Norma Etcheverry: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Norma Etcheverry
nació el 5 de mayo de 1963 en Ranchos, provincia de Buenos
Aires, y reside en Ringuelet, localidad del aglomerado urbano
Gran La Plata, en la citada provincia. En 1981 fue cuando se
mudó a la ciudad de La Plata, en cuya Universidad Nacional de La
Plata (UNLP) se graduó en la carrera de Periodismo. Publicó los
poemarios “Máscaras del
tiempo” (1998),
“Aspaldiko” (2002) y
“La ojera de las vanidades y otros poemas” (2009). Con el
título “Lo manifiesto y lo latente” fue incluida en 2011, dentro
de la colección “Cuadernos Orquestados”, dirigida por Abel
Robino, una muestra de sus poemas concebidos después de 2009.
Inédito permanece el volumen
“La vida sin O.”, de
poesía y relato breve, como así también
“Viajar, leer, inundarse”.
Actualmente trabaja sobre un poemario
(“México”) y
una novela breve que aborda el amor y la política. Textos suyos
fueron traducidos al francés, euskera y portugués. Invitada
participó, por ejemplo, en el Primer Festival Internacional de
Poesía “San Nicolás de los Arroyos”, en el Quinto Encuentro
Poético (ciudad de Buenos Aires, abril 2010:
http://es.calameo.com/read/00064806894a6df53cc91
), en la Feria del Libro y de las Artes de la ciudad de
Berazategui, en el Encuentro Argentino de Poesía Rosario 2012,
en el Festival de Poesía ABBApalabra, en México. Poemas y
comentarios bibliográficos de su autoría aparecieron en medios
gráficos y digitales: Diarios “El Día” y “Diagonales”, de la
ciudad donde reside, Revista “El Espiniyo” de la ciudad de City
Bell, “Jornal Rascunho” y “Folha de San Pablo” de Brasil, entre
otros.
1 — Ranchera de
nacimiento, infiero por lo que he pesquisado,
que por decisión familiar te criaste a 45 kilómetros de
la Capital Federal, en Alejandro Korn, y ya más “por imperio de
las circunstancias” en tu adolescencia te fuiste unos 15
kilómetros más lejos de la Capital y allí te quedaste.
NE
— Efectivamente, nací en un pueblo rural llamado General Paz
(Ranchos), donde vivía “gente de campo”, con sus costumbres, sus
creencias, sus sueños y
sus limitaciones. Por razones familiares, a mis seis años
nos mudamos a Alejandro Korn, que si bien es también un pueblo
provinciano, tiene más que ver con la ciudad que con el campo.
Alejandro Korn es “el último cordón del conurbano hacia el sur”,
y el contacto con la Capital era, ya en aquella época, muy
frecuente. La diferencia de idiosincrasia con Ranchos
fue algo que me marcó para siempre. En una novela que
escribo y reescribo (hasta que me decida a “expulsarla” de mí),
la primera línea narrativa recorre la oposición campo-ciudad y
las antinomias que se me plantearon en la vivencia cotidiana
desde entonces, en las cuales consciente o inconscientemente
identifiqué el interior con el radicalismo
y el
conurbano con el
peronismo. Esta cuestión implica otras
menores (o no tanto); por ejemplo, el hecho de ir a un
colegio religioso en Ranchos, donde había ciertos lujos como un
gran piano en la sala de música, y, por otro lado, asistir
después a una escuela que me sorprendió por las modestas
instalaciones y la situación económica de mis compañeros. Pero
no me disgustó, al contrario, guardo en mi memoria algunos
recuerdos entrañables, como cuando llegaba la hora del mate
cocido con leche, en esas aulas de madera sin estufas durante
las mañanas heladas del invierno. Yo fui allí sabiendo leer de
corrido, mientras que la mayoría aún estaba aprendiendo, así que
muchas veces me tocaba efectuar la lectura del día desde un
libro que nunca olvidé: se llamaba
“Caleidoscopio” e
intuyo que incidió esa obra con mi pasión por viajar y
compenetrarme con otras geografías y otras gentes. Cada capítulo
se refería a un lugar o situación distinta, y para mí, exótica.
Ya el caleidoscopio giraba y enfocaba una tribu del Amazonas, ya
apuntaba en dirección a los Andes mientras San Martín cruzaba la
cordillera, ya caía en medio del Círculo Polar Ártico, donde un
grupo sami se deslizaba en trineo por el hielo de Laponia.
Fomentó mi curiosidad; y mi entusiasmo por la
lectura.
Otra cuestión que me marcó entonces tiene que ver con el
mundo de los hombres y el de las mujeres. Me crié en una familia
de mujeres fuertes, algunas por carácter (como mi abuela y mi
tía, la única hermana de mi madre), y otras por necesidad, como
mi madre, que tuvo la osadía de divorciarse y enfrentar sola la
vida con cuatro hijos (tres,
varones). He aquí que también me imbuí del mundo masculino.
Además, en el campo quedó mi familia paterna, compuesta de
padre, tíos y primos, de sangre vasca y pocas palabras. Alterné
entre ambos mundos gran parte de mi infancia y toda la
adolescencia, y ese ir y venir me abrió interrogantes sobre los
que indago todavía.
Cuando terminé la secundaria, coincidieron algunas
razones familiares para que, otra vez, nos mudáramos de ciudad,
ahora a La Plata, donde vivía mi tía materna, una mujer
emprendedora, de mucha personalidad, que muy pronto supo qué
hacer conmigo y conseguirme un empleo público que me permitió
estudiar y aprender a manejarme en un contexto de relaciones más
complejo que el que yo conocía. Así, apenas con dieciocho años,
ya trabajaba en el Ministerio de Economía mientras estudiaba
Periodismo. Con la llegada de la democracia, participé en
política y casi sin proponérmelo me encontré muy cerca de la
entonces vicegobernadora Elva Roulet, otra mujer “fuerte”; por
lo menos lo fue, simbólicamente. En esta instancia, aparece en
mi esquema de pensamientos y acción, el tema del poder. De
hecho, a menudo viajaba con ella a pueblos del interior como
aquellos en los que yo había vivido, y observar las necesidades
de la gente desde el escenario o desde la ventanilla del auto
oficial, me producía una contradicción terrible. Volvía la
antinomia peronismo-radicalismo, también en lo personal, ya que
me enamoré de hombres peronistas (traicionando a mi padre,
supongo) de los que después me separé. El amor también fue
siempre oscilar entre dos mundos.
Norma Etcheverry con Hugo Toscadaray, Leandro Ariel, Alicia
Pastore y Laura Andrea Ponce
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Norma Etcheverry con César Cantoni, Norberto Antonio, Horacio
Preler, Olga Edith Romero y Carlos Aprea
2 — ¿Cómo “te explicarías” tus búsquedas formativas en
Derecho, Letras, Filosofía, Técnicas de Psicodrama en la Escuela
de Psicología Social, curso de Yo-auxiliar en la Asociación de
Psicodrama, dibujo y pintura en los talleres de Manuel Oliveira
y de Hebe Redoano, acercamientos a la interpretación de la
Kabalah, seminarios de Cine y Literatura, así como sobre
Nietzsche, o Estética, o sobre “Lo queer en la literatura del
cono sur”, taller con Alicia Genovese en la Casa de la Poesía…?
NE
— Voy
a empezar contando una breve anécdota. Cuando estaba en sexto
grado, creo, debí abocarme a la redacción diaria y el título
convocante era “Nerón incendia Roma”. Al día siguiente me llamó
la vicedirectora para felicitarme: tuve por primera vez
conciencia del acto
de escritura en relación a los otros: me obsequió un
hermoso cuaderno de tapas duras y me dijo “tenés que escribir tu
diario”. Eso hice, y en uno de esos cuadernos (ya estaba en la
secundaria), afirmé que estudiaría Psicología o Letras. Sin
embargo, instalada en La Plata vine a estudiar Relaciones
Públicas, y ese año los cursos estaban suspendidos, la carrera
de Psicología no existía (se había cerrado durante el Proceso) y
por alguna razón que no comprendo no opté por Letras. Terminé en
Periodismo, sin una verdadera vocación, aunque siempre lo asocié
con el oficio de escribir, lo que me dio una formación bastante
amplia. Mientras participé en política
estuve unos años en Abogacía, pero estudiar códigos de memoria
me aburría. Por fin, decidí anotarme en Letras para cursar las
Literaturas (argentina, alemana, francesa, española, clásicas,
etc.), porque leía mucho y desordenadamente. Cursé las materias
de Teoría y de Crítica Literaria, Filología y
optativas de Filosofía.
No tengo una vocación definida; procuré buscar, hacer lo que
sentía que era el camino por donde tenía que transitar para
nutrirme. El psicoanálisis, la Cábala, Nietzsche o mezclar
colores en un lienzo mientras leía las
“Cartas a Theo” de
Vincent Van Gogh, fueron surgiendo a medida que andaba por la
vida, y así es todavía. Cuando asistí al seminario de literatura
queer fue porque estaba leyendo “Austria-Hungría” y me entero
que José Amícola (con quien había aprendido mucho en la
Facultad), iba a dar ese seminario en el que, entre otros
autores interesantísimos como Copi o Marosa Di Giorgio, estaba
Néstor Perlongher. Es una búsqueda constante de ese momento de
plenitud, en el que “ser y devenir son la misma cosa”, como dice
John Berger. Una “cacería de instantes”, con las palabras de
Leopoldo Castilla, refiriéndose estrictamente a la poesía.
Norma Etcheverry con María L. Canoso, Noemí Correa, Anamaría
Mayol, Rubén S. Melero, Gabriela Rivero y Gustavo Tisocco
3 — ¿Ejercés o has
ejercido el periodismo de modo sistemático? ¿Es o ha sido tu
actividad laboral redituable?
NE
— Desde 1983, como dije antes, comencé a trabajar en el Senado
de la provincia. Me recibí y comencé a hacer prensa. Mi primera
experiencia fue ésa, en lo institucional, y no demasiado
imparcial puesto que era un equipo que funcionaba alrededor de
un cargo político. Hice algunas incursiones en radio pero no era
el periodismo lo que más me motivaba sino el acto de la
escritura. El hecho de hacer periodismo político (y en cierto
modo partidario) me limitaba, me enojaba. Recuerdo esos
comienzos como muy en contradicción conmigo. Odiaba ir corriendo
con un micrófono detrás de alguien para que se dignara contestar
mis preguntas. Prefería las notas donde podía escribir
serenamente, aunque fuera una pequeña colaboración en un
suplemento. No obstante, tal vez por comodidad o por cierta
seguridad económica preferí quedarme en el área legislativa, en
vez de, por ejemplo, irme a Buenos Aires y abrirme camino en el
periodismo en una época en que, en La Plata, todavía se
discutía la profesionalización; el diario “El Día” evitaba dar
trabajo a estudiantes de Periodismo. Incluso la carrera, si bien
era universitaria, no tenía rango de Facultad. Eso fue cambiando
y no sólo no se discutió el periodismo desde lo académico sino
que adquirió niveles impresionantes. A ello contribuyó el avance
tecnológico: a mediados de los ‘80 lo más sofisticado era tener
un fax y en pocos años, internet explotó.
.
4 — No sólo viajaste
profusamente por nuestro país, sino que también visitaste
Bolivia, Perú, Chile, Brasil, Uruguay, México, España, Italia y
República Checa.
NE
— Mi predisposición se habrá constituido por la vida un poco
nómade que tuve, pero también por pura curiosidad. Cuando era
chica, me quedaba a ver pasar los trenes en la vieja estación de
Ranchos y me preguntaba por los pasajeros, adónde irían, qué
historias tendrían esas personas que miraban un pueblo quieto en
medio de la nada. Conservo enmarcada una nota de Luis Gruss, en
una contratapa del diario “Sur”, de 1989, que se titula “Trenes
porque sí”, en la que ilustra sobre la relevancia de los trenes
para los pueblos y su mítica belleza. Cuando comencé a andar por
el país y mi tren se detenía, en la noche, en estaciones
solitarias desde las que se divisaba alguna lucecita prendida,
en un pueblo, me veía a mí misma, niña, en la estación de
Ranchos. Las primeras veces que salí del país fueron a Brasil,
un país que aprendí a querer recorriendo sus vastas extensiones
por tierra y leyendo las novelas de Jorge Amado. A los 26 años
ya me había casado y separado, y decidí irme sola a Perú.
Ahorré, pedí una licencia sin goce de sueldo y me fui por tres
meses. Descubrí nuestro Norte maravilloso, Salta, Jujuy…, pasé a
Bolivia, y después subí a Perú. Había conocido hacía muy poco al
que sería el padre de mi hijo. Creo que me asusté, y por eso
salí a buscar-me. Cuando llegué a lo más alto de la ciudadela,
en ese paisaje imponente y celestial que es el Machu Picchu, con
la Huayna Picchu enfrente (montaña vieja y montaña joven, tal lo
que significa, con el Río Urubamba corriendo abajo…; allí, de
pronto, supe que estaba dispuesta al compromiso afectivo y,
fundamentalmente, a que, llegado el caso, tendría un hijo). Fue
un gran viaje. Otro, aconteció cuando viajé a Euskadi, para
visitar Iparralde, donde intuía estaban los orígenes de mis
ancestros. Mi padre había muerto cuando yo tenía 18 años y mi
tío abuelo vasco me decía palabras en euskera que nunca olvidé.
Para entonces, ya había publicado
“Máscaras del tiempo”,
y en este viaje sembré la semilla de
“Aspaldiko”. Cuando volví a La Plata, estuve un año aprendiendo la
lengua vasca. Aspaldiko es una expresión del euskera que
significa “cuánto tiempo sin verte”, y es un libro que busca
raíces de España, pero también es mi libro más político, en el
sentido en que, sin darme cuenta, está atravesado por la crisis
de 2001 en nuestro país. Mientras tanto, seguí andando con mi
hijo por toda la Argentina y Brasil. Recuerdo el verano de 2007,
cuando hicimos el trayecto por tierra hasta Ushuaia. Su papá fue
un hombre a quién amé profundamente y su desaparición física fue
un quiebre para mí. De él aprendí una búsqueda singular
atravesada por la psicología, el psicoanálisis
y (¡otra vez!), la política. No encontré más con quien
dialogar —ese dialogar—, como lo hacía con él. La Patagonia seca y
desértica fue como un bálsamo para mí, kilómetros y kilómetros
de…; a veces, el mar. Después de cruzar hacia el Calafate y
andar por el hielo del glaciar, bajamos hasta el fin del mundo.
Y hace poco cumplí el sueño de conocer Praga, lo que
deseaba desde chica, cuando leía historias sobre los países que
estaban “detrás de la cortina de hierro”, y sobre la Primavera
de Praga; sobre la vida de Václav Havel, el dramaturgo que fue
presidente, y antes
de eso, Kafka a través de sus
“Diarios” más que de
sus novelas, y supongo que Milan Kundera en
“La insoportable
levedad del ser”.
Viajar es como el segundo verbo, igual que escribir, aún antes
que respirar. Ojalá pudiera más, pero no tengo medios para eso,
ahorro lo que puedo y, cuando tengo vacaciones, aprovecho. En
alemán, hay dos verbos que me gusta pronunciar, uno es
reisen, viajar, y otro es
werden, devenir.
Entre ambos, un lazo muy íntimo. El viaje, literal y
metafóricamente, indica una búsqueda y en ese camino de buscar
hay una transformación, algo deviene en otra cosa, generalmente
superadora. El proceso es similar en el amor, en los vínculos,
en la escritura. El viaje es el camino, como en el famoso poema
de Constantino Cavafis: Itaca es el camino. Una vez, tendría
diez o doce años, leí un artículo en las “Selecciones del Reader
Digest” que narraba cómo un geólogo desquiciado había golpeado
la estatua de la Piedad, fragmentando parte de su rostro y el
brazo. Hace un par de años, cuando tuve a la Pietá frente a mí,
detrás de un cristal, resguardada para evitar ataques salvajes
como aquél, no pude evitar emocionarme. Lloré, pero creo que las
lágrimas de mi niñez, cuando leí esa historia, se unían desde el
libro a la realidad, como en el caleidoscopio que giraba y
giraba hasta detenerse. Así, ahora, yo reúno mis partes en el
tiempo.
5 — “Poesía a la
calle” fue una consigna que sostuviste en 1987 con Gustavo Caso
Rosendi, Patricia Coto, Eduardo Rezzano, Susana Kakuyaku…
NE
— Éramos jóvenes y, en esa época, el mercado editorial nos
quedaba lejos. Así es que la idea de hacer nuestros propios
libros y ofrecerlos al transeúnte común, fue un hecho singular:
el acto grupal “de unirse para”, con nuestros libros en mesitas
improvisadas en medio de la Plaza San Martín. La gente nos
miraba con curiosidad, no estaba acostumbrada a ver poesías
expuestas en la calle. Lo hicimos varias veces en La Plata, y
también en Berisso y Ensenada. Merece nombrarse a Esteban Tómaz,
quien fue el gestor y puso mucho empeño, aunque también es
cierto que cuando propuso pergeñar un reglamento para adecuarnos
a un determinado funcionamiento, algunos nos alejamos. De esa
época es mi amistad con dos grandes poetas de La Plata, cada uno
en su estilo: Caso Rosendi, de quien estoy convencida que su
libro “Soldados” es
valioso en la transformación estética de un hecho histórico que
jamás se olvidará: la gesta de Malvinas. El otro es Eduardo
Rezzano, además músico, y cuyo estilo, imposible de encasillar,
es original y desestructurado. Lo más grato de aquella
iniciativa fue la camaradería, y al “reconocernos” alcanzar una
noción de la entidad “poeta”. Por lo menos para mí, en cuanto
recién empezaba a mostrar mis versos un poco más allá del
círculo íntimo, y ese ámbito me servía para reflejarme, para ver
“dónde estaba parada” en esto de escribir. No había juicios
entre nosotros porque la autoridad la tenía el tipo de la calle,
la chica o la señora
que se paraba y rescataba algún poema de entre tantos.
Insatisfactorio, nada, en todo caso, se aprende de los propios
límites. Lo grupal no es fácil de continuar en el tiempo sin
reglas de convivencia y, por otra parte, ¡es imposible pedirle a
un poeta que acate las reglas! La idea de llevar la poesía
adonde está la gente es algo que siempre me moviliza. Me gusta
ir a leer a escuelas, cárceles, sindicatos… En los ‘90 hubo
emprendimientos de escritores más jóvenes que ya no están, como
Mariano Ojea y Pablo Ohde. Versos lanzados desde avionetas, o
afiches pegados en las paredes, fueron algunas de las
propuestas. A partir de una iniciativa de la comuna por la que
se editó una antología (en la que no participé porque la
política y otras búsquedas me habían alejado de la poesía) se
organizaron varios ciclos de lecturas que me ayudaron a
reencontrarme con la gente. De esos ciclos, recuerdo
especialmente el de “El Café de los Poetas”. Ana Emilia Lahitte
iba a las lecturas y nos escuchaba y, en mi caso, como en
tantos, ofreció su ayuda para divulgar mi poesía. En esa época
conocí a Horacio Castillo, que nos recibió en su casa (yo fui
con el querido César Cantoni) y conversamos largamente una tarde
de verano hasta el anochecer; también a Rafael Felipe Oteriño,
que ahora reside en Mar del Plata pero ama su ciudad natal.
6 — ¿Algo que nos
quieras trasmitir de lo que opinás de los Encuentros de
Escritores y, en particular, del “Festival de Poesía
ABBApalabra”?
ET
— Estoy persuadida de que, como decía Alberto Vanasco, “la
verdad de la poesía es la amistad
de los poetas”, no porque la amistad sea
más importante que
la poesía, sino porque en esa amistad se forjan vínculos y se
comparten instancias que nos hacen dignos de ella. Por supuesto,
como en todas partes, hay mezquindades y ambiciones, pero a la
larga caen las máscaras y queda lo esencial. Los encuentros son
positivos en todo sentido. Si no somos soberbios y aceptamos
reconocer el nivel propio y ajeno, eso, a mí me motiva a
trabajar más, a leer más, a aprender más. El Festival de
ABBApalabra en México me otorgó la satisfacción de leer mis
textos en lugares como Matehuala y Real de Catorce, en la sierra
huasteca, en San Luis Potosí, conociendo y alternando con poetas
de otras geografías y de otras culturas. Fue intensa la
actividad.
Norma Etcheverry con Hugo Toscadaray, Eduardo Espósito,
Marina Kohon, Marcelo Leites, Alicia B. Pastore, etc.
7 — Mantuviste,
entre otros,
www.diagonalconverso.blogspot.com y la revista del mismo nombre que se
distribuía por correo electrónico.
ET
— Mi objetivo era delinear una especie de diario (yo lo llamé
“revistual”), que diera cuenta de las actividades de los poetas
de la ciudad. Entre 2005 y 2007 se publicó la revista “El
Espiniyo”, dirigida por José María Pallaoro: entrevistas,
ensayos como el que hizo Alejandro Fontenla sobre Héctor Viel
Temperley, la aparición de poetas nuevos y “novísimos”, en fin,
que sacudió la modorra platense y dejó documentado en soporte
papel un material valiosísimo. A mí me provocó el deseo de hacer
algo, una especie de intercambio informativo continuado sobre
las actividades del
“mundillo”, para no perdernos de vista. Envié por correo un
primer número en el cual aparecían poemas de Rezzano de su
“Gato barcino”. En
cada edición redactaba una nota principal sobre la escritura, el
amor, el tiempo, la poesía femenina... Y transcribía versos de
consagrados y desconocidos. Concreté varias ediciones entre 2007
y 2009. Fueron divulgados Horacio Preler, Néstor Mux, Roberto
Themis Speroni, Mario Porro, Guillermo Pilía, Diego Roel, Martín
Raninqueo, Eric Schierloh, Carlos Aprea, Norberto Antonio,
Sandra Cornejo, Silvia Montenegro, Ethel Alcaraz, Olga Romero,
Horacio Fiebelkorn, Lara Villaró... Y hubo un artículo sobre
Matías Behety, que aunque nacido en Montevideo, Uruguay, en
1843, tras haberse radicado acá y fallecido en 1885, es
considerado el primer poeta de La Plata.
(Foto 1)Con Leopoldo Castilla y Gustavo Caso Rosendi
8 — Roberto Daniel Malatesta publicó en 2004 su poemario
“Por encima de los techos”
(Editorial Leviatán, colección El Viaje, Buenos Aires), a
partir de la tremenda inundación que se produjera un año antes
en su ciudad de Santa Fe. Y vos, Norma, debiste pasar una noche
con tu familia sobre el techo de tu casa durante la también
tremenda inundación de 2013. ¿Cómo afrontaste semejante avance
de las aguas y qué instaló y desplegó en tu subjetividad y en tu
obra?
NE
— Es increíble cómo, de alguna manera, el agua siempre me
persiguió. La primera imagen que me viene a la mente es el
desborde del Río Salado, y en el medio del campo un ranchito con
el agua tapando las ventanas. En el techo, una heladera. Es un
recuerdo de cuando tendría… no sé, menos de diez años. Luego
siempre, cuando llovía en la noche, sentía angustia “por lo que
se mojaba con la lluvia”, pero
en relación a la gente humilde, las casas modestas, las cosas
que había afuera y se arruinaban. Ya en La Plata, no muy lejos
de donde vivo desde hace veinte años, hay un arroyo que suele
desbordar y afectar a decenas de familias que viven en la
orilla. En “Máscaras del tiempo” hay un poema que se llama justamente “La
inundación”. En 2002, cuando construían la Autopista La
Plata-Buenos Aires, yo misma me inundé: cuarenta centímetros de
agua en mi casa, hubo un antes y un después para mí, tiré
algunos libros y papeles pero no fue lo principal, porque por
ese temor eterno mío, cuando empezó a llover más fuerte levanté
todo, absolutamente todo cuando nadie imaginaba que el agua
subiría. Eso afectó sólo a la zona del norte, en Tolosa y
Ringuelet. Así que, cuando volvió a suceder en 2013 y esta vez
fue un desastre y tapó a toda la ciudad, yo no podía creer que
volviera a pasar. En mi casa tuve casi un metro de agua, pero
hubo otras donde subió hasta dos! Agradezco a Dios haber llegado
a tiempo (había ido justamente a Ranchos) para estar con mi
familia y resistir juntos esa noche espantosa, con gente que
estaba en la calle, separada de sus seres queridos por
distancias insalvables. Todavía no pude escribir nada
sobre esa noche, todavía me contengo. Un poema mío bastante
divulgado es “Aguas”: creado a raíz de la inundación de 2002, y
que recién apareció
en mi libro “La ojera…” en 2009. Sí estoy
con un módico proyecto en imprenta (“Viajar,
leer, inundarse”): rescate de unos treinta textos (no me
animo a denominarlos poemas) de mis cuadernos pasados por agua:
líneas que empiezan o terminan en puntos suspensivos, que son
las borraduras del agua. Es algo experimental; aun en la falta
de palabras de cada línea, se arma un sentido. Sobre todo porque
eran registros de viajes, lecturas, películas que vi, momentos.
Me parece milagroso que se pueda transformar en arte el dolor.
9 — Milagroso…,
agradecimiento a Dios: ¿cómo te llevás con la representación
“Dios”?
NE
— Tengo un
costado místico sobre el que se apoya una fe que me ha ayudado
en circunstancias de dolor o tristeza, y también en esos
instantes en que parece ser que uno está presenciando un
milagro. Creo en Dios, o en los dioses, no sé, me da igual. En
la soledad y en la visión de la muerte. No se trata de un Dios
injusto que permite que mueran inocentes en Palestina: los
hombres son los que matan. Pienso en algo superior en relación
al universo: asirnos a algo que nos distraiga del inmenso
absurdo de la existencia. Cuando se alcanza a vislumbrar la
fenomenal contradicción que conlleva la condición humana, si uno
no es un poco místico se arrima demasiado al suicidio o la
demencia. Soy optimista,
opongo al absurdo mi entusiasmo por la vida. Me agrada repetir
el significado griego del vocablo
entusiasmo: “tener
los dioses adentro”.
Norma
Etcheverry con Silvia Montenegro y el poeta cubano Pierre Bernet
Ferrand, en La Habana, 2015
*
Norma Etcheverry selecciona
poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Aguas
La lluvia es bella y triste
y acaso nuestro amor sea bello y triste.
Raúl
González Tuñón
Dice la lluvia que esta vez
pasará de largo
que no se llevará los colchones
ni las fotos del bebé
ni los papeles del renó
ni la escritura del terreno
que no dejará su marca en las paredes
heridas de arroyo abierto
bajo un cielo de cartón
chapas grasas de la noche
en que resbalan las gotas
por la frente del barrio
dice la lluvia que luego
se tenderá mansita
sobre el asfalto que viene a cuenta
de una promesa
o en otras sogas de la ropa
o en el escote del veranito
que arrima mesas
a la vereda
Va tan rápido el mundo, la vida,
pasan los nombres en el diario
y tantas cosas pasan
pero el agua
no
el agua se queda
estancada
un remolino de basura
frunce la banquina y tus labios, negra,
que antes del agua fueron de miel
ahora son dientes
perros en furia mordiendo el barro
dice la lluvia que ya basta
digo yo, negra, que ya basta
que así no se puede construir
ningún amor
ningún recuerdo
para mañana.
(de “La ojera de las vanidades”)
*
Andamos por las calles de esta ciudad
y nos emborrachamos
y salimos a buscar cuerpos adonde perdernos
de lo que más amamos
donde extraviar la última posibilidad
de ser cotidiana y remotamente feliz.
(de “Aspaldiko”)
*
El
cable del teléfono
Sentada al sol
miro mi casa desde fuera de mi casa
la música del auto me envuelve lentamente
todo se detiene
y por un instante
reparo en el cable del teléfono.
Recortado en el fondo de este cielo
me impresiona pensar que todos estos años
ha sido el mismo cable.
Toda esta vida en esta casa
con ese mismo cable negro
péndulo apenas
mecido por los vientos
reseco al sol
lluvia tras lluvia
sobre el mismo objeto mudo
que estuvo allí permaneciendo cada día
cada noche
cada año de todos estos años y tantas voces
tantas conversaciones
tantas historias o fragmentos
de historias
que entraron y salieron
toda la vida y toda la muerte toda
pasando por allí.
Como un cordón umbilical que alimentara
de palabras al mundo.
(de “Lo manifiesto y lo
latente”)
*
Angst
La angustia permanece porque permanece
la fragilidad.
André Conpte-Sponville
Cada vez que anda cerca
es posible sentir
la limitada expiación
la inutilidad del gesto que pide clemencia
tanto como la persistencia de la lluvia
o la voracidad del viento.
Es pavorosa
la fragilidad
la entera fragilidad de todas las cosas
y también de nuestras existencias
nuestras mezquinas formas de ser en la profundidad
de la grieta
por donde hacemos agua.
(de “Lo manifiesto y lo
latente”)
*
La otredad
En definitiva, si no fuéramos tan
vulnerables nunca habría nada que decir.
Lo íntimo
Confiar. Habitar el oleaje, cada
día, sin pertenecer a nada más que al insistente espejo de lo
íntimo.
El viento
Escucho el viento, su nombre que
viene desde la ruta del desierto cuando las caravanas de
menhires deslizaban sus almas blanquísimas y ya estabas,
estábamos ahí. Cuando todavía no teníamos designio de los
ángeles ni rostro humano.
(de
“La vida sin O”).
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Norma Etcheverry con su hijo
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: Ringuelet,
departamento de la Ciudad de La Plata y Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Norma
Etcheverry y Rolando Revagliatti.
*
www.about.me/rrevagliatti
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