Nilda Barba: sus
respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Nilda Barba
nació el 17 de junio de 1949 en
Buenos Aires, ciudad donde reside, la Argentina. Es Contadora
Pública Nacional egresada de la Facultad de Ciencias Económicas
de la Universidad de Buenos Aires. Se formó en Civilización,
Literatura y Arte en la Alianza Francesa. Participó, entre
otros, en 2006 en el Festival Internacional de Zamora y en el
Encuentro Internacional de Poesía en Cuernavaca, ambos en
México; en 2007 en el Festival Internacional de Poesía de
Rosario, Santa Fe, Argentina; en 2008 en el VII Encuentro de
Poetas “Junín 2008” del Movimiento Poesía, provincia de Buenos
Aires; en 2009
en el Encuentro auspiciado por la Casa del Poeta Peruano, en
Chimbote, Perú. Poemas suyos fueron traducidos al alemán,
al inglés y al catalán. Fue incluida en los siguientes volúmenes
antológicos: “El placard”
(2003),“Poetas del mundo”
(2006), “Antología de la
confederación latinoamericana en Austria” (2008),
“No toda belleza redunda
en felicidad” (2008),
“Sin fronteras” (2011),
“Antología X Aniversario
Grupo Alegría” (2015). Tradujo el poemario
“Leblón, suelo y voz”
de la brasileña Solange Rebuzzi. Publicó los poemarios
“El cordón” (Grupo
Editor Latinoamericano, 2005),
“¿por qué me gusta
tanto?” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2007),
“doctora jeckyll y señora
hyde” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2009),
“como seda con la boca”
(Ediciones del Dock, 2015),
“al final del pasillo”
(Editorial Vinciguerra, 2016).
1 — Comencemos retrocediendo hacia…
NB — …lo que pudiéramos
denominar los inicios de “mi biografía intelectual”, con la
escucha diaria del recitado de poesía que efectuaba mi madre,
quien adoraba ese género. Del mismo modo, ella cantaba y la
música se oía permanentemente en casa. Ritmo, equilibrio en las
palabras que sonaban y resonaban. Los textos fueron adquiriendo
una relación íntima conmigo a medida que la lectura me lo fue
permitiendo, y se intensificó cuando a los diez años de edad
debí permanecer en reposo durante cuatro meses con la pierna
izquierda y la cadera enyesadas. Esa fue la oportunidad exacta
para leer un libro tras otro disfrutándolos, lo que ya nunca se
detuvo. Determinados textos fueron jugando en mi vida, entrando
y saliendo, estableciendo pertenencias y un archivo. Me
sorprendía ante la fascinación por la manera de decir una frase.
Simplemente no podía seguir leyendo como si nada destacado
hubiese ocurrido, puesto que algo destacado había ocurrido:
había leído poesía, eso era poesía, y estaba dentro de una
narración. Me era imprescindible ese instante de silencio en mi
interior, donde todo se agitaba. El proceso creativo se fue
dando muy gradualmente. Estuve nutrida por la lectura, aunque
caótica, sin guía, y siempre me resultó más simple expresarme a
través de la escritura que mediante la palabra hablada,
inclusive para declarar lo más doloroso. No quisiera establecer
un
adelgazamiento,
ni afirmar: empecé a escribir en tal instancia, publiqué tal
cosa. Aunque sí, eso está.
Nilda Barba
al año y pico.... y en 1968
2 — ¿Cómo dirías que se fue generando tu interés hacia
las ciencias económicas? ¿Te desempeñaste en tu profesión?
NB — Mi pasaje por la UBA
lo percibo como de un pasado remoto, ese sedimento que hace que
ésta que soy tenga ciertos criterios incorporados y una
educación vinculada al aprendizaje y a la manera de leer, de
dudar, de relacionar, de abstraerse, de concentrarse. Es un
sustrato importante, no por el orden temático y de contenido,
sino por una cierta disposición al método, a la reflexión. Diría
que Ciencias Económicas fue la carrera universitaria de la
familia. Todos mis primos mayores, menos uno que estudió
veterinaria, seguían esa carrera. Yo era muy buena en
matemáticas, materia que me gustaba y me resultaba fácil, eso
parecía indicar mi camino. Creo que disfrutaba estudiar, fuera
lo que fuera. La vida universitaria, el alejarme tanto de la
casa de mis padres, hacían fascinante esa etapa que comenzó a
los diez y seis años. Sentía que un mundo se abría a mi paso. El
edificio de la Facultad me resultaba imponente, las aulas
gigantes, los anfiteatros, increíblemente atractivos. La
biblioteca silenciosa era para quedarse a vivir. Tan pronto como
entré, justo el único año que hubo curso de ingreso en la
Facultad de Ciencias Económicas, junto a tres chicos más
formamos un grupo de estudios que funcionó magníficamente bien y
continuó hasta que me casé y me fui a vivir a Brasil dos años
después. Cuando volví y retomé la carrera extrañé ese grupo, fue
más arduo estudiar sola y con hijos y embarazos en el medio. Me
recibí el día que cumplía siete meses de mi tercer embarazo.
Recién cuando mi cuarta hija comenzó el jardín de infantes
empecé el ejercicio de la profesión en un estudio contable en el
área de auditoría externa, y esta labor se extendió durante
apenas dos años. Si bien me complacía, no me fue posible
sostener la organización y cuidado de mi familia numerosa con el
trabajo, y decidí dejar.
Nilda Barba, junto a su padre, recibiendo diploma en 1966
3 — Es recién en este siglo cuando te incorporás a un
taller literario.
NB — Mi relación con la
escritura poética, como te comentaba, tiene raíces que van hasta
mis primeros años. Sin embargo, los modos en los que he podido
manifestar esa pasión ha tenido vertientes diferentes. Cuando se
me impuso, se hizo imperiosa la necesidad de que eso comenzara a
circular, entendí que tenía que iniciar un proceso de
dedicación, de interacción con grupos de poetas. Fue entonces
que comencé a concurrir al taller coordinado por Ana Guillot.
Esa etapa de mi formación me dio la posibilidad de escuchar
otras voces, otras formas poéticas y narrativas valiosas. Entre
los poetas puedo mencionar a Florencia Abadi, Paola Cescón,
Isabel Krisch, Néstor Cheb Terrab y Matías Lockhart, y entre los
narradores a Lara Segade, Belén Ancisar, Diana Drexler. Ese
momento de encuentro en la literatura era una fiesta.
En la actualidad estoy trabajando con Roberto Ferro. No
se trata de un taller. Es de otra índole porque mi proyecto
poético transita otro carril. Roberto me ayuda a concentrarme
sobre los matices y afinidades que son propios a ese desarrollo.
Además de las cuestiones relacionadas con mi escritura, también
tratamos temas de orden teórico y crítico vinculado a aquellos
aspectos que está explorando mi poesía; una mirada integral
incluso sobre mis proyectos narrativos.
Nilda Barba con sus padres, hermana y otros familiares
4 — Ya que has mencionado al ensayista Roberto Ferro, me
agradaría resaltar que él, respecto de tu
“como seda con la boca”,
adujo que “la textura de
sus poemas tiene la intensidad de la sugerencia asediada por el
silencio”.
NB — Esta idea de
Roberto, él la ha expuesto en
otras
circunstancias: sostiene que la palabra literaria no se opone al
silencio, sino que se opone a los estereotipos. Que el
silencio abisma la palabra, la instala en un ámbito de
resonancia. Agrega que no habría eco si no hubiera silencio, que
no habría resonancia si no hubiera silencio. Ferro considera que
el silencio es un componente decisivo en mi poesía. Con él hemos
atendido a esas instancias espaciales en las que yo establezco
separaciones entre palabras, particularmente en los versos, y
entonces hemos reflexionado acerca de la relación entre blanco y
silencio. No se pueden equiparar blanco y silencio, por
supuesto, pero evidentemente eso produce una espacialización del
ritmo, y esa espacialización del ritmo tiene mucho que ver con
el modo en que se van disponiendo las palabras en el blanco de
la hoja. Roberto alega que cuando se refiere al asedio del
silencio habla de afirmaciones que requieren una reverberancia.
“Tu escritura cala de
manera profunda en determinadas zonas, en determinados
encuentros, en determinados tonos, y los tonos solamente se
registran en el silencio. Es como si tus palabras fueran un
relieve sobre el silencio.”
Nilda Barba con Alejandra Parra, María Elena Druille, G.
Tisocco, Raúl Feroglio, Marizel Estonllo, Silvana Merlo y María
Elena Tolosa
5 — Entiendo que también te sentiste convocada por la
filosofía.
NB — En mi poética
convergen, en su composición, distintas zonas de atención y de
búsqueda. La filosofía es una de ellas, en lo que condice con el
modo en que reflexiono y pienso cuestiones que están vinculadas
íntimamente. Indagaciones que varían el orden de interés, que se
entrecruzan con otros aspectos de orden teórico y de orden
crítico. En mi poesía circulan más las omisiones que las citas.
Los acontecimientos en la vida nunca son lineales, son
múltiples, con múltiples manifestaciones. Mi modo de dialogar
con la palabra filosófica a veces se ha enlazado con cuestiones
relacionadas con mi propia experiencia, y ha encontrado en
alguna de esas vertientes, si bien no una respuesta, al menos un
ámbito que me permitiera reflexionar. Otras veces, la relación
con la filosofía enlaza con mis escarceos con la poesía. Roberto
es un crítico muy conocedor de la obra filosófica de Jacques
Derrida, y es a partir de esto que me he acercado a algunos de
esos enfoques con su guía, para poder discurrir acerca de la
escritura y fundamentalmente sobre la lectura de mi poesía. En
mi último libro, “al
final del pasillo”, hay un tratamiento de la huella y del
fantasma que son dos elementos relevantes en el pensamiento de
Derrida. Es decir, cuando yo estoy pensando esa zona, ese otro
lado del espejo, estoy pensando la memoria, el pasado, también
como fantasma, presencias intensamente ausentes y, por otro
lado, esos fantasmas pensados como huellas. En
“al final del pasillo”,
la memoria, el pasado, los abordo como fantasmas porque
reaparecen y están, y van y vienen, y están de un lado y están
del otro. No es que mi poesía surja de mi lectura de Derrida; es
al revés, en la escritura de mi poesía encuentro ese tipo de
motivos e imágenes. Esta relación que señalo con la filosofía
derrideana tiene que ver con una escena de lectura; me refiero
al momento de acercamiento a mi poesía como lectora, pero
atravesada por el asedio de otros discursos; lo que supone
posteriormente una sedimentación que espero siga proliferando en
mi escritura.
En mis obras anteriores se advierte con nitidez que el
cuerpo es una residencia sensible y vulnerable para el paso del
tiempo, y registra las marcas no solamente correspondientes al
tiempo biológico, sino que también hay huellas de otro tipo,
indelebles, de las que muchas veces no somos conscientes y son
consecuencia de vivencias, de tanteos. Mi impronta concierne a
lo visceral. Las huellas que plantea Derrida. La huella que
siempre es la marca de otra marca de otra marca de otra marca.
La huella es la marca del fantasma. Y eso es casi central en
“al final del pasillo”.
También ha incidido en
mis textos la lectura de Deleuze: en particular, el
planteamiento del pliegue; esto, según creo, se da a leer en los
poemas de “como seda con
la boca”. Los surtidos avatares me llevaron a acercarme a
distintas búsquedas, ya que desde muy chica indagué y me
pregunté sobre los temas trascendentes del existir. En otros
términos, me refiero a vaivenes y modulaciones en diferentes
etapas de mi vida, tanto como ahora, desde este presente las
puedo visualizar.
Advierto que los modos en que en mi poesía han emergido la
heterogeneidad, la profundidad, la variación, no es a través de
formas de representación directa, sino en imágenes poéticas que
no se presentan como una ilustración de situaciones específicas,
sino como modos de tratar y de comprender los sentimientos y las
ideas que me han atravesado.
Nilda Barba con Juan Fanti, Ana Guillot, Graciela Zanini
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6 — ¿Tu única incursión en la traducción de poesía es con
la de Solange Rebuzzi? ¿Está prevista la edición del poemario?
¿Te referirías a la poética de esa autora y a las circunstancias
que te inclinaron a trasladarla al castellano?
NB — Ésa es mi única
incursión. Conocí a Solange Rebuzzi en el Festival Internacional
de Poesía de Rosario y me atrajo la sonoridad de sus textos
dichos en portugués. Más tarde, la editorial Vela al Viento
encaró con esta poeta el proyecto de hacer la edición bilingüe
del libro “Leblón, suelo
y voz”, y me pidió que hiciera la traducción al español.
Acepté a partir del interés que me producía esa poética en la
que encontraba una serie de motivos, de tonos, de vecindades que
me resultaban concordantes con mi mirada poética, sin que esto
signifique que hubiera correspondencias nítidas: ecos y
resonancias que me permitían sentirme cómoda. Lamentablemente la
edición bilingüe aún no se concretó y a pesar del tiempo
transcurrido, sigo siendo optimista en relación con la
posibilidad de editarlo.
Para mí se trató de una labor trascendente, y que de
alguna manera permite dar cuenta de mi postura de lectora frente
a la poesía. La circunstancia de haber residido en Brasil
durante dos lapsos me permitió encontrar en esa poesía registros
que yo podía reconocer. Trabajé en íntima relación con Solange
Rebuzzi. Fue un trajín, te diría, vivencial.
Nilda Barba con los poetas Beatriz Arias y Daniel Arias el
6.8.16
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7 — Puesto que sabemos que tenés cuatro hijos y en la
primera línea de dedicatorias de
“El cordón” aparecen
mencionados Luciano, Leopoldo, Carla y Natalia, no puedo menos
que imaginar que ésos son los nombres de ellos.
NB — Exactamente, ésos
son los nombres de mis cuatro hijos. Tengo la alegría de
haberlos disfrutado mucho durante su crecimiento, etapa por
etapa. Y también fui y soy consciente
de ese
disfrute mientras sucedía y sucede. Desde chiquitos, en varios
sentidos, mis hijos fueron mis “maestros”, y creo que de no
haberlos tenido habría revisado menos profundamente
muchos conceptos dados por verdaderos. Son grandes ya, adultos.
Los respeto y admiro. Los cuatro diferentes, se quieren y se
ayudan todo el tiempo. El mayor, Luciano, es médico, neurólogo,
especialista en ACV; el segundo, Leopoldo, ingeniero industrial
con master en finanzas;
Carla, la
tercera, y Natalia, la cuarta, son licenciadas en administración
de empresas. Entre los cuatro me convirtieron en abuela
de nueve nietos. Ésta es mi familia, mi red en este salto mortal
que es vivir.
Nilda Barba con Amalia Mercedes Abaria, etc., en 2011
8 — En 2012, además de intervenir en el ciclo Jornadas de
Literatura, participaste en el Programa Cultural Barrios.
NB —
Se trató de eventos con actividades multidisciplinarias que
incluyeron artistas plásticos, músicos, poetas y narradores. Ese
Programa Cultural Barrios se desarrolló en centros y espacios
culturales de la Ciudad de Buenos Aires, como los centros
culturales “Recoleta” y “General San Martín” (entre los más
conocidos), los espacios culturales “Carlos Gardel” y “Julián
Centeya”, el Salón Dorado de la Casa de la Cultura y escuelas de
nuestra ciudad. Carlos Diviesti fue el coordinador del Programa;
Norberto Barleand, el coordinador de eventos especiales
(literatura y tango); Guillermo González Heredia, el director
general de promoción cultural.
Los que leímos poesía tuvimos oportunidad de llegar a
lectores no habituales de este género, o a aquellos que tienen
una concepción relacionada con lo que les fue trasmitido en el
colegio. La poesía, así, deja de ser un campo cerrado,
hermético, para pequeños grupos, y entonces aparecen
determinados tipos de ecos, reverberaciones.
Me resultaron, desde luego, productivas las conversaciones que
mantuve con las personas que se me acercaron, opinando,
indagando.
Nilda Barba con su nieta Catalina en Washington, Estados Unidos
9 — En
tanto has viajado por numerosos países, acaso no siempre como
simple turista: ¿habrás tenido contacto directo con diferentes
culturas?
NB —
A los once años viajé a Europa con mis padres, mi hermana y mis
abuelos paternos con el objetivo de acompañar a Faustina, mi
querida abuela española, en el reencuentro con sus hermanos
después de cincuenta años desde su venida a la Argentina.
Viajamos en barco, en el “Anna C”. Los hermanos de Faustina
residían en ciudades que fuimos recorriendo emocionados, una a
una, hermano a hermano. Con nuestra llegada no sólo se
conmocionaba la familia entera, sino todo el pueblo, o el barrio
si se trataba de una ciudad más grande. A los once años
escuchaba y veía a mi abuelita recordando su infancia
actualizada en la mirada de esos hermanos en la que había
permanecido niña todo ese tiempo. Inolvidable. Ella nos hablaba
siempre de “su” España y de la fonda de su familia. Estar allí
fue para mí como haberme zambullido en el libro de cuentos del
que surgían las historias que Faustina me contaba.
Muchos de los viajes que hice más tarde fueron
acompañando a mi ex marido; eso me permitió el contacto con
gente que nos recibía en sus casas o nos llevaba a conocer
lugares a los que no iba habitualmente el turismo. Como también
te comenté, residí en Brasil durante dos períodos. La primera
oportunidad fue al día siguiente de mi casamiento; luego de la
luna de miel en Guaruyá nos instalamos en Icaraí (Niteroi). No
existía en ese entonces el puente Río-Niteroi, y para ir a Río
de Janeiro había que cruzar la bahía de Guanabara con una barca
que además de personas, trasladaba autos. Yo tenía diez y nueve
años, mi padre tuvo que firmar la autorización para que pudiera
salir del país. Había dado exámenes hasta apenas unos días antes
del casamiento. Me llevé el libro de Doña Petrona C. de
Gandulfo, la gran cocinera santiagueña, como toda ayuda. Llegué
a Icaraí y tuve la suerte de tener como vecinas en el mismo piso
a una chica de mi edad, también recién casada, y a una señora
mayor, sin hijos, los que constituyeron mi familia adoptiva.
Además, Teresita Torres Agüero, hermana del pintor Leopoldo
Torres Agüero, argentina ella, y lectora voraz, fue mi amiga
desde entonces. Los brasileños son gente muy cálida, me percibí
integrada aunque extrañaba horrores. Nunca antes me había
separado de mi familia. Me sentía muy sola. Cuando nació mi
primer hijo nos mudamos a Copacabana para estar más cerca, mejor
asistidos en caso de necesidad. Recordarlo ahora parece
increíble. Venía a mi casa una lavandera una vez por semana,
toda vestida de blanco como las bahianas, y desplegaba una
sábana, también blanca, con la que envolvía la ropa que se
llevaba sobre la cabeza con un caminar erguido y acompasado.
Teresita me había hecho una lista de todas las verduras con sus
nombres en español y en portugués y con eso iba a la feria al
aire libre (como la lavandera a mi casa) una vez por semana.
La segunda oportunidad en la que viví en Brasil fue en
San Pablo, también por trabajo de mi ex marido. Esta vez fue más
complicado porque, al poco tiempo de nuestra llegada, se desató
una epidemia de meningitis muy fuerte, no había vacunas y luego
de consultar con epidemiólogos, allá y acá en la Argentina,
decidimos volver. Fue muy duro, mis hijos eran muy chicos, Carla
tenía siete meses. Esa decisión significó que mi marido se
quedara allá y yo regresara sola con los chicos. Mudanza tras
mudanza, que sumaron dieciocho hasta el presente.
También viajé a Oriente: China, Japón, Corea del Sur,
Tailandia, Singapur, Hong Kong, Yakarta, la capital de
Indonesia. Recuerdo en Bangkok una cena en la que un matrimonio
propietario de una arrocera nos describía cómo era la estructura
familiar y empresarial. Se trataba de un matriarcado en el que
la familia joven permanecía bajo el ala, y en la misma casa de
la familia de la mujer en la que la madre era la autoridad
máxima, y la hija trabajaba en la empresa familiar que dirigía.
En Hong Kong, lo inusitado: una reunión de negocios,
luego de una cena, con dos hombres del lugar y tres parejas en
una gran disco que además era lugar de citas: inmensa, con
varias pistas en las que había shows eróticos. Todo muy refinado
y lujoso. Al llegar, se abrían a los costados dos salas con
chicas de todas las razas y
nacionalidades, que podían ser elegidas. Nos fueron guiando
hacia un reservado y para ello fuimos pasando delante de los
diferentes escenarios.
En Cantón, China, tomé un taxi y le pedí al conductor que
me llevara a una feria de comida. Siempre me interesan las
ferias, los supermercados. Eso me indica bastante de la forma de
vida del lugar. Esa feria fue absolutamente fuera de lo común.
Como entonces en pocos lugares había heladera, los animales
estaban vivos en jaulas de juncos o mimbre. Se trataba de
serpientes y otras especies que nosotros no comemos. Los
clientes elegían el animal mientras estaba vivo, luego lo
mataban a la vista de todos, lo limpiaban y lo entregaban
todavía caliente. En el caso de las víboras les sacaban la piel
como si se tratara de un guante. También había perros ya cocidos
y bañados en caramelo, perros laqueados, colgados con ganchos.
El mismo taxista me llevó por calles donde la gente vivía
en pasillos en los que apenas entraba un colchón que iban usando
por turnos. Ejercían en la vereda sus oficios; por ejemplo, el
de escribientes, con unos pinceles que sostenidos en posición
vertical con los dedos índice y pulgar, dibujaban los grafismos
que me resultaban mágicos. Todo esto parecía desarrollarse en
cámara lenta mientras en la calle enjambres de bicicletas no
cesaban de enmarañarse. Varias veces, al llegar al hotel, me
percibí extraña al advertir mi imagen en el espejo y no el
rostro de una china.
La India me enfermó. El móvil del viaje fue la meditación
en un ashram. Aunque carente de afinidad, la meditación en sí
misma fue enriquecedora en el lugar ideal. De la misma manera
que el contacto con gente de todo el mundo que compartía la
experiencia y con la que intercambiábamos charlas y ejercicios
guiados. Esa sensación de ir llegando desde distintas latitudes
a un mismo punto remoto, sin habernos puesto de acuerdo ni
habernos comunicado por ningún medio en ningún momento previo,
es casi de ficción, realismo mágico. Nos convocaba la misma
inquietud, o no. Concluida la semana de meditación, durante
otras dos, recorrimos 3000 kilómetros en auto, entrando a las
ciudades de Agra, Jaipur, Pushcar, Udaipur, Jodhpur y Delhi.
Todo es intenso en la India, imposible la indiferencia.
El tránsito loco, caótico, con bocinas sonando continuamente.
Son muy viscerales, gritan, se pelean. Yo llegué con la idea del
equilibrio que da la meditación, de la resignación que les
otorga la religión que explica todas las injusticias. Nada más
lejos de la quietud y la tranquilidad. Todo es estridente. Los
colores brillantes en una paleta amplia y variada resplandece,
atraen la mirada, despiertan. Los olores penetran, invaden. Usan
muchos desinfectantes, algo así como la acaroína, que se mezcla
con los olores de la basura en las calles y los animales sueltos
(como las vacas), y la inmensa cantidad de monos caminando por
los numerosos cables que atraviesan las ciudades. Los camellos
son utilizados como animales de tiro, arrastrando carros. Hay
escenas que desubican y conmueven, como observar a mujeres
construyendo rutas, cargando palanganas metálicas llenas de
arena, cemento y otros materiales, y vestidas con saris
bordados, largos como para concurrir a un casamiento. Sin
embargo, los hombres visten guayaberas y pantalones.
Navegué por el río Ganges, en un bote a remo despintado
que capitaneaba un muchachito de diez y seis años. Conversé con
él y me contó que estaba casado y tenía un bebé, que los padres
le habían elegido la pareja. Le pregunté qué pasaría si se
enamoraba de otra chica, a lo que me contestó que eso no iba a
pasar, que ellos aprendían a querer a la persona que sus padres
elegían. Vimos en los diarios los avisos de padres publicando el
currículum de sus hijos y buscando pareja con determinadas
características. Desde el Ganges, ese río sagrado, divisábamos
en las orillas a la gente bañándose con jabón y shampoo, lavar
sus ropas y un poco más arriba, también en la orilla, dos
crematorios, uno al aire libre y otro cerrado. El chico del bote
nos contaba que se crema a todos los muertos menos a la mujeres
embarazadas y a los niños menores de dos años. Y hay otra
excepción también que no recuerdo en este momento. A éstos, los
que no son quemados, se los echa al Ganges en estado natural.
Algunos tramos del río sagrado son los más elegidos para dejar a
sus seres queridos; uno de ellos es frente a la ciudad, también
sagrada de Varanasi, a la que llegan desde largas distancias
trasladando a los cadáveres sobre los techos de los autos (sin
ataúdes), rodeados de flores. No se puede permanecer indiferente
estando en la India, insisto. Son muy fuertes los contrastes. La
sensación es que todo se pone frente a tus ojos: acá estoy,
mírame, acá pasa esto. No sólo pasa lo del Ganges que te
contaba, también se riega con aguas servidas. Se ve por la calle
mucha gente mutilada. El tema salud es desesperante, la medicina
preventiva no existe. El sistema de castas sigue vigente y la
vida humana está devaluada. Podría hablarte durante un año
entero de este tema, Rolando. Me quedo con la sensación de haber
cometido una injusticia, ya que remarqué los aspectos que me
conmovieron negativamente. Sucede que aquello repercutió en mi
cuerpo, no pude digerirlo y regresé con un gran malestar físico
y mucha angustia. Es decir, estas imágenes dan cuenta más de mi
imposibilidad de comprensión que de una mirada objetiva,
digamos, de una antropóloga sui generis. Más arriba hice
referencia a que mi poesía no tiene un dominante de
representación, por eso me animo a especular acerca del modo en
que mi trajín viajero se asoma en las imágenes que te he
detallado; acaso el término más apropiado sea el de espectros,
especie de fantasmas inusuales que se cuelan aquí y allá en
ciertas formas de extrañamiento en mis metáforas.
Mis otros viajes los realicé a países con culturas no tan
diferentes de la nuestra. La sensación en Oriente fue la de
haber abandonado el planeta Tierra y haber llegado a otro,
quizás de otra galaxia.
Nilda Barba con su hermana en 2008, en Agra, la India
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Nilda Barba con Norma, su hermana, en Taj Mahal, India,
2008
10 — Compartamos con nuestros lectores, y en el orden en
que se presentan, los títulos de las secciones de tu segundo
poemario: ¿por qué no nos acunan?, ¿cuándo?, ¿mi última jugada?,
¿dónde los besos?, ¿quién diría?, ¿estás despierto?, ¿cómo la
perla?, ¿por qué me gusta tanto? (y hasta una última “sección”,
sin poemas, así nombrada: ¿ahora qué?).
NB —
Muchos interrogantes. Un permanente surgir de nuevas preguntas
ante el suceder y su reflexión posterior o simultánea. En el
curso de este diálogo debo haber mencionado el vocablo
extrañamiento, que para mí es una condensación de mi gesto
poético; diría que ese vocablo expresa de modo confesional el
momento anterior a la escritura de mis poemas, que los imagino,
digo ahora, y aquí los imagino como una respuesta ante el
asombro. De ahí quizás que vos como buen lector me señalás esa
serie de preguntas; preguntas que exponen un segundo movimiento
que es el de caracterizar el secreto, el enigma que tratan de
nombrar mis imágenes, mis palabras, puestas en poemas. Si
tuviera que nombrar un tercer movimiento, lo caracterizaría como
de diseminación, es decir, el modo en que proliferan los
sentidos, las significaciones, sin quedar ancladas en una única
interpretación.
Nilda Barba con
sus nietos, en 2016
11 — Lectores hubo que se preguntaron porqué les gustaba tanto
tu “¿por qué me gusta
tanto?” Y transcribo:
“Me gusta tanto porque es una poesía de a pinceladas delicadas,
poemas sin título, sin piso ni techo, donde uno puede entrar por
una ventana y salir por una chimenea.” “Poemas mamushkas.
Cajitas chinas también.” “Me gusta tanto porque sí.”
NB —
Cuando otro poeta celebra mi poesía para mí es una celebración
mayor. Entonces difícilmente yo pueda opinar, o dar cuenta sobre
la referencia de Máximo Ballester, excelente poeta, por otra
parte, al que acabás de aludir y citar. Atino a expresar que los
lectores de poesía más ávidos son los otros poetas y, en
general, debo decir que hacia ellos me dirijo en primer lugar.
Nilda Barba con su padre
12 — ¿Cuán lejos, o cerca, te hallás de aquella “doctora
jeckyll”, de aquella “señora hyde”?
NB —
Cuando me detengo a pensar mi escritura en conjunto, no tengo
medidas espaciales ni temporales. No están lejos ni están en el
pasado. Cuando leo alguno de mis primeros poemas allí encuentro
vibraciones actuales. Tampoco creo que en el transcurso de mi
poesía haya habido una evolución. Sí hubo transformaciones, pero
esas transformaciones no me alejan ni me acercan, sino que, en
todo caso, complejizan mi relación con la palabra. Sí es verdad
que no he dejado de ser la
doctora jekyll,
que nunca he dejado de ser la
señora hyde,
porque están ahí presentes y hay resonancias. Las
variaciones que se van dando en mis intereses poéticos,
provienen de mi necesidad de indagación, y acaso con una
fantasía de efectuarla con modulaciones y de no caer en la
repetición. Esta Nilda Barba que escribe hoy es una versión
polifónica de las anteriores. Ese no olvidar los poemas que he
concebido es lo que me conmina a no convertirme en una máquina
repetidora y a explorar permanentemente. Antes aseveraba que no
pienso el despliegue de mi escritura en términos de evolución;
agregaría que es como el soñar, a medida que pasa el tiempo uno
no sueña mejor que antes, sigue soñando.
Nilda Barba en Perú, en 2009
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13 — ¿Qué hay “al final del pasillo”?
NB —
Todo indicaría que
al final del pasillo
está la inevitable finitud. Sin embargo, no es oscuro ni
negativo. No amenaza ni atemoriza.
Al final del pasillo
se abre un espacio propio mullido, cálido, acogedor, único y a
medida, dentro de un espejo de gelatina que sí es oscura.
Al final del pasillo
están las sucesivas muertes, las pequeñas y numerosas muertes, y
además están los sucesivos duelos imprescindibles.
Hay oportunidades, hay cobijo, hay alivio. Hay recuerdos,
olvidos, hay sueños y hay ilusiones, hay desengaños y hay dolor.
Hay empuje para salir y seguir viviendo.
Nilda Barba en Hong Kong
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Nilda Barba con Graciela Licciardi, María Cecilia Marsili,
Roxana Palacios, etc.
14 — Aludiste a
tus proyectos narrativos (en algún lugar leí que tendrías
concluido un volumen de cuentos que pudiera titularse
“Origami” y que
estarías reescribiendo una novela,
“La flor engrillada”).
NB —
Mis tentativas por explorar la palabra literaria a través de
otros géneros ha sido siempre asediada por la meticulosidad y el
pudor. He incursionado en la escritura de cuentos y relatos.
Algunos de ellos fueron publicados en la antología
“El placard”
(Ediciones de la Siesta). En la actualidad estoy reelaborando
varios de los textos que iban a formar parte de
“Origami”; se han
transformado: me siento más proclive a expandir la escritura
narrativa en forma de novela. Estoy reescribiendo una nueva
versión de “La flor
engrillada”. Y
siguiendo el consejo del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti:
“Cuando estás escribiendo
un cuento o una novela, no lo repitas para otros para no perder
la magia”, aunque me tiene muy entusiasmada, me abstendré de
aludir a la trama. No estoy saliendo de la poesía para entrar en
la narrativa. La narrativa es una amplificación de mi proyecto
literario.
Nilda Barba con su hijo Leopoldo y familia, en Washington,
Estados Unidos
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15 — Tuviste tu paso por la docencia.
NB —
Tuve una experiencia con la enseñanza de la filosofía de la
Escuela Universalista, y luego también, en cursos de lectura de
poesía que pronto voy a retomar. Es una iniciativa en etapa de
armado para dictar cursos sobre modos de lectura de poesía. Una
reflexión crítica sobre los proyectos de escritura, recurriendo
y valorando fuentes diversas.
Nilda Barba con sus hijos y nietos en 2005
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Nilda Barba el
6.8.16
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16 — En un mismo año, 2006, participaste en dos
Encuentros de Escritores en México.
NB —
No deja de ser una de esas coincidencias maravillosas que
mientras suceden creés que se van a repetir, y luego te das
cuenta de que no es tan frecuente ni simple que así sea. En
Zamora, Michoacán, en el encuentro organizado por Roberto
Reséndiz Carmona, se generó un clima de gran integración, afecto
y respeto entre los asistentes, entre los que se encontraban, de
Argentina: Silvia Montenegro, Teresa del Valle Salinas y Ana
Guillot; de México: Thelma Nava, Raquel Huerta Navas y Lina
Zerón; de Pontevedra, España: Fernando Luis Pérez Poza. Cuando
llegó el momento de despedirnos nos costó como si nos tratáramos
de toda la vida. Algunos seguimos juntos camino al encuentro en
Cuernavaca. En esa oportunidad estuvimos en Ciudad de México,
donde nos encontramos con Carmen Ollé, y nos alojamos en la casa
de otra poeta, la querida amiga Guadalupe Elizalde, que habíamos
conocido en nuestro santafesino Festival Internacional de Poesía
de Rosario. Ella organizó una lectura en la que también
participaron poetas mexicanos. Inolvidable.
Nilda Barba con Cristina García Oliver y María Chapp
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Nilda Barba en 1980
17 — Nació en Italia, en Bríndisi, en 1936. En 1964 fundó el
“Odin Teatret” en Dinamarca. Es el co-creador del concepto
“antropología teatral”. Fue alumno de Jerzy Grotowski y es uno
de los más reconocidos maestros vivos del teatro occidental:
Eugenio Barba. ¿Has visto alguno de sus espectáculos? ¿Existirá
con vos algún parentesco? ¿Sos habitual espectadora en nuestra
ciudad, acaso la que a nivel mundial mayor oferta ofrece de
puestas en escena?
NB —
No he visto ninguno de sus espectáculos y, al menos que yo sepa,
no existe parentesco con él. Ojalá lo hubiera, me sentiría muy
honrada.
Soy habitual espectadora de teatro. Existe un vínculo
innegable e intenso entre teatro y poesía. Está dado por el
hecho de que en teatro las voces se encarnan, y no es casual que
en algunos géneros haya un cruce entre la lírica y la música, el
melodrama operístico, por ejemplo. Fundamentalmente lo que
relaciona la poesía con el teatro es la modulación de la voz, y
el modo en que los actores y los directores trabajan los tonos,
que, por otra parte, son centrales para la producción de mi
poesía: el cómo decido la espacialización, la elección de un
adjetivo, el gesto que caracteriza la construcción de una
metáfora. Eso construye un
tono.
El otro hálito que destaca en una puesta es el
ritmo. Y esto es
claro, el ritmo es una
de las claves de la poesía. Si se atropellan las partes unas
con otras, además de violentarse, se extravía la cadencia. La
manera en la que en mi escritura trabajo con el ritmo es la
secuencia.
La clave del ritmo es
secuencia y corte. Es por ahí donde el hecho teatral nutre
mi reflexión sobre la impronta en mi texto poético.
Nilda Barba con sus hijas y sus nietos, en 2016
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Nilda Barba con Ana Guillot y Héctor Miguel Ángeli en 2005
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Nilda Barba en 2001
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18 — ¿Cómo te llevás con el granizo y cómo con el fuerte viento?
¿Cómo con las instituciones, con la languidez, con las
sorpresas?
NB —
Preguntas muy sugestivas las tuyas, Rolando. Tanto el
granizo como el
fuerte viento
connotan agresión, impotencia, desamparo. No me llevo bien con
ellos, por cierto. Y no soy nada temerosa, en general, amo las
tormentas y los truenos, caminar y hasta nadar bajo la lluvia.
Quizás mi recelo hacia el
viento surgió en una
oportunidad en que tan pronto como terminaron de colocar los
vidrios de unos grandes ventanales que cerraban una terraza, se
levantó un vendaval de cien kilómetros por hora, y comenzaron a
estallar los cristales uno tras otro y a retorcerse la
estructura que los sostenía, mientras yo oía los estruendos
desde el piso de abajo. Me sentí a merced del destino, en el que
no suelo creer. Lo que acabo de relatar no es un mito
fundacional, es una contingencia que me ha llevado a reflexionar
sobre la ruptura de los límites, en el adentro y el afuera. Es
por eso que los vientos me perturban y es un modo de imaginar el
quedar a la intemperie. La intemperie sucede cuando se borran
los límites. Por cierto, se han producido acontecimientos
estremecedores en mi vida, y que acaso no aparecen en la
superficie de los poemas. Lo que sí aparece en ellos son las
consecuencias, de manera lateral en mis imágenes metafóricas: el
viento que arrasa.
El granizo es
la materialidad de la agresión, incluso de la agresión no
esperada, que es la peor de todas. Así como el fuerte viento, el
granizo puede no aparecer en la letra de mis poemas, pero
seguramente emerge en determinadas figuraciones en las que la
fuerza se convierte en imposición.
En cuanto a las
instituciones, es un punto muy sensible, porque pone en
juego lo social en un sentido profundo. Si bien en su origen el
objetivo es organizar la sociedad, suelen ser poco flexibles y
menos aún adaptables a lo individual. Además, instalan una
filosofía trascendental que permite entender el significado de
la existencia, del orden, de las tradiciones y convenciones. Hay
un límite muy fino y peligroso en las instituciones que abarcan
la familia, la escuela, la iglesia, lo político. Fuera de esto,
sucede también que llega un momento en que esas instituciones se
internalizan de manera tal que se transforman en estructuras
propias, constitutivas de los individuos de la sociedad que los
rigen, y pasan a conformar una necesidad, un postulado, un deseo
a concretar. Y eso me preocupa. Es como si se perdiera de vista
el mero fin organizativo social externo a nosotros, y pasaran a
confundirse con un convencimiento moral o hasta espiritual. Y se
defienden como una cuestión de fe, de fanatismo, de
fundamentalismo, de fin en sí mismo. Ciertas modalidades en las
que los encargados de hacer funcionar las instituciones las
imponen, producen en mí resistencia y oposición. Considero que
deberían organizar la vida social con el objetivo de permitir
que cada individuo o ciudadano pueda elegir y buscar la mejor
forma de vida sin perjudicar a los demás y alejándose del
autoritarismo. De lo contrario ahogan y obstaculizan la
creatividad. Por otro lado, el aparato, la estructura que se
genera como una necesidad para funcionar, posteriormente se
burocratiza, se fagocita el propósito esencial y primario que
dio origen a la institución y en su lugar surgen luchas internas
de poder que las desvirtúan.
Hasta ahora me he referido a las instituciones como
puntos de concentración de poder de organización de la sociedad.
Pero también podemos inferir que
la lengua es una institución para la sociedad, acaso la más
importante, en la que circulan todos los sentidos que nos
permiten vincularnos con nosotros y con el mundo. Ahora bien,
hacer poesía es intervenir sobre esos sentidos abriendo la
posibilidad de otra manera de nombrar. Como dice Proust,
“el escritor arma una
lengua extranjera dentro de la propia lengua para nombrar lo que
esa lengua no puede nombrar”.
Entonces, desde esa perspectiva pienso la palabra poética,
no solamente en términos literarios sino, fundamentalmente en
términos humanos, en los que una variación abre una ventana
hacia otra dimensión de la vida. La palabra poética trabaja
sobre el interior de la palabra para enriquecerla, variarla,
ampliarla y sustraerla del peor de los males: el estereotipo. El
estereotipo es la repetición y es la concepción de significados
uniformes sin dar lugar a la diversificación.
Para referirme a la
languidez, permitime citar dos estrofas del poema de
Alfonsina Storni:
Languidez
He dejado mi alcoba
Envuelta en telas claras,
Anudado el cabello
Al descuido, mis plantas
Libres, desnudas, juegan.
Me he tendido en la hamaca,
Muy cerca de la puerta
Un poco amodorrada.
El sol que está subiendo
Ha encontrado mis plantas.
Y las tiñe de oro...
¿Cómo me llevo con la languidez? Casi suena a confesión
esta respuesta. Nunca fue la languidez una característica en mí,
todo lo contrario, me distinguí por mi disposición a la
actividad. Me calificaban de pro-activa, no necesitaba estímulo
externo, creo que a eso se refiere el término. Sin embargo, en
los últimos tiempos, porque mis horarios ya no son estrictos, o
quizás no sea por esto, me siento más relajada, al punto de
llegar a la languidez, tal vez. No lo sé. Me sorprende, ya que
no se trata del estado al que se llega con la meditación, es
diferente. Mi respuesta sería: me llevo bien, me hice amiga con
mis estados transitorios de languidez. Es frecuente que en
aquellos momentos en que me dispongo a la escritura poética,
nunca programada, muchas veces los poemas surgen como producto
de la meditación, o de la divagación en estados de languidez.
Por lo tanto, esos estados de languidez para mí son productivos,
en el sentido de que esa flotación de mi cuerpo y de mi espíritu
inducen a conectarme con imágenes que por su extrañamiento me
permiten arrimarme al poema.
Las sorpresas me
encantan. Me gusta que la vida me sorprenda. Y estoy
predispuesta: lo inesperado va a superar a lo planificado, y me
ha sucedido muchas veces, aun en asuntos trascendentes. También
he tenido, desde luego, sorpresas desagradables que me dejaron
de una pieza, y que fueron fundamentales y lo cambiaron todo.
Aunque sigo siendo pro-sorpresas y no tiene que ver con la
magia, sino con poder aflojar el control.
Valoro que acontezca en la producción de mi poesía. Toda
repetición no trae sorpresas, digamos, es lo ya previsto. La
sorpresa es la apertura a un campo de sentido inesperado.
Entonces, ahí se produce una dimensión, un abismar el sentido
hacia un modo de intuir, de especular, de prever, que avance
sobre la superficie del
estereotipo.
Nilda Barba con Héctor Miguel Ángeli y Carina Paz
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Nilda Barba en 2001
19 — Hace poco presentaste tu último poemario.
NB —
A partir de 2014 había comenzado a indagar en otra dirección, en
cuanto al espacio, a la temporalidad, a través de un espejo de
características peculiares. Ante la invitación de la Editorial
Vinciguerra de integrar la colección SUMMA Poética con motivo de
la celebración de los treinta años de la editorial, seleccioné
poemas para la ocasión y fui incluida con
“al final del pasillo”,
editado en marzo. Lo considero un anticipo de un volumen más
abarcante del que formará parte, aún en gestación, ya que esa
línea de reflexión perdura, configura un núcleo inquietante, y
perturba.
Con Carlos Carbone, Graciela
Wencelblat, Máximo Ballester, Gustavo Tisocco y Rubén Eduardo
Gómez
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Nilda Barba con Jorge Ariel Madrazo y Alicia Del Puerto
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20 — ¿Cuáles considerás que han sido tus modelos poéticos
ilustres?
NB —
Rolando, debo serte sincera, la palabra modelo no me funciona
para definir mi mirada hacia los poetas que admiro. A ninguno de
los que voy a mencionar quiero darles la rigidez de un modelo.
Todo lo contrario, son, desde mi perspectiva, inmensos mares
poéticos en los que constantemente trato de navegar. Han
enriquecido mi escritura y aunque nunca de manera directa, cada
uno de ellos estuvo atravesado por los otros. Por supuesto,
tengo poetas que me atraen, los que busco en determinados
momentos, aquellos de quienes valoro el modo en que construyen
su obra. Entre los argentinos, Juan Gelman, Susana Thénon,
Enrique Molina, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Olga
Orozco, Javier Adúriz, Alfonsina Storni, Roberto Juarroz… Entre
los latinoamericanos, Marosa di Giorgio, César Vallejo, Pablo
Neruda, Octavio Paz y Gonzalo Rojas. Italianos: Giuseppe
Ungaretti y Eugenio Montale. Franceses: Antonin Artaud, Charles
Baudelaire, Paul Valéry, André Bretón y Guillaume Apollinaire.
También Fernando Pessoa y el gran Paul Celan. Toda enumeración
es injusta porque promueve el olvido. Lo que agregaría es que
más que una relación de modelo, y jerárquica, mi relación con
ellos es apasionada, me desborda. Si yo considerara que esos
escritores son modelos los estaría congelando, encerrando,
perderían movilidad. Esas grandes obras poéticas conllevan
inmensa movilidad en sí mismas y una movilidad para mí. Los
llamaría provocadores.
Nilda Barba con Isabel Krisch y Alicia Del Puerto, en 2013
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*
Nilda Barba selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
la garganta untada de silencio
en caída de risas
(desprendo la
corteza)
apuro el ritmo en
el fervor
mastico
la mezcla que la
lengua desplaza y barre
en el abrir y
cerrar
la escupo lejos
antes probé el
ciprés
y no supe si estaba
triste
(me moví y también
yo estuve afuera)
la cáscara fue
mi cielo raso
los años pulcros
sobre la cama
estrangulados
con harapos de luz
(de “El cordón”)
*
horizontes en la insularidad
de un balde de zinc
las burbujas
deslizándose más
allá
de los bordes
la ropa retorcida
entre las manos
no se distinguen
los hombros en los
codos
cuelgan
en el piso
un charco
o un océano de
jabón
escurren cabezas
en bajo relieve
habrían querido
escalar el metal
tomarse de las asas
crear minaretes de
cuerdas y broches
un tendal de cruces
patíbulo al sol
(de “¿por qué me gusta tanto?”)
*
un tutor y la pérgola para merecer
de noche
hormigas
que manos y ojos
envenenan
no sé por qué
hojas con leche
las raíces garras
truena
amanezco en un
matorral
salvaje
las hormigas me
recorren
no sé por qué
ni náuseas
es fértil el terrón
agua de lluvia
gajos ajenos
ritos
luz apretada entre
mis pétalos
canales de polen
perfume en las
espinas
¿por qué me gusta
tanto?
(de “¿por qué me gusta tanto?”)
*
las aguas quietas
son ganges que
lavan
penumbra
entre gotas de
cielo
llevan canoas
surcan las nubes
con remos empañados
y brújulas muertas
/ también
en voz baja las
aguas
sangre celeste
aguas de fuego
disuelven cenizas
en camposantos de
siembra
escoltan cestas con
nacidos
en voz baja
(de “doctora jekyll y señora hyde”)
*
la toca
cuerdaella
todacuerda
cuerdatodouna
carnetierracielo
la toca
cuerdaire
lluvia rayo
ellacuerda
todaella
acuerda
latecuerda
a cuerda
desatada
la toca
(de “como seda con la boca”)
*
nave fantasma
el espejo al final
del pasillo
carga espejismos
simulacros
desde los orígenes
en los instantes de
la memoria
la ve acercarse
por el pasaje
angosto
ella lleva palabras
para decir
lo que nunca había
podido
lo que nunca
se había fabricado
un mundo
el dorso de la nave
recuerda
lo que ella había
imaginado estar viviendo
ella se detiene
la superficie
bruñida
le devuelve una
imagen
que casi no respira
ahora entra
ahora intenta
reconstruirse
con las palabras
es una cuestión personal
(de “al final del pasillo”)
*
el pasillo es un camino
un derroche de
incertidumbre
indaga
duda
cuestiona
busca la sustancia
de su complejidad
intuye lo frágil
la desmesura
el exterminio
en ese camino
enorme del pasillo
hacia el espejo de
realidades urgentes
que distraen
confunden
alejan del adentro
incierto y gigante
que reclama
identidad
desde el no lugar
desde el otro lado
del espejo
al final del
pasillo
(de “al final del pasillo”)
Nilda Barba con Hernán Beltramo Ríos y María Montserrat
Bertrán en 2012
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*
Nilda Barba con Cynthia Rascovsky, María Chapp, Beatriz
Arias, Claudia Ainchil, etc.
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Nilda Barba con Inés Manzano
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Nilda Barba con el poeta Cayetano Zemborain
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Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Nilda Barba y Rolando Revagliatti, 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/040927.html
http://www.revagliatti.com.ar/070808_gr.html
http://www.revagliatti.com.ar/act0611/romano-barba-gomez.html
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