Paulina Juszko: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Paulina Juszko nació
el 18 de febrero de 1938 en La Plata, capital de la provincia de
Buenos Aires, y reside en Villa Elisa, localidad del aglomerado
urbano Gran La Plata, Argentina. Cursó los profesorados de
Letras y de Francés en la Universidad Nacional de La Plata, sin
completarlos. Se desempeñó en tareas docentes: asistente social
(Dirección de Psicología y Asistencia Social Escolar), profesora
de francés (Alianza Francesa de La Plata) y traductora. Colaboró
en diarios y revistas de su provincia, ha sido incluida en
antologías e incursionó en radio como columnista o
co-conduciendo en varios programas. En francés y en castellano
dictó conferencias y participó como ponente en Encuentros y
Jornadas de Escritores. Coordinó talleres y mesas de debates,
integró jurados en diversos concursos y ha sido traducida al
italiano y al ruso. En 2006 recibió el Premio Virtud a la Ética,
el Trabajo y la Solidaridad (Ministerio de Desarrollo Social de
la Nación – Fundación “Principios”) y en 2009, en ocasión del
Día Internacional de la Mujer, la distinción Mujer Destacada de
Villa Elisa (Delegación Municipal). Publicó dos poemarios: “Poemas
del Yo dios” (1957) y “Chant posmoderne” (1990, en
francés); tres novelas: “Te quiero solamente pa bailar la
cumbia”(Ediciones de la Flor, 1995), “Esplendores y
miserias de Villa Teo” (Ediciones Simurg, 1999; Tercer
Premio de Novela 1998 del Fondo Nacional de las Artes) y “El
año del bicho bolita” (Editorial Dunken, 2008); un volumen
de ensayo: “El humor de las argentinas” (Editorial
Biblos, 2000); y una obra de carácter testimonial: “Vivir en
Villa Elisa” (Libros de la Talita Dorada, 2005; declarada de
Interés Cultural por la Municipalidad de La Plata).
1 — Ciudades rioplatenses, las tuyas.
PJ — Infancia
en Berisso, juventud en La Plata y madurez en Villa Elisa. Soy
hija de inmigrantes procedentes de la aldea de Zuchowicze (en la
actual Bielorús). Fallecieron poco después de llegar a Berisso.
“Mis orígenes se remontan a la sal:
saladeros de don Juan Berisso y lágrimas. La sal conserva,
saboriza, alivia y desinflama; pero también corroe, esteriliza y
mata. Lágrimas de desarraigo de nuestros padres, lágrimas que
aumentaron la salinidad del mar para convertirse en nostalgia al
desembarcar. Disueltas en el río de orilla fangosa y llena de
cangrejales… Fue cuando empezó a manar, dulce y salobre a la
vez, el silencioso canto del trabajo.”
En un texto titulado “Beribel” —que se publicó en la revista de
la Asociación de Entidades Extranjeras en ocasión de la 23ª
Fiesta Provincial del Inmigrante (octubre/2000)— yo comparaba a
Berisso con la torre de Babel:
“También fue un intento de
tocar el cielo con las manos. También fue abatido al cerrar los
frigoríficos Swift y Armour. Pero ellos sobrevivieron, agarrados
con uñas y dientes a las ruinas. Habían aprendido a entenderse
pese a la multiplicidad de lenguas. Eso y una extraña
pertinacia, aunada a un extraño amor, les permitió reconstruir y
reconstruirse. Entonces Él —que es versátil—
los premió con nietos que
hablaron todos el mismo idioma.”
En cuanto al lugar donde ahora habito, mi
“petite patrie” de
adopción, alguna vez lo describí así:
“Villa Elisa agreste, desprolija, barrosa. Te salvan
tanto cielo magrittiano
tantos trinos
tanto susurrar de frondas
tantos zumbidos en el aire de verano
tanta frescura de brisa en la piel recalentada
tantos perfumes en las noches quietas
tanta densidad de silencio en las mañanas.”
La Plata, esa ciudad geométrica, nunca me inspiró un
sentimiento profundo. A Berisso de chica lo odiaba porque me
parecía feo, a Villa Elisa aprendí a quererla con el tiempo,
pero La Plata me parece una ciudad muy “careta”. Aunque se me
identifica sobre todo como escritora platense.
Me
considero un producto de esa inmigración que no consiguió hacerse
la América y ni siquiera vivió lo suficiente para
contarlo, una self made woman en todo sentido —material y
espiritual—, y un exponente acabado de la decadencia
finisecular.
Paulina Juszko con Marina Kohon, María Paula Mones Ruiz,
Alicia Pastore, Ana Guillot, etc., en 2012
2 — ¿Pecados, virtudes, adoraciones, odios…?
PJ — De
los pecados capitales los tengo todos menos dos (les dejo la
inquietud de adivinar cuáles me faltan). Me adornan pocas
virtudes: lucidez, amor por la justicia, generosidad, valentía,
fidelidad, perfeccionismo, puntualidad; en cambio, los defectos
pululan en mí: soy colérica, gruñona, peleadora, impertinente,
brusca, altanera, ambiciosa, eternamente insatisfecha… Alguien
dijo (creo que fue Balzac) que el peor de todos los defectos es
no tener ninguno.
Amo la belleza, la inteligencia, el humor, la elegancia,
los viajes, las piscinas, la siesta, la lectura, los jardines,
el buen vino, los perros… Adoro a mis mascotas, las dos perras
Bubú y Nana y el gato Kuro. Odio la reiteración, los koinós
topos,
la
parlalpedo, el
lenguaje altisonante, el sentimentalismo barato, la moralina, la
mentira, las películas de acción, el fútbol… Cultivo numerosas
manías, como repetir hasta el cansancio alguna palabreja o
nombre que se me ocurre al despertar o dar vuelta las galletitas
para que presenten todas el anverso.
Soy un ser esencialmente solitario, pero no me disgusta
socializar de cuando en cuando y alguna vez escribí al respecto:
“A veces me canso de mi
vida de loba y me pongo la piel de cordera para asistir a sus
ágapes. Al principio sus balidos me resultan interesantes,
armoniosos y tan correctos, nunca una nota más alta que la otra:
las bondades del corral, los premios obtenidos en las
exposiciones, la calidad de ciertas pasturas, las delicias
ovinas del amor, de la procreación… Escucho pacientemente, pero
no puedo balar. Mi desasosiego crece, me pregunto qué pasaría si
de pronto lanzara un aullido, uno solo, largo y desesperado. Si
abriera una boca llena de dientes carniceros para aullar mi
soledad, mi rabia, mi dolor. Las imagino desertando la mesa,
huyendo despavoridas, en desorden, con balidos horrorizados pero
literarios al fin, siempre con altura, con elegancia. Con ese
savoir faire que una loba sin manada nunca podrá tener.”
Descreo del amor de pareja, donde siempre hay uno que
quiere fagocitar al otro. Suscribo a lo que piensa Susan Sontag:
es una ficción esencial, una danza más del ego solitario. Sólo
tocamos “la envoltura de
un ser cuyo interior accede al infinito” (Proust,
“La prisionera”). Amé
a varios hombres —evidentemente nadie escapa a la ley natural—,
pero si hago el balance, hubo más pena que gloria. Mi matrimonio
con un pintor duró muy poco. Priorizo actualmente otros
sentimientos que me parecen más humanos: la solidaridad, la
estima, la amistad. El amor es exclusivo, totalitario, exigente,
lleva a excesos que después lamentamos. Y es volátil porque no
se basa en la estima.
No quise tener hijos porque, como dice un personaje de
Balzac, “no aprecio lo
suficiente la existencia para hacerle ese triste presente a un
semejante” (“El cura de pueblo”). Soy atea y tengo una visión pesimista de la
naturaleza humana; otro escritor francés que cultivaba el más
negro pesimismo, Anatole France, aceptaba que pudieran existir
en algún mundo desconocido seres más malvados que los humanos,
pero eso le resultaba prácticamente inconcebible.
El momento más decisivo de mi vida fue aquel en que
contemplé —teniendo siete u ocho años— la tapa del “Billiken”
donde una niña miraba la misma tapa: la noción del infinito,
como un siniestro alfanje, me abrió la cabeza en dos; todo
perdió brillo, mi cielo se nubló para siempre. Esto se agravó
más tarde con la pérdida de la fe religiosa. Soy una marginal
que no logró salir de la edad de los porqués y sabe que no hay
ninguna respuesta.
Desde muy pequeña me fascinó la palabra escrita;
comprender cómo se unen las letras para formar palabras fue un
deslumbramiento, la adquisición de la lectoescritura un segundo
nacimiento, el más importante. Desde entonces soy lectora
compulsiva. Una de las cosas que contribuyeron a abrirme la
cabeza fue un cuento cuyo título se me olvidó (¿“La princesa de
los gansos”?) y donde una joven —por motivos que tampoco
recuerdo— usaba una horrible máscara; un día, creyéndose sola,
se la quita y, en lugar del rostro de la “zafia lugareña”,
aparece el de una bellísima dama. Más allá de lo insólito que
podía resultar ya a mi edad el hecho de afearse voluntariamente
—sobre todo tratándose de una mujer— lo que quedó grabado en mi
mente con caracteres indelebles fue la expresión “zafia
lugareña”, que superaba mi vocabulario infantil y tuve que
buscar en el diccionario. Esas dos palabras fueron mi llave de
ingreso al mundo de la literatura. ¿Así que las cosas podían
decirse de distinta manera y había formas mejores que otras…?
Porque comparando “tosca campesina” y “zafia lugareña” no cabía
la menor duda: me quedaba con la última. No hubiese sabido
explicarlo, sonaba más lindo, algo así como los versos. ¿Intuía
ya que la literatura es un modo de existencia, que el lenguaje
no se limita a reproducir el mundo, sino que puede producirlo?
Soy una gozadora nata. Una gozadora amargada, carente de
muchos de los placeres a los que aspiró y aspira. De naturaleza
indolente y condenada a una vida de laboriosidad, actualmente
puteo contra el menor esfuerzo físico, tiendo cada vez más a la
catatonia. Me resulta intolerable la obligación, la presión para
hacer algo, aun viniendo de mí misma. No hay lujo comparable al
del tiempo que se pierde: hacer un paro total de actividades
cotidianas para vagar sin un propósito definido por la casa o el
jardín, enderezando un cuadro aquí, cortando una flor seca o una
rama desangelada allá, viendo si brotaron las semillas, jugando
con las perras…¡qué delicia! Ese tiempo que no empleo en nada
preciso, que se me va en pavadas, es en fin de cuentas el mejor
empleado, el más rendidor, ya que me brinda más felicidad.
¿Necesito la mente vacante, un estado vecino de la animalidad,
para rozar por instantes la beatitud?
No puedo comprender a los viejos fanáticos del laburo;
por lo general es una tapadera, una manera de escapar del vacío
interior, una forma de desperdigarse. Y si realmente amamos
nuestro trabajo durante muchos años, ¿no llega un momento en que
debemos descansar, recogernos, sumergirnos en nosotros mismos
buceando en busca de ese yo profundo del que hablaba Proust?
Paulina Juszko con María Chapp, Graciela Wencelblat, D. A.
Sorbille, N. Barleand, Luis Benítez, Elizabeth Cincotta, L.
Carrizo, etc.
3 — Proust.
PJ — Es uno
de mis favoritos, me gusta su estilo, sus parrafadas
laberínticas, incluso su
côté cholulo.
“En busca del tiempo
perdido”, su obra cumbre, no es una reivindicación de la
memoria, sino una lucha denodada contra el tiempo y un intento
de hacer universales las experiencias personales. La memoria nos
pinta un cuadro convencional del pasado, mientras que ciertos
incidentes reencontrados, ciertas sensaciones pasadas (el sonido
de una campanilla, el gusto de una madalena, un desnivel del
pavimento…) nos permiten comprender la verdadera esencia de los
hechos, personajes y circunstancias que los originaron, y
acceder a las causas profundas analizando lo que tienen de
idéntico ambas situaciones —la pasada y la presente—, fusión que
implica una abolición del tiempo transcurrido: son instantes de
eternidad que se le arrancan al devenir. Adhiero a su concepción
del arte, “que va más allá de la nada en que se diluyen el amor y los placeres”.
El amor propio, las pasiones, la inteligencia y el hábito nos
ocultan el verdadero sentido de las cosas poniéndoles nombres
(las “nomenclaturas”) y fines prácticos para conformar lo que
falsamente llamamos vida; el arte debe trabajar en sentido
contrario: vuelta a lo profundo, rescate de lo desconocido en
nosotros mismos.
Paulina Juszko en Suecia
4 — Hace algunas décadas el vocablo “escritura” no se
usaba tanto, ¿no?
PJ — Una
falsa modestia hace que hoy en día se prefiera el término
“escritura” a “literatura”, como si este último nos quedara
grande a los escritores actuales o fuese demasiado solemne. Yo
escribo cartas, e-mails, listas de supermercado… pero si se
trata de un cuento o una novela hago literatura, que podrá ser
buena, regular o mala. La literatura es un arte y un oficio, y
debe ser llamada por su nombre. A nadie se le ocurre que
carpintería y ebanistería son sinónimos. A la frase hay que
pulirla, trabajarla como se trabaja la madera. “Vuelvan sobre
la obra diez veces, si es necesario”, aconsejaba el viejo
Boileau en el siglo XVII. La mejor ficción desmerece con un
estilo “escuela secundaria”, desprolijo, lleno de cacofonías,
pleonasmos y distorsiones gramaticales y sintácticas. Flaubert
acostumbraba gritar sus frases para ver si sonaban bien; creo
que exageraba en cuanto al volumen, pero sí, es muy importante
el oído y también el sentido común. Es lícito emplear
neologismos, localismos, vulgarismos, lunfardo, puteadas (de
hecho, yo lo hago a menudo), siempre y cuando la obra lo
requiera. Pero, ¿a qué viene utilizar el galicismo “pasticería”
cuando existe “pastelería” en nuestro idioma (a menos que sea un
francés el que habla) o inventar términos como “separatidad”,
“verderol” y “enterratorio”, malsonantes y desangelados? Otra
cosa es crearse un lenguaje propio, como Xul Solar o Héctor A.
Murena. Sólo tolero la reiteración en las guardas geométricas
(como ésas que nos hacían inventar las monjas para las carátulas
de cada mes en los cuadernos cuadriculados de matemáticas o ésas
que adornan los libros antiguos), en la poesía y como recurso
humorístico. Fuera de lo cual la encuentro abominable en
cualquier tipo de textos (filosóficos, literarios, ensayísticos
o de divulgación científica) y también en las conferencias. Si
una noción fue bien expresada, es inútil repetirla. La
tautología me genera una muy mala opinión respecto de su autor:
o se olvida de lo que ha dicho y en este caso debe dudarse del
buen funcionamiento de su mente; o desconfía del cociente
intelectual del lector/oyente, lo que resulta ofensivo para
éste; o quiere llenar páginas/tiempo a como dé lugar. Igualmente
odiosas son las repeticiones de palabras (pleonasmos) —y aquí
me refiero exclusivamente al lenguaje escrito— porque atentan
contra la eufonía y la elegancia de la frase, y dan un estilo
desprolijo. En estas cuestiones me confieso decimonónica como
Stephen Vizinczey.
5 — ¿Y tu escribir?
PJ — Nunca
me fuerzo a escribir. No me angustio si no tengo ganas de
hacerlo, no veo por qué un escritor deba escribir
constantemente. Es como si el carpintero viviera con el martillo
en la mano. A veces no hay trabajo, y con nosotros es igual: a
veces no tenemos nada que decir y entonces lo mejor es callarse.
Temporaria o definitivamente.
No quisiera ser como ese personaje de Bernard Shaw que decía
“Nunca soy tan elocuente
como cuando no tengo nada que decir”.
Paulina Juszko con Verónica Peñaloza y Karina Sacerdote en
2012
6 — ¿Lo más real?
PJ — Mis
momentos más reales los viví en el mundo de la literatura.
Siempre me sorprendió el empeño de la gente por ubicarte en eso
que llaman “realidad”: “Pisá la tierra – Sé realista.” ¿Era
más gratificante eso que la ficción o la fantasía? De ninguna
manera. Antes de leerlo, ya pensaba como Proust que la verdadera
vida, la vida por fin descubierta y
dilucidada —la única que vale la pena— está en la
literatura. Ingmar Bergman dudaba que hubiera en la vida más
realidad que en sus obras. ¿Y no decía nuestro Macedonio
[Fernández] que “los
estados de vigilia son, en su mayor porción, más débiles y menos
emocionantes que los del sueño […] el cotidiano vivir es en su
casi totalidad lánguido y débil, inimportante”? Yo
comprendía —aunque confusamente al principio— que había nacido
para “espectadora”, para dar testimonio, que no servía para
vivir esa realidad de los demás: un desdoblamiento inconsciente,
esa impersonalidad apasionada que, según Romain Rolland, es
propia de los artistas, impidió que me implicara seriamente en
las acciones que exige la realidad. Luego, por supuesto, tuve
que fingir que la asumía y desarrollar diversas actividades para
ganarme el sustento. “Tomé el pliegue” —como dicen los
franceses— pero no pensaba más que en desplancharme y siempre
tuve la sensación de estar jugando a ser un adulto. Encontré en
“Los Thibault”, novela
de Roger Martin du Gard, un párrafo que tiene que ver con esto
último: “Cada uno de
nosotros, sin otra finalidad que el juego (por más lindos
pretextos que se dé), dispone según su capricho, según sus
capacidades, los elementos que le proporciona la existencia, los
cubos multicolores que encuentra a su alrededor al nacer… ¿Y
tiene realmente mucha importancia si logra construir más o menos
bien su obelisco o su pirámide?”.
En este sentido, alcanzar la edad de la jubilación
significó una resurrección: poder volver a “mi mundo”,
reintegrarme a mi verdadera personalidad después de tantos años
de dispersión esquizoide; como la protagonista de
“La araña” de Clarice
Lispector, yo “no había
llegado a ningún punto, disuelta viviendo”. Fue lo que para
otros la iluminación religiosa: en determinado momento de la
vida todo se soluciona, encuentra su sitio, aparece el verdadero
sentido. Reconcentrarme, pensar en serio o divagar… y escribir.
Agarrarme a la cola del tiempo. Acariciarle las orejas sedosas a
mi perra murmurándole “¿lita nonó la sunata?”, mientras
dejo vagar perezosamente la mirada entre las paredes de un foso
de verdura. Ningún espacio blanco en una planilla espera
ominosamente mi firma, entrada y salida. Ningún jefe que no
logró cagar esa mañana piensa hacerlo sobre mi desprevenida
humanidad. Soy mi directora, mi patrona, mi reina.
7 — ¿Concepción de la literatura?...
PJ — En
literatura también hay modas (o tendencias, como quiera
llamárselas). No le lleves a un editor una simple narración con
pies y cabeza, por interesante que sea, porque no te dará ni
cinco de bola. Hoy la moda es, entre otras cosas, insertar en
una novela pesadas disquisiciones sobre temas científicos o
filosóficos. Umberto Eco declara que el lector no ama la
facilidad, que hay que proponerle la ficción a la manera de un
teorema. Yo me pregunto de qué tipo de lector habla;
evidentemente de una élite supersofisticada…; y también si no
será por esto que la gente lee cada vez menos. Por mi parte, si
mi propósito es informarme sobre un tema determinado, no recurro
a una novela, busco el texto adecuado y me dispongo a hacer un
esfuerzo intelectual —si es necesario— por pesada que me resulte
la cosa. Pero si abro una novela, quiero que me deleite, me
atrape, me entretenga, me conmueva, me haga reír y hasta pensar
un poco también, pero sin ese esfuerzo que requiere el
aprendizaje. Trato de escribir libros así y, por lo que dice la
mayoría de mis lectores, lo estoy logrando.
Me interesa la fama porque es la única manera de luchar
contra la muerte y justamente porque es “puro cuento”, para ser
consecuente (hasta el final) con mis ideas; el dinero sólo en
cuanto evita angustias bajunas y degradantes, y procura placeres
que se consideran suntuarios, pero son indispensables para el
hombre actual, afectadamente refinado.
Paulina Juszko con E. Cincotta, Jorge Figueroa, G. Tisocco,
Adriana Maggio, N. Barleand, G. Wencelblat, L. Benítez, L.
Carrizo, Teresa Vaccaro, Silvia Rodríguez Ares
8 — ¿Temas?
PJ — Me
atrae lo que piensan
y sienten las mujeres, de las más simples a las más complicadas.
Los varones son generalmente de una pieza, monotemáticos, y por
eso resultan tan aburridas las narraciones o filmes cuyos
personajes son exclusivamente varones. Lo que le pone sal a las
historias es la sutileza, el retorcimiento, la indefinición y, a
menudo, la superficialidad del alma femenina, ya sea que habite
en mujeres o en homosexuales. Mil veces más interesante que los
pensamientos de un guapo o un malevo me parece lo que se le
cruza por la cabeza a una mujer mientras lava los platos o pela
papas. La mujer es mucho más sofisticada que el varón; no en
balde las novelistas tienen tanto éxito en esta época. Se podría
decir que la mujer todavía posee un alma, mientras que al varón
sólo le queda cerebro. ¿Nos habrá durado más (el alma) porque
adquirimos mucho más tarde el derecho a tenerla?
(Paulina Juszko con María Rosa León, Isabel Llorca Bosco,
Gustavo Tisocco)
9 — ¿Rememorarías un viaje a Francia con el que
fuiste premiada? ¿Hubo otros?
PJ — Había
obtenido el mejor promedio del país en el examen final de mis
estudios en la Alianza Francesa. Me reportó el “Brevet
d’aptitude à l’enseignement du francais hors de France” otorgado
por la Alianza Francesa de París, y el “Certificat d’études
pratiques de prononciation francaise” del Instituto de Fonética
de la Sorbona.
Fue mi primer viaje a Europa, en transatlántico —todavía los
había—, quince días en el océano, una experiencia inolvidable.
Luego viajé varias veces, en avión por supuesto. Pero durante
esa travesía inaugural me hice amiga de una pareja de jóvenes
homosexuales —un
francés y un brasileño— que me invitaron a recorrer con ellos la
Costa Azul: quedé deslumbrada.
Con París no fue un amor a primera vista; de entrada me
dio la impresión de una prostituta que se vende al mejor postor,
por la cantidad de extranjeros que la transitaban ya en ese
entonces. Tuve que recorrerla en subte y a pie, conocerla en
profundidad, hacerme de amigos franceses en sucesivos viajes
para llegar a amarla. Actualmente es mi preferida entre las
ciudades que conozco, tiene un
charme
particular, que le confiere en gran parte el Sena, el más
bello de los ríos en mi concepto, el más inspirador, con su
manso fluir, sus
péniches y la
perspectiva de sus puentes…
Durante mi primera estadía en París, que fue larga: seis
meses, viví en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria;
en ese entonces residía también allí el pianista Miguel Ángel
Estrella, y tuve ocasión de conocer el taller del pintor Antonio
Seguí en los suburbios de la ciudad, pues era amigo de mi ex
marido, Nelson Blanco, quien también estaba en París por haber
ganado el premio Braque de pintura. Otros amigos pintores, los
Morales, me hicieron conocer Normandía, en el noroeste de
Francia.
Como tengo mi costado superficial y me gustan las pilchas, poco
después de llegar a París me fui a las Galeries Lafayette y me
gasté casi toda la plata que había llevado (que no era mucha).
Este despilfarro me obligó a buscar un trabajito para seguir
subsistiendo y así fue como me relacioné con dos familias
francesas, cuyos niños cuidaba una vez por semana. Uno de estos
chicos, un rubito cara de ángel de unos seis años, era muy
particular: me tocaba el culo cuando salíamos de paseo, se metía
debajo de mi pulóver y me acariciaba sensualmente la espalda, me
pedía que me quedara a dormir en su cama para poder tocarme toda
y hasta me propuso matrimonio…; yo no me animaba a decirle nada
a su madre por temor a perder el trabajo. Esa gente me apreciaba
mucho y me escribió durante años. Son anécdotas graciosas, como
cuando tuve que cambiarle por primera vez el pañal a Guillaume,
un bebé de seis meses, y no sabía cómo se hace; y no eran los
pañales de ahora, entonces se usaban alfileres de gancho, era
más complicada la cosa.
Me gusta viajar para aprender; pero no sólo me interesan
los museos, los monumentos, la arquitectura, los paisajes, soy
curiosa de otras formas de vida: quiero saber qué comen, cómo se
visten, qué leen, qué deportes practican…
Paulina Juszko en París
10 — En el “Petit Théâtre” de la Alianza Francesa de La
Plata has dirigido piezas teatrales.
PJ — Hicimos
obras de Georges Feydeau, Alfred Jarry, Boris Vian, Eugène
Ionesco, entre otros autores; también espectáculos de café
concert, teatralización de fábulas de La Fontaine y textos de La
Bruyère (clásicos del siglo XVII), siempre en francés. Yo hice
las puestas en escena y dirigí el grupo de alumnos y ex alumnos
de la institución entre 1970 y 1992. Pero ya antes había actuado
en ese teatro vocacional, que ya no existe. Fue por iniciativa
propia que formé un grupo y empecé a dirigir, y siempre lo hice
ad honorem. Presentábamos una obra cada año. Los ensayos
significaban un gran esfuerzo para todos, porque sólo podían
hacerse después de las veintidós horas y también los domingos,
debido a las diversas actividades que desarrollábamos. Era muy
difícil reunir a los actores, sobre todo cuando la obra tenía
muchos personajes; yo me enojaba cuando faltaban, era una
directora muy exigente, pero sólo gracias a una férrea
disciplina esta actividad pudo prolongarse durante tantos años.
Aclaro que en ese entonces yo tenía dos trabajos, así que los
días de ensayo volvía a mi casa a las dos-tres de la mañana ¡en
micro! Y también debía ocuparme de conseguir gente de buena
voluntad para la iluminación, el sonido, el decorado…; a cuántos
amigos molesté pidiéndoles muebles prestados… Pero era muy
gratificante y el sacrificio había valido la pena cuando la obra
se daba y todo salía bien. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me
parece imposible haber hecho tanto
por amor al arte.
(junto a Gustavo Tissoco,Olga Liliana Reinoso y Norma
Segades-Manias)
11 — Ya que integraste la redacción de la revista de
humor platense “La Gastada” durante un par de años —1996-1997—,
podrías describírnosla y contarnos qué es el “humor platense”.
PJ —
“La Gastada” fue una revista del Grupo B.A. Comics, promovida
por la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Yo me integré al
staff poco después de su creación y colaboré en ella hasta su
desaparición por motivos económicos, como sucede con la mayoría
de las revistas. La dirigía el dibujante Carlos Pinto y
colaboraban, entre otros, Raúl Fortín, Ricardo Blota, Leo
Bolzicco, Eduardo Lemos, Fabricio Frizorger, Diego Aballay… Ahí
conocí a los humoristas Andrés Vendramín (André) y Leandro
Devecchi, que fueron luego, conmigo, co-autores de
“Criadero de cocodrilos”,
sátira de la actualidad política y social argentina de fines del
siglo XX y comienzos del XXI, con ilustraciones humorísticas.
La revista se autodefinía como “humor platense de
exportación”; el acotamiento “platense” se refería tanto a la
procedencia de la gran mayoría de sus colaboradores como a la
naturaleza local de muchos temas abordados. Yo surtía una
sección feminista, otra de postales de la Argentina y una
columna de perlas negras (absurdos generados por el mal uso del
idioma en los medios). Algunos títulos de mis notas: “¿Lo manyás
al hombre light?”, “De guapos, malevos y otras (malas) yerbas”,
“Discriminaciones lingüísticas”, “¡No nos pisen la víbora,
muchachos!”, “Histeriqueando”, “Cuentos clásicos para niñas
feministas”… Yo era la única mujer en la revista y se me trataba
con toda naturalidad, como un compañero más. Disfruté mucho esta
experiencia.
Paulina Juszko en Barcelona, España
12 — Al menos una vez vi y lo escuché recitando —en 2001,
en un Ciclo que yo conducía— al poeta platense Mariano García
Izquierdo (1935-2006). Y vos fuiste columnista de su audición
semanal “El Firulete”, en una FM de Berisso. ¿Cómo lo recordás a
él y a su poética?
PJ —
Buen poeta y buen amigo. Recuerdo la frondosa glicina y su
pequeño cuarto de trabajo en la casa de City Bell. Recuerdo su
entusiasta colaboración con diversos emprendimientos del Centro
Cultural “Difusión” de Berisso: el libro
“Escritos y escritores de
Berisso” (2000), la revista mensual “Dando la nota” y la
radio. En 1999 tuve el placer de presentar un libro de Mariano:
“Dulce Babushka”,
poéticas postales de su infancia berissense;
cito algo de lo que dije en esa ocasión:
“¿Es Mariano el pibito que
llora al comprender que no vivirá con ellos el constructor de su
casa, que le hacía ver animalitos en los desechos de madera? ¿el
que descubre las diferencias entre nenas y nenes a través del
alambrado que lo separa de su vecinita rubia? ¿el que fuma
zarzaparrilla en un bote? ¿el enamorado de Paulina Singerman?
¿el que se sueña abuelitas eslavas? ¿el que asiste a los dramas
de esa bizarra y heterogénea humanidad que encontró su caldo de
cultivo en la atmósfera del Berisso de los años 40? Todos son
Mariano y Mariano es todos.” ¿Y qué mejor manera de
recordarlo que a través de sus versos?:
No monta en el viento
ni lo desparrama la lluvia.
No lo deslizó la mansedumbre del río
ni lo puede prestar un sueño.
(de “El amor que no se dio”)
13 — Un grupo de teatro comunitario, asesorado por vos,
llevó a escena “Arturo Seguí a la Elisa”, inspirado en tu libro
“Vivir en Villa Elisa”.
¿Cómo resultó?
PJ —
Fue solamente un sketch que se representó en un Encuentro de
Teatros Comunitarios, en la explanada del Teatro del Bosque de
La Plata (2008). El grupo se deshizo poco después, debido a las
dificultades para reunir un elenco estable y a la falta de un
local propio. Esta iniciativa no suscitó en Villa Elisa el mismo
entusiasmo que en City Bell, donde se formó un grupo numeroso,
“La Caterva”, que aún sigue actuando.
(Junto al poeta Gustavo Tissoco)
Paulina Juszko con Norma Etcheverry, etc.
14 — Fue en una reciente charla telefónica, Paulina, que
mencionaste que tenías unas cuántas obras inéditas.
PJ — ¿Te
paso los títulos…?: “Rabelesiana” (adaptación teatral de
la obra de Rabelais); “Escuela de verdugos” y “Osteolipomaquia” (dramaturgia);“Concierto
de masturbanda”, “Sagrada sangre” (Mención 1997 del
Fondo Nacional de las Artes), “Eternos laureles” (novelas); “Por
una cabeza” (novela policial); “Al gran pueblo argentino
¡salud! (jubilados-desocupados abstenerse)” (notas de humor
de los ’90); “La cocina del humor” (ensayo sobre los
procedimientos del humor literario); “Del vagar breve”(poemario);
y en coautoría el que antes te conté, “Criadero de
cocodrilos”. ¿No te parece tremendamente frustrante tener tantos inéditos? O soy una
escritora muy mala —ya que ninguna editorial me da bola— o en
este país pasó algo con el negocio editorial después del año
2000. Tengo que optar por la segunda posibilidad para
salvaguardar mi autoestima: los grandes grupos editoriales que
quedan se manejan como empresas que sólo publican autores de
venta segura.
Hace años, en una entrevista para la revista “La Maga”,
me pidieron una opinión sobre la regionalización de la
literatura y contesté que habrá una verdadera literatura
bonaerense (o mendocina, o patagónica, o…) cuando en estos
sitios se den las posibilidades de publicar, y no sólo a cuenta
de autor. ¿Y hasta qué punto no es ingenuo soñar con esa
regionalización, cuando prácticamente todo el
negocio editorial de Buenos Aires está en manos de capitales
extranjeros?
Paulina Juszko en Galicia, España
15 — Busqué y encontré en mi biblioteca un ensayo tuyo
—publicado en el nº 3, 2005/2006, de la Revista “El Espiniyo”—
titulado “Poesía y Humor”.
PJ —
Como soy muy propensa a utilizar en mis escritos la ironía, el
sarcasmo y el humor negro, y considero que el humor es
catártico, me puse a investigar sobre el tema. El primer
resultado fue mi ensayo
“El humor de las argentinas”, donde hablo de las mujeres que
colaboraron en diarios y revistas argentinos haciendo humor
gráfico y escrito; el segundo, otro ensayo (aún inédito):
“La cocina del humor”,
donde analizo los procedimientos del humor literario (con
ejemplos desde Aristófanes hasta Roberto Fontanarrosa) y los
diversos tipos de humor según
la temática (negro, blanco, rojo, amarillo) y según el
país (judío, inglés, argentino). Este último trabajo, que podría
resultar muy útil en los talleres de escritura con humor que se
pusieron de moda recientemente, no despertó sin embargo el
interés de ningún editor.
(Junto a Claudia Ainchil y Lidia Carrizo)
16 — De los varios títulos de las conferencias que has
realizado en los últimos cinco lustros voy a elegir uno, el de
la que me agradaría estar leyendo: “¿Por qué las heroínas de
novela son casi siempre jóvenes?” Paulina: ¿Por qué las heroínas
de novela son casi siempre jóvenes?...
PJ —
Te resumo aquí mi planteo. Desde tiempos inmemoriales la mujer
es representada como un instrumento erótico y reproductor, y el
varón como generador de pensamiento y acción. Para que resulte
atractivo, el argumento de una novela o un culebrón no puede
dejar de lado el ingrediente erótico y este
pathos
está encaminado a la reproducción de la especie. ¿Y por
dónde entra Eros? En primera instancia por los ojos. En el reino
animal la naturaleza engalana generalmente a los machos para
lograr su fin, mientras que entre los humanos resultó favorecida
la hembra. Y es en la juventud cuando ésta encarna plenamente
los cánones de belleza que rigen desde el comienzo de los
siglos, kilito más o menos. Pasada la edad de la pasión, la
mujer pierde todo
glamour, tanto en la literatura como en la vida real, y de los
roles de protagonista desciende a los de reparto; con la madurez
adquiere una cualidad de transparencia que suele acentuarse
hasta la invisibilidad.
Es cierto que en la segunda mitad del siglo XX, gracias a
la cirugía y a múltiples tratamientos, la juventud se prolongó,
con todos sus atributos. A nadie se le ocurriría hoy llamar
“ancianas” a Nacha Guevara, Moria Casán y tantas otras. Pero en
el siglo XIX se era una mujer madura a los treinta años; en la
novela “Ella y él” de
George Sand, la protagonista femenina, Teresa, se lamenta cuando
es requerida de amores:
“Es muy tarde para
buscar lo que huye de mí. Tengo treinta años”; y todavía en
1949, fecha de publicación de
“1984” de George
Orwell (que entre tantas cosas que predijo, no supo anticipar
los desfasajes que se produjeron entre las etapas de la vida)
encontramos: “Cuando la vi
a plena luz resultó una verdadera vieja. Por lo menos tenía
cincuenta años”. Esta
exigencia de juventud y belleza es válida sobre todo para el
sexo femenino, pues basta con mirar cualquier telenovela para
constatar que los varones —aunque sean
panzones y calvos, aunque tengan pelos en la nariz, pies planos
y más legañas que perro callejero— siguen conquistando hermosas
pendejas y se dan el lujo de engañar no sólo a su legítima, sino
también a su amante. En
“Cándido” de Voltaire (s. XVIII), Cunegonda va envejeciendo
mientras que el protagonista no parece sufrir los ultrajes del
tiempo, y el autor presenta como un rasgo de generosidad por su
parte el tomar por esposa a una Cunegonda vieja y fea, que
perdió por eso todo derecho a ser amada.
Algunos escritores del siglo XX, como Mario Vargas Llosa
(en “Doña Julia y el escribidor”,
“Elogio de la madrastra”,
“Los cuadernos de don
Rigoberto”), ensalzaron los atractivos de la mujer madura.
Gabriel García Márquez escribió —realismo mágico mediante— una
historia de amor y sexo entre gerontes:
“El amor en los tiempos
del cólera”. En
“Viajes con mi tía” Graham Greene nos presenta a la
desprejuiciada septuagenaria Augusta. Y también me pongo como
ejemplo con mi novela “El
año del bicho bolita”, protagonizada por mujeres de la
llamada “tercera edad”.
El cine y el teatro parecen más abiertos al protagonismo
de las maduras y las ancianas. Pero es evidente que para superar
los estereotipos milenarios debe producirse un cambio radical en
la escala de valores. Cuando esto ocurra el protagonismo
avuncular no se asentará en la maldad (las brujas de los
cuentos), o en el vicio (la Celestina), o en la extravagancia
(la tía Augusta), sino fundamentalmente en la calidad de ser
pensante. Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Hannah Arendt en
la última etapa de sus vidas constituyen el mejor ejemplo: ésas
son las verdaderas heroínas de la novela del siglo XX.
17 — Es porque ignoraba que se hubiese promovido alguna
vez un Certamen de Autobiografías, que enterándome hace poco de
que resultaste finalista en uno que se denominó “Ricardo Jones
Berwyn”, en la ciudad de Gaiman, provincia de Chubut, en 2010,
me intereso por saber de él.
PJ —
Participé con un trabajo titulado “Flashes”. Creo que la idea
original de este certamen fue estimular la narración y difusión
de historias de vida de los inmigrantes galeses de esa zona, a
fin de preservar su memoria; pero está abierto sin restricciones
a participantes de cualquier provincia y nacionalidad.
18 — Primero:
confieso que pocos caligramas lograron atraerme. Segundo:
¿exagero si afirmo que a vos te fascinan?...
PJ —
Decir que me fascinan es un poco exagerado. Me encantan porque
aúnan poesía y plástica, y componerlos tiene mucho de juego, es
divertido. Este gusto me lo contagió Guillaume Apollinaire con
su poema “La colombe poignardée et le jet d’eau” (= “La
paloma apuñalada y el chorro de agua”). Pero sólo de vez en
cuando me inspiro para escribir un caligrama.
*
Paulina Juszko selecciona poemas inéditos de su autoría para
acompañar esta entrevista:
Lo quiero igual
que usted me quiso a mí, de a trozos.
Dante Bertini,
“Salvajes mimosas”
Frase que define
el amor humano.
Y yo aquí,
una mañana en
que tantas cosas se despiden
discretamente,
sin alharacas,
en un rincón que
destila
la mansedumbre
del otoño incipiente.
Olas de amor
fragmentado me depositaron aquí.
Último puerto.
Finis orbis.
Contemplo.
Recojo migajas
de violentos festines.
¿Es poco?
¿Es mucho?
No lo sé.
Pero intenso,
luminoso y cálido.
Intensidad que
no desequilibra.
Luz que no
enceguece.
Calor que no
consume.
*
Mimado
hostigado
pulido en recovecos y excrecencias
tigre en acecho
fiera insidiosa irritable
presta a retobarse en cualquier momento
a mostrar las uñas
a decir basta no sigo
a devorar al domador
explorado en superficie cotidianamente
—nada más extraño—
imprevisible / aterrador
(aterrador por lo imprevisible)
incensado en spasgimnasiosquirófanospasarelas
glorificado en himnos de genuflexa sumisión
tirano gozosamente aceptado.
¡Oh Dios mío / y tan poco mío!
no me abandones no me abandones
sé sutil pero resistente
pluma de acero
ora pro nobis
robot exento de colesterol
ora pro nobis
rolex ultrasincronizado
ora pro nobis
Barbie deportiva y tersa
ora pro nobis
¡Bello-bello-bello
es el Señor de nuestros tiempos!
*
OJO
Paaaatina sobre
las superficies o deja pátina
guante de
cirugía aislando
elástico de
honda creando espacio
cobija /
destierra
achica / agranda
revela / esconde
Ver sin mirar se
puede pero ¿mirar sin ver?
escudriñar
hasta el hueso y
más adentro
hasta el tuétano
y más adentro
hasta lo
invisible
despellejar /
descarnar / arañar esqueleto
y más adentro
*
Prendidos como
garrapatas a nuestro cachito de planeta
que yira y yira
en el universo
yirante
nosotros
los de probeta
los de laboratorio
los no
deseados
los mal amados
los que no
sabemos resolver el acertijo original
los que
caminamos el desierto sin más agua que nuestras lágrimas
aferrados con
uñas y dientes
a lo irrisorio
a la mínima consistencia
cabalgando
micrones con ínfulas de posesión
haciendo cada mañana
le tour du propriétaire
y la cuenta de nuestros bienes.
*
Hay entonces un
país donde la rosa es inmortal
donde no se
asiste cada día al asesinato de la belleza
donde abrimos
los ojos sin un lamento
donde no hay que
restallar el látigo para que los objetos
hagan su número cotidiano esperando la ocasión
de saltarnos a la garganta
donde las horas
se funden entre los dientes
donde ya no se
necesita la rastrera esperanza.
Ese país existe
SÍ
quiero creerlo.
*
VIAJE
tan repetido
hacia la patria
flecha de
fuego en busca del blanco
bajo cielos
eternamente cargados de lluvia
sueño
de un mar amante depositándonos en playas
infinita/eternamente doradas
espejismos deslumbrantes engarzados en el paisaje matemático
fuentes inagotables
misteriosas bestias de Rousseau grandes gatos de Blake
acechando entre el follaje o en poses de maniquí
y una luz
elástica densa
demente
que se deja
beber nos transita las entrañas
hasta lo más
hondo
donde
los veranos delirantes de la infancia.
*
Me cansé
me cansé de
cansarme
tanta redondez
tanto y vuelta a empezar
antaño uno podía
agarrarse a los bordes del abismo
para no caer
ahora resbalamos
insensiblemente como en patineta
volvemos y
volvemos al punto de partida
obligados a
girar con los planetas
REDONDOS
¿el universo es
redondo? ¿Dios es una impenetrable esfera?
(¿Dios es una
microesfera? ¿una nanobolita que se introduce rodando en
cualquier intersticio para pispear sin ser visto y pasarnos
luego la cuenta de nuestros errores?
¿O es una
macroesfera que contiene todo lo existente y que tampoco podemos
ver —y menos aún concebir— nosotros, las simples moléculas
integrantes de su inmenso ser?
En cualquiera de
los dos casos, estaría jugando con trampa.)
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en las ciudades de Villa Elisa y
Buenos Aires, distantes entre sí unos 45 kilómetros, Paulina
Juszko y Rolando Revagliatti, 2015.
*
www.revagliatti.com.ar
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