Marcela
Armengod: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Marcela Armengod nació
el 8 de octubre de 1955 en Rosario, ciudad en la que reside,
provincia de Santa Fe, la Argentina. Es Profesora en Castellano,
Literatura y Latín, egresada del Instituto Nacional Superior del
Profesorado de su ciudad, en 1979. Entre otros, obtuvo el Primer
Premio de Poesía “José Cibils”, del que devino la plaqueta
“Poemas de Agosto” (Ediciones Colmegna, 1980). Colaboró con
artículos de índole docente o pedagógica y también literaria,
además de críticas bibliográficas. Sus poemas han sido
difundidos en las revistas “Juglaría”, “Poesía de Rosario”, “La
Guacha”, “Signos”, “Amaru”, “El Centón” de la Argentina, “K’oeyu
Latinoamericano” de Venezuela, “La Urpila” de Uruguay,
“Marginalia” de Ecuador, en los periódicos “Rosario 12”, “La
Capital”, “El Litoral”, “La Tribuna”, “La Opinión” de su
provincia, etc. Fue incluida, entre otras antologías, en “Las
40. Antología de poetas santafesinas 1911-1981”, compilada
por Concepción Bertone (co-edición del Ministerio de Innovación
y Cultura de Santa Fe y la Universidad Nacional del Litoral,
2008). Publicó los poemarios
“A la intemperie”
(1983), “Agramaticalmente” (1991), “La
ira del colibrí” (2000)
y “Encaje”(2007).
Permanecen inéditos “Poemas
de cabaret”,“Incrustaciones
de obsidiana”
y “Malade”.
1
— Leí que tu padre (a quien dedicaste tu “Agramaticalmente”)
era médico y tu madre, instrumentadora de cirugía.
MA
— Mi
padre era médico, al modo del médico rural de John Berger, y mi
madre, instrumentadora de cirugía. El consultorio de mi padre
estaba en mi casa. Para entrar y salir de mi casa yo tenía que
atravesar la sala de espera. Todos los días saludaba cuando
salía y volvía a saludar cuando entraba. Había pacientes de todo
tipo: recién operados que iban a la curación, otros, en consulta
ordinaria, hablando en voz baja o en silencio, simplemente
inmersos en la superficie lisa de la espera.
Con mi
hermana solíamos jugar en el sanatorio cuando mi padre visitaba
enfermos, a veces corríamos por los pasillos hasta que alguien
nos hacía callar. En una mirada de barrido recupero las puertas
entornadas, la media luz, el medio tono de las conversaciones.
En casa,
durante las comidas se hablaba, principalmente, de la
salud de los
enfermos. Y más allá de los tecnicismos, el lenguaje
médico está plagado de metáforas. El relato del dolor se hace
sobre la precariedad de la palabra. Yo llego a la literatura por
la medicina.
Como
contrapunto sonoro, el habla de mis abuelas: mi abuela paterna
le hablaba en catalán a mi padre. Mi abuela materna, Anita
Lehman, suiza alemana, que vivió gran parte de su vida con
nosotros, solía cantar en alemán. Ella y una hermana se casaron
con dos hermanos italianos, de apellido Vaccarezza (familiares
del dramaturgo), y otras dos, con dos hermanos ingleses (de
apellido Robins). Mi abuela y mi madre habían vivido algunos
años en Italia, así que hablaban con fluidez el idioma.
Todos y cada uno trazaron sus signos sonoros,
la música de la infancia. Esta pluralidad, sumada a diferencias
socio-económicas y culturales, desde herreros de caballos a
capitanes de barco, me emplaza con absoluta naturalidad en una
variedad de registros que siguen enriqueciendo mi vida de manera
orgánica.
Marcela Armengod en compañía de escritores
2 — Docente en diversas instituciones y con diferentes
responsabilidades desde fines de los ’70. ¿Qué modificaciones
introducirías en tus materias si pudieras reformular los
contenidos y los objetivos? ¿Cuáles son los aspectos que más te
complacen de tu rol en la enseñanza?
MA
— En
una entrevista para la revista “La Guacha”, me preguntaron si en
algún momento había sentido una disociación entre el ejercicio
docente y la práctica literaria. Y yo dije que no. Porque cuando
uno es poeta lo es siempre. Y tanto dentro de la realidad áulica
como de mis cargos en áreas de coordinación de literatura y
extensión cultural, el eje es el mismo, necesito instalarme
desde mi propia mirada poética. Tuve la posibilidad de elegir
contenidos y textos. Y lo hice, sin olvidar que no se da clase
para el ahora de los chicos sino para el después. Abrir una
clase con la lectura de un poema o escribir una frase en el
pizarrón sin marcas de obligatoriedad: una apuesta a
la impregnación azarosa de ese texto, de esa frase, la
posibilidad de escuchar la resonancia en los alumnos. Los poetas
siempre pensamos en términos de condensación.
Lo que
nunca pude lograr: la propuesta de que Literatura estuviese por
fuera de la currícula. Entiendo que la obligación obtura el
deseo del texto.
3 — Participaste en
dos singulares emprendimientos: en 1992, ¡poemas en sobres de
azúcar! Y en 1999 la antología “Retratos
de Poetas”:
fotos, textos y bibliográficas. ¿Ampliarías…?
MA
— La
publicación de poemas en sobres de azúcar fue una idea del poeta
Guillermo Ibáñez, quien dirige desde hace muchos años la Revista
Internacional y Ediciones Poesía de Rosario. Se lo propuso a
Domingo Bráttoli y convocó a los poetas amigos. Además de
nosotros, estaban Vicky Lovell, Reynaldo Sietecase, Celia Fontán
y Reynaldo Uribe. Tuvimos que firmar un contrato para renunciar
a los derechos de autor. Se hizo una tirada de 1.000.000 de
sobrecitos que circularon por todo el país y también por
limítrofes. Aún hay gente que los conserva o que recuerda algún
poema. La poesía en la calle, anónima en un punto, la belleza de
la gratuidad, de lo imprevisto, un dado azucarado.
Siete años
más tarde, Guillermo propone a veintidós poetas participar de
“Retratos de poetas”:
un libro con fotos, poemas y una breve bibliográfica por autor.
Como él mismo aclara en el prólogo, la intención era dejar
testimonio fotográfico de autores convocados por una militancia
visible desde una presencia en el mapa cultural y su producción
constante. El volumen, luego, se complementó con la grabación de
un CD, “Voces de poetas”; los poetas éramos más o menos los
mismos y fue el primer registro sonoro de las voces de poetas
locales. Antecedente válido del “Salón de Lectura”, espacio
virtual, que integra un cuerpo mayor, “Sonidos de Rosario”,
precioso y necesario emprendimiento de Diego Colomba y Adolfo
Corts.
Marcela Armengod con el poeta Luis Cháves (2011)
4
— Releí “Agramaticalmente”.
Contemos que la edición carece de índice y no carece de su
peculiaridad: en algunas páginas van apareciendo, destacadas con
negritas y mayor tamaño de letra, de a uno, versos que “deberán”
ser leídos “de corrido” cuando se concluye la lectura del
volumen: y en efecto, hay allí un poema: “la
sirena de un barco suena / el olmo se agita en la sirena / de
ese barco a Río de Janeiro / sus pequeñas hojas amorosean el
aire / y la sirena del barco rumbo a Praga / tal vez ese
escarabajo / en vilo sobre la rama / sueñe el corazón de la
sirena / de ese barco hacia Estambul / que hincado en el viento
/ sonando pasa / la sirena de un barco suena / la sirena de
un barco cruza
/ el charco leve del silencio en el jardín”. Me encantó
hallar en página par “la sirena de un barco” y
en la siguiente la palabra
“cruza”: poesía visual por la que fui sorprendido.
MA
— Fue
escrito a partir de la obtención de la Beca Nacional de Creación
de Poesía bienio 1988-1989, otorgada por el Fondo Nacional de
las Artes. Había que presentar un proyecto de libro; en un punto
esto es un poco ridículo, al menos en el caso de un poemario. No
recuerdo exactamente mi planteo de libro, pero sí que ponía la
exploración del lenguaje poético en el centro de la escena
(supongo que es una preocupación compartida con la mayoría de
los poetas) y fue lo más honesto que podía esbozar de manera
anticipada a una escritura.
El “poema
visual” al que hacés referencia es, en verdad, un poema
transversal. Es un poema-barco que atraviesa el libro y se
repone la lectura al final. Algunos poemas con títulos como
“Poema rumbo a Praga”, “Poema a Río de Janeiro”, “Poema hacia
Estambul”, funcionan como señalizadores, marcadores de una carta
de navegación. En todo caso, hay un efecto que tiene que ver con
un recorrido y el acento puesto más en el modo que en el
destino, que, de última, es siempre Ítaca. Las otras
implicancias me son completamente ajenas. No así la voluntad de
forzar, en el buen sentido, un marco de representación.
En el
siguiente libro,
“La ira del colibrí”,
y con la misma intención, escribí un poema en la contratapa.
Reconozco una insistencia en cuanto al acto de rebasar. Rebasar la
poética del espacio, el trabajo con el lenguaje como un
caballo desbocado pelado a latigazos. De este libro me interesa
particularmente, y sería la contracara de ese poema-travesía, un
poema sin título que comienza diciendo: “alengua lengua
la muerte/ padre mío/ tambor negro/ hilito rojo”. Lo escribí
unas horas antes de que muriese mi padre, quien estaba muy
grave. Tiene algo de canto ritual, de conjuro, como sea, sigue
siendo misterioso para mí.
5
— Releí “Encaje”.
Y también incita a compartir características de la edición: sólo
textos —no en versos— en páginas pares, y en dos secciones: la
primera, extensa, nombra al poemario, y la segunda, en dos
páginas, se titula “Tabla del orbe”. La ilustración de tapa es
una escultura de Dante Taparelli —fotografiada por Hugo Goñi—:
“Sara Bernhardt”.
MA
— Está
dedicado a los actores. Cada libro tiene su propio ritmo
respiratorio que imprime
una determinada velocidad en la escritura. Fue escrito en prosa,
una forma impuesta por el
brío. Es
un extenso y único poema donde la escritura aparece como
partitura, pero también como palabra que derrapa hacia un
extravío donde la palabra finalmente se agota. Pero no solamente
se trata de agotar;
también hay una suerte de desvarío, de desorientación,
de llevar la palabra hasta el límite de su significación,
interrogarla en su propio arco de articulación sonora.
Cierra el
volumen un poema breve, “Tabla del orbe”, que da cuenta del
guión teatral, donde todo comienza, que es preverbal: el
acontecimiento escénico parte del cuerpo de la palabra hablada
por el cuerpo del actor. Me resulta interesante el comentario de
la poeta y crítica Ana María Russo acerca de “Tabla
del orbe” como la “aceptación
del juego para poetas o para actores con sus mortales resultados
que escapan a toda clasificación del bien y el mal”.
El rasgo
escritural vuelve a aparecer
en “Malade” (en
francés significa enfermo), el que se halla en proceso de
publicación y saldrá por el sello Papeles de Boulevard. Está
dividido en dos partes: “Malade”, que tiene una cita propia:
“Recostar
la escritura como una enfermedad/ Respirar entre sangrías: hacer
un humo”, y
una segunda parte, “Taquigráfico”, que se abre con una cita de
Siri Husvedt: “las palabras son fraudes (…)
sonidos que reemplazan algo”. “Malade” retoma
la subjetividad del enfermo y la enfrenta al discurso horizontal
médico, pero también es “el enfermo ante la extrañeza,
la alteridad de eso que en su cuerpo pone en vilo su vida (que)
lo encierra en su mismidad, ese desesperado aferrarse al cuerpo
ahora alterado”, según
registra Sellie.
Tanto en “Encaje” como
en “Malade”,
el lenguaje enloquecido y una mirada que se reconcentra en
mundos cerrados.
Marcela Armengod con Pía Barro, Vicky Ayllón, Mariela
Salla, Thereza C. Motta, etc., en 2000
6
— Una de las personas a las que agradecés (“por creer en mí”)
en “Agramaticalmente”, es
el narrador y talentoso humorista gráfico rosarino Roberto
Fontanarrosa (1944-2007).
MA
— En
ese libro agradezco a Roberto Fontanarrosa y a la narradora y
ensayista Angélica Gorodischer. A los dos, en los mismos
términos. Para postularse a la Beca del Fondo se necesitaba ser
presentada por dos escritores. Yo tenía con cada uno un vínculo
diferente. Además de compartir la circulación en los mismos
ámbitos ciudadanos, tenía relación con Angélica porque era muy
amiga de mi madre, quienes formaban parte de un “famoso” grupo,
el de “las brujas”, por lo que con ella era un vínculo más
intermediado. Con “el Negro” Fontanarrosa fue distinto. Además
de cruzarnos en eventos literarios y de vernos en el bar “El
Cairo”, éramos vecinos, mandábamos a nuestros hijos a la misma
escuela, en fin, se amplificaban las posibilidades de contacto e
intercambio. No fuimos amigos más que en la apropiación amistosa
que todos los que vivimos en Rosario y lo cruzábamos con
frecuencia, sobre todo la gente de la cultura, hacíamos de él.
Yo tuve más posibilidades de encuentro, eso es todo. Así que
tanto su intervención como la de Angélica corresponden a la más
absoluta generosidad.
7 — ¿Qué podemos saber respecto de “Poemas
de cabaret” e
“Incrustaciones de obsidiana”?
MA —
Fueron dos proyectos de libros que nunca se publicaron porque
ninguno de los dos, después de la corrección, superó los diez
poemas. Hubiese podido hacerlo si hubiera reunido todos los
poemas en un volumen. Pero un libro no es una sumatoria de
poemas.
8 — Participaste en Encuentros y Coloquios fuera de
nuestro país entre 1995 y 2002.
MA —
Me invitaron a algunos y fui a muy pocos por diversas razones,
fundamentalmente por cuestiones económicas. Sabemos que las
invitaciones se cursan por diferentes motivos, en general
amistosos y casi ninguna implica reconocimiento monetario.
Figuran en mi curriculum por cuestiones marketineras
relacionadas con mi trabajo y porque también representan un
motivo de orgullo personal cercano a la vanidad.
De esas invitaciones recuerdo particularmente dos: una a
Hungría —íbamos a viajar con Vicky Lovell— y sobrevino el
corralito económico; es redundante decir que nunca llegamos. Y
la otra, a un Congreso en Venezuela, organizado por la
Universidad del Zulia, en Maracaibo. Llegué en el contexto de la
reelección de Chávez —un hito—, había intelectuales muy
importantes, como el —en ese momento— Presidente de Casa de las
Américas, Luis Suardíaz, y otros, como Carlos Montemayor o
Francois Delpratt, y la entrañable figura de Salvador Garmendia.
Era la única invitada de Argentina y posiblemente la única
sorprendida de estar allí. Todos los escritores sabemos cómo es
la circulación en los congresos, los festivales. Yo no conocía a
nadie y no tenía la más remota idea de cuál podía ser la
conexión. Fue la primera pregunta que formulé al llegar y Javier
Meneses, quien me recibió tan amablemente, me dijo que iba a
averiguar. Y vuelve con la noticia de un poema, ilustrado con un
dibujo de Ricardo Carpani, que me habían publicado en la
contratapa de la revista “K’oeyu”, dirigida por Joel Cazal a
quien nunca había visto. A veces, las cosas son como deberían
ser.
9 — En una respuesta a un reportaje mencionaste que
habías estado en París (“la exaltación
de las consignas del Mayo Francés”) en 1968.
MA —
Fue un viaje de familia. Viajamos tres meses a Europa.
Recorrimos mucho. Yo tenía 12 años, edad de umbral, en todos los
sentidos, sostengo que es la edad de Alicia en el País de las
Maravillas. Llegados a París, estalla la huelga general.
Sabíamos que era un enfrentamiento al poder de turno fogoneado
por obreros y estudiantes pero lejos estábamos de poder formular
su proyección ni su dimensión histórica. También estaba la
barrera del idioma; mi padre manejaba un olvidado francés
aprendido en la escuela secundaria. Parábamos en un hotel en el
Boulevard Saint Michel, a dos cuadras de la Sorbona. Imaginate.
Estuvimos una semana en medio de marchas, barricadas y gases
lacrimógenos. Antes de salir a la mañana, mi padre nos daba
coñac en el desayuno para que no sintiésemos tanto frío.
Recorríamos París a pie hasta las cinco de la tarde, en que todo
cerraba. Al irme tiré un par de zapatos azules que se gastaron
en cientos de cuadras. Tampoco podíamos irnos: las fronteras, el
aeropuerto, estaban cerrados, no había ningún tipo de
transporte. Salimos de París en una ambulancia que nos facilitó
la Cruz Roja —mis padres acudieron allí, los dos eran docentes
de la filial Rosario—, y nos llevó hasta Lille, donde nos
subimos a un bus clandestino lleno de japoneses rumbo a Bélgica
(destino que no estaba previsto). En París dejé más que un par
de zapatos. Allí me ocurrió algo que yo misma no sé, aún hoy, de
qué se trata. Como una sensación de frontera, física y
emocional. Algo que todavía no puedo traducir.
10 — En la novela “El
vuelo de la reina” de
Tomás Eloy Martínez, esta frase: “Sabe narrar
con la destreza de Victoria Ocampo y es tan insidiosa como
Patricia Highsmith.” ¿A
qué otras narradoras diestras y/o insidiosas nos recomendarías?
MA —
No son parámetros a tener en cuenta a la hora de recomendar.
11 — ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones?
MA —
Uno es su pasión y la pasión es un animal ciego y redundante.
Marcela Armengod con el poeta Luis Cháves (2011)
12 — Es de la Introducción de Sigmund Freud al libro “El
presidente Thomas Woodrow
Wilson – Un estudio psicológico”, cuyos autores son Freud y
el novelista norteamericano William C. Bullitt (Ediciones Letra
Viva, Buenos Aires, 1973), que transcribo: “Tan
frecuentemente está la gran realización en compañía de la
anormalidad psíquica que uno siente la tentación de creer que
son inseparables. Sin embargo, contradice esta suposición el
hecho de que en todos los campos de la actividad humana se
pueden encontrar grandes hombres
que cumplen los requisitos de la normalidad.” ¿Querrías
“urdir” alguna reflexión para nosotros?
MA —
Estoy de acuerdo con la interdicción. A veces el
traje de la locura pareciera que sienta bien, sobre todo en el
campo artístico. Hay que tener cuidado. La locura sólo produce
locura.
13 — ¿Das a leer tus poemas a alguien en particular
cuando te parecen que están “a punto”?
MA —
No.
Marcela Armengod con el poeta Luis Cháves (2011)
14 — ¿Podrías destacar algunos autores con los que tu
poesía se hallase más intensamente relacionada?
MA —
Es una pregunta para un crítico y como dice Cortázar:
“Yo no he nacido para lo
teórico”. Sí podría acercarte en todo caso la idea de que mi
poesía dialoga más con los narradores que con los poetas.
(Marcela con Cecilia Ulla, Adriana Borga, Javier Magistris, José
Di Marco,Claudio LoMenzo,Rolando Revagliatti)
15 — ¿Te interesan las biografías o autobiografías o
memorias, digamos, como género literario?
MA —
En general no y de ninguna manera por desestimación del género.
16 — ¿Hay
algún escritor que admires al que evitarías conocer?
MA —
Es una pregunta que arrastra un desgaste a priori porque la
admiración empuja, al menos, a la curiosidad. Pero puedo
mencionar el caso del enorme y temerario poeta Mario Trejo a
quien conocí y traté.
17 — ¿Cómo es un día de tu vida? ¿Dista
extraordinariamente tu transcurrir del que te imaginabas cuando
eras una veinteañera?
MA —
Hable con ella.
18 — ¿Hay escritores que han sido alabados desmesuradamente?
MA —
El problema de la desmesura no es en sí mismo importante, sólo
en la medida que produce una obliteración para con otros
autores. Un caso ejemplar es Pablo Neruda, poeta faro de su
generación. Una omisión ejemplar es el caso de mujeres
narradoras en el boom
y de hecho, del mismísimo género poético como lenguaje
fenomenal.
19 — ¿Una obra pertenece enteramente a su autor?
MA —
Sí y no. No y sí.
20 — ¿De qué atributo, que tengas o hubieras podido
tener, jamás te jactarías?
MA —
Soy abismalmente intuitiva. En este grado ya no sé si es un
valor o un disvalor. La percepción es una intuición más
refinada, una categoría del saber que me resulta constitutiva.
Consolida una fuerza que te empuja hacia adelante, una
“inteligencia salvaje”,
como diría Katherine Mansfield. Tiene la virtud de la velocidad
y de la profundidad que permite esa velocidad. En la escritura
se juega en la tensión entre el vacío y cierta idea de
completud. Así también es una dificultad al momento de detenerse
en un campo teórico.
*
Marcela Armengod selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
A
veces todo esplende. Sin retorno al pozo de lo oscuro. La
luz la luz de la sonrisa, de la belleza enmascarada ahora para
sonreír. Campana que tañe contra la cornisa de los dientes,
ahora abiertos. La risa pavoneando su tul de estalactita.
Suena como brindis en la cuenca de los
oídos, en la agitación de la glotis.
(El espasmo que nos habilita a sentirnos
mejores de cuerpo y alma.) Esa veleta que nos redime de tanto
dolor de tanto dolor.
(fragmento de “Encaje”)
*
No hay noche de San Juan
esta noche de santo débil escurridizo.
Todo se precipita como un alcohol
volcado
en una receta como en un santoral.
Demasiado atronador el coro el corolario
de la prescripción.
Aun así la muda insiste insiste
en su taquigrafía se enterca
no llegando a calcar la sílaba sobre
papel de arroz.
Qué importa si acaso la palabra
la muertita de pocas luces.
Todo volverá a domesticarse. Como la
primera vez.
Estirar estirar la mano la voluntad el
hado
esa designación de un follaje de una
espesura.
Aprender de lo que no se da cita.
(fragmento de
“Malade”)
*
Cómo aprovechar la costra como posibilidad
de una pequeña música antojadiza
un traspié lo que surge de pronto:
una interrogación en la cura.
Entonces la malade como malattia: otro
estar:
una prosperidad desprevenida del azar.
Menos como languidez más diapasón.
Olvidar el sonido roto de la castañuela
boca abajo en la arena
la arena volcada en un reloj de sol
la plica en la garganta.
Como en la figura trágica del juego del
florete
que apunta al ojo del corazón
sin afluencia de sangre:
solamente dibujo de un levísimo
cardenal.
(fragmento
de “Malade”)
*
Taquigráfico
Acompañar el parpadeo al retintín de lo que se sabe suyo
por apropiación de sonido/
Una duermevela de palabra como algo voraz/
La cicatriz no se confunda con una herida de lenguaje
con un armisticio de paz vocal/
A mil demonios les tocará arrojar vinagre/
Convertir el silencio en lenguarada que compita.
(de
“Malade”)
*
En mitad
de la noche
1
Mis hijas buscan muertos
en mitad de la noche
me paro en ese filo
como un guardafaro
preguntan
pregunto
yo les cubro los pies
mientras ellas avanzan
les tapo los huesitos
afuera un aguanieve
que el viento no dispersa
cuando regresen
—si
es que vuelven—
la aguja azul del frío
costurando los párpados
les abriré las bocas cerradas
de nonatos
les besaré su nombre
en medio del aliento
y que recuerden
recuerden
(Inédito)
*
FONTANA
En velocísimo modo como una prisa
un gesto parecido al arrojar la moneda
de la fortuna
en una fuente
los párpados cosidos al asombro el
corazón en paro
hasta que el tintineo haga tres huecos
en el agua
tres gargantas para tres deseos.
Adelantarse al reflejo de la suerte y
huir en un golpe de tambor.
Salirse rápidamente del horóscopo
a tontas y a locas pedir con los
nudillos un vasito para la sed.
Escuchar con los ojos hacia adentro ese
correrse de tres lágrimas
en la caverna del pecho derramarse
come
una stella che non
c'è.
(Inédito)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros,
Marcela Armengod y
Rolando Revagliatti, 2015.
*
http://www.revagliatti.com.ar/051006a.html
http://www.revagliatti.com.ar/act0611/cicloDeAquiEnMas.html
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