Marcelo Vernet, a mediados de
2016, aceptó ser entrevistado por mí a través del correo
electrónico. Es debido a una enfermedad suya que la nota no pudo
desarrollarse como ambos hubiésemos deseado. No nos conocimos
personalmente. Habremos conversado por teléfono en unas tres
ocasiones. La última fue el 3 de mayo de 2017. Es en enero de
2018 cuando me entero de que había fallecido unos meses antes.
Doy ahora a conocer lo que hemos logrado concretar.
Marcelo Vernet: sus
respuestas y poemas
Entrevista realizada
por Rolando Revagliatti
Marcelo Luis
Vernet nació el 18
de agosto de 1955 en La Plata, capital de la provincia de Buenos
Aires, ciudad en la que residía y donde falleció el 28 de agosto
de 2017, la Argentina. En 1983 obtuvo su título de Libretista y
Guionista de radio y televisión otorgado por el Instituto
Superior de Enseñanza de Radiodifusión (I. S. E. R.). Numerosas
responsabilidades asumió en la función pública: Director de
Cultura y Educación (1987-1989) y Director de Cultura y
Colectividades (1989-1991), Municipalidad de La Plata; Director
Provincial de Participación Comunitaria en Seguridad, Secretaría
de Seguridad y Justicia, Gobierno de la provincia de Río Negro
(julio 2012 / marzo 2013), entre otras. Coordinó talleres de
poesía; de escritura para niños y adolescentes; de enseñanza de
la redacción, para profesores de Letras; de técnicas de la
comunicación audiovisual, etc., en diversas instituciones
publicas y privadas. Dirigió “Hojas de Poesía Fénix”
(1978-1979), fue autor de radioteatros, guionista
cinematográfico, dramaturgo (“Era lindo Sandokán”, estrenada en
1985; “A saltar la pared”, estrenada en 1989); “Maluco” (en
co-autoría con Mario García, estrenada en 1993), redactor en
periódicos, productor teatral, coordinador general e impulsor de
múltiples iniciativas. Integró —fue tataranieto de Luis Vernet,
primer gobernador argentino en las Islas Malvinas— las
compilaciones “La cuestión
Malvinas en el marco del Bicentenario” (Observatorio
Cuestión Malvinas, Honorable Cámara de Diputados de la Nación,
2010) y “Diálogos por
Malvinas” (Embajada Argentina en Londres, 2014). Fue
incluido en las antologías
“Poesía 36 autores” (1999) y
“Naranjos de fascinante
música. Poesía contemporánea de amor en La Plata” (2003).
Compiló “Néstor Mux – Poesía reunida” (Ediciones al Margen, La Plata, 2000).
Publicó los poemarios
“Último tren” (2000),
“Don de profecía” (2005),
“Pasen la voz. Cantar de
gesta” (incluye los dos primeros y
“Razón de ser”,
conjunto de poemas inéditos, 2010) y
“Breviario” (subtitulado
“Cuaderno de viajes / Álbum de figuritas”, 2016). En 2016 se
editó su libro de ensayos
“La guerra por otros medios. Papeles de Malvinas”.
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Marcelo Vernet con su nieto Santiago en abril de 2016
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1 — Platense “de
raza”.
MV —
Nací en La Plata en 1955, año fatídico. Y
aquí he vivido siempre. A veces, con cotidianos alejamientos por
trabajar en tu ciudad. A veces, con más prolongadas ausencias
porque el trabajo me llevó demasiado lejos. Pero vivir, he
vivido siempre aquí.
En mi niñez tuve la inmensa fortuna de poder ser niño,
sin más. Un mundo de afecto y de sentirme cuidado. Lo valoro
mucho hoy. Nunca fue un tema recurrente en mi poesía o, al
menos, no me lo propuse. Acaso porque la niñez es natural e
intensamente poética como para poder ser poetizada con cierta
fuerza. Sin embargo, al repasar un poco mentalmente mis versos,
me di cuenta que están todos. Mis abuelos. Mi mamá y su larga
agonía. Mi papá, mucho. Mi hermano. El jardín de mi abuela. Tal
vez el tema del poema es otro pero necesité encarnarlo en estas
figuras familiares que están estrechamente ligadas al corazón de
mi infancia.
Mantengo algunos amigos que son de esa época. Es decir,
que nos queremos “enteros”, no por la mitad, como decía María
Elena Walsh. Con Emilio López Muro y Ludovico Tedeschi hoy
seguimos hermanados. Los tres éramos inseparables. Hoy, Ludovico
es sacerdote y Emilio, trotskista, militante del Partido Obrero.
¿Y yo? Sigo preguntándome qué voy a ser cuando sea grande. Con
otros, nos perdimos en rumbos diferentes. Y están aquellos como
Dardo Benavidez, mi amigo entrañable de la primera infancia, a
quien secuestraron y asesinaron en la última dictadura.
Mi adolescencia estuvo signada por la pasión. Todo lo
transitábamos con una intensidad que difícilmente pueda volver a
sentir. El tiempo ayudaba. Estaba en el aire. Cumplí quince años
en 1970. Para entonces ya era el poeta de la tribu. Mis versos,
escritos en servilletas de papel, apuntes del colegio, reverso
de cualquier cosa, circulaban entre amigos y amigas. Tuve una
fugaz consagración. En 1969, en la sección “Prosa y Verso” del
diario “El Día”, se publicó un texto mío, “Fósforos”. Un poco
más tarde, empecé a armar un personaje. Ansiaba que lloviznara
para salir con mi gorra gris, una pipa, y algunos amigos a tomar
ginebra de noche, en el bar Rivadavia. Había leído
“Las iluminaciones” y
“Una temporada en el
infierno”, de Arthur Rimbaud. También una novelita, no
recuerdo el autor, “El día
en llamas”. Una mala biografía de Rimbaud. En fin, me gustó
jugar al poeta maldito. Pero no era muy maldito ni muy poeta.
Canalicé un poco esta vena en el rock, que crecía con fuerza.
Fue una gran alegría que algún poemita mío terminara siendo una
canción que interpretaba una banda de amigos.
En lo literario, y más, me han quedado de esa época dos
grandes amistades que marcaron mi vida y mi escritura: Antonio
Machado y Hugo Anad. A Machado lo había conocido gracias a
Joan-Manuel Serrat. Pero recuerdo particularmente mi cumpleaños
de quince. Me regalaron, entre varios, una edición de Losada,
tapa dura, con una selección de poemas de Antonio Machado.
“Al más poeta del grupo”
decía la dedicatoria. No lo llamaría un deslumbramiento. Fue
algo más insondable. Fue el inicio de una serena
“conversa”
que hoy continúa. Juan de Mairena ha sido, sin duda, mi
maestro. Más allá del estilo, descubrí en Machado una vocación
profunda para mi oficio: tratar de hablar con voz humana.
Sencilla, íntimamente. De entre los nuestros, bastante después,
fue Néstor Mux el que reforzó en mí esta búsqueda. Me enseñó
mucho. No necesariamente aprendí.
En cuanto a Hugo Anad, fue mi profesor de Literatura en
quinto año del bachillerato. Era 1973. ¡Qué año! Cuarenta y tres
años después, sigue siendo mi profesor. Cada vez que escribo
algo, lo primero que advierto es deseos de que lo lea Hugo.
Ahora, con el correo electrónico es más fácil. Termino de
redondear un texto y va el correo para Hugo. Tuve el privilegio
de conocer a un Juan de Mairena de carne y hueso, al final de mi
secundaria, en el Colegio San Luis. Y hoy, Don Antonio y Hugo se
mezclan en mi corazón.
Marcelo Vernet con Lyubomir Nikolov, Carlos Aprea y Raúl
Ordenavía
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Marcelo Vernet con Miguel Ángel García
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Marcelo Vernet con Mario Volpe, presidente del Cecim La
Plata, en el Museo Malvinas, en la ex ESMA
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Marcelo Vernet con María Fernanda Cañás y Mario Volpe, en
el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, en 2015
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2 — En efecto:
1973: ¡qué año!...
MV — Como para
tantos argentinos fue un año clave, una bisagra. Venía de grupos
de Iglesia.
Medellín, la Iglesia Latinoamericana. Un poco de la Teología de
la Liberación (de ojito), Hélder Câmara, la Biblia
Latinoamericana, los primeros balbuceos con la
“Pedagogía del oprimido” y “La
educación como práctica de la libertad”, de Paulo Freire. En
julio de ese año conocimos al obispo Enrique Angelelli en la
provincia de La Rioja. Hacía poco había asumido Héctor José
Cámpora la presidencia de la Nación. Fue impactante tratarlo e
imbuirnos de la experiencia de la Iglesia riojana, de CODETRAL,
la cooperativa agraria que impulsaba la Iglesia. La lucha por la
expropiación del latifundio Aminga. Ese verano, 1974, volvimos
algunos a La Rioja ya para quedarnos un tiempo prolongado. Una
tercera en 1975. Lo que era de papel se encarnaba,
luminosamente. Acompañamos al Padre Obispo a una
“confirma” en
Vichigasta, el santo patrono del pueblo era San Buenaventura.
Trabajamos un tiempo en “La Estrella”, una parcela donde se
cultivaba de todo. Recuerdo las sandías más grandes que haya
visto en mi vida. En Sañogasta conocimos a Wenceslao Pedernera,
a Coca, su esposa y sus tres hijitas. Teníamos que construir un
comedor comunitario en la parroquia. Wenceslao, el Caudillo,
como le decían, era nuestro maestro y paciente capataz. Con él
aprendí a hacer el pastón, a encofrar; con él aprendí el valor
de una vida íntegra, de un compromiso sin estridencias pero de
amor total a sus paisanos. Era bueno con la vid, con la nuez,
con lo que fuera. Era un caudillo de los trabajadores agrarios,
sin duda. Supe después que en julio de 1976 un grupo de tareas
fue de noche a su casa. Golpearon la puerta y cuando Wenceslao
salió, lo mataron de diez balazos delante de su mujer y sus
hijitas. Conocimos a los sacerdotes franceses Paco Dalteroch y
Andrés Serieye, que habían llegado a la diócesis de La Rioja, al
impulso de la Teología de la Liberación; en Famatina, a las
Hermanas que habían fundado el primer sindicato de empleadas
domésticas (ellas mismas ejercían ese oficio); al Padre Agueda
Pucheta, que en 1972, en la capilla de San José de las Campanas
de su parroquia de Famatina, había recibido una tremenda paliza.
Los dueños de la tierra tienen su propio dios.
Cuando a fines del ‘75 escribí para avisar que iba para
allá en el verano, recibí una carta que en lenguaje cifrado me
sugería que no fuera hasta que me avisaran. Nunca llegaron a
avisarme: antes llegó la muerte. Al obispo Angelelli lo
asesinaron, al igual que al Padre Carlos de Dios Murias y
Gabriel Longueville. Wenceslao, asesinado. Paco y Andrés
lograron escapar a Francia.
En 1974 había ingresado a la Universidad de La Plata,
inscripto en dos carreras: Antropología, en el Museo de Ciencias
Naturales, y el Profesorado de Letras en la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. Para mí, la principal
era Antropología. Y esto, Antropología Cultural, motivado por
mis viajes a La Rioja, que se extendieron a las provincias de
Catamarca, Jujuy, Salta y una breve convivencia con una
comunidad wichi en Tartagal, en la Misión San Benito, que por
entonces dirigía un sacerdote jesuita.
Como muchos de mi generación fui pasando de los grupos de
iglesia a la militancia política. A fines del verano de 1975
decidí ingresar a la Juventud Universitaria Peronista (JUP), en
la Facultad de Humanidades. En ese primer grupo conocí a mi
esposa, María del Valle. Fueron años de vértigo, de esperanza
compartida, de una profunda vivencia del compañerismo, de
alegría y euforia, por momentos, de dolor. Pasé a la JUP de la
Facultad de Ciencias Naturales, donde participé de la militancia
universitaria. Las asambleas, el Centro de Estudiantes, la Lista
Azul y Blanca. Después de unos meses volví a Humanidades. La
situación se complicaba cada vez más. La historia es muy
conocida. En marzo de 1976, el golpe de estado. Para fines de
ese año la masacre era ostensible y extendida, ya muchos
compañeros y compañeras habían sido chupados o asesinados en la
calle, en supuestos enfrentamientos. Hay tantos nombres, tantos
rostros queridos. Debo mencionar algunos. Nombrarlos. Juan
Miguel Iglesias: habíamos hecho juntos el recorrido de los
grupos de iglesia a la política. Era un amigo entrañable. Lo
secuestraron en La Plata, en febrero de 1977. Le debo la vida.
Años después, con su madre, pudimos reconstruir su calvario
hasta que lo asesinaron. Elsita Nocent: venía de una profunda
vivencia cristiana, que seguía practicando con naturalidad.
Siempre dispuesta a servir, a brindarse. La última vez que la vi
con vida fue hacia fines de 1976. Un día de primavera, tan
lindo. Nos dimos una cita en la localidad de Gonnet, en la
República de los Niños. Estaba demacrada, hacía varias noches
que dormía en cualquier lado, en baños públicos. No era la
única. Cuando caía un compañero que conocía nuestra casa, nos
íbamos, por seguridad. Pero ya a esa altura, muchas veces no
había dónde ir. Fue inútil tratar de persuadirla para que se
vaya de La Plata. El Brujo (Eduardo Valentini), fue mi primer
responsable. Un compañero que no olvidaré mientras viva. Lo
acribillaron en diciembre de 1976. Daniel Favero (Severino):
fuimos compañeros de militancia y, durante unos meses de 1976,
también de trabajo. Era fuera de La Plata, viajábamos mayormente
en tren. No olvido nuestras charlas en el viaje. Era un buen
poeta y buen cantor. Releo con asiduidad sus poemas que,
felizmente, se salvaron y fueron editados. La última vez que lo
vi fue en algo parecido a un festejo de Navidad en diciembre de
1976. Lo había invitado a comer pizza en El Ceibo, un boliche
que estaba en Plaza Italia. Fui con María. Por más que hubiera
vino era difícil brindar. Estábamos rodeados de muertes y
desapariciones cercanas y queridas. Hacía un tiempo que no nos
veíamos. Hablamos, un poco en susurros, de la situación, del
futuro. Le manifesté que nos estaban cazando como a patos, que
nuestros movimientos eran previsibles, que las citas de
seguridad, en numerosas ocasiones, eran trampas caza bobos. En
fin, no tiene importancia. Pero sí su respuesta. Me escuchó con
el afecto de siempre. Me contestó:
“Aunque yo supiera que soy
el último, y no hay ninguna esperanza, no me iría. No podría
irme. Por mí. Por los compañeros muertos”. Recuerdo con
demasiada frecuencia su respuesta.
Marcelo Vernet - En foto de nota en diario El Argentino, de
1973
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Marcelo Vernet con su amigo Serapio
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Marcelo Vernet con Daniel Filmus, Raúl
Ordenavía, Uriel Erlich, Stella Maris Iriart, Clara Vernet con
Santiago Morini en brazos y Marcela Inchausti
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3 — ¿María es de
La Plata?
MV — Era de Jujuy y se
fue para su casa. Yo anduve yirando. Yendo y viniendo de La
Plata. Con todo, en febrero de 1977 hice las locuras más
grandes, sobre todo por la situación de Juan Miguel Iglesias:
había caído una casa que lo involucraba directamente. Creo que,
además de la amistad, necesitaba demostrarme que no era el
miedo, simple y natural, lo que guiaba mis decisiones. A lo
largo de mi vida tuve varias veces situaciones riesgosas; muchos
años de trabajo en Seguridad me las brindaron. Las encaré con
cierto alegre coraje, para demostrarme que no fue por miedo. Aún
no me lo demostré. Tal vez, cuando vea a la muerte cara a cara
lo converse con ella. En marzo de 1977 me fui a Jujuy a
encontrarme con María. Todo ese año estuvimos parte en Jujuy,
parte en La Plata, enclaustrados, desvinculados de la
militancia. Años después me enteré que a Daniel Favero y su
compañera, Paula, los habían asesinado en la puerta de su casa,
a mediados de 1977.
Me he demorado en estos pocos años, de 1973 a 1977,
porque marcaron mi existencia y buena parte de mi poesía. La que
escribí durante esos años quedó inédita y extraviada. Aquellos
versos eran para ser dichos, para que vivieran en el aire. De
hecho, los llamaba
“canciones”, aunque no tuvieran música. Armaba libros, a
veces manuscritos o tipiados a máquina, con tapa, encuadernación
de ganchitos, ilustraciones. “Canciones para la Patria pequeña y
otras canciones”, “Canciones rengas y monólogos forzados”. En
fin, Miguel Hernández, León Felipe, Nicolás Guillén, sonaban en
mis versos. Pero así fui forjando un lenguaje y un tono propio,
apenas balbuceado.
Papá había muerto en mayo de 1977, en medio de angustias
y temores. Antes había fallecido en Jujuy el padre de María.
Entre 1978 y 1983 tratamos de rearmarnos y ganarnos la vida.
Varios oficios fugaces: fletero en el Mercado de La Plata,
operario en la fundición de una fábrica siderúrgica... Pero lo
central fue que con María abrimos una vinería y, después, un
kiosco. Lo destaco porque esos negocios se transformaron en el
ámbito natural de reuniones de un pequeño grupo “literario” (las
comillas son apropiadas). Con nosotros, principalmente, Gustavo
Bruno y Guillermo Eduardo Pilía. Es que parte del rearme de vida
fue volver a cursar Letras. No funcionó. Pero me relacionó con
jóvenes que iniciaban la carrera. Yo era un forastero en ese
mundo. Nos separaban, apenas, cuatro años de edad. Ellos fueron
muy generosos conmigo. Pilía era el más activo. Nos vinculaba
con otros grupos. Recuerdo a Carlos Barbarito y, muy
especialmente, a Julio Parissi y sus bellos dibujos. Una persona
luminosa. Etapa, aquella, alegre y sanadora. Hablar de poesía
hasta muy tarde en la noche. Descubrir a Saint John Perse, a
Cesare Pavese y su
“Lavorare stanca”, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo,
Georg Trakl y su oscura belleza. Leía mucho, escribía mucho. Y
los proyectos, un poco de estudiantina. La publicación de “Hojas
de Poesía”; la revista “Fénix”, en la que tanto trabajamos, sin
siquiera poder socializar un número 0. Los poetas de la ciudad:
Norberto Antonio, Patricia Coto, el Grupo Latencia, César
Cantoni, Osvaldo Ballina. Por supuesto, Néstor Mux. El encuentro
con los maestros de nuestra ciudad. Horacio Castillo y su
interminable generosidad. La apertura del Ateneo de Estudios
Humanísticos “Per Abat”, con Guillermo Pilía, fue uno de los
últimos emprendimientos de ese tiempo. El nombre extenso y un
poco pomposo intentaba disimular nuestra extrema pobreza. Dirigí
el taller de poesía. Mis dos primeros “alumnos” (las comillas
son necesarias) fueron dos muchachitos que empezaban la carrera
de Letras: el poeta Mario Arteca y el novelista Esteban López
Brusa. Cada tanto me los cruzo en la ciudad. Ellos dicen estar
agradecidos. Yo digo que soy un hombre afortunado. Transité con
entusiasmo ese mundo, aunque siempre un poco de afuera. Lo
balconeaba.
En enero de 1981 nos casamos con María, en la Iglesia San
Francisco de Asís, de La Plata. Al poco tiempo nació nuestra
primera hija. Tuvimos seis hijos: María Clara, José Luis,
Francisco, Marcelo, Joaquín y Ezequiel. Hoy se han sumado ocho
nietos. Tan lindos. En 1982 cerramos los negocios e iniciamos
una empresa de fabricación de ropa para chicos. María había
trabajado en un taller como costurera y se daba maña. No nos fue
muy bien.
Con Mariano
Ojea, José María Pallaoro, Luis Soulé (hijo), Néstor Mux, María
del Rosario Tabárez y Raúl Ordenavía en 2000
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Con su nieto
Santiago y José Luis Arana, Nicolás
Grachot, Gustavo Liendo, en agosto de 2016
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4 — ¿Y con la
reapertura democrática?
MV — Empezó
otra etapa. Entre 1983 y 1992 estuve vinculado a la
Municipalidad de La Plata. Entré al Concejo Deliberante como
Relator de la Comisión de Cultura. Un amigo de la época de los
grupos de Iglesia, José Matías Arteaga, era ahora concejal por
la Unión Cívica Radical y presidente de la Comisión de Cultura.
Podía nombrar al Relator. Se enteró de cómo andaba y me llamó.
Fue generoso. Sólo me pidió que no abriera mucho la boca. Eran
puestos para militantes. Un poco deshilachado por toda la
historia transcurrida, yo me seguía sintiendo peronista. Es más,
había cometido la estupidez de votarlo a Ítalo Luder. Con María
y Clarita en brazos habíamos concurrido al
famoso acto de la quema del “cajón de Herminio”, el ataúd con
las siglas de la UCR, llevado a cabo por Herminio Iglesias. Pasó
muchas veces en la larga historia del Peronismo, lo mejor estaba
en la calle, no en el palco.
A fines de 1987 asumió Pablo (Pebe) Pinto (UCR) la
intendencia de La Plata. Me hizo llegar a través de algunos
amigos su ofrecimiento de ser el Director de Cultura. Nos
conocíamos bien. Yo dudé mucho. Una cosa era ser empleado en el
Concejo Deliberante y otra ser funcionario en una gestión
radical en la que, por otra parte, tenía varios y queridos
amigos. Yo estaba entusiasmado con la Renovación Peronista y la
figura de Antonio Cafiero. Un poco de aire fresco. Lo había
votado para Gobernador. Se produjo la reunión en que tenía que
contestar el ofrecimiento. Había decidido ahondar en un tema que
ya no era un secreto, mi no pertenencia al radicalismo y ver qué
pasaba. Arranqué por ahí. Breve, mi filiación política, mi voto
a Cafiero, en fin, lo que pensaba que era un gesto de honestidad
que me enaltecía. Creo recordar textualmente su respuesta:
“Pero vos sos boludo: ¿yo
te pregunté de qué partido eras o a quién habías votado, o si
querías ser Director de Cultura?” Me quedé callado, un
instante. Le contesté:
“Sí, quiero ser Director de Cultura”. Eso fue todo. Le voy a
estar siempre agradecido. Fueron, desde lo laboral y más, los
cuatro años más felices de mi vida. Pude trabajar con una
libertad y un respeto absoluto. Era joven, treinta y dos años,
pero había vivido muchas experiencias. Volví a sentir cierta
euforia adolescente, con la diferencia de que las ideas y
proyectos podían encarnarse, incidir en la realidad concreta de
mi ciudad y su gente, con todas las limitaciones y contingencias
de los proyectos cuando se materializan en las asperezas de la
realidad. ¡Qué alegría esos años! Todos los días eran una
aventura. Prácticamente vivía en el Centro Municipal de Cultura,
el querido Pasaje Dardo Rocha. No se trataba de un desmedido
apego al trabajo o un exceso de responsabilidad: lo disfrutaba.
Volvería a efectuar esa labor, pero me faltaría fuerza física.
Es un trabajo humilde y un poco embrutecedor el de Director de
Cultura. Uno se lo pasa viendo que el baño esté limpio, que no
falte la bombita de luz, que la camioneta llegue a la plaza con
el sonido para los titiriteros. Persiguiendo los expedientes
para que cobren los artistas, procurando recursos. Mayormente,
veía la obra de teatro entre bambalinas. Pero hablé con mucha
gente, escuché a mucha gente. Evoco con especial cariño la
creación de la Escuela Taller Municipal de Arte. Fue una épica.
Tantas compañeras y compañeros se entusiasmaron y ayudaron a que
se concretara y consolidara.
De la gestión de Pinto no voy a emitir un juicio de
valor, fui parte de ella. Pero sí un comentario. Creo que fue la
última gestión municipal que, al menos, intentó representar a
los vecinos sin ser la mediadora o la rehén de los poderes
reales de la ciudad. Esto le valió un curioso récord que podría
constar en los
Guinness. Durante los cuatro años que duró su gestión no salió
una foto suya en el diario “El Día” de La Plata.
A fines de 1991 volví
a mi puesto en el Concejo Deliberante. Estuve un tiempo allí,
pero sentí que mi etapa municipal había terminado. Me fui con un
retiro voluntario a tratar de vivir de mi oficio. Esto fue
posible, también, porque desde 1984 habíamos iniciado con María
un “emprendimiento gastronómico”, para decirlo un poco
pomposamente. Empezamos haciendo sándwiches que vendíamos en las
oficinas. La cosa fue creciendo. María es muy buena cocinera, no
de academia sino de la escuela familiar en Jujuy. Hasta hoy
sigue esa empresita familiar,
Mazamorra, cuyo producto
más representativo son las empanadas. Es mi libertad. En torno a
ella vivió y creció mi familia y las familias de mis hijos.
María es como Petra Cotes, el personaje de
“Cien años de soledad”,
pero laboriosa. Yo hubiera querido ser Aureliano Segundo, pero
no se dio.
Marcelo Vernet con Ana Gevasio y Carlos Zic
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Marcelo Vernet con Raúl Ordenavía
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Marcelo Vernet con Eduardo Anguita en la Feria
Internacional del Libro en Quito, Ecuador
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5 — Fuiste
co-fundador de otra empresa.
MV — A fines de 1993, con
Hugo Anad y otros amigos, iniciamos “Imaginaria Producciones”,
una empresa de comunicación multimedia. Mi función, conforme a
las denominaciones en este tipo de órbita, era la de Director
Creativo. Hicimos televisión, gráfica, publicidad. Nos
especializamos en comunicación institucional, en particular con
el Sindicato de Luz y Fuerza Mercedes y la Federación Argentina
de Trabajadores de Luz y Fuerza (FATLYF), pero los clientes
fueron muy variados. Esto me posibilitó un sólido entrenamiento.
Adentrarme, entender e interpretar mundos y organizaciones de
muy distinta naturaleza. Yo decía en broma que mi profesión era
“especialista en temas de la humanidad”. Escribía todo el día, de
todo. Guiones, revistas, afiches, consignas. Escribir una buena
consigna es, finalmente, una tarea poética. Ricardo Ocampo, mi
compañero de todos los trabajos y amigo tan cercano desde
entonces, y Alfredo Núñez, que tanto extraño, fueron parte,
entre otros, de ese lapso laboral que se prolongara, con
intermitencias, hasta el 2005, 2006.
Marcelo Vernet en Editorial Punto de Encuentro, en 2016
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Marcelo Vernet con Hugo Miguel Anad, Juan Manuel Ramírez,
Raúl Ordenavía, Maxi Arana, etc.
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Marcelo Vernet con Eugenia Márquez
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Marcelo Vernet con Horacio Diez
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Con James Lewis, como peticionantes
ante el comité de descolonización de la ONU. Nueva York, USA
2007
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6 — ¿Y
“Último tren”?
MV — Por esa
época lo empecé a escribir. Fue una larga gestación. Nunca había
dejado de escribir mis versos. Siempre seguí con la costumbre de
lanzar mis ediciones de uno o dos ejemplares y de recitar mis
poemas en asados o encuentros más formales: “El libro de la
ternura” (1977); “Magia cercana” (1978); “Cotidianamente
nocturno” (1979), que salió parcialmente editado en las “Hojas
de Poesía”, de circulación casi clandestina, que publicábamos
con Bruno y Pilía; “Equinoccio” (1980 - 85), que reunía varios
corpus en un todo que pretendía ser orgánico; “Tangos” (1989 -
90), que bien podría llevar el subtítulo “Ejercicios sobre
Cesare Pavese”. Parte de esta producción se la llevó (lo que no
es tan grave) la extraordinaria inundación del 2 de abril de
2013, que como bien sabés, afectó a mi ciudad y a localidades
cercanas.
“Último tren” era una
continuidad natural de lo que te cuento, pero distinto. La
desolación del menemismo era absoluta. Todos nuestros sueños
habían muerto o agonizaban, como agonizaba el país. Todavía no
se había manifestado abiertamente su cara más cruel y todo
transcurría en una falsa alegría de kermese grotesca. Sentía una
necesidad profunda de intentar ser la voz de mi generación, de
mis compañeras y compañeros muertos. De rescatar una última y
pequeña esperanza. Así nació
“Último tren”. En 1998
empezó a circular de una manera sorprendente para mí. En
fotocopias, correos electrónicos que terminaban en impresiones
de computadora, aún no estaban las hoy famosas redes sociales.
Algunos lo pasaban de mano en mano. Por ejemplo, mi amigo y
compañero, el actor Ricardo Gil Soria: andaba con una copia en
su morral y lo recitaba con su voz sonora donde cuadrara. En
1999 se funda la editorial municipal La Comuna que dirigían el
novelista Gabriel Bañez y el poeta Osvaldo Ballina. La editorial
se lanzó con una antología de poetas platenses,
“Poesía. 36 autores”,
al cuidado de Ballina, quien incluyó un fragmento de
“Último tren”. Así finiquitó, parcialmente, mi larga y fecunda etapa
de poeta inédito. Yo afirmaba que era el mejor poeta inédito de
La Plata. Y que la relación entre los términos era directamente
proporcional: cuanto más inédito, mejor poeta.
Pero mi etapa inédita concluyó definitivamente al año
siguiente, con la edición de
“Último tren” en
Ediciones al Margen, de Raúl Ordenavía, el querido Gurí. En la
portada, una muy buena foto de Alfredo Núñez; en la contratapa,
un texto conmovedor de Néstor Mux, porque partía de su situación
personal en cuanto a la escritura (estar callado, sin publicar,
durante más de quince años) para abordar desde allí el poema.
Guillermo Pilía presentó el libro señalando que había escuchado
mi poesía mucho antes de leerla. El libro estaba dedicado a Juan
Miguel Iglesias, su madre estaba presente entre el público,
mayoritariamente amigos, como suele pasar, felizmente. Empezaba
el nuevo siglo. Tenía cuarenta y cinco años, un poco grande para
debutar.
Lo de Ediciones al Margen y el Gurí Ordenavía, no fue
simplemente publicar mi primer libro. Desde 1992, para despuntar
el vicio que me había quedado de la Dirección de Cultura
municipal, impulsé o participé de emprendimientos y proyectos
culturales en la ciudad. Primero fue el Centro Barrial de
Cultura Casa Amarilla, una casona antigua y con historia, que
alquilamos en la esquina de 38 y 121, barrio de los Stud.
Participaron, entre otros, los ceramistas “Ojito” Álvarez y
Pancho Bilbao. La noche de Navidad de 1991, Ojito Álvarez se
mudó a la Casa Amarilla y arrancamos. Llovía torrencialmente.
Llovía más adentro de la casa que afuera. Lo de “Casa Amarilla”
era por Vincent Van Gogh y su vivienda de Arles. Un refugio para
artistas pobres y un poco desahuciados, como nosotros. El
proyecto inicial fue sufriendo mutaciones y se prolongó
bastante, empalmando con otro emprendimiento, el C. I. D.
(Centro de Identidad y Desarrollo de la Región Cultural del Río
de La Plata), que fijó allí su sede en el 2000. En el CID
confluimos amigos y compañeros, con distinto grado de
involucramiento. Principalmente Lalo González, el Gurí Ordenavía
y yo. Nos interesaba, en particular, el desarrollo de industrias
y productos culturales con fuerte identidad regional. Almanaques
con la historia de la quema del Año Viejo en La Plata y un
registro de la producción del año 2000; postales; rescatar la
historia de la fábrica de caramelos Euskalduna y sus
trabajadores (la fábrica había funcionado en nuestra Casa
Amarilla hasta que cerró). A partir de un proyecto que lanzamos,
se fueron sumando varios escritores, artistas plásticos,
músicos, entre otros, el poeta Carlos Aprea. Se trataba de “La
Revista Oral Macedonio Fernández”, que desde el CID proponíamos,
justamente, como una contracara necesaria a la cultura
mediatizada. Básicamente seguía el modelo de la Revista Oral que
lanzara Alberto Hidalgo en la Royal Keller en 1925. El nombre de
Macedonio estaba ampliamente justificado por la centralidad que
tuvo su participación en la primigenia Revista Oral. Pero
también sentíamos una profunda admiración por Macedonio. Y en la
amistad de Raúl Scalabrini Ortiz y Macedonio Fernández se nos
prefiguraba una patria posible. En esos años empezaba a soplar
un airecito raro,
con olores de fin de mundo. La iniciamos en la Casa Amarilla,
que tenía un bar amplio. Como la primitiva Revista Oral, se
anunciaba a viva voz señalando el año y el número de la revista.
Tenía secciones: entre otras, “La ciudad de los poetas”,
“Pensando en voz alta”, “Anticipos verbales”, “Visitantes”; por
supuesto, la Editorial. Cuando estábamos en Casa Amarilla, María
solía cocinarnos algo sustancioso para acompañar tanta oralidad
con algo sólido. Era la sección Gastronomía, la más festejada
por los escuchadores. En el cierre, una sección fija: “El
conversatorio”, promovía el viejo y cada vez más olvidado arte
de la conversación. Un artista plástico, mientras se
desarrollaba la revista, hacía la tapa, que era lo único que
quedaba de la Revista, más allá de lo que cada uno guardara en
su memoria o en su corazón.
Cuando la Revista Oral cumplió diez años, el Gurí
Ordenavía escribió un pequeño texto: me agradaría compartir un
fragmento: “… Pasaron por ella las palabras de poetas, políticos, viajeros,
críticos, escritores, investigadores, actores, titiriteros,
músicos, pintores, militantes, maestras y niños. Pasaron diez
años. Solo ha quedado, como debe ser, a su razón ser, algunas
tapas, un par de voces grabadas, recuerdos de relatos, de un
titiritero en las montañas de Venezuela (Eduardo Di Mauro), de
un músico enseñándonos a oír a Piazzola (Guillermo Anad), de un
compañero contando la noche previa a la Masacre de Margarita
Belén (el hermano del Pato Tierno), de un italiano cantando
canciones partisanas (Bruno Groppo), y los escuchadores y la
mística de esta revista que propone el cara a cara, el vino
compartido, el conversatorio, el escucharnos, el encuentro.
Imposible nombrar a todos. Es posible tirar algunos, pero sólo
como quien tira veinte centavos en la ranura: Carancho Ramírez,
Enzo Traverso, Noé Jitrik, Horacio Verbitsky, Mario Goloboff,
Néstor Mux, Osvaldo Ballina, Bruno Groppo, Ricardo Gil Soria,
Bosquin Ortega, Oded Balaban, Tununa Mercado, Augusto Denis,
José Luis de Diego, Luis Lugones, Estela Giovanelli, Mónica
Muller, Ernesto Jauretche, Jorge Sagastume, Liubo Nikolob,
Graciela Falbo, Daniel Dalmaroni, Carlos Aprea, Florencia Basso,
Gloria Antonioli, Graciela Gutiérrez Marx, Daniel Maza, Rodolfo
Mattarollo, etc, etc. Lugares, los que se fueron dando. La Casa
Amarilla, el Círculo Andaluz, bares varios, La Casa del Poeta,
la Casa del Pueblo, la casa de una amiga, Bibliotecas Populares,
todos en La Plata. El Tortoni, en Buenos Aires; el bar La Vaca
Atada y el Museo de Medios de Comunicación, en Resistencia,
Chaco; La vieja Estación, en Ensenada”.
Ediciones Al Margen y el Gurí Ordenavía ocupaban un lugar
central en la vida del CID y sus proyectos. En este contexto
empujó decididamente la edición de
“Último tren”; y yo
muy feliz, aunque me hacía un poco el gil para sostener mi
prestigio de mejor poeta inédito.
Tapa y contratapa de "Ultimo tren"(2000)
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"Pequeños poemas escritos en La Rioja y otras yerbas"// Hojas de
Poesías Fénix-"Cotidianamente nocturno"
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Revista El Espiniyo
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Marcelo Vernet con Daniel Filmus, Raúl Ordenavía y Uriel
Erlich. Presentación del libro La Guerra por otros Medios. La
Plata, 8 de junio de 2017
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Con María Fernanda Cañás y Mario
Volpe, en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, en 2015
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7 — ¿Y más o menos
en paralelo a esta historia…?
MV — Se fue
desarrollando otra, totalmente inesperada para mí y que marcó
buena parte de mi vida desde entonces. En diciembre de 1997 se
resuelve la intervención de la Policía de la provincia de Buenos
Aires. Luis Lugones es nombrado Interventor. Yo lo conocía
porque era amigo y compañero de militancia de Hugo Anad en la
Agrupación “Liberación Nacional”. Unos días antes que la noticia
fuera pública, Hugo Anad me la adelanta en confidencialidad
anunciándome que él era de la partida y ofreciéndome
acompañarlo; nuestra responsabilidad central se vincularía a la
comunicación institucional de la Intervención y el manejo de
prensa que, sin duda, iba a ser complejo. Acepté.
Entre Navidad y Año Nuevo de 1997 crucé por primera vez
las temidas puertas de la Jefatura de Policía en la calle 2. Ese
día, no imaginé que el tema de las políticas públicas de
Seguridad iban a ser mi trabajo y mi pasión por muchos años.
Marcelo Vernet en el Stand de Cuidadores de la Casa Común,
Universidad de Lanús, 19 de mayo de 2017
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Marcelo Vernet con Martha Arriola y Luis Pecerutti
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Dibujo de Marcelo Vernet (junio-julio 2017) - María dormita
en el sillón
Dibujos de Marcelo Vernet-"Cosas que necesito en el cielo"
y "Flores y frutos"(junio-julio 2017)
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8 — En un mail
aludiste a que estás involucrado en un proyecto.
MV — “Cuidadores de la
Casa Común”, basado en la carta encíclica
“Laudato si’” del Papa
Francisco.
Hemos conformado una red de más de diez
organizaciones comunitarias que venimos trabajando con pibes de
gran vulnerabilidad psicosocial, inmersos en situaciones de
violencia y, muchas veces, delictivas. Hace años que mi trabajo
se ha vinculado a esta temática (tanto en Seguridad como en
Niñez y Adolescencia). La red nuclea a organizaciones de
distintos puntos del país: Clorinda, Santa Fe, Paraná, Victoria,
Río Tercero, Lomas de Zamora, Almirante Brown, Mendoza, Viedma y
La Plata. Nuestro propósito central es generar trabajo digno
para estos jóvenes en tareas vinculadas al cuidado de la Casa
Común (trabajo con la tierra, generación de energías no
contaminantes, reciclado de residuos y servicios de cuidado del
medio ambiente y concientización de la comunidad). Iniciamos con
ellos un itinerario pedagógico que pretende ser integral. Además
de las tareas organizativas que implican la búsqueda de
recursos, la elaboración y presentación de proyectos, etc.,
estoy especialmente dedicado a la elaboración de un Manual de
Formación para Educadores de la Casa Común (soy el poeta de la
tribu y este tipo de funciones me las suelen enchufar a mí). No
me quejo. Pero no es una tarea sencilla. El Manual se va
haciendo en paralelo con experiencias, sufre permanentes
modificaciones de estructura, contenido, terminología. En fin,
apasionante. Pero tengo que terminarlo. Por momentos, el avance
del proyecto va más rápido que mi escritura.
Con menor intensidad sigo ocupándome del tema Malvinas.
Desde mediados de 2014 hasta fin de 2015 fue mi tema casi
excluyente. En este caso, coincidía, también con mi trabajo, es
decir, me ganaba el pan. Hasta diciembre fui asesor de Daniel
Filmus en la Secretaría Malvinas. Mi tarea estaba centrada en
promover investigación y todo lo referente a comunicación y
cultura. Por supuesto, escribir.
2016 fue exigente en cuestiones de trabajo, por
circunstancias que se fueron dando, algunas vinculadas al tema
de Seguridad. Di clases en la Universidad Nacional de Lanús en
los cursos de formación de la Policía Local y fui perito de una
Comisión Investigadora de la Legislatura de Río Negro, en una
causa controvertida por el homicidio de un pibe, Atahualpa
Martínez (antes había participado en provincia de Buenos Aires,
en el caso Candela Sol Rodríguez). En fin, Rolando, lo que te
puedo señalar es que en todos mis quehaceres pongo en juego mi
oficio de escribir. Si bien la poesía es otra dimensión, no es
tan distinto lo que me pasa ante la hoja en blanco, sea que
escriba un discurso sobre Malvinas para Naciones Unidas, un
programa o proyecto para los pibes o un informe sobre un
homicidio. La diferencia central es que todas estas tareas son
colectivas y la escritura pretende incidir directamente en la
realidad para transformarla. Un eco de esto se filtra también
cuando encaro el poema. Pero soy consciente que enderezar versos
es un trabajo que nadie me pidió.
" La cuestión Malvinas en el marco
del Bicentenario" (compilación con texto de su autoría)
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Marcelo Vernet con Uriel Erlich y Daniel Filmus
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Con María Fernanda Cañás y Mario
Volpe, en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, en 2015
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Poesía de Néstor Mux-
Antólogo Marcelo Vernet(2000)// "Pasen la voz- Cantar de
Gesta"(2010)
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Tapa y contratapa de "Don de Profecía"(2005)
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*
Marcelo Vernet . "Profeta Menor " y "Poesía"(antología)
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"Breviario, Cuaderno de viajes y Albúm
de figuritas" (2016)
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Seleccionamos poemas de
Marcelo Vernet para acompañar esta entrevista:
Instantes cada
tanto
Me pasa siempre lo
mismo.
Estoy por darme cuenta
y algo me distrae
o me llaman mis hijos
cuando ya estaba al
borde del abismo.
No rezo. No mastico
una sílaba.
Simplemente sucede
cada tanto en un silencio.
Empieza como un vacío,
un miedo dulce
del que creo no querer
escapar, amigos.
Pero escapa el
momento, el instante se cierra
y el dulce vacío se
llena de otros ruidos.
Apenas quedan flotando
unas cenizas,
gusto a herrumbre, en
la lengua, de un olvido.
Es así que aún nunca
he sostenido
mi calavera en la
palma de la mano,
y vivo con la muerte
que algo quiere decirme
y me distraigo y me
llaman mis hijos.
*
Mientras tanto
No es que hayamos
bebido la fuente de Juvencia. Lo dicen
nuestras carnes
flojas, el dolor en las piernas. Pero, amigos
temo que el tiempo,
secretamente, se olvida de nosotros.
Inmadurez podrán
llamarlo nuestros detractores,
como nos llaman, a
veces, los espejos.
Pero no alcanza esa
imagen frutal para dar cuenta
de la sorda inquietud
de nuestras almas que en sordina
cantan un contrapunto
tenaz a todo lo que pasa.
Esta payada con el
tiempo nos mantiene en suspenso
mientras crecen los
hijos y se achican
las letras de los
libros.
Dicen que es propio de
los que han vivido un gran amor
quebrado, una guerra.
Sobrevivientes de los cataclismos.
Mientras tanto
celebramos nuestros ritos, nos ganamos
la vida en hostiles
oficios, con la oscura certeza de saber
que otra cosa hemos
venido a hacer sobre la tierra.
Así andamos, Alfredo,
dando saltos,
planificando
meticulosamente el próximo fracaso.
Los dos sabemos, es
sólo mientras tanto.
*
Números
Mi mano sostiene tres
piedritas y el número tres.
Es decir, sostiene
cuatro cosas.
Si las arrojo al río,
mi palma desierta sostendría
un cero que en la mano
pesa más que las piedras.
Por ahora, es todo lo
que sé de números y cuentas.
*
Fin de mundo
Ahora sí que dudamos,
viejo René.
Sin método,
rabiosamente, a dentelladas.
Nada damos por cierto,
mucho menos que el pensar nos redima.
Esto se acaba, René, y
no está mal.
El fuego de la estufa
lo ha incendiado todo.
*
Soplo de aire
Ella dice mi nombre
como si fuera
algo que existe con
todo lo existente.
Sólido y útil como una
mesa, mi nombre
tendido en el aire de
la siesta
cuando ella me llama,
cuando nombra
mi nombre, ella que se
trenzaba el pelo
con una sabiduría no
aprendida,
con unos jazmines el
día de la boda
en que dijo mi nombre
atado a un juramento.
El pelo negro y largo
como la noche,
los jazmines blancos y
pequeños.
Yo diciendo su nombre
en hombros del aire sostenido.
En el aire trenzados
nuestros nombres por unas manos
que no son las suyas
ni las mías,
sabias manos de una
sabiduría no aprendida.
*
Por cuestiones de oficio he tenido
que mentar a la muerte
cada tanto.
Creo haberlo hecho con
verdad y llanura de milonga.
Ahora, cuando se
puede,
converso con ella por
la siesta.
Ahora, cuando el
insomnio o la tos
me muerden el pecho,
discutimos.
(Escrito este
último poema en el hospital San Juan de Dios, La Plata. Sala 1,
cama 2. Viernes 25 de agosto de 2017)
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y
Buenos Aires, distantes entre sí unos 60 kilómetros, Marcelo
Vernet y Rolando Revagliatti, enero 2018.
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Marcelo Vernet con familiares y amigos
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www.revagliatti.com
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