Mariano
Shifman: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Mariano
Shifman
nació el 23 de noviembre de
1969 en Lomas de Zamora, ciudad donde reside, provincia de
Buenos Aires, la Argentina. En 1992 obtiene el título de Abogado
por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y en 2013 el de
Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires.
Recibió, entre otros, premios y menciones en concursos
organizados por las municipalidades de varias localidades de su
provincia, por la Fundación Victoria Ocampo, por la Asociación
Gente de Letras, por la Fundación Argentina para la Poesía
(poemario inédito “Agua va” en 2014). Participó en 2015
en el bonaerense Festival de Poesía de San Nicolás de los
Arroyos. Textos suyos fueron difundidos en las revistas “Hablar
de Poesía”, “Generación Abierta” (Buenos Aires), “Suplemento
Literario del Estado de Minas Gerais” (Brasil), “Variaciones
Borges” (de la Universidad de Pittsburg, Estados Unidos), etc.,
y algunos se tradujeron al francés, inglés, neerlandés, catalán
y portugués. Publicó los poemarios “Punto rojo” (Primer
Premio Poesía XI Certamen Nacional de Poesía y Narrativa,
Editorial De los Cuatro Vientos, 2005), “Material de
interiores” (Proa Amerian Editores, 2010) y “Cuestión de
tiempo” (con prólogo de Rafael Felipe Oteriño; Colectivo
Editor Latinoamericano Poemanía, 2016).
Mariano Shifman con Hernán Ruiz
------------------------------------
----------------------------------------------
1 — Contanos sobre vos en esa ciudad que no
sólo los lomenses denominan simplemente Lomas.
MS — Salvo el primer grado, que lo cursé en la
Escuela Provincial Nº 14 “General San Martín”, en mi ciudad, el
resto de la primaria lo hice en la Escuela Normal Nacional de
Banfield —el viejo ENAM (Escuela Normal Antonio Mantruyt)—.
Cursé la secundaria en el mismo colegio, uno de los tantos
errores que he cometido por indecisión o inercia. Mis años de
secundario fueron de pesadilla, especialmente los últimos dos;
ahora se le dice “bullying” —tengo un poema al respecto,
incluido en mi último libro—. En castizo puede traducirse como
maldad contra el “diferente”. La diferencia, en mi caso, quedaba
establecida por mi timidez, que luego fui superando, por no ser
hábil para los deportes o por no festejar las bromas de los
“capangas”. Fui un buen alumno durante la primaria y hasta
primer año de la secundaria; desde los catorce años, para
refugiarme de la realidad, me sumergí en el ajedrez, un juego
que es demasiado bello, con todo lo bueno —y lo malo— que eso
supone. Jugaba torneos por la noches y pasaba horas y más horas
analizando partidas, en una época muy anterior a Internet; hoy
en día, no habría podido despegarme de la pantalla.
Terminé la secundaria sin dificultades académicas, pero
sí humanas. Cuando me despedí de todos mis “compañeritos”,
mujercitas y varoncitos, sentí un alivio inconmensurable.
Paralelamente a la tristemente recordada escuela secundaria,
cursé algunos años en el Conservatorio Provincial de Música
Julián Aguirre, de Banfield. Allí el ambiente era totalmente
distinto a la escuela: buenos compañeros, profesores amables; el
problema era yo, que estaba demasiado entusiasmado con el
ajedrez como para prestar la debida atención a mis estudios de
guitarra. Finalmente, dejé de cursar al empezar la Facultad.
Ahora me arrepiento, porque la música es una de mis pasiones, al
menos como oyente.
En marzo de 1988 comencé la carrera de Derecho en la
Universidad Nacional de Lomas de Zamora, que por entonces
funcionaba en el Colegio Comercial de Adrogué. Como se verá,
toda mi educación fue pública. En la Facultad, y al contrario de
lo que me sucedió durante la secundaria, tuve una buena relación
con mis compañeros; de algunos de ellos me hice amigo, y aún lo
son, como Iván Ponce Martínez. Mientras cursaba la carrera con
relativa vocación, seguía enfrascado en el ajedrez. Mi apogeo en
el juego fue entre 1992 y 1994, cuando estuve a punto de obtener
el título de MF (Maestro de la Federación Internacional de
Ajedrez). Me recibí de abogado y poco después abandoné el “juego
ciencia”, ya que mis nervios
me jugaban
muy malas pasadas en los momentos decisivos, y las partidas a mi
favor se daban vuelta. Resolví, por lo tanto, ser, desde
entonces, espectador o, ya mucho más tarde, jugar ocasionalmente
por Internet.
En cuanto a mi familia: mi padre, Daniel, falleció en
diciembre de 2007; tenía inquietudes artísticas, escribió
algunas canciones —letra y música— que no llegaron a
concretarse. Lamento que no haya conocido ni uno de mis sonetos
—empecé a escribirlos en 2011—, porque intuyo que le hubieran
agradado más que mis poemas en verso libre. De mi madre, Marta,
que además de odontóloga es profesora de piano, heredé poco
—desafortunadamente— de su intuición y de su fuerza de voluntad,
y tal vez algo más de su sentido artístico. Mi hermana, Silvina,
es compositora, muy talentosa, según mi punto de “oído”, aunque
la docencia apenas si le deja tiempo para dedicarse a su
verdadera vocación, que es la creación musical.
Recuerdo con mucho afecto a mi abuela Ana, con quien pasé
casi todas las mañanas de mi primera infancia, porque mi madre
trabajaba en el Hospital Gandulfo, de Lomas; falleció cuando yo
tenía dieciocho años, de modo que no alcanzó a conocer mi faceta
de escritor.
Aunque desde chico me gustaba leer, sobre todo
diccionarios, atlas, libros de ciencia, durante los diez años en
que me absorbió el ajedrez disminuí mucho mi ritmo de lectura. A
partir de 1994, volví a ser un lector bastante voraz y al mismo
tiempo, y de a poco, comencé a escribir.
Mariano Shifman con compañeros del colegio
----------------------------------------------------
----------------------------------------------
Mariano Shifman con Silvia Mazar, Gustavo Tisocco, Olga Ferrari
y Graciela Bucci
---------------------------------------------
Mariano Shifman con Eugenio Polisky
---------------------------------------------
Mariano Shifman con Cecilia Ortiz, Nélida Arp, Amalia M. Abaria,
Graciela Maturo, etc.
----------------------------------------------
2 — De a poco.
MS — Y a los veinticuatro años. Y no escribiendo
poemas, sino cuentos. No eran estrictamente “malos”, pero
intentaba ser demasiado “correcto” y eso les quitaba
espontaneidad. Algunos los reescribí, con más “estilo”, y creo
que son dignos —uno, incluso, se transformó en una obra de
teatro—.
No sabría precisar cuándo intenté pergeñar mi primer
poema; acaso hacia 1996. No había sido un gran lector de poesía.
Sí había leído con infinita admiración los cuentos y poemas de
Jorge Luis Borges; me volcaba más a las novelas: “La montaña
mágica”, de Thomas Mann, “Padres e hijos”, de Iván
Turgeniev, “El primo Basilio”, de Eça de Queiroz, entre
las que recuerdo sin esmerarme.
Al rondarme la poesía me interesé más en la lectura.
Entre los autores que fui descubriendo, Fernando Pessoa me
deslumbró. Estábamos a mediados de los noventa, años en los que
preponderaba “Diario de Poesía” y sus dictámenes. Por entonces,
yo no lo sabía conscientemente, pero había un clima de época
que, quiérase o no, uno no tenía más remedio que seguir, sobre
todo si era joven y con poca experiencia literaria. Como había
leído en algunas de las revistas en boga que la rima estaba
perimida, me cuidaba de usarla; hasta cambiaba las palabras
finales de los versos si notaba rimas, incluso asonantes, a
cuatro o cinco versos de distancia... A pesar de estas
prevenciones, que ahora considero estúpidas, ya en mis primeros
poemas, pasables, regulares o directamente malos, considero que
se podía oír una voz más o menos propia. Nunca intenté escribir
“a la moda”, parecerme a los que ganaban premios, puestos
rentados en el mundillo de la cultura, becas, etc. Aunque sí me
inficionaban en la cuestión formal con sus recetas, éstas no
influían en mis preocupaciones temáticas, que a lo largo de más
de dos décadas no han variado demasiado.
Así se fueron acumulando los textos, sobre todo poemas,
escritos en cuadernos de tapa dura y también a máquina de
escribir (aún no usaba computadora). En 1999, con una carpeta
llena de poemas, fui a ver a Alejandrina Devescovi, de Ediciones
Botella al Mar, con el propósito de publicar mi primer libro. A
Alejandrina le gustaron, pero por mi tendencia a postergar todo,
la idea de publicar quedó en eso, aunque seguí escribiendo y
participando de concursos. Por el 2000 envié poemas a la revista
“La Guacha”; uno de ellos lo comentó favorablemente el poeta
salteño, a quien yo ya había leído y estimaba, Santiago
Sylvester, lo cual me estimuló.
En 2003 comencé la carrera de Letras en la Facultad de
Filosofía y Letras, donde me recibí en 2013: lenta cursada, por
razones laborales especialmente. Mis experiencias en aquellas
aulas fueron variadas: tuve buenos compañeros y algunos
profesores valiosos, así como otros saturados de esnobismo.
Se podría
decir, grosso modo, que son dos los actores que definen qué se
lee: el “mercado”, en el que cada día más se incluyen como
autores capitostes del periodismo devenidos novelistas, y lo que
en otro poema llamo la “Academia”, es decir todo el aparataje
crítico que deriva de las facultades de letras, en especial la
UBA.
Cuando uno cursa la carrera va conociendo autores que son
venerados en el ámbito universitario, en muchos casos, como
fetiches. No quiero hacer nombres, tampoco me referiré al género
novelístico, del que, salvo excepciones, estoy un tanto
apartado. Pero creo poder opinar sobre poesía. Y es aquí la gran
cuestión: desde las cátedras de Literatura Argentina se impuso
toda una moda acerca de la poesía que
“representa nuestra
época”. Por ejemplo, si los ‘90 fueron sinónimo, a nivel
social, de egoísmo, pobreza espiritual, ramplonería, la poesía
que refleja ese período debe ser pobre, ramplona, incluso
“egoísta” con sus lectores, a los que no se les brinda ningún
grado de belleza, ya no digamos epifanía, que puede sonar
anticuado y aun confesional. Un buen número de quienes lean
estas líneas podrán pensar, sin mayor esfuerzo, en unos cuantos
nombres propios que es ocioso mencionar, pero que manejan todos
los resortes de la “movida” poética: premios, invitación a
festivales aquí y acullá, artículos en los suplementos
culturales.
Mariano Shifman con su madre
------------------------------
Mariano Shifman con María del Mar Estrella y María Elena Rocchio
---------------------------------------------------------
---------------------------------
Con Álvaro Olmedo, Graciela Yaracci,
Mónica Scaldaferro, Susana Giraudo, Juan Carlos Priotti, etc.
------------------------------------
---------------------------------------
Mariano Shifman con Sofía Rodríguez
García y Mónica Scaldaferro
-----------------------------------------
Mariano Shifman con su hermana Silvina, en el patio de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
-----------------------------------
Mariano Shifman con Susana Cordisco, Hugo Toscadaray,
Eugenio Polisky, Álvaro Olmedo, Susana Delgado, etc.
--------------------------------
3 — Arrancaste con un primer libro y un primer premio.
MS — A fines de 2004, mientras seguía escribiendo,
trabajando como abogado en un estudio jurídico y cursando dos
veces por semana la carrera de Letras, participé con unos diez
poemas de un certamen organizado por la Editorial de los Cuatro
Vientos. El acto de premiación fue en marzo de 2005 en una sala
del Centro Cultural General San Martín. Para mi sorpresa, obtuve
el primer premio, y con ello la publicación de mi primer libro,
“Punto rojo”. Son cincuenta poemas, todos en riguroso
verso libre —valga la paradoja—, con una puntuación equívoca,
porque suponía o me habían inculcado que así había que escribir
poemas para no pasar por antiguo. (Creo, de todos modos, que esa
clase de puntuación, o su falta, que ahora desapruebo, no
perjudican la lectura de los textos.)
Aunque los premios no prueban que se escriba bien, operan
de aliciente, sobre todo como en este caso: no medió ninguna
clase de amiguismo, porque no tenía la menor idea de quiénes
eran los miembros del jurado, desconocimiento que aseguro, era
recíproco. Y fue a partir de allí que comencé a asistir con
cierta regularidad a algunos de los espacios de lectura pública
que había y hay en Buenos Aires. Fui invitado a leer por Susana
Cattaneo en su ciclo “Extranjera a la Intemperie” y presenté mi
primer libro en el Café Literario “Antonio Aliberti”, coordinado
por Luis Raúl Calvo, Amadeo Gravino, Julio Bepré y Estela
Kallay. (En este ciclo presenté mis tres libros, en mayo de
2006, octubre de 2010 y junio de este 2017).
En una reunión en la Sociedad Argentina de Escritores, a
fines de 2005, había conocido a Graciela Maturo. Le entregué un
ejemplar de mi flamante libro y muy atentamente lo leyó y lo
elogió, al punto que se ofreció, con la generosidad que la
caracteriza, a presentarlo.
Mientras seguía escribiendo, seguía imbuyéndome de Borges
y Pessoa, pero las lecturas de la Facultad me restaban tiempo
para leer lo que realmente deseaba e incluso para escribir
poesía o narrativa. Desde luego, hay unas cuantas cosas que
rescato de mi paso por Filosofía y Letras, entre otras, haber
cursado Literatura Norteamericana en la cátedra del profesor
Rolando Costa Picazo. Esta materia, junto con los rudimentos de
Latín y Griego —idiomas de los que desconocía casi todo— fueron
los puntos más altos de la carrera.
Y así pasaron los años y los poemas hasta 2010, cuando
publiqué mi segundo libro, “Material de interiores”, en
este caso en una edición costeada por mí, como ocurre en la casi
generalidad de los casos, y sin distribución, salvo los
ejemplares que pude dejar en alguna que otra librería del centro
de Buenos Aires, de la zona de la Facultad, y de la ciudad de
Mar del Plata. Como suele pasarle a todos, también yo me fui
desprendiendo de los ejemplares, intercambiándolos con los de
otros autores o regalándolos a amigos y conocidos. Durante la
segunda mitad de 2010 retomé la escritura de cuentos y relatos.
Disfruté, más allá de su valor, intentándolos. Con uno de ellos
obtuve una mención en un concurso del Colegio de Abogados de la
Capital Federal. Sin embargo, en enero de 2011, y mientras
escribía un cuento que sentía que no iba ni para atrás ni para
adelante, noté cierta saturación, no sé si por el género o por
mi falta de inspiración. Puse mi mente en barbecho, y en unas
semanas, como un acto de rebeldía inaudita, al menos en estos
lares y en estos tiempos, comencé a escribir sonetos.
Y sí, sonetos. Los había leído pero nunca fueron mi
lectura poética exclusiva; me deleitaban los de Francisco de
Quevedo, sobre todo, pero no había casi intentado escribirlos,
quizá porque estaba “vedado” por el ambiente. Recuerdo también,
ahora que pergeño esta semblanza, haber recibido en 2010 una
antología de sonetistas brasileños, enviada por un escritor de
Brasilia —tenía por entonces contacto con escritores de Brasil—:
fue muy placentera la lectura de autores que desconocía, pero
que son nombres capitales de las letras de aquel país, que tuvo
una literatura muy rica a lo largo del siglo XIX, más plena que
la nuestra, entre otras cosas porque no vivieron en permanentes
guerras entre facciones, como ocurrió aquí al menos hasta 1860 y
más aún.
Hasta ahora llevo escritos más de mil seiscientos
sonetos; la cantidad no garantiza nada, pero hago referencia a
ello para dar idea de mi pasión por esta forma poética. En
cuanto a los temas, no son distintos de los que abordaba ya en
“verso libre”, definición un tanto vidriosa. En muchos, la voz
poética era la mía; en otros, sobre todo al principio, me volqué
a los monólogos dramáticos, ya sea con personajes históricos,
literarios o prototipos de personalidad. Con excepción de unos
veinte, escritos en alejandrinos, los fui urdiendo en versos
endecasílabos; los cuartetos, según el esquema ABBA ABBA o ABAB
ABAB, con libertad mayor en los tercetos; tengo algunos pocos en
que sólo utilizo dos rimas para todo el poema. Conozco las
críticas que desde hace por lo menos un siglo se vienen
efectuando contra el soneto: los límites, la forma como
“budinera”, las rimas previsibles, los ripios... No seré
original en la imagen: casi cualquier cosa puede hacerse bien o
mal; también un cuchillo puede servir para salvar una vida en
manos de un cirujano o para matar en manos de un psicópata. En
cuanto a los límites, diré lo que algunos amigos poetas me han
escuchado repetir: para mí no son un obstáculo, sino al
contrario, un acicate. Uso una metáfora futbolística para
ilustrar la cuestión: a los clásicos punteros, la raya del campo
de juego no los inhibía; al contrario, servían para que, por una
especie de magia incomprensible, los defensores quedaran
desairados. El genial Garrincha —a quien le dediqué uno de mis
sonetos— es el mejor ejemplo en este sentido.
Respecto a la forma, tras haber escrito cientos de poemas
y de haber leído tanto más, llegué a la siguiente conclusión:
los mejores poemas no suelen tener menos de diez versos ni mucho
más de veinte. Y el soneto tiene catorce. Me da la impresión de
que es una especie de proporción áurea, aunque no tengo pruebas
para sostener la hipótesis, salvo la de mi convicción. Por otra
parte, el verso endecasílabo, por su libertad acentual —el único
obligatorio es en la décima sílaba, los demás pueden ser en
sexta, octava y cuarta, y a ellos sumarles los de primera,
segunda y tercera— permite y promueve una variedad rítmica como
ningún otro verso castellano. Esta explicación, que hoy puede
parecer erudita sin serlo, podía ser comprendida por cualquier
alumno sensible de la secundaria de los años cuarenta o
cincuenta; ahora, intuyo que sonará a algo esotérico...
Las
rimas previsibles son, según lo entiendo, poco valiosas, pero
eso no es culpa del soneto sino del poeta. Abusar de las rimas
gramaticales en “ado”, “ido”, “ente”, “on”, etc., demuestra
falta de imaginación y originalidad, pero no prueba nada contra
la forma. Los ripios —poner cualquier palabra en posición de
rima, con tal que rime— también es una falencia del poeta y no
de la forma. En arte —en literatura, especialmente— ninguna
teoría es buena o mala en sí misma: lo que hay que juzgar es el
texto una vez terminado. Si se quiere, esta idea es
“resultadista”, pero no me parece errada. Al poema hay que
juzgarlo como tal y comprobar si suena bien, si conmueve, si
deja pensando. Los caminos que hayan llevado a su concepción
pueden ser interesantes para los críticos y especialistas, pero
al lector lo que le atrae es, me parece, el “qué” antes que el
“cómo”, o, por mejor decir, que el “cómo del cómo”.
Mariano Shifman con Alfredo Luna, Silvia Montenegro y Eugenio
Polisky en 2015
-------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Fernando Manzini
----------------------------------------------
Mariano Shifman con Carlos Carbone
--------------------------------------------------
Mariano Shifman con Amalia Mercedes Abaria, Gustavo Tisocco,
Emilce Strucchi, etc., en 2010
--------------------------------------------
Mariano Shifman con Víctor Damián Cuello, Michou Pourtalé, Jorge
Albertella, Nélida Arp, Graciela Maturo, Elena Eyheremendy, etc.
----------------------------------------
Mariano Shifman con Verónica Yattah, Natalia Romero, Hugo
Zonáglez, Natalia Litvinova, Gustavo Gottfried, Gabriela De
Cicco, etc.
----------------------------------
4 — Un párrafo aparte: el “ambiente” poético.
MS — Todos
conocen la fábula del rey desnudo: es plenamente aplicable a lo
que sucede en el panorama poético argentino desde hace décadas.
Hará un año escribí un soneto titulado “Harta cultura”, que
publiqué y volví a publicar en Facebook. Fue bastante festejado
porque refleja una realidad experimentada por escritores y,
desde ya, artistas de otras disciplinas.
HARTA CULTURA
El rey está
desnudo, es evidente, y por eso ninguno lo confiesa.
¿Quién ignora que el rey lo sabe? Miente
quien
gire lado a lado la cabeza.
Comprendo a todos:
nadie es tan valiente para inmolarse solo en la proeza de
anunciar la verdad —clara, inocente—, que a un loco de entre
tantos interesa.
Digamos al unísono
que el traje es digno de quien porta un gran linaje.
Lucremos; pergeñemos más estafas.
Y si hay alguien
estúpido o sincero, gritemos que no ve o es embustero. Y
enceguezcámoslo con nuestras gafas.
¿De qué trata el poema? Del esnobismo como norma
fundamental para juzgar el valor de una obra artística; digo
fundamental y no única, porque la otra vara tiene que ver con el
amiguismo. Borges ponderaba a la amistad como la mejor de las
virtudes argentinas, pero trasladado al ámbito en donde debe
juzgarse qué obra merece reconocimiento… Aunque no sé si es la
amistad la que prevalece en estas cuestiones, sino más bien
intereses cruzados, asociaciones de distinta laya en donde
conviene que ganen unos para que ganen otros.
El caso del Fondo Nacional de las Artes, al menos en el
género poético, es paradigmático. Desde ya, cualquier criterio
para dirimir qué obra es la mejor entre varias decenas dejará
disconformes, pero no parece ser casual que casi
invariablemente, en los premios otorgados por este benemérito
organismo ganen “poemas” que sólo tienen de tales el nombre.
Aclaro, por si hiciera falta, que los tejes y manejes del Fondo
—como así también de otras entidades nacionales, provinciales,
municipales, etc.— a la hora de elegir a quiénes “canonizar”,
vienen de lejos y son “transversales”, como está de moda decir
ahora, a todos los espacios políticos. La “Cultura” en la
Argentina ha sido usurpada por unos pocos nombres que, aunque
parezca increíble, se esmeran en elegir lo que a cualquier
lector desprevenido le resultaría lisa y llanamente soporífero.
Podría hacer nombres, pero sería injusto —como suele decirse,
aunque aquí en sentido inverso— porque dejaría afuera a unos
cuantos. Intuyo, además, que no hace falta. Sólo es necesario
verificar —es fácil hoy en día a través de Internet— quiénes son
los jurados de los premios más importantes, en cuanto a
reconocimiento económico, “prestigio”, posibilidad de viajes, de
invitaciones, de pensiones vitalicias, etc., para darse cuenta
que unos pocos y pocas tejen una red indestructible de acomodos,
favores mutuos, canonjías y otras yerbas “legales”, pero no por
eso menos tóxicas. A riesgo de parecer reiterativo, o de serlo,
no puedo dejar de hacer hincapié en estas cuestiones, porque,
presiento, tienen que ver con el alejamiento de la gente culta y
con inquietudes literarias respecto de la poesía contemporánea,
sobre todo si comparamos cuál era la situación en décadas que
hoy pensamos como prehistóricas, por todo el agua —mucha de ella
turbia— que ha corrido bajo el puente. Pienso en Baldomero
Fernández Moreno, cuyos versos eran recitados de memoria e
incluso a los tan defenestrados poetas de la Generación del 40.
Mariano Shifman con Andrea Álvarez y Graciela Wencelblat
-----------------------------------------------------
Mariano Shifman con Alfredo Luna, Silvia Montenegro y
Eugenio Polisky en 2015
---------------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Álvaro Mata Guillé, Piero De Vicari, Mario
López y Silverio F. Moreyra Saavedra, en la ciudad de Campana,
provincia de Buenos Aires, en 2016
---------------------------------
Mariano Shifman con Alejandro Drewes
------------------------------------------
---------------------------
--------------------
5 — ¿Sólo tradujiste ese par de poemas del brasileño
Anderson Braga Horta incorporados a la antología de su obra
editada en Perú?
MS — Esas
son las únicas de mis traducciones que se han difundido. En
Lima, sí, hace dos años. Me estoy animando, en ocasiones, a esa
labor imposible. Traduje también, pero sólo para mí, al menos
hasta el momento, poemas de Paul Verlaine, Alfred Tennyson y
Robert Browning. La traducción, en especial la poética, exige un
grado de dedicación y amor muy altos. Destaco, a tres excelentes
poetas que son paralelamente brillantes traductores: Ricardo H.
Herrera, Alejandro Bekes y Pablo Anadón.
La traducción de poesía plantea una serie de dilemas, al
punto que algunos grandes poetas han negado su derecho a la
existencia, entre ellos Robert Frost, nada menos, que dijo que
poesía es lo que no puede plasmarse en la traducción, lo que
queda fuera de ella. Yo no sería tan tajante como Frost, pero
comprendo cuántas y qué arduas son las dificultades. ¿A qué
darle preferencia: al sentido o a la música? Ésa es la duda
primordial. Porque el propósito del traductor, se supone, es ser
lo más fiel posible al original, pero también desea que su
versión suene a poesía en la lengua “meta”. La dificultad se
acrecienta mucho más en la traducción de formas fijas y/o
rimadas o desde idiomas muy lejanos. A veces, he notado, la
versión es un poema más bello que el original, pero por eso
mismo es otro. Es una cuestión apasionante, pero, aquí, en caso
de duda, no hay que abstenerse, como nos sugiere el famoso
refrán, sino seguir intentándolo.
Mariano Shifman con Andrés Pierucci, Álvaro Olmedo, etc.
--------------------------------------
----------------------
Mariano Shifman con Julio Darío Vera
-------------------------------------------------
------------------------------
6 — Internet me entera a través de un portal uruguayo
que has conocido al poeta Oscar Corbacho (1922-2015), al que
sólo vi cuando participó del segmento de lecturas programadas de
“La Anguila Lánguida”, muestra de poesía que yo he coordinado en
2004.
MS —
Gracias por la mención, Rolando. A Oscar Corbacho lo conocí en
julio de 2013 en la SADE, durante la presentación de un libro de
sonetos que había escrito en conjunto con Alfredo A. De Cicco.
Conocía ya a este último poeta, de la misma generación que Oscar
y fallecido en 2016, pero no a Corbacho. Cuando terminó la
presentación, me acerqué a saludar a ambos, me obsequiaron un
ejemplar del libro y aproveché para comentarle a Corbacho que yo
también escribía sonetos: era una “rara avis”, sobre todo por mi
edad. También le pedí su dirección de e-mail para enviarle
algunos poemas —básicamente sonetos—, que aún no había publicado
en libro.
Con el correr de las semanas, el intercambio
cibernético-postal fue muy enriquecedor; a Corbacho le
sorprendieron mis sonetos, sobre todo la variedad temática; me
decía que no se notaban versos forzados o encabalgamientos
artificiosos. Nos empezamos a encontrar en un café cercano a su
casa; me fue obsequiando casi todos sus libros; no le quedaban
ejemplares de aquél con el que obtuviera el Premio Municipal de
la Ciudad de Buenos Aires en 1972, pero tuve la suerte de
conseguirlo en una librería de la avenida Corrientes. Quiero
destacar quiénes fueron jurados en esa ocasión:
María Granata, Ricardo Molinari, Sigfrido Radaelli, Francisco
Tomat Guido y Raúl González Tuñón… Me parece que la sola mención
de estos nombres da una pauta de la calidad poética de Corbacho.
A pocos meses de su muerte escribí una nota sobre su obra —y
sobre él, que formaban, como en pocos casos, una unidad
monolítica—, difundida en el número 32 de la revista “Hablar de
Poesía”; el artículo puede leerse por Internet. Lo más
importante es que incluye una selección con seis de sus poemas,
y no solamente sonetos. Era a mi criterio también muy talentoso
en las formas libres, pero no por eso privadas de música.
Oscar Corbacho
------------------------------------------
Mariano Shifman con Amadeo Gravino, Luis Raúl Calvo y Julio
Bepré en 2012
---------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Amalia Mercedes Abaria, Beatriz Minichillo y
Alejandro Drewes
-----------------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Álvaro Olmedo, Susana Cordisco, Juan Carlos
Priotti, Flavio Verandi, etc.
---------------------------------------------------------------
7 — ¿Qué
reflexión te promueve, Mariano, lo que a continuación voy a
transcribir de la novela “El viaje del elefante” de
José Saramago?: “Realmente, la
mayor falta de respeto para con la realidad, sea ella, la
realidad, lo que quiera que sea, que se puede cometer cuando nos
dedicamos al inútil trabajo de describir un paisaje, es tener
que hacerlo con palabras que no son nuestras, que nunca fueron
nuestras, vean, palabras cansadas, exhaustas de tanto pasar de
mano en mano y dejar en cada una parte de su sustancia vital. Si
escribimos, por ejemplo, las palabras arroyo cristalino, de
tanta aplicación precisamente en la descripción de paisajes, no
nos detenemos a pensar si el arroyo sigue siendo tan cristalino
como cuando lo vimos por primera vez, o si dejó de ser arroyo
para transformarse en caudaloso río, o, maldita suerte esa, en
la más repugnante y apestosa de las ciénagas. Aunque no lo
parezca a simple vista, todo esto tiene mucho que ver con esa
valiente afirmación, más arriba consignada, de que simplemente
no es posible describir un paisaje y, por extensión, cualquier
otra cosa.”
MS —
Es una reflexión que me interesa, y con la que estoy de acuerdo
en líneas generales. Reconozco que al leer novelas, la
descripción de paisajes, aun si está bien lograda desde el punto
de vista estilístico, tiende a aburrirme. Se justifica cuando la
descripción apunta a revelar indirectamente rasgos de los
protagonistas o del entorno social en que se mueven. En cuanto
al uso de ciertos términos, sobre todo de adjetivos que parecen
casi epítetos, como “cristalino” para arroyo, sí, desde luego,
tienden a estar gastados.
Recuerdo a propósito de la pregunta, una opinión del gran
cuentista Abelardo Castillo —no la citaré textualmente, sí lo
sustancial—: un narrador tiene que animarse a emplear el
lenguaje que usa naturalmente, escribir “vidrio” antes que
cristal. Si uno lee la prosa de Borges, literal, literariamente
perfecta, notaremos que nunca es rebuscado; mucho menos,
críptico. Si se nos escapa algo se deberá a un desconocimiento
nuestro como lectores, no a que no haya sabido qué quería
significar —algo que para muchos críticos “estrellas”, no es un
defecto sino un mérito eminente—.
-----------------------------------
Mariano Shifman con Alfredo Luna, Silvia Montenegro y Eugenio
Polisky en 2015
--------------------------------------------------------
Mariano Shifman con María Eugenia Maiztegui y María Zandanel
------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Lorenzo Bertero, Alejandro Vitola y
Pablo Beim
--------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Roxana Palacios y Gustavo Tisocco
-----------------------------------------------
Mariano Shifman con Álvaro Mata Guillé, Piero De Vicari y
Mario López
---------------------------------------------------------------------------
8 — ¿Dé qué
dos o tres novelas que hayas leído por primera vez en lo que va
del siglo te hubiera gratificado ser autor y en cuáles de ellas
te imaginás como un personaje posible? ¿Prevés animarte a la
concepción de alguna?
MS —
Debo decirlo:
no soy un fervoroso lector de novelas. Me inclinaba más al
género a mis veintipico de años. Cuando empecé a escribir
cuentos y luego poesía, éstos fueron los géneros que preferí.
Sin embargo, no he dejado de leer algunas, y muy buenas. Hay dos
novelas que destaco y son absolutamente diversas en todo; época
de escritura, perspectiva del autor, de los personajes, etc.:
“Mañana en la batalla piensa en mí”, de Javier Marías, y
“Los hermanos Tanner”, de Robert Walser. Menciono en primer
lugar la novela del español porque fue la que primero leí, hará
unos cuatro años, pero fue escrita en los noventa; en cambio,
“Los hermanos Tanner” es de 1925, aunque tuve la suerte de
descubrirla recién el año pasado. De cualquiera de ellas me
hubiera enorgullecido ser el autor. La de Marías es una novela
de narrador, la de Walser, la novela de un poeta. No tiene
sentido intentar resumir las tramas de ambas, porque si bien
interesantes, representan una mínima parte de su encanto. La
forma, el lenguaje, las reflexiones son la esencia de ambos
textos. Pensándolo bien, no podrían ser más distintas, y es
extraño que ambas me gusten tanto. Robert Walser fue un escritor
genial, de una sensibilidad extrema, con serios problemas
psíquicos —no descubriré nada si digo que el genio y la “locura”
suelen estar emparentados—. Fue, quizás, el escritor más
admirado por Franz Kafka, lo que ya dice mucho. En cuanto a la
segunda parte de la pregunta: no me veo como protagonista en
ninguna de ellas, si bien al leer la joya de Walser, uno no
puede no sentir empatía con el protagonista.
Respecto a si me veo escribiendo una novela: hasta ahora,
sólo fue una fantasía muy difusa, y tengo que pensar que no he
sentido la necesidad siquiera de intentarlo. He tenido algunas
ideas, sí, pero quedaron en eso. Me ocurre algo especial con el
género: considero que un novelista “por naturaleza” no pone
especial cuidado en el lenguaje y sí en la trama; y quien sí
intenta urdir filigranas estilísticas, pone el foco en la forma
pero el fondo es vago, cuando no inexistente. Es lo que sucede,
creo, con novelas de poetas. Son pocos quienes logran plasmar a
un mismo nivel ambos aspectos, y ello es comprensible, porque
una novela es un texto de largo aliento. Por esto es casi
milagroso lo que consiguió Walser con “Los hermanos Tanner”,
escrita a los veinticinco años: lo tiene todo, puede leerse como
un poema de 200 páginas, y con esto no me refiero, desde luego,
ni a la poesía épica, ni a la llamada prosa poética.
Mariano Shifman con Mario López, Álvaro Mata Guillé,
Cristina Aráoz, Silverio F. Moreyra Saavedra, etc., en 2016
-------------------------------------------------
Mariano Shifman con Marta Susana Ruffini, María Eugenia
Maiztegui, etc., en 2015
---------------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Nélida Arp, Elena Eyheremendy, Nora
Rossetti, Liliana Pedro, Adriana Dorola, Graciela Maturo,
Mariano Lelez, etc.
--------------------------------------------
Mariano Shifman con Álvaro Olmedo, Natalio Vulich, Susana
Cordisco, Juan Carlos Priotti, Alfredo Luna, Lucía Carmona,
Silvia Montenegro, María Eugenia Maiztegui, etc.
--------------------------------------------
Mariano Shifman en 2013
-------------------------
9 — ¿Qué ajedrecistas de todos los tiempos te
promueven la mayor admiración y por qué?... De aquellos de los
que más conozcas sus biografías, ¿cuáles te atraen
especialmente?
MS —
Surge de mis
anteriores reflexiones que el ajedrez fue mi pasión adolescente:
desde los catorce años no había día que no repasara partidas de
los grandes jugadores; a partir de los quince comencé a jugar
torneos, primero en la zona sur del Gran Buenos Aires y luego en
Capital Federal, donde siempre ha habido una mayor actividad.
Mis ídolos de entonces no eran las estrellas de rock
—nunca lo fueron—, pero tampoco los escritores; sí los genios
del tablero. En esa época empezaron a jugar sus míticos matches
Anatoli Kárpov y Garri Kaspárov, en los que este último terminó
consagrándose el campeón más joven de la historia (record que
aún ostenta), a los veintidós años. Pero además me interesaba
mucho conocer la historia del juego, los grandes jugadores del
pasado. Hubo varios talentos extraordinarios; en mi libro
“Cuestión de tiempo” dediqué tres poemas al ajedrez: “Los
amantes de Caissa” —la diosa del juego ciencia—, en el que
hablo, con cierta ironía, del ambiente, “Paul Morphy” y “José
Raúl Capablanca”. Morphy, norteamericano, fue el mejor jugador
del mundo a mediados del siglo XIX. Como dijera Ezequiel
Martínez Estrada, su concepción del juego era aún más grandiosa
que su capacidad para jugarlo, y eso que era casi imbatible.
Creo que fue el ajedrecista que más diferencia estableció con
sus contemporáneos. Dejó de jugar a los veintidós años —esto da
una pauta de que además fue un prodigio—, luego de derrotar a
los mejores, primero en su país y luego en Europa. En esa época
no había un campeón oficial, pero eso, para mí, es lo de menos.
Capablanca,
cubano, fue campeón del mundo entre 1921 y 1927, cuando perdió
sorpresivamente el título aquí, en Buenos Aires, contra el ruso
exiliado en Francia Alexander Alekhine. Capablanca, junto con
Morphy, fueron, a mi criterio, los dos talentos naturales más
grandes de la historia del juego. El cubano, en una época mucho
más exigente que la de Morphy, por el avance del juego,
prácticamente no estudiaba: encontraba siempre (o casi) la mejor
jugada sobre el tablero, con una intuición única, con perfección
de computadora. Su juego no era tan lucido, pero sí resultaba
perfecto. Era tan fácil para él jugar, que propuso cambiar las
reglas; en el poema que le dedico, le hago decir sobre el
ajedrez que para él era “…un juguete que casi tomo en broma”.
Su facilidad
iba pareja con sus gustos hedonísticos. Lo tenía todo:
inteligencia, presencia física, dinero. Se dice que perdió el
título porque todas las noches se divertía con damas, pero no
las de madera, sino las de carne y hueso.
Dicho todo
esto, también diré que, con toda la admiración ante estos
jugadores, mi máximo ídolo no ha sido Kaspárov, Morphy o
Capablanca; ni siquiera el colosal Bobby Fischer, quien entre
1970 y 1972, cuando ganó el título, jugó como nadie antes y
nadie después —ganó veinte partidas seguidas contra los mejores
jugadores de la época, hazaña única—. El mayor artista del
ajedrez fue, y creo que lo será mientras exista el juego,
Mikhail Tal (1936-1992). Nacido en Letonia, por entonces
satélite de la Unión Soviética, demostró una inteligencia muy
alta ya de niño. Comenzó a jugar relativamente tarde —luego de
los diez años, y no a los cuatro, como Capablanca, por ejemplo—,
pero en sus partidas desplegaba una imaginación ilimitada. Quien
no conoce el ajedrez no podrá comprenderme: siempre sacaba
jugadas inesperadas de la galera, que incluían sacrificios de
piezas (un término técnico para el cambio de piezas de más valor
por otras menores, a cambio de lograr una posición de ataque
directo al rey en procura del jaque mate ya en el medio juego).
Por tales jugadas se lo conoció como “El mago de Riga”, su
ciudad natal.
A sus veinte
años ya jugaba de igual a igual con los más grandes, a los que
solía vencer porque ni siquiera entendían su manera de jugar. A
partir de 1958 era el ajedrecista que más partidas ganaba por
torneo. Y así le llegó la hora de jugar por el título en 1960
con el campeón casi eterno, el también soviético Mikhail
Botvinnik, una especie de héroe nacional y prototipo del
ciudadano ejemplar. En ese match Tal venció claramente con
apenas veintitrés años y se consagró el octavo campeón del
mundo. Su ascenso fue meteórico, sólo comparable con el de
Morphy, pero en una época en que el ajedrez era infinitamente
más complejo. Sin embargo, en la revancha, al año siguiente, Tal
perdió el título contra el antiguo campeón: su salud siempre fue
muy precaria; nació con tres dedos en la mano derecha, tuvo
problemas severos en los riñones, y era un inveterado amante de
las bebidas alcohólicas. Todo esto en absoluto empañó su genio,
porque aún siendo el ex campeón —un título que dura para
siempre, como él comentó irónicamente—, siguió siendo un artista
incomparable. Murió a los cincuenta y cinco años, aunque parecía
de casi ochenta, por sus problemas y excesos. Pero mantuvo un
nivel asombroso hasta el final, al punto que un mes antes de
morir, se escapó del hospital y le ganó unas partidas de
“ping-pong” —rápidas, a cinco minutos— nada menos que al
entonces campeón Garry Kaspárov. Sin palabras, realmente. Para
mí fue uno de los genios de la humanidad, comparable a Wolfgang
Amadeus Mozart, William Shakespeare, Miguel Ángel; claro que
quien no sabe jugar no puede apreciarlo. Resalto, además, que
más allá de su asombroso talento para el juego, fue una persona
cultísima, licenciado en filología, y con una bonhomía
increíble: era capaz de jugar hasta la madrugada partidas
rápidas con cualquier aficionado que se lo propusiera.
Recomiendo, a quien al menos conoce los rudimentos del juego,
interiorizarse sobre este personaje magnífico.
Mariano Shifman con Fernando Manzini e Ignacio Vázquez
-----------------------------------------------
Mariano Shifman con Carlos Carbone y Daniel Arias
--------------------------------------------------------
Con Eliane Hüning, Eugenio Polisky,
Andrés Pierucci, Susana Giraudo, María del Mar Estrella, etc.
--------------------------------------------------
Mariano Shifman con Juan Ignacio Marquínez, Lisandro Gallardón y
Gabriel Burgués
-----------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Graciela Maturo
----------------------------------------------
10 — ¿A qué cinco o seis o diez guitarristas considerás
sobresalientes y en géneros musicales diversos? ¿Cuál quisieras
ser (o haber sido)?...
MS —
Debo aclarar,
antes de seguir, que si bien cursé unos años en el Conservatorio
y elegí la guitarra como instrumento, no me destaqué ni creo
haber tenido cualidades para ser un buen ejecutante. La guitarra
es un instrumento cuyo dominio es mucho más complejo de lo que
comúnmente se cree. No hablemos del rasgueo, claro, sino de la
interpretación de piezas instrumentales. Ya el sólo hecho de
extraerle un sonido límpido es una tarea complicada.
Dicho todo esto, puedo nombrar, y cómo no, al gran Andrés
Segovia, casi como un paradigma del guitarrista. De niño, me
parecía insuperable Cacho Tirao, y aunque los puristas no lo
veían con buenos ojos —o mejor, no lo escuchaban con oídos
receptivos—, para mí fue muy talentoso, versátil, con una
técnica impecable.
Me atrae especialmente la música brasileña (bossa nova,
el choro): por tal motivo, conozco varios guitarristas
excelentes del Brasil. Sin establecer una prelación: Baden
Powell, que también acompañó a Vinicius de Moraes, Paulinho
Nogueira —el maestro de Toquinho, muy buen guitarrista más allá
de su faz de cantante—, Garoto, seudónimo de Aníbal Augusto
Sardinha, un adelantado para su época, prematuramente fallecido
a los cuarenta años a comienzos de la década del ‘50. No quiero
olvidarme tampoco del gran Ubaldo de Lío, quien formó un dúo
irrepetible junto a Horacio Salgán en piano.
La segunda de las preguntas quizás esté implícitamente
respondida con lo anterior: no he querido, realmente, ser como
ninguno de ellos, porque sabía que no tenía las condiciones
necesarias. Tengo bastante oído y facilidad para tocar —según
dicen bastante bien— la flauta dulce, de oído; pero no fue el
caso con la guitarra.
---------------------------
Mariano Shifman con Carolina Quiroga
--------------------------------------------
Mariano Shifman con Carlos Dariel, Natalia Litvinova, etc.
------------------------------------------------
Mariano Shifman con Mario López, Álvaro Mata Guillé, Piero De
Vicari, etc., en 2016
-----------------------------------------------
11 —
¿Qué es
lo que califica, para vos, a un ensayo, como excelente?
MS —
El
ensayo es un género muy interesante y, podría decirse,
relativamente nuevo, si se toma como su iniciador a Michel de
Montaigne (aunque me parece que el género existía, en contra de
lo que es un lugar común, ya en la Antigüedad clásica, sin el
nombre, claro; pienso en textos de Cicerón, o de Séneca, entre
otros). Volviendo de la digresión: sus límites no son muy
definidos; en ese sentido tiene un punto en común con la novela,
que admite multiplicidad de estilos, temas, perspectivas incluso
dentro del mismo texto…). No digo que sea lo que ocurre con el
ensayo, pero en lo temático, puede decirse que es prácticamente
inagotable.
El ya nombrado Montaigne escribió ensayos formidables:
aunaba una erudición muy alta —pero nunca pesada o presuntuosa—
a una sensibilidad que podríamos denominar moderna, por el modo
en que se mostraba, a veces al desnudo.
En español, los ensayos de Jorge Luis Borges son joyas;
para mí, muchos de ellos están al nivel de sus mejores cuentos.
En “Otras inquisiciones” están los mejores: “Los
precursores de Kafka”, por ejemplo. Incluso en “Historia
universal de la infamia” —el primer libro de Borges que leí,
allá por mis doce años, comprado por mi madre en el kiosco de
diarios—, piezas como “El inverosímil impostor Tom Castro”,
donde mezcla elementos ensayísticos con otros muy probablemente
ficcionales, casi como si fuese un nuevo género. Y algo de eso
hay en “Pierre Menard, autor del Quijote”, su primer cuento
publicado, que puede leerse también como un ensayo.
Otro ensayista notable fue Paul Valéry, realmente
inspirador; también el inglés Aldous Huxley. No sé si estoy
capacitado para determinar qué hace de un ensayo un texto
excelente: presumo que lo es si al terminar de leerlo nos llena
de curiosidad por el tema tratado, y nos mueve a seguir
averiguando sobre el asunto o incluso nos incita a la propia
creación.
Mariano Shifman con Graciela Maturo, Pako Rizzo, Amadeo
Gravino y Luis Raúl Calvo
-------------------------------------------------------
Mariano Shifman con David Antonio Sorbille y Dolores Pombo
----------------------------------------------------------------
Mariano Shifman con David Antonio Sorbille
-----------------------------------------------------
Mariano Shifman con Cecilia González Gerardi y Ramiro
Silber
-----------------------------------------------------
-------------------------------
12 — ¿“Abrazar una causa”, “Ofrecer apoyo”,
“Hacerlo ‘de onda’”, “No amilanarse ante la
adversidad” o “Darse de corazón”?
MS —
Quisiera
responder que me identifico con todas estas expresiones, pero no
es el caso. Por desgracia, tengo tendencia a ahogarme en vasos
de agua —o peor, en gotas, algunas veces—, de modo que la cuarta
opción me está vedada. Para “abrazar una causa” no me falta
entusiasmo, pero suele faltarme certezas. No soy escéptico, al
contrario: quizá mi problema es “creer” —sea lo que sea tal
palabra— simultáneamente en tendencias que pueden contradecirse,
pero, debo aclarar, nunca haciendo la famosa síntesis hegeliana.
Las otras tres opciones: “Ofrecer apoyo” reconforta; no sé si
resulta de utilidad, pero estimo esencialmente las intenciones.
“Hacerlo de onda”: podría afirmarse, sin temor a equivocarse,
que los poetas si verdaderamente lo son, escriben por una
necesidad espiritual; pero también para comunicar. ¿Y qué duda
cabe que lo hacen “de onda”? Salvo excepciones, de las que hablé
antes y sobre las cuales prefiero no extenderme aquí, los poetas
se costean sus propias ediciones; sus libros apenas si son
distribuidos; los suplementos literarios los olvidan —no si son
amigos de los redactores—… Pero sucede, creo, que cada poema es
una botella al mar (feliz expresión de Paul Celan) y que se
intenta, con la divulgación, encontrar espíritus afines.
En
cuanto a “Darse de corazón”: lo hice varias veces y en no pocas
mi corazón tropezó. Pero no soy el único al que le ha pasado,
desde luego.
Mariano Shifman con Silvia Montenegro
----------------------------------------------
Mariano Shifman con Luis Raúl Calvo en 2013
----------------------------------------
Mariano Shifman con Héctor Álvarez Castillo
-------------------------------------
--------------------------------------
Mariano Shifman con Julio Darío Vera
-------------------------------------------------------
13 — ¿Cuáles de las siguientes citas más te convocan?:
Czeslaw
Milosz: “El objetivo de la poesía es recordarnos lo difícil
que es ser sólo una persona, porque tenemos la casa abierta, no
hay llaves en las puertas, e invitados invisibles entran y salen
a sus anchas.” Antonio Requeni:
“Una de las acepciones que da el Diccionario de la palabra
‘inventar’ es: ‘Hallar, imaginar, crear su obra el poeta o el
artista’. Si la función del poeta es, por lo tanto, inventar (‘también
la verdad se inventa’, nos recuerda Antonio Machado) creo que
el registro de los versos del poeta —que son su más profunda
verdad y su más íntimo patrimonio— puede aceptar el título de
‘Inventario’.” W. H. Auden: “Un poeta es ante todo una
persona que está perdidamente enamorada del lenguaje.”
MS —
En principio,
las tres citas me parecen interesantes y las suscribiría sin
inconvenientes. No conocía la frase de Requeni, pero sí a él,
excelente poeta y periodista, y sí había leído la cita de Auden,
pero no la de Milosz, que en sí misma es de algún modo un poema.
Leyéndolas y releyéndolas, dudo en cuál ha de ser la respuesta
(algo no tan extraño en mí). Aunque la idea de Auden es
absolutamente cierta, me quedo, por la belleza de la expresión
—y porque también es cierta, claro—, con la de Czeslaw Milosz.
Aunque noto aquí que incurro en una paradoja: elijo la frase de
Milosz por su belleza, con lo cual indirectamente estaría
prefiriendo la reflexión del poeta anglo-norteamericano (o
neoyorquino, como le gustaba definirse). Ocurre que un poeta, un
buen poeta —sea lo que eso fuere— tiene que amar el lenguaje. Si
lo que lo urge es sólo expresar sus inquietudes, obsesiones,
visiones de la realidad, optará por la narrativa, en especial
por la novela, género en donde la precisión, las filigranas
verbales no sólo son extrañas sino tal vez contraproducentes.
Pienso en Borges, el máximo estilista del siglo XX (en idioma
español, y me animaría a decir en cualquier idioma): es lógico
que no haya escrito nunca una novela. La novela,
inevitablemente, necesita zonas de descanso, incluso de “ripio”,
de relleno, las que forman parte de la estructura. Si uno lee
los cuentos y ensayos de Borges —y por supuesto sus poemas—,
notará que cada palabra parece como cincelada, engarzada junto a
las demás.
Recuerdo, a propósito, una reflexión del novelista John
Gardner en un manual que compré hace muchos años, cuando
intenté, sin demasiado entusiasmo, en vista de los resultados,
esbozar alguna “nouvelle”, algo más largo que los cuentos que
venía escribiendo. Decía Gardner que si tras escuchar una
anécdota, el oyente nota primeramente un juego de palabras (el
texto estaba traducido del inglés y no recuerdo de cuáles
vocablos se trataba), esa persona podría ser un poeta, pero
nunca un novelista. Comprendí perfectamente a qué se refería: no
me imagino a Roberto Arlt, novelista por instinto, preocupándose
demasiado sobre si debía usar “dijo”, “expresó”, “espetó”… El
centro es otro: la historia, la trama, como dije antes, las
obsesiones, pero no el lenguaje. Y si no es así, se acaba
escribiendo novelas ilegibles, puro juego de palabras de 400
páginas, como —le creo a Borges— ha de ser “Finnegans wake”
de James Joyce, por otra parte notable cuentista, como demostró
en “Dublineses”.
En síntesis: mientras respondía esta pregunta me di
cuenta que, por vía de la paradoja —el camino ambiguo—, optaré
por las citas de Milosz y Auden, en unas tablas salomónicas.
Mariano Shifman con Gustavo Tisocco en 2010
-------------------------------------------
Con Graciela
Maturo, Elisa Dejistani, Amalia Mercedes Abaria, Elena
Eyheremendy y Laura Vera en 2013
---------------------------------------------
Mariano Shifman con Gabriel Burgués
---------------------------------------------------
----------------------------
Mariano Shifman con Paulina Juszko, etc., en 2010
------------------------------------------
14 —
¿Cómo
describirías tu manera de ver el mundo?
MS —
Mi
manera de ver el mundo… Hay un refrán que suele venirme a la
mente cuando pienso en estas cuestiones (a menudo): “Cada uno
habla de la feria según cómo le va en ella”. Muchas veces,
cuando me gana un pesimismo “objetivo”, estoy tentado a ver el
mundo un lugar incómodo, por decirlo de un modo delicado. Si
vemos un documental de la National Geographic —más filosófico
que todo Hegel—, comprobaremos cuán sabia es la naturaleza, y
cuán feroz: una lucha perpetua de matar o morir. El animal
humano, cuando es “civilizado” (hablar de civilización cuando
Adolf Hitler surgió del país más culto de Europa no sé si tiene
sentido), y suponiendo que tiene sus necesidades básicas
cubiertas, se siente acosado por el paso del tiempo, la muerte
de los seres queridos, finalmente la suya.
Ahora bien, este pesimismo “objetivo” se turna con otro,
que no sé si llamar “subjetivo”, por oposición. Pienso que las
gacelas no sospechan que van a morir a garras y dientes de los
leones, salvo cuando le llega el momento, a diferencia del ser
humano, que sabe que va a morir aun en los momentos de felicidad
—y en especial en esos momentos—. Pero a su vez doy una vuelta
de tuerca: un ser humano promedio, supongo, sólo piensa en la
muerte en los terribles momentos de las pérdidas personales,
pero luego, por instinto, se evade en medio de la vida. Pienso
también en vidas como la de Mick Jagger —uno de sus secuaces
dijo que el 70% de los hombres se cortaría un brazo para gozar
una vida similar a la suya, y el porcentaje me parece
criterioso—, y entonces, ¿qué decir del mundo? Lo del principio:
que cada cual habla de la feria… Para concluir: respecto de cuál
es mi visión del mundo —de la feria—, me gustaría que
respondieran mis poemas.
Mariano Shifman con Gabriel Burgués, Silvina Shifman y
Federico Viggiano en 2013
------------------------------------------------------------
Con Oscar
Vicente Conde, Susana Fabrykant, Daniel Adrián Castelao, Beatriz
Minichillo, Hilda Mans, etc.
-------------------------------------
Mariano Shifman con otros asistentes en un evento poético
---------------------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Sofía Rodríguez García, María del Mar
Estrella y docentes de una escuela de San Nicolás, provincia de
Buenos Aires, en 2015
----------------------------
Mariano Shifman con María Esther Vázquez
-------------------------------------------------
15 — ¿Le corresponde a la poesía producir pensamiento?
MS —
No sólo
le corresponde; diría que es inevitable. Puedo entender que haya
existido un tipo de poesía que se regodeara con las palabras
como objetos autónomos, sin vincularse a la reflexión, pero me
parece que algo así cansa pronto. No concibo un poema que no
sea, si bien un objeto verbal, a la vez un modo de reflexión.
Desde hace unos cuantos años se ha instaurado el sintagma
“poesía del pensamiento”, en oposición, intuyo, a la poesía que
no desdeña, sino, al contrario, se enriquece con las cuestiones
formales. Acaso un poema, por el hecho de ser eufónico, ¿está
obligado a ser vacuo?
A propósito de esta cuestión, hace unos meses escribí una
coplilla sobre el tema, publicada en Facebook, que dice así:
“Poesía
del pensamiento”,
porque
lo nuestro es pensar.
También
pensaba Machado,
sin
olvidarse al juglar.
Mariano Shifman con Ivana Szac, Cecilia González Gerardi,
etc.
-----------------------
Mariano Shifman con Pablo Beim y Jorge Corona en Mar del
Plata, provincia de Buenos Aires, 2017
--------------------------------------------------------
Mariano Shifman con Pako Rizzo, Piero De Vicari, Amadeo
Gravino, Luis Raúl Calvo, etc.
-------------------------------------------------------------------------
*
Mariano Shifman selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
CULTIVA
SILESIUS
La piel
del absoluto es dura cáscara
mis
dedos cuentan las heridas
en la
rosa del dolor
no hay
lugar para otros pétalos.
Mis
yemas han sentido los rigores
de las
duras espinas
del sin
porqué.
(de “Punto rojo”)
*
HISTORIA
NATURAL
Lejos
de la colmena,
surcando los aires de mayo
una
abeja acopia néctar
acaso
por última vez.
Y aun
así ¿sería cierto su final?
Yo,
fijo en lo que cambia, pienso en mí
y solo
concibo el furor del tiempo;
ella,
fluye en el dorado instante
junto
al dulce ritual del polen.
Parece
eterno ese sueño otoñal:
sabe
ignorar lo que daña
y
apenas busca, levedad de levedades,
su
exacta porción de miel.
(de “Material de interiores”)
*
EL ORIGEN
DE LAS ESPECIAS
En los
albores
fue por
conservar la carne,
no hay
dios que lo discuta.
El azar
de seguir viviendo
acertaba la precisa ración.
Sólo en
los albores, raza de humanos;
luego,
ningún buen gusto les fue ajeno.
Y hubo
luchas de azafrán o muerte,
botines
de jengibre y canela.
He aquí
en qué derivó la urgencia
por
huir de la podredumbre:
selección natural del mejor aroma
a
cualquier precio, paladares superiores,
lenguas
de fuego en preciosa sazón.
(de “Material de interiores”)
*
EL SABOR
DE LA MANZANA
El gato
que me observa sólo aspira
a
disfrutar su condición de gato.
Recostado en el sol de lo inmediato
no
ruega eternidad y no delira.
Satisfecho de sí, mientras se estira,
copula
o duerme, cumple su mandato:
ser lo
que debe ser, sin aparato,
sin
ayer ni mañana. Sin mentira.
Digo
gato y abarco al reino todo,
con
excepción del hombre y la serpiente:
ambos
saben que el tiempo es otro lodo.
Trocaría las artes y la ciencia
por una
vida anclada en el presente.
Padre
Adán: ¿me devuelves la inocencia?
(de “Cuestión de tiempo”)
*
LA PLUMA PENSANTE
Algún
verso será el definitivo,
un paso
habrá de ser, sin más, postrero;
observo
con los ojos del viajero
que se
sabe fugaz, confín, furtivo.
Cada
día que vivo, sobrevivo
entreviendo el final de mi sendero
—sendero o turbio azar, si considero
de
cuántos vientos soy rumor cautivo—.
¿Diré
también que muero si no muero
o en
puridad me muero si no vivo?
A cada
idea la atraviesa un
pero.
Entretanto, sediento de un motivo,
abierto
a lo posible, a Dios espero
(¿creyéndole o creándolo?); y escribo.
(de “Cuestión de tiempo”)
*
LA
TEORÍA DEL CAOS
Veo aletear aquí
una mariposa —puro color detrás de la ventana—; aunque sus
alas suavemente roza
quizá
engendre tormentas en Botsuana.
La teoría del caos,
prodigiosa, lo más distante y lo cercano hermana. Cada
cosa interviene en otra cosa. Todo luce una impronta
hegeliana.
¿Cuánta razón
habita en el delirio? ¿Y si decirle a la azucena lirio
modifica en mi mente a la azucena?
No hay certezas
(las hay sólo en teoría). Quizá el cieno ominoso de la pena
descienda desde un cielo de alegría.
(Inédito)
*
Mariano Shifman con Rafael Felipe Oteriño
----------------------------------------------------
Mariano Shifman con Piero De Vicari, Sofía Rodríguez García
y María del Mar Estrella
--------------------------------------------------
Mariano Shifman con Sofía Rodríguez García y Marta Susana
Ruffini, en 2015
-------------------------------------------------
Mariano Shifman con Piero De Vicari, Mario López, etc.
-----------------------------
Mariano Shifman con Juan Carlos Priotti, Sofía Rodríguez
García, Lucía Carmona, María del Carmen Palomeque, Andrés
Pierucci, Eugenio Polisky, etc., en 2015
-------------------------
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de Lomas de Zamora y Buenos Aires, distantes entre sí
unos veinte kilómetros, Mariano Shifman y Rolando Revagliatti,
septiembre 2017.
www.revagliatti.com
|