Patricia Coto: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Patricia Coto nació
el 17 de junio de 1954 en La Plata, capital de la
provincia de Buenos Aires (donde reside), la Argentina. Es
Profesora de Enseñanza Normal, Especial y Superior en Letras
(1976), Licenciada en Letras (1983) y Doctora en Letras (2010)
por la Facultad de Humanidades y
Ciencias de
la Educación
de
la Universidad Nacional de La Plata. Entre otras distinciones, obtuvo el Premio
Nacional otorgado por el Fondo Nacional de las Artes en la
categoría Ensayo, en 1986, por su libro “De narradores
populares y cuentos folklóricos argentinos”, publicado en
1988 a través de Ediciones Filofalsía; en el mismo género se
edita en 2013 “¿Qué dicen los migrantes cuando cuentan?” (Editorial
de la UNLP,
2013).
Fue incluida, por ejemplo, en las antologías
“Relatos para
morir con los ojos abiertos” (1997)
y “Poesía 36 autores” (1998).
Publicó los
poemarios “Libro
del vigía”
(1978),
“Libro de la memoria” (1982), “Libro del espejo ardiente” (1985),
“Libro de la frontera” (1992), “Libro
de navegación”
(2003), “Libro del humo” (2014).
1 — ¿Residís
en la misma casa en que naciste?
PC — En
la misma casa umbrosa donde vivieron mi madre y mi abuela. Allí,
desde muy chica, hubo más libros que otros objetos. Mantengo la
imagen de mi madre, regresando de diligencias, con compras y uno
o dos libros. Mi padre, que trabajaba frente a EUDEBA, en su
vieja sede de
la Avenida de Mayo, en Buenos Aires, volvía con
el diario “La Razón” y un modesto tomito de
esa editorial. Ninguno de esos libros se salvó de mi curiosidad.
En ese caserón, las paredes estaban tapizadas de libros, al
punto de que, en ocasión de un asalto, los policías que vinieron
a relevar huellas, no podían creer que fuera una casa de
familia: pensaban que era una biblioteca. Esa es mi sensación:
haber nacido y vivir en una biblioteca donde los libros son
bienes más valiosos que una caja fuerte. Por lo menos son cajas
de otra fortaleza. Sin embargo, también de mis padres aprendí a
prestar libros y, por una insólita magia, siempre volvieron. En
la adolescencia, como todo el mundo (exagero), empecé a escribir
para que maestras y profesoras me dijeran que todo era muy lindo
y me hicieran leer en actos escolares. Lo que no fue útil ni
formativo. Se necesita la crítica y, si es despiadada, mejor. Me
presenté a concursos literarios y obtuve premios, pero yo
prefería los comentarios que me permitieran crecer.
Patricia Coto con Ricardo Klala Domián, Deidamia Martín y Abel Robino
2
— Y habrá comenzado a suceder cuando en 1977 integraste el grupo
literario “Latencia”.
PC — Espléndida
experiencia, porque era una cooperativa intelectual.
Compartíamos lecturas de poetas contemporáneos y también
nuestros textos, intercambiábamos pareceres con enorme libertad.
Trato de repetirla en cada ámbito en el que me toca actuar. En
aquel grupo estaban Abel Robino, que lo dirigía, Juan Carlos
Gago, César Cantoni, Graciela Buzetta, Ricardo Klala Domián,
Aníbal Amat, entre otros. Yo había estudiado Bachillerato en
Letras y quise entrar en la Escuela de Periodismo, que
fue clausurada en esa época. Lo que me llevó a inclinarme por
Letras en la Facultad de Humanidades,
sin que la docencia fuera mi principal objetivo. Sin embargo la
carrera me gustó, sobre todo porque tuve muy buenos profesores
que, además, eran excelentes poetas, como Rodolfo Modern
[1922-2016]. Él nos leía poemas, propios y ajenos, y muchos nos
quedábamos, después de la clase, para disfrutarlos. Fue para mí
un ejemplo, porque, cuando nos explicaba las circunstancias de
su escritura nos estaba transmitiendo lo más importante: la
“cocina” de su escritura, sus dudas, su trabajo para transformar
sus intuiciones en
palabras. Ese rigor en la tarea poética fue lo que más me
impresionó.
Patricia Coto con Silvia Real, Susana Vigo, Claudia Sarbi,
Jorge Vázquez, Susana Bogue, etc.
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3 — También en plena dictadura publicaste tu primer
poemario.
PC — Asesorada
por Ernesto Girard, quien para todos fue un apoyo en los temas
referentes a la gráfica de la poesía. Con él todos los poetas de
la generación del ‘70 comprendimos la importancia del poema bien
impreso. Ese aspecto debe ser un puente entre el autor y el
lector, porque si la impresión no es clara, se nos cae el poema.
Aprendimos a valorar el espacio en blanco, la disposición de
dibujos, los márgenes. Fue como los copistas medievales, un
maestro. Y así tomamos conciencia de que el libro es un objeto
valioso en su totalidad, no sólo por su contenido.
Patricia Coto con R. Dalceggio, Horacio Laitano, Abel
Robino, César Cantoni, Atilio Chiesa, etc., en 1978
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4
— ¿En qué lapsos, con quiénes integraste los grupos literarios
“Contrastes” y “Los Albañiles”?
PC — “Contrastes”
fue un grupo que trabajó mucho en torno a la década del ‘80.
Recuerdo a Víctor Hugo Valledor y Susana Dakuyaku; a Hugo
Insaurralde, que editó poco pero de muy buen nivel; a Rubén
Ángel Gutiérrez, que falleció, dejando poemas y prosas que sería
necesario releer; a Cristina Sathic, a Celia Álvarez, quien casi
no ha publicado; a Martha Roggiero, que sigue escribiendo aunque
difunde poco. “Los Albañiles” se constituyó después del ‘84,
con, por ejemplo, Julián Axat, quien ha publicado varios
poemarios y se halla muy comprometido con la defensa de los
derechos humanos; Jorge Pineiro, que escribió poesía y cuento y,
después de su muerte, permanece prácticamente inédito; Diego
Vallejo, con prácticamente un único libro editado. Nuestras
charlas eran interminables porque todos los temas derivaban
hacia la poesía, hacia el valor de la palabra.
Los dos grupos eran muy distintos. “Contrastes”, como su
nombre lo indica, estaba conformado por gente de distintas
edades y trayectorias: Pedro B. Palacios (Almafuerte) se daba la
mano con Oliverio Girondo. “Los
Albañiles”
opinábamos, leíamos y escribíamos, vivenciando la poesía como
una construcción, algo de un orden colectivo. Lo que fui
internalizando lo dispuse para mi tarea al frente de talleres
literarios: comunidades libres, autogestionadas, respetuosas
pero edificando diferencias. Tal vez no haya mayor poesía que
esa “metapoesía”, la que surge del discurrir de lectores,
escribidores, hablistas, palabristas.
Patricia Coto con Rafael Felipe Oteriño, César Cantoni,
Guillermo E. Pilía, Jorge Anagnostópulos, José Luis Moure, María
Elena Aramburú, Horacio Castillo, hijo, en 2015
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Patricia Coto con Silvia Cecilia Pastega, Norma Adela
Marchessi y Ana María Bozzini
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5 — Tu veta de
investigadora ya habría despuntado. Y prosiguió a lo largo de
las décadas.
PC — Despuntó
respecto de la narrativa oral, casi una cenicienta de los
estudios literarios. Durante mucho tiempo tomé ómnibus que me
trasladaban a los suburbios semi-urbanos de
La Plata
y de Berisso, donde estaban arraigados residentes provincianos,
que, después de rondas de mates, contaban sus anécdotas,
cuentos, leyendas y fábulas. Con esos trabajos logré obtener mi
licenciatura y mi doctorado. Mi tesis de doctorado, resumida,
fue publicada por
la Editorial de la Universidad Nacional
de La Plata. Me
centré especialmente en las narraciones orales de provincianos
y, como grupo de contraste, los migrantes europeos, como los
ucranianos y los lituanos. Es un mundo tan mágico como la poesía
donde se unen la Telesita y un famoso
mendigo: Sietesaco, y un no menos famoso delincuente: Caballo
Loco.
Patricia Coto con César Cantoni, Ricardo Klala Domián, Abel
Robino, Horacio Castillo, Atilio Chiesa, G. Buceta y Juan Carlos
Gago en 1978
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6
— ¿Qué dicen los migrantes cuando cuentan?...
PC — Precisamente
ese es el título de la tesis porque, como se aclara en el
prólogo, lo que deseo es transcribir sus narraciones; pero
también mostrar su contexto. Los provincianos de Berisso y de
Los Hornos pueden contar historias muy parecidas, pero sus
vivencias son muy diferentes e influyen en la interpretación de
sus narraciones. En el libro transcribo narraciones iguales en
su contenido, pero el contexto les da otra significación social.
Recuerdo algunas sobre milagros de curación, realizados por la
advocación de María Rosa Mística. En Berisso, se centraban en
problemáticas de salud; en Los Hornos, en la desocupación. Una
conclusión posible sería que la falta de trabajo era vivida por
una comunidad como una enfermedad.
Patricia Coto con Pablo Javier Cipolla, Cristina Sathik y
Guillermo Eduardo Pilía
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7 — ¿Y en tu actualidad?...
PC — Próxima
a mi jubilación, no quiero renunciar a la docencia de la poesía
y al estudio de la oralidad, como signo de identidad de un
grupo. He comenzado a estudiar Antropología en
la Facultad
de Ciencias Naturales y a leer toda la poesía en prosa y en
verso que pueda. Nací entre libros; espero envejecer y morir
entre ellos. Son amigos silenciosos, que escuchan, preguntan y
dan todo de sí.
Patricia
Coto con César Cantoni, Atilio Chiesa, Abel Robino, Graciela
Busceta, Ricardo Klala Domián y Aníbal Amat en 1978
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8
— De las varias reseñas que te han difundido en la “Revista de
Investigaciones Folklóricas”, una es sobre “Cuentos orales de
adivinanzas” de Constantino Contreras, y otra sobre “Mesías
y bandoleros pampeanos” de Hugo Mario.
PC — Sí,
Martha Blache, la directora de la publicación, me confiaba la
realización de comentarios sobre libros concernientes a la
narración oral. Siempre me pareció admirable que los
antropólogos sociales se detuvieran en la intrahistoria, en la
historia de la vida cotidiana que se manifestaba, con todos sus
matices, alegrías y amarguras, en las breves expresiones de un
narrador popular, de un testigo de los hechos. Escribir esos
comentarios fue muy positivo porque me permitió pensar qué clase
de investigaciones deseaba efectuar. No me atrae el planteo
teórico puro. Quiero lo que muestran esos volúmenes comentados:
la vida, la experiencia individual y colectiva que se convierte
en patrimonio de todo un grupo y evoluciona con el tiempo. Tal
vez esa sea la tradición oral. Especialmente pensar en cuentos
que enmarcan poemas o adivinanzas me permitió una flexibilidad
mental para las estructuras de los distintos textos, que no
tenía. El volumen sobre mesías y bandoleros me incitó a
reflexionar sobre los héroes populares, no quedándome en simples
biografías, sino en su significación social.
Patricia Coto con otros poetas en Isla Paulino, provincia
de Buenos Aires
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Patricia Coto con el poeta Carlos Barbarito
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9 — Has ejercido la docencia en distintas facultades y en otras
instituciones, y de varias materias —por ejemplo, de Oratoria—,
además del dictado de cursos, talleres y seminarios.
PC — Lo
estimulante de la docencia, lo que a mí me conquistó, fue la
posibilidad de transmitirles a los alumnos el valor de la
palabra, la capacidad de la palabra para crear un mundo ficticio
que, en la imaginación del lector, puede tener más vida que la
vida misma. Al mismo tiempo, me interesó incluir en los
programas de estudio, la lectura y el comentario de poetas
contemporáneos. He disfrutado enormemente la fascinación de mis
alumnos ante un poema bien escrito, que, tal vez, les costaba
comprender totalmente y, luego, escuchar sus interpretaciones.
Un adolescente puede ser el mejor de los lectores porque pone en
juego un porcentaje muy alto de intuición.
De la materia Oratoria he sido profesora (de 2002 hasta marzo de
2005, cuando fue suspendida en su dictado por cambio de
programa) en el segundo año de la carrera de Locución, en el
Instituto Superior de Enseñanza Radiotelevisiva. Un Locutor
Nacional puede ser un gran difusor de poesía en un programa de
radio. Nunca se sabe quién puede escuchar un poema y qué
emociones provoca.
Patricia Coto con Norma Adela Marchessi, Ana María Bozzini
y Silvia Cecilia Pastega
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10 — Pedro Salinas. Obtuviste una beca de investigación y
docencia en el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid
por tu tesina “La preocupación estética en la poesía de Pedro
Salinas”.
PC — En
1980 asistí al XXIV Curso para Profesores de Lengua Española y
escribí esa tesina porque la poética de Pedro Salinas me
deslumbró. Escribía poesía, pero desarrolló una gran labor como
ensayista, para analizar obras literarias y estudiar la relación
del ser humano con el lenguaje. Mi asombro provino de esa
capacidad para ser poeta, iluminando a otros poetas. Su obra
poética es prácticamente ignorada. Asimismo sus ensayos sobre
otros poetas y sobre la épica medieval son poco leídos. En la
actualidad, hay una preferencia por formas muy estrictas de
análisis de discurso (la semiótica, la pragmática); pero se
pierde su valoración como testimonio de una cultura, de una
época y de un modo de encarar e instrumentar el lenguaje. La
reflexión debería asentarse en el lugar que ocupa un determinado
poeta en su contexto y en qué cambios (no solamente literarios)
generó con su obra.
Patricia Coto con Nélida Santa María, María Andrea Bardi,
Susy Freijo, Nora Trotta, etc.
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11
— Incursionaste en el periodismo cultural: gráfico y radial.
PC — En
radio, muy poco. Me sentí motivada a difundir poesía por ese
medio no tan habitual. Mientras lo hice, trataba de imaginar un
enfermo en un hospital o un sereno en una guardia y, entonces,
me parecía que ese momento los reconfortaría.
Patricia Coto con Nélida Santa María, María Andrea Bardi,
etc.
12
— Vigía, memoria, espejo ardiente, frontera, navegación,
humo. Nuestros lectores habrán advertido que los títulos de
tus poemarios comienzan con la palabra “libro”.
PC — Sí,
enlaza con lo que conté sobre el protagonismo que los libros
tuvieron y tienen en mi casa. Diría que son seres vivos, espejos
vivos y no solamente se dejan leer, nos llenan de preguntas, nos
inquietan, nos empujan a la vida, nos colman el espíritu y se
desbordan. El libro es una de las creaciones más extraordinarias
de la humanidad y dará permanente testimonio de lo que somos. En
la actualidad, cuando veo a mi hijo leer un libro en la
computadora y, cuando se entusiasma con un autor, comprar otros
títulos, me convenzo de que el libro no morirá nunca. Se han
diversificado las formas textuales, pero el libro perdurará.
Pergaminos, códices, cuadernillos, pantallas, siempre habrá
palabras sobre una superficie, para sembrar en las miradas.
Patricia Coto con Dante Juan Franz, etc.
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Patricia Coto con Martha Florencia Roggiero, Pampi Camozzi,
etc.
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13
— “Donde
mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido
por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde
mueren las palabras, Patricia?...
PC —
Las palabras mueren donde y cuando son usadas con insidia, con
negligencia, con agresividad. Como yo creo en el poder de la
palabra, siento que si es mal instrumentada, se la asesina.
Felizmente para las palabras también hay modos de resurrección.
Se reconstruyen, se resignifican, en el habla cotidiana, en la
literatura, en el teatro, en el cine. No puedo olvidar el
asombro que me provocó escuchar a un Ingeniero Agrónomo hablar
de “la dormición de la
hierba”. Supuse que era una frase personal; pero me aclaró
que era un tecnicismo para definir el proceso de sequía del
césped para resurgir en primavera. La misma sensación tuve un
día, dando clase, cuando les pedí a mis alumnos que propusieran
ejemplos de oraciones unimembres, como títulos de películas, por
ejemplo. Era la época de la guerra en Yugoeslavia y uno de los
chicos dijo: “El cielo de Kosovo”. Me quedé impresionada porque
había captado un nivel de lenguaje que va más allá de la
comunicación lineal.
Patricia Coto con María Inés Pallero, Juan Antonio Seda,
Mariano Garcés Grizi, etc.
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Patricia Coto con César Cantoni, Alfredo Benialgo y
Alejandra Taylor
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14 — ¿Has intentado la narrativa? ¿A qué cuentistas
latinoamericanos destacarías y porqué?
PC — Sí,
he realizado algunos intentos, pero tengo el inconveniente de
que la prosa se me contagia de lirismo. La narración me queda
como un puente inconcluso, que cuelga en el aire. Como
narradores, me captura Julio Cortázar, con su juego
aparentemente inocente con el lenguaje; Jorge Luis Borges, por
supuesto, que desafía la inteligencia del lector; y destaco a
Juan Carlos Onetti y a Juan Rulfo, por la capacidad para
describir atmósferas emocionales y lugares, con sus seres
humanos y sus problemáticas. También me impresiona Roberto Arlt.
Fue el maestro de una literatura muy testimonial. Pudo mostrar
vidas marginales, con un estilo excepcional. Además (sale mi
veta docente) me parece cautivante el uruguayo Horacio Quiroga.
Hay cuentos suyos a los que no les sobra una coma. Otro autor
interesante es Manuel Mujica Láinez. Puede parecer un
preciosista de la prosa; pero va más allá, cuando plasma
travesías humanas sometidas al desencanto. Y hay narradoras
magistrales como Silvina Ocampo.
Patricia Coto con María Andrea Bardi, etc.
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15 — ¿Nutria, búho, oso, reno o foca?
PC — No
sé qué responder porque creo que todos los animales son una
parte de este rompecabezas que constituye la vida. Me llama
particularmente la atención el búho: pude ver uno, en casa de
unos amigos, y observar cómo el animal, aparentemente
imperturbable, participaba de las impresiones que nos provocaba.
Durante todo el tiempo de nuestra visita, sentí que el ave nos
analizaba pero con una mirada pacífica, no inquisitiva, como una
mirada de estudio, de conocimiento. No debe ser casual que
aparezca como símbolo de la sabiduría.
Patricia Coto con Leandro F. López, Pablo J. Cipolla,
Carlos Barbarito, Néstor Mux, Guillermo E. Pilía, Claudia
Baldoni, etc.
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16 — ¿Acordarías con la poeta Irene Gruss en que de las
corrientes poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el
surrealismo, el objetivismo y el neoclasicismo”?
PC — Todas
aportaron para lograr que la prosa y la poesía se
revolucionaran. A partir del surrealismo se gestó una nueva
manera de escribir y de leer, una manera de independizar a la
literatura de la explicación lógica de la realidad. Después, el
objetivismo y el neoclasicismo trataron de lograr un equilibrio,
en medio de visiones tan caóticas. Lo importante es que no
volvemos a acercarnos a la literatura como si fuera una manera
natural de leer. Estamos más exigidos, como lectores, desafiados
a no caer en interpretaciones fáciles o cómodas. Lo interesante
también es que esta rigurosidad de la lectura y de la escritura
se puede trasladar a otros planos, como los estudios
sociológicos, políticos, económicos. Revolucionar la literatura
ha servido para revolucionar el mundo y eso es impagable.
Patricia Coto con Irma Pérez, Ángela Maldonado, Alicia
Elena Maldonado, Rocío Rodríguez y Ángel Mario Maldonado
Patricia Coto con Guillermo Eduardo Pilía
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17 — ¿Dos
o tres lugares donde hubieras querido nacer y crecer?
PC — Yo
estoy muy contenta con haber nacido y crecido en La Plata, que me garantizó una vida bastante
provinciana, a una hora de los grandes avances de la ciudad de
Buenos Aires. Por afinidad de mi trabajo de campo, también me
hubiera gustado nacer y crecer en la cercana Berisso. Es una
ciudad de escasas dimensiones pero que reproduce una imagen del
mundo: hay comunidades de distintos países y de nuestras
provincias. Otra es Santiago de Compostela, por la tradición de
los peregrinos que, a lo largo de siglos, han ido con su fe a un
lugar que hasta hoy es un faro de cultura y de comunicación
entre distintos grupos.
Patricia Coto con César Cantoni, Alejandra L. Taylor,
Alfredo Benialgo, etc.
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Patricia Coto con Horacio Preler, Ángela Gentile, Abel
Robino, Norberto Antonio y Guillermo Eduardo Pilía
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18 — ¿Qué
poetas argentinos considerás que han sido cruciales en tu
formación como lectora y como poeta y qué encontraste en sus
obras de decisivo?
PC — Ricardo
Molinari, por su capacidad para describir con gran lirismo y
hacerme sentir en el ámbito descripto; Hugo Mujica, por el
carácter metafísico de su poesía. Me conmueve Roberto Juarroz:
es como leer poemas-preguntas, poemas donde queda abierto un
interrogante que no puede ser respondido. Olga Orozco, por su
modo de delinear estados anímicos, con un vigor fortísimo. En la
misma línea, Amelia Biagioni o Diana Bellesi. Y de mi ciudad,
por su disciplina, por su rigor en el uso del lenguaje, destaco
a César Cantoni.
Patricia Coto con Guillermo E. Pilía, César Cantoni, Gustavo
Caso Rosendi, María del Rosario Tabárez y Leopoldo Brizuela en
1998
19 — ¿Qué encuentros con escritores han ejercido en vos una
influencia perdurable?
PC — Recuerdo
largas tertulias con Horacio Castillo, un poeta excepcional, que
permanentemente promovía a los más jóvenes y toleraba nuestras
inmadureces. Horacio Preler, quien nos inquietaba con sus dudas.
Rafael Felipe Oteriño, explicándonos los procesos de creación de
sus poemas. Y un escritor significativo, aun para disentir, es
Víctor Redondo: gran reflexivo de la función del poeta en la
sociedad.
Patricia Coto con Federico Minervini, Celia Álvarez, etc.
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Patricia Coto con Carlos Barbarito, etc.
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20 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas de estos tres
europeos?: el inglés John Keats (1795-1821), el italiano Giacomo
Leopardi (1798-1837) y el alemán Hermann Hesse (1920-1962).
PC — Desgraciadamente
a los tres los he leído en versiones al castellano y eso no me
permite apreciar la fuerza de sus palabras. Sin embargo, John
Keats me impresionó por su búsqueda de un nuevo lenguaje, que
anticipa el Romanticismo. De Giacomo Leopardi me ha parecido
excepcional su destreza descriptiva; he visto y sentido los
paisajes. Hermann Hesse me ha interesado por su capacidad para
mostrar el drama del existir humano, la desazón, el camino hacia
un horizonte que siempre se aleja.
Patricia Coto con César Cantoni, Guillermo Eduardo Pilía,
Alejandra Taylor, etc.
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*
Patricia Coto selecciona poemas inéditos de su autoría para
acompañar esta entrevista:
I
Escribir otra vez.
Como si fuera fácil,
como si fuera un placer, un viaje,
inocente viaje en torno al día
que sacude las sienes, puebla la sangre
de otras sangres y deja un río abierto
en el corazón de la mañana.
Escribir y esperar mientras el poema clama,
mientras una tormenta se levanta de cada línea.
Escribir y todas las voces se alzan entre cenizas
cuando entre las palabras, surgen fogatas
de incansable amor, de siempreviva espera.
Escribir y que la mano quede sedienta,
sobre papeles que no dejan de arder.
Escribir para que el tiempo no se deshoje,
no ceda al dolor ni al desespero.
Escribir y que el poema alumbre.
II
A veces se escribe demasiado
y es preferible el desierto silencio,
la callada voz de las cosas
que claman por otra vida en la imaginación
y en las pieles del alma.
A veces es necesario cerrar las comisuras
de los poemas y de las hojas,
para que otra voluntad gane el día,
para que otra esperanza se abra
de par en par
y exija una curva del mundo
que no exista, que sea necesario crear.
A veces, el poema debe tener
más silencio que palabras,
más huecas páginas que ruidos
briosos.
III
¿Qué poema se puede escribir
cuando el sol, aunque brille,
está sin memoria y descalzo?
Mejor, dejar la página en blanco
y esperarlo todo, hasta lo inesperado.
Mejor cerrar los ojos y que el alma del alma
pueble con sus luces la luz del mundo.
Mejor no decir nada y quedarse
a solas con las palabras no dichas.
A solas, con las palabras no nacidas.
IV
A la poesía hay que entrar
con los pies desnudos y sin sombra.
Hay que tantear suavemente
las paredes ásperas del poema
que lucha entre las frondas y la luz.
A la poesía, hay que asegurarle las ventanas
para que el viento no derribe el fuego ni la aurora.
V
No escribas por hábito, por costumbre.
Escribir es algo más que una gimnasia de la mano.
Escribir es algo más que un juego de los ojos.
Escribir obliga al tremolar de las ideas,
de las emociones, de las nostalgias secretas,
de las amarguras eternas en el paladar del día.
Sin embargo, escribir es una hambruna del corazón.
Aunque no se escriba, hay poemas en hojas transparentadas
que giran en el viento de los haceres de la razón.
VI
Cuando el alma se cansa de hablar en el desierto,
cuando la voz es arena y piedra partida,
¿tendremos que salir a buscar otras palabras?
Mientras en el mundo, todo parece caer,
¿podremos conservar altas voces?
Otras formas de clamar
que no sólo nombren nuestros días.
¿Será posible un nuevo mundo
cuando lo nombremos,
cuando de sólo nombrarlo
la boca sea un horno de pan,
un caldero perpetuo?
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Patricia Coto con Alejandra Taylor y Alfredo Benialgo
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Patricia Coto con Alfredo Benialgo
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Patricia Coto con Ana María Dupey, María Inés Palleiro, etc.
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos
sesenta kilómetros, Patricia Coto y Rolando Revagliatti, 2016.
www.revagliatti.com
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