Pablo
Queralt: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Pablo
Queralt nació el
2 de junio de 1955 en Buenos Aires, capital de la República
Argentina, y reside en la ciudad de San Isidro, provincia de
Buenos Aires. Obtuvo el título
de Médico por la Facultad de Medicina de la Universidad de
Buenos Aires en 1978, así como, también en la
UBA, en 1983 el título de
Traumatólogo y en 1984 el de Especialista en Medicina del
Deporte. Posteriormente, el de Homeópata en dos postgrados: en
la Escuela Homeopática Argentina “Tomás Pablo Paschero” y en el
Instituto de Altos Estudios Homeopáticos “James
Tyler Kent”. Fue becario (1985) en el
Hospital de Traumatología y Ortopedia de la Universidad de
Padova, por la Embajada de Italia en Argentina. Participó en
festivales de poesía y ciclos de lectura en su país y
presentó poemarios suyos en Uruguay y España. Fue traducido al
catalán y al italiano. Tres de sus libros se editaron en España
y Francia. Es el traductor de
“Ensemble
encore”,
último libro de Yves Bonnefoy. Además de difundirse sus
poemas en plataformas de la Red y en
revistas en soporte papel (“El Jabalí”, “Ñ”, “Los Rollos del Mal
Muerto”, “La Nación”, “Prisma”), fue incluido en tres
antologías: “Antología de
Jóvenes Poetas de Buenos Aires” (Editorial Hombre Nuevo,
1986), “7 Poetas de Salta
y Buenos Aires” (Editorial Eloísa Cartonera, 2013) y
“Brazuka” (Ediciones
Niña Bonita, Zaragoza, España, 2014). Publicó entre 2001 y 2017
los siguientes poemarios:
“Cansancio de lo escrito”,
“La flecha de Agustín”,
“Un seductor mañana”,
“Primer paso”,
“Reescritos infinitos”,
“Pueblo de agua”,
“Pájaros en palabras”,
“Crack”,
“Escribí mi nombre”,
“Poema de la nieve”,
“89 golpes y un whisky”,
“El padre”,
“Late”,
“Pavarotti”,
“Jazz”,
“Perfume animal”,
“Cocineros”,
“Coca”,
“Laleblan”,
“La piscina”,
“Aves del Paraíso”,
“ Ser y ser visto”,
“Raros sentidos” y
“Nací en el cine”.
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Pablo Queralt con Jorge Boccanera
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1 —
“Primer paso” es el
título de tu cuarto poemario. Hablemos de tus
primeros pasos y de tus segundos pasos también. ¿Por dónde
pasaste, fuiste pasando, con quiénes?...
PQ
— Los dí,
hasta mis dos o tres años, en el Barrio de Villa Urquiza. Luego,
ya en el conurbano bonaerense, residimos en Florida, partido de
Vicente López. “La
infancia es un país”, dicen algunos; digo yo:
“al que se vuelve
inevitablemente”; pero ya no en el recuerdo, sino en sus
manchas indelebles, que están en nosotros, dejan su impronta y
nos hacen actuar de tal o cuál manera. Los primeros años,
sabemos, marcan a fuego la forma de ser, la personalidad.
“Leche y miel”,
recomendaba el gran pediatra Florencio Escardó [1904-1992],
nutrición y dulzura, eso es lo que necesita el niño, el que
crece. Sin duda, un avanzado, Escardó. En la sala, hacía
internar a la madre al lado de la cunita del hijo; un ejemplo de
comprensión no sólo de la enfermedad, sino del enfermo en
particular. De mi libro
“Primer paso”, estos versos:
“a
orillas del niño luz de una oscuridad doblemente oscura/ playa
quieta de las ultimas horas que una brisa marina toca/ vistiendo
esta oscuridad con trenzas de peces y pájaros”.
Mi infancia fue triste; no sé, tal vez no me dieron lo que yo
necesitaba, o demandaba demasiado; tuve un jardín,
“un huerto claro donde
madura el limonero”, donde jugaba a la pelota, y en la
adolescencia, al volver de
“la aborrecida escuela”;
estudié gran parte de mi carrera de medicina allí, al sol, en
ese pedazo de cielo que tenía, ese chico temeroso que fui,
siempre disconforme. Tuve mis vacaciones lindas, mi equipo de
fútbol, me llevaron a ver partidos a la cancha de Racing, mis
compañeros de colegio, los pibes del barrio en la esquina,
concurrí al cine (mi gran escuela, mi Edén), pero todo teñido de
ese gris, esa opacidad en todo, en mí; tuve mi abuela, gran
cocinera y charladora, mis padres, alguna noviecita. Mi madre
fue una de las primeras en recibirse de Licenciada en Historia
del Arte, allá, bastante cerca de tu casa, en la calle Púan, en
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; gracias a ello
contaba con una profusa biblioteca de pared a pared donde buscar
material. Agradezco haber accedido al psicoanálisis, donde pude
cambiar y revertir todo eso en mí. Antonio Machado y Miguel
Hernández fueron fundamentales compañeros en esos soliloquios,
en ese sentirme que no servía, en esa minusvalía. Mi meta fue
llegar a adulto para salirme de esa época que, como te digo, no
la pasé nada bien, salvo en momentos… Poder estudiar lo que me
gustaba en la Facultad, esa sensación de libertad fue mi primer
logro. Tiempito gratificante que duró lo que un atardecer, época
de las canciones y de Pablo Neruda, de revistas como “Satiricón”
y “El Descamisado”, de nuestra avenida Corrientes todo el día y
toda la noche con sus bares, librerías abiertas y su gente
circulando, los cines Lorca, Losuar, Lorraine, el Teatro y el
Centro Cultural General San Martín, las películas de Akira
Kurosawa, Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman, Bernardo
Bertolucci…. Los amigos, la medicina, el fútbol, entonces;
algunos libros de Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier,
Ray Bradbury, las novelas de Manuel Puig, los actores Duilio
Marzio y Alfredo Alcón, en teatro “La Lección de Anatomía” o
“Equus”…
En la escritura los primeros pasos los dí
de niño. Mis veranos transcurrían en Bialet Massé, en las
sierras de la provincia de Córdoba. Fue en uno de esos
veranos, a los diez u once años cuando comencé a escribir
cuentos: una zaga de un leñador en distintas aventuras. Cursando
la escuela secundaria la abandoné. Leía, pero no demasiado:
volúmenes de la Colección Robin Hood y de la Colección Iridium
de la Editorial Kapelusz. Me gustaban los trovadores, el mester
de juglaría me divertía, las coplas de Jorge Manrique en la
clase de literatura; allí la profesora nos dio a conocer a
Garcilaso de la Vega y a Lope de Vega, así como nos enseñó la
estructura de los sonetos y nos indujo a que cada alumno creara
uno. Percibí que se me abría un campo libre, y me fascinó
moverme en ese 4, 4, 3, 3. Ya en franca adolescencia fui lector
de Hermann Hesse, Luis Cernuda, César Vallejo. Poco después,
Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik (su síntesis y su explosiva
potencia en lo desgarrador y en su ternura, dulzura esa
concentración de cielo), Baldomero Fernández Moreno (“El
poeta del nervio óptico”, según Jorge Luis Borges). Cuando
cursaba la Facultad retomé la escritura desde la poesía y la
interrumpí en los primeros años del ejercicio de mi profesión.
Pero vuelvo a ella definitivamente en 1984 (primavera
alfonsinista). Ya venía yo consumiendo todo el cine que podía, y
el teatro. Y mis pasiones de juventud: rugby, fútbol, tenis,
automovilismo. Luego me formé en Medicina del Deporte y en
Traumatología. Trabajé en clubes de fútbol: Deportivo Liniers,
Club Atlético Excursionistas, Deportivo Morón, hasta que durante
una década, del 78 al 88, lo hice en las divisiones inferiores
en River Plate. Mientras, en 1985, buscando algo en el arte
—buscándome— que pudiera realizar, me incluí en un taller de
formación actoral a cargo de David Amitín: clases e
improvisaciones aquellas que evoco como una hermosa escolaridad
de los sentidos en acción. Concurrí a talleres de poesía
grupales coordinados, uno por Horacio Salas, y otro por Arturo
Carrera y Daniel García Helder (algunos de mis compañeros han
sido Roxana Páez, Rita Kratsman, Alejandro Rubio, Selva Di
Pasquale, Silvana Franzetti). Mi primer escucha cuando tuve un
libro concluido fue Carrera, y lo
siguió siendo durante años.
Pablo Queralt con sus padres, tras recibir su título de médico
en 1978
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Pablo Queralt en Madrid, España
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Pablo Queralt con Lisandro González y
Tati Solari Bosch
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2 — En tanto he
sido tratado durante dos décadas por el doctor Juan S. Schaffer,
homeópata unicista, enterarme ahora de que también lo sos,
Pablo, me insta a pedirte que nos hables respecto de vos
orientándote hacia esa práctica.
PQ
— Schaffer, un
gran homeópata, me dio clases en la Escuela de Paschero; un
notable maestro, elegante y diestro en la materia médica
homeopática. Contestando a tu pregunta debo decirte que siempre
tuve una actitud humanista,
afectuosa en la medicina para con el trato de los pacientes,
quizá gracias a que el psicoanálisis me contó entre sus filas
como paciente durante toda mi carrera y luego seguí y seguí por
años. Así llegué a la homeopatía, primero como paciente, ya
siendo médico con trayectoria. Te comento que en cierto
mediodía, antes de un asado en una casa de fin de semana, leí en
un suplemento del diario “Clarín” un artículo en el que —vuelvo
a citarlo— el doctor Florencio Escardó exponía las bondades de
la homeopatía. Creo recordar el título: “De Lycopodium 200 a la
curación”. Tanto me fascinó que me dispuse a formarme. Primero
en la escuela de Paschero y luego en la de otro prócer: Massi
Elizalde. Hasta la actualidad participo en
grupos de estudio. En alguna
oportunidad sostuve que
“la homeopatía es la poesía de la medicina”.
Adopto a la homeopatía como mi medicina principal y a la
alopatía como alternativa, ya que por suerte en mi vida así
funciona hace años. El objetivo es hallar un buen remedio
homeopático que cubra la totalidad del paciente (el
simillimun o
similar), que ponga en equilibrio la energía vital que gobierna
el cuerpo, la mente y el espíritu, para poder transcurrir
cumpliendo con las funciones vitales, que elimine la enfermedad
y nos mantenga sanos. Porque la verdadera curación para la
homeopatía no es la ausencia de enfermedad, sino además lograr
un estado de plenitud y armonía para con uno mismo y los demás.
Y los remedios homeopáticos provocan este estado siguiendo las
leyes de curación, como nos enseña Samuel Hahnemann [1755-1843],
creador de la homeopatía en el año 1832, desde el
Organon de la medicina
y todos sus demás médicos seguidores. Como experimentó primero
el maestro Hahnemann con la quinina, que curaba la fiebre del
paludismo, advirtió que al ingerirla sin fiebre palúdica
provocaba esa fiebre, entonces propuso una máxima:
“Una sustancia capaz de
provocar una enfermedad es capaz de curar dicha enfermedad de
aparición espontánea”: base de la curación en homeopatía,
curación por los elementos iguales, no por los contrarios.
Mi materia es la homeopatía y también la poesía, una en
la otra y otra en la una, el fin es asistir, curar, consolar; la
compasión que uno siente para con el otro, que, en suma, soy yo
en el otro, somos indivisibles; tratar de saber quien soy yo, y
amar: no hablo de un amor unitivo o pasional sino de un amor
general universal, dar gracias por estar vivo. Todo esto lo
encontramos en la poesía y en la homeopatía.
Pablo Queralt con Juan Pablo Bertazza, José Antonio Cedrón,
Daniela Camozzi, Beatriz Lunazzi y Valeria Pariso
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Pablo Queralt con Vanna Andreini
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Pablo Queralt con Lucas Margarit
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Pablo Queralt con Jorge Bianchi, Carolina Vultaggio,
Graciela Perosio, María Chapp, Laura Klein y Alejandro Archain
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3 — Detengámonos
en lo que ha sido tu labor en los clubes de fútbol.
PQ —
Mi trabajo
primero fue en clubes del ascenso. En Deportivo Morón, el equipo
que salió campeón en la división C en 1980. Era lindo asistir a
los jugadores durante la semana y en los partidos, y
consubstanciarse con la emoción de una barriada al lograr su
equipo el campeonato. Luego, permanecí durante una década en el
Club Atlético River Plate en las divisiones amateurs, cuidando
la salud y el crecimiento de los chicos. Efectuábamos controles
periódicos, detectábamos y corregíamos trastornos ortopédicos
como pies planos, desejes de rodillas (chuequeras), escoliosis,
lo que sirvió para evitar futuras consecuencias (artrosis,
mialgias, o trastornos cardíacos). También, te imaginarás,
indicaba conductas adecuadas a los deportistas: alimentación,
descanso; inculcarles que lo que realizaban es un juego: lo que
denominamos medicina preventiva. Y el otro aspecto de la
Medicina del Deporte, que es el tratamiento de las lesiones. En
aquellos dos lustros estuve con chicos que luego descollaron
como jugadores: Carlos Daniel Tapia, Hernán Crespo, Matías
Almeyda, Leonardo Astrada, Claudio Caniggia.
River era una
escuela; pregonaban sus técnicos:
“jueguen, jueguen”,
el juego era lo esencial, jugar bien era lo que caracterizaba a
la institución. Técnicos como Adolfo Pedernera, José Ramos
Delgado, Martín Pando. Hoy en día observo que se ha perdido esa
actitud lúdica por la intencionalidad permanente de ganar a toda
costa, tergiversando el fundamento del deporte, que es
mejorarnos y asumir con altura el desencanto de un revés. Y el
fútbol estrictamente profesional se ha infectado por los
intereses más mezquinos.
Con poemas de temática futbolera y racinguista publiqué
una plaquette, “La Academia”. Y también un poema sobre Pelé y
otro sobre Diego Armando Maradona, incorporados a la antología
“Brazuca 2014”,
editada en España. Pocos poemas buenos sobre fútbol he leído: es
difícil de tratar poéticamente el brillo de las jugadas… Valoro
los concebidos por Carlos Drummond de Andrade sobre la selección
brasileña del ’70 y los del santiagueño Benito Canal Feijóo
[1897-1982] en su primer libro,
“Penúltimo poema del
fútbol”, de 1924.
Pablo Queralt con equipo de las inferiores de River Plate
en 1981 y en la cancha de Boca Juniors
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Pablo Queralt con Vanna Andreini, Silvia López, Diego Alfaro
Palma y Gerardo Burton
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Pablo Queralt con Úrsula Paparatto y Alejandra Mendé
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Pablo Queralt con Sandro Barrella y Mariana Bianchi
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4 — “Pavarotti”,
“Jazz”,
“Nací en el cine”:
concedámonos un espacio para referirte a la ópera, a la música,
a la “linterna mágica”…
PQ — El
cine ocupó un lugar principal en mi educación, fue mi
nautilius, mi
lugar donde están todos los lugares, mi Aleph: se metieron en mi
escritura y dio también por resultado mi poemario
más reciente:
“Nací en el cine”. Ya
en 2014, a través de la Editorial Karakartón, de Mallorca,
España, se publicó “La
piscina”, cuyo germen fue la película con Rommy Schneider y
Alain Delon, dirigida por Jacques Deray en 1969, de la que se
filmó en 2003 una remake con Charlotte Rampling y dirección de
Francois Ozon. Y tengo un libro inédito concebido a partir del
film “Blow up”, de Antonioni, basado en el cuento “Las babas del
infierno” de Cortázar. En
“Nací en el cine” navegué mi historia cinéfila en relación a
las marcas que cada momento-cine dejó en mí: fue mi verdadera
escolaridad, allí donde aprendí el amor, el odio, lo que puede
sentir alguien que no entiende. El libro funciona como un largo
poema épico que se va enlazando en su propio devenir, que es esa
felicidad de estar en el cine.
Soy un amante de la ópera. La primera a la que asistí se
representó en el Teatro Colón: “Lucia de Lamermoor” de Gaetano
Donizetti. A partir de entonces seguí el calendario operístico a
través de los años. Es así como, entre tantos, vi a la
mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, los tenores españoles
José Carreras, Alfredo Kraus, Plácido
Domingo, a la mezzosoprano griega Agnes Báltsa, a los tenores
argentinos José Cura y Luis Lima, a la soprano canadiense Teresa
Stratas. Mi libro
“Pavarotti” es una oda en elogio al gran tenor italiano. De
paso, te anticipo, tengo inédito un poemario,
“Ópera”,
cuyo eje es el mundo de la lírica.
La música siempre estuvo en mí:
“Jazz” transcurre en
un fondo que imprime a los poemas cierta cadencia e intensidad
de
scatt, fraseos,
silabeos, la postura de una voz que habla desde allí… a modo de
una
big band.
Pablo Queralt con Susana Murguía
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Pablo Queralt con Tati Solari Bosch y Jorge Rivelli
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Pablo Queralt con Pablo Méndez, Alberto Cisnero, etc.
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5 — Concedámonos
también un espacio para referirte a algunos de tus otros libros.
PQ — En
cada uno procuro trabajar mis textos como una unidad temática
que se va abriendo como diversas ramificaciones de un mismo
árbol, asociando distintos mundos, voces que amplifican o
cierran aristas. Mis poemarios varían no sólo en temas sino en
estéticas: por ejemplo, cuando realicé la tríada erótica con
“Coca” (strip de una
diva, nuestra Isabel Sarli),
“Laleblan” (diva
también, y nuestra, Libertad Leblanc) y
“Aves del paraíso”.
Pretendí adentrarme en el pibe adolescente que fuimos y ese
juego de la pantalla, por lo inalcanzable, como una ofrenda a un
Dios-diosa de almacén o de gomería. Ese juego naif que pone en
evidencia la desnudez de los participantes, vuelo del deseo de
lo inacabado.
En “Perfume
animal”, de 2011, intenté encontrar lo que coexiste en el
ser humano de animalidad: esa pasión del irascible, lo
concupiscible, esa naturaleza de lo combativo. Ya desde
“Cansancio de lo escrito”,
en 2001, seguí ese camino de una intención temática o estética
por libro, y desarrollé el tedio, la pasión, el agobio de lo que
uno intenta comunicar, escribir, hablar, traducir, leer, que en
realidad son analogías de lo mismo: escribir es leer, escuchar,
y esto surgió de cuando en 1985 estuve en Italia, con una beca
en el Hospital de la Universidad de Padova, y después de varios
meses de estar allí sólo hablaba y escuchaba la lengua italiana;
era como una
chiacchiera, un
retumbar de palabras en mi oído que llegaron a hastiarme, y sólo
deseaba hablar, escuchar un poco de castellano.
En “El padre”,
de 2010, elaboré mi relación con mi padre a partir de su muerte,
caminé hacia atrás con lo que había quedado de su estela, y así
leyendo los signos de ese oleaje que había quedado en mí, fui
estructurando la canción del padre (me recuerdo con una
conjuntivitis feroz y en medio de la oscuridad de la habitación,
urdiendo el poema y cada tanto, a la luz de la pantalla de la
computadora, escribiendo: fue como una escritura entre
luz-oscuridad que me iba revelando un sentimiento).
En “Late”, de
2010, predominaba lo instantáneo, lo vivo, automático, casi
reflejo, eso que vibra y nos hace estar, ser: ese fue el
mecanismo que dotó de flujo a la obra.
En “Ser y ser
visto”, de 2016, se impuso la estética de ir a mi vida o la
vida, y ser el testigo de uno mismo, ser y verse, acción y
espejo que mira desde el espejo que es otro. Con poemas cortados
de verso a verso, con rupturas de pensamientos en ideas afines y
encadenadas, siempre ancladas a un tema de la infancia,
adolescencia, escrutado desde el adulto tratando
de advertir el detalle que enamora,
lo mínimo en lo máximo, en el discurrir del yo.
En “Cocineros”,
de 2012, fue la fábula lo que predominó de un cocer la vida, por
lo que concluye cocinando en las plazas para la gente, como una
forma de integración de lo privado a lo público, un para todos,
un dar una vuelta de mundo del cocinero sí, chef no.
En “Pueblo de
agua”, de 2006, me entregué a mis recuerdos de los veranos
en las serranías del valle de Punilla, el río, las acequias:
creo que es muy sonoro: todo ese agua, ese fluir transparente
que va modelando el corpus. Es como un poema largo y único que
precipita, que cabalga en ese galope de la infancia en distintos
universos de una incorporalidad reterritorializando, cubriendo
el campo del registro.
En “Raros
sentidos”, de 2017, desarrollé lo que me enseñaron los
maestros más allá de la vida de superficie, digamos; es un libro
en el sentido vertical, transcurrir entre dos realidades, esa de
salir y entrar en el sueño para encontrar el vacío y descubrir
que puede ser llenado.
Pablo Queralt con su esposa, Tati Solari Bosch
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Pablo Queralt con Omar Ramos y Claudia Ainchil
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Pablo Queralt en el Centro Cultural Kirchner
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Pablo Queralt con Mercedes Araujo, Rodolfo Edwards y Carlos
Battilana
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6 — ¿Y tus
primeros poemas? ¿Tu posición respecto de la poesía?
PQ —
Correctos en forma y fondo, entendibles enunciaciones sin
sorpresa, más descriptivos; más que un zumbido, un murmullo de
un campo a otro de las palabras, como opinó Carrera: textos
atravesados por la ópera, son románticos líricos. Me entusiasman
esas instancias del pre-poema, ese curioseo, esa intención, lo
que se deja y lo que se toma, ese
memento; luego sí
la vibra del poema en acción y la paz de lo que en el poema
sobrevive. Cuando encuentra su columna vertebral, funciona;
cuando no, también, tendrá su belleza o lo recóndito de la
araña, la hormiga, los invertebrados: son distintas
posibilidades de ser.
La verdadera escritura es la que no se escribe, es la que
capta; el que escribe es esencia misma ya cuando se la trabaja
en palabras, deja de ser, es la mente ordenando lo que escribe
el ser, una traducción de la escritura. En sí mismas las
palabras no son nada, sólo herramientas para transmitir algo,
una esencia como una bruma que levantan donde allí puede
encontrarse algo desconocido, como la revelación de un misterio
o secreto, como sostenía el norteamericano William Carlos
Williams: esa revelación le era revelada al que la escribía.
Otro aspecto es esa especie de harina que se amasa con el
otro, donde entra en juego la teatralidad de las palabras que
pone en acción las distintas escenas con movimientos posibles,
donde entran en juego la musicalidad, la rima, los
encabalgamientos o expansores que dan la tensión de lo que se
intenta comunicar a través de la interacción de los sentidos.
Francis Ponge afirmaba que tomar partido por las cosas significa
tener en cuenta las palabras, por lo tanto, elegir una u otra
hacen al estilo y ponerse en un sitio como autor. Es la
resultante de la interacción de las palabras entre sí esa
intención o dirección que llevan en su combinación el ladrillo
de la casa inmaterial, de ese flujo que brota por encima de
ellas y que da el sentido, la estética, la forma y fondo del
poema. Algunas de estas cuestiones las planteé en un libro
inédito de ensayos sobre poesía y poética. De los que
escribieron sobre estos asuntos prefiero a Gaston Bachelard,
Maurice Blanchot, Félix Guattari, W. H. Auden, Ponge, y
“Función de la poesía y
función de la crítica” de T. S. Eliot. La poesía es un arma
muy potente en tanto nos insta a perdurar más conectados con
nuestra esencia, ya que va más allá de las cosas, lo visible; lo
que hay por debajo, como alegaba Alberto Girri:
“ese río en esa herida
abierta entre lo material e inmaterial”: nos está hablando
de eso.
La poesía puede estar en el brillo de las palabras o en
las imágenes, en las metáforas o en esa bruma que levantan las
palabras en su unión y combinación de unas con otras,
transfiriéndonos lo que capta el sensorio y así su sinécdoque.
Me atrae esa poesía de rupturas, de varias líneas de pensamiento
simultáneas como en el cerebro, como en nuestra realidad, y si
es posible cortarlas a todas para entrar en el vacío, ese sería
para mí el mejor poema. Entrar para tener la capacidad de ser
llenado con algo, algo que no sé, sólo la experiencia poética te
lo revela, podría ser algo como meditar: están en un mismo
terreno: el del vacío.
Pablo Queralt con su esposa, Tati Solari Bosch
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Pablo Queralt con Servando Valero
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Pablo Queralt con Servando Valero, Luis Pereira, Adriana Alonso,
etc., en Uruguay, 2012
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Pablo Queralt con su esposa, Tati Solari Bosch
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Pablo Queralt con Jorge Rivelli, Rodolfo Edwards, etc.
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7 — Sigamos, si
te parece, con el oficio, con el corregir o no corregir, con el
meditar, con tus preferencias, con tus influencias.
PQ — Uno
empieza a escribir un día y se va haciendo el oficio sin saberlo
y a sabiendas con los libros que uno lee, los ensayos, pero ya
no sólo desde el aspecto de disfrutarlos sino poniendo foco en
la manera que fueron escritos, visualizando los distintos
artificios o esmeros en la escritura en forma y fondo, el logos
y el pathos de los griegos. Obras estimulantes en este sentido
son “El oficio de poeta”
y “El oficio de vivir”
de Cesare Pavese. Conviene conocer los distintos modos poéticos:
sonetos, haikus, romancero, endecasílabos, tankas, los estilos
barroco, lírico, surrealista, metáforas, el verso libre, y hasta
conviene escribir en esos estilos para luego olvidarlos. Los
esquemas deben ser aprendidos para luego romperlos y crear en
nuestro propio estilo, registro donde nuestra voz se sienta más
cómoda o quiera experimentar. Encontramos nuestra voz propia
aunque la voz propia siempre estuvo desde nuestro comienzo en la
escritura. Con el transcurso del tiempo la reconocemos y la
perfeccionamos.
Corregir o no corregir, siempre fui partidario de
corregir pero hasta un punto, para no destrozar el poema. Hubo
libros que salieron sin corregir, por ejemplo,
“Jazz” y
“Perfume animal”. En
otros, en segundas y terceras revisiones necesité introducir
modificaciones. Estoy convencido de
lo necesario de la lectura de los textos propios en voz
alta: se detectan matices que en la “lectura ambrosiana” pasan
desapercibidas. Una vez, Arnaldo Calveyra [1929-2015] me
aconsejó, respecto de uno de mis libros ya terminado y que
preveía revisarlo y eventualmente corregir, que lo dejara como
estaba, que marcaba una época mía: tal vez esto sea aplicable
para poetas notables como Calveyra. Y el otro límite en cuanto a
las correcciones, en algunos casos, es la editorial, como le
pasaba a Borges, quien no cesaba de corregir aun después de
haber entregado la obra a publicar, hasta que al final el editor
responsable le comunicaba que el material ya estaba en etapa de
impresión.
Escribo como hablo para salvarme de cada tumba doméstica
cotidiana, esos puntitos en el día que trato de visualizar para
existir en la alegría de saberme vivo: ese es el territorio o el
vacío que la poesía ocupa en mí. Esa especie de meditación… ¿Que
cuándo medito?: todo el tiempo; se puede estar haciendo lo que
nos corresponda y a la vez teniendo conciencia de ser. Como en
una poesía sufí, o como dirían los tibetanos: “Si ya lo tenés
todo en vos, para qué buscarlo afuera”, que es lo que también
sostenía San Agustín. Pero esa sabiduría, si te vas, la perdés.
Sos el resultado de lo que te pasa, y eso es nada con lo que uno
es. Y, por supuesto, la poesía te lleva, te mantiene en ese
nivel de conciencia.
Por ejemplo, un esquema de poema: elemento cotidiano
vinculado con elemento metafísico, un encabalgamiento, una
interioridad referida, un remate, por decir una forma de
esquema; pero no repetir porque harta, aburre; los esquemas,
como ya dije, hay que romperlos luego de conocerlos, y hacer uno
su propio mapa según cada libro, tema o estética. Todo lo
imprevisto, lo que nos llega, interrumpe; lo que se presenta
como accidente o no esperado —sonidos, música, algo leído, la
televisión— es bienvenido al poema, aporta al texto y a su vez
vincula con el mundo nuestra experiencia interior; tal vez sea
lo más rico del poema, no anécdota sino ejes en nuestra
intención, si sabemos llevar el timón de nuestra travesía de ser
en el poema. Y también es maravilloso lo que quedó afuera del
cuadro del poema, esos recortes que hacen de negativo de lo que
no fue el poema y a su vez es otro poema. Lo importante es tener
el ritmo, la yuxtaposición, el tono, el desde dónde, el
timing; el resto
es buscar las palabras (las tuyas, las de los libros que estás
leyendo, las de los libros que leíste, las de los diccionarios,
sinónimos y antónimos, las de la calle, los medios de
comunicación radiales y televisivos, las canciones que te
trinan, lo que se te ocurra). Y lo otro es la anécdota, la
piccola historia
que te brilló. Y ahora, como me decían los tanos de Padova:
“Pablo caccia il bisturi”.
Entre los artistas que prefiero te cito a Pascal
Quignard, Gerardo Deniz, Raúl Zurita, John Ashbery, Severo
Sarduy, Haroldo de Campos, David Rosenmann-Taub, George Perec,
Alfredo Fressia, José Kozer. Y entre mis influencias…, desde esa
movilidad en acción de cuadros de Edward Hopper, Ignacio
Zuloaga, Caravaggio o Francis Bacon, a films de Francois
Truffaut, Federico Fellini, Kurosawa, a poemas de Anne Sexton y
Anne Michaels, al Guillermo Enrique Hudson de
“Allá lejos y hace
tiempo”.
Pablo Queralt con Sandro Barrella, Mariana Bianchi, Úrsula Nolte
y Silvina Pastor
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Pablo Queralt con Rubén L. González, Jorge Rivelli y Silvia
Cirilho
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Pablo Queralt con músicos de un cuarteto de cámara en la
Biblioteca de San Isidro
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Pablo Queralt con Nicolás Pinkus, Mauro Lococo y Santiago
Castellano
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8 — En tanto
médico, sos un curador. Y lo sos (así consta en libros y en la
web) de la Biblioteca Popular de San Isidro.
PQ —
Además de coordinar allí talleres de poesía, soy el responsable
de un ciclo de poesía en el que desde 2013 han ido participando
poetas de diferentes regiones del país y hasta de Uruguay
(Lisandro González, José Villa, Susana Villalba, Marcelo Leites,
Rodolfo Edwards, Carlos Battilana, Esteban Moore, Carmen Iriondo,
Juan Salzano, Carlos Juárez Aldazábal, Sandro Barrella, Osvaldo
Aguirre, Vivian Lofiego, Juan
García, Daniel Samoilovich, Javier
Galarza, Juan Desiderio, Lucas
Soares, Graciela Perosio y muchos más). En distintos medios,
tanto de internet como en los diarios “Clarín”, “Página
12” y “La Nación” se han difundido notas sobre el ciclo de
poesía, pionera en San Isidro. He
creado el Festival de Poesía de San Isidro en la Biblioteca, que
ya en 2017 cumplió su tercera edición. Asimismo hemos realizado
un Concurso de Poesía para poetas Inéditos del que fui jurado
con el poeta Mauro Lococo.
Pablo Queralt con Norberto Barleand, Jorge Paolantonio,
Gustavo Tisocco, Humberto Botana y Susana Murguía
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Pablo Queralt con Mariana Suozo, Alejandra Mendé, Soledad
Fernández Mouján, Luis Cristóbal y Juan Desiderio
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Pablo Queralt con Margarita Drago, Paulina Movsichoff, Ana
Guillot, Sergio A. Giuliodibari, Brenda Mezzini, Ramiro Silber,
Mariel Monente, etc.
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9 — Al escritor
Rodolfo Fogwill [1941-2010] lo has conocido personalmente.
PQ — Era
un gran tipo. Entre otros, me obsequió ejemplares de su novela
“Los pichiciegos” y
de su poemario de 2003,
“Canción de paz” (en una de las dedicatorias me puso
“Al Dr. Poeta”). En
más de una ocasión, con su tono canchero, me acicateaba:
“¿Qué hacés que no estás
escribiendo…?” Fue un placer para mí cuando en “La Boutique
del Libro”, en el barrio de Palermo, tras la presentación de la
obra poética de Arnaldo Calveyra, y estando Fogwill en la fila
para que Arnaldo le firmara el ejemplar que había comprado, los
presenté: dos grandes escrituras y personalidades: tan
distintas, y unidas por un silencioso respeto. Ambos, descubro,
obtuvieron la Beca Guggenheim.
Me gustaría, Rolando, en esta respuesta, y por lo mucho
que me hubiera complacido hablar con él personalmente, agregar
que aunque sólo a través del teléfono, conversé en una
oportunidad con ese escritor cordobés que muchos admiramos por
su manera de encarar la poesía, Néstor Groppa [1928-2011], quien
concibiera y editara entre 1998 y 2009 los diez tomos que
conforman “Anuarios del
tiempo”. Cuando estuve en Jujuy, provincia en la que él
residió durante la mayor parte de su vida, hacía
poco que había fallecido.
Pablo Queralt con Marcelo Juan Valenti, Ana Danich, Tati
Solari Bosch, Pablo Castro Leguizamón, Alicia Salinas y Lisandro
González en 2015.
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Pablo Queralt con Luis Pereira Severo
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Pablo Queralt con Mariana Gutiérrez y Sandro Barrella
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Pablo Queralt en Rosario
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Pablo Queralt con Andrea Alonso en Toulouse, Francia
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10 — Jujuy.
Fuiste un colaborador asiduo en dos periódicos, uno de ellos de
esa provincia.
PQ
— Sí, entre
2011 y 2016. Del suplemento cultural del jujeño “Pregón”,
dirigido por la poeta Susana Quiroga, y del suplemento cultural
del diario “Punto Uno”, dirigido por el también poeta, cubano y
radicado en la provincia de Salta, Idangel Betancourt. Colaboré
con notas sobre las poéticas, por ejemplo, de Carilda Oliver
Labra, Aldo Oliva, Jorge Leonidas Escudero, Pier Paolo Pasolini,
Fina García Maruz, Héctor Viel Temperley… Y también otras fueron
apareciendo en la revista del Centro Cultural de la Cooperación
“Floreal Gorini”.
Pablo Queralt con Lucía Lastero, Fabián Soberón e Idángel
Betancourt en 2014
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Pablo Queralt con Lucas Soares, Ana Pinotti, Fernando Caniza,
Lisandro González y Carmen Iriondo
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Pablo Queralt con Juan Desiderio
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11 — En tanto has
incursionado en la traducción íntegra de un libro, me permito
preguntarte sobre cómo fuiste cursando esa experiencia. Y si
prevés proseguir.
PQ — En
2016, al salir del Museo de Orsay, en París, en una librería del
barrio Saint Germain des Prés, compré
“Ensemble encore”
del poeta francés Yves Bonnefoy. Al mes de regresar de
ese viaje comencé con la traducción, colaborando conmigo un
amigo médico. Los primeros poemas me resultaron engorrosos. Son
extensos, con un yo ausente. Topé con la dificultad en el uso de
los verbos (y qué persona usar). Pero a medida que persistía se
iba despejando esa enredadera de palabras. Fue un deleite.
Tengo previsto, sí, intentar la traducción de dos libros
que traje, en ese mismo viaje por Europa, de Londres: uno, del
poeta Thom Gunn [1929-2004], y el otro, de Alice Oswald.
Traducir, además de enriquecernos otorgándonos una mirada
distinta, nos posibilita utilizar vocablos que tal vez nunca
usaríamos, escudriñar por dentro al poeta en cuestión, su forma
de moverse con “las
palabras y las cosas”, como diría
Michael Foucault.
Pablo Queralt con Leonardo Martínez
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Pablo Queralt con Juan Desiderio y José Villa
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Pablo Queralt con Juan Desiderio y José Villa
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12 —
Transcribo de la novela
“Herejes” de Leonardo Padura:
“…aquella monserga
trascendentalista y mistificadora de Nietzsche —autor que, al
mismo nivel lamentable que Harold Bloom, Noam Chomsky y André
Breton, entre otros más, le resultaba de una petulancia de
profeta iluminado que le caía como la clásica y muy reconocida
patada en las partes más vulnerables de su anatomía—.” ¿Nos
trasmitirías tu parecer sobre lo que el narrador nos informa que
opina el protagonista de la novela?
PQ —
He leído muy poco al autor de
“Así habló Zaratustra”;
algo de “Ecce homo”,
por ejemplo. ¿Te acordás de la humorada de las pintadas cerca de
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA?: una,
“Dios ha muerto”:
Nietzsche. Y al lado,
“Nietzsche ha muerto”:
Dios.
Los filósofos son seres de luz, buscan el saber de un por
qué. Y todos aportan su cosmovisión, instalan una constelación
donde se mueven las ideas, las cosas, el hombre, el ser. Yo me
he interesado por Gilles Deleuze, con su transversalidad, el
rizoma, el Antiedipo, por Foucault (“Las
palabras y las cosas”,
“Vigilar y castigar”),
por Félix Guattari, algo de Giorgio Agamben, Roland Barthes (“Lo
neutro”), y en una época me atrajo Giambattista Vico con su
visión del mundo del
“corso y recorso”, que también cita James Joyce en el
“Finnegans wake”.
Ellos forman parte de esa incandescencia de lo que es para mí la
felicidad. Pero no concuerdo, no me parece lo que dice el
narrador, no sé.
Te cuento que he realizado estudios sobre Filosofía
durante tres años, en la década de los ’90, con la profesora
María Rosa Di Rissio. Analizamos desde los Presocráticos hasta
la modernidad, Sócrates, Platón y su mundo de reminiscencias y
las almas disponibles, Aristóteles (la luz que se posa sobre las
cosas para que sean visibles y su primer motor inmóvil moviendo
motores móviles), Tomás de Aquino y la
“Suma teológica”,
“Cartas de Abelardo y
Eloísa”, su bella y trágica historia de amor,
“Discurso del método”
de Descartes, John Locke (podemos saber la extensión del mar
pero nunca su profundidad), Immanuel Kant (nunca vemos la
realidad en sí misma sino lo que nuestros sensorios captan),
Hegel, Martin Heidegger, Baruch Spinoza…
Apasionante, pero mi materia es la poesía, a la que la Filosofía
añade ideas expansivas, disparadoras para el poeta.
Pablo Queralt con Jorge Montesino, Sandro Barrella y Ana
Arzoumanian
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Pablo Queralt con Idángel Betancour y Antonio Ramón Gutiérrez en
2012
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Pablo Queralt con Horacio Salas
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Pablo Queralt con Carlos Battilana
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Pablo Queralt con Carlos Juárez Aldazábal y Carlos Salem
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13 — ¿Tuviste, albergaste (albergás) alguna
historia que te hubiera gustado convertir en novela?
PQ —
Una autobiografía, aunque no fuera la
mía o si lo fuera, oculta como en
“Los diarios de Emilio
Rienzi” de Ricardo Piglia. Nunca me lo había planteado
(acaso proponiéndome este diálogo me diste el puntapié inicial).
Ya en poesía tengo un libro que iba a salir el año pasado,
“Biografía del trauma”,
y quedó en suspensión por un problema económico de la editorial
comprometida. En ese poemario jugué con una historia transmutada
en palabras de lo que fue parte de mi vida o de la vida en
general. Y cuentos: empecé una serie de enlazados sobre fútbol,
pero quedó en cinco o seis cuentos de tres o cuatro páginas, a
partir de anécdotas.
Pablo Queralt con Horacio Raúl Ramos
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Pablo Queralt con Guillermo Saavedra y Santiago Sylvester
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Pablo Queralt con Graciela Zanini
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14 — ¿Cuáles
serían para vos las cinco novelas inolvidables de la literatura
universal, y por qué?
PQ —
Me voy a referir a
“mis clásicos”, tal como lo expresó Ítalo Calvino: son los
libros a los que vuelvo, esos son. Y yo tengo los míos. Hablar
de géneros es un poco peligroso, aunque cuando un cuento supera
tal cantidad de páginas pueda llamarse novela… humm…, desconfío.
Como cuando Groucho Marx adujo que
“Nunca pertenecería a un
club que admitiera como socio a alguien como yo”. Tal vez
sea la factura o la organización, no sé, pienso en el desarrollo
de los personajes no dependiendo de la extensión; pero no es mi
materia: sólo soy lector de pocas novelas, cuentos, relatos, lo
que denominamos narrativa. Las dos
Marguerites
famosas me interesan: la Yourcenar con su
“Memorias de Adriano”,
y la Duras con “El
amante”, “La música”,
“El cine Edén”.
“Ulises” de James Joyce, sobretodo el primer capítulo y el
monólogo final de Molly Bloom, por su desestructuración y el
libre discurrir del yo poético, sus anécdotas y el sentido
interior y los detalles de veinticuatro horas en la vida. Ítalo
Calvino con “El vizconde
demediado” y “El
barón rampante”: me fascinó la concepción imaginativa de
árbol a árbol o esa idea de estar dividido, separado y buscar
encontrarse. Marcel Proust en
“Por el camino de Swann”,
el primer título del ciclo
“En busca del tiempo
perdido”, por la liviandad del rodar de las bicicletas, las
muchachas, todo ese aire.
“La divina comedia” del gran Dante Alighieri, y también
Virgilio con sus
“Geórgicas” y
“Bucólicas”. Entre “mis” clásicos, entonces,
“De la naturaleza de las
cosas” de Lucrecio, Catulo (sus odas), Aristófanes (“Las
avispas”, “Las aves”).
De nuestro Leopoldo Marechal,
“Adán Buenosayres”,
esa topografía del alma humana, del barrio de Villa Crespo, hay
algo de
hahnemanniano
allí, o de Tomás de Aquino, y toda la porteñidad. No me
olvido de “La cautiva”
y “El matadero” de
Esteban Echeverría.
Para mí, Borges, sin escribir novela, a todos sobrepasa…, por
ejemplo, en “El Aleph”.
“Trópico de capricornio”
y “Trópico de cáncer”
de Henry Miller, por el vocabulario, y la intimidad del mundo
artístico, su libertad para fluir.
“La metamorfosis” de
Franz Kafka. “El ruido y
la furia” de William Faulkner. Todos los cuentos del
uruguayo Felisberto Hernández, las hortensias, su mundo acuático
de sorpresas, inesperado. Ésa sería mi galaxia, como diría
Haroldo de Campos, de escritos o novelas, mi universalidad. Y
siempre recordando que lo más universal en el sentido de que
cualquier humano pueda entender, es el resultado de pintar tu
propia aldea.
Pablo Queralt con Fernando Canizza, Cecilia Perna, Silvia
Montenegro y Marisa Negri
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Pablo Queralt con Esteban Moore y Ana Guillot
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Pablo Queralt con el pintor Ignacio Zuloaga
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15 — ¿“Ir
siempre por más”,
“Fortalecer las relaciones”,
“Prodigarse demasiado”,
“Conceder un deseo” o
“Restablecer parámetros”?
PQ —
Me interesa “fortalecer
las relaciones”. La fortaleza, como bien sabés, Rolando, es
una de las virtudes cardinales (cardinal deviene de calle
central, el centro), que cuando opera para vencerse a uno mismo
y sostenerse ante algo, es la templanza, es la fuerza interior.
Y las relaciones serían el contacto, comunicarse, transmitir,
eso que nos une. La palabra, el afecto, la hermandad, la
compasión, el conocimiento. Eso me incita, esa idea. Los
maestros aconsejan que los deseos no nos gobiernen, sino
dejarlos fluir. Y el sabio no desea nada, solo fluye y toma todo
con la fruición de experimentar lo que le toca, que en
definitiva es lo que atrae, lo que necesitamos para mejorar o
para superarnos, un aprendizaje. Digamos que estar atentos,
despiertos para poder ver, sería ir por más, buscar un
crecimiento, el bien último: EL AMOR. El parámetro sería: ¿quién
sabe amar? Ese es el desafío de toda una vida, ser, no tener. Y
el amor es también prodigarse, dar, un sin medida, sin esperar.
Pablo Queralt con Eduardo Mileo, María Rosa Maldonado y Silvia
Dabul
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Pablo Queralt con Cristina Pizarro y María Chapp
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Pablo Queralt con Claudia Campos, Claudio Burguez, Luis
Bacigalupo, Carlos Battilana, Daniel Samoilovich, Juan Salzano,
etc.
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Pablo Queralt con Claudia Ainchil y Gito Minore
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Pablo Queralt con Alejandro Méndez, Jorge Santovsky, Flor
Codagnone, Paula Jiménez España y Alejandro Méndez Casariego
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16 — ¿Tendrás
algún episodio hilarante del que hayas sido más o menos
protagonista y que nos quieras contar?
PQ —
Muchos, imaginate, pero no los
retuve, son fugaces. El humor y la alegría es algo que nunca
debemos perder. Se dice que la forma en que enfrentás la negrura
es tu grado de felicidad. Ahora recuerdo, después de este
introito, que en la tierna adolescencia iba con dos amigos en la
provincia de Córdoba, en el trayecto de Cosquín a Bialet Massé
en un taxi, al concluir una noche del festival de folklore, y el
auto era tan viejo y zaparrastroso que en una curva, Raulito,
uno de los pibes, dijo:
“Agarremos la carrocería para no seguir con el chasis solo”:
todavía me sigo riendo.
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Pablo Queralt con Claudia Ainchil
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Pablo Queralt con Carlos Salem en Madrid, España, 2016
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*
Pablo Queralt
selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Ya viví una parte de mi vida como un funeral supe que
para amar hay que estar maduro sino es otra trompada más
en el ángulo
ya sabés que todo es transitorio por eso no querés ser infeliz
ahora sé
que soy el que no tiene imagen ni finisterre el que sigue
cuando
le entregan estas palabras en la mañana
y todo se derrumba todo
lo otro es lo mínimo de mí
el mitema el fabulema lo que no
terminé
de escribir y mi cuerpo pensó.
(de “Raros sentidos”)
*
Ahora que la
escena se retira
vas a ver
por dónde viene la marea
posiblemente
escuchés otra historia
pero soy el
que ama todo lo que no pudo amar fui criado
en esa
tristeza retenida y mi alma decidió
en el
momento equivocado con aquello que pasó y no fue
el timbre
todavía sonaba
en el
cerebro donde vivía
y donde
terminamos queriendo estar.
(de “Raros sentidos”)
*
Cuando el
día se retira
cuando
olvidamos nuestro nombre aquello que sigue siendo yo
aquello que
ahora viene cuando todo se derrumba en mi hora verdadera
y que
seguirá siendo lo mismo cuando haya pasado
espejea su
instante dibuja la dimensión
de lo
desconocido más allá de su cristal mental
nos mancha
con su azul con su insensata coherencia
con su luz
en que confío cada vez que despierto
sacude el
sueño en que estamos acostumbrados a vivir
la caja
cerrada donde está la respuesta.
(de “Raros sentidos”)
*
El cuerpo
conoce todas las respuestas
pero lucho
contra el llanto el dolor
como un
Sísifo más que sube su roca
hasta la
cima y así cada noche
hasta que la
roca no cae más
y en ese
equilibrio al salir de
la iglesia
decir para qué vine
e igual
seguirlo eligiendo
todas las
noches mato a cientos
de personas
y después de enterrarlos
me gusta
darles libertad
si nací es
para no volver a nacer
si muero es
para no volver a morir
salir de la
rueda darle una casa al corazón
zapato
amapolas de este atardecer
resolviendo
los problemas para destruir el destino
yo no soy
este cuerpo soy algo
que no
conozco esos sacos de agua
a cada lado
en el pulmón cada ala
solo estoy a
salvo en su música.
(de “Perfume animal”)
*
El azar es una arquitectura sin color
un knock a la quijada
que arroja su luna con sus casitas lúteas sus cuerpos
sus cielos escarbados oís hervir sus aguas
partir el pan
ahí quedaste colgado
atrapado en su crujido
en su luz pétrea en el arrullo
de los rayos de su mundo
que abren universos
o no llevan a ninguna parte
cierro los ojos leo su escritura
vamos arrimando el bochín
estoy acá en su huella pintado en su pared
colocando el agua para beber
el primer lenguaje del día.
(de “Ser y ser visto”)
*
En ese aire
de ir hasta el puente para sentir pasar los autos
bajo los
pies
su murmullo
que golpea para que la muerte sea lejana como
un viento
borrando el tiempo el amarillo que dibuja su retirada
y alza la
alegría
de olvido
solo para mirar lo que veo.
(de “Ser y ser visto”)
*
Como la
piedra que baja al fondo del río sigo desenrollando ese
susurro este
tiempo que alguien me dio volviendo a la vida en
el borde
trémulo
de la nube a
estas puertas en su horizonte infinito con mis
ruinas vivas
borrando huellas antes de pasar mi otra persona
su viejo
reloj su cuerpo lleno de silencio y agua jugando con su
corazón sin
pensamiento.
(de “Ser y ser visto”)
*
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Pablo Queralt con Arnaldo Calveyra
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Pablo Queralt en Londres, Inglaterra
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Pablo Queralt con Claudia Ainchil
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Pablo Queralt en Madrid, España
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Pablo Queralt en Londres, Inglaterra
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de San Isidro y Buenos Aires, distantes entre sí unos
25 kilómetros, Pablo Queralt y Rolando Revagliatti, 2018.
www.revagliatti.com
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