Marta Braier: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Marta Braier
nació el 19 de junio de 1947 en San Miguel de Tucumán, provincia
de Tucumán, República Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires. Es Profesora en Letras desde 1972, con la
distinción Summa Cum Laude, por la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Especializada en
Creatividad y Crítica Literaria, coordina talleres de escritura.
Entre
2003 y
2015 dirigió el Taller Literario para Jóvenes de la Biblioteca
Nacional. Ha sido traducida al francés, catalán y portugués.
Colaboró, entre otros, en el suplemento cultural del diario
“Clarín” (1976-1987). Cuentos suyos fueron incluidos en el
volumen colectivo “Sociedad de sueños” (1992), así como
textos poéticos en las antologías “Poemas y relatos desde el
Sur” (con prólogo de Aitana Alberti, en Barcelona, España,
2001) y “Antología de poesía argentina contemporánea. 18
poetas” (compilada por Cristina Madero, Mario Jorge
Buchbinder y Daniel Calmels, Reflet de Lettres, de Francia, y
Alción Editora, de Argentina, 2012). Dirigió en 1998 un ciclo de
narrativa y poesía en “Liberarte / Bodega Cultural”. Poemarios
publicados: “Gestos de minué” (Libros de Tierra Firme,
1999), “Ésta es la tierra, corazón” (Ediciones Último
Reino, 2005) y “El río secreto” (Premio Único de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires en Poesía Inédita, Bienio
2010-2011, Ediciones El Jardín de las Delicias, 2016).
1 — Confieso que no he visitado tu provincia.
MB
— Donde nací de cara al Aconquija. En el éxtasis de la belleza,
en las primeras preguntas ante la incertidumbre de lo vital,
surgió el misterio de la poesía y desde muy niña leí con pasión.
Recuerdo haber llorado a mares con “Corazón” de Edmundo
de Amicis y el temprano compromiso con la palabra poética en mis
clases de Declamación, como se decía en aquella época. También
leí por entonces “Juan Cristóbal” de Romain Rolland
(varios tomos) y “Bonjour tristesse” —inolvidable— de
Françoise Sagan. Eran libros de mamá, dedicados, que aún
conservo, con sus tapas antiguas. Viví en el seno de una familia
judía acomodada, con mis dos hermanos. Papá, médico ginecólogo
nacido en Buenos Aires, migró a Tucumán desde Rosario, donde
hizo la carrera universitaria; y mamá —hija de tenderos
prestigiosos de la calle San Luis, de Rosario, fina y elegante,
la más coqueta del barrio— tenía devoción por el teatro y solía
recitarnos a lo Berta Singerman. El piano sonaba en casa a
cualquier hora en la interpretación de mi hermano Lalo;
y esa escucha fijó en mí, tempranamente, las músicas y letras
notables de los tangos de la guardia vieja, sustento lingüístico
y filosófico que flota con cierta melancolía, tragicidad e
ironía, en mi primer poemario. De esos tangos que escuché
cantados por mi hermano y en la voz de Carlos Gardel, evoco con
una sonrisa tres de gran potencia sentimental: “Ladrillo”,
“Caminito”
y “Si se salva el pibe” (este último con letra de
Celedonio E. Flores). El segundo poemario es de otro momento de
mayor aceptación; el discurso es llano y realista, aunque
siempre revestido de “levedad”, ese lirismo que es un rasgo
primordial en mi dicción, cierta contemplación de lo vital
rodeada de un aura de conciliación. Y del tercero, de octubre
del año pasado, lo autorreferencial se constituye en centro de
la historia, desde una
oralidad elaborada alrededor de una adolescente y su relación
con el entorno familiar y social. Lo menciono ahora, porque en
esta obra anticonvencional, casi una nouvelle,
entramado de narrativa y poesía, está expuesta mi adolescencia,
con toda la frescura y pavor que caracterizan esa época de la
vida, la mismísima intemperie ante los mandatos sociales y
familiares, y la subjetividad constituyéndose en atormentados
combates interiores. El texto de contratapa es de la
extraordinaria cineasta salteña Lucrecia Martel, influencia muy
importante en mi carrera. Su filmografía revela la hipocresía de
una sociedad, en este caso la del Norte argentino, que manipula
e intenta ocultar el deseo y el verdadero sentir. El “murmullo”
social ocupa un lugar relevante como intrínseco de la identidad
(el famoso “qué dirán”). Cito una frase de mi libro: “Mirá
que las mujeres quedan marcadas”.
Marta Braier con Rafael Alberto Vásquez, Carmen Medrano y
Antonio Requeni en 2016
2 — Ése dedicado a tus hermanos, Lalo y Sofi,
“por aquella casa que nos habitó”.
MB
— Sí,
“El río secreto”.
Cuando se vendió mi casa de infancia y adolescencia en San
Miguel de Tucumán, en el 2005, la casa me dejó oír una voz,
enraizada en el habla provinciana, que parecía dictarme los
textos que componen la nouvelle y yo
escribí esta obra —memoria deslumbrada, silencioso devenir de un
alma— bajo el amparo de esa melodía, como homenaje a mis
hermanos y a esa “casa de la Avenida Mitre”, por necesidad de
testimonio, de legado. Los textos fueron madurando a lo largo de
una década: mandé la obra al Concurso Municipal en 2011, me
entregaron el premio en 2016 y recién ese año, que decidí la
publicación, dejé de modificarla. El cruce de géneros surgió
naturalmente —hasta hay escenas en clave de grotesco, cuando se
trata de describir la relación con la madre— y en la
yuxtaposición de los textos y las voces, se fue perfilando la
trama. Nada es totalmente nítido pero todo está allí. “El
deseo es algo que fluye, evitarlo es una actitud muy clase
media”
—dice Lucrecia Martel.
“El río secreto”
tiene que ver con esta cita.
Mientras transcurría el secundario, la carrera
de Letras, las letras de tango, los grandes descubrimientos
literarios, el cine, cantantes de entonces: todo entra en juego
y nutre ese miasma emocional que luego será núcleo y génesis de
mi creación poética. De los cantantes que alimentaron mi
romanticismo innato te menciono al chileno Antonio Prieto, a
Leonardo Favio y a Sandro, claro, el de “Penumbras”. Y además,
las canciones mexicanas apasionadas: “Me cansé de rogarle /
Me cansé de decirle / que yo sin ella / de pena muerooooo”...
Me refiero a “Ella”, de José Alfredo Jiménez, nacido en
Guanajuato.
Cursé el secundario en la Escuela y Liceo Vocacional
Sarmiento, donde fui abanderada, con mucho orgullo. No olvido
ese 9 de julio de 1965, cuando desfilé con la bandera rumbo a la
Casa Histórica. De allí evoco a un eminente profesor de
filosofía, Néstor Grau;
a “la Lucioni”, mi profesora de Física,
materia que me atraía muchísimo por su misterio, y en especial a
mi profesora de Literatura, María Rosa Garbero, que marcó mi
camino hacia la literatura; tanto es así que, al finalizar esos
estudios, me inscribí, decidida, en la carrera de Letras en
marzo de 1966. “La Garbero” nos hizo leer —hasta me acuerdo del
patio de la escuela y el sol picando a la hora de la siesta—
nada menos que “El sonido y la furia” de William Faulkner
y “La metamorfosis” de Kafka. Entrar a los dieciocho años
en el dramático universo familiar de los Compson de Faulkner, o
en el siniestro y desventurado mundo de Gregorio Samsa,
significó para mí el encuentro con la Gran Literatura, el
descubrimiento de las posibilidades inauditas de la Palabra
Literaria, la sorpresa de una realidad textual que me conmovía
hasta los tuétanos y que me devolvía al mundo más calma y
“crecida”: empezaba a intentar “comprender”. Con esa misma
profesora tuve la oportunidad en 1971, por esas cosas azarosas
del transcurrir, de viajar a Salónica, Grecia, con un grupo de
estudiantes, becados por la Universidad Nacional de Tucumán y la
Universidad Aristotélica de Salónica, para realizar estudios de
Lengua y Literatura Griega Modernas. Ese viaje (residí en
Salónica durante más de seis meses), lo hicimos en barco, ida y
vuelta, fue un hito en mi vida. Mis padres me dejaron ir, a
regañadientes; así como habían cuestionado mi decisión de
estudiar Letras porque —según papá— “qué iba a hacer con esa
carrera, me moriría de hambre”. En Salónica estudié con
pasión el Griego Moderno —ya había estudiado el griego clásico
en la Facultad— y tuve un encuentro deslumbrante con la Poesía
al leer por primera vez a Odisseas Elytis y a Yorgos Seferis en
su propia lengua. (En la Facultad me había imbuido de “Edipo
Rey” de Sófocles, en griego clásico, y esa emoción aún la
atesoro, como germen de mi fervor poético.) De ambas situaciones
de lectura, recuerdo la hora del día, el asiento que ocupaba en
el aula de la Facultad, y las fulguraciones de la luz
filtrándose por la ventana.
Marta Braier con su madre y su hermano Lalo
Marta Braier en 1970
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3 — ¿Y cuando regresaste de Grecia?
MB —
Me recibí, me casé con el novio de Tucumán, y vinimos en 1972 a
vivir a Buenos Aires, incitados por mi viejo, que amaba a su
ciudad. (Tengo dos hijos: una mujer, la mayor, Silvina, y el
varón, Demián, cinco años menor. Cuatro nietos.) Los años de la
adolescencia y de estudio de la carrera de Letras fueron
fundantes y gloriosos, a pesar de problemas personales. Estaba
encantada con el estudio, la Facultad, los libros. A Julio
Cortázar su madre lo llevó a un médico, preocupada porque “leía
demasiado”. A mí también, a un neurólogo, porque sufría de
dolores de cabeza y el médico me preguntaba: “Pero, ¿usted
pasea, se distrae...?” Y en realidad yo estudiaba y leía en
demasía. Me presenté para una ayudantía en Lingüística y quedé
segunda; escribí mi primer ensayito sobre una “novela de la
tierra”, venezolana, “Doña Bárbara”, de Rómulo Gallegos,
y otro, apasionante, sobre el significado de la palabra
Kátarsis, en la definición de Aristóteles de Tragedia Griega.
Para este ensayo leí a un gran humanista, Pedro Laín Entralgo (“La
curación por la palabra en la antigüedad clásica”)
y a Albin Lesky en su obra “La tragedia griega”,
entre otros. Lo cual me abrió la comprensión del poder “sanador”
de la palabra; ya sabemos que las
representaciones trágicas en la época de oro de la tragedia
griega, tenían un valor curativo, educativo, transformador, y
por eso mismo formaban parte de las fiestas que
congregaban al pueblo y a los soberanos: las llamadas Fiestas
Dionisíacas.
Esto del poder sanador de la palabra lo relaciono con
mi trabajo como coordinadora de talleres de escritura y
literatura. Abracé esta tarea muy tempranamente (1982); y
siempre consideré que mi trabajo, más allá de dar herramientas
para perfeccionar la escritura e iluminar la lectura, mejora la
vida. Uno está trabajando con aquello que nos toca profundamente
a todos. Nunca soy fría enseñando. El vínculo con el otro me
dignifica y hace crecer. Me interesa ayudar a reconocer la
calidad de una obra literaria, a discernir sobre la buena o mala
literatura, el compromiso con la vocación escritural. Pero
también —como te dije— me interesa el vínculo que se establece:
uno comparte el embrión, lo creativo en estado puro, el arranque
entrañable de la emoción, la música del pensamiento, del
recuerdo, del corazón.
En la cátedra de griego clásico leo por primera vez en
una versión espléndida “La
Ilíada”
y “La Odisea”. “La Ilíada” sigue siendo un libro
de cabecera. Esa poesía estuvo siempre en mí. W. H. Auden hace
referencia a la solemnidad trágica de esos versos medidos, ese
hallazgo musical para expresar el dolor por la muerte de
Patroclo; la majestuosa dignidad y belleza de los Cantos
homéricos.
Me pidieron que fuera ayudante en la Cátedra de Griego
I, pero a mí me atraía la literatura; y si bien estudié la
española del Siglo de Oro y francesa contemporánea, lo que más
me cautivaba era la literatura argentina y latinoamericana. Fue
con un profesor paraguayo, Mariano Moriñigo, con quien descubrí
a José Martí, a José Lezama Lima, “La vorágine” de
Eustasio Rivera, “El indio” de Gregorio López y Fuentes,
“Los de abajo” de Mariano Azuela, entre tantos autores
que me conectaron con el sustrato indígena, el campesinado, el
sometimiento, y la dignidad de seres en condiciones de vida muy
precarias. También por entonces descubrí a Juan Rulfo y me
consubstancié con el ensayo “El laberinto de la soledad”
de Octavio Paz.
El tema de la marginalidad y las diferencias sociales
lo trato en mi último libro,
en el cual el personal doméstico —las muchachas— cobran
protagonismo, en oposición a una burguesía —adinerada— que se
empeña en ocultar y en aparentar.
Patricio Esteve y Rodolfo Modern, profesores porteños,
dieron algunos cursos en la Universidad de Tucumán y con ellos
me embarqué en Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Antonin Artaud,
el expresionismo alemán y el Teatro de la Crueldad en Michel de
Ghelderode. Y otro, como materia extracurricular, con un
profesor comprovinciano,
Octavio Corbalán, y así accedí al primer Mario Vargas Llosa (el
mejor): “La ciudad y los perros”, “Los cachorros”,
y al primer Carlos Fuentes: “La muerte de Artemio Cruz”.
4 — Ya habrías descubierto al mencionado Cortázar.
MB —
Mucho antes. Y sus libros me esperaban en la mesita de luz. Él
significó mucho para mí, y de eso quiero hablarte en relación a
su humanismo redentor, su ideal de un hombre nuevo, apartado de
la Gran Costumbre. Sus cuentos me subyugaron, dicté cursos sobre
su cuentística y la novela mosaico, “Rayuela”, y en
parte, sus principios los encontré hace pocos años
materializados en el pensamiento de un psicólogo chileno,
Rolando Toro, inventor de la Biodanza. Cuando la empecé a
conocer me hallé con “los cronopios”, con mi manada. Digo esto
porque papá desvalorizaba mi afectividad desbordante, el hecho
de que yo centrara mi existencia en el lugar de la emoción. La
Biodanza me permitió expresarla y ubicarla en el lugar que yo
quería. En el centro de mi Vida. Eso no es fácil en la sociedad
tecnológica en la que confluimos, pero por lo menos lo atesoro
como ideal. Con Jorge Ariel Madrazo [1931-2016], amigo del alma,
que conocí poco después de publicar mi primer poemario y que
extraño muchísimo, solíamos hablar de esto. Del desgaste de la
afectividad en el mundo de hoy, de la falta de contacto real.
Del teléfono de línea mudo, de la comunicación por celular, etc.
Yo me quejaba. Él, no. Me decía: “Vos tenés que entrar a
Facebook.” Desde allí fue un militante fervoroso e
incansable. Y para mí él fue un compañero de vida, un
extraordinario interlocutor, un grandísimo poeta. Le presenté
uno de sus libros de la última etapa e hice un prólogo para su
“Obra reunida”, que finalmente no se pudo editar, en
ciudad de México. Parte de ese prólogo se difundió en una
edición especial, “Madrazo en el Corazón”, un homenaje de 92
páginas, en el número 37, agosto 2016, de la revista de poesía
“Trilce”, que dirige desde Chile el poeta Omar Lara. Aprovecho
para comentarte que me sentí orgullosa de que Jorge Ariel me
eligiera para presentarlo y reseñar su trayectoria en la sala
Borges de la Biblioteca Nacional, cuando recibió el Premio Rosa
de Cobre otorgado en 2014 por la citada Institución.
Marta Braier con los poetas José María Pallaoro, Jorge
Ariel Madrazo y Olga Edith Romero
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5 — Ciertas expresiones artísticas, claramente, han
influido en tu obra.
MB —
Mucho. El cine, la pintura, la escultura. En mi último libro,
antes del final, el lector se encuentra con una glosa, a modo de
intertexto, de una película china, “El río”, de Tsai Ming Liang.
En el anterior, en la tapa, está la foto de “Hombre que camina”,
escultura de Alberto Giacometti. Y en el primero hay un retrato
de mujer, una carbonilla, “Melancolía”, del pintor argentino
José Marchi. Fue un impacto el descubrimiento de estas figuras
alargadas y frágiles de Giacometti, con una expresión feroz en
el rostro, que yo diría radica en la determinación para vivir,
el impulso de vida del hombre en una contemporaneidad que nos
condena a una inorgánica soledad. Observarlas en el Museo Miró
de Barcelona me produjo una emoción que decantó en el segundo
poemario y que ya desde el título anuncia una aceptación de lo
real desde una madurez que duele. Sin embargo, el dolor de
“saber” trae consigo una mansa reparación y el poema “Çest si
bon”, con el que concluyo el libro, lo describe. A
Gyula Kósice lo conocí, me adentré en sus esculturas acuáticas y
está presente en mi búsqueda de sosiego y como remanente en
algunos textos. Una instalación de un artista veneciano,
Fabrizio Plessi, es la base de uno que se titula “Nana para tía
Elvira”. Además tengo otro que siempre gusta en las lecturas,
inspirado en Edward Hooper, en su cuadro “Mujer sentada”. Y en
“El río secreto” el
primer epígrafe es del escultor rumano Constantin Brancussi:
“Toda mi vida he buscado
la esencia del vuelo. El vuelo. Qué felicidad.” Su obra
escultórica me inspiró, quizás porque me identifico con su
exploración de un mundo más armónico. Sobre él dice Mircea
Eliade: “Basta dejarse
llevar por la potencia de las obras de Constantin Brancussi para
recuperar la beatitud olvidada de una existencia libre de todo
sistema de condicionamientos.”
Marta Braier con Jorge Ariel Madrazo, Roberto Ferro y Alicia
Grinbank en 2005
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6 — ¿Cuándo comenzaste a escribir poesía?
MB
— Cuando regresé de Grecia. Durante un tiempo había llevado un
Diario Íntimo, había intentado algunos poemas sueltos, y
trabajos para la Facultad. Con continuidad me aboco en Buenos
Aires, cuando empiezo a dictar clases de Literatura en el
Instituto Mariano Moreno, para la carrera de Periodismo. En 1975
me sorprendo con “Residencia en la tierra” de Pablo
Neruda: “Sucede que me canso de ser hombre…” En la
Facultad, poco de poesía. Leopoldo Lugones, entre otros. Por
ejemplo, Ricardo E. Molinari: “Quien no haya oído al viento
lamentándose en el hielo / no sabe lo que es el recuerdo. / Yo
tengo los labios húmedos / de mirar por una ventana.”
Descubro a Louis Ferdinand Celine por una colaboración
que me piden para “La Gaceta de Tucumán” (diario en el que
durante 1972 publico reseñas literarias). Y a un cuentista que
después conocí en “Clarín”: Ignacio Xurxo (seudónimo). También
al paraguayo Elvio Romero. Se publican artículos míos sobre
ellos en la Gaceta. Que es cuando empiezo a colaborar en la
sección Bibliográficas del suplemento cultural de “Clarín”. El
director era Fernando Alonso. Por el diario, en plena dictadura
militar, leo
con devoción a Juan José Saer y reseño una antología que él
mismo seleccionó, “Juan
José Saer por Juan José Saer”, Editorial Celtia,
1986, con un exhaustivo estudio de María Teresa Gramuglio.
“El limonero real” constituye un hito en mi condición de
lectora. Él es un narrador eminentemente poético, con sus
innovaciones formales audaces. Y llega a mis manos, también para
comentar en el diario, una antología sobre Juan L. Ortiz,
editada en Rosario, con estudio preliminar de Edelweiss Serra
(Juan L. Ortiz, Antología Poética, Coquena Ediciones, 1982).
Ese volumen me despierta a una
poesía leve, contemplativa, con una sintaxis particularmente
extendida; una poética trascendente y también social, que habría
de incidir en mi poeticidad. Ya bastante más adelante continué
con lecturas de Arnaldo Calveyra, también, como Juanele,
entrerriano, atento a lo que podríamos definir como “registro de
la percepción”, y que se nos fue a residir y a morir en París.
De él prefiero “El libro de las mariposas”.
En 1982 me separo, empiezo a dictar talleres de
narrativa y poesía como medio de vida, actividad que sigo amando
como el primer día. Me satisface guiar a los alumnos,
sorprenderlos con lecturas esenciales, colaborar en
reelaboraciones de los textos, ayudarlos a objetivar lo que
escriben, a “desenamorarse” (la lectura en voz alta es una
herramienta imprescindible en este sentido). Todavía en aquel
año había pocos talleres literarios. Y escribo poesía sin apuro
en publicar, porque estoy aplicada a la docencia y a criar a mis
hijos. Un año después me deslumbro con Oliverio Girondo,
Felisberto Hernández, César Vallejo, Edgar Bailey, Enrique
Molina y Joaquín Giannuzzi. Conozco
a algunos escritores en el taller que coordinaba la narradora
Syria Poletti. Ese grupo deviene en un grupo de pertenencia: nos
reunimos para escribir (y yantar). Nos llamamos “Los
Imaginantes”. Hacemos recitales de poesía en el Teatro Municipal
General San Martín, en bares de la ciudad de San Isidro, en el
Club El Progreso, de la calle Sarmiento. Publicamos y
presentamos el volumen de cuentos “Sociedad de sueños”.
Allí está el germen de la voz lírico-narrativa de mi último
libro: en dos cuentos: “La chica Agüero” y “La equilibrista”.
Marta Braier con Karina, Carlos Pasqualini, Carlos Martian, Juan
García Gayo, Rita Lupin y Lidia Grassano
7 — ¿Por dónde más transitaste?
MB
— Cursé escritura, lectura y teoría literaria con Nicolás
Bratosevich. Y durante un tiempo breve con la dramaturga Diana
Raznovich. Escribía ya con regularidad y descubro poesía de
mujeres: Liliana Lukin, Irene Gruss, Susana Villalba, Delia
Pasini, Susana Thénon, Idea Vilariño. De Gruss tengo presente su
poema “Mientras tanto”, esa escritura depurada, austera: plena
dictadura y el encierro doméstico mientras acuna al hijo. Tomé
un curso en el Centro Cultural Ricardo Rojas con Jorge Panesi,
sobre Felisberto Hernández, y otro en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires con Ricardo Piglia (y
así me involucro más profundamente con Jorge Luis Borges y
Manuel Puig). Diego Viniarsky, amigo querido fallecido
trágicamente a los cuarenta años, me invita a leer en la sede de
la UBA de la calle Puán (es una de mis primeras lecturas en
público) y escribo a pedido de él un artículo para la hermosa
revista que dirigía: “El Perseguidor” (2002). Trataba sobre el
lenguaje “sesgado” de la poesía de los ochenta, la ineludible
mordaza de los años oscuros.
Fue a partir de un encuentro fortuito con el poeta y
ensayista Santiago Kovadloff que en 1999, después de dos
décadas, publico mi primer libro. Me dijo: “¿Vos qué
esperás para salir de la clandestinidad?”.
Ese mismo año, el poeta Alex Pausides, vicepresidente por
entonces de la U. N. E. A. C. (Unión de Escritores y Artistas
de Cuba), me invita a su país. Fue una experiencia
incentivadora. Leo la ponencia “13 Jornadas para un Taller
Literario” (la mesa desborda de “escritos desesperados”, pedidos
de devolución en papeles arrugados, recibidos en galpones y
salitas de escuela, muy precarios). Numerosos coordinadores me
agasajan: allí los talleres son una institución y están
organizados por jerarquías, niveles. Conocí, además, en La
Habana a una poeta que admiro: Reina María Domínguez. Al año
siguiente coordino un Taller de
Poesía en la ciudad de La Plata: “Del surrealismo a la poesía
actual”, invitada por la Dirección de Cultura de la
Municipalidad de La Plata (encuentro organizado por la escritora
Martha Berutti). En el nº 9, de junio de 2003, poemas míos se
publican en la revista-libro “Hablar de Poesía”. Leo en 2004 en
“La Anguila Lánguida”, la muestra de poesía que vos organizaste,
y en el XII Festival Internacional de Poesía de Rosario. Del
Festival me conmueven la solemnidad de ese auditorio
multitudinario, la escucha de esa mezcla de escritores y público
no especializado, pero interesado.
Marta Braier con Osvaldo Tangir
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Marta Braier con Marcelo Surano, Mabel
Allegro, Susana Gagliardi y otros participantes de Biodanza
8 — Siendo el poeta Horacio Salas el director de la
Biblioteca Nacional comenzaste allí a coordinar un Taller de
Poesía para Jóvenes.
MB
—
Sí, en 2003. Y después del breve período de Elvio Vitali como
director, continué con Horacio González, ensayista, sociólogo,
docente y novelista, quien llevó a cabo una gestión excelente,
ampliando los talleres a la comunidad. Mi quehacer con
jóvenes me vincula con una poesía menos frecuentada hasta ese
momento por mí. La tarea es exigente. Aprendo de ellos. Son
ávidos, rapidísimos en la asimilación, entusiastas y dramáticos.
Escriben bien. Les atrae la desarmonía, el presente, el
coloquialismo. Ausencia de nostalgia. Argentinos y numerosos
latinoamericanos. Lamenté dejar de tener esa ventana al mundo
cuando me despidieron las nuevas autoridades a principios de
2016. Gran bajón: había trabajado durante trece años. Me
estimulaba aquel contacto, el desparpajo, la espontaneidad, las
ganas, el talento incipiente. Los textos de ellos se fueron
publicando en la revista “Coartadas” de la Biblioteca Nacional.
9 — Mencionaste a la Biodanza.
MB —
Darle bolilla al cuerpo, y al alma. Accedo a ella en 2005 y en
2010 me recibo de Facilitadora de Biodanza, título otorgado por
la International Byocentric Foundation. El cuerpo me pide
movimiento. Muchas horas sentada, dando clases o en la
computadora, escribiendo; los músculos se tensan demasiado. Una
vez por mes viajo a San Antonio de Areco durante cinco años a
estudiar en una escuela de Biodanza que
dirigen Jorge Terrén y Betina Ber: una indagación liberadora.
“Una poética del encuentro” que después quise incorporar a mis
clases, y de hecho lo logré durante un lustro. Talleres de
creatividad literaria, de ahondamiento en la instancia
inspiradora, a
partir del movimiento, la música y la poesía. La práctica de
esta disciplina me conectó con una mayor naturalidad y alegría
en mi trabajo de Taller.
Marta Braier con Daniel Fuster, Susana Civitillo, Rita
Lupin, Lidia Grassano, Delia Pasini, Débora Stofen, Lorraine
Smith, etc.
10 — Alegría.
MB
— Sí, porque el movimiento libera, ayuda a deponer el “ego”, a
soltar lo cortical y te conecta con la alegría del cuerpo: la
danza, la música y el encuentro con el otro. Y por otra
vertiente, siento tristeza: por el país y por el mundo. La
película italiana “La grande bellezza” de Paolo Sorrentino me
encantó y me ronda. Ya decantará en mis
textos su resonancia. Inicié mi cuarto libro, el que se perfila
también como
nouvelle.
Te cuento que estoy leyendo a Sharon Olds nuevamente y
a Selva Almada. Me duelen las dos. Soy de leer tanto narrativa
como poesía. Y el ensayo me fascina. También vi una Instalación
del artista y músico británico Brian Eno: me empezó a
“repiquetear”. Creo en la dignidad del arte para llegar al Ser.
Ya dijo Heidegger: “Los poetas son los guardianes del fuego
sagrado del hombre, los guardianes del Ser”. Uso esta frase
en el Taller para “ablandar”, poner en órbita, que se agiten los
fantasmas, las obsesiones más recónditas .
La Poesía, flecha que se dirige a un blanco:
Tensar la lengua hasta acercarse a
Eso que se quiere decir y que uno desconoce. Estamos
subsumidos en
la incertidumbre pero saberlo consuela. Como dice Roberto
Juarroz: “Quizá debamos aprender que lo imperfecto / es otra
forma de la perfección: / la forma que la perfección asume /
para poder ser amada”. Siempre
con la lectura como telón de fondo
esencial. No hay otra.
11 — ¿¡Así que naciste en la misma ciudad que Juan Bautista
Alberdi (1810-1884), Leda Valladares (1919-2012), Tomás Eloy
Martínez (1934-2010) y Mercedes Sosa (1935-2009)!?...
MB
— Sin desmerecer en nada a las figuras insignes que nombraste y
que descollaron en el ámbito nacional e internacional, Rolando,
me interesa Leda Valladares: poeta, compositora, cantante
e investigadora musical. ¿Sabés?, me atraen su bajo perfil y su
rebeldía frente al tradicionalismo provinciano. Ella, que
provenía de una familia “paqueta” de Tucumán, se abocó al
rescate de la música recóndita del norte argentino, despreciada
por cierta élite de gustos europeístas. Se interesó por la
baguala, la copla —cantos dolientes que tanto dicen— y los
grabó, los recopiló, los cantó. Recuerdo versos suyos que
aprendí de memoria en mi adolescencia y que no sé si están
musicalizados: “La música me hace vasija / concavidad de
barro antigüo / retumbo angustioso de lejanías.”
Marta Braier con Karina Martínez
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12 — Suelo interesarme por los artículos y ensayos
concebidos por poetas argentinos, inéditos o difundidos
circunstancialmente, a veces sólo de modo oral. Es tu caso,
Marta. ¿“Dan” como para reunirlos en un volumen?
MB — Debo confesarte que el ensayo es mi género
preferido. No sé si se debe a mi formación en Letras y al hábito
de investigación que la facultad fomentó; pero la realidad es
que atesoro recuerdos maravillosos de numerosas lecturas. Este
género, personalmente, me aquieta, me ordena, me abre hacia
niveles de pensamiento esclarecedores y lúcidos. Qué placer leer
“La originalidad
artística de La Celestina” de María Rosa Lida de Malkiel; o
“El Hamlet de
Shakespeare” de Salvador de Madariaga,
“Onetti. Los procesos de
construcción del relato” de Josefina Ludmer,
“Sófocles y la
personalidad de sus coros” de Ignacio Errandonea y tantos
otros que, nombrarlos, alargaría demasiado este diálogo. Tu
pregunta me atañe muchísimo. Te diría que, además de los
trabajos que he ido mencionando, guardo entre mis escritos un
ensayo breve sobre el hermosísimo cuento “Los novios” de Haroldo
Conti, autor que admiro y que aconsejo leer en mis clases por su
peculiar uso de la “levedad”. Y para concluir: claro que me
gustaría publicar mis ensayos; pero por ahora no está entre mis
proyectos inmediatos.
Marta Braier con Daniel Couto, etc., en 2016
13 — ¿Y tus cuentos…? ¿Has seguido escribiendo
narrativa?
MB
— Sí, estoy escribiendo una nouvelle en el estilo
de “El río secreto”,
con esa voz niña de intensidad poética cercana a la
“percepción”. Me crió una niñera, Hortensia Juárez, tucumana
mestiza de tierra adentro, sufrida, trabajadora. Su persona me
ronda y ya he concebido algún diálogo, recuperándola. En este
caso, otra vez el cine me dispara creación: en la película “La
grande bellezza”, en la que ya me detuve, el personaje
protagónico, un escritor, que vagabundea desencantado por las
calles de Roma bajo la tenue luz de la madrugada, se
confiesa con su empleada doméstica, Ramona, mientras ella lava
los platos o, apartado, en una gran fiesta galante sobre una
magnífica terraza de la Ciudad Eterna.
Marta Braier con Alicia Leonor Orlando e Hilda Guerra
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14 — ¿Puedo pedirte que sopeses lo que de cuatro escritores voy
a encomillar y nos trasmitas lo que adviertas de mayor
proximidad con tu pensamiento, con tu sentir, y reflexiones?...:
Roberto D. Malatesta: “La poesía, se sabe, desprecia al
impaciente.” Edna Pozzi: “…La poesía que no nos hace
mejores ni distintos, sólo demuestra, por reducción al absurdo,
la infinita vulnerabilidad del ser y sus símbolos y en
definitiva la precaria condición de la palabra en un mundo de
sordos necesarios.” Alfredo Palacio: “La poesía nace del
exceso, la desmesura, con la búsqueda insaciable por lo vedado.”
Astrid Lander: “La poesía no se escribe, / lo escrito es
apenas / un esbozo / de lo que en verdad es poesía.”
MB —
Siento próxima la frase de Alfredo Palacio, Rolando. Además,
aprovecho para decirte que me alegra que lo hayas nombrado
porque es un amigo de la poesía y de la vida. No sé cómo
entender “lo vedado”. Quizás como ese “todo” al que no se llega
nunca y que la poesía intenta alcanzar, por cierto. Lo que me
toca de su definición es la idea de “desmesura”. “Desmesura” en
griego clásico se corresponde con el vocablo Hybris,
y este vocablo del universo de la gran Tragedia Griega,
señala una acción condenada por los dioses para el que osaba ir
más allá de los límites o desafiarlos. Se consideraba, en la
Grecia Clásica, que el que desafiaba a los dioses cometía el
pecado de soberbia y era condenado por ello. Digo, ¿no podemos
pensar al poeta como un rebelde que crea “otra” realidad con el
lenguaje y con ello pretende hacer más visible lo real y
transformarlo? ¿Y la famosa frase de Saint John Perse:
“El poeta es la mala
conciencia de su tiempo”? ¿Y no sería entonces el poeta un
“desmesurado”, que se aventura en su quehacer con empecinamiento
inaudito, persistiendo, sin vacilar? Y concluyo con Juan Gelman
con algo de humor: “¿…pero
quién me manda / a esperar un verso / en una esquina?”
Marta Braier con Carlos Martian, Lidia Grassano, Héctor
Miguel Ángeli, etc.
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15 — ¿Poetas valorables y con mucha obra con los que no
hayas podido “comulgar”?...
MB —
Tiempo atrás, no podía entrar en la poesía de Arturo Carrera,
hasta que para un cumpleaños, Rita Kratsman, poeta y amiga, me
regaló de ese autor
“Vigilámbulo” (Poesía Reunida), y la lectura de
“El vespertillo de las
Parcas” (1997) me deslumbró.
Marta Braier con Débora Stofen, Rita Lupin, Héctor J.
Freire, Lidia Grassano, Carlos Martian, Susana Civitillo, etc.
16 — En un texto titulado o conocido como “Olga por Olga”
se pregunta Olga Orozco (1920-1999): “¿Me fui del todo alguna
vez?”, refiriéndose a Toay, la localidad pampeana en la que
había nacido. ¿Te has ido del todo, Marta, de San Miguel de
Tucumán?
MB —
En verdad, no. “Si
siempre estoy llegando”, dice la letra del tango
compuesto y recitado por Aníbal Troilo (“Nocturno a mi barrio”).
Siento añoranza, aunque también me reconozco muy porteña. (Los
años en Buenos Aires superan ampliamente los vividos en
Tucumán.) “La infancia, esa lluvia de la que nunca nos
secamos” —supo
discernir Juan José Saer. Cito esta frase porque considero que
la infancia efectivamente está siendo siempre. De modo que mi
corazón mira hacia el pago. Por las reminiscencias y sobre todo,
por el paisaje perdido. Lo que más extraño es la presencia del
Aconquija desde cualquier bocacalle de la ciudad de San Miguel
de Tucumán. Qué privilegio divisar el Cerro San Javier. Ese azul
cordón montañoso, punto lejano de sosiego y anclaje, horizonte a
contemplar para ensanchar la vista y el alma. Y extraño los
azahares de los naranjos en octubre, el
“terco
e invencible olor de los azahares” (Enrique Molina).
De hecho, el escenario de
“El río secreto” es la ciudad de San Miguel de Tucumán; y
acabo de presentarlo allá, antes que en Buenos Aires. ¿No dice,
acaso, Atahualpa Yupanqui:
“Cuando
se abandona el pago / y se empieza a repechar / tira el caballo
adelante / y el alma tira pa´ trás.”?
Marta Braier con Mariel Monente
17 — ¿Algunos trazos sobre la producción literaria y
pictórica en tu provincia?
MB —
Mirá, aprovecharía este espacio para recordar a un narrador
tucumano olvidado que se llama Fausto Burgos (1888-1953). Leí de
joven un cuento que me marcó, con personajes de la Puna. Entre
otras personalidades podría nombrarte a Genié Valentié
(1920-2009), o María Eugenia Valentié, profesora, en mi época de
Facultad, filósofa y traductora; Emilio Carilla (1914-1995),
lingüista erudito, también profesor universitario; David
Lagmanovich (1927-2010), escritor y crítico literario. En el
campo pictórico opto por nombrar a Gerardo Ramos Gucemas,
español nacido en Extremadura, pero residente desde hace mucho
en mi provincia. Gucemas es representante de una pintura única,
original, fuerte, comprometida con los derechos humanos. Se
reconoce “hijo de Goya”. Dice en una nota:
“El cuadro que vale es el
que aporta alguna inquietud, algún malestar; algo que haga
sospechar que las cosas, que el mundo, no están bien.”
Marta Braier con Roberto Arizmendi y Omar Lara
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Marta Braier con José María Pallaoro y Jorge Ariel Madrazo
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18 — Es a la crítica literaria a quien le transfiero
interrogantes que se formula en el Nº 21, julio 2005, de la
revista “La Bota Literaria”, Claudio González Baeza: “¿Es
necesaria la crítica literaria? ¿A dónde lleva el leerla? ¿Los
autores necesitan de ella para continuar produciendo?”
MB —
En mi caso particular, los comentarios críticos que recibí por
mis dos primeros libros, me ayudaron a reconocer mi propia
estética y mis búsquedas. Uno no sabe bien lo que escribe: uno
escribe; y, a veces, la crítica —seria y fundamentada— te abre
hacia conceptos, emociones o herramientas lingüísticas que uno
tiene en su haber sin reconocerlos. Por otra parte, siempre
ejerzo y he ejercido la crítica literaria —en reseñas para
diarios, en las clases de taller, en devoluciones a amigos y no
tan amigos; es parte de mi vida, la respeto como disciplina,
siempre y cuando se realice, como dije, con honestidad ética e
intelectual.
Marta Braier - Foto de Silvina Stisman
*
Marta Braier selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Mujer sentada
Pero sé que debo hablar de esa puerta,
en
un hotel para turistas de la calle Cangallo.
Recuerdo con nitidez un finísimo rayo de sol
y
las partículas del aire jugando con la luz.
(Ah el sencillo fulgor de una habitación en penumbras.)
Estoy sentada sobre un sucio cobertor.
El
conserje me entregó la llave de la diecinueve
y
miró con cara de nada
cuando le hablé de tiempo de sosiego.
Cerró la puerta y me dejó queriendo comprender.
(Los mosaicos hacían muecas con su geometría.)
Poco importa si por la calle pasa un hombre,
si
hay una fábrica, un frigorífico o muchos árboles.
Pero, el aire. ¿Entra por los pulmones, sale o permanece?
¿Qué hago, qué hago aquí,
en
un cuadrado sórdido y ajeno?
Ajeno. Sórdido. Agujero
del mundo, digo.
Sentada sobre un sucio cobertor.
(de “Gestos de minué”)
*
La carcoma
en la madrugada
sube por las calles
un lied de Schubert
sube
baja
gime
es Ella otra vez
Canta
entre cartones canta
en una lengua extraña
y corre baba, ¿oís?
un himno grotesco
mece la ciudad.
(de “Ésta es la tierra, corazón”)
*
C´est si
bon
El piano
dejaba oír
suaves notas
y la casa
latía
Era
cierta la tarde
en la
ventana
Ahora
todo es
precario, leve, azaroso
bellamente
humano
Acaso
el peso de
mi cuerpo
sea la única
certeza
Ésta es la
tierra, corazón:
hebras de luz
un acorde
sencillo.
(de “Ésta es la tierra,
corazón”)
*
Es
la llegada de los panaderos del aire
la abuela dice que hay
que pedir un deseo y soplar fuerte
para que el deseo se
cumpla
ella pide:
ahí va
(el deseo)
(de “El río secreto”)
*
Algo se gesta en la sala de espera
algo que flota sobre los
cuerpos y las cosas y
el aire del verano es aún más denso
las voces han ido
apagándose entre las mujeres y la tarde se hace
pesada y cómplice
nadie se mira
hay ojos estacionados en un punto y un sabor
amargo en las bocas
gatos hambrientos
las mujeres dejan
soltar una mueca hostil
y melancólica
(de “El río secreto”)
*
El techo del comedor de lujo gotea
Antonia ha puesto un
balde y el padre ha subido a la terraza
para encontrar el
origen
qué origen
no hay origen
hay un agua que corre y no cesa
las gotas son cada vez
más anchas y la casa hace música de
goterones
el balde en el centro
como un dios indiferente
(con música de
Cage)
(de “El río secreto”)
*
Marta Braier con su nieta Melina
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Marta Braier con Carlos Martian, Susana Civitillo, Delia
Pasini, Rita Lupin, Delia Grassano, Débora Stofen, Lorraine
Smith, etc.
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Marta Braier y Rolando
Revagliatti,
febrero 2017.
http://www.revagliatti.com/070106_a.html
http://www.revagliatti.com/070106_b.html
http://www.revagliatti.com/991209.html
http://www.revagliatti.com/040308.html
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