quijote de la Mancha, Cap.IX
Yo, Cide
Hamete Benengeli,
encarnadura y voz del sueño y la impostura,
escribí con pluma de ganso mi Quijote en secreto gabinete.
Alá, introdujo esas letras de una ruta de la ensoñación,
de caballero andante, con adarga y armadura, e ilusoria Dulcinea
del Toboso.
Jamás sabré ponerle nombre a las rutas del corazón,
sólo me fío de quien me soñó en graves temporadas con la muerte.
Esas cabalgaduras cierran cualquier herida.
Largas horas pasé con un morisco toledano que tradujo esos folios
y un oscuro amanuense llamado Cervantes,
secretario años ha de un cardenal en Roma,
y soldado del Rey, mutilado en la Guerra de Lepanto.
Yo celebro ser criatura de su sueño y su penuria.
Perdido fui en el jardín de los tropiezos,
argumentando entre sombras glorias fallidas y soldaduras
de la peor especie.
No hubo lugar ni papel de estraza que alcanzara para contar
tan luenga historia,
cuya pertenencia fuera puesta en duda.
Que nadie diga que Cide Hamete Benengeli traicionó a Dios.
Para que ahora hablen de mí,
y me cierren las puertas de la sensatez.
Tan real era el hidalgo don Quijote, que soñó Cervantes,
como aquél puesto en prisión en la noche de los insomnes.
(No lejos está maese Pedro y su mono adivino.)
Los grilletes, trajeron a Cervantes el recuerdo de Argamasilla de Alba,
en la Cueva de Medrano, y no
le dejaron dormir...
Pero estos cautiverios, son asuntos para picapleitos,
y han quedado en un libro de actas donde se escritura la fe.
Yo, Cide Hamete Benengueli, escriba de arábigas fronteras,
fui quien dictó a Cervantes el Libro que los soñó a todos.
Y él, me soñó a mí en trágico laberinto.
¡Oh, luna de Mahoma, cuán tétrica es mi alabanza!
¡El mito nos atrapa a todos en su desamparada resurrección!...
(De Homenaje al IV Centenario del Quijote, “Aldaba”,
Argamasilla de Alba, 1605-2005, Ecma. Diputación de
Ciudad Real, España.)
*
PARA
CONFIARME A TU CUERPO
Para
confiarme a tu cuerpo no fui ladrón ni verdugo,
tampoco un adicto que te regala versos, o finge
la locura más extraña;
ni un ángel fumador de opio en los arrabales de
Alejandría,
que se refleja cada tanto en tus sueños...
Para confiarme a tu cuerpo por toda una eternidad,
fui contador de perlas en Macao, transmisor de sífilis
en Estambul,
cantor de tugurios como algo, creo, venerable;
acaso, un bebedor más viejo que Khayyam con su hetaira
más hermosa y sus velos
sensuales.
Para confiarme a tu cuerpo, fui desvergonzado estafador
en Rímini,
divulgador de historias en Bogotá que anduviera
por carne semejante...
Sí, para confiarme a tu cuerpo.
Fui buscador como el que más del metal sagrado que hay
en la apestosa muerte.
Nada más que para confiarme a tu cuerpo.
(De “Mirada
de Brueghel”)
*
LA
INFELICE CARNE
Nací en
la majestuosa avenida de la Contradicción,
lindante con la calle de los ojos alegres.
Enseguida me bautizaron Equívoco,
porque dudé de todo desde el primer instante.
Con los años, tropecé con la señora Locura,
y busqué abrirme las venas en canal,
a la primera envestida del contrariado amor.
Entonces leí las páginas de la resignación.
Y recalé en el capítulo de la credulidad,
que me ha hecho llevar esta pesada cruz.
Desde entonces, he traficado la incomprensión,
es decir, del mundo y la doliente carne.
(De “Escaramuzas con Arthur”, Ediciones a
Sottovoce,
Caracas, Venezuela, 1998)
*
“POR
MIRAR SU FERMOSURA"
"Por mirar su fermosura"
Marqués de Santillana
Do van
mis ojos por el alba, amiga,
como garza enamorada en amancaes
que te sigue por el sueño y el olfato.
Non va agora la soledad en la pradera,
—dixe—, de fembra prieta y fragante
de flor, febo y torcaza.
Como aquel venadito pardo
(en castellano viejo)
al que canta el corazón desde la herida.
Do se pierde el home, amiga,
en desnudez y ardor de amante.
(De “Los cantos del gran
ensalmador”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Manuel Ruano y Rolando
Revagliatti.*Manuel
Ruano falleció el 12 de abril de 1917.
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http://www.revagliatti.com/990819.html
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