Marcela Predieri: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Marcela Predieri
nació el 9 de junio de 1960 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina. Desde
1991 reside en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos
Aires. Entre 1989 y 2007 publicó los poemarios
“Sangre de amarras”,
“Invierta un hijo”,
“La
pancarta”,
“Los andamiajes del miedo”,
“Ébano”. Su quehacer
literario fue incluido en antologías de poesía, de poemas
ilustrados, de relatos, de cuentos, de cuentos infantiles. Desde
2006 coordina libros colectivos de cuentos y poemas, tal como lo
hizo con la novela experimental
“Puzzle”, concebida entre once narradores.
Además de integrar los equipos hacedores de diversas revistas,
dirigió dos: “La Mazmorra” y “La Avispa”. Colabora en el diario “La Capital” de Mar del Plata y
suele ser convocada para integrar el jurado de concursos y
dictar conferencias. Desde el 2000 organiza el Café Cultural
“De la Palabra” y está al
frente de la Colección De la Palabra, con más de setenta
títulos, muchos de los cuales ha prologado. También De la
Palabra se denominan los grupos de estudio y creación literaria
que fundó hace veintidós años. Entre otros, obtuvo el Premio
Lobo de Mar a la Cultura 2004 en
reconocimiento a su aporte a las Letras Marplatenses, otorgado
por la Fundación Toledo.
Fue vice-presidenta de
la Sociedad Argentina de Escritores, filial
Atlántica, en 1994 y 1995. Participó en festivales y congresos
no sólo nacionales, sino también en Lima, Perú, 2008, abordando
la temática Arte y Salud Mental; en Bucaramanga, Colombia, 2009,
exponiendo sobre Identidad Literaria Argentina; en Oaxaca,
México, 2010, dictando el seminario Teoría del Cuento Argentino.
Desde 2001 prepara a algunos de sus talleristas egresados como
coordinadores de talleres. Durante 2004, conjuntamente con la
licenciada Karina Krol, impulsó el proyecto de extensión Markas,
interdisciplinario —psicología y letras— y el curso de formación
en la lectoescritura para bibliotecarios en la Biblioteca de Naciones
Unidas. Entre 2006 y 2009 incorporó a sus actividades la
propuesta Palabra Clara, para internos de
la Clínica Psiquiátrica “Clara del Mar”.
1 — ¿En “La
Capital” colaborás con crítica bibliográfica, con textos
literarios, con artículos periodísticos? Y “La Mazmorra”,
revista que no creo haber conocido: ¿merece que la evoques?
MP
— Mientras estuvo Pedro Leguizamón como director del suplemento
de Arte y Cultura de “La Capital”, colaboré con las
reseñas bibliográficas cada semana; después eso se fue
espaciando (en realidad dejaron de enviarme libros y yo
aproveché para comentar aquellos que me gustaban mucho aunque me
llegaran por otras vías). Por supuesto, desde entonces no he
dejado de colaborar con cuentos, poemas y ensayos breves. Y “La
Mazmorra”, ¡ja, ja! Sólo salió un número. Estábamos en ella
todos condenados, como corresponde a cualquier revista literaria
que se precie.
2 — En tanto
involucrada orgánicamente con la salud mental desde tu lugar de
escritora, comparto con vos un fragmento del ensayo “Antonin
Artaud, el enemigo de la sociedad” del poeta argentino Aldo
Pellegrini (1903-1973: “La
locura representa una ruptura total del molde que se denomina
mentalidad del hombre normal, y por ello no sólo prescinde de
todas las normas convencionales, sino que vive directamente en
el mundo de la imaginación. De ahí el estrecho contacto de la
locura con la poesía. Pero lo que el poeta se limita a volcar en
el verbo, el loco lo vive integralmente.”
MP
— Hasta que me radiqué en Mar del Plata, de esto hace ya más de
veinte años, sabía sobre este tema tanto como la mayoría, o sea
muy poco, y tenía una visión absolutamente romántica sobre su
relación con el arte. Uno de mis primeros trabajos acá fue la de
encargarme de las reseñas bibliografías para el diario “La Capital”. Me hacían llegar
entre ocho y diez libros por mes para leer y comentar. Una
tarde, entre ellos llegaron tres de un poeta local a quien no
conocía ni había sentido antes nombrar. Los leí y cosa extraña
—ya que en estos casos debía elegir sólo uno—, en lugar de hacer
la reseña solicité encarar una nota sobre el conjunto. ¡Tanto
me habían impactado! Se trataba de tres poemarios de Jorge
Lemoine escritos a finales de los ‘80. Para la misma época, allá
por los ‘90, conocí al poeta
René Villar. Fascinada como buena poeta treintañera con
Artaud, me encontraba de pronto con que Mar del Plata tenía sus
propios Artaud, pero era casi imposible dialogar con ellos,
trabajar y hasta a veces, tratar… Sin embargo, esos “locos”
tenían dosis de talento admirables. No sabía qué hacer, así que
me obsesioné con el tema de arte y salud mental. Leí, estudié,
hice seminarios, trabajé —durante diez años— en La Rada, un centro de arte y
salud, donde recibía, además de gente que quería pulir o
desarrollar su estilo en mis talleres literarios, a personas con
padecimiento mental, adictos y alcohólicos en recuperación, la
mayoría de las veces derivados por sus psicólogos o psiquiatras.
Tiempo después coordiné junto con la licenciada Karina Krol, el
taller interdisciplinario Markas, para personas con angustias y
depresiones leves, y más tarde el taller Palabra Clara en la
clínica psiquiátrica Clara del Mar, donde trabajé casi tres
años. Quienes eran dados de alta asistían luego a los talleres
(sin que nadie supiera de sus patologías), a veces con AT
—acompañantes terapéuticos que se hacían pasar por alumnos—, y
encontraban en De la Palabra un lugar donde eran considerados
como escritores y no como pacientes. ¿Por qué lo hice? Porque
creo en el poder sanador del arte. Recuerdo el caso de un
paciente que vivía enfrascado en sus cuadernos, a tal punto que
había creado un idioma propio que incorporaba a sus trabajos; en
general, a casi ninguno de los talleristas internados les
interesaba comunicarse con el otro, pero éste era un caso
extremo. No obstante, a los pocos meses de asistir al grupo
empezó a poner entre paréntesis la traducción de esas frases en
su extraño idioma y, al año, lo había dejado de lado. Sí, el
arte sana, no la patología, pero sí el alma, el dolor y el
aislamiento con que conviven quienes la padecen. Por eso
trabajamos en La Rada con la emisora La Colifata en una jornada de
tres días a principios del 2000, y tiempo después ese mismo
proyecto radial lo encaramos junto a los chicos de radio La Azotea, para que se trasmitiera desde la clínica
Clara del Mar para toda la ciudad. Los llevábamos al Café “De la
Palabra” cada mes, con el enorme esfuerzo de acompañantes
terapéuticos y psicólogos (a razón de uno cada cuatro
pacientes), quienes hacían este trabajo en forma voluntaria en
grupos de a veinte o treinta. No eran presentados como pacientes
sino como talleristas o poetas invitados. Algunos, lo sé, se
preguntaban: “de dónde saca Marcela a toda esa gente” o
cuchicheaban acerca del ambiente
enrarecido del
bar… y dejaron de acompañarnos. Por la misma razón los
publicamos en “La Avispa”, porque los internos
en clínicas psiquiátricas siguen estando excluidos, hoy como
siglos atrás, y hay entre ellos muchos artistas que necesitan y
merecen ser escuchados. La creación artística les da esa
posibilidad. Vos citás:
“lo que el poeta se limita a volcar en el verbo, el loco lo vive
integralmente.”
Fijate en esto: es
también el caso de Jacobo Fijman, y aunque él no se reconociera
como enfermo mental, en su poema “Canto del Cisne” del libro
“Molino rojo”, define
a la demencia en un sentido total como “El camino más alto y más desierto”. En el volumen
“Conversaciones
con Pichón Riviere”, de Zito Lema, Pichón dice algo que creo todos
compartimos: “Es la poesía
la que muestra como ningún otro medio, la débil línea entre el
cielo y el infierno, la vida y la muerte, la salud y la
demencia, pero no hay que olvidar lo que escribió Chesterton:
‘El loco lo pierde todo menos la razón’”.
Por eso me gustaría también hacer una breve referencia a
la literatura de hoy. Es fácil ver cómo la literatura, de los
‘90 hasta hoy, describe no al individuo enfermo sino a
toda la
sociedad enferma y lo
hace precisamente con una escritura “enferma”. La literatura de
hoy, igual que en la época de las vanguardias, mata lo
consagrado, busca otra cosa. Exige otro lenguaje, uno que
refleje que todo está fuera de los límites (y eso es locura),
ese lenguaje es fragmentario; como escribió Diana Bellessi:
“hoy se da la astillación
del lenguaje porque lo que se astilla es el hombre y la
sociedad”. Ambos parecen estar al borde… y, qué
coincidencia, hay una patología que aparece por asociación
sonoro-semántica: el
border. Un
borderline presenta los siguientes síntomas que, no me van a
poder negar son los de nuestra sociedad toda: inestabilidad
afectiva,
episodios de intensa irritabilidad o
ansiedad,
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"http://es.wikipedia.org/wiki/Ira"ra
y dificultades para controlarla, sentimientos de vacío,
impulsividad, alteración de la autoimagen, estrés elevado. Y
ahora presten atención a esto: la literatura puede también
tener
misión de borde… precisamente para evitar su caída. O sea que
tanto la locura como la literatura se transforman en un acto de
resistencia, y en algo liberador. Por último: ya no sólo a los
locos o a los creadores sino a todos la realidad nos resulta
insoportable; tal vez por eso aparece con increíble fuerza un
nuevo arte, esta nueva literatura que como decía Camus:
existe para no morir de
verdad.
Con el poeta Luis Arias Manzo en Chile -2011
3 —
Es a la autora de un libro cuyo título es
“Invierta un hijo” a
quien le transcribo un segundo fragmento del citado ensayo de
Pellegrini: “El nacimiento
es una sorpresa terriblemente dolorosa de la que nunca llega el
hombre a reponerse. Estamos marcados a perpetuidad por la
sorpresa del nacimiento. Pero además el nacimiento es un proceso
que no llega a complementarse en el curso de la vida, por más
prolongada que ésta sea. El hombre no acaba de nacer, y lo
sorprende la muerte sin haber podido completar el nacimiento.”
MP — No sé si
hablar del poemario
“Invierta un hijo”, que no es otra cosa que el diario de un
soldado de todas las guerras, o de la novela en la que estoy
trabajando ahora:
“De crecer y otras muertes
prematuras”. La muerte te sorprende, claro que sí. Tal vez
pueda contestarte con un poema de otro libro,
“Los andamiajes del miedo”,
poema titulado “Dejar de Ser”:
Quieta divisoria conduce a la caída / Desciendo / a inhalar
hondo / mi propia gestación // Todo es silencio /
y un jadeo inútil / que profundiza la asimetría de los
cuerpos // Cada porción de piel construye el infinito // Los
límites se expanden /
como si huyeran /
avergonzados / del residuo que dejan en el otro // Mueca
innominada / "Salir
requiere mil disfraces" . La frase encomillada es de Antonio Aliberti. Creo que todo
artista, y en especial los poetas, buscamos siempre entender las
cosas, la vida en definitiva, por eso escribimos. Pensá en la
palabra alumbramiento, de eso se trata nacer, pensá en dar a
luz… un hijo o un poema… No hacemos otra cosa que intentar poner
las cosas en claro. Y no sale. Eso no hace que deje de
intentarlo, aunque sea vanidad, como dice Eclesiastés: correr
tras el viento. Tal vez por eso tenga otro poema que hace
intertexto con eso; tiene como título “Correr antes de la
muerte”, porque no quiero vivir un abecedario incapaz de
pronunciar mi nombre. Hay quienes dicen que hay más tiempo que
vida. A mí no me asustaría tener menos tiempo si la intensidad
de lo vivido lo hubiese ya colmado, pero me queda mucho por
vivir todavía. Eso es descuido: creer que tenemos todo el tiempo
del mundo.
Marcela Predieri con Luis Arias Manzo y otros poetas, en Chile,
en 2011
4 — ¿Y “La Avispa”?...
MP — “La
Avispa” nació el 13 de junio —día del escritor— de 2000, con el
nº 0 como un pliego de encuentro que ofrecía a grupos,
instituciones y autores independientes la posibilidad de
funcionar como lazo que los contactara de alguna manera (para
esa época yo había contabilizado unos veinte grupos que se
caracterizaban por organizar sus actos siempre el mismo día y a
la misma hora, ja ja). Los invitamos entonces a acercarnos
textos, para hacer
difusión sobre todo de nuevos autores, gacetillas para que
dejaran de superponer actividades, y les ofrecimos una página
institucional; nosotros publicaríamos 1000 ejemplares de
distribución gratuita. La sorpresa fue enorme: las entidades nos
enviaban textos del presidente o del vice, edad promedio 83; las
actividades seguían superponiéndose, para que llegaran a tiempo
a la fecha de cierre con sus páginas había que correrlos o hacer
diez llamados telefónicos… pero los autores independientes y
jóvenes enviaban cada vez más material. Como repartíamos la
revista (en formato diario con cuatro
pliegos ya) en bares,
salas de espera y centros culturales, la gente empezó a pasarla
de mano en mano y como los miembros del staff solíamos y solemos
viajar bastante a encuentros o congresos literarios, en poco
tiempo se conoció afuera de Mar del Plata. Entonces la echamos a
volar. O dicho de otra manera, dijimos basta de hacer
beneficencia con instituciones que no quieren abrirse; nosotros
sí queremos. Cuando pensamos el nombre no fue el insecto lo que
nos sedujo sino la imagen del avispero: apenas sujeto por arriba
y una gran boca hacia abajo que crece y crece; había que volver
a eso: yo la dirigía, un grupo pequeño trabajaba en ella y
estábamos abiertos a recibir autores nuevos de todas las
estéticas. Así “La Avispa” empezó a crecer y a crecer; pasamos
del formato diario o pliego al cuadernillo 14 x 20, si mal no
recuerdo, en el nº 17, que fue cuando apareció también la
versión digital y se fundaron nuevas secciones no literarias.
Hoy tiene colaboradores de casi todas las provincias argentinas
y también de España y Latinoamérica (he viajado para presentarla
a Chile, Colombia, Uruguay, México y Cuba); hay muchos
escritores que piensan como nosotros con respecto a los lazos,
la apertura, el trabajo en red. Y no sólo escritores; por eso
además de literatura —cuentos, poemas, ensayos y reseñas
bibliográficas— la revista tiene secciones sobre cine, teatro,
plástica, música, humor y dos que quiero particularmente: la
infantil y la de opinión: “dar la cara”. Estuve a cargo de la
dirección hasta el nº 55 a fin del 2012, ahora lo hace Gustavo
Olaiz, desde Mar del Plata; la vice-dirección está a cargo de
Cristina Mendiry, en Buenos Aires; yo sigo trabajando, claro; el
haber dejado el cargo me da tiempo y permiso para publicar en
ella, cosa que antes no hacía (demasiado ocupada recibiendo,
corrigiendo o seleccionando material, ja ja).
5 — Y la
treintañera, a la que había visto una vez, un sábado por la
tarde, como invitada, en un Grupo de Reflexión sobre la
Escritura al que yo concurría regularmente, ahí nomás, poco
después, se radica en la urbe turística más poblada de la
Argentina. ¿Qué te decidió a cambiar tu radicación? Sé que sos
ingeniera naval: ¿llegaste a ejercer?
MP
— Cuenta mi madre que me trajo a veranear por primera vez a Mar
del Plata cuando tenía apenas meses; desde entonces vinimos cada
verano. Tenía once años cuando mis padres compraron un
departamento, eso extendió mis estadías en la ciudad; veníamos
apenas terminadas las clases —30 de noviembre en aquella época
sin paros de maestros— y regresábamos el día anterior al inicio
del ciclo —¡5 de marzo!, estaba prohibido llevarse materias, no
convenía tampoco—. Ya adolescente empezaron las escapadas de fin
de semana y, en la época de facultad, ya que la mencionás, nada
impedía continuar con la playa. Debo haber estudiado media
carrera en el espigón de la ya desaparecida Playa de los
Ingleses o en las rocas de Playa Chica (había que buscar lugares
sin ruido, alejados del tumulto). Me casé muy joven con un
marino mercante que también amaba esta ciudad, soñábamos con
“algún día venir a vivir a Mardel”, así que una vez recibida
comenzamos a pasar sus licencias acá, o sea casi seis meses al
año en forma alternada. Luego vinieron mis dos hijos —los
criamos tan nómades como nosotros—, pero cuando la mayor estaba
por comenzar la primaria tuvimos que fijar un lugar de
residencia definitivo. Sin lugar a dudas ese lugar era Mar del
Plata. Con respecto a mi profesión: ya radicada acá y sin
familiares que me cubrieran las horas de trabajo en astillero
(nunca quise dejar a mis hijos en otras manos), ni siquiera
intenté salir a buscar trabajo —ya lo haría después, pensé— y
abrí el primer taller literario DELAPALABRA en mi casa. Casi no
había nada de eso acá, así que creció y creció y creció: seis
talleres semanales, la colección de autores marplatenses del
mismo nombre, el café literario, la revista, seminarios, viajes
a encuentros o congresos nacionales e internacionales…
Mis chicos crecieron y cuando me pregunté quién era, qué
era, qué quería hacer con mi vida y me respondí, yo también
crecí. Ahora considero a la ingeniería como un pecado de
juventud que volvería a cometer, pero se dio así. Muchas veces
me preguntan sobre este tema pero no me explayo tanto; les
pregunto: Vos sos médico y jugás tenis… ¿Y
si hubieras tenido un excelente drive? ¿Y si hubieras empezado a
ganar torneos y torneos, no habrías tomado la decisión que yo
tomé? Como respuesta: simplemente
se ríen.
En Chile 2011
6 — Entiendo que
el fallecido poeta Enrique Blanchard (1953-1999) —quien también
participara como invitado un sábado por la tarde en el grupo de
reflexión—, editor de tus dos primeros poemarios, ha sido
alguien significativo en tu formación. ¿Nos hablarías de él? Es
lamentable que el autor de
“El locutor físico” y
“Retrato de antifaz” no tenga casi difusión en la Red.
MP — Toda mi
formación la hice en talleres literarios. ¿Cuántos?: todos los
que pude; eso es lo que hizo que esté en donde esté, que pueda
compartir en los talleres lo que aprendí: todas las escuelas,
todas las tendencias y estilos, diversas maneras de coordinar;
hubo una época en la que hacía tres por semana. Hasta que di con
otro… parnasiano lo voy a llamar, o mallarmeliano, y todo lo que
significó el movimiento nuevo-milenista, o como lo denominan
algunos, malditismo rioplatense. Sí, Blanchard fue decisivo en
mi carrera literaria, un verdadero impacto. Un tipo trabajador,
generoso y obsesivo en todo —eso quiere decir no sólo corrección
de estilo sino también en lo que él llamaba la formación
responsable del escritor de la modernidad—, siempre nos trató no
como discípulos sino como escritores —lo que intento ahora yo
hacer en los grupos DELAPALABRA—. No sé si no está difundido en
internet, en realidad hay grupos en Facebook y la gente que
estuvo a su lado se sigue reuniendo, escribiendo y promoviendo
su obra; yo soy una de ellas.
Chile 2011
7 — Tu función en
“Puzzle” amerita que
nos describas la novela, des a conocer a sus autores y nos
trasmitas cómo fue concebida y gestada.
MP
— “Puzzle” fue
publicada como novela experimental en 2004 —un juego para
nosotros: once narradores que nos integramos en un seudónimo,
Armand Piece—, luego se habló de novela sinfónica, una
denominación demasiado rimbombante.
Armand Piece
es en realidad el seudónimo utilizado por un grupo de once
narradores de Mar del Plata y la ciudad de Miramar para
configurar esta novela experimental: Mónica Aramendi, Vilma
Brugueras, Élida Correia, Edith Ruz de Colombo, Alejandro Gómez,
Verónica González, Nancy Lucotti, Paula Marrafini, Guillermina
Sánchez Magariños, Juan Mauricio Torres y yo. Surgió como
desafío después de haber analizado y discutido la conferencia
"Qué es un autor", presentada por
Michel Foucault
a la Sociedad Francesa de Filosofía en 1969. En dicha
conferencia se partía de una formulación de Beckett:
"Qué importa quién habla"
y por qué la presencia o desaparición del autor se había
convertido en tema dominante para la crítica.
"La obra que tenía el deber de traer la inmortalidad —afirmaba
Foucault— recibe ahora el
derecho de matar, de ser asesina de su autor". Nos gustó la
idea y de ella nació la propuesta: escribir una
novela experimental
(no con múltiples narradores sino con múltiples escritores,
lo que nos conduciría por consiguiente hacia una enmarañada
selva con saltos cualitativos, variadas posiciones de autor,
distintos puntos de vista, desiguales tonos discursivos,
secuencias contradictorias, diferentes tiempos narrativos).
¿Inmanejable? Eso parecía, pero teníamos frente a nosotros la
frase de Goethe: “Cualquier
cosa que puedas o sueñes hacer, empiézala”,
y nos lanzamos a la aventura entre lícita y blasfema
de abordarla; total no tendría reglas ni autor, de manera que
tampoco habría trasgresión y por lo tanto, nunca castigo. Si
como dijo Foucault: "La escritura se despliega como un juego que infaliblemente va siempre
más allá de sus reglas", nosotros ya estábamos jugando, y la
desaparición del nombre propio o de las marcas individuales no
era en absoluto trascendente. Este sacrificio sería, para cada
uno de los miembros del grupo, voluntario. Teníamos el punto de
partida y no una sino once voluntades dispuestas a regir,
ordenar, dar forma a los distintos personajes, adecuarlos a las
situaciones creadas, y por supuesto el regreso al origen
(reunión semanal, café, mate o whisky mediante) como punto de
confluencia en donde las contradicciones podían discutirse y
resolverse. El puzzle se fue troquelando, esto nos llevó un año
y medio de trabajo, entonces descubrimos que la pregunta no es
quién escribe la obra sino desde dónde se ejerce esta función.
La respuesta: desde las distintas capas discursivas que
conforman el cuerpo textual de la novela. Fue así como cada uno
de los once escritores fue perdiendo su identidad de troquel y
adaptándose a la trama que exigía la ficción, borrándose en
beneficio del carácter cada vez más sólido de este rompecabezas.
Es verdad, por momentos pensamos que sería imposible; tuvimos
muchas páginas de descarte y días de desánimo, pero también
períodos increíblemente fecundos, de trabajo tan intenso que
sentíamos que literalmente se nos
rompería la cabeza.
En realidad la novela es bastante mala, lo maravilloso y
enriquecedor fue la experiencia. Primero elegimos el género:
sería un policial porque lo consideramos más fácil de tramar;
después cada uno de los autores (menos yo que oficiaría de
comodín o DT) eligió un personaje que escribiría en primera
persona. Nos reuniríamos una vez a la semana, el orden de
lectura sería el de llegada y eso condicionaba el argumento, los
restantes debían ajustarse a los cambios y elementos
introducidos por el anterior. Era muy gracioso, porque si te
llegaban a matar en alguna de esas semanas, quedabas fuera del
proyecto (ahora en serio: igualmente se leía todo y si la
segunda o tercera propuesta era mejor, se hacían los ajustes
necesarios). Así la novela fue avanzando hasta ponerle el punto
final. El problema fue lo que vino después: tardamos mucho en
corregirla y darle su forma definitiva. Por ejemplo, se
eligieron a los tres autores que tenían un tono más neutro y
pasaron a fundirse para narrar en tercera persona; había
incongruencias: en pagina 4 alguien vivía en Libertad y la Costa
y en la página 76 iba al bar a la vuelta de su casa, en Luro y
Salta… Y aunque todos los autores se esforzaron mucho por
diferenciar las voces de los personajes, por último se eligió
incorporar elementos de la “concreta” para ayudar al lector.
Tendrías que verlo: hay un falopero tartamudo que tiene lagunas;
desde lo visual sus páginas no tienen puntuación sino espacios
más
largos o más cortos o nolostiene
en absoluto. El policía escribe en Courier New, las cartas están en manuscrita…
¿Me explico? Por último, como coordinadora del grupo hice
ajustes, escribí rellenos, incorporé nexos, barajé capítulos… La
presentación fue en un teatro. Cada uno vestido de su personaje
e interpretándolo; a mí me tocó algo así como un mago fantasma
que se metía por aquí y por allá, varita mágica en mano. Pero te
decía lo de la experiencia: todos crecimos. Era necesario tirar
por tierra el ego del escritor y escribir casi desde el
anonimato. Acá lo importante era la obra. Si bien al final
explico quiénes participaron, en ningún lugar dice Fulano
escribió esta parte, Zutano esta otra, o yo aquella de más allá.
Eso es humildad. O una verdadera locura.
*
Marcela Predieri selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
Faltan Los Barcos
Es necesario invadir sus secretos
las horas de agua que se trepan
fértiles de anclas y arena hasta el nido de la noche
las bocas de esos hombres que ofrecen la pleamar
y se abrazan a los puertos
Sin rastros
se pierden los nombres de las mujeres del bar
como las estelas tras la rompiente irremediable
y sus bocas de rouge
arrancadas con el revés de las manos
o
la memoria
Porque ellas saben guardar entre billetes su saliva
bautizan con champagne la pieza que debe de mañana
mantener las ventanas abiertas
mientras se dejan inspeccionar por el sol
y cuadrillas de viento descarnan de los techos
el jadeo de los clientes
No hay en ellas rencor ni caricias
Tras haber deshabitado la noche
beben café despacio
cepillan sus dientes y los cabellos enmarañados
porque la pena no es pena mientras entre sus muslos
esté caliente aun el recuerdo de la paga
Tal vez alguna novata llore
Aprenderá
—dice la mujer con arrugas en las sienes—
el segundo o el cuarto ya no importan
y la besará en la boca
como una madre
Al costado de la cortina
la rubia joven se depila una pierna
se arranca uno a uno los marineros de esa tarde
y es tan bello verla apareada al sol
con sus ojos de sueño de mediodía
aunque cargue olor a vino
un mal recuerdo que dormirá hasta que el sol
caiga exhausto detrás del horizonte
Entonces arqueará las cejas y recortará sus labios
será otra vez yegua ensillada
un portaligas rojo o un corsette para su alma
quizá dulzura de mentira y de duraznos
como de duraznos los ojos
y el latir de su cuello ebrio de sábanas
En ella me encuentro
hoy a solas
para beber su soledad
Está calzando anillos en los dedos de los pies
Yo me visto de luto
Acaso por el miedo
(de
“Ébano”)
*
Repensado
Ahí está Eva
hueca del aliento
de la deidad
Ante su muerta nonata
el hombre acaricia
harto
sus ojos
zarcillos de la desnudez
Viendo tender a su Hijo los brazos
en cruz llora el Fiel
su omnisapiencia
Lo cercano ha pasado en el futuro
Sin pudor de tempestades
la parra hincha sus pulmones
y Eva se levanta
Un río de manzanas
desterradas para siempre
bautiza de semen
la sangre de sus muslos
(de
“La pancarta”)
*
Soy gemelo a mí mismo en otra muerte
Puedo ser un salto al infinito vacío de tus ojos
o
un pájaro lleno de silencios
Estoy desfigurado de mi ser
Hoy el cuervo acelera los retornos
y sólo la noche
hembra madre del destierro
puede devolverme al seno del cansancio
Yo que fui espejo en los ojos de aquellas madres
que recibían a sus muertos
vi bajar de los trenes
en guirnaldas
aquellos cuerpos enhebrados
Ya no asustaba a las vecinas
que en los ataúdes sembraran crisantemos
Era setiembre en casa de mi padre
cuando las mujeres cargaron sus semillas
Recuerda
He enterrado
esa desesperación incesante de volver sin mí
Mírame
Yo sabía del aroma a azahar en los naranjos
y he visto el rostro de Dios llorando sangre
Dame Señor un poco de tus náuseas
un poco de tu llanto
o tu vergüenza
Estoy en cópula con las llaves del infierno
hay una bestia en mí
insaciable de coágulos y exilios
Pero el tiempo cauteriza el hedor de la carne
No sé si pueda recordar
Ante un sol verdugo
afiebrado de sentencias
la guerra zurce prolija nuestras llagas
(Fragmento
adaptado de “Invierta un hijo”)
*
La Viuda Negra
Mis amantes saben que para escribir
me hace falta su ausencia
Por eso se conjuran en aquelarre
solícitos me dejan sola
por piedad
y desde el rincón de las sombras
como un voyeur
me espían
Murmuran:
Marcela está creando
se
muere
pero les gusta cómo escribo
y consienten
que acabe con la pena entre los muslos
sobre la cama revuelta
Ellos necesitan que escupa metáforas con olor a vino
desean mi lengua amoratada
Tal vez sea tiempo de invitar a la poesía a casa
reconocer mi necedad de araña
obstinada en bordar sólo suicidios sobre la tela
y clavarle los colmillos al recuerdo
después de la cópula
(de
la Antología “Mar del Plata en boca de todos”, Ed. Martín, 2011)
*
La noche de la caridad
Estoy fumando un cigarrillo
en el umbral de una casa que no es mía
mientras miro al helicóptero
que patrulla las calles a mil dólares la hora
Me pregunto si habrá visto
sin muletas
vagar a la ciudad bajo la mugre
o mis ganas de abrazar a un hombre
que no es éste
que acaba de morir de frío a mi costado
La calma aúlla
No bastan manos en rosario
para acunar locas y perros
Me descalzo el pucho y la cojera
Esta noche seré infiel
En mí
la jauría de todos los hombres
babeará revolución
(de
la Antología “Sobre rieles”, Ed. Martín, 2009)
*
Desaparecido
Todavía sangra entre las baldosas
la mano del último gesto
esa historia cotidiana
de espanto y levadura
un olor quizás ajeno
a la nariz de la tarde
Mientras hombres en fardo
abotonan insignias en fiesta de tenazas
el sol recuesta su cansancio
cara al pueblo
(hay algo absurdo
en los nudillos apretados de los débiles)
Hermano intacto:
tu nombre aún late
bajo el cobijo de la ausencia
(de
“Los andamiajes del miedo”)
*
Marcela Predieri con Miguel Mella, Enrique Blanchard,
Alejandro Palermo, J. C. Gil, etc
Marcela Predieri en Chile en 2011
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de Mar del Plata y Buenos Aires, distantes entre sí
unos 400 kilómetros, Marcela Predieri y Rolando Revagliatti.
*
http://www.revagliatti.com/051214_predi.html
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