Marcela Predieri: sus respuestas y poemas

 

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Marcela Predieri nació el 9 de junio de 1960 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina. Desde 1991 reside en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Entre 1989 y 2007 publicó los poemarios “Sangre de amarras”, “Invierta un hijo”, “La pancarta”, “Los andamiajes del miedo”, “Ébano”. Su quehacer literario fue incluido en antologías de poesía, de poemas ilustrados, de relatos, de cuentos, de cuentos infantiles. Desde 2006 coordina libros colectivos de cuentos y poemas, tal como lo hizo con la novela experimental “Puzzle”, concebida entre once  narradores. Además de integrar los equipos hacedores de diversas revistas, dirigió dos: “La Mazmorra” y “La Avispa”. Colabora en el diario “La Capital” de Mar del Plata y suele ser convocada para integrar el jurado de concursos y dictar conferencias. Desde el 2000 organiza el Café Cultural “De la Palabra” y está al frente de la Colección De la Palabra, con más de setenta títulos, muchos de los cuales ha prologado. También De la Palabra se denominan los grupos de estudio y creación literaria que fundó hace veintidós años. Entre otros, obtuvo el Premio Lobo de Mar a la Cultura 2004 en reconocimiento a su aporte a las Letras Marplatenses, otorgado por la Fundación Toledo. Fue vice-presidenta de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Atlántica, en 1994 y 1995. Participó en festivales y congresos no sólo nacionales, sino también en Lima, Perú, 2008, abordando la temática Arte y Salud Mental; en Bucaramanga, Colombia, 2009, exponiendo sobre Identidad Literaria Argentina; en Oaxaca, México, 2010, dictando el seminario Teoría del Cuento Argentino. Desde 2001 prepara a algunos de sus talleristas egresados como coordinadores de talleres. Durante 2004, conjuntamente con la licenciada Karina Krol, impulsó el proyecto de extensión Markas, interdisciplinario —psicología y letras— y el curso de formación en la lectoescritura para bibliotecarios en la Biblioteca de Naciones Unidas. Entre 2006 y 2009 incorporó a sus actividades la propuesta Palabra Clara, para internos de la Clínica Psiquiátrica “Clara del Mar”.

 

          1 — ¿En “La Capital” colaborás con crítica bibliográfica, con textos literarios, con artículos periodísticos? Y “La Mazmorra”, revista que no creo haber conocido: ¿merece que la evoques?

          MP — Mientras estuvo Pedro Leguizamón como director del suplemento de Arte y Cultura de “La Capital”, colaboré con las reseñas bibliográficas cada semana; después eso se fue espaciando (en realidad dejaron de enviarme libros y yo aproveché para comentar aquellos que me gustaban mucho aunque me llegaran por otras vías). Por supuesto, desde entonces no he dejado de colaborar con cuentos, poemas y ensayos breves. Y “La Mazmorra”, ¡ja, ja! Sólo salió un número. Estábamos en ella todos condenados, como corresponde a cualquier revista literaria que se precie.

 

          2 — En tanto involucrada orgánicamente con la salud mental desde tu lugar de escritora, comparto con vos un fragmento del ensayo “Antonin Artaud, el enemigo de la sociedad” del poeta argentino Aldo Pellegrini (1903-1973: “La locura representa una ruptura total del molde que se denomina mentalidad del hombre normal, y por ello no sólo prescinde de todas las normas convencionales, sino que vive directamente en el mundo de la imaginación. De ahí el estrecho contacto de la locura con la poesía. Pero lo que el poeta se limita a volcar en el verbo, el loco lo vive integralmente.”

          MP — Hasta que me radiqué en Mar del Plata, de esto hace ya más de veinte años, sabía sobre este tema tanto como la mayoría, o sea muy poco, y tenía una visión absolutamente romántica sobre su relación con el arte. Uno de mis primeros trabajos acá fue la de encargarme de las reseñas bibliografías para el diario “La Capital”. Me hacían llegar entre ocho y diez libros por mes para leer y comentar. Una tarde, entre ellos llegaron tres de un poeta local a quien no conocía ni había sentido antes nombrar. Los leí y cosa extraña —ya que en estos casos debía elegir sólo uno—, en lugar de hacer la reseña solicité encarar una nota sobre el conjunto. ¡Tanto me habían impactado! Se trataba de tres poemarios de Jorge Lemoine escritos a finales de los ‘80. Para la misma época, allá por los ‘90, conocí al poeta  René Villar. Fascinada como buena poeta treintañera con Artaud, me encontraba de pronto con que Mar del Plata tenía sus propios Artaud, pero era casi imposible dialogar con ellos, trabajar y hasta a veces, tratar… Sin embargo, esos “locos” tenían dosis de talento admirables. No sabía qué hacer, así que me obsesioné con el tema de arte y salud mental. Leí, estudié, hice seminarios, trabajé —durante diez años— en La Rada, un centro de arte y salud, donde recibía, además de gente que quería pulir o desarrollar su estilo en mis talleres literarios, a personas con padecimiento mental, adictos y alcohólicos en recuperación, la mayoría de las veces derivados por sus psicólogos o psiquiatras. Tiempo después coordiné junto con la licenciada Karina Krol, el taller interdisciplinario Markas, para personas con angustias y depresiones leves, y más tarde el taller Palabra Clara en la clínica psiquiátrica Clara del Mar, donde trabajé casi tres años. Quienes eran dados de alta asistían luego a los talleres (sin que nadie supiera de sus patologías), a veces con AT —acompañantes terapéuticos que se hacían pasar por alumnos—, y encontraban en De la Palabra un lugar donde eran considerados como escritores y no como pacientes. ¿Por qué lo hice? Porque creo en el poder sanador del arte. Recuerdo el caso de un paciente que vivía enfrascado en sus cuadernos, a tal punto que había creado un idioma propio que incorporaba a sus trabajos; en general, a casi ninguno de los talleristas internados les interesaba comunicarse con el otro, pero éste era un caso extremo. No obstante, a los pocos meses de asistir al grupo empezó a poner entre paréntesis la traducción de esas frases en su extraño idioma y, al año, lo había dejado de lado. Sí, el arte sana, no la patología, pero sí el alma, el dolor y el aislamiento con que conviven quienes la padecen. Por eso trabajamos en La Rada con la emisora La Colifata en una jornada de tres días a principios del 2000, y tiempo después ese mismo proyecto radial lo encaramos junto a los chicos de radio La Azotea, para que se trasmitiera desde la clínica Clara del Mar para toda la ciudad. Los llevábamos al Café “De la Palabra” cada mes, con el enorme esfuerzo de acompañantes terapéuticos y psicólogos (a razón de uno cada cuatro pacientes), quienes hacían este trabajo en forma voluntaria en grupos de a veinte o treinta. No eran presentados como pacientes sino como talleristas o poetas invitados. Algunos, lo sé, se preguntaban: “de dónde saca Marcela a toda esa gente” o cuchicheaban acerca del ambiente enrarecido del bar… y dejaron de acompañarnos. Por la misma razón los publicamos en “La Avispa”, porque los internos en clínicas psiquiátricas siguen estando excluidos, hoy como siglos atrás, y hay entre ellos muchos artistas que necesitan y merecen ser escuchados. La creación artística les da esa posibilidad. Vos citás: “lo que el poeta se limita a volcar en el verbo, el loco lo vive integralmente.” Fijate en esto: es también el caso de Jacobo Fijman, y aunque él no se reconociera como enfermo mental, en su poema “Canto del Cisne” del libro “Molino rojo”, define a la demencia en un sentido total como “El camino más alto y más desierto”. En el volumen “Conversaciones con Pichón Riviere”, de Zito Lema, Pichón dice algo que creo todos compartimos: “Es la poesía la que muestra como ningún otro medio, la débil línea entre el cielo y el infierno, la vida y la muerte, la salud y la demencia, pero no hay que olvidar lo que escribió Chesterton: ‘El loco lo pierde todo menos la razón’”.
          Por eso me gustaría también hacer una breve referencia a la literatura de hoy. Es fácil ver cómo la literatura, de los ‘90 hasta hoy, describe no al individuo enfermo sino a toda la sociedad enferma y lo hace precisamente con una escritura “enferma”. La literatura de hoy, igual que en la época de las vanguardias, mata lo consagrado, busca otra cosa. Exige otro lenguaje, uno que refleje que todo está fuera de los límites (y eso es locura), ese lenguaje es fragmentario; como escribió Diana Bellessi: “hoy se da la astillación del lenguaje porque lo que se astilla es el hombre y la sociedad”. Ambos parecen estar al borde… y, qué coincidencia, hay una patología que aparece por asociación sonoro-semántica: el border. Un borderline presenta los siguientes síntomas que, no me van a poder negar son los de nuestra sociedad toda: inestabilidad
afectiva, episodios de intensa irritabilidad o ansiedad,  ira y dificultades para controlarla, sentimientos de vacío, impulsividad, alteración de la autoimagen, estrés elevado. Y ahora presten atención a esto: la literatura puede también tener misión de borde… precisamente para evitar su caída. O sea que tanto la locura como la literatura se transforman en un acto de resistencia, y en algo liberador. Por último: ya no sólo a los locos o a los creadores sino a todos la realidad nos resulta insoportable; tal vez por eso aparece con increíble fuerza un nuevo arte, esta nueva literatura que como decía Camus: existe para no morir de verdad.

 

Con el poeta Luis Arias Manzo en Chile -2011

 

          3 — Es a la autora de un libro cuyo título es “Invierta un hijo” a quien le transcribo un segundo fragmento del citado ensayo de Pellegrini: “El nacimiento es una sorpresa terriblemente dolorosa de la que nunca llega el hombre a reponerse. Estamos marcados a perpetuidad por la sorpresa del nacimiento. Pero además el nacimiento es un proceso que no llega a complementarse en el curso de la vida, por más prolongada que ésta sea. El hombre no acaba de nacer, y lo sorprende la muerte sin haber podido completar el nacimiento.”

          MP — No sé si hablar del poemario “Invierta un hijo”, que no es otra cosa que el diario de un soldado de todas las guerras, o de la novela en la que estoy trabajando ahora:  “De crecer y otras muertes prematuras”. La muerte te sorprende, claro que sí. Tal vez pueda contestarte con un poema de otro libro, “Los andamiajes del miedo”, poema titulado “Dejar de Ser”: Quieta divisoria conduce a la caída / Desciendo / a inhalar hondo / mi propia gestación // Todo es silencio /  y un jadeo inútil / que profundiza la asimetría de los cuerpos // Cada porción de piel construye el infinito // Los límites se expanden /  como si huyeran /  avergonzados / del residuo que dejan en el otro // Mueca innominada /  "Salir requiere mil disfraces" . La frase encomillada es de Antonio Aliberti. Creo que todo artista, y en especial los poetas, buscamos siempre entender las cosas, la vida en definitiva, por eso escribimos. Pensá en la palabra alumbramiento, de eso se trata nacer, pensá en dar a luz… un hijo o un poema… No hacemos otra cosa que intentar poner las cosas en claro. Y no sale. Eso no hace que deje de intentarlo, aunque sea vanidad, como dice Eclesiastés: correr tras el viento. Tal vez por eso tenga otro poema que hace intertexto con eso; tiene como título “Correr antes de la muerte”, porque no quiero vivir un abecedario incapaz de pronunciar mi nombre. Hay quienes dicen que hay más tiempo que vida. A mí no me asustaría tener menos tiempo si la intensidad de lo vivido lo hubiese ya colmado, pero me queda mucho por vivir todavía. Eso es descuido: creer que tenemos todo el tiempo del mundo.

 

Marcela Predieri con Luis Arias Manzo y otros poetas, en Chile, en 2011

          4 — ¿Y “La Avispa”?...

          MP — “La Avispa” nació el 13 de junio —día del escritor— de 2000, con el nº 0 como un pliego de encuentro que ofrecía a grupos, instituciones y autores independientes la posibilidad de funcionar como lazo que los contactara de alguna manera (para esa época yo había contabilizado unos veinte grupos que se caracterizaban por organizar sus actos siempre el mismo día y a la misma hora, ja ja). Los invitamos entonces a acercarnos textos,  para hacer difusión sobre todo de nuevos autores, gacetillas para que dejaran de superponer actividades, y les ofrecimos una página institucional; nosotros publicaríamos 1000 ejemplares de distribución gratuita. La sorpresa fue enorme: las entidades nos enviaban textos del presidente o del vice, edad promedio 83; las actividades seguían superponiéndose, para que llegaran a tiempo a la fecha de cierre con sus páginas había que correrlos o hacer diez llamados telefónicos… pero los autores independientes y jóvenes enviaban cada vez más material. Como repartíamos la revista (en formato diario con cuatro  pliegos ya) en bares, salas de espera y centros culturales, la gente empezó a pasarla de mano en mano y como los miembros del staff solíamos y solemos viajar bastante a encuentros o congresos literarios, en poco tiempo se conoció afuera de Mar del Plata. Entonces la echamos a volar. O dicho de otra manera, dijimos basta de hacer beneficencia con instituciones que no quieren abrirse; nosotros sí queremos. Cuando pensamos el nombre no fue el insecto lo que nos sedujo sino la imagen del avispero: apenas sujeto por arriba y una gran boca hacia abajo que crece y crece; había que volver a eso: yo la dirigía, un grupo pequeño trabajaba en ella y estábamos abiertos a recibir autores nuevos de todas las estéticas. Así “La Avispa” empezó a crecer y a crecer; pasamos del formato diario o pliego al cuadernillo 14 x 20, si mal no recuerdo, en el nº 17, que fue cuando apareció también la versión digital y se fundaron nuevas secciones no literarias. Hoy tiene colaboradores de casi todas las provincias argentinas y también de España y Latinoamérica (he viajado para presentarla a Chile, Colombia, Uruguay, México y Cuba); hay muchos escritores que piensan como nosotros con respecto a los lazos, la apertura, el trabajo en red. Y no sólo escritores; por eso además de literatura —cuentos, poemas, ensayos y reseñas bibliográficas— la revista tiene secciones sobre cine, teatro, plástica, música, humor y dos que quiero particularmente: la infantil y la de opinión: “dar la cara”. Estuve a cargo de la dirección hasta el nº 55 a fin del 2012, ahora lo hace Gustavo Olaiz, desde Mar del Plata; la vice-dirección está a cargo de Cristina Mendiry, en Buenos Aires; yo sigo trabajando, claro; el haber dejado el cargo me da tiempo y permiso para publicar en ella, cosa que antes no hacía (demasiado ocupada recibiendo, corrigiendo o seleccionando material, ja ja).

 

          5 — Y la treintañera, a la que había visto una vez, un sábado por la tarde, como invitada, en un Grupo de Reflexión sobre la Escritura al que yo concurría regularmente, ahí nomás, poco después, se radica en la urbe turística más poblada de la Argentina. ¿Qué te decidió a cambiar tu radicación? Sé que sos ingeniera naval: ¿llegaste a ejercer?

          MP — Cuenta mi madre que me trajo a veranear por primera vez a Mar del Plata cuando tenía apenas meses; desde entonces vinimos cada verano. Tenía once años cuando mis padres compraron un departamento, eso extendió mis estadías en la ciudad; veníamos apenas terminadas las clases —30 de noviembre en aquella época sin paros de maestros— y regresábamos el día anterior al inicio del ciclo —¡5 de marzo!, estaba prohibido llevarse materias, no convenía tampoco—. Ya adolescente empezaron las escapadas de fin de semana y, en la época de facultad, ya que la mencionás, nada impedía continuar con la playa. Debo haber estudiado media carrera en el espigón de la ya desaparecida Playa de los Ingleses o en las rocas de Playa Chica (había que buscar lugares sin ruido, alejados del tumulto). Me casé muy joven con un marino mercante que también amaba esta ciudad, soñábamos con “algún día venir a vivir a Mardel”, así que una vez recibida comenzamos a pasar sus licencias acá, o sea casi seis meses al año en forma alternada. Luego vinieron mis dos hijos —los criamos tan nómades como nosotros—, pero cuando la mayor estaba por comenzar la primaria tuvimos que fijar un lugar de residencia definitivo. Sin lugar a dudas ese lugar era Mar del Plata. Con respecto a mi profesión: ya radicada acá y sin familiares que me cubrieran las horas de trabajo en astillero (nunca quise dejar a mis hijos en otras manos), ni siquiera intenté salir a buscar trabajo —ya lo haría después, pensé— y abrí el primer taller literario DELAPALABRA en mi casa. Casi no había nada de eso acá, así que creció y creció y creció: seis talleres semanales, la colección de autores marplatenses del mismo nombre, el café literario, la revista, seminarios, viajes a encuentros o congresos nacionales e internacionales…  Mis chicos crecieron y cuando me pregunté quién era, qué era, qué quería hacer con mi vida y me respondí, yo también crecí. Ahora considero a la ingeniería como un pecado de juventud que volvería a cometer, pero se dio así. Muchas veces me preguntan sobre este tema pero no me explayo tanto; les pregunto: Vos sos médico y jugás tenis… ¿Y si hubieras tenido un excelente drive? ¿Y si hubieras empezado a ganar torneos y torneos, no habrías tomado la decisión que yo tomé? Como respuesta: simplemente se ríen.

 

En Chile 2011

          6 — Entiendo que el fallecido poeta Enrique Blanchard (1953-1999) —quien también participara como invitado un sábado por la tarde en el grupo de reflexión—, editor de tus dos primeros poemarios, ha sido alguien significativo en tu formación. ¿Nos hablarías de él? Es lamentable que el autor de “El locutor físico” y “Retrato de antifaz” no tenga casi difusión en la Red.

      MP — Toda mi formación la hice en talleres literarios. ¿Cuántos?: todos los que pude; eso es lo que hizo que esté en donde esté, que pueda compartir en los talleres lo que aprendí: todas las escuelas, todas las tendencias y estilos, diversas maneras de coordinar; hubo una época en la que hacía tres por semana. Hasta que di con otro… parnasiano lo voy a llamar, o mallarmeliano, y todo lo que significó el movimiento nuevo-milenista, o como lo denominan algunos, malditismo rioplatense. Sí, Blanchard fue decisivo en mi carrera literaria, un verdadero impacto. Un tipo trabajador, generoso y obsesivo en todo —eso quiere decir no sólo corrección de estilo sino también en lo que él llamaba la formación responsable del escritor de la modernidad—, siempre nos trató no como discípulos sino como escritores —lo que intento ahora yo hacer en los grupos DELAPALABRA—. No sé si no está difundido en internet, en realidad hay grupos en Facebook y la gente que estuvo a su lado se sigue reuniendo, escribiendo y promoviendo su obra; yo soy una de ellas.

 

Chile 2011

          7 — Tu función en “Puzzle” amerita que nos describas la novela, des a conocer a sus autores y nos trasmitas cómo fue concebida y gestada.

          MP“Puzzle” fue publicada como novela experimental en 2004­ —un juego para nosotros: once narradores que nos integramos en un seudónimo, Armand Piece—, luego se habló de novela sinfónica, una denominación demasiado rimbombante. Armand Piece es en realidad el seudónimo utilizado por un grupo de once narradores de Mar del Plata y la ciudad de Miramar para configurar esta novela experimental: Mónica Aramendi, Vilma Brugueras, Élida Correia, Edith Ruz de Colombo, Alejandro Gómez, Verónica González, Nancy Lucotti, Paula Marrafini, Guillermina Sánchez Magariños, Juan Mauricio Torres y yo. Surgió como desafío después de haber analizado y discutido la conferencia "Qué es un autor", presentada por Michel Foucault a la Sociedad Francesa de Filosofía en 1969. En dicha conferencia se partía de una formulación de Beckett: "Qué importa quién habla" y por qué la presencia o desaparición del autor se había convertido en tema dominante para la crítica. "La obra que tenía el deber de traer la inmortalidad —afirmaba Foucault— recibe ahora el derecho de matar, de ser asesina de su autor". Nos gustó la idea y de ella nació la propuesta: escribir una novela experimental (no con múltiples narradores sino con múltiples escritores, lo que nos conduciría por consiguiente hacia una enmarañada selva con saltos cualitativos, variadas posiciones de autor, distintos puntos de vista, desiguales tonos discursivos, secuencias contradictorias, diferentes tiempos narrativos). ¿Inmanejable? Eso parecía, pero teníamos frente a nosotros la frase de Goethe: Cualquier cosa que puedas o sueñes hacer, empiézala”, y nos lanzamos a la aventura entre lícita y blasfema de abordarla; total no tendría reglas ni autor, de manera que tampoco habría trasgresión y por lo tanto, nunca castigo. Si como dijo Foucault: "La escritura se despliega como un juego que infaliblemente va siempre más allá de sus reglas", nosotros ya estábamos jugando, y la desaparición del nombre propio o de las marcas individuales no era en absoluto trascendente. Este sacrificio sería, para cada uno de los miembros del grupo, voluntario. Teníamos el punto de partida y no una sino once voluntades dispuestas a regir, ordenar, dar forma a los distintos personajes, adecuarlos a las situaciones creadas, y por supuesto el regreso al origen (reunión semanal, café, mate o whisky mediante) como punto de confluencia en donde las contradicciones podían discutirse y resolverse. El puzzle se fue troquelando, esto nos llevó un año y medio de trabajo, entonces descubrimos que la pregunta no es quién escribe la obra sino desde dónde se ejerce esta función. La respuesta: desde las distintas capas discursivas que conforman el cuerpo textual de la novela. Fue así como cada uno de los once escritores fue perdiendo su identidad de troquel y adaptándose a la trama que exigía la ficción, borrándose en beneficio del carácter cada vez más sólido de este rompecabezas. Es verdad, por momentos pensamos que sería imposible; tuvimos muchas páginas de descarte y días de desánimo, pero también períodos increíblemente fecundos, de trabajo tan intenso que sentíamos que literalmente se nos rompería la cabeza. En realidad la novela es bastante mala, lo maravilloso y enriquecedor fue la experiencia. Primero elegimos el género: sería un policial porque lo consideramos más fácil de tramar; después cada uno de los autores (menos yo que oficiaría de comodín o DT) eligió un personaje que escribiría en primera persona. Nos reuniríamos una vez a la semana, el orden de lectura sería el de llegada y eso condicionaba el argumento, los restantes debían ajustarse a los cambios y elementos introducidos por el anterior. Era muy gracioso, porque si te llegaban a matar en alguna de esas semanas, quedabas fuera del proyecto (ahora en serio: igualmente se leía todo y si la segunda o tercera propuesta era mejor, se hacían los ajustes necesarios). Así la novela fue avanzando hasta ponerle el punto final. El problema fue lo que vino después: tardamos mucho en corregirla y darle su forma definitiva. Por ejemplo, se eligieron a los tres autores que tenían un tono más neutro y pasaron a fundirse para narrar en tercera persona; había incongruencias: en pagina 4 alguien vivía en Libertad y la Costa y en la página 76 iba al bar a la vuelta de su casa, en Luro y Salta… Y aunque todos los autores se esforzaron mucho por diferenciar las voces de los personajes, por último se eligió incorporar elementos de la “concreta” para ayudar al lector. Tendrías que verlo: hay un falopero tartamudo que tiene lagunas; desde lo visual sus páginas no tienen puntuación sino espacios más                largos o más cortos o nolostiene en absoluto. El policía escribe en Courier New, las cartas están en manuscrita… ¿Me explico? Por último, como coordinadora del grupo hice ajustes, escribí rellenos, incorporé nexos, barajé capítulos… La presentación fue en un teatro. Cada uno vestido de su personaje e interpretándolo; a mí me tocó algo así como un mago fantasma que se metía por aquí y por allá, varita mágica en mano. Pero te decía lo de la experiencia: todos crecimos. Era necesario tirar por tierra el ego del escritor y escribir casi desde el anonimato. Acá lo importante era la obra. Si bien al final explico quiénes participaron, en ningún lugar dice Fulano escribió esta parte, Zutano esta otra, o yo aquella de más allá. Eso es humildad. O una verdadera locura.

 

*

 

Marcela Predieri selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

Faltan Los Barcos

 

Es necesario invadir sus secretos

las horas de agua que se trepan

   fértiles de anclas y arena hasta el nido de la noche

las bocas de esos hombres que ofrecen la pleamar

         y se abrazan a los puertos

 

Sin rastros

             se pierden los nombres de las mujeres del bar

como las estelas tras la rompiente irremediable

y sus bocas de rouge

                 arrancadas con el revés de las manos

                                                        o la memoria

 

Porque ellas saben guardar entre billetes su saliva

bautizan con champagne la pieza que debe de mañana

                                       mantener las ventanas abiertas

mientras se dejan inspeccionar por el sol

y cuadrillas de viento descarnan de los techos

                                                     el jadeo de los clientes

 

No hay en ellas rencor ni caricias

Tras haber deshabitado la noche

                                          beben café despacio

cepillan sus dientes y los cabellos enmarañados

porque la pena no es pena mientras entre sus muslos

                      esté caliente aun el recuerdo de la paga

 

Tal vez alguna novata llore

Aprenderá

          —dice la mujer con arrugas en las sienes—

el segundo o el cuarto ya no importan

y la besará en la boca

                   como una madre

 

Al costado de la cortina

                       la rubia joven se depila una pierna

se arranca uno a uno los marineros de esa tarde   

y es tan bello verla apareada al sol

          con sus ojos de sueño de mediodía

aunque cargue olor a vino

un mal recuerdo que dormirá hasta que el sol

                              caiga exhausto detrás del horizonte

Entonces arqueará las cejas y recortará sus labios

será otra vez yegua ensillada

un portaligas rojo o un corsette para su alma

quizá dulzura de mentira y de duraznos

como de duraznos los ojos

                    y el latir de su cuello ebrio de sábanas

 

En ella me encuentro

                             hoy a solas

para beber su soledad

 

Está calzando anillos en los dedos de los pies

Yo me visto de luto

                                Acaso por el miedo

 

                                                                                  

                                                                      (de “Ébano”)

 

 

*

 

Repensado

 

 

Ahí está Eva

hueca del aliento

de la deidad

 

Ante su muerta nonata

el hombre acaricia

harto

          sus ojos

zarcillos de la desnudez

 

Viendo tender a su Hijo los brazos

en cruz llora el Fiel

             su omnisapiencia

 

Lo cercano ha pasado en el futuro

 

Sin pudor de tempestades

la parra hincha sus pulmones

y Eva se levanta

 

Un río de manzanas

desterradas para siempre

bautiza de semen

           la sangre de sus muslos

 

 

 

                                              (de “La pancarta”)

 

 

 

*

 

 

 

Soy gemelo a mí mismo en otra muerte

Puedo ser un salto al infinito vacío de tus ojos

 o un pájaro lleno de silencios

Estoy desfigurado de mi ser

Hoy el cuervo acelera los retornos

y sólo la noche

        hembra madre del destierro

puede devolverme al seno del cansancio

 

Yo que fui espejo en los ojos de aquellas madres

        que recibían a sus muertos

vi bajar de los trenes

        en guirnaldas

        aquellos cuerpos enhebrados

Ya no asustaba a las vecinas

que en los ataúdes sembraran crisantemos

Era setiembre en casa de mi padre

   cuando las mujeres cargaron sus semillas

 

Recuerda

               He enterrado

esa desesperación incesante de volver sin mí

Mírame

         Yo sabía del aroma a azahar en los naranjos 

y he visto el rostro de Dios llorando sangre

Dame Señor un poco de tus náuseas

un poco de tu llanto 

             o tu vergüenza

Estoy en cópula con las llaves del infierno

hay una bestia en mí

         insaciable de coágulos y exilios

Pero el tiempo cauteriza el hedor de la carne

                     No sé si pueda recordar

 

Ante un sol verdugo

          afiebrado de sentencias

la guerra zurce prolija nuestras llagas

 

 

 

                                (Fragmento adaptado de “Invierta un hijo”)

 

 

 

*

 

 

La Viuda Negra

 

Mis amantes saben que para escribir

me hace falta su ausencia

Por eso se conjuran en aquelarre

             solícitos me dejan sola

                                           por piedad

y desde el rincón de las sombras

como un voyeur

                         me espían

 

Murmuran:

                  Marcela está creando

                                 se muere 

                                      

pero les gusta cómo escribo

                         y consienten

que acabe con la pena entre los muslos

                 sobre la cama revuelta

 

Ellos necesitan que escupa metáforas con olor a vino

                desean mi lengua amoratada

 

Tal vez sea tiempo de invitar a la poesía a casa

                              reconocer mi necedad de araña

obstinada en bordar sólo suicidios sobre la tela

y clavarle los colmillos al recuerdo

                                      después de la cópula

 

 

                                          (de la Antología “Mar del Plata en boca de todos”, Ed. Martín, 2011)

 

 

*

 

La noche de la caridad

 

Estoy fumando un cigarrillo

en el umbral de una casa que no es mía

mientras miro al helicóptero

que patrulla las calles a mil dólares la hora

 

Me pregunto si habrá visto

sin muletas

vagar a la ciudad bajo la mugre

o mis ganas de abrazar a un hombre

que no es éste

que acaba de morir de frío a mi costado

 

La calma aúlla

       No bastan manos en rosario

para acunar locas y perros

 

Me descalzo el pucho y la cojera

Esta noche seré infiel

 

En mí

        la jauría de todos los hombres

babeará revolución

 

 

                           (de la Antología “Sobre rieles”, Ed. Martín, 2009)

 

*

 

Desaparecido

 

Todavía sangra entre las baldosas

la mano del último gesto

                         esa historia cotidiana

de espanto y levadura

                         un olor quizás ajeno

a la nariz de la tarde

 

Mientras hombres en fardo

abotonan insignias en fiesta de tenazas

el sol recuesta su cansancio

                                    cara al pueblo

 

(hay algo absurdo

en los nudillos apretados de los débiles)

 

Hermano intacto:

                        tu nombre aún late

bajo el cobijo de la ausencia

 

 

                                                       (deLos andamiajes del miedo”)

 

 

 

*

Marcela Predieri con Miguel Mella, Enrique Blanchard, Alejandro Palermo, J. C. Gil, etc

Marcela Predieri en Chile en 2011

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Mar del Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos 400 kilómetros, Marcela Predieri y Rolando Revagliatti.

 

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http://www.revagliatti.com/051214_predi.html