Osvaldo Spoltore: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Osvaldo Spoltore
nació el 10 de agosto de 1956 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, República Argentina. Integró el consejo de redacción de
la Revista “Tamaño Oficio”. Fue incluido en la antología
“Mar azul. Cielo azul.
Blanca Vela – Homenaje a Arturo Cuadrado” (Ediciones Botella
al Mar, 1999). Junto a Jorge Montesano, Emmanuel Muleiro, Haidé
Daiban y Julio Aranda integra el volumen colectivo de poesía
“Memoria del olvido”
(Ediciones Botella al Mar, 2000). Poemario publicado:
“Punto de furia”
(Ediciones Febra, 2004).
Osvaldo Spoltore en 2014
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Osvaldo Spoltore en 1996
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1 — ¿Qué podría
ser de interés a los efectos de ir conociéndote?...
OS
— ¿Qué puede ser de interés a nadie la vida de uno? ¿Qué puede
haber de genuina novedad que el Otro, de una forma u otra, no
haya vivido? No es falsa modestia. Obligan las circunstancias a
tener una actitud honesta desde el principio y evitarse la
vergüenza de soltar una andanada de palabras que sólo alimentan
el ego. Es que aunque quien escriba, en su quehacer, se proponga
aumentar las riquezas del mundo, mejor es que
reconozca esto
como un desafío,
especialmente
cuando escribe sobre su poca o mucha historia.
Aun así, dejaré llevarme como cuando se escribe un poema. Y ojalá
que estas notas sean una extrañeza. Un recorte de un viaje
errático hacia lo supuestamente conocido para que aparezca al
menos alguna sorpresa.
Nací en el invierno, en una clínica del barrio de
Belgrano. Me contaron que salí al mundo en un parto difícil,
esos en los que el bebé nace extraído con los fierros de un
fórceps. Como todos, arrojado a un exterior desconocido,
determinado por factores que no se manejan, pero que nos
conforman, ya sea el antecedente genético, la vida familiar, el
contexto político, económico, social y cultural, y
además están las las contingencias. ¿Quién escapa
de albur? Luego siguieron los primeros años de la infancia:
penumbras.
Nada sorprendente, pero si se ve la perspectiva global,
desde el origen, así ha ido apareciendo la rica y abigarrada
variedad de lo humano, aunque nadie es un “humano en general”.
Somos particulares dentro de una formidable complejidad. Pero no
hay que
dar por supuesto que nuestras peculiaridades aporten alguna
novedad al mundo mientras ejercemos alguna actividad, en este
caso la escritura,
porque hay
valores que se deben seguir.
Ernesto Sábato definió el compromiso de un escritor:
“Ser testigo insobornable
de la época que le toca vivir”. Cierta filosofía, ya no tan
en boga, pero aún vigente, la que ha decretado la muerte del
Hombre, afirmará que ese desafío es imposible de cumplir.
Sobredeterminados, totalmente carentes de autonomía y libertad
para tener experiencias auténticas —según ella—, como sufrientes
de un estado de miserabilidad casi absoluta, ¿cómo podría alguno
ser testigo “real” de su época?
Todas estas son
puras exageraciones.
Existe un abatimiento que ha embotado a muchos
intelectuales cuando evalúan las barbaries sufridas desde la
segunda década del Siglo XX. Hasta el principio de esa década se
suponía, con un optimismo irracional, un progreso continuo y sin
fin. Pero llegó la gran sorpresa de dos grandes guerras, y de
allí el desencanto. Algo de eso expresa la frase de Theodor
Adorno: “Después de
Auschwitz no se puede escribir poesía”, como si en La
Historia, los colectivos humanos nunca hubieran perpetrado la
vileza contra los cuerpos y conciencias del Otro. No somos
los únicos en
afrontar sufrimientos, por lo tanto, no habrá un fin de la
Poesía ni del Arte.
Osvaldo Spoltore en 1998
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Osvaldo Spoltore con Julio Aranda y Cayetano Zemborain en 2014
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Osvaldo Spoltore en Tulum, Yucatán, México, 2015
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2 — Tu infancia,
entonces, tu adolescencia, y tu relación con la palabra.
OS
— Provengo de una
familia de ascendientes
todos italianos. Muy trabajadores, de economía media, alegres y
vivaces. Ni progresistas ni conservadores. Algunos, peronistas
de los suaves. Otros, antiperonistas consuetudinarios.
Militante, apenas uno; un pariente lejano, radical. Católicos de
comuniones y casamientos. Ningún cura
ni ninguna
monja. Nada de ir a misa los domingos. Tampoco interesados en leer
y mucho menos en escribir. Bibliotecas mínimas. Y a diferencia
de lo que he visto en familias
de otros orígenes,
no recuerdo en las charlas familiares gran elocuencia de nadie.
Creo que como familia de italianos, trasladados a Buenos Aires a
fines del Siglo XIX, cambiar de lengua debió ser un problema.
También eso pudo provocar la brecha entre padres
europeos e hijos nacidos y criados en Buenos Aires, dado el acomodamiento
cultural y lingüístico que debían sobrellevar.
Como novedoso, recuerdo un
regalo de cumpleaños de una tía abuela (maestra jubilada ya en
los sesenta): el grueso “Pequeño” Larousse Ilustrado que aún
conservo con sus tres secciones: la primera, de índole general;
la intermedia, con sus decenas de páginas rosadas de locuciones
latinas traducidas, que me parecían pura hermosura; la última,
dedicada a Historia, Geografía,
Biografías, etc… Otro recuerdo de esta índole: la aparición
sorpresiva en la casa de mis primas de una gran enciclopedia de
muchos tomos en inglés (creo
que era la Collier), con unas láminas maravillosas.
Pero si hubo pocos libros,
mucho hubo de música. Se
cantaba en grupo la música de nuestro país. Y con ella, pude
tener el disfrute de la poesía. Queda escrita en mi memoria la
experiencia de escuchar, a mis tías y tíos abuelos,
cantar:
zambas, valses, tangos, tonadas cuyanas y otras melodías.
Parientes directos de italianos, de las regiones de Abruzzo y
Campobasso, amantes,
aquéllos,
de la música local y que poco sabían
de la lengua y nada de la música de su sangre.
Debo suponer que mi afecto por
la poesía procede de ese origen. Mi padre cantaba tangos y
acompañado con la guitarra,
zambas. Luego, al crecer, cantábamos a
dos voces. Hubo versos cantados en los labios de él, al cantar
con su vocecita fina y elegante (con el tiempo, luego de
fallecer, coincidimos con otros que al escuchar la voz del
vocalista de Aníbal Troilo, Francisco Fiorentino, nos la
recordaba), que debieron labrar mi alma de niño como si fuera un
buril que cincela fulgores estéticos:
“Ilusorio jardín del recuerdo, / pobre página triste de ayer…”
“Perfuman el patio / guitarras y estrellas…”
“Partiré canturreando / mi poema más triste…”
Y puede que fuera por eso que en cuarto grado (hoy,
quinto), luego de terminar unas composiciones sobre “El
afilador”, ése que andaba por las calles anunciándose con el
silbido del caramillo (palabra que me sonó preciosa), que en el
aula, mientras el maestro revisaba las tareas, levantó la vista
hacia mí, y dijo: “¡Qué
lindo esto!” Era una frase mínima referida a las chispas que
se sueltan al aire, desde la piedra, cuando el afilador pasa el
metal de tijeras o cuchillos contra ella. Las había imaginado:
“Chispas que sueñan con no
apagarse nunca”.
Además, por esos tiempos
escuché en clase el poema “El grillo”, de Conrado Nalé Roxlo. Ni
bien llegué a casa, una fuerza incontenible me llevó a querer
hacer algo parecido. Llené hojas y hojas hasta que surgió algo
que creí digno.
Aunque mi perfil se orientaba
más a lo técnico, siempre me asombraron las enciclopedias y
bibliotecas. Las visitaba, me hacía socio para pedir libros,
pero con intereses diversos, sin ninguna preferencia, y me
dispersaba. Un día, Fotografía. Otro, Astronomía, o lo que el
bibliotecario recomendaba: alguna novela menor, porque suponía
que me debía dar algo fácil para niños. Nada de la buena
Literatura Universal. Probablemente no hubiera entendido, pero
tampoco entendía algunos libros que yo elegía.
Además, como cursé el colegio
industrial, mis lecturas y hasta obsesiones estaban más bien
referidas a Matemáticas, Mecánica, Hidráulica, Cálculo. Como
a los quince años no podía captar el
concepto de “derivada” o “integral”, pasaba horas completando
cuadernos, hasta en las noches de verano, para tratar de
inteligir por algún método, el porqué de esas operaciones que yo
sabía resolver bien. Deseaba aprehender la idea detrás del
cálculo, que además era imprescindible para asimilar las
materias que estudiaba. Pero en medio de tanta técnica
prosaica, una excepción notable fue el impacto que tuve al leer
en el libro de Castellano, la “Oda a la flor de Gnido”, de
Garcilaso de la Vega, la cual intenté aprender de memoria.
También
en mi adolescencia, se
fueron “filtrando” con alguna frecuencia y disfrute, páginas de
“El gaucho Martín Fierro”,
“Don Quijote de la Mancha”
y algunos cuentos de Edgar A.
Poe. Además, le dedicaba tiempo a la lectura de La Biblia.
Como en la casa de una tía
querida había una, la tomé “prestada para siempre”, pero no
pasaba de los primeros libros y algo de los Evangelios. Me
emocionaban su historia, la vida y enseñanzas de Jesús y la
esperanza de algo sublime. Esa fe la mantengo, y para mí esa
convicción es tal como la de que mañana saldrá el sol. Eso
derivó con el tiempo en un interés mayor y un estudio más
detallado, que lleva años.
Aclaro
que estas actividades siempre
me ocuparon intensa y, diría, poéticamente. Algo que fue
anterior a recibir influencias propiamente literarias. Además,
el quehacer artístico exige que se viva poéticamente. Sólo si
ocurre así, se siente la extrañeza del mundo, antes de poderla
expresar literariamente. Esa mirada inhabitual descubre
auténticas novedades y cuando uno ya puede expresarlas, “el arte
sucede”.
Estos hechos de mi infancia y
adolescencia supongo que influyeron en mí. Ya en la adultez, elegí otras ocupaciones que me
condujeron a formidables compromisos
alejados de la literatura, pero la sensibilidad poética
estuvo allí siempre latente.
Osvaldo Spoltore con Haydeé Buoncompagno y Alejandra
Spoltore en Playa Las Toscas, Mar del Plata, provincia de Buenos
Aires, 1964
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Osvaldo Spoltore con Haydeé Buoncompagio, Pirucha Spoltore, P.
Toscano, Lucía Zarlenga, Arnaldo Spoltore, Osvaldo Spoltore (su
padre) y Nora Toscano en Mar del Plata, 1958
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Osvaldo Spoltore con sus primos, Fernando y Guillermo Di Menna
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3 —
“Influencias propiamente
literarias”, anticipaste.
OS
— Se sabe y conozco personas que de muy jóvenes leen y escriben
a diario por necesidad, no pueden dejar de hacerlo. Como en “Un
artista del hambre”, de Franz Kafka, cuando el ayunador-artista
confiesa —a quien lo alaba irónicamente— tener
una vocación ineludible.
“─También quería que admirarais mi ayuno ─dijo el ayunador.
─También lo admiramos ─dijo el inspector con amabilidad.
─Pero no debéis admirarlo ─dijo el ayunador.
─Bueno, entonces no lo admiramos ─dijo el inspector─, pero, ¿por
qué no íbamos a admirarlo?
─Porque estoy obligado a ayunar, no puedo hacer otra cosa ─dijo
el ayunador.
─Pues mira qué bien, y ¿por qué no puedes hacer otra cosa?
─preguntó el inspector.
─Porque ─dijo el ayunador, levantó un poco la cabeza y habló con
los labios ligeramente fruncidos, como para dar un beso, junto
al oído del inspector, para que no se escapase nada, ─porque yo
no he podido encontrar una comida que me guste. Si la hubiera
encontrado, créeme, no habría tenido el más mínimo miramiento y
me hubiera puesto morados como tú y todos.
Ésas fueron sus últimas palabras…”
Ése no es mi caso.
Quizás mi obsesión se relaciona
con experimentar la sorpresa del fruto de la indagación. Si leo,
estudio o escribo y evalúo que el texto no derivará en una
experiencia auténtica, no pierdo más tiempo en ello.
Mi momento llega cuando me sorprende algo profundo y genuino. Y
lo genuino para mí es lo que produce
el silencio literario: la audacia del
escritor que intenta decir lo que no se puede decir, o que al
decir muestra algo no visto, y eso sucede al descubrir lo
escondido entre líneas. Es verdad que esa lectura
lleva más tiempo, y algunos lo conciben como una pérdida (la
vida es corta, ¿no?), pero es que a mí no me apura el paso del
tiempo.
Tengo el convencimiento de que
la vida es para siempre, aunque sufra la ansiedad de lo fugaz,
la falta de sentido de lo que nos rodea. Mi fe reconoce lo que
dijo el apóstol Pablo: “La
creación fue sujetada a futilidad, no de su propia voluntad,
sino por aquel que la sujetó, sobre la base de la esperanza de
que la creación misma también será libertada de la esclavitud a
la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de
Dios”. (Romanos 8:20, 21)
Y en eso creo. Es parte de mi
fe e incluso de mi escritura. Pero no escribo poesía
comprometida con doctrinas, confesiones o ideología
alguna. Si uno constriñe la escritura
a mandatos o dogmas —aunque no sean reprobables— surge pura
pedagogía o
panfleto. En la creación literaria mejor que aparezca la imagen
y la metáfora como sorpresa insólita, brotando desde un
manantial íntimo y misterioso que no controlamos y que aluden
silenciosamente a otras cosas.
Un ejemplo propio. En una
ocasión, almorzando en un señorial restaurante porteño, junto a
Ana María, mi esposa, leí en el menú de postres un título
altisonante, para sólo ofrecer gajos de pomelo. Mi imaginación
de un tirón soltó allí un poema con el mismo título de la carta.
No recuerdo haberle corregido nada. Eso es evidencia —como
ocurre en el caso de tantas personas— que en el hacer poético
hay algo que no manejamos. Lo reconoce Atahualpa
Yupanqui, en una canción:
“Me gusta, de vez en
cuando, / perderme en un bordoneo, / porque bordoneando veo, /
que ni yo mismo me mando.”
Permítanme copiar en esta entrevista, aquel poema nada
“frutal”:
Gajos de pomelo pelado a vivo
El Caso:
la herejía de un pomelo
justificando la pomelez de la Tierra
ante un tribunal más filoso que cordero
repleto de sabiondos en
cómo poner a raya a cualquier pomelo
que piense por propio hollejo
La Sentencia:
esta vez, no habrá fuego
pero que sea como en el
infierno
“algo a vivo”
(con matar nunca alcanza)
De paso, te comento que alejarse de la ficción
comprometida, pueril y prosaicamente, con alguna ideología,
sería la única forma de influir en la realidad. Y cito sobre
este tema a Paul Valery, al decir:
“Una sociedad asciende
desde la brutalidad hasta el orden. (...) no hay poder capaz de
fundar el orden por la sola represión de los cuerpos por los
cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias.” Y, yo agrego, no
puede alcanzar fuerza ficticia la ficción (y obviamente incluyo
a la poesía) que sólo informe y,
como señaló
Ricardo Piglia al dar una conferencia sobre Italo Calvino, no
nos haga vivir la experiencia de leer que nos invite a una mejor
percepción de la realidad, una mejor experiencia con el
lenguaje.
Osvaldo Spoltore en Nueva York, Estados Unidos, 2017
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, y con Osvaldo Bayer
en 2003
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Osvaldo Spoltore con Damián, su hijo
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Osvaldo Spoltore en Playa de Sorrento, Italia, 2016
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4 — Habrás
concurrido a talleres literarios.
OS —
Sigo avanti… A mediados de los noventa
quise dedicarme con seriedad a lo literario. Pero mi primer
intento se dio en el ámbito de un Taller de Teatro donde me
parecían fascinantes las consignas desestructurantes y la
búsqueda de la representación veraz. Como se nos pedía que
escribiéramos algo corto cada semana, sin muchas pretensiones,
allí ingresé al mundo del poema.
En definitiva, me
di cuenta de que lo que yo
deseaba era escribir poemas. Así fue que dejé Teatro y empecé a
concurrir a dos talleres literarios. Participé más en el de
Lucila Févola [1942-2013]; pero frecuentaba otro, el de Gabriela
Yocco. Ambas poetas excelentes y muy dedicadas, artistas en todo
el sentido de la palabra. A los pocos meses advertí una mejora
notable en mis lecturas.
Al principio —por ejemplo— me
parecía una
tontería si los versos se
escribían todos en minúsculas o dejando grandes espacios entre
palabras. Creía que era un capricho, cosa de tilingos. Pero al
pasar el tiempo, era yo el que escribía así y no por imitación,
sino por íntima necesidad. Hubo otros conceptos que capturé
pronto, al menos mientras leía, e intenté asumirlos para que
asomaran en mis textos. Entre tantos, lo que dice Octavio Paz en
uno de sus ensayos: “El
poeta no representa la silla, la crea.” Esta expresión la
hice epígrafe del siguiente poema:
sea la imagen
como el gatillo a punto de parir
como un ojo y su hombre
subiendo los médanos hasta la última cima
donde un instante de tanto océano
dispárale el mar
En el taller de Lucila Févola, si uno se comprometía,
empezaba pronto a crecer, junto a un grupo de poetas y amigos.
Había mucho allí para influir bien, por lo que se enseñaba y por
el ejemplo. La dinámica constaba principalmente en analizar
detalladamente poemas significativos, de poetas conocidos o no,
y de amigos, muchos de los mismos talleristas. Cierta severidad,
que es imposible que se tolere por mucho tiempo, nos dejaba sin
aire cuando se encontraban lapsus o “errores” estéticos o de
fondo, ya sea en la composición, en la forma o simplemente por
una puntuación incorrecta, una palabra mal escrita o peor usada.
Osvaldo Spoltore con A. M. Gauto, P. Lavaggi, M. Bono, D.
Spoltore, C. Scannapieco, M. Spoltore, D. Lavaggi, C. Spoltore,
A. Blasutti y otros familiares
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Osvaldo Spoltore con Ana María Gauto, Julio Aranda, Lucila
Févola y Lina Caffarello en 2004
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Osvaldo Spoltore con Julio Aranda y María Barrientos en 2016
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5 —
“Si uno se comprometía…
nos dejaba sin aire.”
OS —
El compromiso del taller era reiterar
y debatir profundos “principios” (no sé qué otro nombre pudiera
utilizar) relacionados a poética. No sólo era cuestión de
corregir obviedades, sino ajustarse a consignas que refieren a
la lectura y escritura de excelencia. No es que lo lográramos,
debo aclararlo pues sería pedante y mentiroso afirmar lo
contrario, pero sometidos a ese “masajeo” incesante y semanal,
por años, si uno aguantaba, era casi imposible que no se
encarnasen buenas cualidades de lectura y de escritura. Y en
cada uno de forma distinta.
A veces eran únicamente
opiniones. Pero la obligación de justificar o señalar la
coherencia de la forma con el contenido o el de encontrar el
centro del poema, sus logros estéticos, sus fuerzas, tonos,
encontrar una palabra, versos enteros o estrofas que sobraban,
deparaba en noches edificantes. No se aceptaba algo por ser
“bonito”. Tampoco había lugar para ir a leer sólo lo propio y
desinteresarse en analizar lo que escribían los demás. Ni la
búsqueda del preciosismo o la grandilocuencia
per se y menos si
el contenido no contribuía con algo vital. Nada de hacer nuevos
aportes a la confusión general.
En ocasiones, leíamos textos de
otros géneros. En Dramaturgia, la gran crítica que la
coordinadora le apuntaba a Samuel Beckett era tema de polémica:
“¿Cómo podía ser que un
artista —por más premio Nobel que fuese— expusiera obras donde
se ensalzaba el sinsentido? Si nada lo tiene, ¿por qué escribía?
¿Para qué fue a buscar el Nobel?”
Estas incoherencias de vida (o supuestas incoherencias)
se ponían sobre la mesa también al analizar el poema de
cualquiera. Tallerista o no, si se detectaba que el poema
destilaba un espíritu de victimización, un regodeo en lo
destructivo o puro
sentimentalismo, Lucila
lo señalaba, una y otra vez. Y eso lo acepté, pues el escapismo de ciertos escritores, ofrece
sólo un falso remanso en sus textos, adornando este tembladeral
planetario, y eso debe ser denunciado por cobardía y
complicidad.
Por eso, si ni Beckett se
salvaba, qué quedaba para algunos de nuestros poemas. No me
animo a aplicarle a Beckett la contradicción comentada, es muy
discutible, pero creo que el artista debe revisar por dónde
andan sus bordoneos, recordando los versos de Yupanqui. No que no se pueda
hacer una poética de la incoherencia o del absurdo, pero
requiere tener autoconocimiento de la idea y forma que se
difunde, a riesgo, caso contrario, de fomentar en el aire —por
más prestigioso que pueda parecer— un espíritu negativo que es
sutilmente contagioso y perjudicial.
Osvaldo Spoltore en Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos,
2017
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Osvaldo Spoltore con Juan Carlos Dido en 2016
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Osvaldo Spoltore en Varadero, Cuba, 2011
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Osvaldo Spoltore en Treglio, Italia, 2016
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6 — ¿Y tus
lecturas y quehaceres de aquel tiempo?
OS — De las
lecturas de ese tiempo, quedé muy asombrado por ciertos poemas
de los compañeros talleristas y de otros poetas conocidos.
Destaco los de Francisco Madariaga, Horacio Castillo, Roberto
Juarroz, Wallace Stevens y Borges… (siempre, Borges).
En esa época, reformulé ciertas vivencias del pasado y organicé actividades culturales
en programas de radio, cafés literarios y ciclos de
conferencias. Armé una web literaria y una Hoja mensual. En 1997
inicié un ciclo que di en llamar “Poesía en el Tulgún”. Y esto
merece una explicación. Siempre tuve mis vacaciones en ciudades
de la Costa bonaerense: Mar del Plata de niño, y luego en varias
de las otras playas del Tuyú. Me asombraba esa franja de
médanos, de unos tres kilómetros de ancho que va desde la costa
marítima hasta el inicio del campo (¿o el fin de La Pampa?).
¿Por qué era así? ¿Cómo se formó? ¿Por
qué era todo tan distinto acercándose a Mar del Plata?
Había leído en el libro
“Un viaje al país de los
araucanos”, de Estanislao S. Zeballos, que los pampas
(tehuelches-araucanos), nombraban los anchos territorios de
nuestra pampa con voces propias, como Carhué o Chivilcoy. Y a
esa franja fofa que se acercaba al mar, por sus pantanos y zonas
flojas, la llamaron con una palabra impronunciable para
nosotros, algo así como “Chulgrun”, que significa: pisar fofo.
Al nombrarla en castellano, los conquistadores escribieron:
Tulgún. Ese territorio común, en donde ellos y nosotros vivimos,
el cual compartimos aunque en diferentes épocas, me pareció un
tema muy íntimo y humano, algo que nos hermanaba por más
distancia étnica y vileza política que hubiera existido,
reconociendo la violencia que sufrieron.
No creo en los rótulos, en las
etiquetas. Digo que aunque me han documentado
dentro de
una nación, esa no es mi esencia.
Somos de la misma sangre, con ellos y con Todos, y aunque no
puedo ni deseo escapar del lugar adonde fui arrojado, ni de las
costumbres y preferencias, es dignificante sentirse cerca de los
otros. En este caso, de quienes se asentaron antes
en estas mismas tierras, de vastedades
infinitas con la plenitud del río, la llaneza interminable del
campo, la inmensidad del cielo, tres metáforas de infinito que
en pocas partes del planeta se gozan y se sufren juntas. Este
sentimiento tan solamente nuestro, lo
desarrolla
Juan José Saer, en su libro
“El río sin orillas”.
Pero fui más allá y metaforicé
esta franja del Tulgún, costura modesta, como el lugar de unión
de tres infinitos: la pampa, el cielo y el mar. Y como si no
alcanzara, en ese espacio de reunión, situé lo humano como el
infinito número cuatro,
siendo nosotros, que ocupamos un “cuarto infinito”, imagen de la
infinitud que anhelamos desde
nuestro interior. Una sed que
nos eleva y nos constituye desde un espacio mínimo para intentar
rozar moradas extraordinarias y conjeturales, que quizás nunca
se alcancen
(seguramente para
nuestro provecho).
Osvaldo Spoltore con Sonia Sívori, Dora Pietromica, Julio
Aranda, Carlos Penelas, Lila Pérez Ferretti, Juan P. Salinas,
Hilda Mans, Lucila Févola y Elena Cohen Imach en 2011
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Osvaldo Spoltore en el Hotel Nacional de La Habana, Cuba,
2011
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, en el Cañón del
Colorado, Estados Unidos, 2018
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Osvaldo Spoltore en Casa del Marqués, La Habana, Cuba, 2011
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7 — ¿Y qué (más)
decir de tus influencias?...
OS —
¿Acerca de mis influencias? Todas las
que me fomentaron a tener la emergencia de corroborar que el
poema que leo o escribo debe tener poesía. Que sea una
“aparición” en el papel, no información o anécdota. Algo que
conmueva por su expresión estética, pero que cobije también
riqueza humana. La obra
literaria debe refrescarnos el interior con una trabajada
cosmovisión, ya que hay goce en la pura contemplación, en el
sentimiento, pero desde hace un siglo ya, y de forma más
intensa, el arte ofrece también un goce en la intelección.
Esa indagación se dio y da muy
comúnmente en la Plástica que se ve en Galerías y Bienales hasta
llegar a extremos notables. También lo es en Teatro. Pero en
poesía considero —comparando— que hubo y hay menos audacia, pues
estamos encerrados en cierto conservadurismo que es la de
servirse de la palabra hecha. Algunos hubo y hay que avanzaron
en la escritura, pero son pocos.
En otros géneros se ha establecido el alejamiento de las
formas tradicionales y así tenemos
—entre tantos ejemplos— la
música dodecafónica y minimalista, el arte conceptual o
el abstracto como estilos comunes. Pero en literatura,
reitero, aunque un Stéphane
Mallarmé [1842-1898] ya era vanguardia antes de Pablo Picasso [1881-1973]
y otros, no ha habido un sostenido quehacer rupturista.
Quizás sea exagerado aquí, pero
opino que en el arte con mayúsculas las influencias no existen,
lo que no significa que no se admire la poética de otros o que
éstas no sean fuente de inspiración, porque si uno está muy
influido por alguien, termina imitándolo, en temas, símbolos y
forma.
En
el mundo de la música esto sería imposible de mantener.
Especialmente entre los cantantes: su arte es crear una
interpretación, y si no pueden, lo “mejor” que harán es
imitar la voz de otro, y por más bien que lo hagan, es inviable,
hasta repulsivo. Hay un Carlos Gardel, no puede haber dos. Por
eso, cada artista auténtico es único e irrepetible, ya que el
artista-público-lector-artista no tolera imitaciones.
A veces, el camino es
totalmente inverso: cuando uno lee al otro y ya creció en
capacidad de lectura, automáticamente intenta corregir,
reescribir. Uno se planta en ¿cómo lo hubiera escrito yo? Es
algo inconsciente. No importa si el otro es famoso, consagrado o
no.
Estas exigencias que comento,
me llevan a retrasar la edición de
tres poemarios que no hace mucho reuní en uno solo, bajo el
título “Fiesta
mayor”.
No es un ejemplo a seguir, pero es mi camino: pensar la obra
como un conjunto, no sólo alcanzar lo correcto, sin decir nada o
reiterar lo que se dijo antes o se dice siempre y de la misma
forma.
Resumiendo:
si algo me influye no es tanto éste u otro poeta,
sino conceptos sobre poética o los poemas donde estos aparezcan.
Me parece muy a tono y vigente con lo dicho, lo que escribió
Liliana Heker,
sobre lo que le exige al poeta su oficio,
en la mítica revista “El Escarabajo de Oro”, nº 2,
año 1961: “En un mundo que
lo está necesitando todo de todos, la poesía, como cualquier
otro género artístico, no tiene razón de ser en la medida en que
responde a vitales exigencias. Por eso, sólo puede hablarse de
poesía cuando un juego de imágenes, un ritmo, un hallazgo de
lenguaje se confabulan para hacernos vivir de una manera nueva,
más intensa, mejor lograda, el apremio humano, en ninguna forma
obviable.”
Osvaldo Spoltore con Lila Pérez Ferretti, Elena Cohen Imach,
Julio Aranda, Juan Pablo Salinas y Horacio Koltan en 2013
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Osvaldo Spoltore con su madre, Haydeé Buoncompagno, en 2015
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Osvaldo Spoltore con su tío, Arnaldo Spoltore, en 2013
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Osvaldo Spoltore en La Habana, Cuba, 2011
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8 — En los
noventa, Osvaldo, estando vos con Jorge Montesano, nos
encontramos en un barcito dentro de una galería en el barrio de
Caballito. Habrá sido cuando Jorge y vos conducían un programa
radial, “La Morada de la Luna”, al que me parece que al final no
fui pero leíste algún poema mío. Jorge, fallecido en 2002, fue
tu amigo: ¿cómo lo evocarías (y con algún apunte sobre su
poética)?
OS —
Recuerdo todo aquello con cariño, pero especialmente a Jorge con
mucho afecto. Con él las cosas eran muy simples. Nos
poníamos de acuerdo en unos cuantos
tópicos y luego nos dábamos libertad tanto en el café literario,
en la radio o en los ciclos de conferencias. Teníamos el gusto
de invitar a buenos y queridos poetas. Además jugábamos
improvisando. Lamentablemente se nos fue, y era tan enorme
nuestra amistad que seguramente hubiéramos hecho muchas cosas
más. Y con mayor experiencia, pues en ese tiempo recién
empezábamos. Su generosidad era notable, y me emocionaba la
armonía que había entre nosotros, quienes nos habíamos conocido
ya de grandes. Y sé que a él le era natural comportarse así
conmigo y con otras personas. Espero que Jorge haya sentido en
su corazón reciprocidad de mi parte.
Además se dio un milagro, ya que nuestra amistad de dos
se agrandó
a tres, al llegar Julio Aranda, y todos respetábamos mucho
nuestra continuidad en el taller, por años, y con modestia,
compartiendo que estar junto a artistas de la palabra del valor
de Lucila y José Bravo [1934-2010), terminaba siendo una
experiencia “osmótica”. Uno desplegaba mayor lucidez al ver y
aprehender valores por la acción categórica e íntegra de tales
modelos, que la sustentaban además por un discurso exigente, el
cual uno no tenía obligación de aceptar (y menos copiar).
De la poética de Jorge, Lucila escribió:
“Los poemas de Jorge A. Montesano nos
hablan de un gran viaje: mejor dicho,
son ellos mismos ese
viaje y, fundamentalmente,
navegaciones de
regreso al origen (el propio lugar), primero y último. Un viaje
hacia lo que se es,
más allá de todo combate. (…) Poesía sutil, de enorme delicadeza
y síntesis (…) no exenta de pasión, sensualidad, capacidad de
intenso disfrute tanto de lo grande como de lo pequeño, en el
batallar de la vida y por la vida”.
Como testimonio de estas palabras citaba el poema que dio título
a su poemario “Lluvias”,
el que publicamos luego del fallecimiento de Jorge:
“Dinosaurio que habitas /
en una simple gota. / Cuando se evapore, / volverás al azul.”
Además con Julio, y por compartir el consejo de redacción
de la revista de literatura “Tamaño Oficio”, que era la
publicación que reunió por tres décadas mucho del hacer
literario del equipo, pudimos con alegría y mucha
responsabilidad, editar el poemario póstumo de Lucila,
“Así seas”. También
continuamos la publicación de la revista hasta 2016, cuando
entendimos, en su trigésimo aniversario, que no se debía seguir,
como si fuera sólo nuestra, pues era imposible que cumpliera el
propósito que tuvo desde su origen, y que había nacido tanto
antes de nuestro ingreso. Revista con una historia muy
particular y con la participación de muchas personas, algunas
que apenas conocíamos, suficientes razones para darnos cuenta de
que no teníamos el derecho de acapararla.
Osvaldo Spoltore entre el público y en primer plano
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, en Isla de Alcatraz,
San Francisco, Estados Unidos, 2017
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Osvaldo Spoltore con Lila Pérez Ferretti y María Adela Renard en
2015
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, en Roma, Italia
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9 — ¿La prosa de qué articulistas, de qué ensayistas te
resulta admirable? ¿Ubicás a alguno que habiendo escrito
narrativa, poesía o dramaturgia, sin embargo vos lo prefieras
como ensayista?
OS
— Confieso que me deslizo casi naturalmente a leer ensayos por
sobre otro tipo de literatura. Pero es verdad que un mismo
escritor de gran imaginación puede abrazar sus temas desde
varios géneros. Es el caso de Borges. En el poema Mateo XXV se
sitúa en primera persona como alcanzado por el Juicio Final,
cerca del porteño barrio de Constitución, y ese juicio se emite
desde una voz infinita con una sola palabra que él intenta
traducir pobremente, con una enumeración de muchas cosas, ya que
él está bajo un régimen temporal, que es el del poema. Si
leemos, el “El Aleph” (cuento relatado en primera persona y
dentro de una casa en el mismo barrio) o el ensayo “Nueva
refutación del tiempo”, podemos verificar que su misma
cosmovisión está en los tres, y son tres maravillas estéticas
que vitalizan además por toda su ingeniosidad.
Pero no es sencillo encontrar a quien sea parejo y nos
asombre continuamente en varios géneros con la misma excelencia
poética. Hay
ensayistas muy agudos, profundos como Ricardo Piglia, Juan José
Saer, Abelardo Castillo, Santiago Kovadloff…, que también
escribieron poesía o narrativa, pero a estos los aprecio más por
sus ensayos. Esto quizás sea
por ser un lector hedonista, pues si lo que leo no tiene música, un
contenido que supere al mero entretenimiento, me aburre. También
me parece que es imposible que un gran ensayista escriba
mala narrativa o poesía. A la inversa, puede pasar. No todo
“escribidor” de los dos géneros citados, cuenta con capacidad
para escribir sólida ensayística, pues ésta exige mucha
sagacidad en la elección y tratamiento del tema, sin olvidar la
capacidad expresiva.
Y algo más: Domingo F. Sarmiento escribió el
“Facundo” de forma
excepcional; no era ficción (al menos literaria), pero esa
calidad de ensayista que tenía me hace suponer
que si se hubiera
dedicado exclusivamente a la literatura de ficción, hubiera sido
extraordinario.
Osvaldo Spoltore con Haidé Daiban, Horacio Castillo, Jorge
Montesano y Julio Aranda en 2000
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Osvaldo Spoltore con Darío Gauto, María Ester Carabajal, Ana
María Gauto y Mabel Caravajal en 2013
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Osvaldo Spoltore con Lucila Févola en 1998
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Osvaldo Spoltore en Punta Cana, República Dominicana, 2011
10 — ¿Autores de la literatura universal que consideres
grandes inventores de argumentos?
OS — No es
fácil responderte, no porque no tenga respuesta, sino porque los
argumentos casi siempre son los mismos. Hasta en asuntos
metafísicos o filosóficos, donde no habría argumentos pero sí un
ordenamiento de ideas (en definitiva un texto, un tejido pero de
ideas no de relatos o guiones). Por ejemplo, William Shakespeare
inventaba menos argumentos de los que ya existían y los
reescribía magníficamente para Teatro.
Hoy además tenemos una mayúscula producción e influencia
del cine y lo
audiovisual. Por eso somos de una generación difícil para
ser sorprendidos por nuevos argumentos. En general, no estoy a
gusto con largas descripciones y los malabares o juegos
reiterados al hartazgo que encontramos
en cine y
televisión.
Pero lo que sí me maravilla es la capacidad potencial
infinita que tienen las formas de aparecer: eso no cansa.
Digamos que como en la Naturaleza, no habiendo dos atardeceres
iguales, en literatura puede suceder lo mismo. Doy un ejemplo:
me sorprendió en Gustave Flaubert su obsesión por escribir bien.
En “Madame Bovary” me
parece extraordinaria una página en la que da forma a un
contrapunto donde entremezcla un diálogo, entre los amantes
sentados dentro de una habitación, con frases de un discurso que
un político profiere desde una tribuna. La anécdota es menor,
pero me fascinó, la forma. Y llamativamente, cuando vi la
película basada en la novela, esa instancia pasó totalmente
desapercibida, aunque se
respetara
el texto original.
Además, los argumentos tienen fecha de vencimiento. Hasta
el hecho de relatar puede ser más o menos importante, según las
épocas, pues no es lo mismo hacerlo para simplemente entretener
o si se trata de denunciar o abrir conciencias.
Hoy es interesante notar que los mercaderes del
espectáculo cinematográfico, buscan argumentos universales, pues
desean distribuir sus productos a nivel planetario. Así tenemos
el éxito de la obra del británico J. R. R. Tolkien: la saga de
“El señor de los anillos”. Pero leer —por citar sólo un caso— todas
esas novelas, por más
sofisticadas
que sean, no me
movilizan nada. Y ni hablar de las novelas o cuentos que
los empezás a leer y ya sabés lo que va a pasar. ¡Nos invaden los
estereotipos!
Quizás haya un avance en las series de televisión que han
complejizado la línea argumental en varias, esa multilínea que
te obliga a seguir varios argumentos al mismo tiempo; hay un
sentido coral en todo eso, y así abren temáticas en varios
personajes que en otras épocas eran secundarios y sólo estaban
de soporte.
Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa
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Osvaldo Spoltore en República Dominicana, 2011
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, en Venecia, Italia,
en 2016
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11 —
¿A qué escritores no
debiera uno morirse sin haberlos leído?
OS
— Esa pregunta no me cabe. No hay deber de leer nada nunca. Es
pura actividad humana y es infinita la cantidad de
probabilidades de lectura. Si uno vive con los ojos abiertos,
los escritores aparecerán solos. ¿Y por qué morirse y no leer
más? ¿Quién dijo que después de morir ya no leeremos más? ¿Y si
somos inmortales o morir es un simple sueño que termina en un
suave despertar?
Por eso podría decirte coherentemente que yo seguiría leyendo y leyendo:
“La Biblia”, “Ficciones”
de Jorge Luis Borges,
“Martín Fierro” de José Hernández,
“Don Quijote de la Mancha”
de Miguel de Cervantes Saavedra.
Y además está lo literario que se entromete en libros de
no ficción. De mis muchos años de Facultad, estudiando
Humanidades, he encontrado varios libros de autores que
investigan desde lo académico en Ciencias Sociales o Arte con
una escritura profunda, y aunque hay más, cito sólo uno:
“Teoría de la política
internacional” de Kenneth N. Waltz
[1924-2013]. Y concluyendo, debido a que está muy
cerca de mí todos los días desde hace quince años, como un mural
pegado a la pared de mi oficina, seguramente seguiré leyendo el
poema “Mandala” de
Horacio Castillo [1934-2010].
Osvaldo Spoltore en el Hotel Nacional, La Habana, Cuba, 2011
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Osvaldo Spoltore en Punta Cana, República Dominicana
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Osvaldo Spoltore en la provincia de Salta, Argentina
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12 — “Los odiosos ocho” (“The hateful eight”) es el
título de un film de Quentin Tarantino. ¿Nos armarías una
listita de aquellas ocho personas o personajes, de todos los
tiempos, a los que pudieras calificar apropiadamente como
“odiosos”?
OS
— No recordaba haber visto esa película, y la busqué por
internet y descubrí que la había olvidado, lo que me demuestra,
en mi caso, que los personajes no despertaron en mí sentimientos
fuertes para ser recordados como personas odiosas.
Quizás la pregunta va dirigida
a mencionar
seres perversos. El que odia es el personaje y puede que
uno sufra una tensión natural de esa infamia de la cual uno es
espectador. Es muy obvio que será despreciado —digamos
justamente— quien con perversión sienta el
placer de hacer sufrir a otro. Aunque creo que hay
canallas, no soy inocente, y son comparativamente pocos: igual
hay mucha maldad en el mundo. Una investigación en los Estados
Unidos, donde hay estadísticas para todo, encontró que el 1% de
varones y 0,5% de mujeres tienen una ausencia grave de empatía,
definida como carencia absoluta de sensibilidad ante el dolor
del otro, disvalor que seguramente tiene el perverso. Y ese
porcentaje que parece pequeño, si hacemos cuentas, nos lleva a
asegurar que miles de canallas habitan en una población de
cientos de millones de personas. Además, recordemos que un sólo
ser vil puede hacer mucho daño.
Pero me has hecho pensar. Si hiciera la listita, no
desearía entrar en lugares (personas en este caso) comunes. Si
consignara en la lista, perezosamente, a Hitler (o a cualquier
otro político o persona famosa muy denigrada), seguro que
reiteraría un estereotipo que otros han inflado hasta el
cansancio. Y dije políticos pues son los que resuenan como los
primeros más “odiados”, por cierta constante mental de no ver
que odiosos hay en todos los rubros.
En mi lista, el primero será el tribuno romano Mesala, el
compañero de la infancia de Ben-Hur, que luego, en la película,
se hace su enemigo brutal. La vi en un reestreno. Y recuerdo que
Mesala para mí fue la aparición del dolor de la maldad infinita
e irrecuperable. Recién al escribir esto me doy cuenta.
Nuevamente, es la forma, pues ese personaje representa la maldad
como tantos otros, pero su manera de interpretarla me inspiró un
dolor inmenso y
lo admití como un ser odioso.
Pero me pedís una listita de ocho. (No sé por qué
Tarantino eligió ocho. Quizás con uno alcance, el que los
acapare a todos, quizás Mesala, el tribuno romano.) Pero me
vienen a la mente algunos otros, son pocos. Como sabíamos que al
aparecer se nos terminaría el disfrute, y el suspenso agrandó
enormemente su maldad, agrego a El profesor James Moriarty. ¿Más
odioso que un malvado que asesina a un personaje fascinante como
Sherlock Holmes? ¿Más odioso que un tipo que viene a destruir
una continuidad literaria que suponíamos infinita?
Y te dejo el último, la creación de José Hernández en
“La vuelta de Martín
Fierro”: el Viejo Vizcacha. Lo sentí odioso desde siempre.
Cito de allí, los versos que representan las acciones del
personaje que creo que merecen ser odiadas.
“Andaba rodiao de perros, / que eran todo su placer; / jamás
dejó de tener / menos de media docena; / mataba vacas ajenas /
para darles de comer. (…)
Una tarde halló una punta / de yeguas medio bichocas; / después
que voltió unas pocas / las cerniaba con empeño; / yo vide venir
al dueño, / pero me callé la boca. // El hombre venía jurioso /
y nos cayó como un rayo; / se descolgó del caballo / revoliando
el arriador, / y lo cruzó de un lazaso / áhi no más a mi tutor.
(…)
Ustedes creerán tal vez / que el viejo se curaría: / no,
señores, lo que hacía / con más cuidao, dende entonces, / era
maniarlas de día / para cerdiar a la noche.”
La terquedad del malvado, esa incapacidad de echarse
atrás, la pertinacia de no ceder, la de endurecerse más y más en
su vida delincuencial, esas actitudes me parecen odiosas y
odiables, pero aclaro, odiar la conducta o la acción es más
noble y universal que odiar al actor, pues esto último, cuando
no se rechaza profundamente el hecho vil, es simplemente un
engaño a sí mismo.
Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, y con sus
sobrinas Delfina Lavaggi y Josefina Scannapieco, probablemente
en 2005
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Osvaldo Spoltore en La Habana, Cuba, 2011
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Osvaldo Spoltore con su esposa, pasando el año nuevo en Las
Vegas, Estados Unidos, 2018
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13 — ¿Cuál, dirías, ha sido el material fundamental en tu
poética? ¿Los sueños, los recuerdos, la realidad, avatares
propios? ¿Qué tan intensa es, fue tu vida onírica?
OS —
El mar aparece mucho. Y han dicho que mi poética es una que
fustiga la realidad, y con el tiempo entendí que era un juicio
válido. Pero gran parte de mi interés está en la forma del
poema, el “material” tiene que ver con eso. Y también influyen
mis recuerdos y avatares, pero los metaforizo, no para que el
poema los relate sino para que subyazcan, pues es lo silenciado
lo que debería oírse más fuerte,
y que se extinga así lo vanamente literal.
En cuanto a mi vida onírica no es intensa, y además no le
presto atención. No es que no sueñe, pero como dijo un pariente:
“A veces uno sueña cada
pavadas” (que me perdonen los psicoanalistas). Eso se me dio
así, no es que deba ser así. Además,
desde siempre, naturalmente, busqué el porqué de las cosas,
afuera y adentro de mí, y así desarrollé mucha introspección, al
punto de sufrir de hipervigilancia. Entonces mis experiencias
están atravesadas por reflexiones muy profusas, lo que no
significa nada ventajoso en sí, al contrario.
Y aprecio los principios de poética que detecté en poemas
o ensayos que han podido ampliar y reforzar lo que creo valioso.
Ya cité a Octavio Paz:
¡Hacer la silla! Ahora cito a Raymond Carver,
muy apreciado como cuentista, pero que hizo un poema
titulado “El paseo”, que leí en la revista del diario “La
Nación” de los domingos, allá por fines de los noventa, con una
excelente traducción local de Mirta Rosenberg y Daniel
Samoilovich. Allí se experimenta en segundos, el finito tránsito
por la vida al metaforizar esto con una caminata que hace el
poeta a través de un cementerio y que continúa por entre las
vías contiguas de un tren. Es un poema con forma de relato,
prosaico en su forma, pero Carver “hace su silla”, no la
representa. Y con ello quien lee experimenta la realidad y
amplía su conciencia, si como lector sabe leer eso que sólo la
literatura con sus propios medios puede brindar.
Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, en Lugano, Zuiza, en
2016
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Osvaldo Spoltore con Ana María, su esposa, en Chieti, Italia,
2016
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14 — ¿Cómo
proseguirías la frase que se inicia con…?:
“Cuando yo para algunos todavía seguía existiendo…”
OS —
“Cuando yo para algunos todavía seguía existiendo hasta que les
llegó la muerte y todo cambió: cuando ellos para mí todavía
seguían muriendo.”
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Osvaldo Spoltore en la provincia de Salta, Argentina
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Osvaldo Spoltore en 2011
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*
Osvaldo Spoltore selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
TULGÚN
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Jorge Luis Borges
mi tierra es barro y borde
ante un abismo plural de pampas:
río/ cielo/ pampa
mi tierra siempre al filo
a la orilla de tres inmensidades
pisa blando en la incerteza
y sueña domeñar un corazón que acoge
el tiempo indefinido
en mi cuarto infinito (un precipicio)
me deleita ser metáfora de la hilacha
que ante el cosmos trino
ríe/ siente/ pasa
(de “Punto de furia”)
*
BUENOS AIRES BLUES
Llueve en buenos aires,
su río también le usurpó cielos
al fin de semana,
¿por qué no anochece?
inexplicables abuelas fríen pasteles en casas
vacías
las mujeres se acurrucan dentro de sus hombres
tristes
hay sólo la sonrisa de un niño con rodillas
alumbradas de barro
y emigró el pájaro (no es abuela ni mujer ni
un triste)
siempre será niño.
En buenos aires, llueve.
Es domingo,
la noche nunca vendrá.
(de “Memoria del olvido”)
*
Y DESEMBARCARON LAS PALABRAS
De cada navío, este río,
lanzó a los hispanos
con sus bagayos y sombras.
Pero las palabras se soltaban rebeldes:
de las maderas del barco,
de las bolsas, los bolsillos,
de los cofres, de las pieles.
De las redes salían palabras,
de los caballos, de las barbas
y de los nuevos dioses monógamos.
Solas se arrancaban las palabras los clavos
y sangraban saltando a esta playa de barro,
y no hispanos,
y no
muerte.
El godo ladrón se reiría,
cuando el mesopotámico
indio gritase en su tierra:
desde los ojos del mascarón:
“la dama griega” en la proa.
Y se desataban las palabras sus cuerdas
ante el ojo del inminente querandí
que sólo veía palabras helenas,
y no barcos,
“Che, arquitecto, ¿me dibujá un chiripá?”
(de “Memoria del olvido”)
*
EL RETOBAO
Déjeme al retobao/
padre
y resopla/ corcovea/ gime
y se mea en bronca
el zaino/
como si lo alzaran de la crin al bruto
que soy
manso/ mano mansa/ espuela mansa
pa’ enderezarlo al cielo
y es que al retobao le hace falta más cielo
el cielo también tiene algo de animal
intempestivo
(lo andan domando desde hace mucho)
y ya es azul de dócil el cielo
de tanto andar volando
porque ¿el cielo cuando vuela adónde vuela?
no lo sabemos/
padre
siendo cielos necesitamos cielo
(del poemario inédito “Fiesta mayor”)
*
PAVO IRREAL
Un pavo real
despliega sus magníficas plumas.
Y ahora el pavo
mira y mira
con los ojos tejidos
en su colorido plumaje.
Oh… pavo irreal, ¿has visto a quien
mira y mira
las espléndidas colas
de todas las aves y bestias del bosque?
Un hombre irreal
ha desplegado sus magníficos ojos.
(difundido en Revista “Prisma” Nº 24
(Fundación Internacional Jorge Luis Borges, 2015))
*
Osvaldo Spoltore en Chichén-Itzá, Yucatán, México,
2015
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Osvaldo Spoltore en el Hotel Bellagio, Las Vegas, Estados
Unidos, 2018
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Osvaldo Spoltore con Lila Pérez Ferretti y María Adela Renard, y
entre el público, H. Buoncompagno, E. Cohen Imach, Héctor M.
Ángeli, C. Pereiro y C. LoMenzo en 2015
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Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Osvaldo
Spoltore y Rolando Revagliatti, noviembre 2018.
www.revagliatti.com
Link audio de Y desembarcaron las palabras:
www.gema.com.ar/Ydesembarcaron.mp4
Lee: José Bravo
Video:
https://www.youtube.com/watch?v=b5BIM61XjQY Presentación
Antología “Memoria del Olvido - Año 2000 – En Sociedad Hebraica
Argentina – Horacio Castillo – J.L. Manzur – Alejandrina
Devescovi – Lucila Févola - Jorge A. Montesano – Julio Aranda –
Haidé Daiban – Emmanuel Muleiro – Osvaldo Spoltore
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