Orlando Van Bredam: sus respuestas,
poemas y minificciones
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Orlando Van Bredam
nació el 23 de agosto de 1952 en Villa San Marcial, provincia de
Entre Ríos, la Argentina, y reside desde 1975 en la ciudad de El
Colorado, provincia de Formosa. Es Profesor en Castellano,
Literatura y Latín y Licenciado en Gestión Educativa por la
Universidad Nacional de Formosa, así como Magister en la
Enseñanza de la Lengua y la Literatura por la Universidad
Nacional de Rosario. Es profesor titular de Teoría y Crítica
Literaria y Literatura Iberoamericana en la Facultad de
Humanidades de la UNaF. Ha participado en numerosos congresos,
jornadas, paneles, seminarios y mesas redondas de carácter
artístico o cultural. Su quehacer en distintos géneros ha sido
difundido en revistas y diarios, en soporte gráfico y digital,
de su país y del extranjero. Ha obtenido no menos de doce
primeros premios y otras distinciones. Se ha desempeñado como
jurado en múltiples ocasiones, en varias provincias argentinas.
Textos narrativos y poéticos de su autoría han sido traducidos
al francés, al flamenco, al portugués y al alemán. Entre otras,
ha sido incluido en las antologías de narrativa breve
“La otra realidad.
Cuentistas de todos los rincones del país” (selección y
prólogo de Mempo Giardinelli, 1994),
“El límite de la palabra.
Antología del microrrelato argentino contemporáneo”
(Palencia, España, 2007),
“El mundo de papel” (microficciones infantiles, selección de
Mónica Cazón, 2014); también, entre otras, ha sido incluido en
las antologías de poesía “El soneto hispanoamericano” (1984) y
“Patria de luz” (2000), y en el volumen ensayístico
“Homero Manzi, poesía nacional en vigencia” (de Eulogio
Ireneo Argüello, 2008). Publicó las novelas
“Colgado de los tobillos” (2001),
“Nada bueno bajo el sol” (2003),
“Teoría del desamparo” (Editorial Emecé, 2007),
“La música en que
flotamos” (finalista del Premio Clarín Alfaguara 2007,
editada en la provincia de Chaco en 2009),
“Rincón Bomba, lectura de
una matanza” (2009),
“Mientras el mundo se achica” (2014), los libros de cuentos
“Fabulaciones” (1989),
“Simulacros” (1991),
“La vida te cambia los
planes” (minificciones, 1994),
“Las armas que carga el
diablo” (minificciones, 1996),
“Música de entonces”
(2004), “Las tumbas
aéreas” (2012), “La
mujer sin ombligo” (2015) y los poemarios
“La hoguera inefable”
(1981), “Los cielos
diferentes”
(Premio “Fray Mocho” del Gobierno de Entre Ríos, 1983),
“Asombros y condenas”
(Primer Premio del Concurso “Rosalina Fernández de Peirotén” de
la Asociación Santafesina de Escritores, 1987),
“De mi legajo” (Primer Premio Nacional de Poesía “Homenaje a José
Pedroni”, 1999),
“Clausurado por nostalgia” (2004),
“Lista de espera”
(2010), “Migración de
tristezas” (2010). En 2015 apareció su antología personal de
narrativa “No mirés nunca
debajo de mi cama”.
1 — Como diría el
poeta Hilario Ascasubi (1807-1875): ¿principiamos?
OVB — Y…, este paquete de genes nació en el invierno
de 1952, exactamente a las ocho de la noche del 23 de agosto,
hacía frío, muchísimo frío dice mi madre, tanto frío que si mi
abuela materna no me abrigaba con su cuerpo y me daba calor
humano, no hubiera existido más que unas pocas horas. Nací en un
pueblo, Villa San Marcial, que por aquel entonces no tenía más
de doscientas almas, un pequeño lugar incestuoso porque todos
eran parientes pero seguían reproduciéndose con euforia. De ahí
vengo, del patio de la casa de esa abuela donde sólo había una
mora, latas y botellas vacías que mi imaginación
de niño pobre convertía en soldados y trenes. Mi
padre era un comerciante empecinado, siempre le iba mal,
entonces cambiaba de pueblo y de rubro. En 1956 nos fuimos a
vivir a Basavilbaso y en 1960 a Concepción del Uruguay, como
sabés, otras localidades de la provincia de Entre Ríos, lo que
me permitió hacer primero el secundario y después el profesorado
en castellano, literatura y latín.
Mi amor por la escritura se despertó una tarde en que
leí, en una traducción española llena de arcaísmos,
“La isla del tesoro”
de Robert Stevenson. Tenía nueve años y en secreto, decidí ser
escritor hasta que me descubrieran. Fue mi madre la que me
descubrió. Un día, después de escribir un cuento, abandoné el
cuaderno en el comedor y me fui a jugar al fútbol en el potrero
de al lado de mi casa. Mi madre leyó el cuento y lo recordó toda
su vida; yo no. Dice que era la historia de un payaso de circo
que estaba perdidamente enamorado de una trapecista, un amor
imposible. Es probable que yo estuviera enamorado de la maestra
o de alguna compañerita lejana. En fin, siempre ha sido así en
mi vida, no sólo en la infancia.
En la adolescencia me olvidé, seguramente porque había
sido descubierto, de aquella tentativa escritural; la recuperé
recién a los veintidós años, cuando después de recibirme de
profesor me vine a vivir a El Colorado. Aquí, lejos de todas las
comodidades de mi casa paterna, reinicié la conversación
con “el hombre que
siempre va conmigo”,
como dijo Antonio Machado; aquí se dio el silencio y la
soledad propicia para que la poesía se presentara desnuda y
deseable en mi piecita de soltero. Entonces no dudé, la música
de Albinoni, de Mozart, de Piazzola, de Serrat y los poemarios
de Luis Alberto Ruiz, Juanele Ortiz, Manuel Castilla, Ricardo
Molinari, Carlos Mastronardi, Alfredo Veiravé, Miguel Hernández,
Oliverio Girondo y siempre, siempre Neruda crearon el clima para
que ella, la inefable poesía, quisiera estar conmigo, acostarse
sobre la página en blanco y permitir que una vieja Remington la
besara desde los pies hasta la frente.
Con sus padres y una tía.
2 — ¿Y la
narrativa?
OVB — En 1989 apareció el cuento, género con el que
yo había iniciado mis desvelos y poco después las minificciones
que reuní en dos libros hoy inhallables. La novela fue siempre
una presa mayor, un objetivo de alta cacería. Después de varias
novelas no concluidas por dispersión de la trama o por puro
aburrimiento del autor, en 2000 escribí la nouvelle
“Colgado de los tobillos,
la historia del Gauchito Gil” que publiqué por mi cuenta en
2001. Este texto me gratifica, tanto por sus múltiples ediciones
como por ser uno de los pocos que siempre releo y nunca me
decepciona. En 2007 toqué el cielo con mis palabras, cuando un
jurado integrado por Abelardo Castillo, Andrés Rivera y Vlady
Kociancich me otorgó el Premio Emecé por mi novela
“Teoría del desamparo”. Ese mismo año,
“La música en que flotamos”, una novela invadida por mi nostalgia
setentista, fue finalista del Premio Clarín Alfaguara y lo que
es más importante: me había leído mi admirado José Saramago, ese
descomunal pensador. No me dio el premio pero no importa. O tal
vez sí, importa.
Orlando Van Bredam en 1987, en Sáenz Peña, Chaco, Argentina
3 — Importa.
OVB — Tengo hoy sesenta y tres años, estoy lleno de
proyectos y de dudas, reviso todo el tiempo mis propias ideas
sobre la vida, la política y la literatura, amo el relativismo
de nuestra aporreada posmodernidad, no creo en dogmas ni en
preceptivas, considero que un escritor puede acatar todas las
leyes pero en su corazón o en su inconsciente es un
francotirador, un anarquista decepcionado con el mundo que con
su escritura trata de repararlo o al menos, de embellecer el
horror. En mi caso, ya no trato de reparar nada, sólo estoy
convencido de la necesidad casi fisiológica de escribir como
cuando nos despertamos en medio de la noche para ir al baño. La
escritura en mi caso, es hija de una necesidad incomprendida.
Nunca viví de ella y no está en mi naturaleza que así sea. No
obstante, soy muy feliz cuando la gente compra y lee mis libros
porque sin el público no hay escritor ni escritura posible.
Público en presentación de Gauchito Gil
4 — Así que el
correntino Antonio Mamerto Gil Núñez, en tanto Gauchito Gil, te
afirmó como narrador de largo (o mediano) aliento. Y no mucho
después, una matanza acontecida unos treinta años antes de
nuestra última dictadura cívico-militar, en lo que se denominaba
Territorio Nacional de Formosa, te promueve la concepción de una
novela con una estructura peculiar.
OVB — Desde 1992, en que entré accidentalmente en
contacto con el universo mítico de Antonio Mamerto Gil, el
gauchito correntino, injustamente asesinado por quienes se
decían representar la ley de entonces, he seguido de cerca este
fenómeno de evidente devoción religiosa con mucha curiosidad y
asombro. He visto a lo largo de estos veinticuatro años no sólo
el acelerado crecimiento de simpatizantes sino también los
cambios en los pedidos de favores que se le hacen.
Cuando todavía esta forma de religiosidad popular no estaba
tan expandida, era posible ir al santuario de Mercedes un 8 de
enero y asistir con comodidad a esa gran fiesta pagana donde los
rezos, los intercambios de objetos, las velas y cintas rojas,
los agradecimientos cargados de emotividad se mezclaban con la
música, el baile y el reencuentro con amigos. Hoy, en cambio,
desde hace ya dos lustros, son miles y miles de personas que
esperan pacientemente bajo temperaturas que rondan los cuarenta
grados o bajo la lluvia, el momento de acariciar la cruz del
santo y rendirle después, como se hizo siempre, una liturgia
personal, íntima, un rito que sólo conoce el que lo lleva a
cabo. Es la misma devoción multiplicada por cientos de miles y
muchísimos más si agregamos todos los santuarios repartidos por
todo el país y también más allá de nuestras fronteras.
¿Qué lectura podríamos hacer de esta autoconvocatoria
masiva, espontánea, para agradecer a un santo, sin que haya
detrás un dogma, una religión instituida como tal o un
predicador? ¿A qué necesidades espirituales no satisfechas por
los viejos sistemas de creencia responde el Gauchito Gil? Dejo
estos interrogantes pero apunto una última observación: al
gauchito se le piden “favores” como a un amigo cercano y no
“milagros”, se le va a agradecer por lo dado, más que a
implorar. Tal vez aquí se encuentre en parte la explicación de
este hecho absolutamente visible que atraviesa a todas las
clases sociales y a todas las edades.
En el caso de la masacre de “Rincón Bomba” ocurrida en
1947, cuando un escuadrón de gendarmería rodeó a un grupo de
ochocientos pilagás, hombres, mujeres, niños y viejos
desarmados, famélicos y enfermos y decidió exterminarlos para
permitir que el caudillo salteño Patrón Costas se quedara con
sus tierras, vuelve a aparecer el crimen de los inocentes como
ocurrió con Antonio Gil y eso, en mi caso, produce un estado de
ánimo especial que desemboca al cabo de algún tiempo en la
escritura, mi único
territorio de justicia posible. Son historias que me han marcado
no sólo como narrador, sino como sujeto que mira con mucha
indignación los estragos del poder y construye una idea cada vez
más escéptica respecto del destino de la humanidad. Muchas veces
pienso que no somos más que un puñado de mamíferos desesperados
sin ninguna grandeza.
Orlando Van Bredam - Foto durante representación de su
pieza Crónica de un Secuestro
5 — Has realizado
cursos de posgrado con un intelectual de “voz única”, el de la
“ficción crítica”, Nicolás Rosa (1934-2006).
OVB — A Nicolás Rosa lo conocí a través de dos
seminarios que hice con él durante el cursado de la maestría en
enseñanza de la lengua y la literatura, en sus últimos años de
vida, y conservo todavía una impresión tan fuerte de su
histrionismo, de su facilidad para fascinar que desde entonces
estoy convencido que la literatura no se debe enseñar, sino
hacer lo que él hacía: inculcar un entusiasmo transformador. Eso
hizo Nicolás con nosotros, los veinte alumnos que lo
escuchábamos embelesados. Celebro esa capacidad suya de
construir un discurso literario lleno de voces y gestos
que durante su travesía
podía absorber todo lo que encontraba. Recuerdo haber aprobado
su Didáctica de la Literatura I con una monografía en la que me
atrevía a discutir el canon porteño que él había ayudado a
consagrar, oponiendo escritores del interior, particularmente
del NEA (Nordeste Argentino). Fui muy osado y provocativo.
Supuse que me desaprobaría. Sin embargo, tuvo un gesto de
grandeza que nunca olvido a la hora de evaluar a mis alumnos. Me
escribió al final del trabajo:
“No coincido en nada con
sus criterios y elecciones pero su argumentación es brillante”.
Me aprobó con un 10.
Orlando Van Bredam con el escritor Martín Gardella, etc.
6 — ¿Compaginarías un volumen con tus textos ensayísticos
que más valores? “La educación sentimental de los varones” es
uno que leíste en el XII Foro Internacional por el Fomento de la
Lectura y el Libro, en Resistencia, la capital de la provincia
de Chaco.
OVB — No lo he pensado pero no lo descarto. La
mayoría de ellos, sobre todo a partir de 2006, están ligados a
mis preocupaciones acerca de la enseñanza de la literatura y
también sobre la recuperación de la lectura literaria, ya que
fuimos un país de lectores y las diversas políticas estatales,
sobre todo de la última dictadura y el menemismo, nos hicieron
retroceder muchísimo, nos quitaron el libro primero y el deseo
de leer después. “La educación sentimental de
los varones”, justamente, tiene que ver con mis lecturas
de niño y adolescente en las décadas del cincuenta y el sesenta
y cómo esos textos literarios forjaron mi gusto por la
literatura y desataron el impulso de escribir. Se ha hecho mucho
en los últimos años para volver a instalar la lectura en el aula
y en la familia, pero no es suficiente. El foro de Mempo
Giardinelli, al que asisto todos los años, es pionero en este
sentido, se viene haciendo en Resistencia desde 1996 y asisten
escritores, editores y académicos de todo el mundo, ya que esta
preocupación por la lectura no es sólo de los argentinos.
También, en los últimos foros, se ha tratado con interés la
lectura digital y los nuevos comportamientos lectores a partir
de Internet.
Orlando Van Bredan con Mempo
Giardinelli, etc.
7 — Se han representado a partir de 1994 varias piezas
teatrales de tu autoría (“Si
el trabajo es salud…”,
“El jefe espera”,
“Trozo de luna”,
“Aullidos”, “Música de siempre”, “Las
cercanas lejanías”,
“En este lugar sagrado…”, etc.). ¿Las reunirás en algún
tomo?
OVB — Es una tarea que me reservo para más adelante,
ya que antes de reunirlas y publicarlas debo dedicar un tiempo
importante a corregirlas y sobre todo a sopesar su valor teatral
o literario. Surgieron como textos para grupos teatrales de la
región; algunos fueron escritos con urgencia para el proyecto
“Cien ciudades cuentan su historia”, auspiciado por el
recientemente creado Instituto Nacional del Teatro. No he vuelto
a releerlas pero lo haré.
Orlando Van Bredam con Mempo
Giardinelli y Francisco Romero
8 — Sólo en el “Breve diccionario biográfico de autores argentinos desde 1940” de
la bibliotecóloga Silvana Castro (Ediciones Atril, 1999), tu
apellido figura en la Be larga: Bredam, Orlando van. ¿Tu
apellido es de origen holandés?
OVB — Sí, es de origen holandés, pero mis bisabuelos
vinieron de Bélgica. Siempre escribí Van, así con mayúscula, y
en cualquier nómina alfabética, excepto la que mencionás,
aparecí en el lugar de la Ve corta. Lo de la ve minúscula
aparece más para el von alemán, y es una
partícula que presupone un linaje de noble. En mi caso, no: es
una preposición que significa “de tal lugar”, es decir, “de la
ciudad de Breda” (Holanda); lo de la eme que sobra supongo que
es parte de un genitivo o gentilicio o algo así.
Orlando Van Bredam con Elvio
Romero en Asunción, Paraguay
9 — En 2011 se
exhibe el cortometraje “Cómo decírselo”, de Aldo Cristanchi —el
primer unitario televisivo formoseño—, concebido a partir del
cuento homónimo de tu autoría. Y al año siguiente se estrena
otro cortometraje, dirigido por Guillermo Elordi, adaptado de tu
“Cuento de horror”. ¿Cómo (te) resultaron esas experiencias?
OVB — “Cómo decírselo” es un cuento que escribí a los
diecisiete años, cuando todavía vivía en Entre Ríos, y había
obtenido una mención en un concurso local, el primer
reconocimiento que obtuve con mi obra literaria. A los pocos
años de vivir en Formosa, lo envié al diario “La Mañana” y lo
publicaron en el suplemento dominical. Aldo Cristanchi, que ya
era un poeta conocido, lo leyó y lo conservó durante más de
treinta años con la intención de
llevarlo al cine. Aldo le hizo algunos cambios que me
parecieron necesarios para la versión televisiva, reunió los dos
o tres actores que pedía el texto y produjo con su solo esfuerzo
un unitario que fue muy bien recibido por los televidentes de
Lapacho, Canal 11, un canal de aire que llega a toda la
provincia y al Paraguay. Me sentí muy halagado por la elección
de ese cuento y más allá de los defectos propios que provoca el
trabajar casi en soledad, como hizo Aldo para abaratar costos,
considero que fue una buena experiencia.
“Cuento de horror” es una microficción del libro
“Las armas que carga el
diablo” y es el germen de mi novela
“Teoría del desamparo”. Guillermo Elordi supo captar en el corto el
suspenso, el misterio y el sentido de esa pequeña historia,
además de contar con un excelente actor chaqueño, Pedro Monzón,
que con su gestualidad contribuyó a dar el clima preciso. Desde
luego, un escritor nunca queda del todo satisfecho: me parece
que el remate que propuso Elordi no es el que yo hubiera elegido
al descartar el final poco cinematográfico de la microficción.
Orlando Van Bredam con el poeta Dionel Filipigh
10 — ¿Seguís, desde el 2005, conduciendo el ciclo de
minificciones por cable “Taller de Zonceras”?
OVB — Sí, continúo y cada vez me gusta más. En el
2005, el cable de El Colorado, el único que tenemos, me preguntó
en una entrevista qué se podía hacer para que la gente leyera
más. Fue entonces que les propuse hacer un micro, al final del
noticiero, en el que yo iba a leer un texto muy breve: un poema,
una minificción, una reflexión o el comentario de un libro. Les
gustó y así empezamos. Los primeros años, sólo leía, más tarde
introduje comentarios sobre lo leído, y este año, 2016, me
propuse comentar a los clásicos, hacer una reseña lo más
pintoresca posible de aquellos libros que la humanidad ha
acogido como modelos literarios.
Orlando Van Bredam con Carlos Bernatek, Rafael Courtoisie,
Horacio Rossi, Irma Verolín, etc.
11 — Es al
dramaturgo que algún día revisará, pulirá sus piezas teatrales y
las editará probablemente, a quien le pregunto por estos otros
dramaturgos argentinos: ¿Armando Discépolo (1887-1971), Agustín
Cuzzani (1924-1987), Osvaldo Dragún (1929-1999) o Roberto Cossa
(1934)?
OVB — Desde luego, son maestros, modelos a seguir, a
los que podría agregar hoy otros nombres como Eduardo Pavlovsky
y Mauricio Kartum. Con este último hice un inolvidable curso de
dramaturgia en 2002 que no sólo me sirvió para escribir teatro
sino para adquirir técnicas que permitieran abordar todos los
géneros literarios.
Armando Discépolo fue mi primer deslumbramiento, tanto
que hice una monografía sobre su particular estética para
Literatura Argentina cuando cursaba el profesorado y ese fue mi
primer “libro”, porque el consejo de redacción de la revista
“Ser” de esa institución
educativa, decidió publicarlo como separata. Fue emocionante
recibir los cincuenta ejemplares de ese opúsculo que yo
visualizaba como primer hijo literario.
De Agustín Cuzzani, uno de los más injustos olvidos, tomé
en los ochenta “El
centroforward murió al amanecer” y lo incluí en mis cátedras
de nivel terciario; hay pocos textos tan esclarecedores acerca
de esa mercancía envilecida que es el jugador de fútbol en la
actualidad.
A Osvaldo Dragún lo conocí personalmente en Concepción
del Uruguay en 1973, cuando llevó su obra
“Nuevas historias para ser
contadas”; tuve la oportunidad de conversar con él con un
café de por medio, era un hombre humilde y sabio, el Bertolt
Brecht argentino, el gran innovador de la escena nacional a
fines de la década del cincuenta; más tarde llevé a escena como
director sus piezas más conocidas, como son
“Historias para ser
contadas” y “Los de la
mesa diez”.
A Roberto Cossa lo encontré primero en Villaguay, Entre
Ríos, en 1970, yo era un jovencito que recién se iniciaba en el
teatro y a raíz de un encuentro nacional celebrado en esa ciudad
pude escucharlo, leerlo, verlo representado y admirarlo para
siempre. Muchos años después volví a encontrarlo en Resistencia,
en el Foro Internacional de Lectura. Aquel hombre retraído en
permanente meditación que yo había visto en mi adolescencia, era
ahora un célebre anciano divertido, lleno de humor e ironía, un
personaje más de sus eternos grotescos.
Orlando Van Bredam con Mario Caparra, Tony Zalazar, Federico
Veiravé, José Gabriel Ceballos y Aníbal de Grecia
12 — ¿En los diversos géneros, a qué escritores de las
provincias que integran el NEA juzgás más innovadores, más
sólidos?
OVB — La narrativa del nordeste argentino se inicia
con Horacio Quiroga; de alguna manera, su maestría en el cuento
impone no sólo una preceptiva de este subgénero, sino también
una mirada trágica y fatalista que recién es rota alrededor de
1980 por Mempo Giardinelli, que aporta el humor y la superación
del pintoresquismo a partir de su novela
“La revolución en
bicicleta”. En esta línea tenemos desde entonces a Olga
Zamboni (Misiones), José Gabriel Ceballos (Corrientes), Humberto
Hauff (Formosa) y Miguel Ángel Molfino (Chaco). Entre los más
jóvenes me gustan Sandro Centurión (Formosa) y Mariano Quirós
(Chaco); este último ha obtenido importantes distinciones por su
narrativa dentro y fuera del país.
La poesía del nordeste tiene ya autores canónicos como
Alfredo Veiravé, chaqueño por adopción, y los correntinos
Francisco Madariaga y David Martínez; entre los más jóvenes,
actualmente en plena construcción de su obra poética, destaco a
los chaqueños Claudia Masin y Mario Caparra por su osadía, su
actitud irreverente sin salirse del contexto de producción de
sus textos. Se escribe poco teatro y no es interesante, me
parece complaciente y poco audaz en sus formas.
13 — Te has referido ya a los pilagás. Y en la Revista
“Ñ” del diario Clarín publicaron un artículo tuyo cuyo título es
“Las historias que narran los wichís”.
OVB — Sí, en 2004 conocí durante el dictado a mi
cargo de una cátedra de la Licenciatura de nivel inicial a
Karina Contreras, una maestra que se desempeñaba en el oeste
formoseño en una escuela con alumnos wichís. Cuando le propuse
hacer una monografía sobre literatura infantil, ella se decidió
por contar las historias que las abuelas wichís narran a sus
nietos. Fue hermoso su trabajo. Durante un año entrevistó a las
ancianas de esa etnia y logró que le contaran fábulas y leyendas
absolutamente desconocidas por la población blanca. Accedimos a
un imaginario puro, original y bello. Quedé muy impresionado y
en ese artículo de Clarín menciono a la maestra, a sus
informantes, y transcribo algunas de esas versiones orales que
revelan una cosmovisión particular y que provocan el mismo
asombro de las narraciones orales que heredamos de Europa. Lo
mágico, lo impuro, el mal y el bien, el horror y el placer
aparecen como elementos constantes, tal como Vladimir Propp
descubrió en los relatos maravillosos del folclore ruso y que
son comunes a todas las culturas del mundo.
Orlando Van Bredam con Abdón Ubidia, Patricia Kolesnicov,
Ángela Pradelli, Antonio Sarabia, Gabriel Peveroni, Washinton
Cucurto, Jorge Accame, etc.
14 — En 2005, a través de la Fundación OSDE, se edita en
tu provincia adoptiva el volumen de cuentos
“Cuatro versiones
sospechosas”, en colaboración con Héctor Rey Leyes, Luis
Rubén Tula y Humberto Hauff. ¿Cuatro narradores y sus
respectivas versiones de ciertos episodios…?
OVB — No es exactamente así; fue un título que se le
ocurrió a Tula y simplemente nos gustó sin buscarle algún
sentido vinculado a los cuentos allí reunidos. Sin embargo,
ahora que reviso el libro encuentro lugares comunes respecto de
lo que los cuatro pensamos acerca de hacer narrativa desde
Formosa, y tiene que ver con la necesidad de abandonar la
temática rural, sobre todo esa mirada bucólica y piadosa que ha
confundido el folclore con la literatura. En estos cuentos
aparece una mujer y un hombre de pequeña ciudad del interior con
sus impurezas y sobresaltos no tan distintos a los de otros
lugares del mundo. Necesitábamos, como suelo decir, una mirada
arltiana (de Roberto Arlt) de estas ciudades ya desangeladas.
Orlando Van Bredam con Dionel Filipigh
15 — ¿Vicios,
propensiones fastidiosas u odiosas?...
OVB —
No tengo
vicios, soy metódico y bastante organizado pero mi mayor defecto
es la propensión a exagerarlo todo, a buscar siempre los
extremos en la conversación o discusión cotidiana. Me considero
un sujeto exageradamente apasionado pero a la vez capaz de
revisar todo el tiempo mis propias ideas y renegar de mis iras a
las que vuelvo indefectiblemente.
Orlando Van Bredam con Alejandro
Storni, hijo de Alfonsina Storni
16 — ¿Hiciste fichas, apuntes para la organización de tu
novela “Nada bueno bajo el
sol”? ¿Enmendaste mucho? ¿Más, menos que para la
organización de tus otras novelas?
OVB
— “Nada bueno bajo
el sol”
tiene varios borradores pero ningún plan de trabajo, es la trama
más caprichosa que he podido armar. La primera versión de 1994
es manuscrita y ocupa un cuaderno de doscientas hojas; la
segunda, que recupera y agranda la anterior es dactilografiada y
fue escrita entre 1995 y 1998; la tercera y última, con muchas
correcciones, fue digitalizada en 2002, un año antes de su
publicación. Es una novela que hubiera seguido corrigiendo
indefinidamente si un amigo no me hubiera propuesto editarla. La
versión publicada de 2012 por el sello Viceversa
(Chaco-Córdoba), elimina varios relatos interpolados en el
relato central.
Todas las
demás novelas que escribí obedecieron casi siempre a un plan
inicial y a una investigación previa, pero en este caso fui todo
el tiempo el lector sorprendido de la disparatada travesía del
personaje protagonista.
17 — ¿Qué anécdota
hay detrás del cuento que da título al volumen
“La mujer sin ombligo”?
OVB —
Está
basado en la historia real de mis suegros, es un homenaje a esa
curiosa relación de amor y odio que los sostuvo durante más de
cincuenta años. Cuando ella murió, todos pensamos que al fin él
alcanzaría el sosiego necesario como para vivir mejor sus
últimos años. Estaba sano y feliz al principio, pero seis meses
después se dejó morir de tristeza, no podía aceptar la vida sin
ella. Este es un tema que me gusta mucho y que estoy indagando
en mi última novela que está todavía en proceso de escritura.
Orlando Van Bredam con el profesor Dionel Filipigh
---------------------------------------------------
Orlando Van Bredam con Alejandro Schmidt y Rodolfo Alonso
18 —
Daniel Chirom, en un reportaje que le hiciera a Francisco Madariaga en
1985 le pregunta: ¿Usted
se considera un poeta correntino? Y a continuación inquiere:
¿A usted le molesta que lo vean como un representante de Corrientes?
Imito a Chirom y te pregunto, Orlando: ¿Te considerás un poeta
entrerriano? ¿Te molesta que te vean como un poeta de Formosa?
OVB —
En principio, me cuesta “considerarme” un poeta, siempre me pienso como
un apasionado lector y docente de literatura, actividades que me
satisfacen todo el tiempo y de alguna manera me enorgullecen;
por otro lado, si los entrerrianos me perciben como un poeta de
su provincia o los formoseños de la suya, no deja de halagarme,
son gestos de cariño y yo no voy a impugnarlos de ninguna
manera. En el fondo, recuerdo aquella frase de Juan L. Ortiz:
“El poeta sólo habita el
lenguaje”. Creo que en mi caso es así, cuando me invade el
deseo de escribir poesía o algo parecido, la única región
posible es ese “granero de
palabras que llevamos con nosotros”, como dijo Pablo Neruda;
por otra parte, no me interesa el color local ni los modismos de
un lugar o de otro, creo que la poesía debe aspirar a algo más
profundo que a esas formas locales del habla; la misión del
poeta es la de revelar la espiritualidad del mundo sensible,
como pedía Jacques Maritain, de modo que Paul Eluard no sea
leído como un poeta “francés” sino como un poeta universal
aunque esté escribiendo sobre Francia.
19 — El prestigioso ensayista Guillermo Ara (1917-1995)
afirmó en 1981: “El verso de Van Bredam es una sostenida metáfora. Es más metáfora que
verso porque sus símbolos, a fuerza de entrañar poderes y juegos
de la tierra, furores del cielo y vendavales del aire ha creado
una eufórica mitología en la que se sumerge como un fauno joven
y ardiente.” ¿Te reconocés en esa definición?
OVB — Guillermo Ara hizo el prólogo de mi primer
libro de poesías titulado
“La hoguera inefable”(1981), que reúne los trabajos míos escritos
entre 1974 y 1981, yo tenía entonces menos de treinta años y mis
versos, como lo explica el maestro, dilapidaban recursos
retóricos, había más hojarasca que conceptos. En ese mismo
prólogo, Ara anticipa a los lectores que
“ya llegará el tiempo de
la poda”. Tuvo razón, mi poética evolucionó hasta quitar
toda esa grasa y dejar aparecer el hueso. Desde entonces busco
un equilibrio entre lo conceptual, lo sensorial y lo emotivo,
que según Carlos Bousoño son los estratos del poema.
Orlando Van Bredan en la Casa de Neruda en 1999
20 — ¿Libros inéditos?...
OVB —
Hay dos o tres novelas inéditas que no pienso publicar por el momento
porque considero que no están logradas, que se merecen muchas
correcciones y que tal vez de ahí, no quede nada. No importa, no
vivo de la literatura y eso me permite ser paciente y esperar a
que surja algo que realmente me satisfaga. No obstante, el 4 de
octubre de 2015 me embarqué en una nueva novela que aspira a
elaborar fundamentalmente el tono y la sintaxis, una novela a la
que concurran las estrategias del discurso poético pero que a su
vez, cuente una historia con una o varias intrigas. En fin, en
eso estoy, y escribir sin ponerme límites de tiempo ni horarios
de producción, son para mí lo más placentero de todo el proceso,
mucho más que publicar un libro.
*
Orlando Van Bredam selecciona tres
poemas de su autoría y tres microficciones para acompañar esta
entrevista:
De mi legajo
“asoma mi niñez sobre las tapias,/ a quién
le pido un canto en la hora espléndida” Carlos Mastronardi
Aquí nací,
establecí en los ojos
la novedad de la luz y los contornos
de lo querido y lo rechazado.
Entre asombros y condenas
fui lamiendo
la índole triste de las pobres cosas:
llevé a mi boca tierra prometida,
legalicé el sabor de las raíces,
desbaraté ciudades fundadas por hormigas
y adquirí el ritmo tenaz de los metales.
En esa ausencia larga de juguetes
me ejercité en metáforas y símbolos,
hice mi código de tarros y botellas
y fui aviador
soldado
marinero
y maquinista de trenes lejanísimos.
Pero, también, es cierto:
tejí miedos
que quedaron en mí como lunares,
como manchas de una piel desasombrada,
contaminada de verdad terrestre.
Aquí nací,
mi corazón no puede precisar otro niño
que el que inventan
la nostalgia feroz y esta desdicha
de saber que en su alma ya crecían
mi soledad desértica, mis ecos,
mi carcelaria intimidad,
mi resonancia.
(de “De mi legajo”)
*
Mientras dure la luz
Mientras dure la luz,
mientras mis ojos
celebren tu figura a mi costado
y mi cara salga a andar en los helechos
y se apiaden de mí todas las garzas,
diré que soy feliz,
que el mundo es esto:
una heredad con sol, un pan benigno,
un ramo de niños a la mesa.
Si supiera cantar, si mi voz diera
con el acento claro,
con el ritmo,
no escribiría más,
asolaría
la deliciosa flor de una guitarra;
porque el hombre que canta determina
un clima propio,
una estación andante,
una lluvia gozosa que nos llueve
donde él es una sola pulsación con su
garganta.
Por eso agrego a este mundo mis
palabras,
estas flores nocturnas,
estos vuelos,
este alunizaje solitario,
como una ofrenda a la luz que me
convoca,
como una piedra común y taciturna
en la muralla cambiante del lenguaje.
(de “De mi legajo”)
*
Ruta con
liebres
“he sido, tal vez, una
rama de árbol,
una sombra de pájaro,
el reflejo de un río…”
Juan L. Ortiz
El auto es la nave en que avanzamos en
medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes
del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena de pozos y cráteres
y el tiempo inclina el silbido de las
lechuzas
y a veces (como una ampolla en el
asfalto)
hemos visto brotar el último oso
hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus
cálculos optimistas.
La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa
en plena noche.
2
Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los
fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)
3
La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa este planeta, esta
estepa sideral
(la ternura del rocío
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)
4
El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se
deslizan
por el agujero del tiempo.
Ruta 81,
año 2002
(de “Lista de espera”)
*
Adán, el terrible
“No es bueno que el hombre esté solo” dijo Jehová e hizo
caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó
una de sus costillas y con ella hizo a la mujer.
Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás echó de
menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya
expulsados del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la
encontraba avejentada o ella fingía un dolor de cabeza, Adán se
arrodillaba y entre ruegos le confiaba al viejo Jehová que se
sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas innecesarias.
(de “Las armas que carga el diablo”)
*
Baile
El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El
bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma
tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la
fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los
mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa
humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio.
Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al
vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y
relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como
cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla
sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los
ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese
combate florido.
La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando
ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el
cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último
compás.
(de “No mirés nunca debajo de mi cama”)
*
Convivencia
—Es difícil vivir con una mujer
conflictiva, que hace problemas por todo— dijo Juan.
—Cierto. O aquella que dice estar
enferma. Siempre le duele algo— dijo Pedro.
—Así era mi mujer.
—¿Hipocondríaca?
—Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía
la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
—Es difícil vivir así.
—Cansa. Harta. Jode. Uno llega contento
y ella saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
—¿Te
separaste?
—No
—dijo Juan—, se murió.
(de “La vida te cambia los planes”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de El Colorado y Buenos Aires, distantes entre sí unos
1000 kilómetros, Orlando Van Bredam y Rolando Revagliatti, 2016.
www.revagliatti.com.ar
|